Antes del prólogo de Memoria del corazón, antología poética de Leopoldo Panero (y de esta reseña), conviene leer su último poema, titulado "Epitafio": Ha muerto acribillado por los besos de sus hijos, absuelto por los ojos más dulcemente azules y con el corazón más tranquilo que otros días, el poeta Leopoldo Panero, que nació en la ciudad de Astorga y maduró su vida bajo el silencio de una encina. Que amó mucho, bebió mucho y ahora, vendados sus ojos, espera la resurrección de la carne aquí, bajo esta piedra. [p. 221]
Entonces
entenderemos mejor que todos los prologuistas, ensayistas, críticos y
lectores suyos no puedan dejar de preguntarse, atónitos, los motivos por
los que la presencia de Panero en los recuentos de la poesía española
del siglo XX resulta tan desvaída o desmayada o marginal o inexistente. A
la vista de poemas así de hermosos y estremecidos, no se lo explican,
aunque lo intentan. Esta reseña no será una excepción.
El prólogo
de José Cereijo comienza, como mandan los cánones, lamentando el peaje
que el poeta ha pagado por su franquismo. Con todo, el arranque
político, en el caso de Cereijo, va entretejido de un recuerdo personal
al que alude muy pudorosamente: "Durante años ha circulado como cosa
válida la idea de que todos los escritores (y en particular los poetas)
importantes de la posguerra, eran gente de izquierdas. (Yo mismo se lo
escuché en su día a un conocido poeta de "la generación del 50"". No
añade más, pero yo también se lo escuché a Ángel González en un aula
inmensa y repleta de los Cursos de Verano de El Escorial. Solo Cereijo
entre el público levantó la mano y luego la voz y protestó por la
injusticia. Ángel González replicó. Contrarreplicó Cereijo. Yo, al
sucedido, le debo los minutos más emocionantes de aquellas jornadas.
Pero
ni esa antigüedad suya como defensor de Panero ciega a Cereijo, ni el
fervor que proviene del conocimiento, y muestra reticencias
estrictamente poéticas, que son las que importan. No oculta el antólogo
el carácter de libros fallidos de La estancia vacía (revista Escorial, 1944) y, sobre todo, de Canto personal (Cultura Hispánica, 1953). Leopoldo Panero es el autor de un extraordinario libro, Escrito a cada instante (Cultura Hispánica, 1949), y de un puñado de poemas excelentes que quedaron inéditos tras su prematura muerte.
Estamos,
por tanto, ante un poeta que exige una antología. Andrés Trapiello ha
protestado contra quienes dicen que Panero es "un poeta de antología"
con este afilado floreo: "¿Y quién no es un poeta de antología?”" Ya,
sí, pero son matices distintos, y la prueba de que se trata de un "poeta
de antología" en el sentido estricto del término es, precisamente, que
la que publicó Trapiello en La Veleta en 1996, titulada Por donde van las águilas, y esta Memoria del corazón,
de José Cereijo, coinciden en buena medida. Siendo los antólogos poetas
con fuerte criterio y personalidad, la coincidencia nos indica que la
poesía de Panero, a pesar de su abundancia, es la que ambas antologías
rescatan.
También a este hecho podríamos achacar parte del
desconocimiento de la poesía de Panero. Las hojas no dejan ver el claro
del bosque, quizá. Cuando Claudio Rodríguez dice, defendiendo los versos
de Panero, cuya influencia puede verse en los suyos, que estaban
"tocados a menudo por la mano de un ángel", hay que fijarse, además de
en el ángel, del que hablaremos luego, en el "a menudo", que
implícitamente avisa de que no siempre aparecía el toque angélico. ¿Este
defecto está superado gracias al estricto criterio de Cereijo? Sí, y
éste es el libro adecuado para leer a Panero. Éste o la antología de La
Veleta, si se encuentra en alguna librería de viejo y, después, Escrito a cada instante,
recientemente reeditado en La Veleta. Leopoldo Panero no lo habría
entendido como un desdoro, pues él a Manuel Machado le precisó: … Cuando hablo de tu verso, bien lo entiendes, hablo del que es mejor y más te lleva. [p. 200]
Pero
hay otra labor de criba que corresponde ya al lector, porque el
antólogo no puede hacerla. Incluso dentro de sus poemas, distinguimos
momentos fulgurantes y otros más de relleno o tanteo. Y más, cuanto más
formalista sea el poema. En los sonetos, junto a insólitos hallazgos,
algunos versos cumplirán una función arquitectónica. Dámaso Alonso se
deja caer en este sentido: "Los modos expresivos de Panero cambian
bastante al pasar del verso tradicional al libre. Tengo gran admiración
por sonetos y otras composiciones rimadas del poeta: más aún, creo que
hay entre ellas algunas obras maestras de la poesía contemporánea… Sin
embargo, prefiero todavía su expresión en el verso libre: me parece que
entonces llega a plenitud la capacidad de suscitación de su palabra, y
ésta es más virginal, más desatada y libre de lastres trovadorescos".
Esos "lastres trovadorescos" habrán contribuido algo, qué duda cabe, a
que su recepción no sea tan entusiasta como sus versos más logrados
merecen.
Siendo exhaustivos, el lector actual puede encontrar una
última causa de extrañeza en la poesía de Panero. Su obra tiene un
cariz netamente experiencial, o biográfico, como destacó su amigo Luis
Felipe Vivanco, y eso la podría acercar a la última (o penúltima, da lo
mismo) poesía española, y, por tanto, a los gustos contemporáneos. Sin
embargo, los suyos no son versos de línea clara ni su lenguaje busca el
tono coloquial, sino el esencial y, en consecuencia, rayano al silencio.
Comparte con su inseparable Rosales una línea difusa, un trasfondo
sombrío, una palabra abismada, aunque la del granadino lo fue más por
anchura expresiva y la de Panero por profundidad de alma. Él mismo lo
avisa constantemente: y ahora respiro como debajo de un sudario, y ahora estoy escribiendo palabras oscuras, debajo de las estrellas, iluminado sólo por mi alma. [p. 99] * Golpe tras golpe mi latido entra más y más en la tierra: como un loco cava mi corazón. [p. 104] * más que decir palabras ser su propia fragancia, y estar callado, dentro del verso, estar callado... [p. 203]
Leopoldo
Panero confunde un tanto al lector analítico. Rondando lo inefable y lo
íntimo del sentimiento se permite cierta confusión. Detecta el agudo
Cereijo la razón técnica y la tradición literaria que lo explican y
justifican: "De la poesía inglesa, que repetidamente tradujo, acaso
aprendiera o perfeccionara una contención en el decir, y una cierta
reserva o tempo rubato en la declaración del sentimiento (esto es, la ligera duda en el ataque, el mínimo y expresivo temblor
que Liszt veía en la ejecución de Chopin), que le hicieron ganar
todavía en concentración y eficacia expresiva. Reserva, ésta a la que
aludo, que no es por lo demás mero artificio retórico: cuando un poema
declara algo que afecta, de modo verdadero e íntimo, a quien en él nos
habla, difícilmente nos convencerá de ello si no sentimos que tiene que
vencer una cierta resistencia interior, antes de revelarse así".
Indispensable lección.
Al que se abandona al cauce de los versos,
su poesía se le abre traslúcida. Las veladuras y los empañamientos eran
apenas una dificultad de entrada, y una riqueza para siempre, aprendida
quizá en parte en su prehistoria como poeta vanguardista. Exactamente
igual que su densidad expresiva y su riqueza visual, que exigen un tempo
lento de lectura. Aunque no lo parezca, Panero pide mucho de sus
lectores, entre otras cosas una mirada afín y un oído atento.
Una
vez dentro, sin embargo, qué delicia. Pocas veces se encuentran, se ha
dicho, poesías con mayor calidez humana y más ternura. Su condensación
expresiva tiene mucho vuelo y resulta única en su especie. Ahí vemos esa
mano angélica que había detectado a menudo Claudio Rodríguez.
El
lector la percibe en su condición de poesía inspirada, casi
transparente, inexplicable. El poeta la reconocía también y de ahí la
fidelidad a su destino (véase el poema "La vocación" de Escrito a cada instante,
que Cereijo no recoge en esta antología, y la iluminadora carta a
Ridruejo que se reproduce en el prólogo). De ahí también su continuo
hincarse de rodillas. Dámaso Alonso vio con nitidez que "las imágenes
arbóreas" caracterizaban a la poesía "arraigada" de Panero, y aparecen
incansablemente. Y con la misma frecuencia como nombra árboles, se
arrodilla Panero:
[…] la sonora nieve del Guadarrama, entre los pinos, de rodillas te nombra; [p. 45] * El hombre coge en sueños la mano que le tiende un ángel, casi un ángel. Toca su carne fría, y hasta el fondo del alma, de rodillas, desciende. [p. 77] * Mi dolor se arrodilla, como el tronco de un sauce, sobre el agua del tiempo, por donde voy y vengo, [p. 81] * Por el dolor creyente que brota del pecado. Por haberte querido de todo corazón. Por haberte, Dios mío, tantas veces negado; tantas veces pedido, de rodillas, perdón. [p. 98] * y al borde de mi recto campanario (que es todo el universo) se arrodilla [p. 159] * En el rincón más dulce se pone de rodillas el alma, que han debido sin culpa castigar. [p. 172]
Lo
que nos trae a la cuestión última de sus temas. Panero habla siempre de
Dios, o de su búsqueda, como refleja extraordinariamente en el poema
"Escrito a cada instante". José Cereijo apunta que esta mirada vuelta
hacia la trascendencia puede ser una razón más de la sinrazón del
olvido. Y claro que puede ser, pero eso es algo que no se le ha de
achacar a él, sino a ciertos lectores. Desde luego, no a los mejores,
como Cereijo o Trapiello, que con independencia de sus puntos de vista
pueden admirar y cuánto y qué bien esta poesía que encuentra a Dios
entre la niebla. La responsabilidad del poeta es escribir lo suyo con la
máxima calidad, y eso procuró Panero siempre, pero no escoger lo suyo.
Parafraseando a Antonio Machado, uno de sus maestros fundamentales, la
obra de Panero nos dice: "Nadie elige su dolor. Ni nadie a su Señor".