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La razón del olvido

Leopoldo Panero, Memoria del corazón (antología poética), Renacimiento, Sevilla, 232 pp., 2009

Antes del prólogo de Memoria del corazón, antología poética de Leopoldo Panero (y de esta reseña), conviene leer su último poema, titulado "Epitafio":

Ha muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra.

            [p. 221]

Entonces entenderemos mejor que todos los prologuistas, ensayistas, críticos y lectores suyos no puedan dejar de preguntarse, atónitos, los motivos por los que la presencia de Panero en los recuentos de la poesía española del siglo XX resulta tan desvaída o desmayada o marginal o inexistente. A la vista de poemas así de hermosos y estremecidos, no se lo explican, aunque lo intentan. Esta reseña no será una excepción.

El prólogo de José Cereijo comienza, como mandan los cánones, lamentando el peaje que el poeta ha pagado por su franquismo. Con todo, el arranque político, en el caso de Cereijo, va entretejido de un recuerdo personal al que alude muy pudorosamente: "Durante años ha circulado como cosa válida la idea de que todos los escritores (y en particular los poetas) importantes de la posguerra, eran gente de izquierdas. (Yo mismo se lo escuché en su día a un conocido poeta de "la generación del 50"". No añade más, pero yo también se lo escuché a Ángel González en un aula inmensa y repleta de los Cursos de Verano de El Escorial. Solo Cereijo entre el público levantó la mano y luego la voz y protestó por la injusticia. Ángel González replicó. Contrarreplicó Cereijo. Yo, al sucedido, le debo los minutos más emocionantes de aquellas jornadas.

Pero ni esa antigüedad suya como defensor de Panero ciega a Cereijo, ni el fervor que proviene del conocimiento, y muestra reticencias estrictamente poéticas, que son las que importan. No oculta el antólogo el carácter de libros fallidos de La estancia vacía (revista Escorial, 1944) y, sobre todo, de Canto personal (Cultura Hispánica, 1953). Leopoldo Panero es el autor de un extraordinario libro, Escrito a cada instante (Cultura Hispánica, 1949), y de un puñado de poemas excelentes que quedaron inéditos tras su prematura muerte.

Estamos, por tanto, ante un poeta que exige una antología. Andrés Trapiello ha protestado contra quienes dicen que Panero es "un poeta de antología" con este afilado floreo: "¿Y quién no es un poeta de antología?”" Ya, sí, pero son matices distintos, y la prueba de que se trata de un "poeta de antología" en el sentido estricto del término es, precisamente, que la que publicó Trapiello en La Veleta en 1996, titulada Por donde van las águilas, y esta Memoria del corazón, de José Cereijo, coinciden en buena medida. Siendo los antólogos poetas con fuerte criterio y personalidad, la coincidencia nos indica que la poesía de Panero, a pesar de su abundancia, es la que ambas antologías rescatan.

También a este hecho podríamos achacar parte del desconocimiento de la poesía de Panero. Las hojas no dejan ver el claro del bosque, quizá. Cuando Claudio Rodríguez dice, defendiendo los versos de Panero, cuya influencia puede verse en los suyos, que estaban "tocados a menudo por la mano de un ángel", hay que fijarse, además de en el ángel, del que hablaremos luego, en el "a menudo", que implícitamente avisa de que no siempre aparecía el toque angélico. ¿Este defecto está superado gracias al estricto criterio de Cereijo? Sí, y éste es el libro adecuado para leer a Panero. Éste o la antología de La Veleta, si se encuentra en alguna librería de viejo y, después, Escrito a cada instante, recientemente reeditado en La Veleta. Leopoldo Panero no lo habría entendido como un desdoro, pues él a Manuel Machado le precisó:

… Cuando hablo de tu verso, bien lo entiendes,
hablo del que es mejor y más te lleva.

                [p. 200]

Pero hay otra labor de criba que corresponde ya al lector, porque el antólogo no puede hacerla. Incluso dentro de sus poemas, distinguimos momentos fulgurantes y otros más de relleno o tanteo. Y más, cuanto más formalista sea el poema. En los sonetos, junto a insólitos hallazgos, algunos versos cumplirán una función arquitectónica. Dámaso Alonso se deja caer en este sentido: "Los modos expresivos de Panero cambian bastante al pasar del verso tradicional al libre. Tengo gran admiración por sonetos y otras composiciones rimadas del poeta: más aún, creo que hay entre ellas algunas obras maestras de la poesía contemporánea… Sin embargo, prefiero todavía su expresión en el verso libre: me parece que entonces llega a plenitud la capacidad de suscitación de su palabra, y ésta es más virginal, más desatada y libre de lastres trovadorescos". Esos "lastres trovadorescos" habrán contribuido algo, qué duda cabe, a que su recepción no sea tan entusiasta como sus versos más logrados merecen.

Siendo exhaustivos, el lector actual puede encontrar una última causa de extrañeza en la poesía de Panero. Su obra tiene un cariz netamente experiencial, o biográfico, como destacó su amigo Luis Felipe Vivanco, y eso la podría acercar a la última (o penúltima, da lo mismo) poesía española, y, por tanto, a los gustos contemporáneos. Sin embargo, los suyos no son versos de línea clara ni su lenguaje busca el tono coloquial, sino el esencial y, en consecuencia, rayano al silencio. Comparte con su inseparable Rosales una línea difusa, un trasfondo sombrío, una palabra abismada, aunque la del granadino lo fue más por anchura expresiva y la de Panero por profundidad de alma. Él mismo lo avisa constantemente:

y ahora respiro como debajo de un sudario,
y ahora estoy escribiendo palabras oscuras,
debajo de las estrellas, iluminado sólo por mi alma.

                [p. 99]
                    *
Golpe tras golpe mi latido entra
más y más en la tierra: como un loco
cava mi corazón.

                [p. 104]
                    *
más que decir palabras ser su propia fragancia,
y estar callado, dentro del verso, estar callado...

                [p. 203]

Leopoldo Panero confunde un tanto al lector analítico. Rondando lo inefable y lo íntimo del sentimiento se permite cierta confusión. Detecta el agudo Cereijo la razón técnica y la tradición literaria que lo explican y justifican: "De la poesía inglesa, que repetidamente tradujo, acaso aprendiera o perfeccionara una contención en el decir, y una cierta reserva o tempo rubato en la declaración del sentimiento (esto es, la ligera duda en el ataque, el mínimo y expresivo temblor que Liszt veía en la ejecución de Chopin), que le hicieron ganar todavía en concentración y eficacia expresiva. Reserva, ésta a la que aludo, que no es por lo demás mero artificio retórico: cuando un poema declara algo que afecta, de modo verdadero e íntimo, a quien en él nos habla, difícilmente nos convencerá de ello si no sentimos que tiene que vencer una cierta resistencia interior, antes de revelarse así". Indispensable lección.

Al que se abandona al cauce de los versos, su poesía se le abre traslúcida. Las veladuras y los empañamientos eran apenas una dificultad de entrada, y una riqueza para siempre, aprendida quizá en parte en su prehistoria como poeta vanguardista. Exactamente igual que su densidad expresiva y su riqueza visual, que exigen un tempo lento de lectura. Aunque no lo parezca, Panero pide mucho de sus lectores, entre otras cosas una mirada afín y un oído atento.

Una vez dentro, sin embargo, qué delicia. Pocas veces se encuentran, se ha dicho, poesías con mayor calidez humana y más ternura. Su condensación expresiva tiene mucho vuelo y resulta única en su especie. Ahí vemos esa mano angélica que había detectado a menudo Claudio Rodríguez.

El lector la percibe en su condición de poesía inspirada, casi transparente, inexplicable. El poeta la reconocía también y de ahí la fidelidad a su destino (véase el poema "La vocación" de Escrito a cada instante, que Cereijo no recoge en esta antología, y la iluminadora carta a Ridruejo que se reproduce en el prólogo). De ahí también su continuo hincarse de rodillas. Dámaso Alonso vio con nitidez que "las imágenes arbóreas" caracterizaban a la poesía "arraigada" de Panero, y aparecen incansablemente. Y con la misma frecuencia como nombra árboles, se arrodilla Panero:

[…] la sonora
nieve del Guadarrama, entre los pinos,
de rodillas te nombra;

            [p. 45]
                *
El hombre coge en sueños la mano que le tiende
un ángel, casi un ángel. Toca su carne fría,
y hasta el fondo del alma, de rodillas, desciende.

            [p. 77]
                *
Mi dolor se arrodilla, como el tronco de un sauce,
sobre el agua del tiempo, por donde voy y vengo,

            [p. 81]
                *
Por el dolor creyente que brota del pecado.
Por haberte querido de todo corazón.
Por haberte, Dios mío, tantas veces negado;
tantas veces pedido, de rodillas, perdón.

            [p. 98]
                *
y al borde de mi recto campanario
(que es todo el universo) se arrodilla

            [p. 159]
                *
En el rincón más dulce se pone de rodillas
el alma, que han debido sin culpa castigar.

            [p. 172]

Lo que nos trae a la cuestión última de sus temas. Panero habla siempre de Dios, o de su búsqueda, como refleja extraordinariamente en el poema "Escrito a cada instante". José Cereijo apunta que esta mirada vuelta hacia la trascendencia puede ser una razón más de la sinrazón del olvido. Y claro que puede ser, pero eso es algo que no se le ha de achacar a él, sino a ciertos lectores. Desde luego, no a los mejores, como Cereijo o Trapiello, que con independencia de sus puntos de vista pueden admirar y cuánto y qué bien esta poesía que encuentra a Dios entre la niebla. La responsabilidad del poeta es escribir lo suyo con la máxima calidad, y eso procuró Panero siempre, pero no escoger lo suyo. Parafraseando a Antonio Machado, uno de sus maestros fundamentales, la obra de Panero nos dice: "Nadie elige su dolor. Ni nadie a su Señor".

Enrique García-Máiquez













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