¿Es que Dios quiere prevenir la maldad, pero no es
capaz? Entonces sería impotente. ¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces
sería malévolo. ¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De donde surge entonces la maldad?
¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo
Dios?
Diálogos sobre la religión
natural (1779), David Hume
La paradoja de la existencia del mal si
hay Dios sigue sin resolverse
Libre albedrío, razones incomprensibles o karma, algunos
de los intentos de adaptación
El problema del mal en el mundo considerando que hay un
Dios supuestamente omnipotente y benevolente resulta difícil de afrontar. La
paradoja es antiquísima pero, en la actualidad, ha sido revisada en algunos
medios especializados. Los creyentes buscan ahora sus respuestas en la ciencia,
en las inabarcables razones del Creador o en el karma, por ejemplo. Sin embargo,
siguen sin encontrar una solución que convenza a los no creyentes y los
sustraiga a su pesimismo laico: para ellos, las evidencias del inmenso dolor del
ser humano, e incluso de los animales de la Tierra, no dejan lugar a dudas. Por
Yaiza Martínez.
El problema del
mal o Paradoja de
Epicuro consiste, para la filosofía de la
religión, en la
contradicción que surge al combinar la existencia del mal y del sufrimiento en
el mundo con la existencia de un Dios omnisciente, omnipresente, omnipotente y
omnibenevolente.
Es decir, que el
problema del mal emana de la suposición de que un Dios omnisciente y
todopoderoso debería ser capaz de arreglar el mundo según sus intenciones. Como
el mal y el sufrimiento existen, puede parecer que Dios quiere o permite que
existan, por lo que no sería perfectamente bueno, o no sería omnisciente porque
no se percata de todo el sufrimiento del mundo, o no es todopoderoso ya que no
puede arreglar el mundo para eliminar de raíz el mal.
En los últimos
meses diversos artículos en distintos medios se ocuparon de los enfoques de este
problema. Por un lado, como ya publicamos en Tendencias21, en la revista
The Global
Spiral apareció un
artículo firmado por el
teólogo Arthur
Gianelli en el que éste
proponía generar una nueva teodicea (una explicación de Dios) que estuviese
basada en los postulados de la ciencia contemporánea, y que, desde ellos,
permitiera comprender la existencia del mal en el mundo.
Por ejemplo,
señala Gianelli, dado que la ciencia nos dice que el universo está compuesto por
infinitas posibilidades en el espectro entre el mal absoluto y el bien absoluto,
Dios podría haber creado criaturas libres, significativas, cuya libertad no
podría tocar. Por tanto, estas criaturas podrían vivir cualquiera de esas
posibilidades.
Karma y
culpa universal
El Pew
Forum, por su parte,
publicaba recientemente un artículo en el que se
comparaba la consideración del mal de cristianos y budistas, llegando a una
extraña conclusión: que la culpa parece universal.
En dicho artículo,
Daniel Burke explicaba que si un desastre natural golpea a los Estados Unidos,
enseguida aparece la siguiente pregunta: ¿por qué Dios ha permitido que esto
ocurra?
Por el contrario,
en Birmania, país principalmente budista y que ha sufrido recientemente los
efectos de un devastador ciclón que se cree ha costado la vida a más de
100.000
personas, la gente señala
al karma como causa segura
de tan enorme mal.
Pero, ¿qué es el
karma? Para doctrinas como el budismo, el hinduismo o el jainismo, el karma
sería una energía metafísica (invisible e inmensurable) que se deriva de los
actos de las personas.
En concreto, la
población de Birmania (país en el que más del 80% de la gente es budista), cree
que el ciclón Nargis fue consecuencia de las medidas tomadas por los militares
del país contra los monjes budistas el pasado otoño, señaló la profesora de
antropología Ingrid
Jordt, de la
Universidad de Wisconsin-Milwaukee, que anteriormente fue monja budista en
Birmania.
Teólogos y
científicos
Según Jordt, la
palabra karma a menudo no se entiende bien, confundiéndose en occidente con el
concepto de “destino”. Pero, en realidad, en sánscrito este término significa
“acción”, y hace referencia a aquellos actos que generan un destino, y no al
destino en sí mismo.
Un eco distante de
esta idea de acción que genera desgracias, señala Burke, podría encontrarse en
las peroratas de aquellos líderes cristianos estadounidenses que han relacionado
los atentados del 11-S contra las Torres Gemelas de Nueva York, así como el
Huracán Katrina, con la inmoralidad sexual imperante en Nueva York y en Nueva
Orleáns respectivamente.
En otra línea, un
artículo que se ha ocupado
recientemente del problema del mal es el escrito por Peter
Singer, profesor de
bioética de la Universidad de Princeton, para The Guardian.
Para Singer, el
teólogo no fue capaz de dar una respuesta convincente y definitiva a la pregunta
de por qué en el mundo hay tal cantidad de dolor y sufrimiento, habiendo, según
los cristianos, un Dios todopoderoso y omnisciente.
Argumentos
cristianos
Los cristianos,
según Singer, responden a esta contradicción con la explicación del libre
albedrío: Dios nos concede este regalo y, por tanto, Él no es responsable del
mal que ocasionamos. Pero esta respuesta falla cuando se habla, por ejemplo, del
sufrimiento que generan los desastres naturales.
Por otro lado,
explica Singer, los cristianos intentan justificar el dolor humano afirmando que
todos los humanos son pecadores y, por tanto, pueden tener un destino horrible.
Pero, señala el científico, ¿qué pasa en el caso de los niños que aún no han
cometido pecado alguno?
Entonces, los
cristianos acuden al pecado original que han heredado todos los habitantes del
planeta, el pecado de Adán y Eva, y Singer se pregunta ¿por qué han de sufrir
por dicho pecado también los animales, como ocurre en realidad?
En la discusión
con D'Souza, éste señaló, en primer lugar, que dado que los humanos viviremos
felices eternamente en el cielo, el sufrimiento del mundo es menos importante de
lo que sería si nuestra vida en este planeta fuera la única que
tendremos.
A esto, Singer
contestó que, aún desde la perspectiva de la eternidad, el mundo podría ser
mejor sin dolor o, al menos, sin tanto dolor. Cierto es, escribe el autor, que
quizá necesitemos algo de sufrimiento para apreciar la felicidad, pero no tanto
como el que tenemos en la Tierra.
Fe ciega y
pesimismo laico
El segundo
argumento de D'Souza fue el siguiente: dado que Dios nos ha dado la vida, no nos
encontramos en situación de quejarnos si ésta no es perfecta. Si la vida es en
sí un regalo, afirmó, no podemos problematizarnos si no es exactamente como
quisiéramos.
Como respuesta,
Singer señaló que, entonces, a aquellas madres que, mientras están gestando a
sus hijos, les da por consumir drogas o alcohol sin tener en cuenta los daños
que pueden ocasionarle a los fetos, no se les debe juzgar.
Por último,
escribe Singer, D'Souza, “como hacen muchos cristianos cuando son presionados”,
acabó cayendo en la argumentación de que no deberíamos esperar comprender las
razones de Dios por crear el mundo tal y como es. Para Singer, la evidencia ante
nuestros ojos hace pensar que es más plausible creer que nadie ha creado este
mundo.
De cualquier
forma, los pensadores llevan milenios intentando superar la paradoja del mal si
existe Dios. Ya el filósofo griego Epicuro escribió en el
siglo III a.C.: “O bien Dios quiere quitar los males y es incapaz de hacerlo, o
puede hacerlo pero no quiere; quizás ni quiere ni puede, o tal vez quiere y
puede. Si quiere pero no puede, es débil, lo cual no concuerda con su carácter;
si puede pero no quiere, es envidioso, algo que también está en desacuerdo con
él; si no quiere ni puede, es tanto débil como envidioso, y por lo tanto no es
Dios, pero si quiere y puede, que es lo único que resulta apropiado para Él, ¿de
dónde vienen entonces los males?, o ¿por qué no los quita?"
La religión sería el fruto
de una imaginación evolucionada
Lo “social trascendental” establece códigos de conducta
asociados a las religiones, según Bloch
Maurice Bloch, antropólogo
francés que trabaja en la LSE de Londres desde 1968, ha publicado un artículo en
la revista especializada Philosophical Transactions of the Royal Society B en el
que explica el fenómeno religioso desde una nueva perspectiva: la imaginación.
La religión sería el fruto de una imaginación evolucionada y exclusiva de
nuestra especie, que nos permite generar relaciones con lo trascendente e
invisible, según Bloch. Así, generamos lo que denomina “lo social
trascendental”, un fenómeno por el que podemos seguir los códigos idealizados de
conducta asociados a las religiones. Para Bloch, además, cuando nos damos cuenta
de la omnipresencia de lo imaginario en lo cotidiano, no queda nada especial que
explicar de la religión, porque ésta sería, únicamente, un fruto más de nuestra
capacidad imaginativa. Por Yaiza Martínez.
Sólo los seres
humanos practican la religión porque son los únicos seres vivos de la Tierra con
una imaginación evolucionada, señala el antropólogo de la London School of
Economics and Political Science (LSE) británica,
Maurice
Bloch.
Bloch, autor de
libros como Cultura escrita en
sociedades tradicionales o La violence du
religieux, argumenta que,
en primer lugar, el ser humano desarrolló la arquitectura cerebral necesaria
para imaginar cosas y seres que no existen físicamente, así como la posibilidad
de que haya algún tipo de vida tras la muerte.
Después, gracias a
esa capacidad de nuestra imaginación, generamos una forma de interacción social
imposible para el resto de las criaturas del planeta: sólo los humanos pueden
mantenerse unidos a sus grupos sociales a través de lo que Bloch denomina “lo
social trascendental”, un fenómeno que nos permite unificarnos con grupos
humanos.
Roles
esencializados
En un artículo
publicado por la revista especializada Philosophical
Transactions of the Royal Society B, Bloch explica
que el comportamiento trascendental también nos permitiría seguir los códigos de
conducta idealizados asociados a las religiones.
Añade que para que
este fenómeno “social trascendental” perdure y resulte efectivo, debe tener la
habilidad de mantenerse vivo durante mucho tiempo en la imaginación de un grupo
social determinado (Bloch habla de diversos tipos de grupos, desde clanes a
naciones enteras).
Según el
antropólogo, un individuo puede formar parte de ese grupo transcendental, o de
un país, incluso aunque jamás entre en contacto con alguno de sus miembros.
Además, este tipo de grupos incluye por igual tanto a los vivos como a los
muertos.
“La red
trascendental puede, sin ningún problema, incluir a los muertos, a los ancestros
y a los dioses, así como a los sustentadores vivos de los roles y a los miembros
de grupos esencializados”, escribe el antropólogo.
Bases
neuronales
Las bases
neuronales necesarias para que se dé esta interacción social habrían dependido
del propio desarrollo de la imaginación, que apareció en nuestra especie durante
la Revolución del Paleolítico
Superior, hace entre 40
mil y 50 mil años.
Por esa época, las
herramientas que usaban los humanos pasaron de ser primitivas y monótonas a
convertirse, repentinamente, en sofisticadas. El arte comenzó a aparecer en las
paredes de las cuevas, y los enterramientos empezaron a incluir objetos cuya
presencia sugiere que ya se creía en la vida después de la muerte. Una vez que
los humanos traspasaron esta línea, no hubo vuelta atrás.
Esta nueva
capacidad, publica la revista Newscientist, no la
compartimos con ningún animal, ni siquiera con nuestros parientes más cercanos,
los chimpancés.
Por eso, sus
relaciones sociales se limitan a la lucha cotidiana por el estatus y los
recursos. La razón para esta limitación: no pueden imaginar nada más allá de su
círculo social inmediato, ni pueden viajar con la mente hacia el pasado o el
futuro, como hacen los humanos.
Papel de
la religión
Para Bloch, en el
contexto de lo social trascendental, la religión sería sólo una manifestación de
nuestra capacidad única para formar lazos con entidades o personas que no
existen o que se encuentran distantes e, incluso, con sistemas de valores.
“Los fenómenos
religiosos o similares, en general, son una parte inseparable de una adaptación
clave exclusiva del humano moderno: nuestra capacidad para imaginar otros
mundos. Defiendo que esta adaptación es la verdadera base de la sociabilidad en
la sociedad humana moderna”, escribe el científico.
Desde la
antropología, la religión se ha estudiado en general desde una perspectiva
funcional. Desde este punto de vista, las funciones más elementales del hecho
religioso definidas por la antropología han sido la capacidad que otorga para
interpretar el mundo (origen, sentido, destino…), la estabilidad social que
comporta (sacralización de la familia, del trabajo, de la autoridad…), la
función económica y de control y, por último, la función psicológica o de
estabilidad emocional en lo que respecta a los individuos.
La perspectiva de
Bloch contrasta con estas funcionalidades: la religión se origina en nuestra
imaginación. Según el investigador, además, una vez que nos damos cuenta de la
omnipresencia de lo imaginario en lo cotidiano, no queda nada particular que
explicar sobre la religión, porque ésta sería un fruto más de nuestra capacidad
imaginativa.
Artículos extraidos
de Tendencias 21
Escuela Técnica
Superior de Ingeniería de la
Universidad
Pontificia Comillas
Tendencias de las
Religiones
Sección elaborada con el
asesoramiento de la Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión