En la casa de
Traven
Traven Torsvan es el nombre del ciudadano mexicano por
naturalización, con pasaporte de México que registra su nacimiento en
Chicago, Estados Unidos, el año de 1890, a quien no muchos han conocido y
conocen como Hal Croves, a sabiendas casi todos de que es B. Traven, con
domicilio en la ciudad de México, y con una casa de campo en la ciudad de
Cuautla, Estado de Morelos, región semitropical, a un centenar de
kilómetros de la capital mexicana.
Las fotografías de aquel Hal Croves y las de B. Traven, a quien yo
entrevisté, corresponden a la misma persona. También a las que unos meses
más tarde publicaría en Siempre!, tomadas subrepticiamente
en Hamburgo, República Federal Alemana, cuando Traven Torsvan, como
ciudadano mexicano, estuvo allí en 1959, haciéndose pasar como
representante de B. Traven, y no como Traven mismo, para tratar con la
empresa cinematográfica UFA la filmación de alguna de sus obras. Pero en
esta ocasión ya no podía llamarse Croves, al menos en las fronteras, a
causa del pasaporte de Traven Torsvan. Le acompañaba su esposa, la señora
Rosa Elena Luján. Quizá el fotógrafo que tomó aquellas escenas no sabía
que en realidad estaba retratando a Traven. Pero alguien iba sobre la
pista que daba el registro en el hotel. Un reportero de la revista
Stern, Gerd Heidemann, que ha dedicado cuatro añosa
construir la historia del escritor, obtuvo copias de aquellas fotografías
y me las hizo llegar en correspondencia a mi aportación para su historia,
con los elementos que yo había reunido. Sí, la persona de Hamburgo y la de
mi entrevista eran la misma; la misma también de Chiapas y del Parque
Cachú.
Mi intento de acercamiento se inició a través del Dr. Federico
Marín, que fue cuñado del pintor Diego Rivera, con quien me ligó la
amistad y adhesión que dieron origen al libro Confesiones de
Diego Rivera. Es un relato que el famoso muralista mexicano me
dictó a modo de Memorias, nacidas de las realidades de su vida y de la
inagotable imaginación que impregnaba sus fantásticos enfoques. Marín,
como Figueroa, Canessi, el dramaturgo Rodolfo Usigli, y el licenciado del
fuero militar, Joaquín Zapata Vela, y otros pocos, figuran en el círculo
que frecuenta a Traven y a su esposa. Se daba también la circunstancia de
que la señora Luján había estado entre las amistades de Diego Rivera. Eso
nos ligaba y parecía ofrecer una garantía de que la intervención
periodística, en mi caso, no iba a causar las inconveniencias de una
actitud de rechazo e irritación que Traven mantenía inflexible.
Porque Traven, en efecto, no concede entrevistas. No las pudieron
obtener reporteros y escritores, como el alemán Johannes Leeb, de la
importante revista alemana Quick -coautor de un libro sobre el Proceso de
Nuremberg-, ni Gerd Heidemann, de Stern, que vinieron a
México bien dotados de cámaras para satisfacer la ansiosa curiosidad del
país donde Traven constituye una de las más grandes leyendas y atracciones
literarias.
Por fin, un día llegué a la casa de Traven. En un pequeño cuarto de
la planta baja, que es una de las cuatro bibliotecas del hogar, me recibe
la señora Rosa Elena Luján. Ella y Traven Torsvan se casaron en los
Estados Unidos el 16 de mayo de 1957, dos años antes del viaje a Alemania.
Rivera la llamaba afectuosamente Chelena. El testimonio de la amistad del
pintor se encuentra en un pequeño y enmarcado dibujo original del artista.
Cuelga en la pared de esta habitación llena de libros, que también es
salita de espera. Es una de las típicas ranitas con que Diego gustaba
"autorretratarse" sardónicamente, y que tiene esta inscripción de su puño
y letra: "Pero no la vi hoy. 22 de agosto de 1955. Saludos Chelena." Hay
además un dibujo del pintor Guillermo Meza y otro de Julio Castellanos;
grabados de Leopoldo Méndez y de Federico Cantú; pequeñas esculturas de
Canessi. Una es la efigie de la propia señora Traven. Otra muy
significativa consiste solo en dos manos cruzadas: de Rosa Elena Luján y
de Traven Torsvan, inseparables. En las estanterías, lotes de tres
ejemplares de muchas de las ediciones de obras de Traven. Un sofá moderno.
Una mesita de centro. Otra en la esquina, con el teléfono, que tiene
extensiones por la casa.
En la sala, una chimenea, arriba de la cual hay un óleo de Orozco
Romero, que es el retrato de la señora. Adornos naturales de sala, no
muchos, buenos además. A continuación, el comedor. Desde la división
apenas iniciada de la sala con el comedor se observa la pared del
vestíbulo; sobre ella se adosa un mueble colonial, con un Cristo de marfil
filipino del siglo XVI. El comedor llega hasta un muro de vidrio, que se
abre a un pequeño jardín, con una mesa y sillas a modo de desayunador. La
escalera conduce a otra biblioteca. Por ella hay comunicación al estudio
de Traven. Pero allí no es posible penetrar. Un mundo de papeles y de
libros donde el novelista trabaja hasta las tres de la mañana, pues
prefiere la noche para su tarea.
Dos perritas lanudas corretean por la casa. Una se llama
Tabasco, nombre que le puso Traven, por este procedimiento
eliminatorio: "¿Cómo te quieres llamar?" y el escritor le iba enumerando
Estados de la República Mexicana, esas regiones de geografía violenta, de
selvas, esteros y pantanos, cuyos ambientes ha llevado a los libros.
"¿Chiapas?" y la perrita "decía" que no con sus movimientos. Y así
igualmente ante la pronunciación de otros nombres de Estados. Pero cuando
Traven dijo el de Tabasco, el animal movió la cabeza de otra manera, como
afirmativamente, y Traven dijo: "Ella eligió llamarse
Tabasco." La otra perrita se llama Gigi. Cada
vez que los animales hacían un movimiento por las partes altas de la casa,
yo esperaba la aparición de Traven. Alguna vez lo entreví por los vidrios,
saliendo de su enclaustrado cuarto de trabajo. Allí papeles, más libros y
una cama. Arriba de ella, otro retrato de la esposa.
En esta casa a Traven no se llama Hal más que cuando la referencia
se hace con alguna persona amiga, pero no propiamente del hogar. Rosa
Elena y las hijas que tiene del anterior matrimonio con Carlos Montes de
Oca, Rosa Elena y María Eugenia, le llaman Skipper, capitán
de barco, porque es imposible disociar lo marinero de Traven, para quienes
comienzan leyendo su libro El barco de los muertos, y
saben cuánto tiene que ver esa historia con su propia vida y con si
llegada a México. Cuando se casaron Traven solía decir a su nueva familia,
refiriéndose al hogar : "Hay que salvarlo todo como si fuera un barco." No
ha abandonado el espíritu marinero de sus andanzas por el mundo sin
papeles, sin nombre fijo, sin pasaportes y sin querer nunca una
nacionalidad o un país definidos.
Traven se dirige siempre a su esposa diciéndole, en español, "mi
vida", Y ella lo hace invariablemente en inglés: "darling".
Cuando hicieron a Traven caballero de una especie de orden de Mark Twain,
dijo en broma a la señora: "Ahora, mi vida, ya eres
lady."
El escritor se levanta tarde, pues escribe hasta altas horas de la
noche, hábito que sostiene lo mismo en la casa de la ciudad que en la de
campo. Emprende un libro y comienza otro sin haber concluido el anterior.
Escribe a máquina en idioma alemán o en inglés, y ocasionalmente también
en español. Cuando escribe originalmente en alemán él mismo vierte el
texto al inglés, a fin de que lo traduzca al español Rosa Elena Luján, que
antes de esposa fue su secretaria, y ahora también su traductora y
representante acreditada.
He aquí a TravenTraven
Torsvan entra despacio, esta tarde otoñal de 1966, a la salita-biblioteca
de la planta baja, precedido del rumor alegre de Tabasco y
de Gigi. En este momento examino el original de la carta
enviada a la señora Luján por Hill & Wang Incorporated, de Nueva York,
firmada por Vasiliki Sarant, en la cual dice que manda a ella y a Mr.
Traven las crónicas de la prensa norteamericana sobre el libro
El visitante nocturno y otras historias, que ha sido
publicado en los Estados Unidos. Una vanguardia en la aceptación
norteamericana de Traven como novelista, pudiéramos decir, "sudamericano".
Aquel hombre a quien otras tardes de mi visita a la casa no había podido
ver, me es presentado. Toma asiento.
Tiene setenta y seis años (ahora setenta y ocho). De mediana
estatura. Las entradas de las sienes le han comido profundamente el
cabello entre rubio y cano. Se mueve con lentitud. Sus ojos cansados de
escribir son auxiliados por lentes de aumento. Sobre el oído derecho tiene
la conexión de un aparato para la sordera. Hay que hablarle lentamente.
Parece increíble que este hombre, ahora ya golpeado por su intensa vida,
conserve vigor y capacidad para continuar escribiendo. También él habla
lentamente, con voz y pronunciación duras, sin ligar prosódicamente mucho
las palabras a las frases, y con una "erre" que denota el origen
extranjero; que su lengua -o lenguas- materna fue otra muy distinta a la
española que emplea en nuestra conversación.
Es, en verdad, un momento difícil. Ante Traven ni fotografías ni
entrevistas. Yo estaba prevenido. Sin embargo, tengo la pluma y el
cuaderno de notas en la mano. Estoy pendiente de la indicación que pueda
hacer a mis imprescindibles útiles de trabajo. ¿Los escondo? Siento un
gran alivio cuando me doy cuenta de que para Traven es notorio que estoy
anotando y no se opone. Adquiero una gran confianza ante Traven. No
disimulo. Él sabe bien quién soy yo y de dónde vengo. Yo sé que raras
veces rectifica nada de lo que se publica sobre él, cierto o mentira,
serio o superchería. Éste es B. Traven, el único B. Traven. Ante el
"hombre del misterio" es natural que se me ocurra preguntarle:
- ¿Por qué, señor Traven, hay tanto misterio en torno suyo?
Traven no se molesta, sino que responde ampliando la confianza que
ya me ha concedido: - No hay ningún misterio sobre Traven.
Docenas de periodistas alemanes han hecho su carrera del "hombre del
misterio", del misterio de Traven. Ellos han ideado el misterio y en esa
idea se han mantenido para hacer su carrera periodística. -
¿Entonces, señor Traven (y temo que en algún momento pudiera decir: "Yo no
soy Traven. Yo soy Hal Croves"), hay tanto misterio en torno suyo?
- Jamás contribuiré a aumentar ni a deshacer el misterio. Lo
importante del escritor son sus libros, no su vida.
Y me hace reparar, a fin de que lo tenga en cuenta, en esta parte de
la Declaración de Independencia de la Publicidad Personal, documento de
1926, que Traven actualiza al enviarlo este año (1966) a sus editores
norteamericanos:
"Sencillamente no entiendo porque se ha de crear tanto alboroto en
torno a un escritor, por qué la gente quiere saber a qué hora se levanta,
qué desayuna, si bebe, fuma, come carne, si juega al golf o al póker, si
es casado o soltero. Mi trabajo es importante: yo en sí no lo soy;
solamente soy un trabajador común y corriente. El Dios de la Naturaleza me
concedió el don de escribir libros, así que es mi obligación escribir
libros en vez de hornear pan. De hecho, yo no soy más importante que el
tipógrafo de mis libros, que el obrero que labora en la fábrica donde se
produce el papel para mis libros; no soy más importante que el
encuadernador de mis libros o que la mujer que los empaqueta o la que
friega los pisos de la oficina donde se manejan mis libros. Sin su ayuda y
buena voluntad no habría libros para los lectores, no importa lo bien que
pudiera escribirlos. Sin embargo, jamás he oído que el lector de un buen
libro le haya pedido un autógrafo al tipógrafo, al impresor, al
encuadernador."
Todavía no estoy seguro si esto quedará en una conversación o podrá
transformarse en una entrevista periodística, porque sé que Traven ha
abierto la puerta -de su casa y de su "prohibido" cuarto para descender
hasta esta salita llena de libros suyos- a quien llega como un amigo y no
a un periodista. Pero me sigue hablando y yo anoto. Cuando quiero saber si
él se siente satisfecho de su larga obra, de su trabajo, afirma:
- Contento y satisfecho no lo estoy porque quiero hacer más. Quiero
escribir y vivir constantemente. Y luego añade como
refiriéndose a otra persona: - Los críticos dicen que Traven
siempre defiende el punto de vista mexicano... Yo busco más
palabras suyas: - Es verdad. ¿Solo en los libros? -
Y en la vida también - me responde con una decisión que afecta claramente
a su vida, a la vida de quien habla-. Ésa es una de las razones por las
cuales no me publican algunos libros en los Estados Unidos. Posiblemente
porque tomé demasiado el punto de vista mexicano. Ya ve usted, al revés de
lo que se hace en los Estados Unidos, donde el villano es siempre un
mexicano, en mi novela Rosa Blanca el villano es un
gringo.
(Rosa Blanca, que se basa en la defensa de las
tierras naturales de los indios tocadas por la "maldición" del petróleo y
el empeño de las compañías norteamericanas por apoderarse de ellas -y en
la explotación de los trabajadores mexicanos por esas empresas-, ha sido
realizada en cine. Pero está "enlatada" porque aún no ha recibido el
permiso para su exhibición "comercial")
Traven pasa a hablar de mis artículos y reportajes. Por aquellos
días habíase publicado una entrevista que hice al antropólogo
norteamericano Oscar Lewis, autor de los discutidos libros
Antropología de la pobreza y Los hijos de Sánchez. La
descarnada presentación del trabajo de Lewis, quien recogió en una
grabadora el habla y los sentimientos de los habitantes de las promiscuas
casas de vecindad de los barrios pobres de la capital, dio origen a
fuertes críticas y diatribas al autor y a una polémica pública entre
escritores, sociólogos y periodistas sobre la razón o sinrazón de Lewis.
La miseria humana de las gentes que pertenecen a esas capas pobres, pero
no en la selva de la gran urbe sino en la selva natural, es también el
tema de Traven. Por aquellos días había sido asimismo discutida la
participación del actor norteamericano Frank Sinatra en una película que,
según algunos, contagiados de la hipersensibilidad nacional en un país que
ha sido explotado secularmente, "denigra" a México. Partiendo del
comentario que hizo a mi entrevista con Lewis, Traven aborda esta
cuestión:
- Nadie puede denigrar a México, diga lo que diga, ni Frank Sinatra,
ni el presidente de los Estados Unidos. Y menos querría hacerlo un hombre
como Oscar Lewis. Esa es una calumnia. Lewis no es un novelista sino un
antropólogo. No tenía la intención de denigrar a México. Sólo escribió la
vida de la familia Sánchez, lo que vio.
En la reiteración por este tema se observa una implícita
autodefensa. También los libros de B. Traven, desprovistos de
revestimientos artificiales y del propósito de "quedar bien" con el país
que le proporcionó tan extraordinario material para escribir, le dio
asiento a su trashumancia internacional, e incluso nacionalidad, han
podido ser vistos por la mente estrecha de alguien, corto de luces más que
hipersensible, como "denigrantes" para México. Porque cuentan una realidad
dura, de explotación desenfrenada, cruel, primitiva, que a veces comenten
extranjeros y a veces nacionales, en ocasiones estos como amos o como
capataces de aquéllos. Es decir, porque no descubre a un México
unilateral, sino multilateral, no solo dulce y de canciones, sino como es;
y al "tomar partido" por México lo hace por una parte, la mayoritaria, con
disgusto probable de otra, la minoría. B. Traven se deja llevar por una
tendencia humanística que resulta difícil clasificar dentro de las
definiciones tradicionales: ¿Anarquista? ¿Comunista? ¿Socialista? ¿Una
especie de cristiano antiteológico? Quizá un poco de todo eso, que le
lleva a mencionar indistintamente a mencionar al "Dios de la Naturaleza" o
al proletariado.
Era actual asimismo, en los días de nuestra entrevista, la noticia
de que unos jesuitas norteamericanos acudían en ayuda de la proverbial y
difícil situación de los indios tarahumaras, en el Estado de Chihuahua, al
norte de la República. Parecía ofensivo para el estilo y la condición
mexicanos que a un núcleo de sus hijos indigentes hubieran de aliviarlos
desde afuera. Y los furgones donde venía esa ayuda fueron retenidos en la
frontera.
- Ahora -dice espontáneamente Traven, para seguir con algo que se ve
le preocupa- hay un buen tema con los tarahumaras. Quienes quieran
denigrar a México pueden decir que este país no tiene comida para los
indios. No son verdaderas muchas de las cosas que se dicen en los Estados
Unidos sobre México. El país trata de hacer siempre algo por los
campesinos y los indios, por cambiar una situación en sus
problemas...
Traven se ha puesto de pie. Va a dirigirse hacia su alta habitación
de trabajo. Pero antes de salir me hace otra declaración: - Hay
que querer a México como es, con sus virtudes y sus defectos. Yo quiero a
México. Por eso, como autor, siento como un mexicano y escribo las cosas
tal y como son. Por eso tomo siempre el punto de vista mexicano. ¿Cuál
otro voy a tomar si siento a México? Así es Traven.
De nuevo ha usado la tercera persona para referirse a Traven, pero
añadida a una inequívoca primera persona: "Yo quiero... Como autor (yo)
siento... y escribo... Por eso (yo) tomo siempre el punto..."
Y el hombre cuyos libros vuelan de las librerías del mundo se
retira. Le he conocido cuando su último libro Aslan
Norval, cuenta una historia que transcurre en los Estados
Unidos. A Traven ya lo leen en todas partes, en todas las lenguas. Hay
países que se atribuyen la maternidad del escritor. Pero hoy está
convertido sin discusión en un escritor de México, aunque originalmente
redacte sus obras en alemán o en inglés. Es éste el escritor de quien
Manuel Pedro González, crítico y escritor cubano, ha dicho en su
Trayectoria de la novela en México: "... el día en que los
indios puedan leer sus novelas, lo considerarán como a uno de sus manes
más dilectos, y de seguro le levantarán estatuas para honrarle y
tributarle su gratitud". El mismo hombre que una vez más, rehuyendo toda
publicidad aceptada -salvo esta que tan sorprendentemente ha nacido con su
voluntad en mi entrevista-, se recluye, cuando la noche se acerca, en su
cuarto de trabajo, cerrado a todo extraño. Sí, quizá un día, cuando los
indios de este país, que tiene aún 27% de analfabetos -porcentaje
compuesto principalmente por los indios que siguen hablando, en gran
parte, sus dialectos respectivos en condición monolingüe-, puedan leerlo
como el resto de los mexicanos y otros de habla española, lo mismo que
muchos ávidos lectores del mundo; quizá ese día, digo, los indios se
conocerán mejor a sí mismos.
"Quién no soy"
En su Declaración de Independencia de la Publicidad Personal, Traven
escribió con intención de renovada vigencia:
"Me gustaría aclarar que mi nombre no es Bruno, desde luego que no;
tampoco es Ben o Benno. Estos nombres, así como las innumerables
nacionalidades que me han dado, entre ellas la alemana, son invenciones de
críticos que quieren aparecer como muy ingeniosos y bien informados.
Varias veces he afirmado en publicaciones europeas que no soy de raza
alemana. Los editores de las ediciones alemanas de mis libros supieron
desde el primer día de nuestras relaciones comerciales, que soy nacido en
los Estados Unidos."
¿Por qué entonces tantas suposiciones, contradicciones en su
personalidad, apropiaciones de origen y misterios? ¿De dónde vino, cómo y
cuándo a México? ¿Por qué frecuentemente se le llama Bruno? Traven tiene
mucha razón cuando afirma: "Mi vida personal no decepcionaría a los
lectores." Y también cuando añade en frase completa con lo ya transcrito:
"... pero es asunto mío y así la quiero conservar". Es su derecho. Mas
resulta imposible en nuestro mundo, e incluso en nuestro interés por la
obra de creación, respetar absolutamente ese principio. El autor
transciende con la obra aunque no lo quiera ni se lo proponga. La vida de
este autor, en efecto, no decepcionaría a nadie. Él puede no colaborar, no
colabora -es también su principio- en el conocimiento y difusión de su
vida, tras la mampara de participaciones probables en hechos históricos de
significación internacional y de la atenazante presencia de las selvas
vegetales y humanas de México. Pero si nos gustan sus novelas, ¿cómo no ha
de gustarnos construir o reconstruir entre las realidades y la ficción que
forman todo continente novelístico, esa vida, la de B. Traven, que no
decepciona a nadie?
El atribuido origen alemán de B. Traven se relaciona con la
revolución confusamente socialista de Baviera, 1918-1919. Incluso con la
asombrosa afirmación de que es hijo del káiser Guillermo II. La
participación de Traven en aquella historia se identifica con la innegable
que en ella tuvo un escritor, actor y editor llamado Ret Marut. Creo que
los elementos que funden a B. Traven con Ret Marut son suficientes para
que nazca la extendida creencia de que se trata de la misma persona, pero
eso no abona, de manera absoluta, el nacimiento alemán de
Traven-Marut-Croves-Torsvan. Empero, esta es la parte más complicada, y
por eso más intrigante y atractiva, de la historia que no decepcionará a
nadie.
Comencemos por Bruno. Bruno se llamó el fundador de un club del
libro en Alemania, Bruno Dressler, que organizó la Büchergilde Gutenberg,
asociación no lucrativa que hacía posible la lectura de los libros por los
obreros alemanes. En 1926, la Büchergilde Gutenberg, de Alemania, editó
El barco de los muertos, en sus primeros noventa y un
mil ejemplares, y Bruno Dressler dio a esta obre de Traven una amplia
difusión entre los trabajadores. Quizá debido al primer nombre de Dressler
se creó una confusión original, que ha continuado hasta ahora, a pesar de
las numerosas aclaraciones hechas.
No hay país en el mundo más interesado en la historia de B. Traven
que Alemania: las dos Alemanias, la República Federal Alemana y la
República Democrática Alemana. Y cuando se ahonda en la asociación
Marut-Traven, esto se explica. No obstante, Traven niega siempre su
atribuido origen alemán, no quiere hablar de esa probabilidad, aunque no
desmiente directamente el análisis de hechos que inducen a la conclusión
de que se trata de una misma persona. Dos biografías de Traven: una
editada en Zurich, escrita por Max Schmit, y otra en Leipzig, por Rolf
Recknagel, que se basan en hechos que demostrarían el origen alemán de
Traven y su inseparable consustanciabilidad biológica de Ret Marut, no son
aceptadas por el escritor Traven Torsvan como verídicas. Pero cerrar ojos
y oídos a cuanto ahí se cuenta sería tanto como negar que la vida real de
B. Traven es algo que no decepcionaría a los lectores.
En Alemania se afirma que Traven es Marut, y que Traven-Marut es
hijo de Guillermo II... o quizá de un Duque de Baviera. La revista
Stern, en el reportaje de Heidemann, consigna que la señora
Rosa Elena Luján lo afirmó así en México. Ella ha negado ante mí que
hiciera tal afirmación o alguna semejante. Frente a estas versiones,
Traven Torsvan afirma que es hijo de gentes pobres, de pescadores, y lo
tiene a orgullo, pues no cambia ese aceptado origen social por el más
aristocrático de los linajes. Mas su preocupación innata por Alemania se
descubre incluso en su vehemente deseo de no saber nada ni de prestar
atención a nada que venga de ese país. Si no hubiera entre él y Alemania
una involuntaria relación, ¿por qué habría de adoptar esa actitud? Los
hechos de la Revolución de Baviera y la sombría aparición del nazismo en
Alemania influyen, seguramente, en su posición de "borrón y cuenta nueva"
que se desprende de una posición semejante. La importancia literaria de B.
Traven y la de su persona aumentan en Alemania. Sus libros ya producían
valiosos derechos de autor al llegar Hitler al poder. Traven mismo había
dicho que mientras mandara Hitler en Alemania no se publicarían sus libros
en ese país. Los nazis le impusieron, me ha contado el propio Traven
Torsvan, una multa de cinco mil marcos diarios, que se pagaba con las
regalías de sus libros: con todas las habidas ya, las que se producían en
esos momentos y las que en el futuro se produjeran. En mi entrevista,
Traven Torsvan recordó su no disminuido odio al nazismo y su solidaridad
con las causas antifascistas.
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