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Claveles rotos
Otelo, Lourenço y Alves, los héroes de la
Revolución de Abril en Portugal, no olvidan las emociones vividas
hace 25 años, pero sí lloran sobre sus ideales
incumplidos.
JAVIER GARCÍA
La
multitud apoya a los militares de un blindado en Lisboa el 25
de abril (A.
Cunha). |
Sobre las cinco de la tarde del 25 de abril de 1974, el capitán
Salgueiro Maia, de 29 años, entró en el cuartel del Carmo con una
granada en el bolsillo para negociar la rendición de Marcelo
Caetano. Dos horas y media más tarde, el dictador y su Gobierno
salían detenidos del edificio. Salgueiro ha muerto, pero sus
compañeros de aquel golpe de Estado democrático e incruento, los
capitanes Otelo, Lourenço y Alves, mantienen orgullosamente viva la
llama de la revolución de los claveles, aunque lamentan los
ideales que nunca se cumplieron.
Parecía una película de Chaplin", diría tiempo después del 25 de
abril de 1974 el capitán Fernando Salgueiro Maia, entonces con 29
años. Y no le faltaba razón. El joven militar que tomó el centro de
Lisboa y consiguió la rendición del dictador Marcelo Caetano
explicaba así las peripecias que tuvo que sortear su compañía para
derrumbar una dictadura de 48 años y restablecer las libertades en
Portugal.
Las fuerzas que dirigía estaban compuestas por 240 hombres, de
los cuales 200 acababan de entrar en el curso de oficiales y
sargentos milicianos con menos de tres meses de instrucción. "Si
hubiesen tenido que disparar, habrían corrido el peligro de matarse
unos a otros. Los blindados estaban obsoletos. Eran de la Segunda
Guerra Mundial. Muchos de ellos no tenían granadas y las
ametralladoras no funcionaban". El capitán Salgueiro Maia, fallecido
en abril de 1992, no salía de su asombro cuando recordaba, poco
antes de morir, las anécdotas de aquel día. De madrugada, a la
entrada de Lisboa, el conductor de su jeep frenó en seco ante
un semáforo en rojo y el capitán se estrelló contra el parabrisas.
"No me lo podía creer. Aquello fue demasiado para una revolución".
Hijo y nieto de ferroviarios, el capitán Salgueiro Maia fue el
héroe de aquel golpe romántico e incruento. Sus fuerzas no
dispararon un solo tiro contra nadie. Perdón, en realidad dispararon
uno. El soldado raso Abel Ferreira de Azevedo, hoy día taxista en
Oporto, estaba bajo arresto por andar malvestido y con las botas
sucias. "Por favor, mi alférez. ¡Déjeme ir a la revolución!". El
oficial accedió y aquel valiente se sumó a los insurrectos. Estaba
amaneciendo en la plaza del Comercio y el sol deslumbraba a los
soldados. Abel Ferreira divisó una especie de sombra en lo alto de
un tejado. "Allá están ellos", se dijo. Agarró su fusil y disparó
contra la sombra. Acertó a un pequeño capitel con tan mala suerte
que parte de los escombros cayeron a los pies de los oficiales.
Cuando quiso darse cuenta estaba de nuevo encerrado, ahora en un
blindado .
A pesar de las anécdotas, el golpe del 25 de abril fue preparado
y ejecutado minuciosamente. Las interminables guerras coloniales en
África habían provocado un serio malestar en los medios militares
progresistas, que, a su vez, deseaban el fin de la dictadura y el
restablecimiento de un régimen democrático. El movimiento militar
contra la tiranía delegó todo el poder en tres personas: el capitán
Vasco Lourenço, jefe operativo; el mayor Vítor Alves, responsable
del aparato político, y el capitán Otelo Saraiva de Carvalho,
en principio jefe del secretariado y más tarde encargado de la
organización del golpe, tras la deportación forzosa de Vasco
Lourenço a las Azores. Los tres máximos protagonistas del 25 de
abril fueron reunidos por EL PAÍS para revelar los avatares de aquel
día histórico y analizar, 25 años después, los resultados de la que
sería conocida en todo el mundo como la revolución de los
claveles.
El hoy teniente coronel en la reserva Vasco Lourenço, de 56 años,
explica que "la guerra colonial fue el detonante del golpe. El
hastío por aquellas contiendas interminables agitó los medios
militares, por naturaleza conservadores, e impulsó nuestras
preocupaciones políticas. Las guerras en África, sin duda,
engendraron la conspiración". Vítor Alves, de 64 años, añade: "La
falta de libertades también constituyó un factor decisivo en el
movimiento de los capitanes. Nosotros sabíamos que una guerra
subversiva no se gana militarmente. Había que llegar a un diálogo y
entendimos que era necesario restablecer las libertades para acabar
también con estos conflictos".
En 1974 era extraño que una familia no tuviese algún miembro
combatiendo en África, el servicio militar duraba cuatro años, las
opiniones públicas contra el régimen o la guerra eran severamente
castigadas, las prisiones estaban llenas de presos políticos, los
líderes de la oposición se encontraban en el exilio y la huelga
estaba prohibida. Las familias vivían en la miseria, el
analfabetismo superaba el 30% de la población, se guardaba el dinero
en el calcetín, centenares de aldeas vivían sin luz y un hueso
servía para hacer la sopa durante una semana. Por su parte, el
régimen de Marcelo Caetano, el delfín del dictador Oliveira Salazar,
aún mantenía sus sueños de grandeza: pensaba que las colonias eran
una fuente inagotable de grandeza política y de materias primas
baratas. Nada más lejos de la realidad.
El 5 de marzo, los capitanes decidieron en Cascais el
levantamiento militar. "Como estábamos infiltrados por la PIDE ",
dice Vasco Lourenço, "el régimen sabía que algo se preparaba y me
trasladaron forzosamente a las Azores. De cualquier forma, los
preparativos estaban tan avanzados que no había marcha atrás. Y
Otelo organizó el golpe de forma impecable. Muy bien planeado y muy
bien ejecutado".
El hoy teniente coronel en la reserva Otelo Saraiva de Carvalho,
de 62 años, decidió la fecha definitiva del golpe dos días antes del
25 de abril. "Lisboa", dice, "era el área fundamental, y allí
concentré el peso de las fuerzas. La emisión de dos canciones por la
radio (E depois do adeus , a las 22.55, y Grândola, vila
morena , a las 0.25) confirmaron la irreversibilidad de la
Operación Fin de Régimen a todo el país".
El capitán Salgueiro Maia tomaba los centros neurálgicos de la
capital, acompañado de una euforia popular sin precedentes. El golpe
salió como estaba previsto, a pesar de algunos momentos de enorme
tensión.
Instalado en el centro de mando de La Pontinha, en las afueras de
Lisboa, Otelo Saraiva de Carvalho recuerda que una de sus
prioritarias preocupaciones fue la toma del aeropuerto: "Temíamos la
llegada de aviones procedentes de España para apoyar a Caetano y
queríamos impedir la huida del dictador y sus ayudantes.
Afortunadamente, a las 4.12 me llegó la información de que el
aeropuerto estaba bajo control. Respiramos de alivio y ocho minutos
más tarde era transmitido el primer comunicado del MFA ".
Otro de los momentos cruciales fue la amenaza de una fragata que
fondeó frente a la plaza del Comercio, en la desembocadura del Tajo.
"Les comunicamos", dice Otelo, "que si tomaban alguna acción
ofensiva contra nosotros les bombardearíamos inmediatamente.
Afortunadamente, nos tomaron en serio".
Sin embargo, la acción más arriesgada fue protagonizada por el
capitán Salgueiro Maia alrededor de las diez de la mañana, junto a
la plaza del Comercio. El brigadier Junqueira dos Reis, que dirigía
una columna leal al dictador, dio órdenes de disparar contra el
joven militar. Nadie le obedeció. Como diría más tarde Salgueiro
Maia: "Allí se ganó el 25 de abril".
La marcha hacia la plaza del Carmo, donde se encontraban
refugiados Marcelo Caetano y sus adláteres, fue una orgía
multitudinaria. Las gentes se encaramaron en los tanques junto a los
soldados, les regalaban claveles, les vitoreaban sin pudor. Era la
euforia total. Fue una experiencia que nadie habrá vivido como
Salgueiro Maia: "Fue algo maravilloso. El apoyo popular fue
extraordinario y contribuyó bastante para que el cuartel del Carmo
abandonase cualquier mínima idea de resistir. El ambiente que se
vivió allí no tiene descripción. Fue tan bello que, después de eso,
nada más digno podría ocurrirle a una persona".
Sin imaginarlo, una vendedora de flores, Celeste Martins, daría
el nombre universal a la revolución. Esta simpatizante del partido
comunista se trasladó, como cada mañana, a su puesto de trabajo,
pero la tienda estaba cerrada. Agarró un ramo de claveles y se
trasladó hacia la plaza del Carmo. Uno de los soldados le pidió un
cigarro. No tenía tabaco, pero le regaló un clavel, que el joven
soldado colocó en la bocana de su fusil. La vendedora de flores
decidió entonces regalar claveles a los soldados y la gente imitó su
gesto. Ése fue el símbolo de aquella revolución romántica.
Sobre las cinco de la tarde, el capitán Salgueiro Maia entró en
el cuartel del Carmo con una granada en el bolsillo ("si me hubieran
detenido, allí habríamos acabado todos") para negociar la salida del
dictador: "Marcelo Caetano estaba solo, pálido, con la barba
crecida, pero al menos con cierta dignidad. Le dije: soy el
comandante de las fuerzas sitiantes; vengo a exigir su rendición
incondicional; si no la obtengo, usted será el responsable de las
muertes que puedan ocurrir". Caetano le respondió que ya no
gobernaba y que entregaría el poder a un general. A las 19.20,
Marcelo Caetano y su Gobierno salían detenidos del cuartel, y 20
minutos después, la radio oficial anunciaba la rendición
incondicional de la dictadura y la victoria del golpe.
Sólo quedaba por neutralizar la temida PIDE, que, cercada por la
multitud en su sede del barrio del Chiado, disparó contra las gentes
y causó cuatro muertos y decenas de heridos. Al día siguiente se
entregarían a las fuerzas del 25 de Abril mientras se preparaba la
salida de todos los presos políticos.
El golpe había triunfado sin grandes resistencias. El entusiasmo
de la gente era desbordante. Los capitanes de Abril no necesitaron
de los planes de emergencia para un posible fracaso del
levantamiento. Vítor Alves explica que "los camaradas de
Guinea-Bissau tenían previsto alzarse contra el régimen si fracasaba
el golpe", y Vasco Lourenço recuerda que había organizado "dos
acciones suicidas". "Sabíamos", dice, "que el dictador podría
intentar huir por las Azores. Por ese motivo asumí el control del
aeropuerto en Punta Delgada. En ese caso habría caído en nuestras
manos como un corderito. La otra alternativa era tomar las Azores,
provocar un escándalo internacional y exigir la libertad de todos
los presos políticos. Se habían estudiado todas las opciones.
Felizmente, no fue necesario intervenir".
Los capitanes de abril tomaron el poder sin otra ayuda que su
inequívoca determinación y el apoyo incondicional de los
portugueses. "No tuvimos contactos", dice Vasco Lourenço, "con la
CIA, el KGB o cualquier partido político. Todavía hay gente que no
se lo cree, pero ése fue uno de los éxitos del golpe. Mantuvimos una
autonomía total. Precisamente por ello, el 25 de abril fue único en
todo el mundo y muy sui géneris. Nunca unas Fuerzas Armadas
hicieron una revolución. Fue un ejército dentro del Ejército".
Vítor Alves añade, jocoso: "Algún historiador ya ha escrito que,
cuando la revolución estalló, los agentes de la CIA habían salido a
tomar café. La ausencia de contactos", añade, "fue un factor
determinante. Fue una medida de seguridad, porque sabíamos que la
PIDE estaba infiltrada en todos los partidos e incluso sabía
vagamente de nuestras intenciones".
Por su parte, Otelo Saraiva de Carvalho, el símbolo de aquella
revolución y el hombre que luego defendió una democracia directa,
una especie de anarcopopulismo, ratifica las palabras de sus
camaradas y amigos: "No mantuvimos ningún contacto exterior. Puede
que algunos de los capitanes, que eran simpatizantes de partidos
políticos, transmitieran nuestras intenciones. Pero a nivel orgánico
nunca hubo contactos con partidos u organizaciones nacionales o
extranjeras. Siempre quise que el 25 de abril fuese exclusivamente
militar".
Implicado posteriormente en las acciones terroristas de las FP-25
(Fuerzas Populares 25 de Abril, que perpetraron en la década de los
ochenta diversos atentados que causaron seis muertos, por los que
fue condenado a 18 años de prisión, de los que cumplió cinco), Otelo
Saraiva de Carvalho desmiente que los capitanes tuvieran intención
de instalar una nueva Cuba en Europa: "Mi principal enemigo ha sido
siempre el partido comunista. A pesar de que algunos se desviaron de
los compromisos iniciales, los capitanes cumplimos nuestra palabra:
destruimos el fascismo, instalamos una democracia parlamentaria y
devolvimos el poder al pueblo. Durante las convulsiones de la
revolución, algunos fueron instrumentalizados por la CIA o por el
KGB. Pero al final se mantuvo el espíritu del 25 de abril. Cumplimos
nuestro compromiso. Eso no quiere decir que yo no defienda, a título
personal, otro modelo de régimen, una democracia directa".
El día del golpe, el ex presidente de la República y dirigente
histórico de los socialistas lusos, Mario Soares, se encontraba en
la clandestinidad: "Estaba en Bonn intentando convencer a Willy
Brandt de que el régimen estaba a punto de caer. Su ministro de
Asuntos Exteriores, que estuvo en España durante la guerra civil, me
decía que era muy optimista y que me preparara para un largo
exilio".
En esos momentos, las tres efes de la dictadura (Fátima, fútbol y
fado) ya habían sido sustituidas por las tres des de los capitanes
(democratizar, descolonizar y desarrollar). La basílica de Fátima
sigue atrayendo a millares de peregrinos cada año; el futbolista
Eusebio, del histórico Benfica, es una gloria nacional, y la fadista
Amalia Rodrigues aún recuerda las buenas épocas del dictador
Salazar.
Hoy, 25 años después del golpe, Portugal es otro país, a pesar
del atraso que aún padece. El régimen democrático está completamente
consolidado; el imperio colonial acabará este año con la devolución
de Macao a China y la difícil transición en Timor Oriental
(anexionada por Indonesia en 1976); los fondos de la Comunidad
Europea han modernizado el país (todavía lejos de los niveles de
España); la economía ha despegado, y la clase media comienza a
vislumbrar el horizonte. Portugal ha recibido de la Unión Europea
(UE) en los últimos cinco años cerca de cinco billones de pesetas;
las reprivatizaciones de empresas nacionalizadas han supuesto otro
medio billón de pesetas sólo en 1997; la renta per cápita se
ha multiplicado por 40 (ahora es de 10.720 dólares), y la inflación
se ha reducido al 1,8% desde el escandaloso 27,9% de 1974.
No obstante, las cifras macroeconómicas esconden otra realidad.
La justicia, uno de los pilares del Estado de derecho, simplemente
no funciona; los salarios y las pensiones son extremadamente bajos;
los precios de los bienes de consumo son caros; la vivienda digna
está fuera del alcance de las clases medias, y la sanidad deja mucho
que desear.
Por otro lado, las relaciones Madrid-Lisboa atraviesan una
situación inmejorable. A pesar de los recelos históricos hacia
España, los intercambios comerciales han alcanzado un flujo sin
precedentes.
En 1997, España exportó al país vecino cerca de 1,4 billones de
pesetas (más que a toda América Latina junta), mientras importó
486.044 millones de pesetas, lo que supone un tasa de cobertura del
283%. España es el primer suministrador portugués y su segundo
comprador. Cerca de 2.500 empresas españolas se encuentran
trabajando en Portugal y las compañías lusas comienzan a implantarse
con éxito en nuestro país.
A pesar del despegue económico, el balance de los capitanes de
abril no es muy optimista. Consideran que sus objetivos prioritarios
fueron cumplidos, pero estiman que los ideales del 25 de abril aún
están lejos de ser alcanzados.
El teniente coronel Vítor Alves, hoy día dirigente de Civitas
(asociación para la defensa de los derechos del ciudadano), que con
los años ha adquirido aire de aristócrata inglés, explica: "La
descolonización fue resuelta finalmente, a falta del problema de
Timor Este. El sistema democrático está consolidado, y el desarrollo
ya anunciamos que sería un problema de años. De cualquier forma, el
país no tiene nada que ver con el de 1974. No obstante, en el campo
de los grandes ideales, de las grandes promesas, no puedo estar
satisfecho con el Portugal de hoy. La justicia social deja mucho que
desear; las desigualdades se han agravado inmensamente; los ricos
son cada vez más ricos, y los pobres, mucho más pobres".
Vasco Lourenço, ahora presidente de la Asociación 25 de Abril,
ejecutivo de una empresa de importación y exportación con las
antiguas colonias y que pasea por Lisboa una cintura de estética
poco revolucionaria, asiente: "Ratifico todas sus palabras. Fuimos
serios y honestos. Cumplimos lo que prometimos, pero
desgraciadamente todos somos responsables del Portugal actual. No
hemos sido capaces de hacerlo mejor y hemos caído en la dictadura de
los partidos políticos. La degradación y el desprestigio de la clase
política han alcanzado límites inimaginables. No consigo explicarme
el porqué. No sé si ha sido la globalización, la dictadura del
mercado o qué, pero veo a Portugal, de nuevo, con miedo. La gente no
participa, se autocondiciona, tiene miedo a perder el empleo. Y lo
peor de todo: los dos referendos convocados (regionalización y
aborto) no consiguieron una participación superior al 50%. Me cuesta
mucho ver eso. Y además nos dejamos envolver en una guerra que no
sabemos cómo va a acabar".
Por su parte, Otelo Saraiva de Carvalho, el más idealista de
todos, que hoy es copropietario de una empresa para la exportación
de pescado en Angola, cree que el programa del 25 de abril se ha
mantenido, pero "perdimos la oportunidad histórica, y a nivel
mundial, de establecer un nuevo modelo de régimen político. Perdimos
la oportunidad de crear un régimen de democracia directa que yo
creía posible con la participación activa de las masas". A pesar de
ello, Otelo estima que "los objetivos del MFA se alcanzaron. Tenemos
una democracia representativa y parlamentaria, la descolonización
fue llevada a cabo como se pretendía y el país, desde la entrada en
la CEE, se desarrolló extraordinariamente. No obstante, en el
Portugal de hoy continúa habiendo enormes bolsas de miseria, de
pobreza y de analfabetismo; no hay viviendas dignas, el sistema
sanitario está por desarrollar. En resumen, los ideales del 25 de
abril aún están lejos de cumplirse".
El sueño revolucionario aún está pendiente para los capitanes. No
obstante, el teniente coronel Vasco Lourenço cree que la historia
les dio la razón: "Hoy digo, pasados 25 años, que volvería a hacer
más o menos lo mismo. Hicimos lo que teníamos que hacer".
© 1999 EL PAIS
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