Harold Pinter
Red Pepper, mayo de 1996
Traducido para Rebelión por Manuel TalensDe manera que
Clinton
ha firmado la ley Helms/Burton porque Cuba «desprecia el Derecho
Internacional». Menuda broma. A lo largo de sus esfuerzos para mantener
la democracia en el mundo, Estados Unidos ha infringido el Derecho
Internacional más veces que yo he cenado caliente y lo ha hecho con
total impunidad.
Cuando en 1986 el
Tribunal Internacional de Justicia de La Haya declaró a Estados Unidos culpable de ocho cargos distintos de intervención flagrante en los asuntos de un estado soberano (
Nicaragua)
y le exigió que reparase todos los daños causados, su respuesta
consistió en mandar al tribunal a tomar por el culo, tras afirmar que
sus acciones estaban fuera de la competencia de cualquier tribunal
internacional.
También la pobre
ONU
condenó por mayoría aplastante tres años consecutivos (1993-5: 88-4,
101-2 y 117-3) el embargo comercial que Estados Unidos mantiene contra
Cuba, pero la parte condenada ignoró por completo a la vieja
institución. Quizá ésa sea la razón por la que los gobiernos británico,
canadiense y mexicano no han propuesto una moción al Consejo de
Seguridad para que condene esta nueva ley, que intenta impedir el
comercio libre entre Cuba y el resto del mundo en unos términos que
vulneran ostensiblemente la Carta de las Naciones Unidas y el mencionado
Derecho Internacional. Probablemente han calculado que sería más inútil
que cantar
"Annie Laurie" a pedos a través del ojo de una cerradura, tal como solíamos decir en los viejos tiempos
[2]. Sea como sea, resulta bastante simple: es un ejercicio de arrogancia que apesta.
Lo
más asombroso sobre Cuba es que haya sobrevivido. Al cabo de más de
treinta y cinco años de la violencia económica más despiadada, de
treinta y cinco años de hostilidad virulenta y sin tregua por parte de
Estados Unidos, Cuba sigue siendo un estado soberano independiente. Se
trata de una hazaña más que notable. No muchos estados lograron ser
independientes o «soberanos» durante mucho tiempo en el patio trasero de
Estados Unidos. Veamos tres breves citas del libro de
Duncan Green Silent Revolution ["Revolución silenciosa"]. He aquí la primera:
«10.000 delegados del Banco Mundial
se sentaron a cenar. El servicio de comidas estuvo a cargo del catering
Ridgewells a 200 dólares por persona. Los invitados empezaron con
pasteles de cangrejo, caviar, crème fraîche,
salmón ahumado y solomillo de ternera Wellington. El pescado era
langosta con maíz, seguido de un sorbete de limón. El plato principal
fue pato con salsa de lima y alcachofas rellenas de zanahorias tiernas.
Se ofreció una ensalada de palmito acompañada de soufflé
de queso a la salvia marinado en vino de Oporto. El postre fue un nabo
de chocolate alemán en salsa de frambuesa, bombón helado y café royal
flameado.» La lista de vinos no se menciona.
Veamos ahora la segunda cita:
«La
diminuta choza de adobe está atiborrada de envejecidas mujeres
bolivianas que visten mantones llenos de remiendos y desgastados
sombreros de fieltro, cuyas manos callosas golpean rocas en la
superficie a la búsqueda de restos de estaño. Los caminos entre las
chozas de los mineros están llenos de bolsas de plástico y excrementos
humanos, secos y ennegrecidos por el sol.»
Esto es lo que dice una mujer boliviana:
«Antes,
las mujeres se quedaban en casa porque los hombres tenían trabajo.
Ahora tenemos que trabajar. Muchos de nuestros hijos están abandonados.
Sus padres se han ido y no nos queda amor cuando volvemos tarde a casa
del trabajo. Les dejamos comida. Ellos juegan en las calles. Siempre hay
accidentes, pero no doctores. Me siento como una esclava en mi propio
país. Nos levantamos a las cuatro de la madrugada y a las once de la
noche todavía estamos trabajando. Vomité sangre varias semanas, pero no
me quedó más remedio que trabajar.»
Sin duda, después de la cena los delegados del Banco Mundial hablaron de la economía boliviana y ofrecieron sus recomendaciones.
Esta
monstruosa desigualdad es precisamente lo que inspiró la Revolución
cubana. La revolución trató de corregir esa grotesca polarización y su
objetivo consistió en asegurar que el pueblo cubano no tuviese que
soportar nunca más una degradación así.
Comprendió que el
reconocimiento y el respeto de la dignidad humana eran obligaciones
fundamentales de toda sociedad civilizada. Sus logros son notables. Ha
instaurado un servicio de salud que apenas tiene rival y ha establecido
un nivel extraordinario de alfabetización. Estados Unidos considera que
todo eso es una abominable subversión
marxista-
leninista
y, naturalmente, intenta destruirla. Ha fracasado. Y debe ser verdad
cuando uno dice que Cuba nunca habría podido sobrevivir si no poseyese
un núcleo formidable de orgullo, fe y solidaridad.
Veamos la
cuestión de los derechos humanos. Yo no creo en la relatividad de los
derechos humanos. No creo que las «condiciones locales» o una
disposición cultural específica puedan justificar la supresión del
desacuerdo o de la conciencia individual. Siempre he considerado que, en
Cuba, el duro tratamiento que reciben las voces disidentes se debe al
«estado de sitio» impuesto desde fuera. Y creo que hasta cierto punto es
verdad. Pero también los apologistas de las acciones israelíes han
hecho hincapié en el estado de sitio de la amenaza exterior.
Mordechai Vanunu
es una voz disidente israelí y fue condenado a dieciocho años de
confinamiento solitario tras revelar la capacidad nuclear de Israel.
Soy
un fideicomisario de los bienes de Vanunu y un defensor de su derecho a
hablar. Por lo tanto, también debo lógicamente defender, por ejemplo,
el derecho a hablar de
María Elena Cruz Varela. El socialismo debe ser un debate activo y participativo.
Sin
embargo, el arrugado ceño moralista de Estados Unidos es para partirse
de risa. «Deploramos etc., etc. las violaciones de los derechos humanos
en tal y cual país». En su propio país, un millón y medio de personas
están en la cárcel, tres mil se encuentran en el corredor de la muerte,
casi cincuenta millones viven bajo el nivel de pobreza, privados del
derecho al voto, hay una enorme subclase social de raza negra,
maltratada y condenada, treinta y ocho estados practican la pena de
muerte, la corrupción es pujante y activa en todos los niveles de la
jerarquía, la brutalidad por parte de la policía es sistemática,
profundamente racista, mortal. ¿Dónde estáis, derechos humanos?
Hoy
en día la propaganda afirma que el socialismo ha muerto. Pero si ser
socialista es ser una persona convencida de que las palabras bien común y
justicia social significan algo; si ser socialista es sentirse
ultrajado por el desprecio con que millones y millones de seres humanos
son tratados por quienes detentan el poder, por las «fuerzas del
mercado», por las instituciones financieras internacionales; si ser
socialista es ser una persona determinada a hacer lo que esté a su
alcance por aliviar esas vidas imperdonablemente degradadas, entonces el
socialismo no puede estar muerto, porque esas aspiraciones nunca
morirán.