DURANTE años nos preguntamos cómo fue posible que Silvio Berlusconi se convirtiera en el político hegemónico de un país como Italia. Ahora, en el ocaso del berlusconismo, nos llega la respuesta. La tenemos ya ante los ojos. En Italia pasaba lo que pasa ahora en España. Simplemente eso. Y cuando el descrédito del Estado fue completo, cuando los abusos de la casta dirigente rebasaron lo bochornoso, cuando se comprobó que la judicatura era impotente, cuando se asumió que la corrupción no era un problema sino la esencia misma del sistema, el electorado optó por la destrucción completa. Es decir, por la aniquilación de los partidos tradicionales, el repudio al Estado y la negación del bien común. El populismo es una venganza en carne propia. Es aceptar el desastre colectivo, a cambio de gozar con la humillación (real o ficticia) de quienes solían humillar y de culpar a otros de las desgracias. Es aupar al poder a alguien que se hace pasar por uno de los nuestros, aunque sepamos que no lo es. Es una reacción desesperada.
Resulta casi angustioso leer la prensa estos días. No tanto por lo que se publica, bastante ominoso en su conjunto (excluyo a los dos diarios que se han pasado al género de la ficción fantástica y aún reclaman la dimisión de Zapatero), como por la falta de consecuencias. En los regímenes democráticos, sustentados sobre unas instituciones más o menos solventes y sobre la conexión más o menos directa entre los representantes de la ciudadanía y los propios ciudadanos, resulta imprescindible el concepto de responsabilidad. Igual que en la vida privada de cualquiera. Sin responsabilidad, privada y pública, no puede existir lo que llamamos civilización. Y eso, aquí y ahora, nos falta. Nadie es responsable de nada. Los más conspicuos canallas entre la casta dirigente admiten, en ciertos casos, la culpabilidad, cuando es el Tribunal Supremo quien condena, no caben ya recursos y no hay más remedio. Pero entonces piden un indulto.
Quizá aquí no lleguemos a tener un Berlusconi. Quizá nos sumerjamos en el populismo por otras vías. En Cataluña ya tienen una. Y en el conjunto de España tenemos a ministros como Arias Cañete, para quien las denuncias europeas contra el fútbol español son fruto de la envidia. Claro. Todos sabemos lo sanas que están las estructuras futbolísticas españolas.

Puede que tenga razón el anuncio de la multinacional charcutera chino-mexicana y aquí nos baste con reírnos y tocarnos. Pero lo mismo se decía del pueblo egipcio en tiempos de Mubarak: gente feliz que reía y se tocaba. Y ya ven.
20 de diciembre de 2013 a las 7:17 pm | Enlace permanente
Fernando, es Enric González
20 de diciembre de 2013 a las 9:09 pm | Enlace permanente
” SIN RESPONSABILIDAD, PRIVADA Y PÚBLICA, NO PUEDE EXISTIR LO QUE LLAMAMOS CIVILIZACIÓN”.
Amén.
20 de diciembre de 2013 a las 9:09 pm | Enlace permanente
Grandérrimo Enric. Y tiene toda la razón,como casi siempre. No es ya que estemos gobernados por una casta de puñeteros corruptos: es que a la mayoría de estos puñeteros corruptos no les pasa nada (o les pasa muy poco, o les indultan, o dilatan los procesos en el tiempo…). Es lo que tiene el poder: se protege para sobrevivir y mañana te juzgará el magistrado elegido por el CGPJ que tú eliges…
Frente a esto, la dureza contra el débil, las ejecuciones de desahucio, las leyes de seguridad. La sensación de indignación es directamente proporcional a la desvergüenza de los poderosos.