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                                Madrid   ·   26 de Abril de 1999  
 
 

 
Claveles rotos

Otelo, Lourenço y Alves, los héroes de la Revolución de Abril en Portugal, no olvidan las emociones vividas hace 25 años, pero sí lloran sobre sus ideales incumplidos.

JAVIER GARCÍA


La multitud apoya a los militares de un blindado en Lisboa el 25 de abril (A. Cunha).

Sobre las cinco de la tarde del 25 de abril de 1974, el capitán Salgueiro Maia, de 29 años, entró en el cuartel del Carmo con una granada en el bolsillo para negociar la rendición de Marcelo Caetano. Dos horas y media más tarde, el dictador y su Gobierno salían detenidos del edificio. Salgueiro ha muerto, pero sus compañeros de aquel golpe de Estado democrático e incruento, los capitanes Otelo, Lourenço y Alves, mantienen orgullosamente viva la llama de la revolución de los claveles, aunque lamentan los ideales que nunca se cumplieron.

Parecía una película de Chaplin", diría tiempo después del 25 de abril de 1974 el capitán Fernando Salgueiro Maia, entonces con 29 años. Y no le faltaba razón. El joven militar que tomó el centro de Lisboa y consiguió la rendición del dictador Marcelo Caetano explicaba así las peripecias que tuvo que sortear su compañía para derrumbar una dictadura de 48 años y restablecer las libertades en Portugal.

Las fuerzas que dirigía estaban compuestas por 240 hombres, de los cuales 200 acababan de entrar en el curso de oficiales y sargentos milicianos con menos de tres meses de instrucción. "Si hubiesen tenido que disparar, habrían corrido el peligro de matarse unos a otros. Los blindados estaban obsoletos. Eran de la Segunda Guerra Mundial. Muchos de ellos no tenían granadas y las ametralladoras no funcionaban". El capitán Salgueiro Maia, fallecido en abril de 1992, no salía de su asombro cuando recordaba, poco antes de morir, las anécdotas de aquel día. De madrugada, a la entrada de Lisboa, el conductor de su jeep frenó en seco ante un semáforo en rojo y el capitán se estrelló contra el parabrisas. "No me lo podía creer. Aquello fue demasiado para una revolución".

Hijo y nieto de ferroviarios, el capitán Salgueiro Maia fue el héroe de aquel golpe romántico e incruento. Sus fuerzas no dispararon un solo tiro contra nadie. Perdón, en realidad dispararon uno. El soldado raso Abel Ferreira de Azevedo, hoy día taxista en Oporto, estaba bajo arresto por andar malvestido y con las botas sucias. "Por favor, mi alférez. ¡Déjeme ir a la revolución!". El oficial accedió y aquel valiente se sumó a los insurrectos. Estaba amaneciendo en la plaza del Comercio y el sol deslumbraba a los soldados. Abel Ferreira divisó una especie de sombra en lo alto de un tejado. "Allá están ellos", se dijo. Agarró su fusil y disparó contra la sombra. Acertó a un pequeño capitel con tan mala suerte que parte de los escombros cayeron a los pies de los oficiales. Cuando quiso darse cuenta estaba de nuevo encerrado, ahora en un blindado .

A pesar de las anécdotas, el golpe del 25 de abril fue preparado y ejecutado minuciosamente. Las interminables guerras coloniales en África habían provocado un serio malestar en los medios militares progresistas, que, a su vez, deseaban el fin de la dictadura y el restablecimiento de un régimen democrático. El movimiento militar contra la tiranía delegó todo el poder en tres personas: el capitán Vasco Lourenço, jefe operativo; el mayor Vítor Alves, responsable del aparato político, y el capitán Otelo Saraiva de Carvalho, en principio jefe del secretariado y más tarde encargado de la organización del golpe, tras la deportación forzosa de Vasco Lourenço a las Azores. Los tres máximos protagonistas del 25 de abril fueron reunidos por EL PAÍS para revelar los avatares de aquel día histórico y analizar, 25 años después, los resultados de la que sería conocida en todo el mundo como la revolución de los claveles.

El hoy teniente coronel en la reserva Vasco Lourenço, de 56 años, explica que "la guerra colonial fue el detonante del golpe. El hastío por aquellas contiendas interminables agitó los medios militares, por naturaleza conservadores, e impulsó nuestras preocupaciones políticas. Las guerras en África, sin duda, engendraron la conspiración". Vítor Alves, de 64 años, añade: "La falta de libertades también constituyó un factor decisivo en el movimiento de los capitanes. Nosotros sabíamos que una guerra subversiva no se gana militarmente. Había que llegar a un diálogo y entendimos que era necesario restablecer las libertades para acabar también con estos conflictos".

En 1974 era extraño que una familia no tuviese algún miembro combatiendo en África, el servicio militar duraba cuatro años, las opiniones públicas contra el régimen o la guerra eran severamente castigadas, las prisiones estaban llenas de presos políticos, los líderes de la oposición se encontraban en el exilio y la huelga estaba prohibida. Las familias vivían en la miseria, el analfabetismo superaba el 30% de la población, se guardaba el dinero en el calcetín, centenares de aldeas vivían sin luz y un hueso servía para hacer la sopa durante una semana. Por su parte, el régimen de Marcelo Caetano, el delfín del dictador Oliveira Salazar, aún mantenía sus sueños de grandeza: pensaba que las colonias eran una fuente inagotable de grandeza política y de materias primas baratas. Nada más lejos de la realidad.

El 5 de marzo, los capitanes decidieron en Cascais el levantamiento militar. "Como estábamos infiltrados por la PIDE ", dice Vasco Lourenço, "el régimen sabía que algo se preparaba y me trasladaron forzosamente a las Azores. De cualquier forma, los preparativos estaban tan avanzados que no había marcha atrás. Y Otelo organizó el golpe de forma impecable. Muy bien planeado y muy bien ejecutado".

El hoy teniente coronel en la reserva Otelo Saraiva de Carvalho, de 62 años, decidió la fecha definitiva del golpe dos días antes del 25 de abril. "Lisboa", dice, "era el área fundamental, y allí concentré el peso de las fuerzas. La emisión de dos canciones por la radio (E depois do adeus , a las 22.55, y Grândola, vila morena , a las 0.25) confirmaron la irreversibilidad de la Operación Fin de Régimen a todo el país".

El capitán Salgueiro Maia tomaba los centros neurálgicos de la capital, acompañado de una euforia popular sin precedentes. El golpe salió como estaba previsto, a pesar de algunos momentos de enorme tensión.

Instalado en el centro de mando de La Pontinha, en las afueras de Lisboa, Otelo Saraiva de Carvalho recuerda que una de sus prioritarias preocupaciones fue la toma del aeropuerto: "Temíamos la llegada de aviones procedentes de España para apoyar a Caetano y queríamos impedir la huida del dictador y sus ayudantes. Afortunadamente, a las 4.12 me llegó la información de que el aeropuerto estaba bajo control. Respiramos de alivio y ocho minutos más tarde era transmitido el primer comunicado del MFA ".

Otro de los momentos cruciales fue la amenaza de una fragata que fondeó frente a la plaza del Comercio, en la desembocadura del Tajo. "Les comunicamos", dice Otelo, "que si tomaban alguna acción ofensiva contra nosotros les bombardearíamos inmediatamente. Afortunadamente, nos tomaron en serio".

Sin embargo, la acción más arriesgada fue protagonizada por el capitán Salgueiro Maia alrededor de las diez de la mañana, junto a la plaza del Comercio. El brigadier Junqueira dos Reis, que dirigía una columna leal al dictador, dio órdenes de disparar contra el joven militar. Nadie le obedeció. Como diría más tarde Salgueiro Maia: "Allí se ganó el 25 de abril".

La marcha hacia la plaza del Carmo, donde se encontraban refugiados Marcelo Caetano y sus adláteres, fue una orgía multitudinaria. Las gentes se encaramaron en los tanques junto a los soldados, les regalaban claveles, les vitoreaban sin pudor. Era la euforia total. Fue una experiencia que nadie habrá vivido como Salgueiro Maia: "Fue algo maravilloso. El apoyo popular fue extraordinario y contribuyó bastante para que el cuartel del Carmo abandonase cualquier mínima idea de resistir. El ambiente que se vivió allí no tiene descripción. Fue tan bello que, después de eso, nada más digno podría ocurrirle a una persona".

Sin imaginarlo, una vendedora de flores, Celeste Martins, daría el nombre universal a la revolución. Esta simpatizante del partido comunista se trasladó, como cada mañana, a su puesto de trabajo, pero la tienda estaba cerrada. Agarró un ramo de claveles y se trasladó hacia la plaza del Carmo. Uno de los soldados le pidió un cigarro. No tenía tabaco, pero le regaló un clavel, que el joven soldado colocó en la bocana de su fusil. La vendedora de flores decidió entonces regalar claveles a los soldados y la gente imitó su gesto. Ése fue el símbolo de aquella revolución romántica.

Sobre las cinco de la tarde, el capitán Salgueiro Maia entró en el cuartel del Carmo con una granada en el bolsillo ("si me hubieran detenido, allí habríamos acabado todos") para negociar la salida del dictador: "Marcelo Caetano estaba solo, pálido, con la barba crecida, pero al menos con cierta dignidad. Le dije: soy el comandante de las fuerzas sitiantes; vengo a exigir su rendición incondicional; si no la obtengo, usted será el responsable de las muertes que puedan ocurrir". Caetano le respondió que ya no gobernaba y que entregaría el poder a un general. A las 19.20, Marcelo Caetano y su Gobierno salían detenidos del cuartel, y 20 minutos después, la radio oficial anunciaba la rendición incondicional de la dictadura y la victoria del golpe.

Sólo quedaba por neutralizar la temida PIDE, que, cercada por la multitud en su sede del barrio del Chiado, disparó contra las gentes y causó cuatro muertos y decenas de heridos. Al día siguiente se entregarían a las fuerzas del 25 de Abril mientras se preparaba la salida de todos los presos políticos.

El golpe había triunfado sin grandes resistencias. El entusiasmo de la gente era desbordante. Los capitanes de Abril no necesitaron de los planes de emergencia para un posible fracaso del levantamiento. Vítor Alves explica que "los camaradas de Guinea-Bissau tenían previsto alzarse contra el régimen si fracasaba el golpe", y Vasco Lourenço recuerda que había organizado "dos acciones suicidas". "Sabíamos", dice, "que el dictador podría intentar huir por las Azores. Por ese motivo asumí el control del aeropuerto en Punta Delgada. En ese caso habría caído en nuestras manos como un corderito. La otra alternativa era tomar las Azores, provocar un escándalo internacional y exigir la libertad de todos los presos políticos. Se habían estudiado todas las opciones. Felizmente, no fue necesario intervenir".

Los capitanes de abril tomaron el poder sin otra ayuda que su inequívoca determinación y el apoyo incondicional de los portugueses. "No tuvimos contactos", dice Vasco Lourenço, "con la CIA, el KGB o cualquier partido político. Todavía hay gente que no se lo cree, pero ése fue uno de los éxitos del golpe. Mantuvimos una autonomía total. Precisamente por ello, el 25 de abril fue único en todo el mundo y muy sui géneris. Nunca unas Fuerzas Armadas hicieron una revolución. Fue un ejército dentro del Ejército".

Vítor Alves añade, jocoso: "Algún historiador ya ha escrito que, cuando la revolución estalló, los agentes de la CIA habían salido a tomar café. La ausencia de contactos", añade, "fue un factor determinante. Fue una medida de seguridad, porque sabíamos que la PIDE estaba infiltrada en todos los partidos e incluso sabía vagamente de nuestras intenciones".

Por su parte, Otelo Saraiva de Carvalho, el símbolo de aquella revolución y el hombre que luego defendió una democracia directa, una especie de anarcopopulismo, ratifica las palabras de sus camaradas y amigos: "No mantuvimos ningún contacto exterior. Puede que algunos de los capitanes, que eran simpatizantes de partidos políticos, transmitieran nuestras intenciones. Pero a nivel orgánico nunca hubo contactos con partidos u organizaciones nacionales o extranjeras. Siempre quise que el 25 de abril fuese exclusivamente militar".

Implicado posteriormente en las acciones terroristas de las FP-25 (Fuerzas Populares 25 de Abril, que perpetraron en la década de los ochenta diversos atentados que causaron seis muertos, por los que fue condenado a 18 años de prisión, de los que cumplió cinco), Otelo Saraiva de Carvalho desmiente que los capitanes tuvieran intención de instalar una nueva Cuba en Europa: "Mi principal enemigo ha sido siempre el partido comunista. A pesar de que algunos se desviaron de los compromisos iniciales, los capitanes cumplimos nuestra palabra: destruimos el fascismo, instalamos una democracia parlamentaria y devolvimos el poder al pueblo. Durante las convulsiones de la revolución, algunos fueron instrumentalizados por la CIA o por el KGB. Pero al final se mantuvo el espíritu del 25 de abril. Cumplimos nuestro compromiso. Eso no quiere decir que yo no defienda, a título personal, otro modelo de régimen, una democracia directa".

El día del golpe, el ex presidente de la República y dirigente histórico de los socialistas lusos, Mario Soares, se encontraba en la clandestinidad: "Estaba en Bonn intentando convencer a Willy Brandt de que el régimen estaba a punto de caer. Su ministro de Asuntos Exteriores, que estuvo en España durante la guerra civil, me decía que era muy optimista y que me preparara para un largo exilio".

En esos momentos, las tres efes de la dictadura (Fátima, fútbol y fado) ya habían sido sustituidas por las tres des de los capitanes (democratizar, descolonizar y desarrollar). La basílica de Fátima sigue atrayendo a millares de peregrinos cada año; el futbolista Eusebio, del histórico Benfica, es una gloria nacional, y la fadista Amalia Rodrigues aún recuerda las buenas épocas del dictador Salazar.

Hoy, 25 años después del golpe, Portugal es otro país, a pesar del atraso que aún padece. El régimen democrático está completamente consolidado; el imperio colonial acabará este año con la devolución de Macao a China y la difícil transición en Timor Oriental (anexionada por Indonesia en 1976); los fondos de la Comunidad Europea han modernizado el país (todavía lejos de los niveles de España); la economía ha despegado, y la clase media comienza a vislumbrar el horizonte. Portugal ha recibido de la Unión Europea (UE) en los últimos cinco años cerca de cinco billones de pesetas; las reprivatizaciones de empresas nacionalizadas han supuesto otro medio billón de pesetas sólo en 1997; la renta per cápita se ha multiplicado por 40 (ahora es de 10.720 dólares), y la inflación se ha reducido al 1,8% desde el escandaloso 27,9% de 1974.

No obstante, las cifras macroeconómicas esconden otra realidad. La justicia, uno de los pilares del Estado de derecho, simplemente no funciona; los salarios y las pensiones son extremadamente bajos; los precios de los bienes de consumo son caros; la vivienda digna está fuera del alcance de las clases medias, y la sanidad deja mucho que desear.

Por otro lado, las relaciones Madrid-Lisboa atraviesan una situación inmejorable. A pesar de los recelos históricos hacia España, los intercambios comerciales han alcanzado un flujo sin precedentes.

En 1997, España exportó al país vecino cerca de 1,4 billones de pesetas (más que a toda América Latina junta), mientras importó 486.044 millones de pesetas, lo que supone un tasa de cobertura del 283%. España es el primer suministrador portugués y su segundo comprador. Cerca de 2.500 empresas españolas se encuentran trabajando en Portugal y las compañías lusas comienzan a implantarse con éxito en nuestro país.

A pesar del despegue económico, el balance de los capitanes de abril no es muy optimista. Consideran que sus objetivos prioritarios fueron cumplidos, pero estiman que los ideales del 25 de abril aún están lejos de ser alcanzados.

El teniente coronel Vítor Alves, hoy día dirigente de Civitas (asociación para la defensa de los derechos del ciudadano), que con los años ha adquirido aire de aristócrata inglés, explica: "La descolonización fue resuelta finalmente, a falta del problema de Timor Este. El sistema democrático está consolidado, y el desarrollo ya anunciamos que sería un problema de años. De cualquier forma, el país no tiene nada que ver con el de 1974. No obstante, en el campo de los grandes ideales, de las grandes promesas, no puedo estar satisfecho con el Portugal de hoy. La justicia social deja mucho que desear; las desigualdades se han agravado inmensamente; los ricos son cada vez más ricos, y los pobres, mucho más pobres".

Vasco Lourenço, ahora presidente de la Asociación 25 de Abril, ejecutivo de una empresa de importación y exportación con las antiguas colonias y que pasea por Lisboa una cintura de estética poco revolucionaria, asiente: "Ratifico todas sus palabras. Fuimos serios y honestos. Cumplimos lo que prometimos, pero desgraciadamente todos somos responsables del Portugal actual. No hemos sido capaces de hacerlo mejor y hemos caído en la dictadura de los partidos políticos. La degradación y el desprestigio de la clase política han alcanzado límites inimaginables. No consigo explicarme el porqué. No sé si ha sido la globalización, la dictadura del mercado o qué, pero veo a Portugal, de nuevo, con miedo. La gente no participa, se autocondiciona, tiene miedo a perder el empleo. Y lo peor de todo: los dos referendos convocados (regionalización y aborto) no consiguieron una participación superior al 50%. Me cuesta mucho ver eso. Y además nos dejamos envolver en una guerra que no sabemos cómo va a acabar".

Por su parte, Otelo Saraiva de Carvalho, el más idealista de todos, que hoy es copropietario de una empresa para la exportación de pescado en Angola, cree que el programa del 25 de abril se ha mantenido, pero "perdimos la oportunidad histórica, y a nivel mundial, de establecer un nuevo modelo de régimen político. Perdimos la oportunidad de crear un régimen de democracia directa que yo creía posible con la participación activa de las masas". A pesar de ello, Otelo estima que "los objetivos del MFA se alcanzaron. Tenemos una democracia representativa y parlamentaria, la descolonización fue llevada a cabo como se pretendía y el país, desde la entrada en la CEE, se desarrolló extraordinariamente. No obstante, en el Portugal de hoy continúa habiendo enormes bolsas de miseria, de pobreza y de analfabetismo; no hay viviendas dignas, el sistema sanitario está por desarrollar. En resumen, los ideales del 25 de abril aún están lejos de cumplirse".

El sueño revolucionario aún está pendiente para los capitanes. No obstante, el teniente coronel Vasco Lourenço cree que la historia les dio la razón: "Hoy digo, pasados 25 años, que volvería a hacer más o menos lo mismo. Hicimos lo que teníamos que hacer".

 

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