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Correo del Maestro Núm. 97, junio 2004

Horacio Quiroga

Daniel Nicolás Rodríguez León

 

¿Es capaz de oír una historia escabrosa?

Horacio Quiroga, El ocaso.

En la obra del escritor uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937) podemos encontrar innumerables pasajes autobiográficos que nos permiten vislumbrar el carácter y la personalidad de una figura tan importante para la literatura latinoamericana. La enorme facilidad con que las anécdotas históricas pasan al plano de lo argumental en los relatos de este escritor es francamente sorprendente. La literatura de Quiroga se asemeja a su vida y su vida se asemeja a su literatura. No es de extrañar que los textos que hablan de él analicen simultáneamente los dos aspectos: vida y obra se entrelazan para formar un único tejido de riquísimos matices, texturas y tonalidades que encienden el ánimo de los cautivos lectores que se aproximan a su influjo.

La vida de Horacio Quiroga fue un constante blanco para las desdichas y tragedias familiares, lo que lo motivó sin duda a buscar refugio en lugares aislados de la sociedad. Su carácter, de por sí melancólico y pensativo, hacía de él un joven solitario y sumergido en abstracciones filosóficas. Su apego inicial por la literatura modernista no fue más que una consecuencia lógica de un alma sensible como la suya que encontró en la tónica del momento una fuente en la cual abrevar. Cada nuevo acontecimiento trágico se sumó a la larga lista de episodios dolorosos que constituyeron su paso por este mundo, forjando un carácter más bien agreste y pesimista. De hecho, su vida parecería a simple vista un cuento ideado por él mismo, con la acumulación impía de accidentes, infortunios, suicidios y giros macabros del destino. Pero expliquémonos.

Horacio Silvestre Quiroga Corteza nació en Salto, Uruguay, el 31 de diciembre de 1878.1 No conoció a su padre, Prudencio Quiroga, puesto que éste murió al disparársele accidentalmente su escopeta al descender de una lancha, cuando Horacio Quiroga era apenas un bebé. Se dice que su madre, Juana Petrona Corteza, que presenció la escena, dejó caer al futuro escritor por el impacto de la visión mortal.2

Por ser el hijo menor, su infancia se desarrolló bajo el afecto indivisible de su madre, pero fue un niño nervioso, padecía de asma y de una tartamudez que intentó disimular detrás de una dicción abrupta y lacónica. Doce años después de la muerte de su padre, su madre (mejor conocida como Pastora) contrajo nupcias con Ascensio Barcos, pero este matrimonio tampoco estaba destinado a tener éxito, ya que, después de cinco años, una hemorragia cerebral dejó paralítico y afásico al padrastro de Horacio. No obstante dicha restricción, poco tiempo después, el señor Barcos utilizó el limitado movimiento de que aún disponía en una de sus piernas para arrastrarse hasta donde guardaba una escopeta, poner el caño en el mentón y accionar el gatillo con el pie. Horacio Quiroga, de diecisiete años de edad, quien se había esmerado en los cuidados de este hombre al que había cobrado grande afecto, fue el primero que acudió al oír el disparo y encontró a su padrastro destrozado y muerto.

Sin duda, este episodio marcó el carácter del salteño. En el cuento Para noche de insomnio, escrito tres años más tarde, "revela sobre todo el horror del espectáculo concreto de la muerte, la experiencia física de lo macabro, la angustia algo histérica que le provoca la sangre derramada, una culpa honda e irracional".3 Rodríguez Monegal cita también una página titulada Sombras, que se conserva en el cuaderno de composiciones juveniles de Horacio:

¡Qué triste es el pesimismo! Yo me enternezco cuando oigo a mi amigo hablar de su porvenir, de la gloria, de las aspiraciones de un alma juvenil y creo que palidezco, porque pienso que también podría ser como él, lleno de fe y alegre, ¡sobre todo alegre! ¡Qué hermoso sería...! Pero no puedo. La tendencia fatal de nuestro siglo me arrastra sin procurar apartarme de la corriente. Siento una especie de placer en mis sufrimientos, en mis tristezas, y aún desearía padecermás, para encontrar en el fondo de mi escepticismo una realidad que se destaque poderosa, con el tinte del dolor que nos sofoca, del gran dolor eterno.4

La "tendencia fatal de nuestro siglo" a que se refiere es, sin duda alguna, la conformada por los autores que leía entonces, es decir, Dickens, Balzac, Zola, Maupassant, Heine, Bécquer, Hugo, Poe, Darío y Baudelaire. A pesar de ese sentimiento de melancolía, tristeza y pesimismo, algunas amistades lo convirtieron en un ser bastante sociable. Por esa época, nos aclara Rodríguez Monegal, aprendió a tocar la guitarra, se entusiasmó con la ópera italiana y practicó la esgrima y el ciclismo con singular dedicación y esfuerzo.

Desde que en 1896 descubrió la Oda a la desnudez, su autor, Leopoldo Lugones, le sirvió de modelo e incentivo, además de que se convirtió en una figura paterna para él. Al año siguiente, sus prosas poéticas comenzaron a aparecer en los diarios locales y luego en el semanario Gil Blas. Poco tiempo después, Horacio Quiroga fundó y editó la Revista del Salto del 11 de septiembre de 1899 al 4 de febrero de 1900. A lo largo de sus veinte números se cuentan más de 30 colaboraciones de Quiroga, entre ellas poemas, prosa poética, páginas narrativas, crítica teatral y literaria, y artículos ensayísticos sobre diversos temas. Fue la primera publicación decadentista y modernista de Uruguay. Lo acompañaron en la empresa José Ma. Delgado, Alberto J. Brignole, José Ma. Fernández Saldaña y Federico Ferrando.

En ese mismo año ganó un segundo premio en el Concurso de Cuentos de La Alborada, y luego hizo un viaje a París con gran ilusión, pero su aventura en el viejo continente resultó un fracaso, ya que le fue imposible adaptarse al tipo de vida de los poetas en la ciudad luz, que le pareció superfluo y falso. Cabe destacar que llegó a Francia con todo el tipo externo de Dandy, pero la euforia inicial derivó en desencanto y, finalmente, después de verse envuelto en penurias económicas, tuvo que recurrir a la embajada de su país para que le costeara un boleto de segunda clase para regresar a América.

A su vuelta de París, en 1901, fundó con sus amigos el primer cenáculo modernista de Uruguay: el Consistorio del Gay Saber. Sus textos de iniciación literaria muestran claramente los ecos de la literatura de Rubén Darío y Leopoldo Lugones. Luego vino la influencia de Edgar Allan Poe y en ella encontró un elemento que sería esencial y constante en sus cuentos: la locura, presente desde los primeros relatos (El crimen del otro) hasta los últimos (El conductor del rápido).

Recogió sus versos, sus poemas en prosa y sus primeros cuentos en Los arrecifes de coral (1901). Dedicado a Leopoldo Lugones, el libro consta de 18 poemas, 30 páginas de prosa lírica y 4 cuentos. El contenido altamente erótico y la mujer semidesnuda de la portada fueron muy mal recibidos por la sociedad y por la crítica montevideana. Los personajes de Los arrecifes de coral muestran neurosis y visos homosexuales, típicamente decadentistas.

Un mismo motivo (la niña que se muere por excesos sexuales secretos) obtiene elaboradas versiones. Otras veces se insinúa el animalismo que reaparecerá en cuentos posteriores. Asoma la prestigiosa contaminación del amor con la muerte y hay atisbos de necrofilia o de locura. También hay fantasmas en la mejor tradición de Poe. Excesos sexuales, flagelación, incipiente necrofilia, demencia, parecen atestiguar una fuerte inclinación morbosa. Hay mucha literatura de segunda mano en estos temas pero hay también la expresión algo obsesiva de un mundo interior torturado e intenso. Por medio de estas perversidades literarias, Quiroga exorciza sus fantasmas.5

 

Horacio Quiroga en el Consistorio del Gay Saber, Montevideo, octubre de 1900.
Horacio Quiroga, Obras, Losada, Buenos Aires, 1998.

El libro atacó sin disimulos y hasta con saña las buenas costumbres y las formalidades y ritos burgueses. La reacción de la crítica fue muy violenta, y Quiroga solamente recibió elogios de su amigo Federico Ferrando y de Raúl Montero Bustamante, mientras que los juicios de Washington Bermúdez Vinagrillo y de Herrera y Reissig fueron lapidarios.

En el curso de 1901 Quiroga perdió a dos de sus hermanos; Pastora y Juan Prudencio, víctimas de una tifoidea. En ese preciso periodo tuvo lugar otro suceso en extremo desafortunado que cambiaría la vida del autor. En Montevideo, a principios de 1902, Guzmán Papini y Zás publicó una Silueta en la que vinculaba a Federico Ferrando con un ladrón, de lo que nació un desafío. Horacio Quiroga, con no más de veinticinco años, llegó de Salto el 5 de marzo de 1902 para ayudar a su amigo enseñándole el uso del arma de fuego. Héctor Ferrando, hermano de Federico, había comprado por encargo de éste una pistola de dos caños. Quiroga tomó el artefacto con la finalidad de explicar el mecanismo a Federico Ferrando, pues entendía algo de armas de fuego, pero en el momento en que quiso detener el gatillo, éste se accionó escapándose una bala que entró por la boca de su mejor amigo, fue a alojarse directamente en el cerebro y lo mató en cuestión de minutos.

Este accidente se sumaba así a la ya triste historia del joven autor. Después de esto, Quiroga tuvo que irse a Buenos Aires para alejarse de tan amargo trago. Ahí se refugió en casa de su hermana María y, pasado un tiempo, se inició como pedagogo. Posteriormente empezó a publicar en revistas porteñas.

En 1903, el Ministerio de Instrucción Pública encargó a Leopoldo Lugones una expedición de estudio a las ruinas jesuíticas de San Ignacio. Lugones invitó a Quiroga en calidad de fotógrafo. Jorge Laforgue dice que Quiroga llegó a Misiones "como señorito distinguido que se apresta a veranear en lujosos hoteles balnearios"6, y que toda su conducta durante la expedición fue "una sola serie de caprichos, extravíos y protestas"7, pero el clima y la naturaleza que lo rodeaban fueron cambiando su aspecto y su modo de pensar. De esta experiencia nació su artículo El sentimiento de la catarata, en el que Quiroga describe la furiosa caída del agua en términos que prefiguran sus mejores cuentos de monte:

En el fondo de la hoya, ahora, todo era un infierno de lluvia, bramidos y viento huracanado. El estruendo del agua, apenas sensible en el plano superior, adquiría allí una intensidad fragorosa que sacudía los cuerpos y hacía entrechocar los dientes. Las rachas de viento y agua despedidas por los saltose retorcían al encontrarse en remolinos que azotaban como látigos (...) Un paisaje de la era primaria, rugiente de agua, huracán y fuerzas desencadenadas era lo que la gran catarata ocultaba al apacible turista del plano superior. Y no estábamos sino al pie de los pequeños saltos.8

El crimen del otro (1904) continuó la tónica de su anterior libro al poner en escena incestos, relaciones sadomasoquistas e insinuaciones de pedofilia y zoofilia. Este segundo libro de Horacio Quiroga recogió seis relatos que ya habían aparecido en revistas, entre 1902 y 1903, y otros seis escritos especialmente para completar la colección.

En El crimen del otro encontramos temáticas muy fuertes para la sociedad de aquella época, aunque para un lector de hoy podrían parecer un tanto ingenuas. La pedofilia es clara en Rea Silvia y en Corto poema de María Angélica. Idilio y El 2° y el 8° número retratan relaciones sádicas. En La justa proporción de las cosas, El crimen del otro y en Los perseguidos explora un tema que lo acompañará hasta sus últimos escritos: la locura. El proceso de evolución de diversas clases de psicopatologías fascinó a Quiroga y se repite a lo largo de toda su obra, quizás porque "la locura, cuando se le estrujan los dedos, hace piruetas increíbles que dan vértigos, y es fuerte como el amor y la muerte".9

En ese año, animado por la aventura en la selva, Quiroga compró un terreno en el Chaco, a donde se fue a vivir unos meses. Quiso sembrar algodón y hacer negocio con él, pero fracasó porque no fue capaz de explotar a los indios que trabajaban para él, costumbre arraigada en los patrones de la zona. La estancia en el Chaco le hizo despojarse de los aspectos más postizos y exteriores del modernismo, además de que le recordó indudablemente su natal Salto, lugar que permitía a sus habitantes un contacto diario con la naturaleza. Sus cuentos comenzarían a reflejar más a menudo el ámbito selvático.

A partir de 1905 empezó a publicar en Caras y Caretas, importante semanario argentino. Allí aprendió la eficacia del estilo conciso, el valor de cada palabra, la estrategia de los adjetivos, el impacto de toda imagen concreta, pues sólo disponía de una página para sus colaboraciones. Después colocó también su producción en El Hogar, Atlántida, Nosotros, Papel y Tinta, publicaciones periódicas rioplatenses.

Tapa de la novela Historia de un amor turbio.
Horacio Quiroga, Obras, Losada, Buenos Aires, 1998
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Algunos críticos ven en la siguiente etapa de Quiroga una mayor influencia de Dostoievski, mientras que Poe ha quedado un poco relegado. Esta influencia del escritor ruso se reflejó también en su vida familiar cuando, años más tarde, Horacio Quiroga llamó 'Eglé' a su primera hija, nombre de la protagonista de Les possédés del novelista ruso. De él seguramente le atrajo su gusto por penetrar en la mente humana, y llegó a afirmar refiriéndose a Dostoievski que era "el hombre que ha visto con más profundidad los subsuelos del alma".10 En este sentido, la producción novelística del escritor salteño, que inicia en 1908 con Historia de un amor turbio, se distinguirá del resto de su obra, pues en ella trata el tema del amor, pero muy a su manera. Si bien es cierto que esta novela es débil en ciertos aspectos, por otra parte es iluminadora y fascinante por sus implicaciones extraliterarias, pues es hasta cierto punto un retrato del Quiroga más íntimo y fatal.

En 1910, el escritor compró un terreno y se instaló con su esposa, Ana María Cires (una de sus alumnas de la Escuela Normal, quince años menor que él), en San Ignacio, provincia de Misiones, lugar que pronto empezó a dominar su narrativa.

San Ignacio no es la selva misma sino uno de sus umbrales. Un paso fuera del pueblo y ya se está en pleno monte, tupido, inhóspito, dócil sólo al machete. (...) Ahora que tiene a su compañera, se arroja a la aventura: la conquista de su verdadero habitat. El viaje por el río es un viaje de retorno en el tiempo. Quiroga asciende décadas, siglos, eras. Quiere probarse definitivamente. Medirse con la única vara que no ha cambiado desde que la vida emergió oscura del seno del mar; medirse con una naturaleza que no premia ni perdona, la naturaleza que él necesita pero que será (como para Vigny) madre implacable.11
Horacio Quiroga (1878-1937).
Horacio Quiroga, Obras, Losada, Buenos Aires, 1998.

Ahí levantó una casa con sus propias manos con incomparable tenacidad y los árboles y las flores del mundo que lo rodeaban se fueron colando de a poco en sus relatos. Desde ahí mandaba sus escritos a diversas revistas de Buenos Aires sin saber con precisión el tipo de recibimiento que obtenían. Esos relatos, nacidos de su experiencia personal en la selva descubrieron un campo inusitado para la literatura latinoamericana que con el tiempo, y gracias a su influjo, explorarían incontables autores. Los mensú y Una bofetada se sitúan cronológicamente en el nacimiento de la literatura americana de realismo social. El auge de la novela de la tierra y del hombre que lucha ardua y vigorosamente contra ella, fatalizado por la geografía y aplastado por el medio y por la explotación colonial de los herederos de España, como Raza de bronce (1919) del boliviano Alcides Arguedas, La Vorágine (1924) del colombiano José Eustasio Rivera, Don Segundo Sombra (1926) del argentino Ricardo Güiraldes y Doña Bárbara (1929) del venezolano Rómulo Gallegos, debe sin duda mucho a la empresa expedicionaria del uruguayo.

En 1911 nació Eglé. Quiroga (en un rapto de locura, pues no se puede entender de otra manera) obligó a su mujer a dar a luz en la choza, sin auxilio médico: "Él mismo oficia de partera".12 En 1912 nació su segundo hijo, Darío, en una clínica de Buenos Aires, pues Ana María se negó rotundamente a repetir la experiencia traumática del primer parto, y, con ayuda de su madre, logró que Quiroga cediera. Sin embargo, la relación de la pareja era cada vez peor y chocaban por la educación de los niños.13

Durante su estancia en Misiones, Quiroga se dedicó a múltiples actividades, entre ellas la fabricación del yateí (dulce de maní y miel) y de macetas especiales para el transplante de la yerba, la invención de un aparato para matar hormigas, la destilación de naranja, la fabricación de maíz quebrado, mosaicos de block y arena ferruginosa, la obtención de resina de incienso por destilación seca, la venta de carbón y de cáscaras abrillantadas de apepí,  la obtención de tintura de lapacho precipitada por la potasa, la extracción de caucho y la construcción de secadores y carriles. Todas esas labores fracasaron desde el punto de vista económico, pero Quiroga se sentía pleno en ese ambiente.

Sin embargo, la vida en la selva no era igual de gratificante para su esposa, y ésta, después de un sinfín de desencuentros y discusiones, el 6 de diciembre de 1915, cumplió sus constantes amenazas de suicidio ingiriendo sublimado, sustancia que la acarreó a una agonía de ocho días antes de acabar con su vida. Con el terrible suicidio de su mujer, la culpa que antes lo atormentó por la muerte accidental de su mejor amigo, volvió a caer implacablemente sobre su cabeza y reveló a Quiroga "la existencia de una fatalidad más penetrante que la inteligencia humana, más terrible que la vida misma".14 El escritor se encerró en sí mismo y no habló con nadie del asunto, pero sus personajes registraron el cruel advenimiento de la fatalidad, demanera que los mensú, los explotados o los aventureros que pueblan Misiones reciben igual que él la desgracia incontenible que se cierne sobre sus vidas más allá del pronóstico más pesimista.

Después del suicidio de Ana María, Quiroga regresó a Buenos Aires. Ahí, la aparición de Cuentos de amor de locura y de muerte (1917) comenzó una etapa de publicaciones que daría a nuestro autor el reconocimiento público en su país. En este libro se incluyeron algunos de sus cuentos más famosos hoy día, como La gallina degollada, El almohadón de pluma, A la deriva, El alambre de púa y La miel silvestre, textos que rápidamente cobraron notoriedad en el ámbito literario del Río de la Plata.15

El apoyo de hombres y animales frente a la hostilidad de la enfermedad, la muerte u otros animales, se destaca en Cuentos de la selva (1918), intento pionero en América Latina de literatura infantil, que acrecentó su fama y lo convirtió en una destacadísima figura en Uruguay y Argentina. Desde entonces, los cuentos La abeja haragana, La gama ciega, La tortuga gigante y Las medias de los flamencos aparecen frecuentemente en antologías y libros de texto.

El salvaje (1920) contiene cuentos de monte en los que la dureza del ámbito selvático desafía a los humanos que se internan en él. Tal es el caso de Los cazadores de ratas, Los inmigrantes, La voluntad y El salvaje. Este último descubre la milenaria fragilidad del ser humano y su vulnerabilidad ante los elementos de la naturaleza.16 La segunda parte del libro trata temas relacionados con la locura, la fantasía, el amor y el cine, arte al que dedicó numerosos artículos críticos.

En ese mismo año escribió la obra de teatro Las sacrificadas, que no es otra cosa que la dramatización de su cuento Una estación de amor, y que se estrenó en el Teatro Apolo de Buenos Aires un año después.

Anaconda (1921) presenta temáticas variadas, y está dividido de forma similar a El salvaje. La primera parte está conformada por cuentos en los que la naturaleza se presenta como fuerza contraria a los deseos humanos. Anaconda es el ejemplo más claro, pues en él los animales del monte se unen para impedir el establecimiento de un laboratorio en pleno territorio selvático. Además, El simún, Gloria tropical, El yaciyateré, Los fabricantes de carbón, El monte negro y En la noche, comparten la misma raíz de enfrentamiento entre el hombre y la naturaleza. La segunda parte es de temática variada, al igual que en su volumen de 1920. Después de la aparición de este libro, indica Laforgue, "su prestigio cundió de tal modo que hubo de convertirse en jefe de un grupo, denominado por el mismo título de esta obra".17

El desierto (1924) se divide en tres partes. La primera toca temas de la selva; la segunda, de amor, cine y fantasía; y la tercera presenta cuentos que recuerdan su producción para niños. Sobresalen El desierto, Un peón, El síncope blanco y Juan Darién, historias que hasta la fecha es muy común encontrar en antologías de cuentos.

Emir Rodríguez Monegal divide en cuatro la vida creativa de Horacio Quiroga18 y da por descontado que el tercer periodo es el verdaderamente creador de su obra, el que va de 1918 a 1930. Para este crítico, Los desterrados (1926) es el mejor y más homogéneo libro de Quiroga. Estos relatos, dice, "consisten en profundas inmersiones en la realidad humana, hechas por un hombre que ha aprendido al fin a liberar en sí mismo lo trágico, hasta lo horrible".19 Ya no vive en Misiones, pero su paso por esa tierra ha dejado grabados en él profundos sentimientos que sus cuentos revivirán con precisión.

La opinión de Rodríguez Monegal en cuanto a la preeminencia de este libro se debe a una razón muy sencilla, la uniformidad temática. Todos los relatos incluidos en Los desterrados son de tema misionero. El regreso de Anaconda, Los desterrados, Van-Houten, Tacuará Mansión, El hombre muerto, El techo de incienso, La cámara oscura y Los destiladores de naranja comparten un nivel artístico parejo y ninguno queda por debajo de los demás.

La publicación de sus libros en el periodo de 1917 a 1926 dio a Quiroga gran reconocimiento literario y cierta estabilidad económica, puesto que siempre tuvo dificultades para administrar bien su dinero y constantemente se lamentaba de no percibir lo suficiente mediante la labor de la escritura. Desafortunadamente, con la aparición de un grupo de escritores que buscaba transformar el campo cultural desde un discurso metafórico, experimental y renovador, la importancia de Quiroga empezó a decaer considerablemente y las miradas del público en general, ávidas de lo novedoso, se dirigieron hacia Oliverio Girondo, Leopoldo Marechal y Jorge Luis Borges. Esta nueva generación de escritores, por su tendencia a discriminar lo inmediatamente anterior, negó los méritos literarios de Quiroga, lo que repercutió en el ánimo de los lectores rioplatenses. A partir de entonces, la carrera literaria de Quiroga fue en una sola dirección, hacia abajo, pues nunca logró recuperar el sitio que había ocupado entre el público.

Después de esta fecha, Quiroga abandonó paulatinamente la creación y se concentró en artículos y notas en que volcó su experiencia literaria.20 También escribió un gran número de cartas, pues su gusto por el intercambio epistolar se incrementó al final de su vida y contó con tres asiduos corresponsales: Asdrúbal E. Delgado, Ezequiel Martínez Estrada y Julio E. Payró.

En 1927 Quiroga se casó con una amiga de su hija Eglé, llamada María Elena Bravo, de 20 años, es decir, veintinueve años menor que él, situación que con el tiempo desembocó lógicamente en disputas y fricciones. Al año siguiente nació de este matrimonio María Elena, a quien apodaron después Pitoca.

Página manuscrita de Horacio Quiroga

La novela Pasado amor (1929) fue el retorno de Quiroga al género, pero no tuvo éxito comercial. En esta obra describe al amor como emoción total y avasalladora, capaz de ahogar, por su ímpetu irrefrenable, a todos los otros intereses y emociones humanas.

Una larga ilusión vio finalmente la luz en 1931, cuando Quiroga publicó Suelo natal, libro de texto escrito conjuntamente con Leonardo Glusberg, y que había ideado desde mucho tiempo atrás.

En 1933 volvió a San Ignacio y se dedicó a labores manuales: piezas de cerámica de gusto precolombino, dibujos zoomórficos, alfombras rústicas, encuadernación de libros en arpillera, animales embalsamados. Releyó entonces a Axel Munthe, por el amor compartido a la naturaleza, y a los cuentistas norteamericanos Hemingway y Caldwell, por el estilo directo y la cruda verdad de sus relatos. Ese año Quiroga recibió otro fuerte golpe cuando su amigo Baltasar Brum, político uruguayo que le había brindado un importantísimo apoyo económico al conseguirle varios cargos públicos, se suicidó.

Más allá (1935) es el último libro que publicó Horacio Quiroga. En él predominan los cuentos fantásticos y de locura, pero también encontramos uno de sus mejores relatos de ámbito misionero, El hijo (basado en una anécdota del propio autor), en el que un hombre sufre la agonía de no ver regresar a su único hijo a la hora habitual, lo que lo lleva al límite de la desesperación, pues ciertos indicios le hacen pensar que ha muerto. 

Para este año, los problemas con su mujer se habían acrecentado y ella lo había abandonado. Luego, una rara enfermedad lo obligó a viajar a Buenos Aires, donde se sometió a diversos análisis por espacio de casi dos años. En ese entonces, seguro de haber escrito lo suficiente, vio la muerte con diferentes ojos, ya no con miedo o rechazo, y escribió en una carta que "el asunto capital es la certeza, la seguridad incontrastable de que hay un talismán para el mucho vivir o el mucho sufrir o la constante desesperanza. Y él es el infinitamente dulce descanso del sueño a que llamamos muerte".21

Él mismo se quitó la vida cuando se enteró de que padecía cáncer. El 18 de febrero de 1937, Horacio Quiroga salió del hospital en el que estaban tratando su enfermedad, visitó a dos o tres amistades y a su hija; en la farmacia compró cianuro y volvió al hospital en la noche. Al día siguiente fue encontrado muerto.22

Horacio Quiroga en su etapa de madurez.
Horacio Quiroga, Obras, Losada, Buenos Aires, 1998.

Horacio Quiroga fue muy prolífico y se estima que haya escrito alrededor de doscientos cuentos, muchos de los cuales nunca fueron recogidos en volumen, sino que aparecieron en revistas y periódicos y, por uno u otro motivo, quedaron fuera de las recopilaciones. Los cuentos Fantasía nerviosa, De caza, En el Yabebiry, La compasión, La vida intensa, El galpón, Los guantes de goma, Los pollitos, Paz, El cóndor, La yararacusú y El regreso a la selva desafortunadamente no son muy conocidos, pero están al parejo de sus mejores creaciones. También escribió dos novelas y seis novelas breves, además de innumerables artículos críticos sobre diversos asuntos. Entre esta enorme producción literaria encontramos las mismas tendencias de contenido y, aunque su valor literario es irregular, todos los textos ejemplifican el genio de un escritor que vivió en constante tensión interior y que buscó, mediante su obra, dar salida a sus obsesiones más hondamente arraigadas.

Notas

1 Antes que él habían nacido del mismo matrimonio Pastora (1870), María (1873) y Juan Prudencio Ladislao (1876).
2 Emir Rodríguez Monegal señala que otra versión sobre la muerte del padre de Quiroga apunta en dirección a que éste se suicidó porque sus negocios andaban mal.
3 Emir Rodríguez Monegal, El desterrado. Vida y obra de Horacio Quiroga, p. 22.
4 Citado por Emir Rodríguez Monegal, Idem, p. 24.
5 Emir Rodríguez Monegal, op. cit., p. 72.
6 Jorge Laforgue, introducción a Los desterrados y otros textos, p. 26.
7 Ibidem.
8 Citado por Emir Rodríguez Monegal, op. cit., p. 81.
9 Horacio Quiroga, Todos los cuentos, p. 876.
10Nota a Horacio Quiroga, Todos los cuentos, p. 883.
11 Emir Rodríguez Monegal, op. cit., p. 136.
12 Idem, p. 156.
13Quiroga era muy duro con ellos y los obligaba a hacer cosas absurdas. Por ejemplo, los llevaba hasta un precipicio y los sentaba al borde, indicándoles que no se movieran hasta que él volviera. Sólo después de varias horas iba por ellos.
14Emir Rodríguez Monegal, "Tensiones existenciales. Trayectoria", en Ángel Flores, Aproximaciones a Horacio Quiroga, p. 18.
15La mayoría habían sido publicados anteriormente en revistas y periódicos, pero su aglomeración en un mismo volumen obtuvo gran éxito comercial.
16Este cuento posee una sorprendente similitud con algunos textos del escritor estadounidense Jack London, específicamente la novela Antes de Adán y el cuento El poderío de los fuertes.
17Jorge Laforgue, op. cit., p. 43.
18Emir Rodríguez Monegal señala cuatro etapas en la obra de Quiroga :a) Iniciación. Hasta El crimen del otro (1904).b) Maduración. Hasta Cuentos de amor de locura y de muerte (1917).c) Plenitud. Hasta Los Desterrados (1926).d) Decadencia. Hasta Más allá (1935).
19Emir Rodríguez Monegal, 'Tensiones existenciales. Trayectoria', en Ángel Flores, Aproximaciones a Horacio Quiroga, p. 21.
20De esta época data su famoso 'Decálogo del perfecto cuentista', publicado en Babel en 1927.
21Citado por Emir Rodríguez Monegal, en Ángel Flores, op. cit., p. 24.
22Pero su fin no terminó con la cadena de muertes. Después habrían de suicidarse sus dos hijos del primer matrimonio, en apariencia destinados inexorablemente a ello. Y por último, dos amigos escritores, Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni, también se quitaron la vida tiempo después.

Bibliografía

BRATOSEVISH, Nicolás, El estilo de Horacio Quiroga en sus cuentos, Gredos, Madrid, 1973, 204 pp.
FLORES, Ángel, Aproximaciones a Horacio Quiroga, Monte Ávila, Caracas, 1976, 296 pp.
LAZO, Raimundo, Historia de la literatura hispanoamericana, Porrúa, México, 1965, 345 pp.
LONDON, Jack, Antes de Adán, Valdemar, Madrid, 2001, 211 pp.
ORGAMBIDE, Pedro G., Horacio Quiroga: El hombre y su obra, Stilcograf, Buenos Aires, 1954, 170 pp.
QUIROGA, Horacio, Cuentos, (edición de Leonor Fleming), REI, México, 1992, 364 pp.
---- Todos los cuentos, Crítica, Madrid, 1993, 1460 pp.
---- Cuentos, Editores Mexicanos Unidos, México, 1992.
RODRÍGUEZ, Antonio Hernán, El mundo ideal de Horacio Quiroga, Centro de investigación y promoción científico-cultural, Paradas, Argentina, 1975, 109 pp.
RODRÍGUEZ Monegal, Emir, El desterrado: Vida y obra de Horacio Quiroga, Losada, Buenos Aires, 1968, 303 pp.
Cartas inéditas y evocación de Quiroga
, Editorial César Tiempo, Biblioteca Nacional, Montevideo, 1970, 50 pp.

 

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