I
Recuerde el alma dormida, avive el seso e despierte
contemplando cómo se passa la vida, cómo se viene la
muerte tan callando; cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro
parescer, cualquiere tiempo passado fue mejor.
II
Pues si vemos lo presente cómo en un punto s'es ido
e acabado, si juzgamos sabiamente, daremos lo non
venido por passado. Non se engañe nadi, no,
pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo
que vio, pues que todo ha de passar por tal manera.
III
Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar,
qu'es el morir; allí van los señoríos derechos a se
acabar e consumir; allí los ríos caudales, allí
los otros medianos e más chicos, allegados, son iguales
los que viven por sus manos e los ricos.
INVOCACIÓN
IV
Dexo las invocaciones de los famosos poetas y
oradores; non curo de sus ficciones, que traen yerbas secretas
sus sabores. Aquél sólo m'encomiendo, Aquél sólo
invoco yo de verdad, que en este mundo viviendo, el
mundo non conoció su deidad.
V
Este mundo es el camino para el otro, qu'es morada
sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta
jornada sin errar. Partimos cuando nascemos,
andamos mientra vivimos, e llegamos al tiempo que
feneçemos; assí que cuando morimos, descansamos.
VI
Este mundo bueno fue si bien usásemos dél como
debemos, porque, segund nuestra fe, es para ganar aquél
que atendemos. Aun aquel fijo de Dios para sobirnos al
cielo descendió a nescer acá entre nos, y a vivir en
este suelo do murió.
VII
Si fuesse en nuestro poder hazer la cara hermosa
corporal, como podemos hazer el alma tan glorïosa
angelical, ¡qué diligencia tan viva toviéramos toda hora
e tan presta, en componer la cativa, dexándonos la
señora descompuesta!
VIII
Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos
y corremos, que, en este mundo traidor, aun primero que
muramos las perdemos. Dellas deshaze la edad,
dellas casos desastrados que acaeçen, dellas, por su
calidad, en los más altos estados desfallescen.
IX
Dezidme: La hermosura, la gentil frescura y tez
de la cara, la color e la blancura, cuando viene la vejez,
¿cuál se para? Las mañas e ligereza e la fuerça
corporal de juventud, todo se torna graveza cuando
llega el arrabal de senectud.
X
Pues la sangre de los godos, y el linaje e la nobleza
tan crescida, ¡por cuántas vías e modos se pierde su
grand alteza en esta vida! Unos, por poco valer,
por cuán baxos e abatidos que los tienen; otros que,
por non tener, con oficios non debidos se mantienen.
XI
Los estados e riqueza, que nos dexen a deshora
¿quién lo duda?, non les pidamos firmeza. pues que son d'una
señora; que se muda, que bienes son de Fortuna
que revuelven con su rueda presurosa, la cual non puede
ser una ni estar estable ni queda en una cosa.
XII
Pero digo c'acompañen e lleguen fasta la fuessa
con su dueño: por esso non nos engañen, pues se va la vida
apriessa como sueño, e los deleites d'acá son, en que
nos deleitamos, temporales, e los tormentos d'allá, que
por ellos esperamos, eternales.
XIII
Los plazeres e dulçores desta vida trabajada que
tenemos, non son sino corredores, e la muerte, la çelada
en que caemos. Non mirando a nuestro daño,
corremos a rienda suelta sin parar; desque vemos el
engaño y queremos dar la vuelta no hay lugar.
XIV
Esos reyes poderosos que vemos por escripturas ya
passadas con casos tristes, llorosos, fueron sus buenas venturas
trastornadas; assí, que no hay cosa fuerte, que
a papas y emperadores e perlados, assí los trata la muerte
como a los pobres pastores de ganados.
XV
Dexemos a los troyanos, que sus males non los vimos,
ni sus glorias; dexemos a los romanos, aunque oímos e
leímos sus hestorias; non curemos de saber lo
d'aquel siglo passado qué fue d'ello; vengamos a lo d'ayer,
que también es olvidado como aquello.
XVI
¿Qué se hizo el rey don Joan? Los infantes d'Aragón
¿qué se hizieron? ¿Qué fue de tanto galán, qué de tanta
invinción como truxeron? ¿Fueron sino devaneos,
qué fueron sino verduras de las eras, las justas e los
torneos, paramentos, bordaduras e çimeras?
XVII
¿Qué se hizieron las damas, sus tocados e vestidos,
sus olores? ¿Qué se hizieron las llamas de los fuegos
encendidos d'amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas que tañían? ¿Qué se hizo aquel
dançar, aquellas ropas chapadas que traían?
XVIII
Pues el otro, su heredero don Anrique, ¡qué poderes
alcançaba! ¡Cuánd blando, cuánd halaguero el mundo con
sus plazeres se le daba! Mas verás cuánd enemigo,
cuánd contrario, cuánd cruel se le mostró; habiéndole
sido amigo, ¡cuánd poco duró con él lo que le dio!
XIX
Las dávidas desmedidas, los edeficios reales
llenos d'oro, las vaxillas tan fabridas los enriques e reales
del tesoro, los jaezes, los caballos de sus
gentes e atavíos tan sobrados ¿dónde iremos a buscallos?;
¿qué fueron sino rocíos de los prados?
XX
Pues su hermano el innocente qu'en su vida sucesor
se llamó ¡qué corte tan excellente tuvo, e cuánto grand
señor le siguió! Mas, como fuesse mortal,
metióle la Muerte luego en su fragua. ¡Oh jüicio
divinal!, cuando más ardía el fuego, echaste agua.
XXI
Pues aquel grand Condestable, maestre que conoscimos
tan privado, non cumple que dél se hable, mas sólo como
lo vimos degollado. Sus infinitos tesoros, sus
villas e sus lugares, su mandar, ¿qué le fueron sino
lloros?, ¿qué fueron sino pesares al dexar?
XXII
E los otros dos hermanos, maestres tan prosperados
como reyes, c'a los grandes e medianos truxieron tan
sojuzgados a sus leyes; aquella prosperidad
qu'en tan alto fue subida y ensalzada, ¿qué fue sino
claridad que cuando más encendida fue amatada?
XXIII
Tantos duques excelentes, tantos marqueses e condes
e varones como vimos tan potentes, dí, Muerte, ¿dó los
escondes, e traspones? E las sus claras hazañas
que hizieron en las guerras y en las pazes, cuando tú,
cruda, t'ensañas, con tu fuerça, las atierras e desfazes.
XXIV
Las huestes inumerables, los pendones, estandartes
e banderas, los castillos impugnables, los muros e
balüartes e barreras, la cava honda, chapada, o
cualquier otro reparo, ¿qué aprovecha? Cuando tú vienes
airada, todo lo passas de claro con tu flecha.
XXV
Aquel de buenos abrigo, amado, por virtuoso, de
la gente, el maestre don Rodrigo Manrique, tanto famoso
e tan valiente; sus hechos grandes e claros non cumple que los
alabe, pues los vieron; ni los quiero hazer caros, pues
qu'el mundo todo sabe cuáles fueron.
XXVI
Amigo de sus amigos, ¡qué señor para criados e
parientes! ¡Qué enemigo d'enemigos! ¡Qué maestro d'esforçados
e valientes! ¡Qué seso para discretos! ¡Qué
gracia para donosos! ¡Qué razón! ¡Qué benino a los sujetos!
¡A los bravos e dañosos, qué león!
XXVII
En ventura, Octavïano; Julio César en vencer e
batallar; en la virtud, Africano; Aníbal en el saber e
trabajar; en la bondad, un Trajano; Tito en liberalidad
con alegría; en su braço, Aureliano; Marco Atilio en la
verdad que prometía.
XXVIII
Antoño Pío en clemencia; Marco Aurelio en igualdad
del semblante; Adriano en la elocuencia; Teodosio en
humanidad e buen talante. Aurelio Alexandre fue
en desciplina e rigor de la guerra; un Constantino en
la fe, Camilo en el grand amor de su tierra.
XXIX
Non dexó grandes tesoros, ni alcançó muchas riquezas
ni vaxillas; mas fizo guerra a los moros ganando sus
fortalezas e sus villas; y en las lides que venció,
cuántos moros e cavallos se perdieron; y en este oficio
ganó las rentas e los vasallos que le dieron.
XXX
Pues por su honra y estado, en otros tiempos passados
¿cómo s'hubo? Quedando desamparado, con hermanos e
criados se sostuvo. Después que fechos famosos
fizo en esta misma guerra que hazía, fizo tratos tan
honrosos que le dieron aun más tierra que tenía.
XXXI
Estas sus viejas hestorias que con su braço pintó
en joventud, con otras nuevas victorias agora las renovó
en senectud. Por su gran habilidad, por méritos
e ancianía bien gastada, alcançó la dignidad de la
grand Caballería dell Espada.
XXXII
E sus villas e sus tierras, ocupadas de tiranos
las halló; mas por çercos e por guerras e por fuerça de sus manos
las cobró. Pues nuestro rey natural, si de las
obras que obró fue servido, dígalo el de Portogal, y,
en Castilla, quien siguió su partido.
XXXIII
Después de puesta la vida tantas vezes por su ley
al tablero; después de tan bien servida la corona de su rey
verdadero; después de tanta hazaña a que non
puede bastar cuenta cierta, en la su villa d'Ocaña vino
la Muerte a llamar a su puerta,
XXXIV
diziendo: "Buen caballero, dexad el mundo engañoso
e su halago; vuestro corazón d'azero muestre su
esfuerço famoso en este trago; e pues de vida e
salud fezistes tan poca cuenta por la fama; esfuércese
la virtud para sofrir esta afruenta que vos llama."
XXXV
"Non se vos haga tan amarga la batalla temerosa
qu'esperáis, pues otra vida más larga de la fama glorïosa
acá dexáis. Aunqu'esta vida d'honor tampoco no
es eternal ni verdadera; mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal, peresçedera."
XXXVI
"El vivir qu'es perdurable non se gana con estados
mundanales, ni con vida delectable donde moran los
pecados infernales; mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones e con lloros; los caballeros
famosos, con trabajos e aflicciones contra moros."
XXXVII
"E pues vos, claro varón, tanta sangre derramastes
de paganos, esperad el galardón que en este mundo
ganastes por las manos; e con esta confiança e con la
fe tan entera que tenéis, partid con buena esperança,
qu'estotra vida tercera ganaréis."
[Responde el Maestre:]
XXXVIII
"Non tengamos tiempo ya en esta vida mesquina por
tal modo, que mi voluntad está conforme con la divina
para todo; e consiento en mi morir con voluntad plazentera,
clara e pura, que querer hombre vivir cuando Dios
quiere que muera, es locura."
[Del maestre a Jesús]
XXXIX
"Tú que, por nuestra maldad, tomaste forma servil
e baxo nombre; tú, que a tu divinidad juntaste cosa tan vil
como es el hombre; tú, que tan grandes tormentos
sofriste sin resistencia en tu persona, non por mis
merescimientos, mas por tu sola clemencia me perdona".
FIN
XL
Assí, con tal entender, todos sentidos humanos
conservados, cercado de su mujer y de sus hijos e hermanos
e criados, dio el alma a quien gela dio (el cual
la ponga en el cielo en su gloria), que aunque la vida
perdió, dexónos harto consuelo su memoria.
Jorge Manrique, 1477 |