Este blog es el resultado de una locura transitoria en la que me dio por recopilar como un obseso todos los artículos que Enric González había escrito durante el período en el que publicaba una columna diaria en El País (marzo de 2008 a noviembre de 2009). Esta columna se llamaba “Cosa de dos” y, durante esa época, también escribía una columna semanal sobre fútbol y otra sobre un tema cultural, normalmente la reseña de un libro. También he incluido estas columnas por dos razones: me gustan igualmente y me habría llevado aún más tiempo eliminar esos artículos.
El objetivo de este recopilatorio es puramente personal. Me apetecía imprimirlos todos juntitos y releerlos con calma. Poco a poco, porque habría que estar completamente loco para leerlos todos de golpe (en el word salen 323 páginas). De momento sólo estoy lo suficientemente tarado como para haber invertido las horas muertas de los últimos días en este recopilatorio, nada estético y cuya forma sencilla sólo pretende contener la brillantez de unas letras que no necesitan un soporte suntuoso para considerarse valiosas. Eso, y que tampoco me apetecía invertir más esfuerzo en ponerlo bonito.
Para que el señor Cebrián no me denuncie por infringir derechos de autor o algo por el estilo, os pido que pinchéis en la página http://www.elpais.com cada vez que leáis un artículo y que, incluso, hagáis click en el anuncio del coche de turno para que les suban las visitas y se pongan contentos.
Realmente lo que aquí encontráis es lo mismo que podéis ver poniendo el nombre “Enric González” en el buscador del periódico, salvo por que yo les he quitado la morralla (que si vota este artículo, que si compártelo en facebook, que si mira el enlace de esta página que no tiene nada que ver) y los he puesto juntitos, cronológicamente, para que la lectura sea menos sacrificada.
Y ya me callo. Aquí os dejo el ladrillo sublime, comenzando con el artículo de presentación que escribió El País sobre la columna “Cosa de dos” y terminando por la información de Ignacio Escolar en la que arroja luz sobre las posible razones por las que Enric tuvo que dejar de escribir su columna.
Gracias por los buenos ratos, Enric. Allá vamos…
Carlos Boyero y Enric González afilan su crítica para hablar de la vida a partir de lo que ven desde el sofá
EL PAÍS Madrid 9 MAR 2008
Los periodistas Carlos Boyero y Enric González inician desde hoy en las páginas de la sección Pantallas una nueva columna de opinión, Cosa de dos, para hablar de la vida a partir de lo que ven en televisión. Enric González se encargará, de lunes a viernes, de diseccionar la programación y todo lo que en ella encuentre para reflexionar sobre lo divino y lo humano. Carlos Boyero le cogerá el relevo los sábados y domingos (hoy, como excepción, debuta González). Los lectores se reencontrarán así con la mirada crítica e inclemente del crítico de cine de EL PAÍS, uno de los más admirados del periodismo español.
Enric González (Barcelona, 1959) trabaja en EL PAÍS desde 1986. Antes había colaborado con varios periódicos catalanes y después completó una brillante carrera periodística como corresponsal en Londres, París, Nueva York, Washington y Roma. Es autor de varios libros fruto de sus experiencias por medio mundo.
Carlos Boyero (Salamanca, 1953) es crítico de cine en EL PAÍS y tiene en su haber una dilatada carrera como periodista de mil asuntos, también en radio y televisión. Colabora habitualmente con la Cadena Ser y con Canal +. Es uno de los más influyentes columnistas actuales. Su mordacidad y sinceridad es tan temida y como admirada.
Hijos
ENRIC GONZÁLEZ 9 MAR 2008
El monólogo es un género delicado, de gran fragilidad. No debe confundirse con el soliloquio, que consiente cualquier rudeza o extravío porque no se dirige, en teoría, a nadie: la persona habla para sí misma, extraviada en los meandros de su pensamiento. Con el monólogo, en cambio, se apela a un oyente silencioso. Se le invoca, se le explica, se le exige, sin contar con la guía de sus respuestas. El monologuista debe, en cierta forma, introducirse en la mente de quien escucha.
En su forma más elemental, el monólogo puede asumir la forma de una arenga. Un ejemplo, Napoleón en Egipto, antes de la batalla contra los mamelucos: “Soldados, desde estas pirámides 40 siglos os contemplan”. Puede ser también discurso político, con el ánimo de convencer o manipular a las masas. Es célebre el que Shakespeare pone en boca de Marco Antonio, en Julio César: ”Amigos, romanos, compatriotas, escuchadme: he venido a enterrar a César, no a ensalzarlo”.
A veces es a un tiempo arenga, discurso político y lección moral, y alcanza su calidad más elevada. En ese caso, cada palabra cuenta. Basta un error, un término falso, un sonido impostado, y el edificio verbal se viene abajo. Hace falta un perfecto equilibrio.
No es frecuente contemplar en televisión un monólogo de calidad. Cuando ocurre, el resto de la emisión se desdibuja: ruidos grabados, imágenes electrónicas, simple rutina industrial. Ayer se produjo uno de esos raros momentos.
El monólogo de Sandra, hija mayor de Isaías Carrasco, asesinado por ETA, fue una muestra de claridad, concisión, rigor y altura moral. Agradecimiento, recuerdo y mensaje, sin una letra superflua.
Personalmente, admiro las piezas oratorias breves y tersas, de alcance universal. El monólogo de Sandra tenía el respiro enjuto del verso octosílabo y desembocaba, como exige el canon, en una frase esencial, un pie quebrado solemne: “Son unos hijos de puta”. Impecable.
Héroes
ENRIC GONZÁLEZ 9 MAR 2008
Llamé a la puerta, asomé la cabeza y recibí mi primera orden: “Domingo, tráigame una Coca-Cola”. Lo suyo habría sido obedecer, pero no sabía dónde se guardaban los refrescos, o en qué bar se compraban. Por otra parte, no me llamaba Domingo, y se suponía que me pagaban, poco, por titular teletipos y cerrar páginas. Me escabullí discretamente, volví a mi mesa y simulé una concentración intensa. No supe más del director hasta que, unas semanas después, tuve que preguntarle cuántas páginas llevaba mi sección. Respuesta: “Domingo, tráigame una Coca-Cola”.
Las experiencias de juventud marcan para siempre, y creo que desde entonces, 1976, he procurado mantenerme a distancia de mis jefes. He tenido varios directores, algunos excelentes. Pero sospecho que viven en su mundo, afligidos por presiones que desconozco e interesados en asuntos que me son ajenos. Y temo que vuelvan a llamarme Domingo y a pedirme que, antes de firmar la carta de despido, traiga de una vez la puñetera Coca-Cola.
Huertas Clavería fue periodista, un maestro del oficio. Poseía una humanidad tan generosa que debía dolerle
Cuando se habla de transición, mis recuerdos son aquel director, aquella pequeña redacción y el precario periodismo que se ejercía en la época. Recuerdo el miedo, la improvisación, las amenazas. También la esperanza y algunas grandes juergas. No recuerdo, en cambio, ninguna de las glorias que se atribuyen a la época. Entre la monstruosidad del búnker franquista y la violencia del otro extremo, fuimos sensatos porque no podíamos ser otra cosa. Renunciamos a hurgar en el pasado sin tener demasiada confianza en el futuro. Salió razonablemente bien, a estas alturas resulta obvio. Sin alardes: razonablemente bien.
Qué tiempo extraño aquel en que cardenales como Tarancón o generales como Gutiérrez Mellado asumieron (con todo el mérito) la condición de héroes. Qué juego extraño jugamos. La gran mayoría tuvo que perder algo, a veces mucho, para que ganaran todos.
Es posible que mis problemas con la autoridad y mi dificultad para funcionar en esquemas jerárquicos fueran anteriores a la secuencia de las coca-colas. En cualquier caso, mis héroes personales, y sin duda mis héroes de aquel tiempo, carecen del empaque que proporciona el poder. Tienden a ser de tamaño natural, o incluso menos que eso. Uno de ellos, bajito, grosero, impertinente, propenso a la histeria y al psicodrama, se llamó Josep Maria Huertas Clavería. Fue periodista, un maestro del oficio. Poseía una humanidad expansiva, tan generosa que, sospecho, debía dolerle. No pertenecí a su círculo más íntimo (nunca me arrojó un teléfono a la cabeza) ni estuve presente en sus momentos más difíciles. Fue mi jefe, un jefe anarcoide y estimulante, casi un anti-jefe, durante unos años. Aún hoy someto a su juicio todas las cosas que hago. ¿Le gustaría esto a Huertas? No, por supuesto. Me llamaría cursi y pelota y me mandaría a la calle, “a ver si encuentras una noticia por una vez en tu vida”.
Huertas publicó en el diario Tele-Express de Barcelona, el 7 de junio de 1975, un artículo titulado Vida erótica subterránea. En él se señalaba que algunas viudas de militares dirigían meublés. Fue detenido el 23 de julio, sometido a consejo de guerra y condenado a dos años de cárcel. El caso Huertas provocó la primera huelga de periodistas de la transición y le elevó a la categoría de símbolo profesional. A veces, ser símbolo resulta problemático. Porque mientras los demás le admirábamos, él sufría la cárcel.
Salió en libertad bajo fianza el 13 de abril de 1976. Fue recibido con alborozo, pero nadie se atrevió a darle trabajo. Estuvo en paro ocho meses. La transición. Luego volvió y siguió trabajando, y siendo Huertas, hasta el último día.
Josep Maria Huertas Clavería murió hace un año, el 4 de marzo de 2007. José Martí Gómez, gran amigo suyo, otro de mis héroes personales, le dedicó unas bellísimas palabras fúnebres. Evocó los gustos imposibles de Huertas, que combinaba los berberechos con el batido de chocolate y sentía una fatigosa devoción por los colores chillones, y recordó su fe cristiana, su honestidad hiperactiva, su confianza en los jóvenes, su carácter imposible. La ironía es un potente analgésico. “Mi problema”, vino a decir Martí Gómez, “consiste en que soy creyente. Creo en la vida eterna. Creo, por tanto, que me reencontraré con Huertas, que él seguirá igual, y que volverá a meterme en líos”. Entre las razones para tener fe, ésa es mejor que muchas otras.
Cada taula, un Vietnam, de Josep M. Huertas. Edicions de la Magrana. 229 páginas.
‘Frikis’
Deberíamos cuidar el lenguaje. Es, al fin y al cabo, una de las cosas que nos distinguen de los demás mamíferos y de ciertos parlamentarios. Sin palabras no hay conceptos, ni realidad comprensible. Conviene manejar con prudencia, por ejemplo, el término friki, muy popular últimamente. La palabra freak, origen de este anglicismo, definía una excentricidad no del todo inocente. En 1932, el director cinematográfico Tod Browning aportó al vocablo una nueva carga con la película Freaks (La parada de los monstruos), un durísimo poema visual protagonizado por personas deformes. Durante varias décadas se mantuvo en el ámbito de lo despectivo. Luego se dulcificó. Ahora, al parecer, basta una manía, una afición inusual o un comportamiento estrafalario para ser un freak, o unfriki.
Salvemos Eurovisión, esperpento emitido el sábado por TVE, aspiraba, al parecer, a celebrar el nuevofrikismo. No tengo nada en contra de los imitadores de Ricky Martin, de las señoritas bullangueras o de los figurantes de Andreu Buenafuente, un tipo brillante que ha descubierto pronto el secreto de este negocio: la televisión se alimenta de televisión. Tampoco tengo nada en contra, faltaría más, de Raffaella Carrà, que se conserva de maravilla, ni contra José Luis Uribarri, que se conserva bastante peor. En materia de entretenimiento, cada uno puede hacer con su vida lo que quiera.
Pero ese programa, como el Festival de Eurovisión, fue una simple gansada. Me aflige que se malgaste la palabra friki para definir a unos cuantos pavos haciendo el ganso, porque la consecuencia del derroche semántico impone un endurecimiento verbal. ¿Por qué TVE, la televisión pública, produce una cosa como ésa? En otro momento podría haberse liquidado el asunto diciendo que TVE intenta ganar audiencia y pasta (con las llamadas de la audiencia) por la vía más friki. Por desgracia, dada la devaluación de esa palabra, hay que buscar otra palabra para definir lo que hace TVE con nuestros impuestos. Pongamos malversación. Malversación friki, por supuesto.
Lágrima
ENRIC GONZÁLEZ 11 MAR 2008
La imagen más intensa fue el friso de Génova: Rajoy y señora, Acebes, Pizarro, Escudero, Sáenz de Santamaría. Una difícil, pero digna, escenificación de la derrota. Quizá, con el tiempo, el Partido Popular agradezca a Elvira Rodríguez, la esposa de Rajoy, su lágrima, sincera y realista.
Fue encomiable el entusiasmo abajo, en la calle. E irreprochable el mensaje de Pío García-Escudero, jefe de campaña: “Principios y valores”, dijo. Acebes insistió ayer: “Principios y valores”.
Cuidado con eso. El entusiasmo y los principios no ganan necesariamente elecciones. Se ha visto ya en otros sitios.En Gran Bretaña, por ejemplo, tras la victoria conservadora de Margaret Thatcher. La Dama de Hierro, pese a la imagen triunfal que de ella preserva la historia, nunca fue, salvo durante la guerra de las Malvinas, muy popular. A la mayoría de los británicos les pesaba en el estómago la huelga de los mineros, los despidos, las privatizaciones salvajes, la soberbia de una mujer que no escuchaba a nadie. Frente a Thatcher, los laboristas apostaron por los principios y los valores. En algunas elecciones, como las de 1987 y 1992, obtuvieron grandes resultados. Casi acariciaron la victoria frente a la odiosa Thatcher. El partido mantuvo los principios y los militantes mantuvieron el entusiasmo, derrota a derrota. Los británicos se empecinaban en equivocarse.
Los laboristas sólo ganaron cuando, tras la dimisión de un líder (Kinnock) y la muerte por infarto del siguiente (Smith), cundió el desánimo. El nuevo candidato, Tony Blair, se cargó los principios (Estado fuerte, sindicatos, pacifismo) y la vieja militancia entusiasta, y se dedicó a copiar a Thatcher. Así comenzó la década laborista.
La política, por desgracia, no es bonita vista de cerca. La humanidad y la sinceridad sí lo son.
Bipartidismo
Un sumario judicial suele ser un mamotreto de difícil manejo: un montón de páginas llenas de informaciones y datos, a veces circunstanciales, superfluos, contradictorios o erróneos. El periodismo es, desde siempre, un gran consumidor y difusor de sumarios. En esa tradición dice basarse Mundo TV, productora de la miniserie Fago, estrenada el lunes en TVE gracias a una autorización judicial de última hora.
Caben algunas objeciones. Fundamentalmente, la de que el periodismo no necesita cambiar los nombres de los implicados. La combinación de hechos (facts, en inglés) y ficción (fiction) constituye un género, hoy conocido como faction, tan viejo como el mundo. Hasta donde se sabe, y aunque lo practiquen algunos periodistas, tiene más parentesco con la propaganda o la literatura que con el periodismo.
El alcalde de Fago, Miguel Grima, del PP, fue asesinado el 12 de enero de 2007. Se acusa del crimen al guardia forestal Santiago Mainar, que en 2003 se presentó a las elecciones municipales de Fago como independiente bajo las siglas del PSOE. Grima fue reelegido con 12 votos frente a los cinco de Mainar, lo que presta al caso una leve pátina política. Fago es una diminuta localidad pirenaica, con un término municipal de apenas 200 metros de longitud. Mainar se declara inocente.
Ésos son los hechos escuetos. Con todo lo demás, con la faction, se ha elaborado una miniserie discreta, adecentada por el trabajo de los dos actores protagonistas, Jordi Rebellón y Joaquín Notario, y envilecida por algunos rasgos groseros: la tentación de presentar Fago como un lugar habitado por monstruos resultó demasiado fuerte para los guionistas. La audiencia rozó, el lunes, el 20%.
Costaba ver Fago sin enmarañarse en su potencial metafórico. Con la jornada electoral aún de cuerpo presente, se exhibía la peor experiencia española en materia de bipartidismo municipal. Un detalle enternecedor: los dos abertzales del pueblo, ásperos y violentos, apoyaban al PSOE.
Mire usted
ENRIC GONZÁLEZ 13 MAR 2008
El qué importa; el cómo, más. El qué, el mensaje, estuvo bien. Pero fue mejor el cómo: el cuerpo erguido, con un leve cimbreo que subrayaba la retranca, y una conocida muletilla verbal, “mire usted”, que no anunciaba agresión, sino ironía. Ese hombre burlón había sufrido ya dos derrotas de las que pueden tumbar para siempre. Nadie lo hubiera dicho, viéndole el martes ante la prensa. Parecía un ganador. Quizá lo era, en cierta forma.
Si la gente da su auténtica talla en los momentos de adversidad, el empaque de Mariano Rajoy es mayor del que pensábamos. Dijo aquel “adiós” rotundo desde el balcón, abrazado a su esposa, y se ocultó en su guarida. Dos días después, cuando se esperaba a un registrador de la propiedad venido a menos, apareció un político en plena forma. Es decir, un tipo al que se le compraría, sin dudar, un coche usado.
Pilló en falso a quienes le buscaban sucesor, a quienes se postulaban con el silencio y a quienes, desde el otro bando, confiaban en que el PP se entregara al placer de la revuelta interna. Resultó que Rajoy, mire usted, sabía imponerse. Tal vez, como a Sean Thornton, se le juzgó mal. Sean Thornton, “el hombre tranquilo”, también tenía sus razones para no pelear. Pero cuando lo hizo, lo hizo.
La sede de la calle Génova no es Cong, el pueblecito irlandés donde John Ford rodó su película. Qué más quisiéramos. Y Mariano Rajoy no es John Wayne, ni de lejos. Este país, sin embargo, ya ha dado de sí todo lo que podía dar en materia de catastrofismo; la ruptura de España, de la familia y de la civilización occidental ya se ha pregonado demasiadas veces, y han sido rebañados ya todos los votos radicales a un lado y otro. Este país, mire usted, necesita un descanso. Hablar de otras cosas.
Para ganar la próxima vez, al PP podría bastarle con no asustar a los indecisos y a los catalanes. Podría bastarle con un Rajoy tranquilo y solo, sin el habitual coro de histéricos. Un Rajoy como el que ha sabido perder sin romperse.
Espectáculo
ENRIC GONZÁLEZ 14 MAR 2008
Somos espectadores del siglo XXI. Ignorantes, exigentes, hiperactivos. Pueriles. Queremos entretenimiento; no hay problema si la información que nos sirven se aproxima a la realidad, basta con que nos intrigue. Nos gustan los personajes rotundos y las historias asombrosas. En estos escarceos de la prelegislatura, y acaso, según pintan las cosas, en los años próximos, el PP domina el espectáculo.
El PP ha perdido las elecciones. Está en la oposición. Y, sin embargo, los titulares son suyos. No vale el clásico argumento de la derrota seguida de un proceso de descomposición y caos, típico en estas situaciones, porque no es eso. La cosa es más sencilla: el PP ofrece mejores personajes y mayores emociones.
El control de la escena es vital. ¿Qué nos ofrece la compañía socialista? Dos hipotéticos vicepresidentes ya conocidos, Fernández de la Vega y Solbes, sin otro perfil que la gestión de su papel; un caballero enmascarado, Rubalcaba; unos ministros aún ignotos y ya previsibles. Lejos de las tablas Maragall, sólo un tenor romántico, Pepe Bono, está en condiciones de sorprendernos. Ése es el problema de los partidos bajo control. Toda la atención recae en una sola persona, el ambiguo y talentoso Zapatero. ¿Podrá inventar alguna pirueta nueva?
Miremos la otra compañía. Esperanza Aguirre, la malvada más interesante desde Angela Channing; Francisco Camps, enigmático pretendiente valenciano; Zaplana, el killer al que dan por muerto; el fiel Acebes, que ofrecerá su vida por el héroe; la prometedora Soraya (que ganará protagonismo con cada capítulo). Y dos primeros actores tan sugestivos como Rajoy y el ilustre emérito Aznar. Material para una superproducción.
De momento, no hay color. El PSOE no aparece. Para redondear los telediarios y las portadas de estos días, sólo hace falta que Carme Chacón dé a luz a la niña políglota de Rajoy. El culebrón informativo es del PP.
Ballenas y tragedias en mares exóticos
ENRIC GONZÁLEZ 16 MAR 2008
Hace algunos años pasé un tiempo en Nuku-Hiva, la mayor de las islas Marquesas. Esperaba un velero, el Manutea, que Greenpeace había fletado en San Francisco para viajar hasta Mururoa y protestar contra los ensayos nucleares franceses. El Manutea tenía la radio estropeada, lo que hacía imposible averiguar si estaba por llegar o había pasado de largo. Era una situación inquietante. Cuando la empresa te paga un viaje largo (24 horas en jumbo, 2 horas en bimotor, 1 hora en helicóptero) a un lugar exótico para abordar un velero, conviene abordarlo.
Pasaba el día en una playa llena de basura, oteando el horizonte, y blasfemaba por las noches a causa del lagarto de Nuku-Hiva, un discutible subproducto de la evolución de las especies. No he sentido el impulso de volver a aquel supuesto paraíso remoto y cubierto de nubes.
Sin Nuku-Hiva, en el archipiélago de las Marquesas, Herman Melville no habría escrito ‘Moby Dick’
Nuku-Hiva y todo el archipiélago de las Marquesas tuvieron mala fama entre los marinos del siglo XIX. Se creía que los habitantes eran antropófagos. En realidad lo eran, pero poco: sólo en las grandes ocasiones. Sin Nuku-Hiva, Herman Melville no habría escrito Moby Dick. La mala reputación de la isla, por otra parte, condujo a que el pobre George Pollard, capitán delEssex, se comiera a su primo.
La historia del ballenero Essex fue la sensación de su época. El buque, un velero de tres palos y 30 metros, partió de Nantucket el 12 de agosto de 1819. Pollard tenía 28 años y había trabajado en el Essex, pero aquel era su primer viaje como capitán. Los 14 marineros eran novatos, varios de ellos reclutados a la fuerza. Cuatro días después de zarpar, una tormenta dejó maltrecho el barco. Pollard decidió regresar a Nantucket, pero sus dos oficiales, Chase y Joy, le convencieron de continuar hasta las Azores, donde podrían hacer reparaciones. Tras la escala en las Azores pusieron rumbo al Pacífico.
El 20 de noviembre, cuando se hallaban a 1.500 millas náuticas de las Galápagos, una ballena tan grande como el Essex embistió dos veces contra el barco y lo destrozó. Los náufragos cargaron tres botes con provisiones y se pusieron en manos de la fortuna. Pollard ordenó navegar hacia las islas Marquesas, a unas 1.200 millas en dirección oeste, pero sus oficiales, de nuevo, le hicieron cambiar de opinión con el argumento de los nativos antropófagos. Al fin se optó por el rumbo sur, para buscar vientos que permitieran llegar a la costa suramericana.
El 20 de diciembre llegaron a la isla de Henderson, donde apenas pudieron sobrevivir una semana. Tres marineros decidieron quedarse. Los demás partieron de nuevo, y al poco una tormenta separó los tres botes. Los náufragos empezaron a morir, y a ser comidos por sus compañeros. La carne humana funcionó demasiado bien: cesaron las muertes, y fue necesario matar. En el bote comandado por Pollard se hizo un sorteo y perdió un muchacho, Owen Coffin, primo del capitán. Coffin fue ejecutado y devorado.
Dos de los botes, el de Pollard y el del oficial Chase, fueron rescatados a finales de febrero tras recorrer casi 5.000 millas. El otro se perdió. Los náufragos de la isla de Henderson fueron también hallados con vida. El canibalismo del Essex, con sus siete cadáveres comidos, fascinó y horrorizó a la sociedad de la época. Herman Melville, nacido después, en 1819, escuchó, como tripulante del ballenero Acushnet, los relatos sobre el Essex y el ataque de la “ballena asesina”. En 1842, durante una escala en Nuku-Hiva, desertó del Acushnet. Escribió Moby Dick en los años siguientes.
La historia del Essex tiene un curioso epílogo. Pollard, el capitán dialogante que se dejaba convencer, volvió a embarcar y volvió a naufragar. Nadie más quiso contratarle, y trabajó el resto de su vida como vigilante nocturno de un almacén. Dicen que fue feliz. El oficial Chase se convirtió en un exitoso capitán, pero acabó enloqueciendo: pasó el final de su vida encerrado en casa, acumulando alimentos en el desván.
El grumete, Thomas Nickerson, escribió un detallado relato de la aventura, pero el texto se perdió durante un siglo. En 1980 fue recuperado por un historiador de Nantucket. Gracias a ese testimonio, y a las declaraciones del oficial Chase a un periodista de su época, Nathaniel Philbrick publicó hace ocho años un relato fidedigno de aquella terrible aventura: In the heart of the sea, the tragedy of the whaleship Essex. Es un gran libro sobre el mar y la condición humana, el mejor que he leído en mi vida.
In the heart of the sea, the tragedy of the whaleship Essex, de Nathaniel Philbrick. Editorial Penguin. 301 páginas.
Eternidad
ENRIC GONZÁLEZ 17 MAR 2008
La vida es vida porque ocurre en un tiempo y un lugar. Cualquier otra opción, sin espacio ni tiempo, es la no-vida: el horror inconcebible de la eternidad. Jorge Luis Borges planteó la cuestión de forma convincente en El inmortal: quienes no podían morir se abandonaban, indiferentes, porque todo carecía de valor.
Si fuera posible algo tan imposible como la eternidad, se parecería a la televisión. Sería, por ejemplo, algo como Yo estuve allí, un programa “entrañable, ameno, emocionante y divertido” (eso dice la publicidad de TVE) que “rescata la memoria histórica de nuestro país”. La inmensa mayoría de la población española no asistió, el sábado por la noche, a su estreno. Yo, sí. Lo cual significa, probablemente, que organizo mal mis fines de semana.
El programa, conducido por una presentadora despierta, Carolina Ferre, y un humorista inteligente, Javier Cansado, contó entre sus invitados con Lolita Flores y Alfonso Guerra. Dado que la eternidad iguala, fueron evocados acontecimientos comparables de hace un cuarto de siglo, como la tumultuosa boda de Lolita y la arrolladora victoria electoral del PSOE en 1982.
¿Qué se extrajo de las imágenes y de los testimonios de quienes vivieron aquello? Pues que había mucha gente. Que aquello ocurrió. Que ya es nada. Que no hay significado. Que ni Ferre, ni Cansado ni nadie pueden sacar a flote el invento. Que la fórmula gore-nostálgica deCine de barrio funciona porque ofrece una película, un artefacto de un tiempo y un lugar.
No hay memoria ni historia si no hay presente. Sin el punto de vista de hoy, el pasado carece de sentido y el futuro es una hipótesis incoherente. Resultaba inquietante contemplar a Alfonso Guerra, el diputado español más veterano, un hombre que gana con holgura su escaño de Sevilla desde 1977, sentado ante la señora Ferre en aquel sofá rojo. No era el Guerra de 1982, ni el de 2008. Era un personaje en un programa. Faltaba contexto. Faltaba sentido. Una metáfora de la vida eterna.
Discusión
ENRIC GONZÁLEZ 18 MAR 2008
Soporto mal las series de forenses. Les reconozco el sincretismo comercial, de gran angular: cubren la intriga policial, la bata blanca y el romance, tres grandes géneros televisivos. Pero nunca he visto ninguna que me gustase. Las diversas CSI son ingeniosas. Y, sin embargo, me resisto a aceptar esos fiambres cuya trayectoria en vida no fue, al parecer, más que un trámite insustancial para satisfacer su auténtica vocación: ser chivatos muertos. Ahí están, tumbados, felices, sonrientes a veces, ofreciendo al médico la identidad del asesino.
En 1888, cuando la persona a la que la prensa llamó Jack el Destripador realizó sus crímenes, nadie fue capaz de entender por qué jugaba con las vísceras de sus víctimas. Scotland Yard dedujo que sentía rabia contra las mujeres y le gustaba hacerlas sufrir. En realidad, no sufrían: morían desangradas, sin dolor. El destripamiento llegaba luego. Era un juego sexual basado en el dominio absoluto sobre un cuerpo. Jackcosificaba: convertía a las personas en cosas.
Los telespectadores de hoy sabemos más de eso que la policía del siglo XIX. Somos cosificadores excelentes, grandes psicópatas de salón. En nuestro afán por vivir las pasiones más turbulentas de forma vicaria, a través de series de televisión en las que la sangre no nos salpica, la víctima nos es indiferente y el aroma a putrefacción no nos ofende, nosotros, el respetable, hemos sido policías, asesinos y, desde hace algún tiempo, forenses.
Sospecho que cada vez que un fiambre de CSI abre los ojos sonríe a la cámara y hace un guiño al médico, un puñado de telespectadores fantasea con la posibilidad de trabajar para las fuerzas de la ley y el orden, en calidad de muerto.
Adolescencia
ENRIC GONZÁLEZ 19 MAR 2008
Ciertos debates son inútiles. El que gira en torno a la adolescencia, por ejemplo. Basta con abrir los ojos: la eclosión hormonal se ha convertido en el centro de gravedad de nuestro consumo, de nuestra cultura, de nuestra civilización. Resulta ocioso discutir sobre la condición de nuestros adolescentes porque es hegemónica. Es nuestra condición, la condición del Occidente feliz.
Los padres abroncan a los hijos porque no quieren que hagan lo mismo que hacen e hicieron ellos: es una forma como cualquier otra de pasar el tiempo. Los adultos se distinguen por la hipoteca, por el empleo (o su ausencia), por una vaga sensación de experiencia acumulada e inservible. Y porque sufren por sus hijos, lo cual, bien mirado, constituye una penitencia merecida. Antes, el tiempo creaba una zanja divisoria: de un lado, el volcán sexual; del otro, la mansedumbre. Parece que la medicina ha acabado también con esa zanja.
Adoramos los valores adolescentes. Adoramos la gloria instantánea, la inmortalidad. El músculo del deportista, el grito del cantante, la piel tersa, la primavera perenne, la ausencia de dolor. Adoramos las sensaciones, la convicción que dura un minuto. La campaña electoral del PSOE ha sido modélica en ese sentido: la promesa de varios regalos, una Z onomatopéyica, un gesto circunflejo con el dedo.
Personalmente, nada en contra. Sólo una objeción: la ropa. Me parece triste envejecer y morir bajo un disfraz de niño.
Física o química, la serie que Antena 3 emite los lunes por la noche, intenta retratar a los profesores como alumnos y a los alumnos como profesores: es normal, son iguales. No existe escándalo en eso. Los personajes fornican, se drogan, acumulan errores, se hieren, se suicidan.
Es lo que hacemos. Se podría lamentar, quizá, el penoso nivel de los guiones y, en general, de todos los elementos que componen la serie. Pero sería estéril, como el debate sobre la adolescencia. Esa serie no es culpa nuestra. Es culpa de la sociedad, que nos ha hecho así.
IRAK, CINCO AÑOS EN GUERRA
El ‘virrey’ de Bagdad desencadenó el desastre
Entre mayo de 2003 y junio de 2004, Paul Bremer disolvió las fuerzas iraquíes y hundió la economía
ENRIC GONZÁLEZ Madrid 20 MAR 2008
Bremer tenía sus cualidades. Era trabajador, elegante y experto en antiterrorismo. Poseía el físico de un atleta y con 60 años corría maratones. Además, cocinaba de maravilla, especialmente platos franceses: los fogones de su casa de campo en Vermont, hechos a medida, costaron 28.000 dólares (casi 20.000 euros).
Lewis Paul Bremer, hijo del presidente de Christian Dior Perfumes Corporation y de una profesora de Historia del Arte, nació en Hartford, Connecticut, zona residencial de la oligarquía neoyorquina, el 30 de septiembre de 1941. Estudió en las mejores universidades: Yale, Harvard y el Institut d’Études Politiques de París. Trabajó en las embajadas estadounidenses de Kabul y Malawi, fue asistente personal del secretario de Estado Henry Kissinger entre 1972 y 1976 (vivió de muy cerca la retirada de Vietnam), ejerció como embajador en Holanda y, después de jubilarse, asumió la dirección de Kissinger and Associates, la gran consultoría de su antiguo jefe.
En 1999, el Congreso le puso al frente de la Comisión Nacional sobre Terrorismo. En febrero de 2001, meses antes del 11-S, formuló una profecía: “Esta nueva Administración [la de George W. Bush] no presta atención al problema del terrorismo; no harán nada hasta que ocurra un incidente grave, y entonces lamentarán no haberse organizado antes”.
En primavera del año 2003, Irak se hundía en el caos. La gestión civil del país ocupado recaía en el general jubilado Jay Garner, un hombre desbordado al que Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz, máximos responsables del Pentágono, ninguneaban y ocasionalmente engañaban. Garner asistió, impotente, a un saqueo generalizado en todo el país.
Bush decidió que Irak necesitaba una autoridad firme, un auténticovirrey. Después de considerar una serie de candidatos, encabezados por el alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, el presidente optó por un hombre propuesto por Dick Cheney. Cuando Bremer, recién convertido al catolicismo, recibió la oferta, tomó de la mano a su esposa y empezó a rezar. Aceptó de inmediato.
Bremer llegó a Bagdad el 11 de mayo de 2003, ansioso por hacer cosas y rodeado por jóvenes neocons tan entusiastas, ideologizados y refractarios a la realidad como él. Sus jornadas eran tremendas: se levantaba a las cinco, corría varios kilómetros, pasaba 12 horas en su oficina de la Zona Verde, se llevaba trabajo al chalet donde vivía, y se acostaba a media noche. Viajaba con frecuencia por el país, a bordo de un coche blindado o de un helicóptero militar BlackHawk, vestido con suuniforme de virrey: traje azul, corbata roja, botas de combate. Quería comprender a los iraquíes, pero no comprendió nada. Le asombraba, y sigue asombrándole, que Irak no abrazara con entusiasmo la “liberación” estadounidense.
En su libro Mi año en Irak, escrito tras su regreso a Estados Unidos sin el menor rasgo de autocrítica, el propio Bremer ofreció, sin querer, algunas claves de su fracaso. Para él, Sadam Husein era exactamente igual a Adolf Hitler, y el partido Baaz era exactamente igual al Partido Nacional Socialista. Por otra parte, su objetivo prioritario consistía en crear una economía de mercado, basada en una industria petrolera privatizada y gestionada por empresas estadounidenses. No contemplaba siquiera factores como la religión, la estructura clánica o los códigos de honor locales.
La obsesión con Hitler y la desnazificación provocó los dos errores por los que Bremer pasará a la historia. El primero, la disolución del Ejército y los servicios de espionaje iraquíes. El virrey se defendió luego argumentando que el Ejército estaba desmovilizado y no existía ya en la práctica; en realidad, prefirió no saber que la desmovilización había sido fomentada, y en ciertos casos negociada, por agentes de la CIA durante la invasión, y que la misma CIA estaba intentando que los militares volvieran a los cuarteles, en el momento en que éstos fueron despedidos. Con un solo gesto, Bremer envió a las filas de la insurgencia a miles de soldados y espías.
El segundo error colosal fue el despido de los funcionarios miembros del Baaz. De un plumazo -la firma de Bremer era ley suprema-, las escuelas, los ministerios y las empresas públicas quedaron vacías.
La gestión de la economía también supuso un desastre. Bremer no contó con que las exportaciones seguían afectadas por el programa Petróleo por Alimentos, controlado por la ONU, ni con que las leyes internacionales prohíben a toda potencia ocupante la enajenación de bienes del país ocupado. Cualquier privatización impulsada por Bremer era ilegal. La administración de los fondos para la reconstrucción, entre ellos 12.000 millones de dólares en efectivo, fue otro fracaso. Unos 9.000 millones, según el inspector especial para Irak, Stuart Bowen, se esfumaron de forma fraudulenta. “No hay que preocuparse por esos 9.000 millones”, explicó Bremer a su vuelta, “en realidad eran dinero iraquí”.
Lewis Paul Bremer regresó a EE UU el 28 de junio de 2004. Actualmente posee varias empresas de seguridad y da conferencias sobre su experiencia iraquí.
China
ENRIC GONZÁLEZ 20 MAR 2008
Asistimos a un espectáculo sensacional, único en nuestras vidas: el florecimiento de un imperio. No se veía algo parecido desde inicios del siglo XX, cuando el imperio industrial americano y el imperio onírico soviético irrumpieron en el mundo. China es el nuevo fenómeno planetario. El futuro. Podemos ignorarlo, por supuesto; no hay problema, basta con que consumamos sus productos.
Este tipo de acontecimiento grandioso, de gran respiro y proyección ilimitada, suele revelar los límites del servicio periodístico. Puede parecer paradójico, porque las grandes noticias son el negocio de la prensa. Sin embargo, los medios de comunicación miran con ojo de pez: cubren un gran espectro, pero sólo pueden entrar a matar (si las miradas matasen, que no) bajo el cobijo de un titular seco, apabullante, efímero a ser posible. Un gran atentado, un fallecimiento ilustre.
Y eso, con límites, porque hay que dar también espacio al fútbol, la política, las películas, menos importantes que China, y a la vez más interesantes: nos reconocemos en ellas.
La cosa china es demasiado obvia, demasiado extensa, demasiado duradera. Empezamos a percibir su sombra (Darfur, Myanmar), sus pisadas (Nepal), su apetito (el consumo fabuloso de materias primas), pero se nos escapa la morfología detallada de la bestia. No nos es familiar. Uiguristán (descubrí la región en el gran Bastenier de ayer) nos resulta tan exótico como Nueva Jersey a nuestros abuelos.
El otro gran límite del servicio periodístico se encuentra en el público. El consumidor de noticias considera interesante aquello que ya conoce. A más cercanía y familiaridad, más interés. El prodigio chino estalla demasiado lejos. Es posible que la gran noticia de nuestras vidas sólo sea apreciada por nuestros hijos.
Sit-com
ENRIC GONZÁLEZ 21 MAR 2008
Las viejas sit-com americanas, las comedias de situación desarrolladas en torno a un sofá, una mesa o una barra de bar, fueron un tiempo hegemónicas. Cheers y su retoño Frasier, Seinfeld, Friends, comedietas sobre nada en concreto, sin otro ingrediente que unos diálogos ingeniosos, imperaron durante los años 80 y 90 sobre las pantallas de todo el planeta. Tras dos décadas de dominio, las sit-com se esfumaron de repente. El género sobrevive aún, pero sus últimos representantes son subproductos o, con excepciones (Betty), ocupan posiciones marginales. Se trata de una curiosa crisis repentina.
Como con los dinosaurios, es imposible establecer la fecha exacta en que las sit-com se extinguieron. Podríamos hacer un cálculo aproximativo y situar la hecatombe entre 1998 (último episodio de Seinfeld) y 2003 (último episodio de Friends). Quizá tuvo que ver la irrupción de HBO, que en EE UU distribuye sus productos a través de su propio canal por cable y que en 1999 lanzó la primera temporada de Los Soprano, una serie que establecía un nuevo techo de calidad televisiva. Quizá influyeron también los atentados del 11 de septiembre de 2001, enésimo final de la inocencia americana.
El caso es que HBO mostró una enorme capacidad de adaptación a unos tiempos complejos y oscuros: The wire es el paradigma de la televisión contemporánea. Las tramas laberínticas e inverosímiles (Lost), los personajes atrabiliarios (House), los ambientes claustrofóbicos (Prison break), las intrigas aceleradas (24) o las comedias sentimentales “adultas” (Sexo en Nueva York, Mujeres desesperadas) han ocupado esta década la posición que las sit-com tuvieron en las décadas bobas, ricas y felices de Reagan y Clinton.
Al margen de la evolución permanece, por supuesto, Los Simpson, una serie demasiado inteligente como para sufrir los cambios en su entorno. Las series inteligentes, como la especie humana o los motores bicilíndricos japoneses, sólo se extinguen cuando les da la gana.
UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Un mundo mágico
ENRIC GONZÁLEZ 23 MAR 2008
Ahí arriba, por alguna parte, está mi foto. No logro entender qué interés puede tener alguien en conocer el aspecto de quien escribe, pero el fenómeno parece imparable. Poco a poco, los periódicos se han llenado de caritas, sonrientes, tímidas, espantadas. Cuando se anunció que los artículos de este diario irían acompañados por una imagen del autor, rogué que me eximieran. Lo conseguí, creo, en el primero de esta errática serie marginal. Para el segundo echaron mano de una imagen disponible en Internet. No creo que el diseño de esta página haya ganado en estética. Tampoco es grave.
Las obras de éxito (y aquí estamos hablando ya, obviamente, de algo muy ajeno a esta columna) imponen una tremenda presión sobre el autor. Se espera que esté, al menos, a la altura de sus creaciones. Y eso es imposible, o casi. Existe algún caso. El de Bill Watterson, por ejemplo. Watterson realizó durante una década (1985-1995), con algunas pausas, las tiras cómicas más tiernas, profundas e inquietantes del siglo XX. Ésa es sólo mi opinión, claro. Pero puedo pregonarla sin escrúpulos: la fotito de arriba me autoriza a desvariar sin otro límite que el impuesto por las leyes vigentes.
Calvin y Hobbes jamás han hecho publicidad ni han adornado camisetas. Lo que hay en el mercado son falsificaciones
Calvin y Hobbes, la tira de Watterson, sigue publicándose en diarios de todo el mundo, repitiéndose de forma infinita. Calvin es un niño de seis años, y Hobbes, un tigre de peluche. El enunciado resulta disuasorio. Y, sin embargo, la obra de Watterson (que sufre con las traducciones) soporta todas las relecturas. Es un prodigio de originalidad e imaginación.
Bill Watterson (Washington DC, 1958) libró una batalla durísima contra el éxito de Calvin y Hobbes, y venció. Logró mantenerse a salvo. Apenas circulan imágenes del dibujante (yo sólo conozco una, que muestra a un tipo delgado, sonriente y con bigote, muy parecido al padre de Calvin) o entrevistas con él. Durante años se resistió a acudir a actos públicos o autografiar libros para sus admiradores; lo que hacía era pasar de vez en cuando por una librería cercana a su casa y escribir, en secreto, dedicatorias en el interior de los álbumes de Calvin y Hobbes. Lo dejó al descubrir que esos ejemplares eran subastados por fortunas.
Peleó contra los miles de periódicos que publicaban sus tiras, y logró ampliar el formato tradicional. Peleó, sobre todo, contra el uso comercial de sus personajes. Ni Calvin ni Hobbes han hecho jamás publicidad, ni han adornado camisetas, ni han simbolizado otra cosa que a ellos mismos: lo que pueda encontrarse en el mercado (y se encuentra) son falsificaciones, traiciones al espíritu indomable del niño y el tigre.
Watterson no es un recluso más o menos sociópata, al estilo de Salinger. De vez en cuando publica algún artículo (The Wall Street Journal, Los Angeles Times) sobre su oficio o sobre la gente que admira, como el recientemente fallecido Charles Schultz (el de Charlie Brown y Snoopy), y hace tres años respondió a unas cuantas preguntas formuladas por internautas. El tono dispar de las preguntas y de las respuestas subrayaba la distancia entre el arte, o la percepción de la obra por parte del público, y el artista, un tipo con sus propios problemas cotidianos. Cuando se le inquiría por los elementos morales y teológicos de sus tiras (realmente abundantes), explicaba que nunca había entrado en una iglesia. Ante la eterna cuestión, la presencia de elementos autobiográficos en las aventuras de Calvin y Hobbes, ofrecía la única explicación posible, honesta y descorazonadora: “Tenga presente que las tiras cómicas se escriben en un cierto clima de pánico, y fui inventándolas mientras trabajaba; sólo puse lo que se me ocurría y me parecía divertido”. Y cuando se le planteaba el asunto de la filosofía individualista de Calvin, más honestidad: “Yo sólo aspiraba a conseguir un trabajo como historietista”.
Calvin y Hobbes oscilaban entre el pesimismo intelectual y el entusiasmo por la vida. Un ejemplo de lo primero: “La prueba más evidente de que existen otras formas de vida inteligente en el universo es que ninguna de ellas ha intentado jamás contactar con nosotros”. Un ejemplo de lo segundo, la última viñeta, en un paisaje nevado: “Éste es un mundo mágico, Hobbes, viejo amigo… ¡vamos a explorarlo!”.
It’s a magical world, de Bill Watterson. Warner Books, 1996. 165 páginas.
Balarrasa
ENRIC GONZÁLEZ 24 MAR 2008
Siento apego por el folclore de estos días. Por una parte de él, al menos. Soy ajeno a misas, procesiones y otros ritos religiosos, pero crecí cuando la televisión poseía los atributos divinos: unicidad y omnipresencia. Es decir, cuando sólo existía TVE y cuando no había Semana Santa sin películas de romanos, sin Molokai y sin Balarrasa.Puedo prescindir de Molokai, de los leprosos y del padre Damián, y del surtido de péplums. De Balarrasa, no. A estas alturas, los hábitos ya son vicios.
Cumplí el sábado con el rito anual de Balarrasa, gracias al canal digital dedicado al cine español. De entre los días cristianos de pasión, muerte y resurrección, el sábado me parece el de mayor potencia narrativa: es el gran vacío telúrico, el tránsito, la jornada sin misas y sin Dios. Y entre el folclore televisivo de la temporada, no hay nada que pueda competir con Balarrasa.
Es una extraña película, una mezcla imposible. Como un Marcelino, Pan y Vino (otro clásico de la semana) interpretado por Humphrey Bogart. Una historia ñoña teñida de negro, con momentos de gran cine policiaco. Y un Fernando Fernán-Gómez colosal, legionario y meapilas, angelito doméstico y detective con 60 hervores.
En 1951, cuando se rodó Balarrasa, Fernán-Gómez era todavía un actor, un tipo que hacía un papel. Luego se convirtió en Fernán-Gómez, un hombre con una película alrededor. Le ocurría lo que a Bogart o a John Wayne: eran siempre ellos. Inevitablemente, se veía a un hombre con un tamaño excesivo para el personaje. Podía hacerte reír o llorar, pero sabías que era Fernán-Gómez.
Me gusta la gente que desborda, que rompe las costuras de un personaje o de la vida. A esa rara estirpe perteneció también Pepe Comas, gran corresponsal de este diario, muerto el viernes.
No es verdad que se vayan los mejores. Ocurre que de ellos nos acordamos más.
Culebrones
ENRIC GONZÁLEZ 25 MAR 2008
Hace algunos años, este diario me envió a Nueva York. Una ciudad electrizante, en la que vale la pena apurar cada minuto. ¿Qué recuerdo de mis primeros días en Manhattan? Básicamente, que me enganché aBetty, la fea. No para echar media siesta, ni para dejar la mente en blanco. No, no. Para verla. Hecha la confesión, delataré a un cómplice: el gran Ricardo Ortega, un corresponsal veterano de Chechenia y Afganistán, muerto después a tiros en Haití, también consumía dosis deBetty. Siento un gran respeto por el culebrón, uno de los pilares de la televisión popular.
La moderación no es, por desgracia, una de mis virtudes. Al cabo de poco tiempo, Betty me supo a poco y el cuerpo empezó a pedirme emociones más fuertes. La televisión es como la calle: hay de todo. Al poco tiempo, reptaba cada tarde por los más abyectos canales hispanos en busca de culebrones casposos. Aprendí a reconocer la droga dura por la lentitud de los diálogos: como los guiones (o lo que fueran) se escribían sobre la marcha, los actores escuchaban sus frases a través de un pinganillo camuflado en la oreja. Era fantástico. La chica le decía al chico: “Tu madre acaba de morir”. El chico se quedaba unos segundos con cara de póquer, atento al pinganillo. Luego soltaba el angustiado alarido que requería la ocasión.
Aquello pasó, por fortuna. Pero ahora estoy descubriendo algo peor: las sinopsis argumentales de los culebrones. No existe nada más intenso. ¿Quieren un ejemplo? Las tontas no van al cielo, nuevo culebrón mexicano de Antena 3. Vamos allá: “Candy decide casarse con Patricio. En su despedida de soltero, Patricio fornica con Alicia, hermana de Candy. Poco después de la boda, Candy les descubre besándose. Candy huye por la playa de Acapulco y llega a Guadalajara, donde se refugia en casa de su tío Meño, homosexual repudiado por la familia. Candy descubre que está embarazada de Patricio. Su familia la cree muerta. Candy se enamora de Santiago, cirujano plástico casado con Paulina, y…” Uf.
Legislatura
ENRIC GONZÁLEZ 26 MAR 2008
La campaña electoral es fatigosa, reiterativa, hosca, cómica a veces. Lo que viene después es peor: atravesamos el desierto, el equivalente político de la pretemporada futbolística. Noticias conjugadas en futuro e hipótesis más o menos verosímiles. Hay que hablar del espectáculo aunque no haya comenzado todavía. Cada medio hace sus quinielas ministeriales y sus previsiones de legislatura. Será más civilizada que la anterior, dicen unos. Todo lo contrario, dicen otros. Veremos.
Quizá en esta próxima legislatura tengamos ocasión de demostrar de qué pasta estamos hechos y qué sociedad hemos fabricado en las tres décadas democráticas. Algo parece evidente: la economía no es lo que era. La construcción dejará de producir crecimientos portentosos. Y, por primera vez en nuestra historia, podemos encontrarnos con centenares de miles de inmigrantes en paro. Durante años, la construcción ha engullido mano de obra extranjera a una velocidad asombrosa. Ahora empezará a escupirla de forma aún más rápida. El inmigrante se verá en la calle. En la calle de verdad, la puñetera calle. Sin unos ahorrillos que alivien el golpe, sin unos padres que echen una mano. Sin otro currículo que los callos en las manos y una pasada intimidad con el ladrillo.
Cuando se acabe el subsidio (que no todos tendrán), no sólo sufrirá el inmigrante: sufrirá su familia entera, la que pueda haberse reunido con él y la que sigue en el país de origen, dependiente del envío mensual. Esto va a ser desagradable. No será un problema “de ellos”. Nos enfrentaremos a la tentación de la mezquindad y la xenofobia, a dilemas que desconocíamos. Si las previsiones económicas se confirman, se nos planteará una cuestión política de gigantesca envergadura moral. ¿Qué haremos? Tras tanta milonga sobre la nación, la nacionalidad, la nación de naciones, el Estado, la historia y el destino, en esta legislatura podemos averiguar por fin qué somos. Si somos generosos o si somos miserables.
Sarkozy
ENRIC GONZÁLEZ 27 MAR 2008
El mejor espectáculo de la política europea se llama Nicolas Sarkozy. No me refiero a Carla Bruni, los yates, la pose hortera y demás frivolidades: eso es el envoltorio del personaje. Sarkozy es un espectáculo en sí mismo. Basta verle pronunciando un discurso, como el de ayer en el Parlamento británico (CNN+, directo). Puede eliminarse la voz, la energía sigue fluyendo. Es el orador más intenso desde Adolf Hitler (sin malentendidos; hablamos de comunicación verbal y física, no de monstruosidades), con un mérito añadido: Sarkozy no habla desde convicciones profundas. Lo suyo es talento innato.
Sarkozy forma parte de una tradición francesa y napoleónica: el jefe de Estado bipolar. O el palacio del Elíseo, o el manicomio. Ocurría con De Gaulle, idéntico a un loco que se creyera el general De Gaulle. Y ocurría con Mitterrand, un político trapacero (iba de un partido a otro, inventaba falsos atentados para hacerse publicidad) que un día creó un personaje imposible, Mitterrand el estadista sutil, perversamente fascinante, y alcanzó un formidable éxito. Giscard y Chirac lo intentaron, con resultados mediocres: poseían la ambición, pero no el punto de locura.
Durante varios meses, hacia 1994, desayuné con Sarkozy casi cada viernes. El entonces ministro de Finanzas reunía a un grupo de periodistas y se exhibía. No comía ni bebía y no hablaba de nada en concreto. Eran sólo ensayos de su futuro personaje. Una vez dijo que lo que más le gustaba de su ministerio, situado a orillas del Sena, era la lancha rápida: cuando tenía prisa iba de un lado a otro en su lancha oficial, protegido por patrulleras de la policía. Creo que era sincero. Le gustaba jugar y desear juguetes. En cuanto obtenía un ministerio, pensaba ya en otro. El objetivo, desde el principio, la presidencia.
Sería un error minusvalorarle. Ya tiene la presidencia, y a Carla Bruni. Ha agotado todos los juguetes del mercado. Con tal de no aburrirse, podría acabar haciendo alguna cosa grande.
Reporteros
ENRIC GONZÁLEZ 28 MAR 2008
Los reporteros componen la clase obrera del periodismo. A ellos les corresponde la tarea más abnegada: bajar a la mina para obtener información. Todo el resto del negocio se basa en su materia prima.
El oficio de reportero solía ejercerse de forma discreta. Había que suscitar confianza, observar los detalles, mantener inalterada la realidad. Eso cambió con la televisión: la cámara distorsiona el entorno. Ahora se apuesta por esa distorsión, y la cámara (con su reportero) ha asumido el protagonismo.
Desde hace ya algún tiempo, los contenedores de información-espectáculo (famosos, sucesos y truculencias) se basan en ese efecto. El periodista es el espectáculo. Está pasando, programa que ocupa una larga porción de la tarde en Tele 5, constituye un modelo de la fórmula.
Ayer, por ejemplo, se pudo disfrutar del monólogo de una reportera durante una visita de los príncipes a una fábrica. La reportera hacía preguntas (“¿qué tal las vacaciones sin Marichalar?”) mientras la pareja, alejada, iba a lo suyo. “No contestan, no contestan”, exclamaba la reportera.
Otro reportero, enviado a un pueblo de Castellón para informar sobre una de esas fiestas en que se suelta a unos toros por la calle, pegaba alaridos cada vez que se le acercaba el aturdido animal.
Lo más intenso fue la retransmisión en directo de los incidentes ante la Audiencia Provincial de Huelva a la llegada del presunto implicado (para el programa, asesino a secas) en la muerte de la niña Mari Luz. Varias decenas de vecinos, enfurecidos contra el detenido y enardecidos, probablemente, por la presencia de las cámaras, derribaron vallas y lanzaron piedras. ¿Quiénes fueron los heridos? Los reporteros, por supuesto.
Respeto el trabajo de esos reporteros. Pero dudo de que eso que hacen sea el trabajo de un reportero.
CRÓNICA:UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
¿Hay que temblar ya?
ENRIC GONZÁLEZ 30 MAR 2008
La mente occidental, articulada sobre una línea infinita de causas y efectos, es incapaz de vencer la muralla china. Una y otra vez nos plantamos ante el gran enigma: ¿qué pasará con este gigante? Yo, como millones de europeos, hice mi primer intento en 1974. Ese año se publicó en España Cuando China despierte, un reportaje-ensayo del político y escritor francés Alain Peyrefitte. Cuando China despierte fue un fenómeno editorial en toda Europa. Releerlo hoy causa una inquietud profunda.
Alain Peyrefitte (1925-1999), colaborador del general De Gaulle, varias veces ministro y parlamentario durante 41 años, fue invitado a pasar en China el verano de 1972. Conviene hacer memoria para entender el país que encontró.
Aún no sabemos si la Revolución Cultural sirvió para algo, más allá de la resolución de una intriga de partido
En 1966, tras el fracaso del Gran Salto Adelante (un plan más o menos descabellado para duplicar la producción de acero y alimentos), Mao lanzó la Revolución Cultural. Millones de guardias rojos desataron un terror sin precedentes contra la “burguesía liberal”: cualquiera con estudios, con una profesión, con aspecto urbano o con un vecino rencoroso fue denunciado y enviado al campo, la mina o la fábrica para disfrutar de una fase reeducativa de duración indeterminada. La iniciativa, lanzada con un simple cartel anónimo atribuido a Mao, supuso una orgía de tortura y represión, un momento particularmente siniestro del siglo más siniestro.
Mao, en cualquier caso, recuperó un poder absoluto que empezaba a escapársele tras sucesivos fiascos económicos. Su principal rival, el “contrarrevolucionario” Lin Piao, murió en 1971 en un sospechoso accidente aéreo cuando escapaba con su familia hacia la Unión Soviética. En 1972, China empezaba a emerger del caos.
Peyrefitte hizo un trabajo periodístico honesto. Habló con centenares de personas, reflejó lo que había escuchado e hizo notar su propio escepticismo: no parecía demasiado normal que los profesores y funcionarios se mostraran encantados por su reciente “reeducación”. No pudo evitar, sin embargo, caer en la trampa de la lógica europea. Supuso que todo aquello había tenido algún sentido, que Mao seguía un plan maestro y que de la Revolución Cultural surgía, por fuerza, un hombre nuevo, un perfecto socialista, despegado del egoísmo y del consumismo. No podía ser, según su lógica, que tanta destrucción, que el sacrificio de una generación entera, no hubiera servido para nada.
Sabemos ya en qué quedó el mito del perfecto socialista. Pero aún no sabemos si la Revolución Cultural sirvió para algo, más allá de la resolución de una intriga de partido. Según algunas interpretaciones paradójicas, el furor popular desencadenado por la Revolución Cultural y fomentado desde el poder inauguró en China algo hasta entonces desconocido: el espíritu de rebelión contra el poder. En ese sentido, la revuelta estudiantil de Tiananmen, en 1989, sería una primera señal de que la Revolución Cultural alteró una pasividad milenaria. Otras interpretaciones sugieren lo contrario: que aquella “revolución” de 1966 demostró una vez más la capacidad ilimitada de las autoridades chinas para utilizar, manipular y reprimir a la población, y que Tiananmen fue un epifenómeno vano.
Peyrefitte, estupefacto, recurrió para titular su libro a un aforismo atribuido a Napoleón: “Cuando China despierte, el mundo temblará”. Lenin también lo dijo. Es una forma elegante de expresar una triple idea: que algo pasará con China, que ignoramos qué pasará y que el asunto es preocupante.
¿Ha despertado ya China? Económicamente, no hay duda. El resto del misterio permanece. ¿Habrá un despertar social? ¿Será inmune China a futuras convulsiones? El mundo, por ahora, no tiembla. Se limita a poner su dinero en el negocio del gigantesco desarrollo chino y a observar, con la habitual estupefacción, la voracidad con que China absorbe los recursos naturales del planeta. Como Peyrefitte, suponemos que todo esto sigue un plan. Que el colapso es, por inconcebible, imposible.
Cuando China despierte, de Alain Peyrefitte. Plaza & Janés, 1974. 500 páginas.
Vencido
ENRIC GONZÁLEZ 31 MAR 2008
La vida es a veces asombrosa. La televisión, también. ¿Quién habría apostado por lo del sábado? La programación de la noche del sábado suele ser un páramo, un servicio de emergencia para espectadores solitarios, aburridos, quizá desesperados. ¿Quién podía adivinarlo? Un presentador tan sospechoso como Jordi González llevó a La noria (Tele 5) a un personaje tan sospechoso como Mario Conde. Y lo que salió del encuentro fue digno. Más que digno, en realidad. Fue uno de los momentos televisivos del mes.
Mario Conde encarnaba, 20 años atrás, la España del pelotazo y el dinero fácil. Gomina, trajes a medida, palabras escupidas como disparos. Era un número uno, un coloso encaramado a la cúspide del sistema financiero.
Un hombre destinado, decían, a la presidencia. Su aparición en La noriadebió satisfacer a quienes guardan el rencor en el frigorífico. Alguien se alegraría de verle como es hoy: envejecido, indiferente. Vencido. Yo no me alegré nada.Las palabras salían de su boca ya cansadas, como arrastrando los pies. Quizá Mario Conde se esté medicando. Hay quien opta por la farmacia para superar una pérdida, y el ex banquero es viudo desde octubre pasado. Dijo que no eran ciertos los rumores de que sufría cáncer: “Corporalmente, estoy bien”. Evitó emitir señales de resentimiento. Recitó un poema para su mujer difunta. No temió ser ridículo y, contra cualquier expectativa, no lo fue.
Su experiencia carcelaria no resultó, por lo que se sabe, demasiado dura. Tampoco debe vivir, supongo, en la miseria. Lo duro debió ser la caída. Y después, la pérdida. Ahora, semiolvidado, relegado a la letra pequeña de la historia reciente, es un tipo que aparece un sábado por la noche en un programa de entrevistas chispeantes y habla de sus fracasos. De sus derrotas económicas, políticas, judiciales y vitales.
Mario Conde está vencido. No me pareció humillado, y me alegro de ello.
Relevo
ENRIC GONZÁLEZ 1 ABR 2008
Eduardo Zaplana y Jorge Javier Vázquez compartían, salvando las muchas distancias, un cierto fuste canalla. Chulería de arrabal, lengua bífida, rostro de cemento: hacían lo que tenían que hacer, y lo hacían sin escrúpulos. No generaban indiferencia. Adoración, asco, risa, rechazo, crispación, incluso simpatía; nunca indiferencia. Fueron símbolos de una época. Tele 5 estrenó ayer Las gafas de Angelino, su nuevo programa de sobremesa, emitido en directo. Estaba Carmen Alcayde, el rostro femenino de Aquí hay tomate, pero no estaba Vázquez. En su lugar, un adolescente aragonés seleccionado, se dice, por su fotogenia y su simpatía. El chaval en cuestión era Angelino, un personaje con la misión de hacer olvidar la mala leche de Vázquez recurriendo a algo así como una inocencia pícara.
Los guionistas echaron mano de los recursos televisivos más nobles: lanzamiento de 6.000 euros sobre una plaza abarrotada (en Fuentes de Ebro, el pueblo de Angelino), referencias a la capacidad o incapacidad orgásmica de las españolas y bromitas telefónicas. El programa se movió entre lo lamentable y lo penoso. Carmen Alcayde, la veterana delTomate, prometió que en adelante la cosa les saldría mejor. MejorarAngelino parece fácil, porque empeorarlo es imposible. Todo apunta, sin embargo, a una existencia efímera.
En último extremo, lo esencial es el guión. Los presentadores de televisión, como los portavoces políticos, dependen de sus guionistas.Angelino no llega, de momento, ni siquiera a personaje. El mismo riesgo corre Soraya Sáenz de Santamaría, nueva portavoz del Partido Popular en el Congreso. Soraya, como Angelino, es de aspecto agradable. Como Angelino, parece seleccionada por la vía del casting y las pruebas de cámara. Como el chaval de Tele 5, tendrá que aprender sobre la marcha y asume un relevo difícil. La audiencia pide estocadas, saña y, a poder ser, lances grotescos. A estas alturas estamos ya muy maleados. Que haya suerte.
Automovilismo
ENRIC GONZÁLEZ 2 ABR 2008
Sir Edward Mosley fue un hombre infame. No por ponerle los cuernos a su primera mujer con su cuñada y su suegra (cada familia es un mundo) ni por casarse con la segunda en la mansión berlinesa de Joseph Goebbels, con Adolf Hitler entre los invitados. Mosley, fundador de la Unión Británica de Fascistas, fue un hombre infame porque dedicó su vida a fomentar el racismo, la xenofobia y la estupidez.
Leo que uno de sus hijos, Max Mosley, antiguo militante en el partido fascista paterno y actual presidente de la Federación Internacional de Automovilismo, celebra orgías en las que se disfraza de capo de Auschwitz para que un grupo de prostitutas le azote las nalgas. Lo contó el domingo un tabloide londinense, y Mosley ha interpuesto una querella. Veremos. El tabloide no se retracta, y dice tener una filmación de cinco horas.
El asunto, en cualquier caso, ha agudizado mi fastidio por la fórmula 1. Un negocio dirigido por un fascista (o ex fascista) como Mosley y por un señor tan simpático como Ecclestone, alguien capaz de decir que las mujeres “deberían vestir siempre de blanco, como el resto de los electrodomésticos”, no es mi tipo de negocio.
También tengo crecientes dificultades con la omnipresencia publicitaria de Fernando Alonso, otro Míster Simpatía. No me parece mal que gane 18 millones por temporada, al contrario: soy partidario de que todo el mundo los gane. Ni me parece mal que Alejandro Agag, ese chico tan majete que se casó en El Escorial con la hija de un político, se forre con las retransmisiones. Todo el mundo es honrado, hasta que el Tribunal Supremo dictamine lo contrario.
Como ferrarista, conozco el pecado original: Enzo Ferrari, el mejor mecánico de todos los tiempos, diseñó con un amigo catalán, Wifredo Ricart (el segundo mejor mecánico), motores para la aviación nazi. No pasa nada. Es historia. Lo que me fatiga es el presente. No me apetece seguir dando dinero a según quién.
Trabajo
ENRIC GONZÁLEZ 3 ABR 2008
Parpadean aún las imágenes de los falsos ejecutivos con bombín manifestándose por la Castellana de Madrid. Es lo que tiene el reciclaje: noticia, comentario, parodia, documentación y efemérides; entre una cosa y otra, y apoyándose en Internet (un medio que no es instantáneo, como se dice a veces, sino atemporal: todo al mismo tiempo), cualquier imagen es ordeñable durante una temporada.
Los falsos ejecutivos (o auténticos, disfrazados de falsos) celebraron el Día Internacional de la Diversión en el Trabajo. Me parece una idea oportuna. Lo suyo, al zambullirse en una crisis económica, es tratar de pasárselo lo mejor posible. Total, nada es eterno. Y el empleo mucho menos.
¿Qué hace falta para divertirse en el trabajo? Primero, un trabajo. Esa condición resulta esencial. Segundo, que el trabajo sea bueno, de los que hacen que uno se sienta realizado: en los andamios se ríe poco, y, a medida que crece el paro, menos. Tercero: tener vocación de trabajador. Desconozco personalmente en qué consiste, pero he escuchado muchas veces lo de “yo disfruto trabajando, porque hago lo que me gusta”. Eso se lo he oído decir a tipos cuya jornada laboral consiste, básicamente, en echar broncas, recibir broncas y sufrir infartos, por lo que espero no contraer nunca la vocación. Cuarto: considerar que el propio empleo es creativo, lo cual requiere a su vez una importante capacidad de autoengaño. Diría que esta última es la condición más importante. Cuando uno es capaz de engañarse correctamente a sí mismo, todo lo demás viene por sí solo.
Si creemos que la palabra plusvalía sólo está relacionada con las inversiones financieras, podemos creernos cualquier cosa. Como que el trabajo puede ser divertido. Yo opino que para sobrellevar el trabajo convienen las mismas cualidades que para sobrellevar la cárcel: compañerismo, un mínimo de solidaridad y ganas de fugarse.
Fútbol
ENRIC GONZÁLEZ 4 ABR 2008
Superada ya la fase de calentamiento, con invitados como José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, Tengo una pregunta para usted (TVE-1) llega al momento crítico: en un par de semanas, el seleccionador nacional Luis Aragonés dará la medida del programa. Pueden ocurrir dos cosas: que disfrutemos de un sensacional espacio de humor surrealista o que los españoles, por una vez, aborrezcan una emisión relacionada con el fútbol. Yo apuesto por la segunda.
No existe nada tan afásico como el fútbol. Las mejores frases sobre este deporte (desde “fútbol es fútbol” hasta “no es una cuestión de vida o muerte, sino algo mucho más importante”) demuestran que incluso para definirlo hay que recurrir a la hipérbole. En realidad, el fútbol se juega o se mira. Lo demás son estadísticas, disquisiciones, jerga de técnicos y de pelmazos de cafetería.
Otra cosa, por supuesto, es lo que arrastra consigo el fútbol: épica, miseria, pasión, tradiciones, negocio, estafa, millones de historias y anécdotas sobre las que se puede estar hablando toda una vida. Para hablar bien de eso, sin embargo, hacen falta un Fontanarrosa, o un Camus, o un Valdano, o un Segurola. La parte atractiva (y sutil, y polémica) está vedada al seleccionador, un pobre hombre al que crucifican cada vez que abre la boca, y que, lógicamente, dirá lo menos posible.
Ni siquiera los más viciosos pueden atribuir interés a las declaraciones de entrenadores y futbolistas. Rara vez se apartan del tópico. Si Luis Aragonés anunciara, en Tengo una pregunta para usted, que aspirará a la presidencia del Partido Popular en el congreso de junio, o que piensa abandonar a su familia para fugarse a Canadá con Raúl, el asunto adquiriría un cariz novedoso. Pero, en principio, no deberíamos contar con ello.
UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Tipos solitarios
ENRIC GONZÁLEZ 6 ABR 2008
El 8 de septiembre de 1997, el Daily Telegraph de Londres publicó un pintoresco artículo necrológico. Acababa de morir Jeffrey Bernard, el periodista británico más estrafalario y menos productivo de todos los tiempos, y la ocasión merecía una pieza singular. El diario estuvo a la altura. “Su alcoholismo alcanzó tal gravedad”, decía el texto, “que se vio incapaz de desempeñar el trabajo más sencillo. En consecuencia, se le aconsejó que se dedicara al periodismo”. El artículo estaba firmado, por supuesto, por el propio Jeffrey Bernard, que se aplicó a ese último encargo con una fruición inusual.
Bernard estaba alcoholizado hasta extremos inconcebibles. Pertenecía a la generación artística de los jóvenes airados de la posguerra, en la que afloraron escritores como John Osborne o Kingsley Amis; pero, a diferencia de sus colegas, Bernard, cuyo talento era inmenso, prefería no hacer nada. Su vida consistía en dilapidar patrimonio, apostar a los caballos y pasar largas jornadas en el Coach and Horses, un pub del Soho londinense, con un vaso de vodka en una mano y un cigarrillo en la otra. Creo que fue Charles Moore, director del semanario conservadorThe Spectator, quien se arriesgó a ofrecerle una columna en sus páginas.
Bernard escribió de sí mismo: se vio incapaz de desempeñar el trabajo más sencillo. Por eso se dedicó al periodismo
La columna, Low life, se convirtió de inmediato en un modelo irrepetible. Jeffrey Bernard hablaba básicamente de sí mismo y de su descenso a los infiernos del alcoholismo, la soledad y la desesperación; hacía falta un gran ingenio para convertir ese monotema en una descripción ácida y humorística de la decadencia británica. Cuando no tenía ganas de despotricar contra algo en concreto (odiaba la modernidad, la hipocresía y, en general, todo lo que hoy se considera correcto) recurría a las anécdotas personales.
Tenía muchas. Durante una época, por ejemplo, se trasladó al campo, para tratar de alejarse del Coach and Horses y de amigotes como el pintor Francis Bacon, tan borrachuzos y autodestructivos como él. La casa donde se estableció estaba aislada, muy lejos de todo, pero Bernard encontró un sistema casi gratuito para trasladarse al pub de la zona: se escribía diariamente una carta a sí mismo. Cuando el cartero llegaba para entregarla, subía a la furgoneta postal y le pedía que le acercara al pueblo. El viaje de regreso era indiferente: nunca tuvo prisa por volver a casa.
Después de su muerte, su amigo Keith Waterhouse escribió sobre él una obra de teatro. Se tituló como decenas, quizá centenares, de las columnas de Bernard: Jeffrey Bernard is unwell. Lo de que Bernard no estaba bien era el eufemismo con que The Spectator informaba a sus lectores de que el espacio permanecía en blanco, porque el articulista estaba demasiado ebrio para entregar el artículo. Otro amigo, el actor Peter O’Toole, antiguo compañero de francachelas etílicas, interpretó a Bernard en las primeras representaciones. La obra empezaba a las cinco de la madrugada en un pub vacío. Bernard se despertaba en los urinarios, donde se había desmayado horas antes y donde el patrón, sin darse cuenta, le había dejado solo al cerrar el local.
El alcoholismo no es una enfermedad propia de los articulistas; si lo fue alguna vez, lo es cada vez menos. La soledad, en cambio, parece frecuente en el gremio de los grandes escritores periodísticos. Los tres columnistas a los que he leído con más placer vivieron y murieron solos. Bernard duró 65 años y sufrió una agonía penosa, durante la que los médicos le amputaron una pierna para proporcionarle unas semanas de vida que al autor de Low life debieron de parecerle, como todas las semanas, un tiempo perdido. Josep Pla (1897-1981) fue longevo (comía bien, bebía de gorra y liaba sus propios cigarrillos), y acabó sus días en su casa de siempre, la masía de Llofriu. Julio Camba, el artista supremo del género (1882-1962), pasó los últimos 13 años de vida en la habitación 383 del hotel Palace de Madrid, escribiendo muy poco y retocando a menudo viejos artículos que hacía pasar por nuevos.
El último de la estirpe fue, quizá, Feliciano Fidalgo (1928-1999), un espíritu libre, enfermizamente generoso, que escribió en este periódico y, para atenerse al canon, procuró morir solo y arruinado. Lo consiguió parcialmente.
Sin gente así, los diarios son más tranquilos. Pero no son mejores. -
Sobre casi todo, de Julio Camba. Colección Austral. 158 páginas.
Moore
ENRIC GONZÁLEZ 7 ABR 2008
Supongo que hoy, tras la muerte de Charlton Heston, se hablará de sus películas. Habrá quien elogie su papel de policía mexicano en Sed de mal, o, con más vicio, su Moisés, o su Ben-Hur. Yo le consideré insuperable en un filme en que, rifle en mano, encarnaba a un villano insensible, fascista y probable simpatizante del Ku Klux Klan. La obra se llamaba Bowling for Columbine y la vi como una mediocre ficción paródica. Si, como piensan algunos, se trataba de un documental combinaba la técnica periodística de Goebbels y los elementos humanistas de Aquí hay tomate. Volví a verla hace poco y, en efecto, de aquello sólo se salvaba Heston.
Michael Moore consiguió un gran éxito con Bowling for Columbine. Por alguna razón utilizó a Charlton Heston como símbolo de la estupidez violenta y reaccionaria que, según la opinión europea, impera en Estados Unidos. Ensamblando discursos diferentes y eliminando de ellos las palabras que no le convenían hizo que el actor, presidente de la Asociación Nacional del Rifle, exhibiera una total indiferencia por la matanza que dos muchachos acababan de cometer en un instituto. Quedó la mar de aparente. Luego, en un fugaz encuentro personal, abusó de Heston, ya afectado por una enfermedad degenerativa. A Moore le dieron varios premios por ello.
Nunca más he podido creerme los presuntos documentales firmados por Moore. Incluso cuando dice cosas obvias, como que Bush es una catástrofe andante o que Dick Cheney muestra todos los rasgos del sociópata agresivo, me asalta la sospecha.
Ayer, en su página personal, www.michaelmoore.com, el autor deBowling for Columbine rendía un homenaje a Charlton Heston. Me pareció ruin. Como soy de izquierdas, acumulo prejuicios: los miserables de izquierdas me resultan especialmente insufribles.
Imitadores
ENRIC GONZÁLEZ 8 ABR 2008
Los imitadores tienen poco futuro en este país. No porque la realidad española sea inimitable, sino porque a menudo tiende a lo grotesco y suscita un problema práctico: cuesta caricaturizar una caricatura. La dificultad se hace insalvable cuando el imitador intenta ganarse la vida con “famosos”, es decir, la gente que frecuenta las variedades de sobremesa y late night. Incluso descartando a las figuras señeras del género famoso, desde Belén Esteban hasta Borja Thyssen, la cosa no da de sí. Cualquier barbaridad que se le ocurra al imitador ya la ha dicho o hecho, mejor que nadie, el mismo personaje. Ése es el mal que aflige a Carlos Latre. El imitador descubierto por Sardá intenta de nuevo mantener a flote un programa propio con Réplica (Tele 5), protegido por una producción solvente (El Terrat) y varios imitadores ayudantes. El drama del asunto es, una vez más, el ya descrito. Réplica ha elegido como cantera a los imitados habituales, gente como Isabel Pantoja o Ana Obregón. ¿Cómo se le puede dar una vuelta de tuerca a Pantoja u Obregón? Imposible. Ni siquiera los políticos ofrecen resquicio. Desde que Rajoy protagonizó el formidable sketch ’Mi niña’, cualquier imitación palidecerá ante el original.
Reconozco que me partí el pecho con uno de los números, el dedicado a Antonio Canales. Pese a la risa, sigo sin verle el mérito. El guionista no tuvo que hacer nada más que repetir las palabras de Canales: un delirio estupendo, coronado por la expresión “me sudan las pelotas llenas de pelos”. (Léase con especial énfasis en la última palabra). Disculparán que reproduzca la sonora frase, me veo obligado a hacerlo para que se me entienda. Si el Canales real dice eso, ¿qué puede añadir el imitador? Nada. En este país, las imitaciones sólo funcionan como complemento. Martes y Trece imitaron miles de veces a Encarna Sánchez, pero sólo les funcionó en “La empanadilla de Móstoles”, un sketch en el que la desaparecida locutora se limitaba a funcionar como apoyo.
ONG
ENRIC GONZÁLEZ 9 ABR 2008
Estoy en contra de la cultura ONG. No creo en el asistencialismo emotivo, ni en el humanitarismo con acné, ni en la independencia de quienes reciben dinero del Estado. Las organizaciones no gubernamentales, socias fundadoras de la globalización, son un rasgo del neoliberalismo. Una excusa. Un vendaje benevolente sobre las heridas del statu quo.
He trotado un poco por el mundo, sin embargo. He conocido cooperantes heroicos, gente con un asombroso empeño en el aquí y ahora. He visto jóvenes que pasaban meses cavando tumbas y cargando cadáveres descompuestos, porque era necesario hacerlo. En una ocasión, en un país africano, una ONG (Médicos sin Fronteras) quizá me salvó la vida.
En este asunto, por tanto, mis ideas tienden a topar con el engorro de la realidad.
Televisión Española estrenó el lunes Plan América, una serie basada en las aventuras de un destacamento de médicos y cooperantes españoles, pertenecientes, se supone, a una ONG, en un país latinoamericano no determinado. La serie mostró, como la mayoría de las producciones que aspiran a algo más que un diálogo gracioso, serias lesiones en los órganos internos del guión. A mitad del episodio piloto parecieron agotarse las líneas argumentales, cosa muy peligrosa a las once de la noche.
Pasando por alto algún personaje tópico, el resto de Plan América estuvo muy por encima de la media. Pepe Sancho, estupendo. La cámara y la fotografía, un lujo. Incluso los guionistas se redimieron, en parte, por su audacia de cargarse al personaje más atractivo en el capítulo inaugural.
La audiencia fue exigua. Poco más del 11%. Plan América se estrelló contra CSI, La familia Mata (arranque de la nueva temporada) y la preselección de OT. Las perspectivas de supervivencia de Plan América aparecen, a día de hoy, muy limitadas. La realidad suele ser injusta.
Fetiche
ENRIC GONZÁLEZ 10 ABR 2008
La antorcha olímpica se ha convertido en un poderoso fetiche. Los Juegos Olímpicos de Pekín suscitan una cierta incomodidad internacional, como suele ocurrir cuando un régimen dictatorial se festeja a sí mismo. Dado que nadie osa desairar a China (nuestros arrebatos éticos se limitan a los países bombardeables o, al menos, económicamente boicoteables), nos desfogamos con el objeto que ahora la representa. El fetichismo es un mecanismo de gran conveniencia.
La idea de pasear este objeto por el mundo se le ocurrió al régimen fetichista por excelencia: el primer recorrido internacional condujo la llama desde Olimpia hasta Berlín, donde la esperaba Adolf Hitler para inaugurar los Juegos de 1936.
La comedia del encendido también es digna del neopaganismo nazi. Unas actrices disfrazadas de sacerdotisas prenden el fuego utilizando una lente y los rayos del sol para obtener una llama “pura”. Si el día señalado para la ceremonia amanece nublado, se echa mano de un fuego previamente encendido: pureza, sí, pero con seguridad.
No tengo nada contra la antorcha: es un instrumento publicitario inofensivo. Ni contra los JJ OO, un espectáculo fascinante. He cometido, sin embargo, un error: me he aficionado a visitar http://torchrelay.beijing2008.cn/en/, la página oficial, en inglés, del desfile del objeto. Cuenta maravillas sobre el entusiasmo que suscita “la santidad” del objeto, el fervor con que es recibido por las multitudes occidentales, el desprecio unánime de la humanidad hacia “las protestas violentas” contra “el símbolo de la paz y la armonía”, y asegura que, pese a lo visto en París, la llama no se apagó en ningún momento. Todo va bien. El universo suspira embelesado.
Los olimpistas supremos, como Samaranch, siguen prometiendo que los Juegos democratizarán China. Es cuestión de tiempo, dicen. Voy a seguir enganchado a torchrelay.beijing2008 para no perderme el gran momento.
ANÁLISIS:ELECCIONES EN ITALIA
El país más cabreado de Europa
ENRIC GONZÁLEZ 11 ABR 2008
¿Italia? Mafia, pizza, catenaccio, ¿verdad? Por si no tuvieran bastante con lo suyo, los italianos permanecen semiocultos tras una maraña de tópicos. Otro más: el italiano es conformista. Así nos explicamos que uno de los ciudadanos más ricos y cultos del mundo sobreviva en un piélago de desastres. La basura de Nápoles, la mozzarella contaminada, el vino tóxico, los desastres hospitalarios, el fútbol amañado, los trenes cochambrosos, los políticos ineficientes: no pasa nada, los italianos son así, no tienen arreglo.
En realidad, los italianos no son así ni están conformes. Todo lo contrario, son la gente más cabreada de Europa. Basta un ejemplo editorial para demostrarlo: los dos libros de mayor impacto en los últimos años, y hablamos de ventas cercanas al millón de ejemplares, han sido Gomorra, de Roberto Saviano, una desgarrada denuncia de la Camorra napolitana, y La casta, de los periodistas Sergio Rizzo y Gian Antonio Stella, sobre el derroche, el nepotismo y la incapacidad manifiesta de toda una clase política.
Otro ejemplo: el eco obtenido por la campaña Vaffanculo (A tomar por el culo) del humorista Beppe Grillo, que exige, desde una curiosa posición cívico-populista, una depuración a fondo de la sociedad.
La entrevista publicada ayer en este periódico con el fotógrafo Oliviero Toscani (“aquí es todo de una oscuridad siniestra”, “la decadencia no es económica, sino moral”) refleja con precisión el estado de ánimo italiano, el bajo nivel de autoestima. Convendría, sin embargo, matizar lo de la “decadencia moral”. Italia, a la que suponemos refocilándose en sus miserias, se ha atrevido a investigar algo tan sensible como el fútbol, y a enviar a la Juventus a segunda división. No es seguro que algo parecido fuera posible en España. Con Italia, por otra parte, todo parece permitido. Hablamos de la Mafia como si fuera folclore, con un tono que jamás nos permitiríamos para hablar de ETA.
La peculiaridad del sistema político italiano (40 años de Gobierno democristiano, seguidos por el estallido de la izquierda y la irrupción de Berlusconi) fomentó el corporativismo social. Ningún italiano, ahora, está dispuesto a renunciar a sus pequeños privilegios antes de que lo hagan los demás. En esta situación de bloqueo, sólo un gobierno muy fuerte, generoso y sin compromisos podría empezar a romper los círculos viciosos. No parece probable que ese gobierno vaya a nacer el próximo lunes.
Cenicienta
ENRIC GONZÁLEZ 11 ABR 2008
La Cenicienta es, según parece, algo más que una fábula. Las historias sobre opresión injusta y liberación triunfal forman parte de la amalgama esencial de nuestra sociedad, pero La Cenicienta, gracias a la historia de amor incorporada, nos resulta especialmente dulce. Contiene, además, un elemento de gran modernidad: la protagonista no hace nada para salir de su miseria, simplemente merece salir de ella y lo consigue.
La versión escolástica, la de Perrault (1697), se basa en un previo cuento italiano que, a su vez, habría bebido de versiones primigenias que yendo atrás en el tiempo conducirían, como siempre que algo carece de principio conocido, a un remoto origen chino.
Ha de haber algo en La Cenicienta que apela de forma directa a nuestro subconsciente. Y ha de haber algo en Pretty woman, la más reciente, que yo sepa, versión cinematográfica. A simple vista, se trata de una simple versión actualizada del cuento clásico, engarzada sobre una buena canción de Roy Orbison. Nada más. Y, sin embargo, se convierte en un fenómeno incontenible cada vez que se emite por televisión.
A estas alturas, quien pueda soportarla se la sabrá de memoria. Ha pasado 12 veces por las pantallas domésticas españolas, y siempre, siempre, ha obtenido la máxima audiencia. La primera vez superó el 50%. La última, el miércoles, rondó el 26% y llegó a congregar a más de seis millones de telespectadores. Había fútbol, teleseries y programas sobre sexo en la competencia; La Primera se impuso a todos con Pretty woman, la prostituta-Cenicienta y el príncipe azul-tiburón de las finanzas. Por duodécima vez, que no es broma.
Ignoro qué tiene de especial esa película. No sé qué la distingue de otras comedias románticas. Será, como decía, que apela a nuestro subconsciente. Su éxito continuado debe decir bastante, en cualquier caso, sobre lo que esperamos de la televisión y sobre nosotros mismos.
UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
El hombre que era Barcelona
ENRIC GONZÁLEZ 13 ABR 2008
Las ciudades antiguas producen, de vez en cuando, una perla humana, un ser cargado con un destino fatigoso: encarnar los rasgos profundos de la comunidad, su lenguaje, sus obsesiones, sus miserias. Hacen reír aunque no quieran. Poseen un talento inmenso e inmanejable porque no les pertenece a ellos, sino a la comunidad. Suelen ser payasos tristes, genios ásperos, tipos incómodos. Llevan dentro del estómago, como un tumor, la geografía espiritual de la ciudad.
Roma produjo a Alberto Sordi. ¿Le recuerdan? Si no han nacido en Roma, si no han mantenido con ella relaciones sentimentales, no intenten comprender la grandeza de Albertone. Nació en el corazón de la ostra, el Trastevere; fue conservador, católico, avaro, mezquino, solitario. Vivió siempre con sus hermanas. Albertone, que quizá fue homosexual, o quizá no, permaneció soltero. Cuando le preguntaban por qué no se había casado, se defendía con una respuesta definitiva: “¿Cómo? ¿Meter a una extraña en mi casa?”.
Capri, antipático y tacaño, depresivo e hipocondriaco, funcionaba mejor sin textos
Barcelona, ciudad ciclotímica y ensimismada, tuvo a Joan Capri. Es menos conocido que Albertone, probablemente porque Barcelona no es Roma y porque, a fin de cuentas, Barcelona nunca ha tenido mucho interés ni en saber qué es ni en mostrarse. De haber encarnado otra ciudad, Capri sería un símbolo. Como Capri era Barcelona, fue un tótem discreto, un delicado asunto interno.
Joan Camprubí, Joan Capri para el mundo, nació en 1917 en la calle de Mercaders, la Barcelona más vieja. Vivió toda su vida en el mismo barrio, el costillar intramuros de la Rambla. Su familia era muy católica, abundante en curas y monjas. Según su propia definición, “rezábamos y comíamos, rezábamos y comíamos”. Fue un mal estudiante y un distraído dependiente en una tienda de marroquinería. Empezó a hacer teatro como aficionado, debutó como profesional a los 33 años y desarrolló una discreta carrera como actor, con algunos éxitos teatrales y unas cuantas películas pésimas. El dramaturgo Josep Maria de Sagarra le identificó como la perla de la ostra barcelonesa, y adaptó para Capri varios clásicos; se lo toleraba todo: el catalán mestizo, las improvisaciones, el genio agrio.
Capri, antipático y tacaño, depresivo e hipocondriaco, funcionaba mejor sin textos. En uno de sus muchos días negros se negó a ir al teatro, y un amigo y su mujer le llevaron a la fuerza hasta el escenario. Capri se sentó en una silla y, a telón alzado, permaneció varios minutos en silencio. Luego empezó a contar lo que le pasaba. Algo así: “Miren, yo no quería venir. No me encuentro bien. Estoy aquí porque mi mujer me ha obligado y, caray…”. El público se murió de risa. Poseía la capacidad de expresar, con un surrealismo natural, el oscuro spleen de Barcelona. El crítico Marcos Ordóñez intentó definir sus monólogos: “Era Jordi Pujol después de tomarse un ácido”. Josep Pla le incluyó entre sus Homenots.
Su depresión se hizo permanente desde 1982, y aguda desde 1992, cuando murió su esposa. Murió en 2000. Su entierro no fue como el de Sordi. No acudió medio millón de personas.
Su herencia se repartió en migajas. Algo había de ella en el Senyor Casamajor que hacía Sardá; algo hay en Buenafuente. En los últimos tiempos, una expresión ha obtenido cierto éxito en la prensa catalana: “el català emprenyat”, el catalán cabreado; se trata de un mensaje en código, una apelación póstuma a Joan Capri.
Cuesta entender Barcelona. Es una ciudad que sufre apagones colosales, colapsos ferroviarios, motines en las pistas del aeropuerto, hundimientos del subsuelo. Ahora se dispone a pasar sed. Barcelona es desconfiada. El temor al túnel bajo la Sagrada Familia refleja su convicción de que si puede ocurrir un desastre, ocurrirá. Es una ciudad con la depresión interiorizada. Esta ciudad es Capri. En el peor momento, con el frío dentro, asfixiada por la angustia, abre la boca y, en lugar de soltar un alarido, dice “caray”. Siempre queda gracioso. -
Homenots, cuarta serie. Obra completa de Josep Pla. Editorial Destino.
Modistillas
ENRIC GONZÁLEZ 14 ABR 2008
Alguien, en un artículo publicado ayer, dijo que Zapatero había formado un “gobierno de modistillas”. La frase podría hacer fortuna, como la hizo aquella del “gobierno de penenes” (por profesores no numerarios), utilizada para definir al primer gabinete de Adolfo Suárez, el que se llevó por delante las Cortes franquistas y convocó elecciones democráticas. Lo de “modistillas” está muy bien, aunque muchos jóvenes no pillarán la carga semántica: es el tipo de palabra, como “prócer” o “ambigú”, que define una cierta época.
Hubo un tiempo en que un ministro era un señor pomposo, con tendencia a vestir frac y a lucir condecoraciones. Aquellos sí eran tiempos. Un ministro, como se sabe, es alguien destinado a meter la pata. Es inexorable. Ignoro cuántas cosas útiles hizo Jesús Sancho Rof, doctor en Físicas y varias veces ministro; recordaré toda la vida, en cambio, aquella frase suya, la del “bichito que si se cae de esta mesa, se mata”, en referencia al agente causante de la llamada “neumonía atípica”, más tarde identificada como intoxicación por aceite de colza adulterado.
¿Cómo olvidar la de Fraga? Manuel Fraga es de aquellos que parecen llevar escrita en la frente la palabra “ministro”. Como siempre fue hombre de acción, sus burradas verbales quedan en nada comparadas con sus hechos. En 1964, cuando dirigía el departamento de Información y Turismo (la mezcla suena hoy francamente exótica), asistió a una cacería con Franco y le pegó una perdigonada en el culo a la hija del dictador. Y ahí sigue.
Está muy bien lo de “modistillas”. Hay algo de rabia cavernaria en la expresión, de nostalgia por el “prócer” y el “ambigú”, por la escopeta nacional de Fraga, por el frac. Es como una de esas estatuas castizas que Álvarez del Manzano plantó en Madrid: un recordatorio estupendo. Una señal de que, por mal que lo hagan las “modistillas” (y cuento con ello), en algo hemos mejorado.
República
ENRIC GONZÁLEZ 15 ABR 2008
La historia es muy elástica. Depende de las interpretaciones. Es tan maleable que puede incluso dejar de ser historia y transformarse en otra cosa. Un señor llamado Pío Moa asegura en sus libros que la Guerra Civil española surgió de un golpe de Estado comunista y que un criptoliberal llamado Francisco Franco evitó la tiranía roja. Las buenas ventas de Moa y de El señor de los anillos sugieren que este país siente hambre de ficción fantástica. La Sexta, quizá alentada por el éxito de esas ficciones, propuso un juego el domingo: ¿qué habría pasado si la República hubiera vencido en 1939? El reportaje-ficción ¡Viva la República!, firmado por Mamen Mendizábal, fue, si descartamos lo del pobre Pajares, la emisión más deprimente de la semana.
¿Qué habría pasado? Según Mendizábal, Hitler habría invadido España, depurado a casi todo el mundo, asesinado a mansalva y, de paso, destruido Cádiz. También habría devuelto a Franco del exilio. Empezamos bien. Tras muchas penurias bélicas y con la ayuda de Estados Unidos, los alemanes habrían sido expulsados y Franco habría vuelto a largarse.
Eso, como primera desgracia. La segunda, a partir de 1945, con la III República: Ruiz-Giménez forma gobierno y la democracia cristiana, respaldada por los obispos (al parecer, cambiaron ágilmente de bando), manda durante casi cuatro décadas, con el PSOE en la oposición y el PCE fuera del Parlamento. Las ayudas del Plan Marshall no consiguen gran cosa, porque hacia los años setenta estamos fatal. Hacen falta unos pactos como los de La Moncloa y una “reforma constitucional” para establecer un sistema federalista. A Juan Carlos de Borbón le va muy bien como presidente del Comité Olímpico Internacional. Llegamos al día de hoy. José María Aznar ocupa la presidencia de la República y, según parece, Federico Trillo es ministro de Defensa. Y todo por ganar la guerra. La ficción, a veces, tiene mucho delito.
Dictadores
ENRIC GONZÁLEZ 16 ABR 2008
Ciertas cosas son comprensibles. Lo de Venezuela con Los vigilantes de la playa, por ejemplo. Los mandados de Hugo Chávez han ordenado a una televisión privada que suspenda las emisiones de Los Simpsonporque “atentan contra la formación integral de niños, niñas y adolescentes”; dicho y hecho, los dibujos satíricos han sido sustituidos por Los vigilantes de la playa, una serie mucho más educativa e integral, sobre todo para los adolescentes en plena verbena de hormonas.
Los vigilantes de la playa fue una serie atenta a las necesidades del público. Creo recordar que las mejores escenas eran inmediatamente repetidas a cámara lenta, con el ánimo de ayudar a seguir las complejidades y sutilezas de la trama. Entiendo que para Venezuela, de cuyos quirófanos han salido decenas de misses, sea además una serie especial, como muy de casa.
Hugo Chávez tiene criterio televisivo. Su exitosa carrera no se limita a la emisión humorística Aló, presidente,que dura ya nueve años y que, por lo que he visto, constituye una espléndida sátira sobre los caudillos latinoamericanos. Chávez empezó de joven, como subteniente, con un programa semanal en Radio Guarina. Ya ascendido a capitán, triunfó con Popi, un programa televisivo infantil protagonizado por un payaso. En ese sentido, Popi mostraba ya ciertos rasgos concretados ahora en Aló, presidente.
Si Chávez dice que no hay que ver Los Simpson tendrá sus buenas razones técnicas. Leo que a un diputado peronista argentino, Lorenzo Pepe, tampoco le gustan Los Simpson. Ha pedido que se tomen medidas contra un episodio en el que llaman “dictador” a Juan Domingo Perón, supongo que por delito de pleonasmo. Decir “Perón dictador” es como decir “cadáver difunto”: una repetición fea y boba, potencialmente perniciosa para el estilo literario de la audiencia.
Cosa de dos Silvio
No parece necesario abundar en los aspectos negativos del retorno de Silvio Berlusconi. El personaje es bien conocido. Suele pasarse por alto, sin embargo, una característica que le sitúa en la avanzadilla de la modernidad: la burla. Vivimos en un hiato caracterizado por el colapso de los dogmas intelectuales, la confusión entre alta cultura y baja cultura, la devaluación de la actividad política y la cacofonía de los medios interactivos. En este entorno, la ironía resulta útil. Incluso el sarcasmo ayuda. Y Berlusconi utiliza con maestría esos recursos, esencialmente televisivos.
Hablamos, por supuesto, de un político con un proyecto muy determinado. Berlusconi ha resucitado a la derecha italiana, condenada, tras el desastre bélico y la ejecución sumarísima de Mussolini, seguida de vejaciones públicas sobre su cadáver, a camuflarse bajo las disquisiciones político-teológicas de la vieja democracia cristiana; y ha logrado romper el espinazo a la izquierda de su país e imponerle una dolorosa refundación. La polémica sobre el conflicto de interesespúblicos y privados, y la sospecha de que a Berlusconi sólo le importaban sus empresas y su inmunidad ante los jueces, han hecho difícil apreciar el calado de su auténtico proyecto.
Il Cavaliere ha hecho un uso intensivo de lo grotesco, de lo contradictorio, de lo impactante. Ha provocado continuamente. Ha utilizado como instrumento publicitario su vida privada (las cartas de su esposa a la prensa), se ha reído de sí mismo y de los demás. Su primer mensaje a los italianos se produjo con la presentación del primer canal televisivo privado de ámbito nacional: ahí estaba él, hablando a la nación, rodeado de señoritas en bikini. Berlusconi ha construido en torno a él un gigantesco programa de televisión que emite las 24 horas. Mientras nosotros permanecemos enganchados al programa (artificio, entretenimiento, pura televisión), él, el político más exitoso de la derecha europea, va a lo suyo.
ANÁLISIS:
Cosa de dos Malvados
ENRIC GONZÁLEZ 18 ABR 2008
Los británicos ven la mejor televisión del mundo. Los demás vemos subproductos, ideas nacidas en las islas y adaptadas con mayor o menor fortuna. Fueron ellos, los británicos, quienes pensaron, en el último año del siglo XX, que si un buen malvado podía suponer el éxito de una serie, también podía ser clave en un concurso o un reality, o en el híbrido de ambos, el concureality.
En cierta forma, dieron la vuelta a un curioso fenómeno: entre 1989, cuando dejaron de hablar con acento ruso, y 2001, cuando empezaron a hablar con acento árabe, casi todos los malvados de Hollywood se expresaron con acento inglés.
En 2000, la BBC produjo The weakest link -El rival más débil en España-, un concurso en el que la presentadora despreciaba a los participantes; ITV, por su parte, lanzó Pop idol, un proyecto que introducía en los clásicos concursos de artistas noveles una generosa dosis de mala leche. La Fox estadounidense compró de inmediato la franquicia y la rebautizó como American idol. Ahí acabó de concretarse la fórmula. Un puñado de jóvenes cantantes eran juzgados por tres personas del negocio que interpretaban a otros tantos personajes: un hombre simpático (Randy Jackson), una mujer comprensiva (Paula Abdul) y un hombre despiadado (Simon Cowell). El despiadado Cowell, obviamente inglés, se convirtió en un fenómeno.
La cosa llegó a España como franquicia (Operación Triunfo) o como imitación (otros programas similares). Ya saben cómo funcionan las franquicias: la hamburguesa ha de ser casi idéntica al original. Ignoro cuántas veces habrá tenido que tragarse el pobre Risto Mejide las grabaciones de Simon Cowell. Muchas, supongo. En cualquier caso, él tuvo que sufrir un casting antes que cualquiera de los concursantes, y se limita a cumplir un contrato. Es sólo un personaje de la televisión, como los teletubbies o el cadáver de CSI. No nos confundamos.
UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Señoras, señores y Liga Norte
ENRIC GONZÁLEZ 20 ABR 2008
Le debo varios favores a Íñigo Domínguez, el espléndido corresponsal romano de El Correo. Uno especialmente: me hizo descubrir a Pietro Germi. Para mí, como para muchos, sólo existían el póquer de ases (Rossellini, De Sica, Fellini, Visconti), los peculiares productos de Sergio Leone y algunas películas de Pasolini que, vistas hoy, resultan bastante infumables. Añadamos también el preciosismo de Bertolucci. Pero había más. Mario Monicelli, por ejemplo, que aún vive, y ha filmado maravillosas tragicomedias. Y Germi, de grandiosa humildad.
Pietro Germi (1914-1974) no creó un universo propio, como Fellini, ni fue tan creativo (y calavera) como De Sica. Su trabajo se parecía al de un médico de cabecera: conocía mejor que nadie a su paciente, Italia, y era capaz de hablar con afecto de sus enfermedades y sus vicios. Era puñeteramente aficionado a la realidad. Eso le provocó (a él, que fue antifascista bajo Mussolini y honesto socialdemócrata el resto de su vida) numerosos problemas con el Partido Comunista, juez severo, y con frecuencia estúpido, de la cultura italiana.
Germi, antifascista con Mussolini y socialdemócrata el resto de su vida, tuvo problemas con el PCI
Cada vez que Germi ponía el termómetro en el culo a la clase obrera, como en El ferroviario (1956) oEl hombre de paja (1958), la cultura oficial pegaba un brinco. SegúnCinema Nuovo, la revista que velaba por la ortodoxia cinematográfica, Germi representaba “un populismo históricamente superado”. ¿Por qué? Porque sus obreros no eran héroes soviéticos, sino pobres diablos que aspiraban al coche, la nevera y las vacaciones; tipos cargados de vicios pequeñoburgueses que votaban, por supuesto, al PCI, pero no aspiraban a crear un mundo nuevo. El que existía, en el fondo, no les parecía tan mal: sólo hacía falta un sueldo mejor y un poco más de libertad.
Algunas comedias de Germi son famosísimas. Divorcio a la italiana(1961) y Seducida y abandonada (1964) hurgaron en la hipocresía meridional. En 1966 apareció la tercera pieza de la trilogía, referida a la hipocresía del norte: Señoras y señores. Para mí, una obra maestra. Con más de cuarenta años, esa película, aparentemente ligera, centrada en los líos extraconyugales de un grupo de burgueses provincianos, lo dice casi todo sobre las pulsiones profundas del norte de Italia, eso que la Liga Norte llama Padania.
El norte perteneció al Imperio Austrohúngaro hasta hace poco más de un siglo. Y asimiló la esencia del gran imperio centroeuropeo: la industriosidad, el capitalismo familiar, el gusto por las pequeñas frivolidades y el talento para la doble moral. Recuérdenlo cada vez que escuchen amenazas tronantes por parte de Bossi y otros liguistas. Cuando hablen de subir a los campanarios con escopetas, introducir piaras de cerdos en las mezquitas o disparar sobre los cayucos de inmigrantes, silben un vals. El discurso xenófobo de la Liga Norte resulta profundamente desagradable; a veces se traduce, y se traducirá, en situaciones repulsivas. Pero es sólo un discurso.
La burguesía del norte italiano, como los protagonistas de Señoras y señores, desea una cosa por encima de cualquier otra: que las cosas sigan como están, como han sido siempre. Que el Estado no les reclame los impuestos que adeudan desde la fundación de Italia, pero les ayude a exportar; que los inmigrantes (a poder ser ilegales, más baratos) continúen trabajando en el campo, pero sin dejarse ver demasiado por las calles; que los terroni del sur se mantengan como chivos expiatorios de los pecados nacionales; que la Unión Europea, en fin, no se meta en sus negocios.
Pietro Germi rodó Señoras y señores en Treviso, una riquísima ciudad del Véneto. Quienes se han creído ese bulo sobre el sorpasso español deberían acercarse a Treviso para ver de cerca lo poderosa que es todavía la industria del norte de Italia. Y para escuchar el discurso de la Liga tal como se pronuncia en el acento local, con una melodía a medio camino entre el vals y la samba. Íñigo me llamó desde allí el otro día. Me dijo que el céntrico bar donde Germi hacía cotillear a sus personajes existe todavía, y se llama ahora, evidentemente, Señoras y Señores. Todo está muy asumido. -
Signore e signori, de Pietro Germi. 1966. 115 minutos. Distribuida en DVD por General Vídeo, 2006.
Normalidad
ENRIC GONZÁLEZ 21 ABR 2008
Éste es el país de Siete vidas, Aquí no hay quien viva o Aída. Ninguna de estas series se ha empecinado en provocar como lo hizo la estadounidense South Park en uno de sus episodios más célebres, el de la menstruación de la Virgen María. No: en las series citadas se da todo por descontado, de una forma natural. La familia desestructurada, el fraude, el racismo, el machismo, la droga, la pluma del homosexual, el consumismo nihilista, se sirven revueltos, como menú del día, porque hacen gracia. O menos gracia, da igual. El caso es que no espantan.
Cuando este país se desparrama en el sofá, prescinde de la corrección política. España es así desde que la conozco. Hemos hecho, además, un trayecto muy largo en un tiempo muy corto. Quizá se nos nota en la cara: el sueño atrasado en los ojos, la mueca de velocidad en los labios. Dentro de la posmodernidad, encabezamos el sector brutalista. Para escandalizarnos, a estas alturas, hacen falta cosas muy gordas. La violencia, digamos, sea doméstica, política o de cualquier otra etiqueta: quiero suponer que eso sí nos subleva.
La novedad tiene el tirón de la novedad, y basta. Lo de “elevar a la categoría política de normal lo que en la calle es simplemente normal” empezamos a hacerlo hace ya 30 años. Ahora hemos hecho políticamente normal lo que no es aún normal en la calle. Bien, estupendo.
¿Vamos a estar hablando de eso mucho tiempo? Empieza a inquietarme la insistencia general en el asunto de las mujeres en el Gobierno. Si nos parece normal (a los muchos que lo vemos normal), ¿tenemos que darle más vueltas a la diferencia cromosómica? Recurramos al tópico: lo suyo es juzgar la tarea de ministros y ministras como ministros y ministras. No sé qué tal lo hará Carme Chacón, el caso más flagrante por razones obvias. Preferiría, en cualquier caso, que su embarazo no desembocara en un episodio de cursilería colectiva. Puestos a elegir, mejor lo chabacano: es más igualitario.
Parodia
ENRIC GONZÁLEZ 22 ABR 2008
Ciertas crisis degeneran en parodia. Las broncas internas en los partidos, por ejemplo, son especialmente propensas a la deriva bufa. Ocurrió en el PSOE, y ocurre ahora en el PP. Una de las características de estas crisis es el diálogo indirecto: nadie quiere insultar públicamente al adversario, ni siquiera criticarle, lo cual genera discusiones pintorescas. Como la que mantienen a distancia Rajoy y Aguirre, emplazándose cada día a aclarar lo que dijeron el día antes y añadiendo a la confusión nuevas parrafadas abstrusas: “Para poder descartarse tienen que darse las cartas y las cartas no se han dado”, “nadie conjugó ese verbo hace 48 horas”, “quiero estar donde estamos”.
Cuando uno de los contendientes habla de “debate ideológico”, el asunto ya no tiene marcha atrás: es parodia sin remedio. Si ya es difícil distinguir, desde un punto de vista ideológico, al PP y al PSOE (o a los principales partidos antagónicos en cualquier país europeo), imaginemos un “debate ideológico” interno. Puede hablarse de talante, de prioridades, de estrategia, de agresividad personal. La ideología, que solía ser poderoso instrumento para cambiar el mundo, y es hoy poderoso instrumento para malinterpretarlo, sigue siendo algo más serio que un choque de ambiciones.
Desde un punto de vista ideológico, podría discutirse si conviene mantener el Estado de las autonomías o desmantelarlo, si conviene prohibir la profesión pública de la fe religiosa, o si conviene suprimir el ejército o romper con la UE. Pero en los partidos se habla de otras cosas. En realidad, de dos cosas que son una sola: quién manda más y quién posee mejor tirón electoral. Es todo muy simple. Y, sin embargo, entre el furor de los mariachis mediáticos (no hay partido sin palmeros) y la risa de las frases abstrusas no hay quien se pierda el espectáculo. Un programa como 59 segundos se ha convertido en noticia de portada. Normal. Para solventar el debate ideológico del PP, un minuto es demasiado tiempo.
Viajes
ENRIC GONZÁLEZ 23 ABR 2008
Los viajes, si se hacen bien, dan para mucho. A veces, incluso un mal viaje sale estupendo. Thomas Kohnstamm, uno de los autores de la famosa editorial de guías Lonely Planet, acaba de publicar un libro sobre sus aventuras como enviado especial a decenas de destinos turísticos. Casi todas sus revelaciones son previsibles. Le pagaban poco dinero, no le proporcionaban ayuda logística y, contraviniendo las normas internas, se identificaba como escritor de Lonely Planet para comer y dormir gratis. En una ocasión tuvo una aventura sexual con la camarera de un restaurante; lógicamente, otorgó una excelente calificación al servicio del establecimiento.
Kohnstamm fue contratado porque hablaba bien el español. Su primer destino fue Brasil, lo cual da una idea de cómo funcionan las cosas. Hizo un artículo sobre la historia de Colombia sin leer ni un solo libro: tenía una novia, becaria en el consulado colombiano en San Francisco, que le pasó unas cuantas fotocopias. Hasta ahí, normal. Cuando se vio muy mal de dinero, Kohnstamm recurrió a la venta de drogas: ésa es una de las pocas anécdotas no previsibles.
Tras la aparición del libro de Kohnstamm, Lonely Planet ha revisado con lupa todas sus aportaciones a las guías de viajes. Y no ha aparecido ningún dato discutible. Ni siquiera en el restaurante de la camarera complaciente: por lo visto, el servicio es, en efecto, muy bueno. Vistos los elementos, Kohnstamm parece un tipo animoso, imaginativo y dúctil: un buen viajero y, por tanto, un buen autor de guías.
Tele 5 emite algo que, de alguna forma, se hace pasar por programa de viajes. Se llama Dutifrí y en realidad habla de un solo viaje: el egotrip de su autor, Javier Sardá. Infumable. Kohnstamm podría ser un narcotraficante a gran escala y no haberse movido jamás de Estados Unidos, y cualquier cosa que hiciera sería mejor que Dutifrí.
Escatología
ENRIC GONZÁLEZ 24 ABR 2008
Joseph Pujol trabajaba con el culo. Alcanzó la fama y la cabecera de cartel del Moulin Rouge, hace un siglo, gracias a unos portentosos músculos abdominales y a un esfínter privilegiado. Pujol emitía las ventosidades más artísticas de su tiempo: sus pedos imitaban con precisión el ruido de un motor o la escala musical. Su número estelar consistía en una reproducción sonora del terremoto de San Francisco, lo cual da una idea del estrépito alcanzado sobre el escenario.
Los fenómenos de este tipo son, como se ve, antiquísimos. No los ha creado la televisión. Pero la televisión, que consume con voracidad sus propios productos (lamento insistir en la escatología), necesita fabricar personajes a ritmo industrial. Según parece, la principal actividad televisiva consiste, hoy, en seleccionar materia prima. Se realizancastings en todas partes. Castings que sirven, a su vez, para nutrir concursos cuya propia fórmula es el casting, es decir, la selección y la eliminación.
¿Dónde va la gente que gana los concursos? A nutrir otros programas, en una noria infinita. Bailarines adultos e infantiles, talentos variados, modelos, cualquier excusa es buena para buscar al personaje. No me parece mal. Al humano siempre le ha gustado mirar a otros humanos, cuanto más raros, mejor. No me interesan nada los concursos de aspirantes a famosos. Compruebo, sin embargo, que varias de las personas más sensatas y cultas que conozco viven enganchadas a Fama, ¡a bailar! en su versión hardcore,la que ofrece la plataforma digital en sesión continua. Algo tendrán esos programas. Yo no lo pillo.
Otros castings me parecen más perversos. Quienes eligen a ciertos tertulianos deben ser tan depravados como sus presas. Me refiero a engendros como los que asoman en La noria con el único fin de hacer el ridículo. Y, en concreto, a Paloma Zorrilla, el friki de moda, de quien espero que sea todo postizo: el nombre, la cara y el cerebro. No es posible que exista gente así. Si esa mujer es real, la humanidad puede darse por fracasada.
Bazofia
ENRIC GONZÁLEZ 25 ABR 2008
Peter Falk, el intérprete de Colombo, fue visto “desorientado y desaliñado” en una calle de Beverly Hills. Leo la noticia en varios medios digitales, incluido el de este diario. Quizá incluso aparezca hoy en el periódico. “Desorientado y desaliñado”. Y, además, “agitando los brazos”. Tremendo. Parece que después de protagonizar tan desasosegante acontecimiento, el actor se largó de allí. La noticia procede de otro medio digital, TMZ, reputado por su fiabilidad.
Hace unos meses, al actor y productor Ashton Kutcher se le ocurrió un programa llamado Pop fiction, en el que varios de sus amigos famosos se dedicaban a crear noticias falsas. Paris Hilton, por ejemplo, hizo creer que recibía asesoramiento espiritual de un monje budista. TMZ y otros medios similares (y diarios como el San Francisco Chronicle) entraron a todos los trapos.
Ignoro por completo el estado de ánimo de Peter Falk, un grande del cine. Considero que tiene todo el derecho del mundo a ir por la calle desorientado y desaliñado. Lo mismo que Terele Pávez puede charlar con quien quiera, salir donde quiera y vestir como quiera.
Hace unos días se suscitó un cierto debate en torno a una señorita Ortiz, cuñada del príncipe Felipe. Ortiz pidió a un juez que protegiera su vida privada, tan privada como cualquier otra. ¿Es debatible eso? Lo único a discutir, a estas alturas, es el desparpajo de la industria periodística. Las empresas que satisfacen su voyeurismo más abyecto, querido lector, son las mismas que difunden los materiales más selectos, o impulsan estrictos códigos de autocontrol.
Nos gusta consumir basura y la industria nos la sirve. Sería bueno, sin embargo, un poco más de información. Si las cadenas de hamburgueserías acabarán indicando las calorías y grasas de sus productos, ¿por qué no han de avisar los medios sobre la cantidad de bazofia contenida en ciertos artículos? Así podríamos ir directamente a ellos.
UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Egoístas, maniáticos y desinformados
ENRIC GONZÁLEZ 27 ABR 2008
Llegué a la economía por accidente. Creo que casi todo ocurre por accidente; ése, al menos, es mi caso. Hacia finales de los setenta me dedicaba a los sucesos. Mis tratos con policías y delincuentes coincidieron en el tiempo con una crisis devastadora en la industria catalana. Las empresas textiles se hundían por docenas, y algunos de sus propietarios, habituados a la doble contabilidad y al desfalco, no se sentían con ánimo para explicarse ante el juez. Cuando la empresa suspendía pagos, el dueño ya había volado. Aquellos emprendedores de manos y pies ligeros sentían preferencia por Brasil.
El caso es que asuntos puramente mercantiles se convertían en policiales, y las páginas económicas del diario donde trabajaba (El Correo Catalán, extinto hace ya muchos años) eran una colección de anuncios de búsqueda y captura. Poco a poco fui instalándome en esas páginas, y me quedé en ellas, saltando de periódico en periódico, durante una década.
Queremos soluciones que se ajusten a nuestro egoísmo y nos parezcan, a la vez, moralmente satisfactorias
¿Qué aprendí? Fundamentalmente, dos cosas. Una, que el libre comercio es mejor que el proteccionismo. Dos, que la política económica es demasiado importante para dejarla en manos de burócratas. Estoy desaprendiendo, me temo, la segunda. No estoy nada convencido de que la gestión de la economía pueda dejarse en manos de los electores y de los políticos. Por desgracia, sigo sin fiarme de los burócratas.
Acabo de leer El mito del votante racional. Por qué las democracias eligen malas políticas, un libro que va más allá de la provocación académica. El autor, el profesor Bryan Caplan, no propone la vuelta a regímenes dictatoriales u oligárquicos. Se limita a constatar, de entrada, que el votante es un tipo mal informado, cargado de prejuicios y, sobre todo, muy emocional. No hace falta estudiar mucho para ser consciente de eso. Si uno se pregunta por qué votó a quien votó en las últimas elecciones, encuentra miedos, manías e ideología (que en un terreno de juego tan estrecho como el nuestro tiene mucho de prejuicio), y un poderoso sentimiento negativo hacia el rival del candidato que elegimos.
Eso es normal, y no necesariamente grave. En un grupo lo bastante amplio, la ignorancia individual tiende a convertirse en sabiduría colectiva gracias al “milagro de la agregación”, un fenómeno que funciona gracias al carácter aleatorio de nuestros errores. Si los errores son sistemáticos, el “milagro de la agregación” se va al garete. El profesor Caplan demuestra (también lo hace la historia) que en lo tocante a la economía y sus derivados (energía, agua), somos propensos al error sistemático.
En España, eso tampoco es muy grave. Desde el ingreso en la Unión Europea, la política macroeconómica española no ha dado demasiados bandazos; desde la adopción del euro, menos. Carecemos de autonomía. Imaginemos, sin embargo, que ciertas cuestiones se sometieran a referéndum. La cuantía del salario mínimo, por ejemplo. Nuestro buen corazón nos impulsaría a establecer un mínimo generoso, y, de un día para otro, crearíamos millones de parados. Lo mismo ocurriría con el comercio. Sospecho que, por razones de todo tipo, los votantes limitaríamos las importaciones chinas, y crearíamos un tirón de los precios. O devaluaríamos para exportar más, e importaríamos inflación.
Las señales de cambio climático nos ofrecen ahora la posibilidad de cometer espléndidos errores, de terroríficos efectos a nivel planetario. La coyuntura resulta idónea: urgencia, emoción, profecías apocalípticas e información escasa. Nosotros, la opinión pública y los burócratas en quienes delegamos, queremos soluciones que se ajusten a nuestro egoísmo y nos parezcan, a la vez, moralmente satisfactorias. Para afrontar el problema de las emisiones de gases y, a la vez, mantener nuestro estilo de vida, nos ha parecido buena la opción de los biocombustibles limpios, fabricados con biomasa y, sobre todo, con cereales.
Combustible limpio. Suena bien, ¿no? Hemos conseguido un combustible caro, con un proceso de fabricación contaminante y dañino para los bosques (que absorben carbónico). Hemos conseguido, además, disparar el precio de los cereales y condenar al hambre a cientos de millones de personas en todo el mundo.
Y esto es sólo el principio. -
The myth of the irrational voter. Why democracies choose bad policies, de Bryan Caplan. Princeton University Press. 276 páginas.
Niños
ENRIC GONZÁLEZ 28 ABR 2008
A estas alturas, las universidades deberían estar repletas de psicópatas rijosos y miserables. Según mis noticias, no es el caso. Lo cual parece demostrar, una vez más, que no hay quien tumbe a la especie humana. Una generación completa ha crecido con una dieta televisiva de polígrafos, tomates y demás flatulencias, sin que se adviertan los efectos de ese ensañamiento.
Hubo una edad de oro de los programas infantiles. Los chiripitifláuticos, La casa del reloj, Barrio Sésamo, Había una vez un circo o el extraordinario La bola de cristal (que marcó el paso a la madurez de esos espacios y atrajo a un amplio espectro de edades) fueron hitos del género. Luego llegó la basura para grandes y pequeños.
Un programa parece haber recuperado ahora el espíritu de aquella edad de oro. El hormiguero (Cuatro) es un gran producto para críos que soporta (muy bien, si nos atenemos a las audiencias) la mirada adulta. Los alardes anfetamínicos de Pablo Motos y de la cámara, la química recreativa y los inventos absurdos, las entrevistas fáciles y la abundancia de figurantes conforman un zoco amable y entretenido.
Incluso la hora de emisión, en ese tramo indefinido que va desde el final del informativo hasta el programa supuestamente estelar, resulta apropiada para los críos: visto que entre escuela, música y deporte hemos conseguido que la jornada laboral de ciertos niños sea en España más larga y dura que en las fábricas asiáticas, las diez de la noche parece el mejor momento para El hormiguero.
A esa misma hora, en la que la mayoría de las cadenas programan la información meteorológica y dosis abrumadoras de publicidad, La Sexta emite El intermedio. Que no se parece en nada a El hormiguero, pero, con más política y más mordacidad (Wyoming no es Motos), funciona también estupendamente. Es una lástima que, entre tantas horas de vacuidad e infamia, justo durante la cena haya que pelearse por el mando a distancia.
Gestos
ENRIC GONZÁLEZ 29 ABR 2008
Cuando se habla de secuestros internacionales se acaba hablando de Mulay Hamid el Raisuli. Le llamaban sultán de los bereberes y el último pirata, y en 1904 secuestró en Tánger a un millonario, Ion Perdicaris. Raisuli pidió al sultán de Marruecos un rescate de 70.000 dólares en oro. El presidente de EE UU, Teddy Roosevelt, convencido de que Perdicaris era ciudadano estadounidense (en realidad, era griego), ordenó al sultán que pagara. Pero hizo algo más. Envió buques de guerra a la costa marroquí e hizo llegar a su cónsul en Tánger un telegrama escueto: “Este Gobierno quiere a Perdicaris vivo, o a Raisuli muerto”.
Perdicaris fue liberado de inmediato. El pago del rescate se disimuló, y la prensa no habló apenas de que, pese a los barcos, resultaba imposible liberar por la fuerza a Perdicaris. La amenaza estaba dirigida en realidad a quien debía pagar, el sultán de Marruecos. Cuestiones secundarias, porque lo que pasó a la historia fue el envío de los buques y el texto del telegrama. A partir de ese momento, el mundo supo que secuestrar, dañar o matar a un estadounidense podía comportar problemas graves.
Hace unas semanas, cuando piratas somalíes secuestraron el yate francés Le Ponant, un maravilloso velero de 88 metros y tres palos, Sarkozy pagó. Envió además comandos a la zona y varios de los piratas fueron detenidos o muertos. Un asunto poco edificante. El mensaje, sin embargo, llegó diáfano. Y sigue siendo diáfano: atacar a ciudadanos o intereses franceses puede salir caro; atacar a españoles, en cambio, es buen negocio.
Volviendo al secuestro de Perdicaris, Hollywood abordó el tema en 1975. El anciano griego fue sustituido por Candice Bergen y el bandido fue interpretado por Sean Connery. En el guión hubo que incluir una invasión, porque los americanos que tenían noticia del caso estaban convencidos de que Roosevelt había invadido Marruecos para resolver el secuestro. Sólo mandó unos barcos y una amenaza. Pero los gestos son muy importantes.
Brazos
ENRIC GONZÁLEZ 30 ABR 2008
Imágenes impresionantes: brazos alzados en el Capitolio. Habían pasado más de sesenta años desde la última vez, 1944. Desde entonces, desde que Roma, abandonada por el rey, los fascistas y los nazis, fue declarada città aperta, el saluto romano permaneció vedado en la alcaldía. Ahora ha vuelto triunfando. Brazos alzados, bocinas de taxis, euforia de la vieja Roma negra. Lo contaba ayer Miguel Mora, el corresponsal romano: el nuevo alcalde promete orden, calles limpias y dureza con los inmigrantes. Siempre ha habido en Roma, y en toda Italia, una vaga añoranza mussoliniana. Los trenes puntuales, las autopistas y la eficiencia cuartelaria del ventenio son aún mitos vivos, incubados por sucesivas generaciones de jóvenes que no conocieron a Mussolini y le consideraron un símbolo antisistema.
Gianni Alemanno, el nuevo alcalde, nació en 1958, cuando el fascismo, rebautizado como Movimiento Social Italiano (MSI) y unido a los grupos monárquicos, malvivía como fuerza parlamentaria proscrita. Después de la guerra, Pío XII conminó al democristiano De Gasperi a aliarse con los fascistas para frenar a los comunistas. Rehusó y ganó en solitario, sin fascistas: nunca más fue bien recibido en el Vaticano.
El MSI combinó su pequeña presencia en el Parlamento, atildada y formal, con una feroz brutalidad en la calle. En los setenta, cuando todos los extremismos se exacerbaron, los jóvenes fascistas se reunían, con sus perros y sus porras, en la plaza Euclide del Parioli, el barrio bien de la ciudad. Luego salían a escarmentar a algún comunista o a algún maricón. Alemanno, pequeño y fibroso, era el más célebre. Pegó más que nadie. Resultaba casi un placer, el lunes, saltar de la RAI italiana a TVE y escuchar las inanidades de Zapatero sobre la “desaceleración”. Ninguna repregunta, ningún agobio de tiempo: el 59 segundos más visto fue el más decepcionante. Y, sin embargo, fue también balsámico. Mejor el tedio que los brazos alzados. Que han vuelto, aquí al lado.
Fama
ENRIC GONZÁLEZ 1 MAY 2008
A los chicos que buscan la fama en la televisión, a los que buscan el triunfo o lo que sea, a los que se indignan por las burradas del tal Mejide (el último enganche entre OT y la audiencia), habría que ponerlos ante el caso de Andrés Pajares. Que fue un cómico popular y un actor de talento, un famoso, antes de ser un enfermo. Y es ahora carroña televisiva, un cuerpo con las vísceras al aire, exhibido para gozo del público: fama en estado puro. No hay nadie en España, ahora mismo, que no sepa la última de Pajares.
La crisis personal de Pajares constituye una noticia legítima, por supuesto. El humorista ha comparecido varias veces de forma voluntaria (hasta donde se pueda hablar de voluntad en alguien tan perturbado) ante las cámaras y ante la prensa, y ha mostrado en qué estado se encuentra. Cuando alguien entra en un bufete de abogados y ataca a varias personas está condenado a salir en los papeles; si es famoso (ah, la dulzura de la fama), está condenado a hacer portada. La mayoría de los medios se limitan a hacer su trabajo.
En Está pasando, esa gran escuela de periodismo televisivo financiada por Tele 5, hacen algo más que su trabajo. ¿Habíamos hablado de vísceras? Eso no les basta. Ni les basta acosar a los escasos familiares y amigos que acudían a la comisaría donde el hombre permanecía encerrado. Una señora, supuesta experta en la tragedia del humorista, pronunció ayer en el programa una frase de gran interés: “Dicen que presuntamente Pajares tiene dinero fuera de España”. Por si no tuviera bastante desgracia el infeliz, ahí quedó, “dicen que presuntamente”, una insinuación de delito fiscal. ¿De verdad hay que ensañarse hasta esos límites?
Eché un vistazo al destartalado blog de Pajares (blog.andrespajares.es), un espacio triste y semivacío, como una casa después de un desahucio. Había una entrada de este mes, un exabrupto contra Jesús Mariñas. Como un recordatorio de lo que significa un cierto tipo de fama.
Bocazas
ENRIC GONZÁLEZ 2 MAY 2008
Hoy se sabrá quién es el nuevo alcalde de Londres. Hace años conocí, superficialmente, a los dos candidatos. El radical Ken Livingstone pululaba por la periferia extrema del laborismo; Tony Blair, por entonces un simple diputado prometedor, le odiaba mucho más que a Thatcher. Red Ken era honesto, sectario y antipático. Boris Johnson trabajaba para el Daily Telegraph, exhibía todos los prejuicios de la clase alta inglesa y combinaba dos características raramente coincidentes: la arrogancia y el sentido del humor.
Ignoro si los londinenses habrán elegido a Boris Johnson, un personaje bastante esperpéntico. El periodista encarna, en cualquier caso, un fenómeno en alza: el político bocazas. Johnson dice lo que piensa, o lo que le parece más gracioso en un determinado momento, y ha hecho estragos por todas partes. Se han sentido insultados los ciudadanos de Liverpool, los habitantes de Papúa Nueva Guinea, los homosexuales… Creo que Johnson no es popular a pesar de ello, sino debido, en gran parte, a su locuacidad descontrolada.
En cierta forma, ocurre con él lo mismo que con Berlusconi. Las meteduras de pata, aparentes o reales, le humanizan. Y le hacen parecer una persona real, o al menos un político de los de antes. A Adlai Stevenson, que fue candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, le dijeron una vez que todos los “americanos pensantes” estaban de su lado. “No me sirve de nada, yo necesito una mayoría”, respondió Stevenson. Que perdió las elecciones, pero no por eso. ¿Se imaginan a Rajoy o Zapatero diciendo algo así de los españoles?
Los políticos, y en general los personajes públicos, han desarrollado, escudándose en la corrección política, un lenguaje vacío y sistemáticamente engañoso. Aburren. Siento simpatía por quienes hablan con claridad; si la claridad es brutal, mejor. Quizá esté en minoría, pero creo que el tirón de los bocazas va en aumento, y basta echar un vistazo a la televisión o a Internet (la gran esfera pública) para comprobarlo.
Dublín negro
ENRIC GONZÁLEZ 3 MAY 2008
Es un maestro de la lengua inglesa en Irlanda, el país de los grandes narradores de historias. Ahora firma con el seudónimo de Benjamin Black El otro nombre de Laura, una deslumbrante novela negra de crímenes, hipocresía y desencanto.
Sobre la pinza del bogavante, la esencia de esta historia, se hablará luego. También se hablará luego del inquietante Benjamin Black. Hay que empezar por el principio y John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) lleva ya 10 minutos esperando al periodista. Ocupa el peor asiento en la mejor mesa del restaurante y tiene ante sí una copa de vino blanco. Es un hombre formal que viste formalmente y luce una sonrisa circunspecta. No habría en él nada de amenazante, si nos olvidáramos de la pinza. Dicen de Banville que es el mejor escritor en lengua inglesa. Quien redacta estas líneas carece de autoridad para proclamar algo tan grave, pero lo piensa. La pinza está ahí, y su presencia no afecta solamente al entrevistador. Banville es también consciente de ella. Para disimularla, añade a su humor oscuro, muy irlandés, abundantes dosis de autoironía.
El gran escritor es vegetariano, pero recomienda encarecidamente las chuletas de cordero. No fuma, pero no le parece mal que otros fumen. En su caso, esa tolerancia desasosiega. El fenómeno es parecido al de Funes el memorioso, aquel personaje de Borges incapaz de olvidar nada, cuyos interlocutores quedaban paralizados: sabían que cualquiera de sus palabras, titubeos y errores se grababan para siempre en la mente de Funes. En el caso de John Banville, uno teme por su alma. Más tarde, el escritor lo reconocerá: si no se interesa por alguien, ve sólo una máscara; si se interesa, hurga en esa persona y la reconstruye en palabras para hacerla “verdadera”, como uno de sus personajes. “Están los hechos y está la verdad”, dice, “y no coinciden necesariamente”. Lleva casi medio siglo desbrozando realidad para encontrar verdades.
Se hace pasar por un autor casi marginal, escudado tras sus ventas. Algunas de sus novelas, es cierto, han tenido tiradas iniciales de 5.000 ejemplares. También es cierto, sin embargo, que fue editor literario del Irish Times y que sus críticas, ocasionalmente feroces, se publican desde hace años en The New York Review of Books, donde se dio el gustazo de destrozar una novela, Sábado, de un colega tan insigne como Ian McEwan. Es amigo de Claudio Magris y cuenta divertidísimas anécdotas de otros escritores, con la condición de que no se publiquen. El almuerzo transcurre ameno: luce el sol sobre Dublín, desde la ventana se ven las aguas plateadas del Liffey, Banville pide más vino y los comensales ríen.
John Banville nació en Wexford, una ciudad provinciana en un país que entonces, a mediados de los cuarenta, era el colmo del provincianismo: pobreza, hipocresía, sotanas y censura. La prensa inglesa llegaba recortada, porque un irlandés no podía ver un anuncio de preservativos. Su padre trabajaba en un garaje y su madre se cuidaba de la casa. No fue a la universidad. En cuanto pudo se largó de casa y encontró empleo como oficinista en Aer Lingus, las líneas aéreas irlandesas. Fue un don nadie durante décadas, y lo sabía. Un don nadie con la pinza. Ese antiguo martirio del ego asoma puntualmente. Al hablar de su Arte, habla con mayúsculas. Nada de falsas modestias. En 2006, cuando recibió el prestigioso Booker Prize, el máximo premio literario británico, por su novela El mar, Banville felicitó al jurado por conceder el reconocimiento a “un libro de verdad”.
Bajo el restaurante se encuentra la librería The Winding Stair. Insiste en entrar y ruega que se cite el nombre, porque es amigo de los propietarios. Para sellar el pacto con el entrevistador, comete un soborno escasamente delictivo y le regala Cartas de Ted Hughes, una recopilación de la correspondencia privada del poeta inglés. Son 37 euros y 756 páginas. “Ya verá, es muy ingenioso”, explica. En ese momento, el receptor del pesado soborno sospecha que el libro sobre Hughes, quizá como las chuletas, forma parte de una broma críptica. Y no: las cartas del poeta son, en efecto, casi divertidas. A Banville, con su pasión por escudriñar el alma humana, deben apasionarle.
Hablando de alma humana, quien no ha leído aún nada de John Banville podría comenzar por El intocable (1997). Se trata de su novela más convencional. Es casi una biografía de Anthony Blunt, el asesor de arte de la reina Isabel II que espió para los soviéticos. Victor Maskell, el intocable, es un Blunt pasado por la pinza, es decir, más verdadero que el propio Blunt. Banville recuerda con halago que Stella Rimington, jefa del MI5, el servicio de espionaje británico, se declaró entusiasta de El intocable. A partir de ahí se puede seguir con El libro de las pruebas, o El mar, o cualquier otra entre una quincena de obras magníficas.
A Banville le incomoda su reputación de escritor para élites, de “escritor para escritores”. “Esa fama es un desastre”, bromea, “porque los escritores no compran libros, y si lo hacen es para apuñalarte por la espalda”. Admite, en cualquier caso, que su prosa “puede ser difícil, aunque a mí no me lo parezca”. “Es cierto, mis textos no toleran al lector que se duerme entre una línea y otra. Exigen atención. Si no fuera así, ¿qué sentido tendría escribir?”. Esta parte de la conversación transcurre en el estudio de Banville, donde no queda ya margen para disimulos. Es el momento de hablar de su talento. Y de la pinza. Y de su otro yo.
Empieza con el viejo y solvente argumento de la condición irlandesa. “Yo soy irlandés, y los escritores irlandeses escribimos en inglés, una lengua extranjera. No nos sentimos cómodos, miramos el lenguaje desde fuera. Cuando leo a Nabokov [de origen ruso] le entiendo perfectamente, porque también escribe inglés desde fuera. Un autor inglés intenta que su prosa sea fácil y transparente, siguiendo el consejo de George Orwell: el texto debe ser como una hoja de cristal. Para mí, para los irlandeses, no debe ser un cristal, sino una lente capaz de aproximar, alejar o distorsionar. Mire, venimos del gaélico, una lengua extraordinariamente evasiva en la que no es posible decir cosas directas. No se puede decir, por ejemplo, “soy un hombre”. Habría que decir algo así como “estoy en mi hombría”. El gaélico es oblicuo y se aleja continuamente de lo esencial, mientras el inglés es lo contrario, va directo al grano. “Esa tensión, nacida a mediados del siglo XIX, cuando dejamos de hablar gaélico y adoptamos el inglés del imperio, generó un lenguaje nuevo y potente. El lenguaje de Wilde, Keats, Shaw, Joyce, Beckett, distinto del inglés de Inglaterra, Estados Unidos o Australia”.
“Irlanda es un país de contadores de historias”, prosigue. “Imagine que uno de nuestros políticos o uno de nuestros obispos comete algo terrible. Bien. A usted le interesaría saber exactamente cómo han sucedido las cosas. Para nosotros, eso es secundario. Lo que nos importa es cómo van a explicarse. Si el político o el obispo son capaces de justificarse con gracia, es decir, con un relato humano y apasionante, pueden salir del apuro sin grandes problemas”.
Tras el circunloquio irlandés, el trabajo de Banville, que fabrica su prosa “con los horarios de un oficinista: de nueve y media a seis, con una pausa para el almuerzo”. “Al principio escribía y reescribía, y mi primera novela tuvo nueve versiones. Ahora no. Ahora voy frase a frase, y no paso a la siguiente hasta conseguir exactamente lo que quiero. También me interesa el ritmo, dentro de la frase y en el conjunto. Es muy importante conseguirlo”.
“Creemos hablar una lengua”, prosigue, “pero es la lengua quien nos habla a nosotros. Cada palabra ha sido utilizada ya un billón de veces y carga con el eco de todo ese uso; también carga, además, con el peso de todas las cosas que no dice. Shakespeare y Cervantes vivieron cuando el hombre moderno descubrió el yo, fueron los primeros en decir realmente ‘soy yo’, y escribieron en un molde relativamente nuevo. El inglés y el castellano eran idiomas jóvenes. Ahora son idiomas gastados, cansados, y a la vez más ricos. En realidad, las palabras siguen sorprendiéndome, sigo descubriendo en el diccionario acepciones que desconozco”. A Banville le encantan las anécdotas literarias. “¿Sabe lo de Thomas Hardy? Una vez topó en un libro con una palabra que ignoraba. Buscó en el diccionario y resultó que la única fuente para esa palabra era una frase escrita por el propio Hardy”.
La de Banville no fue una vocación tardía. “Hacia los 12 años fui consciente de que lo mío era el lenguaje. Es el momento en que percibimos cómo nos enfrentaremos al mundo. Luego, durante un tiempo, quise ser pintor, pero me faltaba talento. Ahora, a mi edad, no sabría vivir sin palabras. Es un poco triste: nada es real para mí si no está expresado con palabras. Lo mismo debe pasarle a usted, que trabaja como periodista: está continuamente traduciendo la realidad en palabras”.
El periodista, interpelado, se defiende como puede.
—Yo no soy un creador, me limito a trabajar en esto.
—Ya —ríe Banville—. Ésa es la ilusión con la que se protege.
—Usted ha sido periodista y sabe que tengo razón.
—Yo no he sido periodista como usted. Yo he hecho periodismo cultural, críticas de libros. Eso es trabajar con artefactos hechos de palabras. Usted, en cambio, puede ir a un incendio en el que mueren 40 personas y contarlo después en 400 palabras. ¿Se da cuenta? Traduce un suceso tremendo en una pieza breve y comprensible. No hace ficción, pero necesita un esfuerzo de imaginación. Yo tendría dificultades para hacer eso. Vería el cadáver de una anciana y pensaría en que, seguramente, tenía un gato. ¿Habría muerto el gato? ¿Habría escapado? Quedaría atrapado en los detalles.
A estas alturas, John Banville muestra el más claro rastro de la pinza. Abre un cuaderno que es un libro. Sus libros nacen así, con una pluma estilográfica que traza signos asombrosamente pulcros, regulares y legibles sobre un cuaderno de hojas blancas. Ninguna tachadura. Todo exacto, impoluto y definitivo. Frase a frase. Es el momento de preguntarle cómo sobrelleva su condición de maestro supremo de la lengua inglesa.
“No, no, no”, dice. Se trata, pese a su reiteración, de un “no” relativo. “Tengo muy desarrollado el sentido del absurdo y no creo en la noción del gran hombre, el maestro. Muchos de los males del siglo XX surgieron de ahí, de la devoción por el presunto gran hombre. Yo llevo casi 50 años en esto y, sí, creo que a estas alturas he aprendido a manejar mi idioma. Soy capaz de escribirlo todo exactamente como quiero. Pero no soy un maestro, no tengo autoridad. Sigo peleándome con las sombras, aún me pregunto con qué palabra empezar y aún tengo miedo a hacerlo mal. Soy como un bogavante. ¿Se imagina un bogavante? ¿Recuerda esas pinzas enormes? Yo tengo la pinza: es esta mano. Está increíblemente desarrollada para escribir historias. Sé que dispongo de ese talento. El resto de mí, como le ocurre al bogavante, es coraza y fragilidad”.
¿Y Benjamin Black? ¿Se parece a John Banville? “No, Black no tiene problemas. Black, por ejemplo, escribe con el ordenador. La pantalla es demasiado rápida para Banville; en cambio, tiene la velocidad adecuada para un tipo como Benjamin Black”. El tal Black nació de las novelas de Simenon, “las buenas, las que no son de Maigret”, y de un guión televisivo que no llegó a producirse. Banville tenía una historia en las manos y decidió convertirse en Black para escribirla en tercera persona (los libros de Banville siempre se relatan en primera persona) y con la displicencia que exige el género negro. La historia se convirtió en El secreto de Christine, una novela de crímenes e hipocresía ambientada en Dublín y Boston a mediados de los cincuenta. “Aquél fue un tiempo oscuro, un tiempo de culpa, cigarrillos y secretos profundos, ideal para la intriga”, comenta. No se documentó sobre la época. “Los novelistas no deben investigar, sino crear. Nuestro trabajo consiste en inventar. Los hechos y la verdad no son lo mismo, ¿recuerda?”.
El secreto de Christine (2006) resultó una novela tersa, amarga, con un protagonista fascinante: el médico forense Quirke, grande, alcohólico y desencantado. “Creo que Black tiene talento para la ficción barata”, se burla Banville. Al año siguiente apareció una nueva obra de Black: The silver swan, que ahora se publica en España como El otro nombre de Laura (Alfaguara). De nuevo el protagonista es Quirke y los personajes principales son los mismos. Esta segunda novela es aún mejor que la primera. En verano, Black serializó para The New York Times una tercera entrega, The lemur. Banville contempla con escepticismo la intensa actividad de su otro yo: “¿Usted cree que Benjamin Black llegará a ganar dinero?”.
CRÓNICA:UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
El prodigio de La Sagrera
ENRIC GONZÁLEZ 4 MAY 2008
Europa tiene tres santuarios de la mecánica automovilística. Uno está en Stuttgart, Alemania, donde nacieron los Mercedes, los Porsche y los primeros Volkswagen. El segundo está en Maranello, cerca de la ciudad italiana de Módena, y atrae a miles de peregrinos, devotos de los Ferrari. El tercero está en La Sagrera, un barrio de Barcelona, y nadie lo conoce. El prodigio de La Sagrera se ha perdido en la memoria. Y, sin embargo, allí se fabricaron los mejores motores de su tiempo y unos automóviles míticos: los Hispano Suiza, que en los años veinte superaban a los Rolls-Royce, y los Pegaso, un puñado de joyas artesanales cuya producción, en la inmediata posguerra, fue tan brillante como efímera.
Los Hispano Suiza eran lo máximo del momento: Picasso, Einstein y el sha de Persia viajaban en ese automóvil español
En la fábrica de La Sagrera trabajó Wifredo Ricart (1897-1974), uno de los más grandes genios españoles del siglo XX. Sería más recordado, en el peor de los sentidos, si la Alemania nazi hubiera ganado la guerra, porque hacia 1944 las últimas esperanzas de Hitler estaban depositadas en dos proyectos: los supercohetes de Von Braun y el supermotor de aquel ingeniero nacido en Madrid. No ayudó a mantener viva su herencia el odio feroz que le profesaba su antiguo compañero Enzo Ferrari, quien, pese a utilizar desde los años sesenta el concepto de Ricart para sus bólidos de carreras (el monoplaza con motor posterior de 12 cilindros), no permitía que se mencionara su nombre en Maranello. La ceguera del franquismo, que, tras cesar la producción de los Pegaso en 1957, desechó toda la tecnología acumulada y vendió como chatarra las piezas no utilizadas, borró los últimos rastros.
Ricart ya construía coches a los 23 años. Después de licenciarse fue contratado por una de las sociedades nacidas en torno a Hispano Suiza (lo máximo del momento: Picasso, Einstein, el sha de Persia y la familia real británica viajaban en ese automóvil español), y enseguida, con el financiero Pérez de Olaguer, empezó a producir los Ricart-Pérez, seguidos por los Ricart-España. Aquellos artilugios no fueron muy lejos. Los arrollaron la crisis de 1929 y la dificultad innata de Ricart para controlar los costes. En 1936, huyendo de la guerra, encontró empleo en Alfa Romeo, la casa de automóviles deportivos más prestigiosa del momento.
Ricart asumió la responsabilidad de fabricar los bólidos de competición que Nuvolari había convertido en campeones. Enzo Ferrari era el director de la escudería. Ricart y Ferrari debían cooperar, pero se odiaban. Sobre todo, Ferrari odiaba a Ricart. El español desestimó, calificándolo de “antigualla de museo”, el prototipo 158 del italiano. Eso empujó a Ferrari a largarse y crear su propia escudería. En sus memorias dejó escrito este recuerdo de Ricart: “Tenía el cabello lacio y engominado, vestía con una elegancia un poco levantina, usaba chaquetones de mangas larguísimas que impedían verle las manos; cuando tendía la derecha para saludar, sentías una carne inerte, como de cadáver”. Ferrari recordaba también con sorna la manía de Ricart con las suelas de goma, imprescindibles, según decía Ricart, porque “el cerebro de un gran técnico debe ser protegido de las asperezas del suelo”.
En 1944, cuando el III Reich estaba ya al borde del colapso, Ricart recibió un encargo de Berlín: debía fabricar un gigantesco motor de aviación (un producto en el que las factorías Alfa Romeo llevaba años especializadas) capaz de transportar bombarderos nazis hasta Nueva York. Sólo hubo tiempo para unos pocos bocetos.
Después de la guerra, Ricart volvió a España. Y asumió la dirección técnica de la Empresa Nacional de Autocamiones, SA (Enasa), creada sobre las cenizas de la recién quebrada Hispano Suiza. El régimen le pidió que fabricara un coche fabuloso, sin preocuparse por el precio, como instrumento para promocionar los camiones. Y Ricart inventó el Pegaso. Se produjeron 86 unidades entre 1951 y 1957, casi todas con carrocerías distintas. La velocidad máxima era disparatada (250 kilómetros por hora), y el precio, cercano a los 15.000 dólares, lo era aún más. Los Z-102 de Ricart fueron, durante unos años, el juguete preferido de la jet-set mundial. El barón Thyssen hizo que el suyo tuviera los mandos en oro macizo y la tapicería en piel de leopardo. Fangio lo consideraba mejor que los Mercedes.
Los Pegaso se construían artesanalmente en un cobertizo. Casi todas las piezas se hacían allí mismo. En 1957, cuando se decidió que los Pegaso habían cumplido ya su misión promocional, el cobertizo fue derruido. Ricart se dedicó a ejercer como consultor de multinacionales. Y el prodigio de La Sagrera pasó al olvido.
Enzo Ferrari, un eroe italiano, de Leo Turrini. Mondadori Editori. 275 páginas.
Autores
ENRIC GONZÁLEZ 5 MAY 2008
El arte es como los humanos: nace sin ego. Lo adquiere con el tiempo. Las primeras narraciones carecen de firma, como las primeras pinturas. Dejando al margen unos pocos autores, algo parecido ocurre con el cine, que en sus años iniciales (los años del barracón de feria) lanzó toneladas de productos de los que no importaban gran cosa ni el director ni los actores.
Esa espontaneidad salta por la ventana en cuanto el aparato crítico entra por la puerta. Cuando hablo de aparato crítico me refiero a la considerable industria que gira en torno al “autor” como elemento promocional, sea para venerarle, escupirle o interesarse simplemente por las claves de su obra. El mercado, que es quien decide en último extremo cuál es el arte de éxito popular, elige ciertas películas y ciertas novelas. Los responsables de esas obras dan vueltas triunfales al mundo. Películas y novelas son todavía pilares de industrias poderosas. Sin embargo, pese a su gran presencia en los medios (poca gente habrá que no haya oído hablar de Titanic o de La sombra del viento), están en relativa decadencia.
Lo que el mercado bendice hoy son los juegos. La sombra del viento ha vendido unos diez millones de ejemplares. Titanic, la película más taquillera de todos los tiempos, ha recaudado algo más de 1.500 millones de euros. En sus cuatro versiones, Grand Theft Auto ha vendido más de 70 millones de unidades, y la cuarta, en fase de lanzamiento, parece en condiciones de romper todas las costuras. Esos 70 millones de unidades, a casi 70 euros cada una, dan un negocio cercano a los 5.000 millones. Y los juegos no se ven sólo una vez. Los personajes de Grand Theft que pululan por Liberty City o San Andreas poseen un impacto que el cine ya no es capaz ni de soñar.
Esos personajes no tienen nombre. Sus creadores no aparecen cada día en la prensa. Por ahora, sólo cuenta el producto. Quien juega con elGrand Theft no sabe la tabarra que está ahorrándose.
Cara
ENRIC GONZÁLEZ 6 MAY 2008
En el Estado moderno, con su laberinto de fontaneros y cloacas, el ministro del Interior tiene las llaves de las habitaciones secretas. Lo que en un tiempo se llamó el monopolio de la violencia. El modelo sigue siendo Joseph Fouché: masacró en nombre de la Revolución, traicionó a Robespierre, sirvió bajo Napoleón y al fin, después de Waterloo, como servidor fiel de la cosa pública, se puso a las órdenes de Luis XVIII (él, que había votado a favor de la decapitación de su hermano, Luis XVI) para extirpar con el terror reaccionario lo que había sembrado en nombre del terror revolucionario. Como Talleyrand, era un profesional. En el subsector de los “servidores del Estado”, Fouché sigue siendo un mito.
Los informativos dieron ayer el paseíllo mediático a otro mito del ramo. Ángel Acebes se despidió de la secretaría general del PP y se pudo dar salida a una necrológica política que empezaba a oler en la nevera. Acebes no era ministro del Interior cuando se legalizó al PCE, o cuando Tejero asaltó el Congreso. Lo era cuando se produjo el peor atentado terrorista en la historia española: un momento crítico. Ahí estuvo, ante las cámaras, abrazado al palo de ETA como quien se abraza al mástil de un barco que se hunde. Las imágenes de archivo suscitaban melancolía: la ira, con el tiempo, degenera en eso.
No será recordado por su papel de aquellos días, sino por el desempeñado más tarde. Ningún funambulista ha logrado lo que Acebes. Sostuvo que a él, como ministro del Interior, la oposición le había montado un golpe de Estado. La oposición, la policía, ETA, Al Qaeda, los mineros, los camellos cercanos y los desiertos lejanos le habían hecho la cama, dijo, sin que él se enterara. A cualquier otro se le habría caído la cara a trozos. Acebes mantuvo la cara en su sitio cuatro años más y, en la pasada noche electoral, recuérdese la escena del balcón de Génova, sus músculos faciales dieron aún para una larga y dramática sonrisa. Qué tío.
Estadistas
ENRIC GONZÁLEZ 7 MAY 2008
La de estadista no es una profesión, sino un empleo. Cuando se extingue el empleo, se extingue el estadista. Y aparecen el pelmazo o el toxicómano del poder (esto último es casi inexorable) que busca con ansia el único sucedáneo conocido: el dinero. Hablamos de personas que han trascendido la fama y el prestigio y se han movido en ámbitos, o se han convertido ellos mismos en ámbitos, absolutamente enrarecidos.
La jubilación del estadista es ya un problema internacional. En España, el problema existe desde siempre, o sea, desde Suárez, que gobernó joven. Como Felipe (Calvo-Sotelo fue distinto y distante), Aznar y ahora Zapatero. En otros lugares se ha hecho también evidente. Clinton y Blair constituyen, cada uno a su manera, un engorro público. Sarkozy lo será. Putin no, porque puede quedarse mientras quiera. Dejemos de lado a Bush, por una cuestión de pudor.
La política, la actividad profesional que culmina en el estadismo, ya no vive del comercio de ideas: son un bien demasiado escaso. Se trata más bien de un inmenso tráfico de influencias, entendido como red de conexiones con los centros nerviosos de un país. También se puede llamar seducción colectiva a ese juego. Da igual. El ganador en el comercio o el juego, el estadista, acumula una experiencia de gran valor económico. La tentación de traducirla en dinero debe ser intensa, especialmente cuando aprietan los ahogos de la abstinencia de poder.
No es bonito ver al estadista transformado en hiperagente comercial. Es legal, por supuesto, e incluso legítimo, pero no es bonito. ¿No se podría llegar a un arreglo? Si es cuestión de dinero, pactemos una suma de antemano. Dinero público, no pasa nada. Más cuesta una guerra. Y la vida de todos, la del estadista y la nuestra, ganaría en elegancia.
Publicitarios
ENRIC GONZÁLEZ 8 MAY 2008
En materia de oficios lamentables, solía hablarse de las cuatro “p”: políticos, policías, putas y periodistas. En realidad, las “p” son cinco, una vez agregados al grupo los publicitarios. Los periodistas siempre han mantenido una relación difícil con la gente de la publicidad. El periodista tiende a considerar que los anuncios roban espacio a la información y, sobre todo, a sus propios textos. (Excluyo de esta afirmación a mi amigo Carlos Boyero y a mí mismo, inmunes a la grafomanía: si de nosotros dependiera, esta columna tendría tres líneas y aparecería en la sección de anuncios por palabras).
Los tipos de la publicidad son mal vistos en las redacciones, pero ahí están, justamente, los anuncios por palabras, para demostrar que dependemos de ellos. Este diario no publica información sobre el boxeo, pero, como los demás, incluye anuncios de prostitución. Cuestión de dinero. Con lo que usted paga por el periódico, amigo lector, no da para nuestros sueldos. Vivimos de los anuncios y de los tipos de la publicidad.
También el futuro de esta industria depende de ellos. El papel sólo sobrevivirá a la competencia de los medios digitales si es capaz de mantener su atractivo como soporte publicitario. En esta fase crucial, los periodistas haremos lo que hemos hecho siempre: resistir como héroes, hasta que alguien de los nuevos medios nos haga una oferta interesante.
Canal Plus estrena esta noche la serie Mad men. Preferiría no tener que hablar de ella, porque Canal + forma parte del grupo que me paga. Me sentiría más cómodo si me pareciera un bodrio. Lamentablemente, es una serie estupenda, con aroma a Sopranos (hereda de ella al productor y guionista Matthew Weiner) y largas dosis de cinismo. Va de publicitarios neoyorquinos en los cincuenta-sesenta: canallas que fuman, beben y tocan el culo a la secretaria. Gente digna de pertenecer al club de la “p”.
Frank
ENRIC GONZÁLEZ 9 MAY 2008
Esa mirada húmeda paseó por todos los canales. Eran las últimas penas de Frank Rijkaard tras la despedida atroz del Bernabéu y justo antes de la otra despedida, la definitiva. Se le podía reprochar cualquier cosa menos falta de elegancia. No perdió los nervios cuando las cosas iban mal, ni mostró arrogancia luego, cuando el Barcelona se comía el mundo. Este año, en la temporada del desastre, propicia al exabrupto, se portó como un caballero.
Quizá tome calmantes, o cualquier otra cosa. Da igual: sólo funcionan hasta cierto punto. El mérito de Rijkaard radica en la bondad de carácter, innata, y el autocontrol, algo que ha conseguido imponerse a sí mismo. Rijkaard fue un futbolista explosivo en todos los sentidos. Fue célebre su bronca con el alemán Rudi Voeller en un Holanda-Alemania de 1990 (Rijkaard escupió varias veces a su rival, le retorció la oreja y le dio un pisotón), como lo había sido, en 1987, su bronca con Cruyff, por entonces su entrenador en el Ajax. En un entrenamiento, a Rijkaard se le cruzaron los cables y abandonó el estadio jurando que no quería verle más. Y se fue, a Lisboa, Zaragoza y Milán, donde estableció el manual del moderno mediocentro.
Dicen que Cruyff fue consultado por el Barcelona sobre la conveniencia de contratar a Rijkaard como técnico. Y dicen que Cruyff, que se ha ganado su fama de sabio con frases surrealistas y sin demasiado sentido, no entró en méritos profesionales. Se limitó a tres palabras: “Es bien persona”. En efecto, lo es. Las buenas personas son las que mejoran con el tiempo. Rijkaard ha respetado a sus jugadores (aunque no siempre lo merecieran), a los rivales, a los directivos, a la prensa y al público. Ha sido un elemento de sosiego en el más atractivo y caro espectáculo televisivo. Y, encima, ha dado al barcelonismo más éxitos que Cruyff. En un negocio que abunda en saltimbanquis infantiloides y paranoides zafios constituye una feliz anomalía: un adulto equilibrado. Fútbol al margen, todos perdemos algo con su marcha.
UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
El horror
ENRIC GONZÁLEZ 11 MAY 2008
Llegué prevenido al Congo, que entonces se llamaba Zaire. Sabía que el aeropuerto de Kinshasa era un lugar tumultuoso, y no me sorprendió que los equipajes fueran directamente a las oficinas de la policía. Me sorprendió algo más que un policía, vestido con un elegante traje italiano, me propusiera “negociar”. “Yo tengo su mochila; usted tiene en la mano un ordenador, pero no hace falta que me lo dé: también le tengo a usted”. El policía se marchó sonriente y me encerró con llave. Volvió al cabo de una hora. “¿Negociamos ya? Le pido 700 dólares”. Un par de horas más tarde, la negociación estaba concluida. Pagué 400 dólares por mi mochila, mi ordenador y un salvoconducto (un simple papel garabateado, que, sin embargo, funcionó) para llegar a Goma, una ciudad oriental junto a la frontera ruandesa.
Creía estar llegando, como el personaje de Joseph Conrad, al corazón de las tinieblas. Lo era
Kinshasa es una ciudad inmensa, caótica, violenta. Por entonces, hace 13 años, albergaba una considerable colonia de yonquis blancos. La calle era un continuo tejer y destejer de tumultos, acompañados por una banda sonora exquisita: ni en Nueva York, ni en Johanesburgo, ni en ninguna parte hay músicos urbanos como los de Kinshasa.
Dos días después conseguí un vuelo hacia Goma. Creía estar llegando, como el personaje de Joseph Conrad, al corazón de las tinieblas. Lo era. Era también el corazón de la luz. A unos kilómetros, al otro lado de la frontera, Ruanda se desangraba en un genocidio atroz. En el bellísimo lago Kivu flotaban cadáveres hinchados. Y Goma, que llegó a ser un destino turístico (el paisaje, el exotismo, los gorilas ocultos en las colinas neblinosas) hacía lo que podía con el desastre: hacía negocio. Empezaban a llegar periodistas y cooperantes; algunos fugitivos ruandeses (ministros, banqueros, empresarios) traían maletas de dinero, y se disfrutaba, en general, de una efímera prosperidad, mezclada con una felicidad furibunda, fisiológica.
Mucho más tarde, con la región convertida en un inmenso campo de refugiados, cuando los enfermos de cólera morían por decenas en las calles y hasta el último arbusto había sido utilizado en las hogueras diminutas donde se cocinaba la miseria, conocí por casualidad a un tipo interesante.
Mi ordenador no funcionaba (luego supe que un insecto electrocutado bloqueaba la batería) y no podía transmitir, y alguien me habló de un griego, traficante de diamantes, que poseía en su casa un teléfono por satélite. Caminé unos kilómetros hasta la residencia del griego, en lo alto de una colina, y llamé a la puerta. Me abrió un hombre alto, con los rasgos estilizados que suelen atribuirse a la etnia tutsi. Pregunté por el griego, pero se había largado a algún lugar más tranquilo. Le rogué al hombre que me dejara utilizar el teléfono, con la tarifa usual de 10 dólares por minuto. Se negó. Permanecimos unos diez minutos discutiendo en el umbral, sin que el tipo pareciera dispuesto a ceder. En un momento dado, por un lapsus, insistí en que transmitir mi crónica a Barcelona (en realidad, transmitía a Madrid) era cuestión de vida o muerte.
El tipo se quedó inmóvil y me miró con atención. “¿Barcelona?”. No supe qué decir. Supuse que la palabra “Barcelona” resultaba un misterio para mi interlocutor. Pero no. Aquel hombre, que en la vida se había movido de las cercanías del Kivu, levantó un puño cerrado y habló casi a gritos: “¡Visca Catalunya, lliure i socialista!”. Pueden imaginarse el pasmo. Resultó que un misionero catalán le había enseñado a escribir en francés y a decir esa frase, con un acento catalán casi perfecto. Pude utilizar el teléfono y compartir con mi anfitrión unas tazas de café.
Me contó un montón de desgracias. Su mayor preocupación, dijo, consistía en que los soldados congoleños, que ya no recibían los sobornos regulares del griego, asaltaran y saquearan la casa. Eso podía ir acompañado de su propio asesinato, a poco que fueran mal las cosas. Antes de despedirnos le pregunté si podía hacer algo por él. Respondió con una sonrisa: “Deme algo de dinero, lo justo para pagarme una cena y una mujer; la vida es hermosa y hay que disfrutarla”.
Nunca vi gente con tanta alegría como en aquel pozo de horror.
Las matanzas prosiguen, 13 años después, en el Kivu. Soldados y milicias celebran una interminable orgía de muerte, y vale cualquier excusa: el odio interétnico, la venganza personal, el robo, un simple malhumor. La ONU ha denunciado que la masiva violencia sexual sobre la población civil, hombres, mujeres y niños, ha alcanzado una crueldad inimaginable. Les ahorro los detalles del informe.
A veces pienso en el hombre del teléfono. Quizá esté vivo, quizá siga diciendo que “la vida es hermosa y hay que disfrutarla”. Quizá tenga razón. Eso forma parte del horror. -
Vagabundo en África, de Javier Reverte. Random House Mondadori. 479 páginas
Pobres
ENRIC GONZÁLEZ 12 MAY 2008
La familia Agudo Ortiz. La madre: de 42 años, divorciada, cobra 850 euros como conserje y paga 837 de hipoteca, lo que deja una renta mensual disponible de 13 euros. Los hijos: Elvira, de 21 años, peluquera en paro, vive en un piso de alquiler que no puede pagar; Roberto, de 17 años, trabaja como pintor y cobra unos 300 euros; por Iván, el pequeño, el ex marido paga una pensión de 120 euros.
Éste es el material con que se trabaja en Ajuste de cuentas (Cuatro). El asesor del programa, Vicens Castellano, tiene la misión de orientar a familias como los Agudo Ortiz. ¿Qué recomienda? Reducir gastos y aumentar ingresos. Como los Agudo Ortiz disponen de poco margen para economizar (Castellano no contempla opciones como la antropofagia o la búsqueda de restos comestibles entre las basuras), se les recomienda lo otro: que busquen empleos adicionales y trabajen más.
Entre los reality-shows, Ajuste de cuentas podría ser el más obsceno. Vicens Castellano podría recalcar algunas cosas. Como que la banca, enfangada en sus propios líos hipotecarios, recibirá la ayuda pública necesaria, porque la banca es imprescindible. Que la Bolsa recibe gigantescas “inyecciones” de fondos públicos, porque la Bolsa es imprescindible. Que la moneda es apuntalada por vigorosos tipos de interés. Que los ricos son imprescindibles. Y que ellos, al límite de la marginalidad, no son imprescindibles para nadie. Son simples residuos del capitalismo. En otra época fueron proletarios, la palanca de la revolución. Ahora vuelven a ser lo de toda la vida: pobres.
Confío en que este programa siga hurgando en la evolución de las familias. Que filme los futuros desahucios, la venta de los muebles, las humillaciones y acaso, si hay suerte, que nos muestre cómo recurren a la mendicidad. O cómo los más emprendedores se buscan la vida con la delincuencia. Ya que arruinan la buena imagen de nuestra economía social de mercado, que den espectáculo al menos.
Machismo
ENRIC GONZÁLEZ 13 MAY 2008
Vaya, vaya. La vicepresidenta se siente “horrorizada”. No es para menos: se hizo una foto en Níger con un polígamo. ¡Un hombre con tres mujeres! Y capataz en una factoría de chufas, nada menos. La pobre vicepresidenta, que no sabía nada al posar, tuvo que sufrir una angustia indecible al averiguar que había quedado inmortalizada junto a un monstruo. Yo también me siento horrorizado. Pero no por el polígamo. Ni siquiera por la poligamia en general, de la que no soy nada partidario. A mí me horrorizan, en este caso, el abuso, la manipulación y la hipocresía: tres de los atributos clásicos del machismo, que en el incidente del polígamo de Níger han adornado la actuación de María Teresa Fernández de la Vega. O de sus colaboradores. Da exactamente lo mismo.
No escuché ningún comentario de la vicepresidenta cuando el rey Abdulá de Arabia Saudí hizo su última visita a España. Y el rey saudí, hasta donde se sabe, ha sido un polígamo fecundo, con más de treinta esposas. Dejamos de lado, por farragoso, el tema del rey Abdulá y los derechos humanos en general, o los derechos de la mujer en particular.
Tampoco dijo nada cuando el coronel Gaddafi plantó su jaima en Sevilla, pese a la liberalidad con que el coronel repudia esposas; viaja, además, escoltado por una treintena de mujeres guardaespaldas reputadas como vírgenes. Bonita la escolta de vírgenes, ¿no? ¿No se le ocurrió a la vicepresidenta horrorizarse ante eso? No. María Teresa Fernández de la Vega ha optado por una oportunidad más cómoda, con una “víctima”, el infeliz de las chufas, incapaz de responder. Eso es abusar. Ha optado por utilizar, para emitir un mensaje contra la poligamia, una situación del todo inocente: el de las chufas sólo quería una foto con una alta autoridad europea Eso es manipulación. Y ha optado por callarse otras veces en las que defender sus principios podía no haberle salido gratis. Eso es hipocresía. Abuso del más débil, manipulación e hipocresía. Lo mismo que el machismo. Un horror.
Ulises
ENRIC GONZÁLEZ 14 MAY 2008
El síndrome de Ulises fue identificado y denominado hace unos años por el psiquiatra Joseba Achotegui. Se trata de un estrés crónico que afecta al inmigrante, muy especialmente al irregular. La denominación ha hecho fortuna. Antena 3 ya tiene una serie llamada así, El síndrome de Ulises, acerca de las desventuras de un señorito (Ulises) que pierde sus referencias vitales y tiene que trasladarse a un barrio obrero. La Primera ha probado fortuna con Fuera de lugar, una serie acerca de las desventuras de un señorito que pierde sus referencias vitales y tiene que trasladarse a un barrio obrero. Como se ve, la diferencia entre ambos argumentos es cuestión de matiz.
La vida es cuestión de matices. Mientras El síndrome de Ulises sobrevive sin angustias, Fuera de lugar, con sólo dos episodios emitidos y audiencias decepcionantes, empieza a escuchar condolencias. La serie de Antena 3 cuenta con mejores personajes (los de Fuera de lugar son esencialmente capullos o antipáticos), y eso ayuda. También cuenta la hora de emisión. Seinfield fracasó en Gran Bretaña porque se emitía casi a medianoche. Fuera de lugar se programa el lunes en prime time, un tabú en la parrilla de La Primera. La serie anterior a Fuera de lugar, Plan América, duró dos episodios. CSI (Tele 5) y La familia Mata (Antena 3) exterminan cualquier competencia.
No sería difícil hacer una bromita sobre el título de la serie, Fuera de lugar. Quizá se podría recurrir al síndrome de Ulises (el de Achotegui, no el de Antena 3) para hablar de Mariano Rajoy, un señorito que perdió sus referencias vitales: una noche electoral se acostó como presidente del Partido Popular y a la mañana siguiente despertó como presidente del Partido Nacionalista Español. Pero Rajoy nunca tendrá que vivir en un barrio obrero. El chiste no funcionaría.
Coslada
ENRIC GONZÁLEZ 15 MAY 2008
No andemos con puñetas: la presunción de inocencia es sagrada, pero lo del sheriff de Coslada tiene una pinta espantosa. Ginés Jiménez y sus compinches huelen a corrupción policial profunda, asquerosa y sistemática. Hay demasiados testimonios y demasiadas evidencias como para suponer que las hipótesis del fiscal puedan acabar desvaneciéndose. Mucha gente en Coslada conocía y sufría, desde hace años, los abusos del sheriff y su banda uniformada.
Sigue maravillándome la ignorancia angelical de los políticos. ¿No ha dimitido aún nadie del Ayuntamiento? ¿En serio? El espacio de esta columna no da para disquisiciones, y habrá que simplificar. El alcalde puede ser dos cosas: o cómplice o incompetente. En la misma situación, institucionalmente más leve, moralmente más grave, se encuentra el concejal de Seguridad Ciudadana. Es posible que administraciones anteriores sean también responsables. Ésta, del PSOE e IU, lo es del todo, y con seguridad. No hablo de responsabilidades penales, que ya se verán. La responsabilidad política no la atribuyen los jueces. Ahí no existe la presunción de inocencia.
Dicho esto, no me gusta que esté ya escribiéndose el guión de una miniserie sobre el caso. Radiotelevisión Española y la productora de El Mundo reinciden en escarbar, con las herramientas de la ficción, en un asunto real de gran repercusión pública. Fago, miniserie sobre el asesinato del alcalde de la localidad del mismo nombre, supuso la última pica de TVE-1 en su noche maldita, la del lunes. Apuesto a que la miniserie sobre el sheriffde Coslada se emitirá también en lunes, y que La Primera tendrá un repunte de audiencia. Es normal. Ya que no se puede televisar un linchamiento, bueno será, como en Fago, un juicio sumarísimo.
No me gusta, insisto. Aunque el sheriff y los suyos tengan pinta de culpables, y el equipo municipal merezca salir bien retratado en la tele.
Infancia
ENRIC GONZÁLEZ 16 MAY 2008
¿Han visto alguna vez Pressing catch? Ahora lo emite Cuatro. Es la vieja lucha libre, heredera del viejísimo teatrillo de guiñoles. Como con los títeres de feria, los críos participan en el combate. Sufren porque el bueno siempre se despista cuando el malo les ataca por la espalda; corean los porrazos; vitorean y abuchean. Si existe un programa estrictamente infantil, es ése. El Consejo Audiovisual de Cataluña acaba de recomendar que Pressing catch se emita fuera de la franja protegida (de 6.00 a 22.00) o, al menos, a una hora que permita el acompañamiento de los padres. El Consejo indica que los niños “muestran mucho interés en aprender los nombres de los movimientos empleados en las luchas y en aprender cómo se ejecutan”, lo cual podría generar “conductas imitativas”.
En el caso de la lucha libre, no sólo saben de los trompazos. Saben también, me temo, que los luchadores se forran a anabolizantes, sufren depresiones y, en ciertos casos, protagonizan tragedias domésticas. Y les da igual.
Los alumnos de 5º del CEIP Juncadella, un colegio catalán de la Cellera de Ter, realizaron hace unos meses un trabajo revelador. Analizaron el lenguaje utilizado en diversos programas de audiencia infantil, entre ellos Pressing catch, y emitieron, como gente lista, las conclusiones que deseaba el profesorado: eran malas la agresividad, las bromas machistas, los tacos. Esas cosas no debían emitirse, decían, porque las aprendían los niños. Luego añadían una explicación: se emitían porque aumentaba la audiencia.
Tranquilos: estos chicos que han sido bombardeados desde el nacimiento con publicidad, que han contemplado violencia desde siempre, saben mirar detrás de las cosas. Ya toparán con la angustia del adulto. La incertidumbre: pensar en una persona heroica, María San Gil, e ignorar, por el momento, si esa persona heroica ha decidido convertirse en simple mamporrera de alguien.
UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
XVII
ENRIC GONZÁLEZ 18 MAY 2008
No conozco personalmente al escritor Javier Marías, colaborador brillante de este periódico. Sé de él por lo que hace. Hace unas semanas recibí uno de los libros que edita, con la devoción que otros reservan a sus amantes o a sus gatos, bajo el sello Reino de Redonda. Se trababa de un clásico, el Discurso de mi vida, del soldado Alonso de Contreras, titulado ahora Vida de este capitán. Marías había escrito a mano mi dirección (esto es una certeza moral, porque ignoro su caligrafía), y daba como remite su domicilio privado. El detalle me pareció importante. Por Contreras y por su siglo, el XVII, del que heredamos las nociones modernas de ciencia y de tolerancia, un sano relativismo y, sobre todo, la supremacía del individuo. Aquél fue un siglo de turbulencias y fanatismos; fue, a la vez, el primer estallido de libertad en más de mil años.
Esos soldados puteros, jugadores y violentos, arquetipos del pícaro, fueron los primeros huérfanos de Dios
Quizá fue su amigo Lope de Vega quien aconsejó al capitán Alonso de Contreras que redactara sus memorias. Contreras, que se llamaba en realidad Alonso de Guillén Contreras, tenía un carácter sulfúrico. Hacia los 12 años mató a cuchilladas a un compañero de estudios, a los 15 combatía ya en Flandes, capitaneó naves bajo la bandera de la Orden de San Juan y como corsario vivió una enorme cantidad de aventuras y aprendió a escribir con un desaliño brillante. Cuando su mujer le traicionó con su mejor amigo, los mató a los dos. Véase con qué elegante elipsis (toda elipsis es cínica) describe el suceso: “Procuré andar al descuido con cuidado, hasta que su fortuna los trajo a que los cogí juntos una mañana y se murieron. Téngalos Dios en el cielo si en aquel trance se arrepintieron. Las circunstancias son muchas y esto lo escribo de mala gana”.
Aquel soldado, uno de los modelos del Alatriste de Pérez-Reverte (aparece como secundario en la saga), tal vez llegó a coincidir en algún sitio con Miguel de Cervantes. Vivió en un tiempo de gigantes: Shakespeare, Spinoza, Locke, Hobbes. Mientras Contreras se fatigaba batallando contra el turco, en Holanda se construía el primer microscopio y faltaba poco para que Newton dictara las leyes de la gravedad. Las guerras de religión se agotaban, y empezaban a surgir los signos de la libertad del ciudadano europeo: la paz de Westfalia, elhábeas corpus, la Declaración de Derechos. El poder, perdido su origen divino, se redujo a una convención como cualquier otra. El esclavismo disfrutaba de una edad de oro, y la igualdad entre los sexos resultaba inconcebible; la gran emancipación, la que nos liberó del Dios totalitario y de sus delegados terrenales, estaba sin embargo en marcha.
Soldados de fortuna como Contreras difundieron el nuevo espíritu. Viajaban, cambiaban de bandera y de idioma, se contagiaban de una libertad áspera y primigenia.
Las ideas se guardan en los libros, pero viven en el aire, impregnando la voluntad de los hombres. Contreras, que nunca supo de Spinoza (nadie sabía de Spinoza, más allá de sus vecinos) y que aceptaba con naturalidad ciertas prácticas medievales (fue sometido a tormento para que confesara su inexistente complicidad con una revuelta morisca), pensaba como un hombre moderno. Es decir, como un individuo libre. Hacía su apuesta cotidiana contra la fortuna, y aceptaba de forma responsable, sin escudarse en designios divinos, el éxito y la desgracia. Aquellos soldados puteros, jugadores y violentos, arquetipo del pícaro, fueron los primeros huérfanos de Dios. Fueron los primeros en percibir, de forma muy vaga, que nacían y morían solos. Y que podían (y debían) arreglárselas por su cuenta.
Alonso de Contreras, y sus contemporáneos del XVII, fueron los primeros, desde la remota antigüedad ateniense, en decir “yo” con todas sus consecuencias.
Por eso me pareció importante que Javier Marías rotulara a mano el sobre, pegara el sello y metiera dentro el libro. Era la forma más simple de decir “yo”, y de honrar la obra que editaba. Podría ser que todas esas labores postales las hubiera hecho otro, no Marías. Es posible. Habría sido mezquino por mi parte, creo, realizar comprobaciones antes de ponerme a escribir. -
Vida de este capitán, de Alonso de Contreras. Ediciones Reino de Redonda. Prólogos de Arturo Perez-Reverte y José Ortega y Gasset. 307 paginas.
Deportes
ENRIC GONZÁLEZ 19 MAY 2008
Siento un gran respeto por quienes no siguen los deportes. Son como los insomnes, los jubilados y los frígidos: tienen más tiempo para otras cosas. Sin embargo, no es mi caso. En una jornada como la de ayer, las otras cosas no me importan nada. La televisión vive en gran parte del deporte (se trata de acción en directo, la fórmula que mejor funciona en la pantalla doméstica), y de vez en cuando nos regala un domingo estupendo.
Empecemos por Jorge Lorenzo, un motociclista cojo que subió al podio con muletas. Ha competido con la muñeca recién operada, y ahora con el tobillo lesionado. No es inconcebible que un día, por probar, este tipo loco y brillante (el más aparente sucesor del gran Valentino Rossi) corra con las manos atadas a la espalda.
Luego, a las 15.00, el Calcio. Casi en preagonía, tras dilapidar una amplia ventaja y con exagerado sufrimiento, el Inter ganó el scudetto; el Milan de Berlusconi, por su parte, quedó quinto y fuera de la Liga de Campeones. Eso no les importará a ustedes, pero en mi hogar (simpatizo desaforadamente con el Inter, y menos con Berlusconi) tuvo un efecto balsámico.
Siguió el tenis, final del Torneo de Hamburgo, con el clásico Federer-Nadal: lo más atractivo que se puede concebir, si hablamos de hombres y de raquetas. Qué tío, Nadal.
Y, para terminar, el remate de la Liga española. En el horizonte se adivinan ya el Europeo de fútbol y los Juegos Olímpicos de Pekín, pero entretanto habrá que matar el tiempo. Hoy es lunes, día de adioses en el PP: un lunes se fue Zaplana, al siguiente se fue Acebes, y al otro María San Gil se volvió muy desconfiada. A ver quién se suma a la lista. Y a ver qué nuevo éxito se apunta el Gobierno en su cruzada contra la poligamia en Níger, un país que sería el paraíso, sin duda, si no sufriera esa lacra.
Lo que fue
ENRIC GONZÁLEZ 20 MAY 2008
El diario inglés The Guardian publicó ayer un artículo muy cruel sobre Woody Allen. Decía que sus películas de los últimos años eran menores o malas, que se encontraba en plena decadencia física y creativa, y que, sin público en su país y desconocido para las nuevas generaciones, hacía una última gira por provincias (o sea, Europa) para rebañar dinero y aplausos. Tras la trilogía londinense y la aventura barcelonesa de Vicky Cristina Barcelona, el articulista del Guardian imaginaba el resto de un periplo en descenso: una película en Italia, otra en Serbia, otra en Albania…
Creo que el peor Woody Allen (que, seamos sinceros, es el de ahora) se mantiene a un nivel digno, visto lo que circula por ahí. Ha hecho varias películas fantásticas y se ha ganado la posteridad. Por mí, puede seguir exprimiendo instituciones provincianas y llenando teatros bálticos: no dejaré de admirarle.
Quizá incluso mantenga el hábito de ver sus nuevas películas. Eso, sin embargo, no es seguro. Repetiré con las antiguas (fijo mi arbitrario límite en Balas sobre Broadway, 1994), pero he dejado de interesarme por su producción contemporánea. No siento necesidad de ver inmediatamente lo que estrena. Sé que le echaremos en falta cuando no esté, como echamos en falta al gran Billy Wilder; se me hace muy triste echarle en falta ahora, cuando aún fabrica una al año.
Hablando de lo que fue y lo que es, termina la cuarta temporada de House. Venero a Hugh Laurie, caballero de clase alta y acento exquisito, solvente pianista y gran cómico. Me enganché a su personaje, el médico-detective, huraño y toxicómano. Pero, sin darme cuenta, he ido hartándome de los síndromes rarísimos, de los pacientes excéntricos y del propio Gregory House. Confío en que Laurie (el primero en mostrar signos de fatiga) sepa que no hay que demorar mucho más la caída del telón.
Sentido
ENRIC GONZÁLEZ 21 MAY 2008
John Carlin publicó el otro día, en este mismo espacio, una excelente columna titulada Terrorismo natural. Se refería al valor de la mortandad como mercancía informativa: muy alto, cuando la matanza es provocada por el hombre, y menos alto, cuando la causa es natural, como en China o Myanmar. Carlin tiene razón. Un atentado con 100.000 cadáveres habría sido la noticia del siglo. El terremoto chino, con 100.000 cadáveres, es sólo una noticia importante. Ésa es una vieja característica del periodismo. La televisión, que funciona con códigos propios, se maneja con cierta eficacia en estos desastres naturales: basta abrir el informativo con imágenes. El efecto es siempre impactante. Los periódicos, en cambio, sufren. Se les nota la incomodidad. Por buenas que sean las crónicas desprenden aroma a estupor.
El lector es sin duda consciente de que la prensa escrita se gana la vida respondiendo cada día, cientos de veces, a una misma pregunta: ¿por qué? La necesidad de responder nos lleva a forzar titulares, a retorcer textos, a aventurar hipótesis. Estamos dispuestos a cualquier cosa, menos a quedarnos boquiabiertos.
En cierto sentido somos como Al Capone: vendemos protección. Ofrecemos de forma cotidiana una realidad teóricamente comprensible, ordenada por páginas y columnas, y abundante en explicaciones. Informamos, por supuesto, pero sobre todo tranquilizamos. Para nosotros, los periódicos, la vida tiene sentido. Por un euro, interponemos entre usted y el caos una pantalla de racionalidad. Le protegemos del horror y del abismo nihilista. Incluso los diarios sensacionalistas, que no venden explicaciones, sino afirmaciones (“esto puede ocurrirle a usted”), y hacen negocio con el miedo, tienen su coartada racional: nos avisan del peligro.
Este periódico, con la fosa china aún abierta, publicaba ayer este titular:¿Dios creó al hombre o el hombre creó a Dios? Habría quedado perfecto en las páginas del terremoto.
Artistas
ENRIC GONZÁLEZ 22 MAY 2008
¡Cuánta langosta hay que comer para llevar las lentejas a casa! Eso solía decirse entre los periodistas económicos, que antes, y supongo que también hoy, eran agasajados por las empresas con opíparos “almuerzos informativos”. Sé de qué hablo: sufrí mi primer cólico nefrítico después de ingerir una langosta gigantesca, financiada por Catalana de Gas. La industria de la restauración se ha desarrollado mucho en estos años. Los grandes cocineros son artistas y estrellas mediáticas, e intuyo que los informadores seguimos frecuentando sus establecimientos, pagando unas veces, por la cara otras. Es interesante, en cualquier caso, seguir la feroz polémica entre los genios de los fogones. E ilustrativo. Todas las expresiones creativas pueden ser disfrutadas gratis, o pagando poco. Las letras, la música, incluso el teatro o la ópera, son fácilmente reproducibles. El acceso es bastante abierto. Cualquier aficionado puede juzgar al artista por su obra. Todo es accesible, menos la alta cocina.
Dudo que exista un lector que desconozca a Ferran Adrià. Pero me pregunto cuántos han probado uno de sus platos o han gozado de una cena en El Bulli. Lo mismo vale para Santamaría, Arzak, Berasategui y demás popes. Echando cuentas entre el salario medio español y los precios de sus restaurantes, se deduce que la inmensa mayoría sólo puede captar la parte teórica del asunto.
Ayer, en televisión, radio y prensa, el apasionante debate entre nouvelle cuisine y cocina tradicional ocupó el mismo espacio, o más, que las agresiones xenófobas en Suráfrica o Italia. Eso tiene varias explicaciones posibles. La primera, que es un negocio que mueve mucho dinero y merece la máxima atención. La segunda, que España va mejor que nunca, que muchos frecuentan los templos de la comida y que el mileurismo y la precariedad constituyen fenómenos marginales. La tercera, que los periodistas seguimos trajinando mucha langosta (y hablando de quien nos la paga) para llevar las lentejas a casa.
Secreto
ENRIC GONZÁLEZ 23 MAY 2008
Pablo Ordaz, uno de los grandes de esta casa, me contó el otro día una pequeña anécdota sobre un policía que llevaba tiempo pinchando el teléfono de un narcotraficante y escuchando sus conversaciones. En una de estas, el narco intentaba convencer a su interlocutor de que no, que él no se había comprometido a tal cosa, que debía haberle entendido mal. Y el policía, que ya se sentía parte del asunto, y recordaba perfectamente que el narco sí había dicho lo que negaba, estuvo a punto de terciar en la conversación. Un compañero tuvo que contenerle.
Ese terreno oscuro, hecho de secretos y confidencias, en el que policías y narcotraficantes conviven y llegan a comprenderse, es el punto de partida de The Wire. En España, poca gente conoce esa serie. La emite TNT, un pequeño canal de cable y satélite. Su escasa difusión aquí forma parte de las peculiaridades hispánicas, como las tonadilleras, el síndrome de los cuartos de final, la cena-desayuno o la incapacidad de los presidentes del Gobierno para hablar idiomas.
The Wire, uno de los selectos productos de HBO, se ha convertido en EE UU en una serie de culto. No estamos hablando de una buena serie, sino de una de las mejores de todos los tiempos. El candidato Barack Obama suele invocar a Omar Little, uno de los protagonistas. Se trata de un gánster negro, durísimo, con un estricto código del honor y una frialdad absoluta en los negocios. Omar Little es homosexual y despliega una gran ternura con sus amantes. Para las bandas de jóvenes delincuentes negros, forjadas en el machismo, Omar ha supuesto una revelación: se puede ser gay y gánster. The Wire supone para esas bandas criminales lo que para la vieja mafia supuso El Padrino, y más tarde, en menor medida, Los Soprano: un modelo en el que se reconocen. No es edificante, pero es así.
En fin, ¿para qué verla? Sigamos con lo nuestro: conteniendo la respiración a la espera del gran momento de Chikilicuatre.
CRÓNICA:UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
La noche del Negro Jefe
ENRIC GONZÁLEZ 25 MAY 2008
No volverá a jugarse un partido como el maracanazo, ni existen ya hombres como el Negro Jefe. Se ha escrito mucho sobre aquel día, 16 de julio de 1950, la fecha del fin del mundo, y sobre la hazaña del Negro. Lo realmente épico, sin embargo, fue la noche. El Negro salió a beber, aquella noche. Entre una cosa y otra, la noche del Negro Jefe duró 46 años, y terminó con su muerte, el 2 de agosto de 1996.
Recapitulemos, aunque todo sea ya muy conocido.
Obdulio Jacinto Muiños Varela nació mulato, pobre y asmático en Curva de Industrias (Montevideo) el 20 de septiembre de 1917. Sus padres se separaron y él, como sus hermanos, tuvo que buscarse la vida. Fue limpiabotas y vendedor a domicilio. Empezó a jugar al fútbol, aunque no era muy bueno: ni muy rápido ni muy técnico. Pronto se vio que lo suyo era otra cosa. Lo suyo era el carácter. Los compañeros le obedecían y los rivales le respetaban. Cuando llegó al Wanderers de Montevideo, en 1937, ya era el Negro Jefe, el medio centro, o centrojás (por centre-half), más prestigioso del país.
El Negro Jefe dio el balón a Ghiggia y éste marcó el 2-1. Fue el fin del mundo. No hubo ni música ni entrega de trofeos
Nunca perdía los nervios y sabía lo que vale un gesto. Cuando ya estaba en Peñarol, durante un partido contra Nacional, su compañero Montaño recibió una patada salvaje y el árbitro pitó una simple falta. El Negro Jefe cogió el balón y se acercó al árbitro: “Señor juez”, dijo, “si alguno de mis futbolistas llega a dar una patada como la que aquel señor acaba de dar, le ruego que lo expulse, porque en mi equipo un jugador que pega así no merece seguir en la cancha”.
Peñarol fue uno de los primeros equipos en lucir publicidad en la camiseta. La llevaban todos, menos el Negro Jefe, que se negó. En 1945, tras una victoria de Peñarol sobre el River Plate argentino, los directivos decidieron premiar a todos los jugadores con 250 pesos, y con 500 al Negro Jefe. Que no estuvo de acuerdo: “Yo jugué como todos; si ustedes creen que merecí 500 pesos, son 500 para todos; si ellos merecieron 250, yo también”. Y fueron 500 para todos.
Los directivos le odiaban. El sentimiento era recíproco.
Y llegó el maracanazo: la final del Mundial de 1950, Brasil-Uruguay, en el nuevo estadio de Maracaná, con 198.000 entradas vendidas. El torneo se disputó como liguilla, sin eliminatorias, y a Brasil, la mejor selección del momento, le bastaba un empate para alzar el trofeo. A Uruguay se le reservaba el papel de víctima noble, y los propios dirigentes uruguayos asumían ese destino. La arenga en el vestuario fue deprimente: “Con llegar a la final ya han cumplido, traten de no comerse seis goles y jueguen con guante blanco”. Mientras recorrían el pasillo entre el vestuario y la cancha, con casi 200.000 voces brasileñas atronando el estadio, el Negro Jefe hizo un discurso distinto: “No piensen en toda esa gente, no miren para arriba, el partido se juega abajo, y si ganamos no va a pasar nada, nunca pasa nada”.
Brasil marcó, en el minuto 2 de la segunda parte. Entonces el Negro Jefe tomó el balón bajo el brazo y se dirigió al árbitro inglés para reclamar, con todo respeto, un fuera de juego. El árbitro no le entendió y hubo que llamar a un intérprete. Pasaron varios minutos. El Negro Jefe sabía lo que hacía: ganar tiempo, calmar el ambiente, iniciar una guerra de nervios.
En cuanto se reanudó el juego, el Negro Jefe sólo dijo una palabra a sus compañeros: “Seguidme”. En el minuto 17, el uruguayo Schiaffino empató el partido. Y a falta de 10 minutos, el Negro Jefe dio el balón a Ghiggia y éste marcó el 2-1. Fue el fin del mundo. No hubo ni ceremonia final, ni música, ni entrega de trofeos. El Negro Jefe tuvo que arrebatarle la copa de las manos a un desorientado Jules Rimet, presidente de la FIFA. Brasil entero lloraba.
La selección brasileña no jugó otro partido en dos años. Y no volvió a lucir el color blanco que vestía hasta el maracanazo.
En esa noche amarga de Brasil, el Negro Jefe se negó a celebrar la victoria con sus compañeros. Se marchó a recorrer bares, triste por los vencidos. Acabó bebiendo y consolándose con varios aficionados brasileños. Al día siguiente no quiso fotos, ni compartir festejos con los federativos. No sentía ningún ardor patriótico. ¿La explicación? “Mi patria es la gente que sufre”. Le dieron un dinero y compró un coche viejo, de 1931; se lo robaron a la semana siguiente.
Se retiró en 1955 para vivir en la pobreza con su mujer, y siguió rumiando, como si la noche del maracanazo fuera infinita, su desprecio por los dirigentes y su compasión por los brasileños. “Ganamos porque ganamos, nada más”, afirmó, muchos años más tarde. “Nos llenaron de pelotazos, fue un disparate. Jugamos cien veces, y sólo ganamos ésa”. Los más grandes escritores de fútbol, Fontanarrosa, Soriano, Galeano, publicaron obras sobre el Negro Jefe.
Obdulio Varela, el Negro Jefe, murió en 1996, meses después de morir su mujer. Sus botas de Maracaná y su camiseta, con el número 5, se guardan en la Federación Uruguaya. Al final, hasta eso se quedaron los dirigentes. -
Obdulio Varela, el reposo del centrojás, en Artistas, locos y criminales, de Osvaldo Soriano. Bruguera, 1983.
Necesidad
ENRIC GONZÁLEZ 26 MAY 2008
Tenemos ideas y tenemos necesidades. En caso de apuro, tendemos a renunciar a las ideas, o dejarlas en suspenso: lo urgente, antes que lo importante. Esto se hace especialmente obvio en tiempos de crisis, como los que tenemos encima.Pensamos que lo público es imprescindible en ciertos ámbitos esenciales. En educación, sanidad, justicia, defensa y orden público, conviene que sea el Estado (es decir, el Parlamento), y no la empresa privada, quien proteja nuestros derechos. Más allá, todo se puede discutir.
Como el caso Chikilicuatre, esa maniobra trotskista (el entrismo, algo que sólo sonará a ciertos lectores maduros) de La Sexta, que ha reportado a Televisión Española críticas abundantes. Entre las misiones de la televisión pública no figura, desde luego, la difusión de estas gansadas. Pero si participas en Eurovisión, te pringas. Televisión Española lleva muchos años haciéndolo. Entre nosotros: no pasa nada. Si, encima, algo tan casposo como el Festival de Eurovisión permite que entre algún dinerillo en las arcas de una empresa pública endeudada hasta las cejas, parece un poco exagerado poner el grito en el cielo.
Hablábamos de las ideas y las necesidades. Esta crisis está reduciendo la publicidad en los medios. La situación pinta muy fea. Y, para los grupos privados, la conveniencia de que existan una radio y una televisión públicas empieza a desgajarse del ámbito de las ideas: son la competencia, captan publicidad que nosotros (incluyo, por supuesto, al grupo PRISA, que me paga por escribir esto) necesitamos como el agua. Su misma existencia, al menos en su actual formato de financiación mixta, por la vía comercial y la vía del presupuesto del Estado, nos perjudica.
Parece que los medios de comunicación privados, todos, vamos a ser muy críticos con RTVE. El lector ya sabe cómo van estas cosas. No hay idea que sobreviva a una necesidad urgente.
Anuncios
ENRIC GONZÁLEZ 27 MAY 2008
Les supongo al corriente de la situación en Myanmar, la antigua Birmania. Es un país subdesarrollado y turbulento, gobernado desde su independencia, en 1948, por sucesivas dictaduras militares salvajemente represivas. La junta militar no se llama junta militar, sino Consejo de Estado para la Paz y el Desarrollo. ¿Recuerdan la antigua Alemania Oriental, cuyo régimen comunista fue uno de los más impresentables de todos los tiempos? La llamábamos Alemania Democrática. Sin ir tan lejos, y en la categoría de eufemismos veniales, hay quien llama desaceleración acelerada a la actual crisis económica.
Estas cosas no son nuevas. El lenguaje siempre ha sido eficaz para ocultar o disfrazar la realidad. Voy a curarme en salud. No tengo la menor intención de ofender a ninguno de nuestros anunciantes, que tanto nos quieren y a los que tanto queremos; mucho menos a empresas tan importantes para la economía española como Repsol y Endesa. Repsol ha merecido reconocimientos por su transparencia en materia medioambiental, y Endesa dedica una parte de sus inversiones, no demasiado espectacular, pero apreciable, a las energías renovables.
Dicho esto, digo lo otro: los anuncios de Repsol (del tipo: tranquilos, si hemos inventado Internet, algo se nos ocurrirá para salvar el planeta) y de Endesa (del tipo: tranquilos, tenemos hijos marisabidillos y repelentes, pero ya les tocará a ellos pasar por lo mismo) me parecen desasosegantes. Cuando las petroleras y las centrales de carbón nos hablan de futuro, sostenibilidad, tranquilidad, paisajes verdes y aire puro, hay que empezar a preocuparse: la situación debe ser realmente grave. Los anuncios están muy bien, aunque el de Endesa, como dice una amiga mía, evoque poderosamente a la niña de Rajoy. Confío en que el futuro también esté muy bien. Pero convendría recordar, y hasta que llegue ese futuro feliz, que con cada litro de gasolina y con cada kilovatio contribuimos a acortar la vida del planeta.
Previsiones
ENRIC GONZÁLEZ 28 MAY 2008
Los economistas son, según algunos, gente especializada en predecir el pasado. Otros dicen que los economistas siempre son capaces de explicar a la perfección por qué sus predicciones acaban resultando erróneas. En materia de prospección en el futuro, los economistas, y los bancos, tienden a manejarse como todo el mundo: aciertan con lo previsible, y fallan cuando surge lo imprevisto. Eso, en el mejor de los casos. El carajal de las hipotecas subprime se veía venir, pero la gran banca internacional siguió hinchando la bola, confiando, como otras veces, en el ciclo mágico de la prosperidad perpetua.
En fin. Que dice UBS, el gran banco suizo, que la carrera de España en la Eurocopa concluirá en cuartos. Dicho así, el vaticinio no tiene mucho mérito. España siempre cae en cuartos. Basta predecir el pasado para acertar. Pero UBS va más lejos: según sus cálculos, basados en los modelos con que el banco estudia la evolución de los tipos de interés y de cambio, llegarán a la final las selecciones de Italia y Chequia, y ganarán los checos.
No hay que tomárselo a broma. En el pasado Mundial, UBS anticipó la victoria italiana, aunque calculó que la final sería Italia-Brasil, y no Italia-Francia. En la Eurocopa, UBS apuesta por un enfrentamiento España-Holanda a la altura de los fatídicos cuartos, con derrota española, evidentemente. Tiene su lógica. Bien pensado, nadie sabe qué pasaría si España se encontrara en semifinales. Aún recuerdo el psicodrama de la Eurocopa 84, cuando España llegó a la final y perdió por una pifia del portero Arconada. Se dijeron tantas tonterías (como que Arconada falló a propósito porque era vasco) que da mucha pereza volver a pasar por lo mismo.
Y, sin embargo, me temo lo peor. Creo que esta vez España llegará al menos a semifinales. ¿Por qué? No puedo decirlo. Si UBS, que se dedica a cosas tan productivas como los pronósticos futbolísticos, me hace una oferta interesante, estoy dispuesto a revelar mis métodos.
Hipotecas
ENRIC GONZÁLEZ 29 MAY 2008
El capitalismo se basa en el mercado. Y el mercado se basa, en último extremo, en el viejo chiste de las moscas: mil trillones de moscas no pueden estar equivocadas, luego la mierda es buena. El mercado, como se ha demostrado hasta la saciedad, se equivoca continuamente. Otra cosa es la capacidad de corrección. Pero el error sistemático forma parte del capitalismo.
Como ejemplo, los problemas de muchos para hacer frente a unas hipotecas crecientes. Vayamos a 2003, hace cinco años. El Euríbor rompió el suelo del 2% y el dinero parecía regalado. Las hipotecas a interés variable rondaban el 3,1% anual, y las de tipo fijo, las que blindaban al cliente frente a la subida de tipos, se ofrecían al 4,6%. Los bancos, que con esos tipos tan bajos ganaban poco dinero, intentaban colocar hipotecas fijas. Pero no tuvieron éxito. Sólo uno de cada 100 españoles fue a lo seguro. Los otros 99 apostaron por una eternidad de prosperidad y dinero barato.
Ahora mismo, el Euríbor (el tipo de referencia, que no es más que el interés al que los bancos se prestan dinero entre sí) desborda el 5%. Las hipotecas fijas, cierto, eran de plazo más breve (12-15 años) y presentaban mayores dificultades para la amortización anticipada. Eran racionales. Nosotros preferimos ir a 25 años y con riesgo. En general, nuestras grandes decisiones, como casarnos o hipotecar una casa, se toman de forma irracional. Por impulso, imitación o simple optimismo. Eso está estudiado. El economista Bryan Caplan, por ejemplo, demuestra que votamos de forma irracional, aunque en ese caso tendemos al pesimismo: el votante siempre ve la situación económica peor de lo que es en realidad.
Otra característica del capitalismo es que tiende a crujir a los débiles. Según todos los estudios, las viviendas más sobrevaloradas están en el extrarradio de las grandes ciudades, en lo que antes se llamaba “barrios obreros”. Recuérdenlo cada vez que vean en televisión a un promotor inmobiliario hablando del mercado.
España
ENRIC GONZÁLEZ 30 MAY 2008
Desfilan cada noche por los informativos y se han convertido, es cierto, en una pesadez: Rajoy, Aguirre, Gallardón y la extensa retahíla debarones, con su bronca cotidiana. Sabíamos desde el principio que la suya no era exactamente una batalla de ideas: los partidos en crisis son volátiles, y no conviene jugar con ese material tan explosivo, las ideas, en situaciones de zozobra. Como en cualquier partido, como ocurrió también en el PSOE, cuando se discute el liderazgo se discute solamente eso, quién manda. Que ya es mucho. Lo otro viene luego.
No comparto el cinismo de algunos sobre la marejada interna del PP. Creo que están obligados a enfrentarse a una gran encrucijada ideológica, referida a la idea de España. La Constitución establece un sistema autonómico (que podría llamarse federalista sin grandes problemas), y no me imagino a ninguno de los dos grandes partidos, PSOE y PP, discutiendo en lo esencial ese pacto de la transición. Comprendo, sin embargo, la incomodidad de millones de personas ante las fuerzas, diversas y abundantes, que intentan alcanzar, paso a paso, una situación distinta y distante. El nacionalismo español ha cargado con la sombra del franquismo y durante años prefirió callar, o rezongar en voz baja. Eso se acabó con Aznar. No me gustan los nacionalismos, ninguno; salvo que recurran a la violencia, sea brutal o insidiosa, no me parece peor uno que otro.
Resulta normal que una gran parte del PP, la más emotiva, o la menos posibilista, sienta repelencia hacia los otros nacionalismos. No sólo es legítimo: es honesto. Se pelean por el mismo juguete. El problema, para el PP, consiste en que apostar por una cierta idea de España, centralista hasta donde permita la Constitución, sale caro en términos políticos. Es jugar al todo o nada: o la mayoría absoluta, o la miseria de la oposición endémica. Sospecho que, llegado un punto, dado que la elasticidad del sistema no es ilimitada, una parte de la población estaría dispuesta a apostar.
CRÓNICA:EN PORTADA | OPINIÓN
El balón y la bandera
ENRIC GONZÁLEZ Fútbol para leer 31 MAY 2008
Con el fútbol uno nunca está solo, porque se basa en el clan, y explica nuestra historia individual y colectiva. La auténtica literatura futbolística, como otros descaros, surgió de la prensa
La industrialización acelerada del siglo XIX legó al siglo XX dos fenómenos de masas curiosamente hermanados: el marxismo y el fútbol. Ambos nacieron de la inmigración urbana, de la crisis divina y, en definitiva, de la alienación del nuevo proletariado. El marxismo propuso como soluciones la socialización de los medios de producción y la hegemonía de la clase obrera. El fútbol propuso un balón, once jugadores y una bandera. A estas alturas, no cabe duda sobre cuál era la oferta más atractiva.
Lo esencial en el éxito del fútbol no es el balón, ni el jugador, sino la bandera: un factor de identificación pública estrictamente irracional. Conviene aclarar este punto. Antes de que las masas quedaran huérfanas, el deporte se basaba en el héroe. El gran deportista, modelo de virtudes, encarnaba las aspiraciones colectivas. En la Europa continental, esto fue así hasta bien entrado el siglo XX.
Resulta significativo que los dos diarios deportivos más antiguos de Europa, La Gazzetta dello Sport(1896) y El Mundo Deportivo (1906), nacieran para informar sobre ciclismo. La reina de los sueños pobres era la bicicleta. El héroe era un tipo flaco que pedaleaba, encorvado sobre el manillar, dejándose el culo y los pulmones en cuestas sin asfaltar. Pero al ciclismo, tan rico en metáfora literaria, le faltaba metáfora social. La época no era de individuos, sino de masas. Y el ciclismo no conseguía expresar ciertas claves totémicas: el clan, el templo, la guerra, la eternidad. Todo eso, en cambio, lo tenía el fútbol.
El fútbol se basa en el clan (los hinchas del club), el templo (el estadio), la guerra (el enemigo es el club del otro barrio, o la otra ciudad, o el otro país) y la eternidad (una camiseta y una bandera cuya tradición, supuestamente gloriosa, heredan sucesivas generaciones). Con el fútbol, uno nunca está solo. Liverpool, la ciudad con más talento para la música popular contemporánea, demostró buen ojo al elegir como himno de uno de sus dos equipos una vieja canción, cursi e insustancial, que llevaba, sin embargo, ese título: You’ll never walk alone. Nunca caminarás solo. El secreto del fútbol está ahí.
La cultura, como siempre, aparece después. Primero son las cosas, y después su explicación. El fenómeno futbolístico careció durante muchas décadas de una proyección cultural propia. Recuérdese la Oda a Platko de Rafael Alberti, dedicada en 1928 a un portero húngaro del Barcelona: “Tú, llave, Platko, tú, llave rota, llave áurea caída ante el pórtico áureo”. O Los jugadores (1923), de Pablo Neruda: “Juegan, juegan, agachados, arrugados, decrépitos”. Puro homenaje al héroe. Cultura deportiva, pero aún no futbolística.
Pese a algunas excepciones, como la de Albert Camus, tuvo que entrar en crisis el hermano-enemigo del fútbol, el marxismo, para que la izquierda se atreviera a abordar la espinosa cuestión del balón y la bandera. Ocurrió hacia los años sesenta y setenta del siglo pasado. Mientras la intelectualidad conservadora, de tradición elitista, seguía despreciando el fútbol (“el fútbol es popular porque la estupidez es popular”, Jorge Luis Borges) como lo había hecho Rudyard Kipling (“los embarrados idiotas que lo juegan”), ciertos escritores progresistas osaron reconocer, de forma cada vez más abierta, su pertenencia a la inmensa secta futbolística. Algunos, aún cautelosos por las incompatibilidades teóricas entre la racionalidad marxista y la irracionalidad del nuevo “opio del pueblo” (“una religión en busca de un dios”, Manuel Vázquez Montalbán); otros, sin el menor empacho escolástico.
La auténtica literatura futbolística, como otros descaros, surgió de la prensa. En España, con las columnas del ya citado Vázquez Montalbán o de Julián Marías. En Italia, con las crónicas de Gianni Brera. En Uruguay y luego en diferentes exilios, con Eduardo Galeano. Quizá los más brillantes periodistas de fútbol, los que generaron una cultura literaria que hoy se da ya por supuesta, fueron tres argentinos: Alberto Fontanarrosa, Osvaldo Soriano y Juan Sasturain. Los cuentos de Fontanarrosa, como Lo que se dice un ídolo, Qué lástima, Cattamarancio, El monito o 19 de diciembre de 1971 (más conocido como El viejo Casale) constituyen la mejor plasmación artística de un fenómeno, el fútbol, que abarca mucho más que estadios, resultados y virtuosismos técnicos. La actual literatura futbolística ya no tiene que andarse con explicaciones y asume su esencia mística: véase Fiebre en las gradas, de Nick Hornby.
Las páginas de fútbol de los periódicos disponen ahora de espléndidos cronistas, y los más reputados escritores acuden a ellas como invitados. El fútbol no sólo posee una cultura propia: es cultura. Por encima del gigantismo económico (la Primera División española gastó el año pasado 525 millones de euros en fichajes), de las audiencias multitudinarias, de la corrupción y el disparate; por encima incluso de ídolos supremos como Maradona, nuestra historia, individual y colectiva, no puede explicarse sin el fútbol.
Fútbol para leer
Fiebre en las gradas, Nick Hornby (Anagrama); La suela de mis zapatos,Gonzalo Suárez (Seix Barral); Memorias del Míster Peregrino Fernández y otros relatos, Osvaldo Soriano (Mondadori); Dios es redondo, Juan Villoro (Anagrama); Salvajes y sentimentales, Javier Marías (Debolsillo); Fútbol. Una religión en busca de un Dios, Manuel Vázquez Montalbán (Debate); El fútbol a sol y sombra, Eduardo Galeano (Siglo XXI); Cuentos de fútbol,selección de Jorge Valdano (Alfaguara); La guerra del fútbol, Ryszard Kapuscinski (Anagrama); Entre los vándalos, Bill Buford (Anagrama); El fútbol: mitos, ritos y símbolos, Vicente Verdú (Alianza); Fútbol. La vida en domingo, Pablo Nacach (Lengua de Trapo); Historias del Calcio. Una crónica de Italia a través del fútbol, Enric González (RBA); El mundo en un balón, F. Foer (Debate); Futbolia: filosofía para la hinchada, J. Machado y M. Valera García (Kailas); ¡Goool!, Robert Rigby (Texto); A mí el pelotón, Patxo Unzueta (La Primitiva Casa Baroja); Los Nobel del fútbol, Jorge Omar Pérez (Meteora); Umberto Eco y el fútbol, Peter Pericles Trifonas (Gedisa). Fútbol y cine, Carlos Marañón (Ocho y Medio). Cultura(s) del fútbol, Luis V. Solar y Galder Reguera (Bassarai).
UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Conflictos morales
ENRIC GONZÁLEZ 1 JUN 2008
Es triste llegar a mi edad sin un criterio moral más o menos claro. No me refiero a la moral grande, la que a veces se escribe con mayúscula. Ahí me defiendo. No dudo sobre el bien y el mal, sino sobre algo mucho más engorroso: ¿cómo hay que manejarse en la vida cotidiana? Hablo de cómo se administra uno, cómo trata a los demás, cómo jerarquiza su entorno. Ese tipo de cosas. Creo que, con el tiempo, me he habituado a un comportamiento de tipo esquizofrénico: pienso como un saltimbanqui, actúo como un contable. Me muevo dentro de lo que llaman moral pequeñoburguesa, que consiste, básicamente, en hacer lo mismo que la mayoría. No es para andar orgulloso.
Mis dudas arrancan de la infancia. Una de las primeras personas a las que, al margen del ambiente doméstico, atribuí la consideración de genio fue el historietista Manuel Vázquez. Mi padre traía a casa, cada sábado, todos los tebeos de Bruguera; era el mejor momento de la semana, y el momento cumbre, el “minuto de oro”, llegaba con los personajes de Vázquez. La familia Churumbel, las hermanas Gilda, Anacleto, etcétera. Mi padre trabajaba en la editorial Bruguera, y de vez en cuando contaba alguna hazaña de Vázquez: las colas de acreedores a la puerta de la oficina, los encarcelamientos, los sablazos, las turbulencias sentimentales. Las aventuras de Vázquez (a quien no vi jamás), unidas a la ligera extravagancia de mi idolatrado abuelo Enric, me inculcaron un rechazo instintivo hacia la rutina.
Manuel Vázquez fue un genio, sin duda el mejor dibujante español de historietas del siglo XX
Manuel Vázquez (Madrid, 1930-Barcelona, 1995) fue un genio. El mejor historietista español del siglo XX, sin ninguna duda, y uno de los más grandes del mundo. Su abuelo trabajó como sastre de la familia real. Su padre, alcohólico, frecuentaba a personajes como Jardiel Poncela y Wenceslao Fernández Flórez, a los que el pequeño Vázquez admiraba. Trató muy poco a su madre. A los nueve años publicó su primer dibujo y se escapó a Barcelona. A los 14, diciendo que tenía 18, empezó a dibujar para Bruguera.
En una entrevista que hace años le hizo Soledad Alameda, en este mismo periódico, contaba algunos episodios de su leyenda: el prostíbulo que montó en Madrid y su afición al proxenetismo, sus tres estancias en la cárcel Modelo, sus trucos para cobrar por adelantado (enviaba a la editorial un paquete de hojas en las que sólo la primera y los márgenes de las otras estaban dibujadas), su morosidad sistemática. Hasta donde sé, fue mal amigo y mal compañero. Pero también fue una persona irrepetible y un bohemio enternecedor, siempre en busca de afecto.
En la citada entrevista decía lo siguiente: “Quizá no encuentres a nadie que sea más amoral que yo. Lo que me molesta es la mezquindad, eso sí. Porque a mí me gustaría marcharme sin pagar de un hotel de Acapulco, como me gustaría estar con Bo Derek y largarme sin pagar. Pero hacérselo a una viuda de 50 años me parece criminal. O sea, que no es la moralidad, sino la calidad de la empresa”.
El némesis de Manuel Vázquez fue Rafael González, director de la editorial Bruguera. Rafael González, inventor de muchos de los personajes de aquellos tebeos, era un hombre duro y amargo. Su misión consistía en explotar a los dibujantes y los guionistas, en censurar cualquier detalle potencialmente problemático (ahí se llegaba a extremos delirantes; las hermanas Gilda, por ejemplo, no podían tener novio) y, en definitiva, en asegurar los beneficios de los señores Bruguera. Vázquez contaba pestes de González, y viceversa. En realidad, González admiraba profundamente a Vázquez. Eso lo sé porque le conocí: Rafael González era mi tío-abuelo. Quiero pensar que también Vázquez, que le sacaba a González lo que quería, sentía un cierto respeto por su jefe-enemigo.
Rafael González tuvo muy mala fama. Suele ocurrir con los sicarios de la patronal. Por razones diversas, incluso su familia le dio la espalda. Yo conocía su pasado. Fue periodista pobre y bohemio (casi tan saltimbanqui como Vázquez) durante la República, y al final de la guerra tuvo que huir a Francia. A su regreso fue condenado y represaliado. Se ganó la vida vendiendo carbón. Cuando los Bruguera le dieron una nueva oportunidad, como editor de tebeos, se aferró a ella como si no existiera otra cosa en el mundo. Creo que realmente, para él, no existía otra cosa. Quedó psicológicamente atrapado en una especie de clandestinidad vital. Le recuerdo encorvado, con la vista clavada en el suelo, preguntándole a mi padre, en voz muy baja, que cuántos años más iba a vivir Franco.
Manuel Vázquez y Rafael González murieron casi al mismo tiempo, en 1995. Ambos, en sentidos muy diversos, formaron parte de mis referencias educativas. Por eso hablaba antes de mis conflictos con la moralidad. -
Palabras
ENRIC GONZÁLEZ 2 JUN 2008
El fenómeno de la palabra-tabú fue muy estudiado por el psicólogo Robert Zajonc. En uno de sus experimentos, una pantalla mostraba fugazmente una serie de palabras a varias personas. Prolongando el tiempo de exposición de cada palabra, hasta que todos podían reconocerlas, fue posible comprobar que algunas resultaban especialmente dificultosas y requerían más tiempo que otras. No eran palabras largas ni complejas, más bien lo contrario.
Entre esas palabras “difíciles”, ante las que se detectaba un momentáneo bloqueo de la capacidad cognoscitiva, se encontraban “muerte”, “cáncer” y “puta”. Zajonc dedujo que ciertas palabras-tabú generaban una reacción de ansiedad. En el cerebro de los participantes en el experimento se activaba un reflejo censor que intentaba suprimir la palabra incómoda para suprimir sus efectos.
Es posible que Zapatero y sus asesores no hayan leído a Zajonc (o sí: cada uno hace con su tiempo lo que quiere), pero parecen siempre dispuestos a explotar los mecanismos del proceso cognoscitivo.
El Gobierno utiliza un vocabulario mutilado. Carece, por ejemplo, de la palabra “trasvase”. En las semanas pasadas, cuando la sequía amenazaba el suministro de agua a Barcelona, Zapatero y sus ministros recurrieron a los eufemismos más estrambóticos (cosas como “interconexión puntual de cuencas hídricas”, ¿recuerdan?) para no pronunciar una palabra-tabú que les provocaba ansiedad: trasvase.
Todo fue activar el mecanismo de resistencia verbal y ponerse a llover. El trasvase se ha descartado. La evidencia indica que ese éxito ha agudizado en Zapatero los reflejos censores de Zajonc. Ahora, el exorcismo freudiano se aplica a la economía. Presidente y ministros están dispuestos a decir lo que sea (incluyendo el simpático trabalenguas “desaceleración acelerada”) antes que pronunciar la palabra “crisis”. Quizá esperan que ahora, después de llover agua, llueva dinero, y el problema se resuelva sin necesidad de abordarlo.
Me parece inquietante.
Anfitriones
ENRIC GONZÁLEZ 3 JUN 2008
Antena 3 ha importado Come dine with me (Ven a cenar conmigo), un exitoso programa del Channel 4 británico. Si lo vieron ayer, ya saben de qué va: un grupo de concursantes compite para alcanzar el premio al mejor anfitrión. Cada uno invita al resto del grupo a cenar en su casa, y recibe una puntuación de sus huéspedes-rivales. La idea parece simple, y lo es. Con ella se pueden obtener magníficos resultados televisivos, o se puede caer en la cursilería más tediosa. Me explico. La gracia no está en quién cocina mejor, prodiga más atenciones a sus invitados, o tiene una casa más bonita. Al espectador, todo eso le importa un bledo. El punto esencial del programa radica en los comentarios de los invitados una vez concluida la cena.
En el Reino Unido, la fórmula alcanzó el éxito gracias al sarcasmo. Los concursantes se despellejaban entre sí buscando defectos en la casa y la comida ajenas: que si había pelusas bajo el sofá, que si el salón parecía decorado por un sociópata daltónico, que si al pollo sólo le faltaba un poco de sal para alcanzar el grado supremo de repugnancia… En uno de los programas, por ejemplo, el anfitrión servía solomillos. Y una de las invitadas hacía, con la más dulce de las sonrisas, el siguiente comentario: “¿Sabes que la carne roja no se digiere, sino que simplemente se pudre en nuestro estómago?”.
La versión italiana salió mucho más fofa, quizá porque los italianos son buenos anfitriones, suelen cocinar bien (o, en cualquier caso, infinitamente mejor que los ingleses) y no son demasiado despiadados despellejando al prójimo.
Habrá que ver qué tal funciona en España. Entre los primeros seleccionados figura un familiar de Álvarez Cascos, lo que resulta esperanzador. Si el programa no despega, a Antena 3 siempre le quedará la opción de contratar como concursantes a un grupo de dirigentes del Partido Popular.
Monstruos
ENRIC GONZÁLEZ 4 JUN 2008
El último anuncio televisivo de las depiladoras Philips, estrenado en Gran Bretaña y proyectado para toda Europa, está convirtiéndose en un fenómeno mediático. No es extraño. Contiene ironía y ternura, materiales muy efectivos en publicidad. Y está protagonizado por un travestido (creo que no es transexual, se define a sí mism@ como “chico”), lo que aún asegura un cierto impacto.
El anuncio juega con la dificultad de los hombres para soportar el dolor. El protagonista, un (o una) joven de nombre Karis, explica, con voz masculina, que para su vida personal (femenina, al parecer) y profesional (actúa como drag-queen en un local nocturno) necesita depilarse el cuerpo.
El espectador entiende la dificultad: si se trata de un hombre, tiene que enfrentarse a bastante pelambrera; y, siendo un hombre, soportará mal el más mínimo pinchazo. Karis, sin embargo, no tiene problema, porque utiliza una maquinilla depiladora que no causa daño en la sensible epidermis masculina.
Se trata de una publicidad astuta. Y sexista: lo de que los hombres son incapaces de sobrellevar una pequeña molestia física es un tópico sexista (aunque en mi caso resulte totalmente cierto). La ironía, supongo, permite salvar esa objeción. Creo, sin embargo, que algunos transexuales tienen razón en sus críticas: el anuncio refuerza el estereotipo de que el transexual es siempre un hombre disfrazado, alguien que vive en una simulación permanente, un personaje esencialmente falso. Existe, por otra parte, el peligro delsíndrome Chikilicuatre: que se ahonde la identificación del trans con elfreaky.
Dicho esto, el anuncio de la depiladora me parece positivo. Si existe un instrumento capaz de destruir cualquier tabú, y de normalizar socialmente fenómenos considerados marginales, es la publicidad en televisión: acaba igualándonos a todos en la condición de monstruos.
Ofensas
ENRIC GONZÁLEZ 5 JUN 2008
Winston Churchill fue un narcisista cínico, incoherente e insoportable. A juzgar por lo que bebía, su vida adulta se desarrolló en una interminable borrachera. Fue también un gran líder y una de las personas más perspicaces de su época. A Churchill se le atribuyen cientos de frases lapidarias, de gran ayuda para el columnista perezoso. Como ésta: “La crítica puede no ser agradable, pero es necesaria; cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano: indica la existencia de una situación poco saludable”.
Yo quería hablar de La Sexta y de sus conflictos con algunas organizaciones católicas. El Gran Wyoming, en El intermedio, suele meterse con los obispos. Jordi Évole, en su personaje de El Follonero, ha ido más allá de la crítica, y quizá de la sátira, y se ha cachondeado del catolicismo en el espacio Salvados por la iglesia. El Observatorio Antidifamación Religiosa exige a La Sexta que pida perdón por las ofensas cometidas y haga propósito de enmienda.
Suelo divertirme cuando El Gran Wyoming se pone estupendo con los curas. Me ha gustado mucho menos Salvados por la iglesia. Pero eso da igual. La cuestión consiste en si es lícito reírse de los curas, o incluso de las creencias religiosas ajenas. Y la respuesta obvia es afirmativa. Se puede hablar de mal gusto, si se quiere: hay gustos para todo. Cada uno puede considerar sagrado lo que le parezca: la Iglesia católica, la patria (lo dice La Marsellesa), la bandera, los parientes del Rey o un futbolista argentino. Lo sagrado es, por definición, irracional.
Los obispos españoles tienden a identificar, últimamente, mofa y persecución. Buena parte de la Iglesia se siente perseguida. El cardenal Rouco dijo el otro día que existía en la sociedad española “una fuerte tentación de declarar la muerte de Dios”. No me parece que la existencia de Dios dependa de declaraciones. Rouco sabrá lo que dice. También sabrá que el término fanatismo procede del latín fanum, que significa templo.
TOÑO
ENRIC GONZÁLEZ 6 JUN 2008
Los humoristas judíos llevan siglos riéndose de los judíos. En sus películas cómicas, Woody Allen aprovechaba cualquier ocasión para disfrazarse de rabino hasídico. Jerry Seinfeld recurría también a los tópicos judíos en su serie: recuérdese el sketch del dentista que se convierte al judaísmo “sólo por los chistes”. Y Groucho Marx: “¿Cómo no vamos a quejarnos de Moisés los judíos? Nos tuvo caminando 40 años para llevarnos al único lugar de Oriente Próximo donde no hay petróleo”.
El chiste judío es capaz de reírse de las peores tragedias. Como aquel de la época nazi, en que un judío encuentra a otro leyendo el periódico de las SS: “Es estupendo. Cuando leía prensa judía sólo me enteraba de deportaciones, campos de concentración y matanzas. Este diario, en cambio, dice cada día que somos los dueños de los bancos y que dominamos el planeta”.
A nadie le parece extraño ese tipo de humor. En cambio, algunos se mosquearon cuando apareció en televisión un paralítico cerebral riéndose de la parálisis cerebral. Antonio Tejerina, Toño, suscitó polémica tras sus primeras apariciones como humorista en El hormiguero. La polémica rebosaba caspa, aunque fuera en ocasiones bienintencionadas. Ya parece haber remitido.
Es cierto que, al principio, uno se fija más de la cuenta en la silla de ruedas, en las manos paralizadas y la dificultad fonética. Después de haber visto varias de las rutinas de Toño (que trabaja como guionista de El hormiguero, además de hacer un show semanal), y de haber leído una transcripción de sus chistes, neutra, sin “factor parálisis”, me siento en condiciones de opinar: es un humorista estupendo. Algunas de sus frases, como la de “yo hacía las escenas de acción en Mar adentro”, son antológicas. Por supuesto, creo que es bueno que aparezca en televisión. Y creo que es bueno que se pase de vez en cuando en la dosis de salvajismo. La piedad debe reservarse para quien la necesita. Pienso, por ejemplo, en el problema de esos pobres ministros, incapaces de abrir la boquita y decir algo tan sencillo como “crisis”.
Una historia submarina
ENRIC GONZÁLEZ 8 JUN 2008
Mantengo una relación apacible con los libros. Algunos, pocos, me inquietan. Sólo hay uno capaz de acelerarme el pulso. Es un ejemplar viejo, de edición rústica, que he leído tres veces. Ya nos tenemos confianza, y, sin embargo, se mantiene la pasión del primer día. No es ninguna obra maestra de la literatura. Qué va. Sólo cuenta la aventura de unos cuantos tipos que entre 1991 y 1997 investigaron el pecio de un submarino, hundido frente a las costas de Nueva Jersey. Fue una aventura obsesiva, innecesaria y casi suicida: tres de ellos murieron. Fue una aventura extraordinaria.
Empezó de la mejor manera: en un bar portuario de mala muerte, conocido como The Horrible Inn. El capitán Bill Nagle, uno de los submarinistas más expertos y valientes del mundo, participante en las primeras exploraciones de los restos del Andrea Doria, había atracado su barco en el puerto de Brielle, Nueva Jersey, como cada noche, e iniciaba su transfusión cotidiana de bourbon. El alcoholismo le impedía bucear y estaba matándole. Pero seguía siendo Bill Nagle, un héroe local. Por eso se le acercó el patrón de un buque de pesca y le susurró una confidencia: su sonar había detectado un barco hundido a 60 millas de la costa. Se trataba de un naufragio no registrado. El misterio excitó de inmediato al viejo submarinista.
La primera inmersión incrementó el misterio: era un submarino alemán. Eso fue todo lo que averiguaron
Nagle ya no era capaz de bajar. Llamó para ello al mejor buceador que conocía, John Chatterton, y éste convocó a unos amigos para emprender a bordo del Seeker, el barco de Nagle, la primera expedición.
El grupo comprobó que el pecio se encontraba a más de 70 metros de profundidad. Eso implicaba serios riesgos. El primero, los efectos de la narcosis: a partir de 20 metros de profundidad (tres atmósferas de presión), el aire emborracha. Siez metros, se dice, equivalen a unmartini. A 70 metros, el cerebro se comporta como si llevara encima cuatro o cinco copas. En esa situación se puede sufrir un delirio psicótico o un ataque de pánico, con consecuencias mortales. Porque el segundo riesgo es la efervescencia de la sangre. A medida que aumenta la profundidad, las moléculas de nitrógeno se comprimen por la presión. Si se sube con demasiada rapidez, el nitrógeno se expande bruscamente y bloquea las conexiones nerviosas. El dolor resulta indescriptible. Muchos submarinistas han muerto de esa forma. Antes de emerger hay que detenerse a unos 10 metros de la superficie y esperar a que el nitrógeno se normalice. En una inmersión de 70 metros, con aire comprimido en las bombonas, la parada de descompresión supone un mínimo de dos horas.
La primera inmersión incrementó el misterio: el barco era un submarino alemán. Eso fue todo lo que averiguaron. Y no pudieron decírselo a nadie: el pecio sólo se considera descubierto cuando es identificado.
Las dificultades empezaron a descorazonar a los miembros del equipo. Todos tenían familia y trabajo. En una de las primeras inmersiones, Steve Feldman, un empleado de la televisión CBS, murió junto al submarino a causa, probablemente, de la fatídica narcosis. Poco a poco, el proyecto quedó en manos de quienes despreciaban el riesgo: Chatterton, un cristalero llamado Richie Kohler y gente como Chris Rouse y Chris Rouse Jr., padre e hijo. En octubre de 1992, durante una de las inmersiones, Rouse Jr. quedó atrapado en el interior del submarino, con síntomas de narcosis. Su padre intentó rescatarle hasta quedar sin aire y subió, también embriagado, para pedir auxilio. El hijo murió en las entrañas del submarino. El padre murió sobre la cubierta del Seeker, víctima de la “sangre espumeante”.
Hay un libro sobre la muerte de los Rouse, The last dive. Pero creo que su tragedia se comprende mejor en el contexto de Shadow divers (Buceadores de sombras), el libro que cuenta la aventura de Nagle, Chatterton y Kohler. El libro que sigue acelerándome el pulso.
Chatterton y Kohler pasaron años obsesionados con el submarino. Al final, explorando cada rincón del pecio, lo consiguieron. Era elUnterseeboot 869 de la marina nazi, oficialmente destruido el 28 de febrero de 1945, cerca de Gibraltar, por las cargas de profundidad de un destructor estadounidense.
Evidentemente, el U-869 y sus 56 tripulantes sobrevivieron al ataque. Nadie sabe por qué cruzaron el Atlántico y se acercaron tanto a Nueva York. Tampoco se sabe qué o quién destruyó el U-869 frente a Nueva Jersey: quizá uno de sus propios torpedos, o, como considera el Pentágono, una patrulla aérea estadounidense que lanzó unas cargas al azar. Desvelado un misterio, queda otro.
El director Peter Weir (El año que vivimos peligrosamente, El show de Truman, Master and commander) está terminando una película sobre la aventura.
El capitán Bill Nagle murió tras beberse una botella de vodka, antes de identificar el submarino. Richie Kohler hace reportajes para la televisión. John Chatterton estaba realizando una reparación submarina bajo las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001: sobrevivió, y aún bucea. -
Shadow divers, de Robert Kurson. Editorial Random House. 388 páginas.
CENIZAS DE FÚTBOL | EUROCOPA 2008 | LA OTRA MIRADA
No lo sabe nadie
ENRIC GONZÁLEZ 9 JUN 2008
No, claro. ¿Cómo van a saberlo? Ustedes no tienen ni idea, porque aquí hemos estado pocos, muy pocos. Casi nadie.Campeones hay a patadas, echen cuentas: brasileños, italianos, argentinos, alemanes, franceses… la de futbolistas que han ganado. Si hasta los ingleses tienen su Copa del mundo, fíjense, y los griegos su Copa europea. Y luego están los que salen al campo a ganar, aunque no ganen nunca, como los españoles. O los que pueden ganar, como los portugueses. O los que piensan que con un poco de suerte, según vayan las cosas, quién sabe: equipos del tipo escocés, irlandés, ruso, todos esos. De esos hay muchos, ya digo. Los escasos somos nosotros. Una aristocracia del fútbol, podría decirse.
Cuando eres crío no es lo mismo. Sales y ves unos tiarrones gigantes haciendo malabarismos con el balón, y echan a correr y les pierdes de vista, y ya sabes lo que toca: perder. Y te pegan, te machacan y te golean, y te vas llorando a tu casa. Pero no pasa nada, porque eres crío. Ya nos veremos otro día, piensas. Estás creciendo. Dentro de nada podrás tirarles cuatro caños dentro del bidé, y aún te sobrará tiempo para saludar al público antes de dar el pase de la muerte.
No, claro. De crío no es lo mismo. Pónganse en nuestro lugar. Somos tíos ya mayores, con novia, mujer o hasta familia. Somos profesionales, se supone que esto es lo que mejor hacemos. Fuera, en el campo, nos esperan miles de personas, miles de cámaras, todo un mundo que nos mira. ¿Se lo imaginan? Los rivales, en el otro vestuario, sueñan con hacer historia. Nosotros también, pero menos. En realidad, no soñamos. Rezamos para no hacer historia. Pues eso. Como Haití y Zaire en 1974, o El Salvador en 1982, o, en otro género, Malta en aquel partido contra España. Los que van a perder, y lo saben, y lo sabe el contrario, y lo sabe todo el mundo. Somos los que fabrican el goal-average ajeno. Y encima, jugando en casa. En eso, los austríacos tenemos desgracia doble.
[Esta columna es un modesto homenaje a Roberto Fontanarrosa, el gran escritor de fútbol; el autor se permitirá tontear con la realidad y la ficción hasta que alguien con criterio le llame al orden].
Noches
ENRIC GONZÁLEZ 9 JUN 2008
Cuando yo comencé, los diarios tenían un vientre de plomo. El periódico se hacía allí, de madrugada, bajo una luz de bombillas y metales. El taller reunía de madrugada a la aristocracia obrera: los linotipistas, los cajistas, el regente (un dios tonante) y un puñado de redactores con sueño atrasado. Quien no se ha quemado con una columna recién fundida, no ha medido los textos con un cordel, no ha escuchado el clac de una caja al cerrarse y no ha visto al cajista cargar el peso de la página sobre la cadera, para llevarla a fabricar la teja, se ha perdido algo. Quien no ha visto eso es como quien no asistió a una actuación de los Beatles: no sabe la cantidad de energía que puede liberar un montón de gente en un espacio cerrado.
Los diarios ya no se hacen así. La información fluye por un impulso eléctrico. La esencia, sin embargo, es la misma. Siempre hay un tipo que trabaja de madrugada. Puede estar bajo el rugido de la rotativa, o frente a una pantalla de ordenador, o ante una mesa de control, o en el amanecer violento de una puerta que descarga paquetes de periódicos sobre las furgonetas de distribución; da igual. Es inexorable: en esta industria, un tipo mal pagado (demasiado bien pagado, según la empresa) pasa sus noches en la fábrica de las noticias.
O las mañanas. Cuando los fascistas hicieron su cosita heroica contra el diario en el que escribo, la bomba estalló por la mañana. Mató a Andrés Fraguas, hirió gravemente a José Sampedro e hirió a Carlos Barranco. Historia de la transición. Esta vez, los fascistas (ah, la patria) se han puesto los correajes un poco más tarde, pasada la cena. Sin abusar, porque los señoritos tienen sus horarios y necesitan estar descansados. No vaya a pillarles el diálogo con la legaña puesta.
El fascismo no soporta a los obreros. Y quiere que se note. El fascismo se expresa muy bien cuando pone una bomba en un taller, como ayer en las rotativas de El Correo.
En privado
ENRIC GONZÁLEZ 10 JUN 2008
Piénselo: ¿cuántos de sus pequeños placeres privados prefiere mantener privados? Dejemos de lado el sexo, que da para mucho. Quizá un pedo estruendoso en el baño, o un eructo de los que hacen temblar las cortinas, o rascarse el culo hasta el escozor, o sorber la sopa, o regodearse en un blog de extrema derecha, o discutir a voces con la radio. Sea cual sea su lista de asuntos privados, es suya.
Las preferencias televisivas tienen mucho que ver con la privacidad. Ya saben que, cuando se realiza un sondeo, los documentales zoológicos de La 2 están siempre entre los programas favoritos. La telebasura, en cambio, no la ve nadie. Pero todo el mundo habla de ella. Si esta columna tiene treinta lectores, unos diez de ellos dedicaron la velada dominical a una actividad de las que no se pregonan. Ni vieron documentales, ni leyeron un ensayo sobre el cambio climático, ni contaron un cuento a sus niños: muchos de ustedes, señoras y señores, se engorrinaron con la transformación de Bea. Yo soy Bea podría ser proclamada, con argumentos de peso, como la peor serie española de todos los tiempos. Alargada hasta la náusea (447 capítulos), con diálogos inanes, colgada de un guión risible, dotada de personajes sin ningún calado y con un trabajo de interpretación de los que hacen época (en el sentido en que hizo época Arias Navarro), la exitosa serie de Tele 5 ha ingresado con pleno derecho en la antología de los bodrios televisivos.
Y, sin embargo, más de la mitad de la audiencia quiso participar del momento en que Bea, la hermana monja de Groucho Marx, se convertía en un Groucho Marx depilado, maquillado y con lentillas. Yo participé, y no por prurito profesional. Vi ese capítulo y había visto ya otros. ¿Por qué? Porque una de las funciones de la tele es atontarnos o dejarnos pensar mientras miramos una pantalla. Yo soy Bea, tan mala como es, y será, constituye una de esas cosas inofensivas que hacemos en privado.
Teología
ENRIC GONZÁLEZ 11 JUN 2008
Debió ser casualidad. Pura coincidencia. Pero un tránsito tan suave, rápido y preciso, en unos años tan concretos, llama la atención. El siglo XVI produjo la última gran llamarada teológica: Lutero, Calvino, la Reforma protestante y la Contrarreforma, las guerras de religión. Después, Dios, hasta entonces indiscutible, fue materia de discusión. Y en ese mismo siglo, cuando un concepto supremo alcanzó el cénit e inició el declive, nació una nueva divinidad incontestable: el dinero. Nació, es curioso, en los antiguos centros teológicos, como la Escuela de Salamanca (Francisco de Vitoria, Martín de Azpilicueta) y el Colegio de Francia (Jean Boudin, o Bodino).
La teología es una construcción teórica muy refinada cuyo fundamento se considera al margen de cualquier debate. No tiene mucho sentido calentarse la cabeza pensando en los atributos divinos, si uno piensa que Dios es un invento. Durante mucho tiempo, el ateísmo fue algo impensable, una enfermedad aberrante que afligía a muy pocos individuos. Algo casi tan aberrante como cuestionar hoy el dinero. Fueron esos teólogos, decía, quienes formularon las primeras teorías generales sobre el dinero, los precios y la inflación.
La economía es ahora como el Dios que imperó hasta la edad moderna: una razón suprema. Si no la comprendemos, será culpa nuestra. Cuando nos maltrata, la única opción consiste en esperar con paciencia que le cambie el humor. El conflicto de los transportes es, en último extremo, un asunto teológico. El petróleo sube porque aumenta la demanda asiática y porque las reservas no son ilimitadas; pero sube porque el dinero ya no está cómodo en la bolsa e invierte masivamente en materias primas. Petróleo, cobre, trigo o canales de cerdo, da igual: cosas concretas. Hay mucho dinero por ahí y se dedica a fabricar burbujas: la bursátil, la inmobiliaria, y, en este momento, la de materias primas. Paciencia, señores: el dinero aprieta pero no ahoga, el dinero lo sabe todo, el dinero es eterno y todopoderoso.
ENRIC GONZÁLEZ 12 JUN 2008
Me equivoco, lo doy por supuesto. Asumo mi condición de antiguo. Soy uno de esos rojos trasnochados que no acaban de entusiasmarse con la jornada laboral de 65 horas. Tampoco me parece que deban socializarse las pérdidas de los empresarios, si no se socializan sus beneficios. Estoy fuera de onda, claramente.
Será por eso que no pillo el sentido del premio a Google. El jurado del Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades considera que la empresa premiada este año “contribuye de manera decisiva al progreso de los pueblos, por encima de fronteras ideológicas, económicas, lingüísticas o raciales”. ¿Por encima de fronteras? Yo pensaba que Google había hecho en China todo lo contrario.
Creía haber leído en alguna parte que los usuarios chinos de Google no pueden buscar palabras como “Tíbet”, ni usar el servicio de mensajería electrónica, ni bloguear libremente. Estaba convencido de que Google se había plegado a todas las condiciones impuestas por el Gobierno de Pekín con tal de introducirse en el mercado chino. Utilizo el buscador de Google y, en efecto, hay un montón de artículos (occidentales) que hablan de esto.
Google es una empresa privada y tiene todo el derecho a pactar con las autoridades chinas. Sus dirigentes no sólo han puesto a disposición del usuario (fuera de China) una portentosa tecnología: además, han sabido explotarla comercialmente. Googleando un poco, encuentro que Google ganó el año pasado 4.203 millones de dólares. ¿No basta con ese premio? ¿Necesitan también un reconocimiento a su labor humanística?
Como muchos otros periodistas, yo habría preferido que se premiara a Manu Leguineche. Si el premio está relacionado con las humanidades, le correspondía a alguien que las representara. Me parecía que humanismo y verdad estaban relacionados. Google, en mi opinión, es sólo un fabuloso contenedor en el que verdad y mentira se mezclan de forma indistinta.
Investigación
ENRIC GONZÁLEZ 13 JUN 2008
Dicen que el buen periodismo es siempre periodismo de investigación. Falso: preguntar y comprobar no es investigar. Suele decirse también que la investigación representa lo más noble del periodismo. Eso es aún más falso. Investigar supone adentrarse en el área oscura de la información, pactar con fuentes interesadas, comportarse de forma ambigua, respirar un aire enrarecido. Investigar es, con frecuencia, bajar a las cloacas y recoger el pedacito de mierda que te ofrece una rata. En muchos aspectos, es como el espionaje. Para hacer bien ese trabajo, y soportarlo años, hay que tener estómago. Y ser un gran periodista. Dudo que la investigación reporte grandes beneficios económicos a las empresas. Al menos a corto plazo, rinde más un publirreportaje. Hablamos, sin embargo, de la esencia del oficio. La prensa está para descubrir cosas. La comunicación institucional, las relaciones públicas y la publicidad copan la mayor parte de cualquier periódico. A eso se añaden los servicios (la cartelera, los editoriales, esta columnita), que en el mejor de los casos nos ayudan, orientan o entretienen. Pero si no descubrimos cosas, cometemos fraude.
Los periódicos, los viejos monstruos de papel, debemos estar defraudando, porque la Red empieza a aguijonearnos. No en la inmediatez, sino en lo serio. Acaba de salir al ciberespacio http://www.propublica.org, un invento dedicado al periodismo de investigación. La primera señal de su honestidad es que ha salido sin nada: como tardará en disponer de temas propios, se limita a seguir las investigaciones de la prensa estadounidense tradicional.
Su director es Paul Steiger, director del Wall Street Journal durante los últimos 16 años, hasta la llegada de Rupert Murdoch. Sus financiadores son millonarios californianos que se comprometen a pagar sin recuperar. Tendrá más de 20 periodistas bien retribuidos. Y ofrecerá sus trabajos, en primicia, a los viejos monstruos de papel. Que siguen siendo grandes medios, pero van un poco escasos de mensaje.
Piratas
ENRIC GONZÁLEZ 15 JUN 2008
El segundo imperio británico, que culminó a mediados del siglo XIX, fue propenso a reinventar la historia. Inventó su propia tradición, que ya es mérito: ceremonias reales como el Trooping the Colours, títulos como el de príncipe de Gales, edificios aparentemente góticos como el Parlamento se crearon en el siglo XIX con la ambición de parecer antiquísimos. El imperio también inventó la figura del pirata romántico. Casi todo lo que hoy creemos saber sobre los piratas procede de una novela de Stevenson (La isla del tesoro), de una opereta cómica de Gilbert y Sullivan (Los piratas de Penzance) y, más tardíamente, de una obra de teatro de Barrie (Peter Pan, con su capitán Hook, o Garfio).
La política de personal era más relajada en los barcos piratas que en los comerciales, y el trabajo, más liviano
Numerosos investigadores rastrean ahora en archivos navales y judiciales para hacerse una idea más o menos fidedigna de aquellos tipos que durante tres siglos, del XVI al XVIII, se ganaron la vida robando en el océano. El mejor documento antiguo sobre la piratería es un clásico, la Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas, aparecido entre 1724 y 1728, con la firma del capitán Charles Johnson. No se sabe quién fue ese capitán Johnson, ni si existió realmente. Muchos atribuyen la obra a Daniel Defoe, escritor genial y estafador insigne, y en España está editada bajo su nombre por Valdemar Histórica. El estilo se corresponde, pero no existe ninguna certeza.
Persisten las brumas sobre aquella gente. Algunas cosas, sin embargo, van conociéndose, y se disipan ciertos mitos. El de la crueldad, por ejemplo. Aunque hubo piratas muy crueles, como Edward Teach,Barbanegra, la mayoría no lo eran. Proferían terribles amenazas y se comportaban como salvajes para infundir terror a sus víctimas y lograr una rendición inmediata. Era una forma de evitar la violencia. Otra fórmula para conseguir la rendición pasaba por los brazos en cubierta. Los piratas siempre eran más que el enemigo. Ése es un punto muy interesante.
La gran mayoría de los piratas navegaban en naves pequeñas y atacaban presas aún más pequeñas, como botes de pesca y transportes costeros. Dejémoslos de lado. Dejemos de lado también a los corsarios, que, de una forma u otra, trabajaban para una corona, fundamentalmente la británica. Los piratas independientes y ambiciosos, los que podían abordar cualquier nave mercante, mantenían una política laboral inteligente.
Los marineros de los buques comerciales sufrían un régimen tiránico. Los capitalistas, el armador y el capitán, exigían la máxima rentabilidad. Eso implicaba navegar lo más deprisa posible, con la nave cargada hasta los topes y con una tripulación mínima. La disciplina era igual que en la marina militar, si no más dura. La retribución, escasa. La vida a bordo, miserable.
¿Quién componía las tripulaciones de las naves piratas? Antiguos marinos mercantes. Tanto la Historia general como las reinvenciones del siglo XIX atribuían ese tránsito al lado oscuro a la impiedad y el consumo desaforado de alcohol. En la Historia general se recogen varios discursos aleccionadores, pronunciados por piratas al pie del patíbulo, que parecerían cómicos fuera de contexto. El hombre que va a ser ahorcado lamenta haber dejado de ir a misa y haberse aficionado al ron, porque eso le llevó a la piratería. La realidad parece otra. Los técnicos cualificados (médicos, carpinteros, pilotos) solían ser reclutados a la fuerza. Todos los demás, sin embargo, se alistaban voluntariamente. Era frecuente que los tripulantes de un mercante abordado por piratas se pasaran de inmediato a la nave agresora.
Les atraía la política de personal de la piratería. Primero, por el ritmo de trabajo. A diferencia de los mercantes, las naves piratas estaban llenas de gente. La superioridad numérica favorecía el éxito en los abordajes. Como consecuencia, las duras tareas de la navegación a vela se repartían entre muchos, y se trabajaba menos. Segundo, por la participación activa del personal en la gestión de la empresa. Los capitanes piratas eran elegidos democráticamente por la tripulación, y siempre, salvo en combate, debían consultar sus decisiones (el rumbo, la presa, la orden de ataque) con la marinería. Eso implicaba una cierta relajación a bordo, y constituía una garantía contra las arbitrariedades del jefe: el capitán injusto con sus hombres duraba poco. La participación en los beneficios también era más alta, muchísimo más alta, que en la marina mercante.
Existía una desventaja, cierto: el riesgo de la horca. Pero en los barcos piratas nunca faltó tripulación.
No sé si eso entraña alguna lección para las empresas contemporáneas. Supongo que no. -
Life among the pirates, de David Cordingly. Editorial Abacus. 348 páginas.
Cosa de dos Drogas
CARLOS BOYERO 15 JUN 2008
Junto a gente a la que admiro y quiero, como Toni García, Enric González, Maruja Torres y Marcos Ordóñez, hacemos infatigable apostolado de una serie magistral titulada The wire. Sin éxito, por supuesto. Entre otras razones, porque en este país es imposible encontrarla en DVD en las tiendas. Ese mercado tan caro que te ofrece películas subtituladas en los idiomas más exóticos pero en los que no aparece el español, que te machaca con fatigosos tráileres sin que te los puedas saltar, que intenta concienciarnos con insalvable y grimosa publicidad a los que no sabemos o no queremos piratear de que el robo de la propiedad intelectual es un robo, no ha tenido la ocurrencia de poner al alcance de la gente una obra de arte parida por la tele, por un medio que se alimenta mayoritariamente de bazofia.
TNT, una cadena de pago y lógicamente minoritaria, se ha propuesto remediar ese imperdonable desprecio. Hoy estrenan la tercera temporada del retrato más potente, complejo y veraz del narcotráfico, su permanente sociedad con los pilares de la economía, con la corrupción política, judicial y policial. También la admirable y siempre perdida batalla que le declara gente que no puede dejar de ser profesional ni legal, pepitos grillos en un sistema en el que todo está atado y bien atado. La había disfrutado hasta ahora en DVD adquiridos en Estados Unidos, subtitulado en castellano de Nuevo Continente. Y te apañas, aunque a veces esas expresiones te resulten surrealistas. Me asomo con enorme ilusión al estreno en televisión de la tercera temporada, pero deserto a los diez minutos. No soporto el doblaje. Con el mal cine me da igual, pero con el bueno me parece un pecado. Suena a falso, es otra película. Traducir el argot de los negros de Baltimore ambientándolo al cheli de aquí me suena grotesco. Es problema mío. Yo espero que los espectadores virginales se enganchen con The wire,incluso doblada. Es un lujo. El gran cine sobrevive gracias a HBO.
Estadio
ENRIC GONZÁLEZ 16 JUN 2008
A Marcello Lippi, el seleccionador que hace dos años ganó el Mundial con Italia, le gusta ver fútbol en televisión. Y le gusta verlo solo. Se encierra en su cuarto, se sirve una copa y enciende un purito. Le envidio. Lippi puede hacerlo.
En España, las retransmisiones futbolísticas han ido evolucionando hacia el modelo feriante: mucha gente, mucho jolgorio. José Ángel de la Casa fue el último locutor con quien se podía convivir. Desde que se fue, impera la verborrea.
La Sexta ofrece durante la temporada liguera unas locuciones que hacen añorar la verbena de los vecinos. ¿Por qué gritan? ¿Por qué dicen esas chorradas? Cuando quiero ruido y chascarrillos, voy a ver el partido en un bar. Si estoy en casa, me basto para decirme obviedades, y no necesito alzar la voz.
En este Mundial, Cuatro y Digital + han seguido la tendencia dominante. Tres personas, nada menos, nos cuentan cada jugada, aderezando el rebote más tonto con arrebatos de forofismo y el inevitable “podemos, podemos”. Al menos no ululan como otros ni se explayan en la gansada. Pero son demasiados. Evidentemente, pueden tener su interés las anotaciones cultas de Maldini: conviene no ignorar que Suecia tiene en el banquillo a un lateral de mucho recorrido, o que Polonia podría sacar a un mediopunta con gol. A mí, la verdad, no me compensa.
Quitar el volumen y poner la radio me parece mucho peor. Se aguanta más griterío, y encima con publicidad. Poner música devalúa el fútbol y además es cursi. No escuchar ningún sonido resulta antinatural y deprimente.
Lippi puede ver partidos con tranquilidad porque Sky, la sociedad de Murdoch que posee la exclusiva del fútbol en Italia, ofrece una opción muy sencilla y gratificante: se puede quitar la locución y poner el sonido del estadio. Sólo eso. Los rugidos, los aplausos, los pitos, el silencio tenso: la banda sonora más natural para el fútbol. ¿No sería posible eso en España?
Gonzo
ENRIC GONZÁLEZ 17 JUN 2008
El proyecto podía parecerse a un CQC de media siesta y regüeldo, para una audiencia con la lucidez semiapagada. En la práctica, El método Gonzo, estrenado ayer en Antena 3, es otro magacín levemente camuflado bajo el disfraz de la “vocación de servicio”. Para “ciudadanos con derecho al pataleo”, se dijo en la presentación. Poco pataleo se vio. Se abordó superficialmente una de las medidas más trascendentales (y, en mi opinión, lamentables) que proyecta el Gobierno, la de ofrecer a los inmigrantes, “los otros”, esos que no son “nosotros”, la repatriación voluntaria a cambio de algún dinerillo, y se dio cancha a una marioneta canina bastante casposa. Todo se fio a la simpatía del presentador, Fernando González. Veremos lo que dura El método Gonzo: la mortandad en el sector está siendo altísima.
Gran novedad: una reportera de siete años. Eso resulta preocupante: queda demostrado que hasta una criatura es capaz de ponerle a alguien el micro ante los morros. La niña, Tania, demostró desparpajo y se trabucó bastante menos de lo que es habitual. Pero no me gustó esa trampa. ¿Qué iba a hacer Federico Jiménez Losantos ante esa criaturita encantadora? Pues detenerse un momento y poner la sonrisa boba, lo que habría hecho cualquiera. Si ése es el objetivo del programa, acabamos de descender un peldaño más: de la mujer florero, a la niña florero.
Esto lo digo desde un punto de vista teórico. Puestos en lo práctico, mucho más alarmante fue lo otro. Una reportera mayor de edad (sin ánimo de ofender) preguntó a varios estudiantes de periodismo su opinión sobre Losantos, y sobre si habría que inhabilitarle profesionalmente tras la condena por injurias a Gallardón. Hubo quien dijo que sí, que había que prohibir su programa: parece que la libertad de expresión goza de predicamento entre los futuros profesionales. Y hubo quien dijo desconocer qué pasaba con el tal Losantos. Eso es pasión por la actualidad. Visto lo visto, me quedo con Tania.
Insomnio
ENRIC GONZÁLEZ 18 JUN 2008
Uno de cada diez españoles sufre insomnio crónico. Eso dice la Sociedad Española del Sueño. Si el dato es cierto, unos dos millones de personas duermen poco, duermen mal o no duermen. Toda esa gente, sometida hasta ahora a un régimen televisivo deprimente, compuesto de teletienda, reposiciones y anuncios eróticos, constituye una interesante clientela potencial. A alguien tenía que ocurrírsele ir a por ella. Los primeros en ver la luz han sido los de Cuatro. Y, claramente, van a por todas.
Los insomnes españoles están de enhorabuena. La campaña de Cuatro para captar a quienes no duermen comenzó la semana pasada conCalifornication, una serie ácida, transgresora y divertida que se emite de madrugada, y prosigue hoy, o más bien mañana, con el estreno de la segunda temporada de Weeds. Una serie que, por lo que dicen (aún no la he visto), es ácida, transgresora y divertida.
No seré yo quien critique la iniciativa. Estoy muy a favor de los insomnes. Creo que la sociedad tiene el deber de aligerar sus noches interminables, y dedico desde aquí un encendido elogio a Cuatro (sus propietarios son mis propietarios, ya me entienden) por mostrar una especial sensibilidad hacia quienes se ven privados, parcial o totalmente, del descanso nocturno. Los que duermen tienen otras opciones durante el día, y pueden arreglárselas. Además, Cuatro ya les ofrece la Eurocopa, con los goles de Villa y la fotogenia de Luis Aragonés. ¿Qué más quieren?
Me permito, sin embargo, insinuar la posibilidad de que, en nombre de una discriminación necesaria y bienintencionada, pueda sufrir un perjuicio el resto de la sociedad, ese 90% que no sufre insomnio y madruga cada mañana. ¿De verdad no se podría hacer un arreglo? ¿No se podría emitir esas series estupendas a medianoche, la hora fronteriza entre los que duermen y los que no? O aún mejor, y dejemos tranquilos a los insomnes: ¿no podría Cuatro tener un poco de cordura y no relegar esas series a la clandestinidad?
CENIZAS DE FÚTBOL | EUROCOPA 2008 | LA OTRA MIRADA
22 de junio de 2008
ENRIC GONZÁLEZ 19 JUN 2008
Yo estaba en Viena ese día. Miles de tifosi, la tricolor por todas partes, un ambientazo. No se me olvida la fecha: 22 de junio de 2008. Un gran partido. Un Italia-España era como un pequeño derbi, una rivalidad entre vecinos. Usted no se acordará, porque es muy joven, pero en aquella época les teníamos la moral comida. Los españoles nos ganaban los amistosos, pero nosotros siempre los machacábamos cuando contaba, en los partidos de verdad. Unos años antes Tassotti, que fue un granterzino del Milan, había pegado un codazo a uno de los suyos en una eliminatoria decisiva, y, como perdieron también esa vez, nos la guardaban. Siempre les eliminaban en cuartos, ¿sabe? Estaban obsesionados.
Los españoles nos ganaban los amistosos y nosotros los machacábamos en los partidos de verdad
Ocurrió lo de siempre: que ellos llegaron muy bien al partido, y nosotros muy mal. España había pasado tranquilamente la primera fase, tenía a un tipo, un tal Villa, que marcaba goles a mansalva, y no le faltaban titulares. En España decían lo de siempre: esta vez es la buena, esta vez ganamos. Nosotros, pobrecitos azzurri, hicimos una primera fase penosa, para variar. Sólo marcamos tres goles, uno de penalti, los otros dos a balón parado y con rebote. Se lesionó Cannavaro, Materazzi estaba mal, perdimos a Pirlo y Gattuso por sanción… Le sonarán, ¿no? Da igual.
Estuve diciéndolo todo el día: a los españoles no podía ya irles mejor. Parecían en estado de gracia. Sobre todo el tal Villa. Y en esos casos no sólo quieres vencer, quieres también convencer. Te recreas en los remates, la tocas de tacón, te sientes elegante. A nosotros, en cambio, no podía irnos peor. Toni, un tío tan bueno, no daba una. Fallaba lo difícil, lo regular y lo fácil. Me entiende, ¿no? Quiero decir que, por puro cálculo de probabilidades, Villa no podía seguir metiendo goles en cada partido. Y Toni, por esa misma razón, tenía que acabar marcando alguna vez.
Luego estaba lo del chaval, De Rossi. No se imagina lo que debió ser para él, un tío nacido para mandar, crecer en la Roma de Totti. Porque Totti era Dios para los romanos. Pobrecito De Rossi, qué juventud. Vivir a la sombra de Totti era crudo, pero en la selección lo tuvo aún peor. En la nazionale tenía que soportar la autoridad de los mandones del norte, como Buffon. Y como Pirlo. No sabe lo que era Pirlo, el jefe del mediocampo: había que hacerlo todo como él quería, y había que adivinar cómo lo quería, porque no decía una palabra. Flaco, seco y mudo: un carácter.
Pues bien, resultó que ese día, 22 de junio de 2008, Totti ya no vestía de azul. Y Pirlo estaba sancionado. De Rossi se encontró de repente con toda la responsabilidad, y con dos de los suyos, dos chavales romanistas, como lugartenientes: Aquilani y Perrotta, se llamaban. Qué momento. Qué partidazo. Oiga, joven, ¿de verdad no sabe qué pasó?
Europa
ENRIC GONZÁLEZ 19 JUN 2008
No aspiro a ser justo, ni siquiera digno. Soy europeo y sólo aspiro a seguir siéndolo. Aspiro a una vida sin sobresaltos. Aspiro a la sanidad gratuita, al subsidio de desempleo, a que mis hijos gocen de la mejor educación posible a un precio simbólico, a una pensión generosa cuando me retire. Aspiro a la máxima seguridad y a unas calles limpias. Aspiro a que el paisaje rural sea hermoso y apacible, y a unos alimentos accesibles y de la máxima calidad. Aspiro a preservar la naturaleza que me rodea.
Ya, ya sé que la política agraria europea, con sus casi 50.000 millones en subsidios anuales, crea un paraíso artificial y frena las importaciones africanas. También sé que aplicamos aranceles sobre los productos más competitivos de los países en desarrollo. Y sé, por supuesto, que de vez en cuando inundamos el mercado mundial con nuestros excedentes alimentarios, y acabamos de arruinar a los países pobres. Pero eso es indispensable para que Europa siga siendo la dulce Europa, con su campiña, su paz social y sus segundas residencias.
Los inmigrantes seguirán llegando, no crean que lo ignoro. Necesitamos bastantes para hacer ciertos trabajos y para aplicar sin grandes conflictos la jornada semanal de 60 horas. Nuestro objetivo ahora, como europeos, consiste en ponerles las cosas difíciles a los clandestinos, o sea, a esos que de momento no necesitamos. Que sepan que Europa, la cumbre de la civilización, sabe ser dura cuando conviene. Que sufran el desprecio, el encierro y la deportación. Que se vayan a otra parte. Resulta desagradable, por supuesto. Pero es indispensable para que Europa siga siendo la dulce Europa, la Europa que amamos.
Me gustó que el Telediario de La Primera, ayer, no concediera rango de portada a la ley contra la inmigración clandestina, aprobada por el Parlamento Europeo. Tenemos la Eurocopa. ¿Para qué crisparnos? No aspiro a ser justo, ni siquiera digno, ya lo he dicho. Soy europeo.
Estepona
ENRIC GONZÁLEZ 20 JUN 2008
El poder es lo primero, lo demás es secundario. Eso lo sabemos desde hace tiempo. Para pillar una poltrona se pacta con el diablo, se acepta cualquier cosa: cansa de tan sabido. ¿Alguien lleva la cuenta de los casos de corrupción en los partidos políticos? En el de hoy, que mañana se olvidará porque surgirá otro, el partido en cuestión es el PSOE. El PSOE de Estepona, dicen. Según se deduce de lo publicado, y respetando la presunción de inocencia, se trata de un caso de libro, otro más: especulación inmobiliaria, corrupción municipal, dinero fácil para todos.
Tampoco es nuevo el carácter local de la cosa. Llama la atención la extrema autonomía de la que gozan, aparentemente, las agrupaciones locales de los partidos. Ni la dirección regional ni la dirección nacional saben nunca nada. Se enteran por la prensa, como nosotros. Leo que unos concejales del PSOE denunciaron a la policía lo que hacía un alcalde del PSOE, el de Estepona, y que la consiguiente investigación judicial ha llevado a las detenciones. Y que la dirección del PSOE, sorprendida, ha expulsado del partido al alcalde en cuestión.
Cuando un empleado de un banco defrauda una suma importante, tiembla el misterio. Recuérdese el caso de Societé Générale, uno de cuyos operadores bursátiles cometió, hace sólo unos meses, un fraude estimado en 7.000 millones de dólares. El presidente del banco ofreció de inmediato su renuncia, el mismo día en que se descubrió el pufo, y se reforzaron los controles internos para evitar, en lo posible, que un hecho así se repitiese.
En los partidos, eso no pasa nunca. Nadie controla, nadie sabe. Ni el presidente del partido, que es presidente de la Junta de Andalucía, ni el secretario general, que es presidente del Gobierno. Quizá los partidos deberían convertirse en sociedades anónimas y regirse por las leyes mercantiles. De esa forma, con un poco de suerte, alcanzarían el nivel de honradez de un banco cualquiera.
CRÓNICA:UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
La marca amarilla
ENRIC GONZÁLEZ 22 JUN 2008
Georges y Edgar fueron amigos del alma, aunque no quisieran verse. Se conocían demasiado. Uno de ellos, Georges, se hizo famoso, importante. Georges se convirtió en el jefe, el censor, el vigilante celoso de su propio prestigio. Y no tendió la mano a Edgar cuando éste, hundido, le pidió ayuda. Cosas que pasan.
Georges Rémi (1907-1983), más conocido como Hergé, ya era célebre en 1941, cuando se conocieron. El personaje de Hergé, Tintín, era un héroe para la infancia belga. Edgar Pierre Jacobs (1904-1987), en cambio, no había hecho gran cosa: figurante teatral, barítono de fortuna, dibujante comercial y, cuando los nazis invadieron Bélgica, autor de Flash Gordon: como no se podían importar las auténticas historietas de Alex Raymond, por ser norteamericanas, los editores pensaron que Jacobs podría realizarlas sin que se notara la diferencia. No se notó: los nazis también las prohibieron.
Hergé fue acusado de colaboracionismo. Edgar, un tipo robusto, se trasladó a su casa para defenderle
Georges y Edgar (que firmaba Edgar P. Jacobs, a la inglesa) se encontraron por casualidad el 15 de abril de 1941 en un teatro, durante el estreno de Tintín en la India, o el misterio del diamante azul. Edgar hizo los decorados. Se cayeron bien, porque no se parecían en nada. Georges era un tipo retraído y atormentado. Edgar hablaba a gritos y se enfurecía por cualquier cosa. Al poco tiempo, Georges introdujo un nuevo personaje en la saga de Tintín. Se trataba de un viejo marino, un capitán llamado Archibald Haddock, con un carácter muy parecido al de Edgar. El propio Georges lo reconoció después: “Haddock es Jacobs”.
Fue el principio de una colaboración intensa. Georges y Edgar empezaron a dibujar juntos, y Edgar aportó a las historias de Tintín algo que, supuestamente, le sobraba a Georges: atención al detalle. Redibujaron para la publicación en libro las primeras historias tintinescas(Tintín en el Congo, Tintín en América, El loto azul y El cetro de Ottokar), y Edgar introdujo a Georges en la pasión por el hiperrealismo. Los dos amigos crearon incluso un seudónimo conjunto, Olav, para dibujar durante algún tiempo historietas de espionaje.
Para entonces, Edgar ya había dado pruebas de su amistad. Al final de la guerra, Georges fue acusado de colaboracionismo y detenido cuatro veces. Corrió serio riesgo de ser linchado, o al menos seriamente apaleado. Edgar, un tipo robusto, se trasladó a casa de Georges para defenderle en caso necesario. Una vez superada la crisis del colaboracionismo, Georges, un genio de la narración en historietas, y Edgar, un genio del color, produjeron a ritmo casi industrial historias de Tintín como El tesoro de Rackham el Rojo o Las siete bolas de cristal (el título fue idea de Edgar). En 1946 apareció la revista Tintín, y poco después Georges propuso a Edgar que trabajara exclusivamente con él, para dibujar Tintín a medias. Edgar respondió que sí, pero exigió firmar con Georges. Y éste se negó. Su relación empezó a enfriarse desde ese momento. Se mantuvo la amistad, pero a distancia.
Georges siguió lanzando guiños a su amigo, haciéndole aparecer como figurante (el Jacobini de Las joyas de la Castafiore) en posteriores álbumes, y Edgar creó para la revista Tintín sus propios personajes: Blake y Mortimer, un agente secreto y un científico, británicos ambos. La primera aventura narraba la III Guerra Mundial, e incluía la destrucción de todas las grandes ciudades del planeta: puro ardor jacobiano. Como el detalle de retratarse a sí mismo en el personaje del malvado Olrik, eterno enemigo de Blake y Mortimer.
En 1953 se publicó la aventura más célebre de Blake y Mortimer, La marca amarilla, una obra maestra. Bélgica se llenó de emes amarillas encerradas en un círculo. Los lápices de color amarillo se agotaron en las tiendas. Las aventuras de Blake y Mortimer arrasaron también en el mercado francés y empezaron a ser traducidas. Edgar se hizo casi tan importante como Georges.
Hacia 1970, Edgar sufrió algo parecido a lo que Georges había padecido tras la guerra. Se le acusó de racista, de violento, de oscuro, de complicado, y en la revista Tintín secundaron las críticas. Se sintió incapaz de seguir trabajando y pidió ayuda a su viejo amigo. Le pidió, en concreto, que le prestara a Bob de Moor, su ayudante, para que acabara de dibujar Las tres fórmulas del profesor Sato. Hergé se negó.
Edgar se recluyó en casa. Enviudó. Empezó a mostrar rasgos paranoides. Cuando supo que Georges se moría de cáncer, volvió a su lado. Al parecer, sólo hablaron de los viejos tiempos. Y coincidieron en una cosa: ambos odiaban a Tintín.
L’affaire Jacobs, de Gérard Lenne. Editorial Megawave. 127 páginas.
Derecha
ENRIC GONZÁLEZ 23 JUN 2008
“El tiempo manda sobre todas las cosas”. Éste fue el epitafio elegido por Harold Wilson, el hombre que mantuvo con vida el decadente laborismo británico de los años sesenta. Wilson dejó el poder cuando empezó a notar que no recordaba las cosas. No se recordaba ni a sí mismo: sufría de alzhéimer. Era angustioso verle, en sus últimos años, sentado en un escaño de la Cámara de los Lores. Tenía la mirada perdida, las manos agarrotadas. A veces era el único oyente. Tras el último discurso, un cuidador tomaba de la mano a Wilson y se lo llevaba a casa.
El tiempo manda sobre todas las cosas. La política española no ha descubierto aún la verdad inexorable que contiene esa frase. No hemos tenido tiempo de apreciar el tiempo. Somos recientes, tan recientes que estamos vivos. Ya han visto a Fraga, este fin de semana, en el congreso del PP. El fundador, surgido de las tinieblas del franquismo, estaba ahí sentado. Fraga surgió de esas tinieblas igual que salimos todos: el PSOE de Suresnes, el vencido PCE de la reconciliación nacional, la prensa del cambio, la Guardia Civil, El Corte Inglés, la Liga de fútbol.
Creo que algún día, si este diario llega al futuro, se publicarán en estas páginas grandes elogios a Fraga. Creó un gran partido conservador, corrigió sus propios errores, supo percibir cuándo se convirtió en estorbo, hizo su trabajo hasta el final. Las cacicadas serán letra pequeña, como sus arrebatos autoritarios. Incluso la pena de muerte de Grimau, tan atroz, será letra pequeña. El tiempo manda sobre todas las cosas. Y el viejo Zapatones, cuando mande al fin el tiempo, será figura histórica. Quién iba a decirlo.
Quién iba a decir que incluso Aznar, ese hombre insufrible, cumpliría, delirios al margen, con lo que exigía su tiempo. ¿Saben una cosa? La derecha española es, con la alemana, la más decente de Europa occidental. Salgan por ahí y comparen. No hace falta esperar, para saberlo, a que el tiempo mande sobre las minucias de hoy.
EUROCOPA 2008 | ESPAÑA, SEMIFINALISTA 24 AÑOS DESPUÉS
Se evaporó la maldición
ENRIC GONZÁLEZ 23 JUN 2008
Los italianos han visto mucho. En cuestión de fútbol, todo. Tienen fórmulas para cualquier situación. Una de las más sabias, y hablamos del fútbol, fue la de aquel entrenador al que alguien, antes del partido, espetó el viejo tópico deportivo: “Que gane el mejor”. La respuesta superó el terreno del deporte y entró de lleno en esa ciencia inexacta que llamamos fútbol: “Esperemos que no”.
No existe un rival mejor que Italia cuando se busca la gesta. No basta con jugar mejor, nunca ha bastado. De ahí, que los cuartos de ayer no fueran los cuartos de siempre: España tocaba su histórico límite, su célebre gafe, y lo tocaba además ante la nazionale, interlocutor sarcástico y unidad de medida. Italia racanea en los partidos mezquinos y apura el diccionario de gramática parda, pero sabe ser gloriosa si el rival lo merece.
Los italianos no sólo lucen cuatro estrellas en el pecho por los cuatro Mundiales ganados. Casi tan importantes como las estrellas son los partidos inolvidables. Aquella semifinal frente a Alemania, 4-3, en 1970, o aquella joya frente a Brasil, 3-2, en 1982. O, con perdón, aquellos cuartos contra España, 2-1, en 1994. Desde el punto de vista español, el codazo de Tassotti a Luis Enrique constituyó una ofensa intolerable. Desde el punto de vista italiano, fue una exhibición de recursos. Fútbol es fútbol. ¿Dónde está escrito que tenga que ganar el mejor? Gana quien gana, y basta. Lo demás son anécdotas, notas a pie de página.
La selección española encaró a los azzurri de la forma más italiana: de miedo a miedo, de prudencia a prudencia, en una batalla por el centímetro. Dicho así, puede parecer miserable. Lo sería si no habláramos de Italia. En el caso que nos ocupa, se trata de una operación de alto riesgo. Un cruce de navajas en el callejón oscuro. Casi una heroicidad.
El regodeo alcanza lo supremo cuando el aspirante se atreve a bailar con Italia en la zona Cesarini, la pista resbaladiza de los minutos de descuento. El aspirante, España, no sólo hizo eso. Cerró los ojos y empujó hasta la prórroga, una provincia de tradicional soberanía italiana. Prórroga con empate a cero, sed, asfixia, piernas de plomo: se llegó a la agonía, al cuerpo a cuerpo, la tesitura futbolística (recuérdese: no hablamos de deporte, sino de algo más complejo) sobre la que Italia ha fabricado su voluminoso historial.
El guión exigía apurar el cáliz hasta el final y se apuró. Se llegó a los penaltis. Donde más duele.
¿Que gane el mejor? Pues sí. Por una vez. La maldición se evaporó sinuosa, como un suspiro. Como el tiro de Cesc. Ante Italia, nada menos.
‘Baraka’
ENRIC GONZÁLEZ 24 JUN 2008
Son coincidencias, claro. Pero hay también baraka, esa fortuna que, dicen, sonríe a ciertos gobernantes. ¿Recuerdan el Mundial de 1982? Aquella cita, con España como anfitriona y con Naranjito como maestro de ceremonias, fue un fracaso estrepitoso de la selección. En las elecciones celebradas pocos meses después, el Gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo, que jamás tuvo baraka, sufrió una derrota abrumadora. La propia UCD desapareció y pasó a la historia.
Al cabo de dos años, en 1984, España llegó a la final de la Eurocopa. Perdió, con aquel fallo de Arconada, pero fue subcampeona. Como la selección de baloncesto, que en ese mismo año ganó la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. A Felipe González le sonreía la baraka. Gracias a los éxitos deportivos, los españoles empezaron a pensar que, en efecto, algo había cambiado a mejor. La sensación dominante era optimista. Los GAL asesinaban por entonces, y quien no callaba, elogiaba a los escuadrones de la muerte (reléanse los artículos de Pedro J. Ramírez). Curiosa época.
La baraka de González se apagó en 1992. No por los Juegos Olímpicos de Barcelona, que salieron bien. No: el símbolo del fin fue la carabela de Sevilla, botada y hundida, glugluglu, en cuestión de minutos. Desde entonces, Felipe González no levantó cabeza.
Cabe sospechar que José Luís Rodríguez Zapatero recibe cada mañana la sonrisa de la baraka. Llegó al poder de forma atípica, en unas jornadas terribles, y gozó de una legislatura económicamente dulce, unida a las victorias de Nadal y Alonso. Cuando la economía se torció, la selección de baloncesto fue campeona del mundo. Ahora, en plena crisis, es el fútbol, el arma de euforización masiva, el que echa una mano: en el peor de los casos, España jugará por el tercer y cuarto puesto; es muy posible que llegue a la final de la Eurocopa. La carabela de Zapatero sigue a flote, al menos hasta septiembre.
Absurdos
ENRIC GONZÁLEZ 25 JUN 2008
Debería dedicar estas líneas, probablemente, a la noticia de Telemadrid, que ayer a mediodía mejoró su programación: no hubo, por la huelga. O a hablar del mosqueo entre Buenafuente y Sardá. Resulta que Buenafuente invita a Sardá a su programa, y Sardá no quiere ir. Con lo bonito que sería reunir de nuevo, ya multimillonarios y con el garganchón bien curtido, a los dos viejos amigos. Buenafuente lo cuenta en su blog, para que todos sepamos lo que piensa: que el otro es un borde. Qué barbaridad. Cómo está España. Parecía que salíamos de la crispación, y mira.
También se podría decir algo del fin de temporada de El internado, esta noche. U organizar una porra sobre cuántos espectadores tendrán mañana las cadenas sin fútbol. Visto que el España-Italia atrajo al 77% de la audiencia, no quiero ni pensar en lo que ocurriría si Aragonés y los suyos llegaran a la final. ¿Y si TVE, Tele 5 y Antena 3 invitaran a una caña a cada espectador que huyera del “podemos”? A Cuatro le ha tocado la lotería con esa roja capaz de pasar de cuartos. Ahora habrá que ver cuánta audiencia mantiene Cuatro después del fin de semana, cuando, con copa o sin copa, empiece a pasarse esta fiebre.
Yo soy futbolero, puedo tragarme sin pestañear el partido más indecente, pero me gusta la gente que ignora el fútbol. No los que hacen chistecitos sobre los 22 señores en calzoncillos persiguiendo una pelota, sino los que viven ajenos al asunto. Lo considero una muestra de personalidad.
Permitan que vaya al grano: Peru Egurbide era uno de estos tipos con personalidad. Sabrán ya que Peru, un patriarca de esta casa, murió el lunes. Tenía el mejor mal carácter que he conocido. Hay que ser muy especial para pasarse la vida refunfuñando sin conseguir engañar a nadie: bastaba verle de lejos para saber que era un gran tipo, y de cerca era aún mejor. Me perdí algún partidazo por cenar con él; también me perdí alguna cena con él por ver un partido: ahora me parece absurdo. Todo parece absurdo esta tarde.
Parejas
ENRIC GONZÁLEZ 26 JUN 2008
El maravilloso mundo de la aventura en pareja tiene muchas ventajas, pero también un inconveniente: ya ha sido muy explotado por la televisión. Roger Moore y Tony Curtis, por ejemplo, protagonizaron en 1971 la serie Los persuasores. Moore era un aristócrata inglés, Curtis era un millonario estadounidense, y ambos viajaban por el mundo seduciendo señoritas (la época exigía disipar cualquier sospecha de homosexualidad) y, en los ratos libres, resolviendo intrigas internacionales.
Unos años más tarde, en 1979, Robert Wagner y Stefanie Powers rescataron el espíritu de Los persuasores en Hart y Hart. Trataba de una pareja de multimillonarios con Rolls-Royce descapotable que viajaban por el mundo resolviendo intrigas internacionales; como no había ninguna hipotética homosexualidad que despejar, mataban los tiempos muertos charlando con el mayordomo.
El espíritu de la pareja rica y elegante, que viaja por el mundo resolviendo misterios y viviendo intensamente, parece haber saltado de la pantalla a la realidad. El otro día, viendo al audaz Nicolas Sarkozy y a su esposa, Carla Bruni, precipitándose hacia el avión (un pobre soldado se había suicidado en las cercanías y la policía israelí no quería complicaciones) para despegar de inmediato en busca de nuevas y emocionantes aventuras, creí asistir a un episodio piloto.
¿No estaría bien? Nada de un millonario, como en las otras series: todo un presidente de la República Francesa, con su force de frappe, sus portaaviones y sus yates prestados, y una famosa supermodelo, poetisa y cantante, huida de Italia por la amenaza terrorista.
Antes, algunas series, como El ala oeste de la Casa Blanca, intentaban reflejar el mundo de la política. Ahora es la política europea la que se parece a ciertas series americanas. No diremos a cuál se parece la política italiana, para no ofender a nadie.
Prosperidad
ENRIC GONZÁLEZ 27 JUN 2008
Leo en mi periódico que la difusión de EL PAÍS ha aumentado un 5% en lo que va de año y que se amplía la distancia respecto a sus competidores. Leo en El Mundo que la difusión de El Mundo creció en mayo. Leo en Abc que Abc es el diario cuya difusión más aumentó en marzo, abril y mayo. Leo en La Vanguardia que La Vanguardia refuerza su liderazgo en Cataluña y amplía su ventaja frente a El Periódico. Leo en El Periódico que El Periódico amplía su ventaja como el diario más leído en Cataluña. Ya no sigo leyendo: supongo que a los otros medios escritos les va igual de bien.
Da gusto vivir en esta edad de oro de la prensa de papel. La ciudadanía quiere estar bien informada, hace cola ante los quioscos y, si es necesario, se pelea por el último ejemplar. Los periódicos se venden como pan caliente, eso parece indiscutible. No creo que se pueda dudar de lo que dice un periódico sobre sí mismo: cada uno conoce lo suyo, ¿no? Y todos aseguran que las ventas crecen.
Se comenta que el sector atraviesa una grave crisis publicitaria y que los diarios gratuitos serán las primeras víctimas, pero seguramente se trata de maledicencias: no es lógico que los anunciantes quieran apartarse de unos medios con una audiencia numerosa y creciente. También se oye que la competencia de la televisión es cada vez más dura, y que los jóvenes se enganchan a la información de Internet y prescinden de la prensa de papel. Nada de nada: lean los periódicos y comprobarán que no, que la realidad es la contraria. Incluso se escuchan rumores sobre caídas de beneficios, prejubilaciones y planes para reducir costes. ¿Cómo podría ser eso? ¿Por la crisis? Pero qué crisis: ¿no ha quedado claro que es sólo una desaceleración acelerada?
La conclusión es obvia: hay que buscar empleo en los periódicos. No, no en los anuncios por palabras: en el mismo diario, de lo que sea. El sector está en auge. Ahora mismo, en cuanto acabe esta columnita, voy a pedir un aumento de sueldo. La prosperidad está para compartirla.
UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
El misterio de las manos robadas
ENRIC GONZÁLEZ 29 JUN 2008
¿Y si las manos robadas ocultaran el secreto? No es probable, pero nada es probable en este caso. Italia y Argentina son dos países inverosímiles. Cuesta creer que dos sociedades cultas, asentadas sobre territorios generosos, acumulen tantos fracasos. Y tantos misterios. Falta una explicación coherente para ese paralelismo. Ante un enigma, los italianos suelen tender a la dietrología, la ciencia de lo que está detrás, escondido, y aciertan con frecuencia. Quizá las manos de Perón, robadas en junio de 1987, no oculten nada. Quizá ya no existan. Pero no caben dudas sobre la conexión masónica entre ciertos poderes de Italia y Argentina, urdida por Licio Gelli en la posguerra y robustecida por la logia secreta P2 (Propaganda Due) en los años de plomo y de la Junta Militar. La tentación de especular resulta irresistible.
La tumba había sido profanada y alguien había cortado con una sierra las manos del cadáver embalsamado
El robo de las manos de Perón es bien conocido. El 29 de junio de 1987, el caudillo peronista Vicente Leónidas Saadi recibió una carta firmada por “Hermes Lai y los 13″ en la que se exigía un rescate de ocho millones de dólares por las manos, el anillo y el sable de Juan Domingo Perón. Saúl Ubaldini, dirigente sindical del peronismo, recibió casi simultáneamente una carta similar. Los mensajes incluían, como prueba de autenticidad, un pedazo del poema de Isabelita Perón colocado sobre el féretro. La tumba, en efecto, había sido profanada, y alguien había cortado con una sierra eléctrica las manos del cadáver embalsamado. Los profanadores rompieron la urna, supuestamente para despistar: poseían las 12 llaves de apertura. Nunca más se supo de las manos o de los ladrones.
El juez que investigaba el asunto, Jaime Far Suau, murió en noviembre de 1989 en accidente de tráfico: su coche volcó en una larga recta, de forma técnicamente inexplicable. El comisario Carlos Zunino, que trabajaba con el juez Far Suau, recibió un balazo en la cabeza, pero salvó la vida. Paulino Lavagna, vigilante nocturno del cementerio de Chacarita, donde se encontraba la tumba, denunció que intentaban matarle; poco después fue asesinado a golpes. María del Carmen Melo, una mujer que dijo haber visto a un sospechoso cerca de la tumba, también murió a golpes.
El juez Far Suau trabajaba sobre tres hipótesis. Una, que las manos o el anillo de Perón ocultaban la clave de acceso a cuentas cifradas en Suiza; eso se descartó poco después. Dos, que el acto fue cometido por un grupo de militares, con el objetivo de desprestigiar el Gobierno democrático de Alfonsín y frenar las investigaciones sobre los crímenes de la dictadura. Tres, que se trató de un castigo ritual ejercido por miembros de la logia P2, como represalia por el incumplimiento, por parte de Perón, de los acuerdos económicos establecidos con su viejo amigo Licio Gelli.
Leandro Sánchez Reisse, matón durante la dictadura y breve compañero de celda de Gelli en Europa, acusó públicamente al fundador de la logia P2 de organizar la mutilación ritual. Dos periodistas, David Cox y Damián Nabot, sostuvieron la misma tesis en La segunda muerte, un libro basado en argumentos esotéricos.
¿Conoce la verdad Licio Gelli? Fue fascista durante la guerra y trabajó en la posguerra para que varios jerarcas nazis pudieran escapar hacia Argentina; fundó la logia secreta a la que pertenecieron casi todos los poderosos italianos (Silvio Berlusconi incluido) y varias figuras del peronismo tardío, como José López Rega, El Brujo, y de la posterior dictadura militar argentina, como el ex almirante Emilio Massera; fue procesado (y absuelto por falta de pruebas) por el asesinato de Roberto Calvi, presidente del Banco Ambrosiano y gestor de fondos del Vaticano y de la Mafia. Gelli, el grande vecchio, sigue vivo, tranquilamente retirado, a los 89 años, en su casa de Arezzo, y no suelta sus secretos. Escribe poesía, añora el fascismo y deplora la decadencia italiana. Esa decadencia que, dice, él intentó frenar con el gobierno clandestino de la P2.
Es curioso el nexo de Gelli entre dos países tan peculiares y sufridos como Italia y Argentina. Es curioso que de los tres cadáveres argentinos más célebres, Gardel aparte, uno fuera robado (el de Evita Perón) y otros dos sufrieran la mutilación de las manos (el de Perón y el del Che Guevara). Es curioso que Italia y Argentina acumulen tantos misterios sin resolver. -
Perón and the enigmas of Argentina, de Robert D. Crassweller. Editorial Norton. 432 páginas.
CENIZAS DE FÚTBOL | EUROCOPA 2008 | LA OTRA MIRADA
El viejo
ENRIC GONZÁLEZ 29 JUN 2008
Y yo, señor juez, ¿qué culpa tengo? El viejo era la víctima perfecta. No había más que verle deambulando por ahí con el chándal chillón, mal afeitado, con la piñata bailándole y esas gafas antiguas, que ni veía de lejos ni veía de cerca. Era la víctima perfecta. Si es que parecía pedirlo, señor juez, parecía pedir que le llovieran palos. Y no me negará usted que el tipo caía mal. Eso no lo digo yo, se acordará usted mismo: todo el mundo, o casi todo el mundo, se la tenía jurada.
Se hablaba mal del viejo, es verdad, y se echaba mano de cualquier excusa. Como lo del racismo. Decían que el viejo insultaba a los negros, y hasta le pusieron una multa. Qué le voy a contar: el caso era liarla, y complicarle la vida. No, claro, el viejo no era racista. Tampoco era ludópata, aunque en una época se dejara sus perrillas en el juego. Depresivo quizá sí, quién sabe. Qué más da.
Si pudiera, se lo diría a la cara: señor Luis Aragonés, se ha portado usted como un hombre
A lo que íbamos: la víctima perfecta. Cada uno vive de lo que puede. Él vivía de llevarse palos, y yo, nosotros, de pegárselos. Y la gente encantada. Porque el viejo, encima, se defendía, se encaraba, intentaba explicarse, se negaba a irse. En este negocio nada funciona mejor que una víctima que se resiste. A la gente le encanta. La gente, señor juez, tiene muy mala leche. Y no lo digo para justificarme, que también: es que es la pura verdad.
Honestamente, yo no esperaba que las cosas fueran a acabar así. Cuanto más lo pienso, más extraño me parece. El asunto pintaba clarísimo: sólo era cuestión de darle palos hasta que se cansara y se largara sin conseguir nada. Mírelo fríamente, señor juez: ¿quién podía prever que el viejo consiguiera algo? Estaba condenado de antemano, lo que se dice un pringao. Así han sido siempre las cosas, ¿no?
Cómo nos equivocamos. Fue sólo eso, una equivocación sin maldad. Le pegábamos sin ensañamiento. Casi en defensa propia, mire lo que le digo. Porque alguien tenía que defender los intereses de todos, y el viejo parecía un peligro público. Que si Raúl, que si los bajitos, que si otra vez la maldición de cuartos, que si el espíritu perdedor, que si ya tiene sustituto, que si a ver cuándo se va… A ver, sea sincero: ¿pensaba usted que el viejo iba a resultar, a su edad y con su historial, la admiración de toda Europa?
Y, sin embargo, aquí estamos. En la final, con un equipo de lujo y con el viejo hecho un sabio. Porque ha resultado que sí, que él era un sabio y nosotros, los periodistas, unos capullos. Yo, al menos, estoy confesando, señor juez, a ver si me vale como atenuante. Otros que le ponían a parir parece que hayan estado siempre con el viejo, apoyándole a muerte. ¿Sabe usted? Me alegro de todo esto. Tiene como una justicia poética. Me alegro sobre todo por el viejo, que ha aguantado lo que ha aguantado. Si pudiera, se lo diría a la cara: señor Luis Aragonés, se ha portado usted como un hombre.
El corazón del dinero
ENRIC GONZÁLEZ 29 JUN 2008
Una milla cuadrada. Una ciudadela medieval junto al Támesis. Es la City de Londres, la fábrica del crecimiento económico del Reino Unido y sede de las finanzas del mundo, hoy amenazada, una vez más, por la crisis.
Es la ciudad más pequeña de Inglaterra: una milla cuadrada. Y la más rica. El año pasado, la mitad del crecimiento económico británico se fabricó aquí, en estas callejas medievales flanqueadas de rascacielos. El Reino Unido vive de la City londinense, y la City cobra en consecuencia. En 2007, los ejecutivos de la ciudadela se concedieron unas bonificaciones de 14.000 millones de libras, más de 17.000 millones de euros. Algunos fueron especialmente generosos consigo mismos: Noam Gottesman y Pierre Lagrange, ambos de 44 años, gestores del hedge fund GLG Partners, se embolsaron unos 200 millones cada uno. Las cifras ya no dicen mucho hoy día. Quizá otro dato resulte más revelador: la lista de espera para adquirir un Rolls-Royce superaba en enero, con la crisis ya encima, los cinco años.
Ésa es una parte de la verdad. La otra son los despidos. Este año, el frenazo económico dejará en la calle entre 10.000 y 40.000 personas. Bastantes millonarios de 2007 serán parados en 2008.
La City constituye un fenómeno único. Las otras dos capitales financieras del mundo, Nueva York y Tokio, representan a las dos mayores potencias económicas, Estados Unidos y Japón. La City, cuyo régimen autónomo y sus instituciones medievales guardan un lejano parecido con la Ciudad del Vaticano, sólo se representa a sí misma. No es la cabeza de un gigante económico, y sólo es inglesa desde un punto de vista geográfico. En la City imperan las instituciones extranjeras. Ya era así en el origen: sus primeros banqueros, en el siglo XII, fueron italianos, mayoritariamente lombardos, que financiaban el comercio de lana. Por eso, una de las calles más antiguas de la milla cuadrada, a pocos metros del Banco de Inglaterra, se llama Lombard Street.
Lo que se hace aquí podría hacerse, en teoría, en cualquier otra parte del planeta. Pero se hace en este laberinto junto al Támesis.
Antes de adentrarse en el laberinto, conviene consultar con un guía cualificado. Andrew Smithers reúne todas las condiciones. En 1959, recién salido de Cambridge, empezó a trabajar en SG Warburg. Pasó tres años en Tokio y luego ocupó posiciones de alta responsabilidad en la que, durante décadas, fue la más célebre institución privada de la City.
Hoy ya no existe Warburg, adquirida y absorbida en 1995 por Swiss Bank Corporation. SG Warburg se estableció en Londres en los años treinta, como refugio de pequeños negociantes judíos fugitivos de los nazis. Después de la guerra se erigió en bandera del cambio. SG Warburg organizó la primera OPA hostil realizada en la City, lanzó la primera emisión de eurobonos y supo aprovechar al máximo el big bangde 1986, cuando el thatcherismo internacionalizó las finanzas británicas y las liberó de regulaciones. SG Warburg era un modelo. Tenía casi 400 altos ejecutivos financieros, dedicados a asesorar a las mayores empresas mundiales.
Andrew Smithers permaneció durante años en el círculo más alto de SG Warburg y se estableció por su cuenta, en Smithers & Co., antes de que tomaran el control los suizos. Ahora, parcialmente retirado, escribe libros sobre finanzas y colabora en medios como Financial Times.
Smithers vivió la formidable reconversión de la City desde el bombín al ordenador.
La City heredó del Imperio británico una cierta facilidad para captar dinero de todo el mundo. Pero tras la Segunda Guerra Mundial entró en relativo declive, y hacia los años sesenta parecía condenada. Los impuestos sobre los ejecutivos eran altísimos. “Hubo un año en que pagué a Hacienda el 103% de mis ingresos totales, lo cual le da una idea de cómo estaban las cosas”, explica Smithers. La madeja de regulaciones establecida por los Gobiernos laboristas con el fin de proteger a los inversores y los trabajadores y reforzar la solvencia de los bancos asfixió a la ciudadela financiera. “Se hizo imposible operar con normalidad en el mercado de eurobonos, y nosotros, en Warburg, decidimos llevarnos el negocio a Luxemburgo”, recuerda.
Justo antes de que Margaret Thatcher llegara al poder se emprendió una reforma inspirada en el sistema americano. Eso salvó la City y, sin embargo, desgarró sus tradiciones. “La americanización iba en contra de nuestros principios ancestrales porque favorecía claramente a los más ricos”, dice Smithers. “Cuando no hay reglas ocurre como en el póquer: si un jugador puede apostar más dinero que los otros, lo normal es que gane la partida”. La propia Thatcher encarnaba valores contrarios al conservadurismo británico, inclinado a la perpetuación por vía hereditaria y a mantener un cierto compromiso con el resto de la sociedad. Thatcher representaba la meritocracia y el egoísmo: los valores más adecuados para competir en las finanzas planetarias.
“En mis inicios”, comenta el guía, “la City era clasista, sólo se oía el inglés académico; ahora abunda el acento cockney y el clasismo casi ha desaparecido; es mucho menor, desde luego, que en Alemania o Japón. Otra cosa: yo sigo llevando corbata cuando acudo a la City; mi hijo, que también trabaja allí, viste, en cambio, de manera informal”. La City de hoy es hija de Margaret Thatcher.
¿Por qué la City sigue siendo una plaza financiera de primer orden? Tiene cierto peligro hacerle esa pregunta a un sabio irónico como Smithers. Su respuesta: “Hay dos hipótesis. Una, que somos brillantes en las cuestiones de dinero. La otra, que somos malísimos en todo lo demás y, comparativamente, parecemos buenos en el negocio bancario”. Y agrega: “También puede contribuir el hecho de que sucesivos Gobiernos británicos se han empeñado en fomentar la industria, la agricultura y el resto de cosas que van mal o ya no existen, y han dejado tranquila a la City”.
En materia de talento profesional, la aportación británica a la City es cada vez menor. La ciudadela atrae a gente de todas partes. Cambridge y Oxford siguen canalizando licenciados hacia el sector financiero, que consume talentos de todas las especialidades. La economía y las matemáticas son buenas bases, pero también sirven ingenieros, biólogos, químicos… El ramo de los analistas, dedicado a seguir las empresas de todos los sectores, incluye a personal de la procedencia más variada. La City es hoy un campamento multinacional, y en los niveles medios, los ciudadanos británicos empiezan a estar en relativa minoría.
Son muchas las razones por las que la City mantiene una dimensión mundial y una abrumadora hegemonía en Europa. Cuentan la tradición y la herencia imperial, sí, pero también otros elementos. Como la lengua inglesa, por ejemplo: Inglaterra exportó a todo el planeta el idioma de los negocios y ahora se beneficia de ello. También es relevante la posición geográfica. Hay nueve horas de diferencia entre Tokio y Londres. Cuando la Bolsa de Tokio cierra, la de Londres está a punto de abrir. Y cuando cierra la de Londres, recoge el relevo Nueva York, que a su vez cierra cuando Tokio abre. El círculo sería más perfecto si Wall Street estuviera en California. La gente de la City, que tiende a considerarse el centro del mundo, lamenta a veces que América fuera colonizada desde Europa y no desde Asia. Con un centro financiero en Los Ángeles, en lugar de Nueva York, los relevos bursátiles resultarían casi exactos.
Ya hemos dicho que la City es muy pequeña. Conceptualmente es mínima. Si se le pregunta a un financiero, la respuesta resulta invariable: “EC 1”. EC 1 es el código postal que incluye el Banco de Inglaterra, las sedes de las antiguas bolsas y las instituciones privadas más señeras. La City, en realidad, es un poco más amplia y abarca todo el Londres antiguo, nacido sobre el Londinium romano y amurallado en la Edad Media. En el extremo occidental, marcado por la estatua de un dragón, Temple Bar. En el extremo oriental, la Torre de Londres. Y más o menos en el centro, la catedral de St. Paul.
La catedral solía dividir el territorio que ocupaban los tres gremios que convivían en la City: al Oeste, abogados y periodistas; al Este, financieros. Los periodistas ya se han ido de Fleet Street, que en otro tiempo albergó los principales periódicos y agencias. La City ahora es para abogados y financieros, los participantes inevitables en cualquier negocio de dinero. Estos últimos años, la bonanza económica ha decantado la primacía del lado oriental, el de las finanzas. Siguiendo la tradición, la crisis cambiará el equilibrio: en los malos tiempos, cuando las quiebras derivan en litigios y afloran los fraudes cometidos durante la euforia bursátil, quienes se hacen ricos son los abogados.
Esa parte occidental, la jurídica, es otra de las razones de que la City sea la City. Las empresas de todo el mundo firman contratos en Londres porque, en caso de litigio, se fían de sus tribunales. No hay que creer que los jueces británicos dispongan de elevados conocimientos sobre la ingeniería financiera: en los procesos complicados, un tribunal de la City va tan perdido como cualquier otro. La tradición jurídica inglesa, basada en la costumbre y el sentido común antes que en los reglamentos, y la extraordinaria especialización de los abogados mercantiles ofrecen, sin embargo, garantía suficiente para quienes firman acuerdos multinacionales. En muchos contratos firmados en cualquier parte del mundo sigue incluyéndose una cláusula que establece que las posibles diferencias entre las partes deberán dirimirse en Londres.
La City más moderna ha crecido, extramuros, hacia los Docklands, los antiguos muelles del este. Ahí, en un asentamiento de rascacielos construido al final del thatcherismo, semivacío y ruinoso en la recesión de los noventa, se han establecido los “nuevos ricos”: los hedge funds,fondos de gestión privada esencialmente desregulados, opacos y especulativos, están en el East End y los Docklands. Por su naturaleza especulativa, algunos hedge funds se hacen de oro en las crisis. Pero en conjunto, esa misma especulación tiende a hacerlos frágiles. Una anotación de Smithers: “No sólo la City, todo el Reino Unido se ha convertido en un gigantesco hedge fund, lo que nos coloca en una situación de alta vulnerabilidad. El hedge fund es para nosotros lo que el petróleo para Arabia Saudí”.
La City no es un barrio residencial. Nadie vive allí. O casi nadie: algunos bloques de apartamentos, como los construidos en el Barbican después de la guerra, permiten mantener una mínima población estable. Son menos de 10.000 personas. Pero cada día fluye hacia la City una marea humana de unas 400.000 personas. Esa desproporción se compensa, de forma británicamente alambicada, por la vía electoral. En la City, las empresas tienen derecho a voto. Ese vestigio de los gremios medievales se mantiene, igual que la policía propia, el lord mayor(alcalde) y ciertas peculiaridades mercantiles, con el fin de preservar la identidad y la autonomía de la ciudadela, y evitar que los residentes se impongan a la mayoritaria población diurna.
La mejor manera de comprender qué es la City, en términos humanos, consiste en observar la estación de Liverpool Street a primera hora de la mañana. Primera, o primerísima. Desde mucho antes del amanecer, los ferrocarriles y el metro vomitan decenas de miles de personas, encadenadas a su móvil y a su ordenador portátil. No sólo el proletariado de las finanzas utiliza el transporte público. Las normas para limitar el tráfico y las medidas antiterroristas (la City fue un objetivo casi obsesivo para el IRA y es ahora una de las obsesiones del terrorismo islamista) han convertido el coche en un lujo reservado a los dirigentes de mayor nivel. A la City se va colectivamente. El espectáculo es digno de verse.
Imagine. Son las seis de la mañana de un día cualquiera de enero. Llueve. Aún es de noche, y después del amanecer habrá algo bastante parecido a la noche, que durará hasta que anochezca. El invierno londinense proporciona bastantes de estas jornadas oscuras, empapadas por una llovizna implacable. Siga imaginando: acaba de emerger usted de una estación, la de Liverpool, la de Moorgate, o cualquier otra, y camina bajo la lluvia dentro de una riada humana. El paisaje es de lo menos estimulante. Sobre el trazado urbano medieval, hecho de callejas retorcidas y de pasajes estrechos, se ha alzado una selva de rascacielos. Algunos edificios ofrecen consuelo a la vista. La mayoría, por el contrario, sólo oprime el alma.
La City ha sufrido tremendas devastaciones. Los incendios de 1212 y de 1666 asolaron casi por completo los edificios medievales. Los bombardeos nazis, a partir de 1940, abrieron boquetes en la ciudadela. Y la reconstrucción no ayudó demasiado. El brutalismo arquitectónico de la posguerra, los engendros presuntamente colectivistas de los sesenta (véanse los rascacielos del Barbican, un monumento al hormigón y al horror) y la especulación desatada, algo consustancial a Londres, y en especial a la City, configuraron un paisaje estéticamente angustioso. Sólo en ciertos parajes periféricos, como el pequeño cementerio de Bunhill Fields, en el extremo norte, es posible disfrutar de un poco de calma y de un pequeño espacio abierto. La reciente incorporación de algunos edificios transparentes (como la sede de la reaseguradora Lloyds) o coloridos (como el gigantesco pepino de Swiss Re) ha aportado algo de luz a una geografía que mantiene un carácter esencialmente oscuro.
Ese entorno se combina con unas jornadas laborales tremendas: no es raro hacer doce horas diarias. Y con una interacción humana basada en el cinismo, como corresponde a una ciudadela cuya existencia está basada en el dinero. Aquí los hombres mantienen una amplia mayoría. Eso no se debe a la formación (los mejores currículos académicos suelen ser femeninos) ni a la discriminación laboral. Ocurre como en otras profesiones: muchas mujeres desisten de escalar puestos en la City porque las jornadas laborales resultan incompatibles con una vida familiar razonable, o incluso con la vida a secas.
La City ha generado su propia cultura. El mejor reflejo de lo que es la ciudadela está en una tira cómica, Alex Masterley, y aparece cada día en las páginas económicas del conservador Daily Telegraph. La primera tira de Alex Masterley, firmada por el guionista Charles Peattie y el dibujante Russell Taylor, se publicó en 1987, cuando la City era un manantial de oro, en un diario de breve existencia, el London Daily News. Ese mismo año pasó al recién creado The Independent, otra institución simbólica de aquel momento, y una década después se estableció en el Telegraph.
Alex es un banquero de inversiones excepcionalmente cínico, cuya vida se ha desarrollado siguiendo los altos y bajos de la City. Cuando comenzó era un joven licenciado, soltero y ambicioso. Hoy, casado y con un hijo que aspira a trabajar también en la City, es un alto ejecutivo, casi cincuentón, subordinado a un jefe estadounidense neocon y temeroso de que la crisis le deje en la calle. Eso ya ha sucedido alguna vez. Mientras, se atiene a sus principios de siempre. Un ejemplo, la tira publicada el 17 de junio. Alex está en la barra de un pub con su viejo colega Clive. “La recesión está golpeando duro, Clive”, dice. “Mantengo mi principio de no pagar nunca una copa de mi propio bolsillo, pero se hace cada vez más duro colar estas cosas en la nota de gastos”. Clive contesta: “Alex, ¿no estás siendo demasiado egoísta quejándote de los recortes en nuestras cuentas de gastos? ¿Te olvidas de los miles de colegas de la City que están perdiendo su empleo?”. Alex: “Por supuesto que no, Clive. Al fin y al cabo, estamos en la copa de despedida de Comosellame”. “Sí, y no parece contento, apenas nos conoce”. Y Alex: “Pedimos otra botella de Moët & Chandon, la cargamos en su cuenta y nos vamos: tenemos otra despedida a las 19.30”.
Cuando llega una ola de despidos, suele ser brutal. Mandan los ciclos económicos, tan asumidos como la meteorología. Volvamos a Andrew Smithers: “Las finanzas son volátiles por definición, y los bancos, atrapados entre las exigencias del corto plazo y el largo plazo, quiebran más o menos cada 10 años, con bastante regularidad”, explica. También por definición, la City tiende a asumir riesgos imprudentes. “Lo normal”, dice Smithers, “es explotar al máximo los buenos momentos y ganar todo el dinero posible, aun sabiendo que se forma una burbuja y que en algún momento estallará. El momento del estallido ayuda, porque si uno pierde su empleo, lo pierde junto a muchos otros”.
El pub constituye una institución fundamental. Al final de la jornada, todos los de la City se abarrotan de gente. Es el momento de beber y relajarse, antes de volver a casa. La invasión extranjera y laamericanización han reducido antiguos símbolos de la sociedad clasista, como los clubes, a la categoría de simple anécdota. Una última información de Smithers: “En el London Capitol no se come mal, pero es bastante aburrido. El City of London Club y el City University Club también lo son. Si uno quiere encontrarse con otros miembros de su especie, puede ir al edificio de Lloyds o la Bolsa; en esos lugares hay mucha gente y son clubes en sí mismos”.
Provocadores
ENRIC GONZÁLEZ 30 JUN 2008
Hoy somos lo mejor del mundo, o somos unos desgraciados. No lo sé, escribo antes del trascendental evento. Una cosa está clara: somos gente de extremos, de piel muy fina y sentimientos fácilmente heribles. Recuerdo la bronca que se montó con Rubianes y aquello que dijo sobre los “putos españoles”. Y tengo presente que algunas sensibilidades han sido heridas por el hecho de que algunos españoles afirmaran no estar con la selección española, sino con su rival. No es mi caso. Pero no es grave, al contrario. Es higiénico. Las grandes sociedades integran todas las contradicciones y aborrecen la unanimidad.
Quizá nunca hemos tenido grandes charlatanes político-humorísticos, gente capaz de elevar el debate social con eso que llaman stand up,porque no estamos dispuestos a permitir ciertas cosas. Somos buenos con el humor absurdo (Gila, Faemino y Cansado), porque no ofende, pero no tenemos quien nos fustigue. ¿Han visto alguna vez El club de la comedia? ¿Han salido iluminados de la experiencia? ¿No? Pues a eso me refiero.
En Estados Unidos, ese país del que tanto desconfiamos, acaba de morir George Carlin. Ese hombre tenía un lema: “Es deber de un comediante saber dónde está el límite, y cruzarlo de forma sistemática”. Carlin, de ideología más bien conservadora, nunca respetó a nadie. Una de sus frases: “¿Saben cuál es la ventaja de todas esas ejecuciones en Tejas? Menos tejanos”. ¿Se imaginan la que se habría armado aquí con una frase de este tipo referida a los catalanes, los madrileños o los salmantinos? Otra frase: “Estoy a favor de la separación entre Iglesia y Estado. Si por separado ya nos joden la vida, unidos son mortales”. Otra: “Piense en lo estúpido que es el ciudadano medio; pues bien, la mitad de los ciudadanos son más estúpidos que él”. El día que aparezca en una televisión española (Carlin sólo aparecía en las de pago) un provocador de este calibre, y nos haga reír y pensar, seremos, campeones o no, un poco mejores.
Pudieron
ENRIC GONZÁLEZ 1 JUL 2008
Fue un gran momento televisivo, desde el principio hasta el final. Un momento muy largo, porque la velada futbolística duró un montón de horas. Puestos a escoger un instante, gol al margen, me quedo con una de las primeras imágenes de la fiesta: Juanma Castaño, el desenvuelto entrevistador de vestuarios, empapado de cerveza y champán, abrazado a los jugadores y alzando el trofeo. Fue una muestra de complicidad, de compadreo bien entendido, que resumió una de las claves del éxito: el buen ambiente colectivo que se vivió a lo largo de la Eurocopa. Por una vez no hubo conflictos, ni en el equipo, ni en el entorno inmediato, ni en la tribuna de prensa, ni en la grada.
Cuatro (que pertenece al mismo grupo empresarial que este diario) había efectuado una apuesta de alto riesgo. Invirtió un dineral, unos 70 millones de euros, en la compra de los derechos de transmisión, y asumió la responsabilidad de efectuar una cobertura a la altura de las circunstancias. El éxito profesional no podía darse por descontado, dado que la cadena, pese a la experiencia acumulada en Canal +, es novata. El éxito deportivo, mucho menos. Más bien al contrario: si algo había que dar por descontado era el fracaso en cuartos, ateniéndonos a la historia.
La gente de Cuatro quiso ser optimista. “Podemos”, dijeron. Y se pudo, vaya si se pudo. El nivel de sus profesionales ha sido notable: pese a ciertos excesos radiofónicos y forofísticos de la locución en los partidos, pese a algunos ratos tediosos en la espera, pese al ocasional empacho de monotema futbolístico, el trabajo de esta gente (los que se fueron a Austria y Suiza, los que se quedaron en Tres Cantos, los que hicieron campamento en la plaza roja) merece felicitaciones. Su nivel no ha desmerecido del juego de la selección, y eso es muchísimo. Por una vez, todos contentos. Enhorabuena.
Jóvenes
ENRIC GONZÁLEZ 2 AGO 2008
Me cago en mis jefes, tronco. Así, por la cara, porque me hacen trabajar el puto fin de semana. Qué vacile, tío.
La columna empezaba así y seguía en este plan. Dediqué todas mis vacaciones a pensarla y pulirla, con el ánimo de abrir con ella nuevos territorios periodísticos y atraer hacia este rincón tan remoto al grueso de los lectores de prensa escrita, que, por lo que vengo deduciendo desde hace tiempo, son, en abrumadora mayoría, chavales en plena pubertad. Por desgracia, alguien se me ha adelantado en el experimento. Y en este mismo periódico. Mejor me rindo y lo dejo: otro se ha apuntado el éxito.
La tendencia, en cualquier caso, está ahí. Los adultos queremos conocer a nuestros hijos, descubrir qué piensan, oír sus secretos. Que nos cuenten, a su manera y con sus propias palabras, esa vida suya tan interesante, y que nos digan, con total sinceridad, lo “pringaos” que somos. Evidentemente, preferimos escucharnos por delegación, ahorrándonos la pesadez de conversar con nuestros hijos de verdad, esos capullos con los que hablar es imposible. Puestos a escuchar una voz adolescente, que sea la de otro adolescente, no la del zoquete hostil con el que a veces nos cruzamos por casa.
Espero con ansia el estreno de Una cámara en mi casa, un docu-reality de la Sexta, anunciado para el 10 de agosto, en el que chicos de entre 9 y 14 años filmarán y comentarán “absolutamente todo” (eso anuncia la empresa) lo que ocurre en su hogar. Yo, como miembro de una de las generaciones más bobas de la historia, esa generación que fuma tabaco y canutos a escondidas de sus hijos, necesito saber qué opinan los chicos. Y que me insulten. Por delegación, faltaría más: para eso están sus viejos.
Ah, el ímpetu de la eclosión hormonal. Ah, la clarividencia de los chicos. Qué envidia.
Por cierto, jefes, que lo del principio era una licencia poética. Un arranque juvenil, digamos. Cosas de adolescente revenido. ¿Cómo iba a meterme con vosotros, yo solo contra tantísimos?
Juegos
ENRIC GONZÁLEZ 3 AGO 2008
Que lleguen de una vez los Juegos. Que empiecen ya, y acabemos de una vez con todo el fárrago previo. Como los anuncios con que Televisión Española promociona la competición olímpica, abonados a la línea tecno-mutante que impera hoy en la publicidad deportiva. TVE sigue la estela de Cuatro. ¿Recuerdan a Iker Casillas convertido en algo así como Mazinger Z? En la cosa olímpica, unos cuantos atletas escogidos participan en un remedo de los X-Men. Y me pasa lo mismo que con los anuncios de la Eurocopa. La imagen de Roger Federer, ese señor tan educado y elegante, golpeando un meteorito, me parece la mejor alegoría sobre las ventajas del dopaje.
En cuanto a la voz en off, tan profunda y sugestiva, parece un canto a las maravillas del consumo abusivo de tabaco negro. Serán manías mías, pero los anuncios de las competiciones deportivas, basados en la violencia, la tribu y la monstruosidad física, me sugieren ideas curiosamente antideportivas.
Hay otra publicidad, aún más engañosa. Me refiero a la publicidad incluida en los telediarios. Siento un pálpito de tristeza cuando veo a Rosa María Calaf, un gran personaje del periodismo español, haciendo publirreportajes sobre las gigantescas obras olímpicas, el delicioso nuevo parque de Pekín o la exquisita organización china.
Todos los Juegos Olímpicos contemporáneos son, en esencia, una masiva plataforma publicitaria para una ciudad y un país. Ocurre, en este caso, que el producto chino se me atraganta. China sigue gobernada por un régimen tiránico, pese a los matices y las concesiones. China encarna la triple alianza entre dictadura, tecnología y multinacionales que puede caracterizar al siglo XXI.
Que empiecen ya los Juegos, por favor, o no me quedará estómago para verlos.
Terror
ENRIC GONZÁLEZ 4 AGO 2008
Viví 30 años de guerra fría. Por entonces, la gran amenaza consistía en una guerra nuclear entre las superpotencias que, además de aniquilar a gran parte de la humanidad, iba a producir un invierno perenne en el planeta. El invierno nuclear, decían. Los supervivientes de la orgía atómica quedarían condenados a vagar por una estepa helada, azotada por ventiscas de nieve, y a morir poco a poco, hasta la extinción completa de la especie. Supongo que todo eso es aún posible, porque los arsenales nucleares siguen existiendo, pero ya no se habla de ello. Ése es un terror amortizado. Ya no vende.
Ahora pende sobre nuestras cabezas el cambio climático. Yo me declaro contrario a ese cambio y confío en que no ocurra. La hipótesis del calentamiento global (sólo una hipótesis, por ahora) no carece de fundamento, pero me incomodaría tener que dar la razón a científicos venerables, simpáticos y entrañables como James Lovelock, creador de una celebrada teoría según la cual el planeta, o Gaia, funciona como un organismo autorregulado, y en su momento logrará sobrevivir cargándose a unos 5.500 millones de personas. Es posible que acierte. Lovelock, sin embargo, es uno de esos tipos que califican de “crimen” la industrialización de la campiña inglesa, que antropomorfizan las cosas y que, en último extremo, dan más importancia a la vida de su gato que a la del vecino. No es mi tipo.
Lamentaría, ya digo, darle la razón a Lovelock. Pero podría vivir, o perecer junto a todos ustedes, sin que me amargara el triunfo de sus tesis. Lo que me aterroriza del cambio climático, más que guerras, hambrunas y migraciones, es una lenta extinción en un agosto perpetuo. ¿Se lo imaginan? ¿No? Pues presten atención un día de estos a los informativos de Antena 3. Como ejemplo, las noticias de ayer a mediodía: las playas están llenas, en las carreteras hay gente que va a la playa, hay gente que va a la playa y no utiliza protector solar, hay gente que se queda en Madrid (nunca se quedan en otras ciudades) y se queja del calor, el calor seguirá en los próximos días y, para cambiar de tema, todos los goles de los partidos amistosos.
Como terror colectivo, la hipótesis del invierno nuclear me parecía mucho más elegante.
Perros
ENRIC GONZÁLEZ 5 AGO 2008
Al inolvidable Jaume Perich le gustaban más los gatos que los perros. Y esgrimía un argumento de peso: a un gato nunca se le ha ocurrido hacerse policía. Las cosas, y sobre todo la policía, han cambiado mucho en unas décadas, pero el argumento se mantiene. En Abu Graib los carceleros estadounidenses no azuzaban gatos para aterrorizar a los presos. Yo tengo tres gatos y ningún perro, pero me declaro ecuménico: ambas especies me gustan por igual.
Mi primera devoción televisiva fue Rin tin tin. Quizá los jovencísimos lectores de este periódico no hayan tenido ocasión de ver la serie, ni las películas que la precedieron. El primer Rin tin tin (1918-1932) nació en Lorena durante la I Guerra Mundial y fue hallado en una perrera bombardeada por un soldado americano, Lee Duncan, que se hizo de oro con él. Rin tin tin era capaz de aprenderlo casi todo y se convirtió en una estrella famosa. Dicen que murió en brazos de la actriz Jean Harlow. No sé hasta qué punto podía importarle Jean Harlow a un perro, y, ahora que lo pienso, prefiero no especular. El caso es que Rin tin tin hizo popularísimo el pastor alemán en una época en que la raza era prácticamente desconocida y Alemania era asociada con episodios funestos.
El gran rival de Rin tin tin fue la perraLassie, una collie (siempre interpretada por un macho) que se especializó en situaciones lacrimógenas. A día de hoy, el carisma del pastor alemán en la pantalla parece haberse impuesto sobre la elegancia del collie. Ahí está el éxito de Rex, una oscura serie austriaca tan local que en las primeras temporadas los personajes (Rex excluido) hablaban en dialecto, y hubo que subtitularla para emitirla en Alemania.Rex lleva 11 años en antena y es celebérrima en países tan dispares como Australia o Italia. Antena 3 ha empezado a emitir una nueva remesa de episodios en la que el pastor alemán deja su Viena natal (supongo que ya se habían agotado todos los ángulos posibles para filmar la noria del Prater vienés) y se traslada a Roma. Voy a seguir con gran atención los nuevos capítulos. Espero que mantengan las distancias con la política de seguridad de Berlusconi. Como vea a Rexolfateando inmigrantes, rompo mis cromos de Rin tin tin y me paso al bando de los gatos.
Guión
ENRIC GONZÁLEZ 6 AGO 2008
La vida, eso que nos ocurre a la gente, suele ser desordenada e insatisfactoria. Basta fijarse un poco para constatar que la vida tiende al disparate y que, salvo para las personas religiosas, carece de sentido. Tampoco tiene sentido para los religiosos, pero ellos creen que esto de ahora es sólo un borrador o un ensayo, una prueba de admisión para otra vida, la auténtica, en la que todo funcionará perfectamente.
El problema básico de la vida radica en la falta de guión. Improvisamos malamente y acabamos como acabamos. Un buen guión es como la metafísica o la teología: tiene respuestas para todo. Pero, a diferencia de la metafísica y la teología, ofrece respuestas comprensibles. Con un buen guión en las manos, nadie necesita preguntarse quién es, de dónde viene o dónde va.
Ése es el secreto de Camera café(Tele 5), una serie que abandonó hace tiempo los argumentos laborales, presunto punto de partida, y cuelga ahora de un guión. Un guión divertido con diálogos divertidos. Ni sus personajes necesitan coherencia ni sus situaciones realismo. Ahí está el guión con las soluciones. Camera café se ha convertido en uno de los productos más solventes de las televisiones españolas. Cada historieta es una pequeña joya surrealista, un bombón para los espectadores y la audiencia. Si yo pudiera recomenzar mi vida, pediría que me la escribiera esta gente.
¿Existe un más allá? Sí. Y está descubierto desde hace tiempo. El equipo del programa inglés Have I got news for you fue de los primeros en aventurarse sin guión por el proceloso espacio televisivo. Después fue Larry David, antiguo guionista y factotum de Seinfeld, que con Curb your enthusiasm marcó un nuevo hito: la serie sin guión.
Antena 3 ha rescatado de la TDT Impares y la ha llevado a horario estelar. Es una serie de retazos más o menos improvisados sobre las primeras citas de diversas parejas. Por lo visto hasta ahora, tiene el desorden de la vida, pero con gracia. Mírenla, y para valorar su mérito, recuerden que los actores carecen de guión. Como nuestras propias vidas, o el Gobierno Zapatero.
Original
ENRIC GONZÁLEZ 7 AGO 2008
Hubo una época en que idear una serie original resultaba sencillísimo. Bastaba un policía con cualquier circunstancia peculiar: un policía inválido (Ironside), un policía gordo (Cannon), un policía con un loro (Baretta). Hablamos de la antigüedad, claro. Con los años, las cosas se fueron complicando. Ya no bastaba con añadir un detalle curioso. Si se producía una serie de médicos, el protagonista tenía que ser raro de narices (un misántropo toxicómano, como el doctor House); si la serie giraba en torno a un forense, el forense tenía que ser un psicópata asesino (Dexter) o trabajar sobre casos absolutamente marcianos (CSI).
La sociedad estadounidense HBO ha sido estos últimos años quien más ha forzado las meninges de sus guionistas. ¿Una comedia dramática? Nada más divertido y humano que una empresa de pompas fúnebres(Dos metros bajo tierra). ¿Una del oeste? Pues una recreación de los dramas de Shakespeare (Deadwood). ¿Una saga familiar? Ahí están los mafiosos de Los Soprano.
TNT, productora rival de HBO, no se quedó atrás. El año pasado lanzó una serie protagonizada por una policía cínica, alcohólica y (niños, por favor, no leáis esto) fumadora, más o menos homicida y acompañada por un ángel. Se trata de Salvando a Grace, que Cuatro estrena esta noche en España.
¿Qué podía hacer HBO, sino pisar el acelerador? Su penúltimo invento, que se estrena hoy en Estados Unidos, se llama True blood y gira en torno al movimiento vampírico internacional. Siempre hay, sin embargo, un más allá. Lo ultimísimo de HBO, aún en fase de preparación, se llamaHung. ¿Argumento? Un entrenador de baloncesto posee un pene faraónico, y decide rentabilizarlo.
Llegados a este punto, ¿qué podemos esperar para el futuro? Pidámoslo todo: un psicópata asesino que trabaje como médico de enfermedades difíciles, que disponga de un original equipo de colaboradores (pongamos un ángel, un vampiro y un cadáver embalsamado), que sea perseguido por un mafioso neurótico y que, naturalmente, cure a sus pacientes con un portentoso golpe de picha.
Arte
ENRIC GONZÁLEZ 8 AGO 2008
Creo que hay que sentir respeto por las cosas que uno no comprende. A veces, lo incomprensible puede ser altamente sugestivo, como ciertas películas de David Lynch. O apabullante, como una pizarra llena de fórmulas matemáticas. O incomprensible a secas, como buena parte de la pintura contemporánea. En materia de pintura contemporánea me reconozco un zoquete. Será falta de sensibilidad. Me gustan Bacon, Freud y, en general, quienes pintan imágenes inteligibles. Incluso el Richter abstracto me gusta, porque trabaja de forma sistemática y cuando no es visualmente perceptible, resulta al menos deducible.
Prefiero el arte obvio, conciso, funcional, disciplinado. De ahí mi devoción por el arte industrial, que suele catalogarse, erróneamente, bajo la peligrosa etiqueta del “diseño”. El arte industrial implica la cooperación de diversos creadores, especializados en distintas disciplinas, y abarca mucho. Desde el cine (arte industrial) y la televisión (arte industrial), a la fabricación de muebles.
La noticia de la muerte de Andrea Pininfarina apenas fue recogida ayer por los informativos. Y, sin embargo, Andrea Pininfarina perteneció a una familia de grandes artistas. El fundador, Pinin Farina (los sucesores decidieron unir el apodo y el apellido), expuso en el MoMa neoyorquino su célebre Cisitalia (1947), y desde entonces no dejó de crear maravillas.
A diferencia de otros artistas, los Pininfarina necesitaban mucho más que inspiración o talento comercial. Necesitaban un ingente trabajo técnico. Se dedicaban a las carrocerías de automóvil, lo que, además de chapa y pintura, requería ingenieros, físicos, químicos, dibujantes, escultores y un gran número de informáticos. Fueron, por ejemplo, los primeros en utilizar el túnel de viento para perfilar sus creaciones.
Los más hermosos modelos de Ferrari, Lancia, Alfa Romeo, Maserati, Fiat, Peugeot y Volvo salieron de sus talleres. La creatividad de los Pininfarina se extendió con los años a la construcción, el mobiliario, las herramientas o los objetos especiales, como la antorcha para los Juegos de Invierno de Turín. Pinin, Sergio y Andrea Pininfarina, fallecido ayer en accidente, vivieron sin haber firmado jamás algo superfluo o feo. Su trabajo fue importantísimo. Para mí, están a la altura de John Ford o Picasso. En lugar de añadir caos al mundo, trataron de hacerlo más bello y comprensible.
Nación
ENRIC GONZÁLEZ 11 AGO 2008
A los atletas se les prohíbe hablar de política durante los Juegos. Esa es una prohibición pintoresca, y no alcanzo a entender su significado. ¿Qué entienden las autoridades olímpicas por “política”? ¿Será expulsado un atleta por hacer un comentario sobre la necesidad de reformar el Senado español? ¿Y si dice que la Reserva Federal estadounidense no sabe lo que se hace? ¿Habría sanciones? Estoy a favor de una cierta hipocresía. La convivencia resultaría imposible sin ella. La presunta separación entre la política y los Juegos va más allá de la hipocresía razonable. No existe un gesto político más rotundo, esencial y diáfano que abrazarse a una bandera. Y eso es lo que se hace en Pekín. Lo hacen los atletas, los dirigentes, el público, la prensa. Los Juegos, como casi cualquier competición deportiva internacional, son una gran fiesta de las naciones y del nacionalismo.
No me parece mal. El mundo moderno se organizó sobre el concepto de las naciones. Sin la nación y el nacionalismo, y sin el sustrato antropológico de la patria, el Estado quedaría reducido a su función primitiva y esencial: la coacción. Un Estado así de feo, desprovisto de sus atributos sentimentales, no tardaría en hundirse. Y sería el caos. Yo, por lo menos, no tardaría un minuto en declararme contribuyente andorrano. No sé ustedes.
El deporte fue considerado, desde su origen clásico, como una guerra incruenta. De ahí la llamada “tregua olímpica”, ideada para evitar que un conflicto inoportuno truncara la ceremonia sagrada. Rusia y Georgia demuestran ahora que el espíritu olímpico se mantiene fuerte: mientras sus soldados matan, sus atletas se besan en el podio. Qué bonita imagen la de la rusa Paderina y la georgiana Salukvadze (tiradoras con pistola, para más señas), abrazadas en Pekín.
Rindo homenaje a Paderina y Salukvadze. ¿Las expulsarán? ¿Les retirarán la medalla? Es de esperar que sí, porque lo que han hecho constituye una evidente declaración política. Y quizá un ultraje a sus respectivas banderas.
Derrota
ENRIC GONZÁLEZ 12 AGO 2008
La derrota es una implosión, un estallido hacia dentro, y posee una extraordinaria calidad estética. También su carga ética resulta considerable: una victoria ofrece una respuesta única y banal; una derrota, en cambio, plantea infinidad de preguntas y, en cierta forma, enriquece a quien la sufre. En el peor de los casos, constituye una distinción honorable: ya saben, la derrota marca la frontera entre el vencido y el cobarde.
La ciclista Maribel Moreno parece haberse situado, según todos los indicios, en el lado incorrecto de la frontera. La “crisis de ansiedad” y la fuga de Pekín antes de que se descubriera su consumo de EPO (esa droga que genera glóbulos rojos) merecen muy mala calificación. En eso, supongo, estamos todos de acuerdo. La misma Maribel Moreno, aislada y en silencio desde la fuga, debe compartir la opinión general. Ha cometido algo vergonzoso, que empaña la reputación de todos sus compañeros y pone en duda la eficacia y la honestidad de sus jefes federativos.
Esta mujer se ha comportado de manera tonta y cobarde. Ha traicionado la confianza de muchos y ha incumplido un reglamento deportivo. Ha hecho trampa en un deporte pobre y durísimo, de cuya inclemencia sabe mucho más que nosotros: ella es quien pedalea, quien sube cuestas y traga kilómetros, quien se llaga el culo, quien cobra cien veces menos que un futbolista mediocre. Pero ahí se acaba la historia. Maribel Moreno no ha escapado tras atropellar a un peatón, ni ha cometido una estafa inmobiliaria, ni ha maltratado a un niño. Maribel Moreno no ha matado a nadie.
Todos hemos cometido alguna vez algún error atroz, de los que dejan un recuerdo punzante. Todos hemos estado alguna vez en el lado de los cobardes. Muy probablemente, lo nuestro no ha aparecido en la prensa. No hemos sido acusados en la pantalla, en las portadas o en los sermones morales de la radio. No hemos sido el villano nacional.
Lo nuestro, muy probablemente, nos ha salido más barato de lo que merecíamos. Como a los dirigentes deportivos, tan honrados y ofendidos, que ayer se lavaban las manos. A ella, en cambio, este error le costará carísimo. Demasiado.
Interés
ENRIC GONZÁLEZ 13 AGO 2008
El verano tiene estas cosas. El calor dilata la vena patriótica y de pronto, incontenible, se desborda el interés nacional. ¿A quién no le ha ocurrido? Nosotros tuvimos un achuchón de interés nacional un 18 de julio. Como España, casi todo el mundo. Recuerden el golpe de Estado contra Gorbachov, la invasión iraquí de Kuwait, el ataque de Israel contra las milicias en Líbano: cosas del calor y del interés nacional. Georgia ha exhibido el interés nacional más ágil de la temporada. Mientras se inauguraban los Juegos en Pekín, el Gobierno georgiano decidió que su interés nacional debía pasearse por Osetia del Sur, donde se había establecido una precaria independencia de facto. Dicho y hecho. Los tanques del presidente Saakashvili, aliado de la OTAN, dieron una fugaz colleja a la región secesionista. Durante 24 horas, el interés nacional de Georgia fue la comidilla del mundo.
Pero, como en todo, en esto del interés nacional sigue habiendo clases. Sin ir más lejos, el interés nacional de Rusia es la bomba. Literalmente. Moscú, que llevaba tiempo concediendo pasaportes rusos a los osetas y fomentaba la separación, aprovechó la dilatación veraniega para comparar su interés nacional con el de Georgia. Ya saben quién ha ganado: viene hoy mismo en el diario. También saben quién ha perdido: los inocentes habituales.
Hablamos de acontecimientos deplorables. Conviene hacer todo lo posible para limitar los daños causados por el típico estirón veraniego del interés nacional. Se impone, por tanto, que alguien se ponga serio con los chinos: su interés nacional se descontrola por momentos.
¿Recuerdan a la niña que cantó el himno chino en la ceremonia de apertura de los Juegos? No, no la recuerdan. A estas alturas sabrán ya que la niña que emocionó al mundo, Lin Miaoke, se limitaba a mover los labios. La auténtica cantante, la niña Cheng Qigang, tuvo que permanecer oculta: la organización consideró que tenía la cara demasiado rechoncha y los dientes feos. El director musical de la ceremonia explicó que la niña cantante fue escondida porque China debía “proyectar la imagen correcta” y se trataba de hacer “lo mejor para el interés nacional”.
¿Se dan cuenta? Esto del interés nacional está poniéndose imposible.
Crisis
ENRIC GONZÁLEZ 14 AGO 2008
El capitalismo es previsible. Lo cual tiene su mérito, tratándose de un sistema perfectamente irracional. La mecánica es siempre la misma: durante el ciclo positivo, las empresas y los particulares se endeudan, los activos (sean acciones o pisos) alcanzan precios surrealistas y, por razones difícilmente explicables, la gente cree que la prosperidad durará siempre; cuando los niveles de deuda y especulación se hacen insostenibles, la recesión y el frenazo del crédito se encargan de bajar la fiebre. Por el camino quedan empleos, empresas, sueños, unos cuantos magnates de pacotilla y unas cuantas carreras políticas.
El espectáculo del capitalismo limpiando fondos nunca fue bonito. Antes ofrecía mayor interés, porque suscitaba un debate teórico de cierta complejidad. Se podía exigir al gobierno de turno que sostuviera o devaluara la moneda, que subiera o bajara los tipos de interés. En otra época, las mejores mentes nacionales podían dedicar meses a discutir sobre la conveniencia de importar cantidades masivas de pollo. El debate no servía de gran cosa, pero alimentaba la convicción de que el sistema económico era un mecanismo lógico, y de que bastaba mover las palancas adecuadas para resolver la crisis. Entonces se creía que los gobiernos tenían acceso a las palancas del sistema. Y, evidentemente, se creía que las palancas funcionaban.
Desde las liberalizaciones de los años ochenta y desde el Tratado de Maastricht, los gobiernos europeos pueden hacer poco más que mirar al cielo y esperar a que escampe. Tienen margen de maniobra antes, durante el ciclo positivo, pero entonces les da pereza: a nadie le gusta quedar como aguafiestas. En España, no parece que el Gobierno de Zapatero se esforzara en pinchar burbujas. Más bien lo contrario.
Lo más patético viene ahora: a los gobiernos les toca simular que hacen algo para resolver la crisis. En el mejor de los casos, les veremos en las noticias bailando la danza de la lluvia. En el peor, harán algún otro estropicio. Luego, cuando cambie el ciclo, quienes manden serán genios de la economía. Y vuelta a empezar.
Francia
ENRIC GONZÁLEZ 15 AGO 2008
Con la francofilia ocurre como con ciertas enfermedades venéreas: hubo una época en que distinguía a los señoritos y ahora, en cambio, más vale evitarla como tema de conversación. Así va el mundo, por modas. Francia parece antigua. La lengua francesa ocupa una posición secundaria en el ciberespacio y atrae a poquísimos jóvenes españoles. Declararse devoto de Francia constituye hoy casi una provocación. Yo mismo, lo reconozco, tengo mis dificultades con Francia. Viví unos años en París, una ciudad preciosa y borde, y me largué con sensaciones contradictorias. Sigo convencido de que Francia encarna el pasado, pero el futuro me inspira desconfianza. Quizá los franceses, tan reaccionarios, grafómanos y elocuentes, posean razones poderosas para alzar la bandera de su propia excepcionalidad. Quizá los franceses, que llevan generaciones comiendo tres buenos platos calientes, sepan algo que nosotros no hemos descubierto todavía.
Antes, cuando había que leer Le Monde, se emitía en la televisión francesa un programa cursi, pesadito, por el que suspiraba la intelectualidad española. Se llamaba Apostrophes, trataba de libros y lo presentaba Bernard Pivot. Duró desde 1974 hasta 1990, año en que pasó a llamarse Bouillon de culture y, con una ligera ampliación temática, se prolongó hasta 2001. Durante una vida de casi tres décadas, ese espacio cursi y pesadito ofreció algunos de los mejores momentos televisivos de todos los tiempos. Incluyo entre ellos, por supuesto, la espectacular curda de Bukowski. Pivot, cursi y pesadito, fabricó un gran programa.
La “excepción francesa” es capaz de ir aún más allá. Desde 1975, la televisión pública emite un programa parsimonioso y vagamente poético llamado Thalassa. Habla del mar y lleva 38 años bajo la dirección de Georges Pernoud. TV-3 se hizo con la franquicia en 1988, aportando su propio producto. Después se apuntó ETB. Si un día necesitan regar las neuronas, busquen Thalassa y véanlo. Con cuidado, porque pasa como con la francofilia: una vez se contrae, cuesta quitarse el vicio.
Tiempos
ENRIC GONZÁLEZ 18 AGO 2008
Amar en tiempos revueltos, el exitoso culebrón de sobremesa de TVE, se especializa en retorcer a sus personajes. Alicia llegó muy espabilada del exilio francés y luego se convirtió en una pazguata. Hipólito Roldán, el prometedor “camisa vieja”, empezó por violar a su hija, se dio a la bebida y ahora, muy probablemente, ni siquiera va a misa. Los listos se vuelven tontos; los buenos, malos. La intriga bélica original se complica con cada nuevo personaje, el guión encalla en cada meandro de la posguerra, y, llegados a este punto (la cuarta temporada ya en preparación), uno puede esperar cualquier cosa de los personajes.
La tortuosidad argumental forma parte de la esencia de todo buen culebrón, cierto. Cuanto mejor es el culebrón, más dura. Y cuanto más dura, más se embrolla el argumento. El arquetipo del culebrón europeo es Coronation Street, que se emite en el Reino Unido desde 1960: ningún telespectador, y quizá ninguno de los guionistas, es capaz a estas alturas de enumerar con un mínimo de exactitud los pequeños detalles biográficos de los habitantes de esa calle de los suburbios de Manchester. Todos se han peleado con todos, todos se han enamorado de todos. No se puede pedir coherencia durante 48 años. Ni al mismísimo Ken Barlow, el único personaje que aguanta el tipo desde la primera temporada. El actor que lo interpreta, William Roache, ha dedicado su vida a hacer de Barlow, y admite que no podría hacer un resumen comprensible de su vida de ficción.
En el caso de Amar en tiempos revueltos, sin embargo, el fenómeno de los personajes desmadrados y las peripecias inverosímiles podría interpretarse como puro hiperrealismo. Al fin y al cabo, se habla de España, un país tan sobrado de todo que sus dirigentes pueden perder el tiempo en reinventar la historia y en defender la actuación de los suyos (casi siempre indefendible) durante la Segunda República. Con algunas excepciones, pocas, aquella época de revolucionarios ineptos y golpistas casposos fue un desastre colectivo. Y lo que siguió fue un asco.
Cada vez que un político, de la izquierda o de la derecha, reivindica a sus progenitores ideológicos, me lo imagino con la cara de Hipólito Roldán. Y encaja perfectamente.
Cambios
ENRIC GONZÁLEZ 19 AGO 2008
Podemos habituarnos a cualquier excentricidad, basta con que se popularice. Lo del desayuno, por ejemplo: muchísima gente consume una infusión hecha con los frutos de un exótico arbusto rubiáceo y le añade las secreciones de una glándula vacuna. Nadie se extraña, porque el café con leche es un hábito colectivo. Pasa lo mismo con la televisión. No disponemos los muebles domésticos en torno a una ventana o una chimenea, sino a una pantalla. La sumisión al aparato implica una tremenda sincronía de masas. Millones de españoles asistieron al mismo tiempo a la victoria de Nadal.
Sospecho que ese hábito colectivo está empezando a cambiar. No el del café con leche, ni el de la ocasional sincronización de masas, sino la sumisión al aparato y, al criterio de sus programadores. Hace tiempo que se habla de eso. Ahora percibo el cambio de forma personal. Por primera vez he seguido unos Juegos a través del ordenador y de Internet, eligiendo lo que quiero ver. Si yo, torpe y vago, estoy descubriendo ya las inmensas posibilidades que ofrece una red informática y una pantalla portátil, cabe deducir que el asunto es vox pópuli.
Este verano de crisis puede ser el principio de una era de cambios. Dicen que las estrecheces durarán un buen par de años. Es tiempo suficiente para que cambien cosas. Los analistas, el sentido común y hasta los mismos periodistas señalan a la prensa como una hoja seca a punto de volar con el viento. Todo juega en contra del papel: el coste del soporte y la distribución, la afición del consumidor a confeccionar personalmente su menú informativo… Quizá en poco tiempo el paisaje de la prensa se parezca muy poco al de hoy.
¿Quién sobrevivirá? Suelen sobrevivir quienes son capaces de adaptarse. La adaptación, en este caso, debería pasar por una honestidad rigurosa. El medio que consiga hablar de sí mismo recurriendo a códigos periodísticos, y no publicitarios, tendrá ya un pie en el futuro. Ahora parece una excentricidad, Pero basta con que se popularice.
Textos
ENRIC GONZÁLEZ 20 AGO 2008
Suelen deprimirme los textos que nacen subalternos, humillados desde el origen ante un lenguaje ajeno. Me refiero a los textos presuntamente “cinematográficos”. El autor se esmera en alcanzar el nivel más bajo posible y recurre a conceptos de cursillo audiovisual (elipsis, ritmo, diálogos, personajes rotundos), ansioso por conseguir una obra “popular” que atraiga al público que no lee. Esa gilipollez la cometen también a veces los periódicos, y equivale, más o menos, a promocionar el turrón de Alicante en los asilos para ancianos. Me alarmo cuando alguien dice de una novela que “está pensada como una película”, mala señal. El autor sólo aspira a que una adaptación cinematográfica le redima de sus miserias, creativas y económicas. La escritura es una cosa, y la imagen, otra muy distinta. Y hacer buena literatura popular es de las cosas más difíciles del mundo.
Hay, sin embargo, textos perfectamente autónomos que podrían dar mucho de sí en pantalla. Un ejemplo: los monólogos de Ronda del Gijón, un delicioso libro de testimonios recopilados por Marcos Ordóñez. La dulzura con que Rosana Torres, amiga y compañera en este periódico, narra su infancia azarosa, o el escepticismo con que Eugenio Suárez (El Caso, Sábado Gráfico) rememora su biografía y la del café, parecen reclamar presencia física. Cada voz se escucha con tanta claridad, que uno añora a la persona y querría tenerla delante. O en una pantalla, al menos. Eso sí, tendrían que hablar como les hace hablar Ordóñez.
Otros textos, por el contrario, sugieren una independencia irreductible. Uno sospecha que su expresividad se marchitaría al menor roce y que soportarían muy mal no ya la pantalla, sino una simple traducción a otro idioma. Pienso en los cuentos de Roberto Fontanarrosa, El Negro,eximio narrador futbolístico y eximio narrador a secas. El otro día, un amigo hizo grandes elogios de las adaptaciones de esos cuentos realizadas en la televisión argentina. Dudé, pero probé. Mi amigo tenía razón: son una exquisitez. Cuando no puedan más de olimpismo, vayan a YouTube y busquen por Fontanarrosa. Ahí está todo. Si no disfrutan, si no se ríen, vuelvan a la halterofilia búlgara: lo suyo no tiene remedio.
Catástrofes
ENRIC GONZÁLEZ 21 AGO 2008
Las catástrofes con muchos muertos ofrecen un gran escenario para las miserias del periodismo. Son miserias legítimas, inevitables. El propio periodista suele ser consciente de ellas, pero tiene que hacer su trabajo. Que, en un primer momento, consiste básicamente en estorbar. Hay gente que se ocupa de rescatar heridos y transportar cadáveres, hay médicos que intentan salvar vidas, hay familiares que esperan con una angustia indescriptible. La misión del periodista consiste en conseguir un dato, una frase, aunque ello suponga retrasar unos instantes el traslado de una víctima. No es un bonito espectáculo. Da lo mismo que alguien esté en una camilla: si se pone a tiro, se le acerca el micrófono. Una vez, tras un incendio forestal con víctimas, vi a un periodista radiofónico que insistía en arrancarle una declaración a un muerto. Supongo que el periodista le creía vivo, pero no pondría la mano en el fuego. Se trabaja en un ambiente de histeria y la lucidez sólo llega cuando acaba la urgencia.
A veces, los equipos de rescate y los servicios médicos se muestran asqueados por la avidez de los buitres de la prensa. Es cierto: en esa circunstancia, el reportero ejerce de bestia carroñera. El servicio público es así, señores. Y ustedes quieren información inmediata. Se agarran al televisor o al ordenador y exigen saber cuánta gente ha muerto, a ser posible con abundancia de detalles terroríficos. Todas las reglas quedan en suspenso. ¿El derecho de los familiares a la intimidad? No hay derecho que valga: les verán llorando, diciendo frases entrecortadas a un micrófono, asaltados en el momento en que son más frágiles.
No culpen al periodista. Hace su trabajo, contempla escenas que durante años poblarán sus pesadillas, asiste de cerca a la muerte y al dolor que la muerte causa, ayuda cuando le es posible. Si es concienzudo y permanece en su puesto hasta el final, cuando el dolor ya se ha ido, comprueba que incluso en las peores tragedias se cuela el sarcasmo. En el camping Los Alfaques, hace casi 30 años, murieron 215 personas carbonizadas. Fueron muchas horas retirando cadáveres negros y rígidos. A alguien se le ocurrió llevar comida a los exhaustos equipos de rescate: la cena, que nadie tocó, consistió en pollo asado.
Indignación
ENRIC GONZÁLEZ 22 AGO 2008
Las cadenas británicas arden de indignación y claman venganza. El objeto de su ira es Paul Francis Gadd, un viejo cantante que triunfó allá por los setenta bajo el seudónimo de Gary Glitter. En 1999, el tal Gadd fue condenado en el Reino Unido por posesión de pornografía infantil e incluido en el registro de delincuentes sexuales. Luego inició un periplo por Camboya y Vietnam, donde fue condenado por cometer “actos obscenos” con varias chicas menores de edad, la más joven de 11 años. Ahora será devuelto a las autoridades británicas, que, de momento, no pueden condenarle por nada.
El caso Glitter, unido al de otros pedófilos que han tratado de ocultarse, y satisfacer sus inclinaciones sexuales, en países del sureste asiático, ha encrespado a la opinión pública. El problema del turismo sexual, en su rama pedófila, se ha convertido en uno de los temas del verano. El Gobierno laborista parece considerar que el registro de delincuentes sexuales, que, a diferencia del utilizado en Estados Unidos, no es público y constituye sólo un instrumento para que la policía y los servicios sociales monitoricen a las personas incluidas en la lista, resulta insuficiente. Ahora se plantea retirar el pasaporte a los condenados por ese tipo de delitos, y mantenerles bajo control judicial (no policial) de forma indefinida.
La medida no carece de fundamento, porque las víctimas de los crímenes sexuales contra menores son extremadamente frágiles. Y, sin embargo, entraña un aspecto perverso: reconoce que el delincuente sexual muestra características especiales, una pulsión morbosa, algo similar a una enfermedad, que le hace propenso a reincidir. Se le aplica la misma lógica que a un demente cuando se trata de eternizar la condena, pero se le considera del todo consciente y responsable de sus actos en el momento de juzgarle y castigarle.
Incluso un diario conservador como The Times subrayaba ayer que un criminal puede estar cuerdo o mentalmente enfermo, pero no ambas cosas, y que quien ha cumplido una condena debe volver a ser libre, a todos los efectos. Las objeciones de ese tipo apenas cuentan cuando la opinión pública y su brazo rentable, los medios de comunicación, reclaman medidas urgentes. Yo, sin embargo, considero importantes las objeciones. Me inquieta el acoso judicial, incluso cuando afecta a pedófilos convictos. O a asesinos múltiples incapaces de arrepentirse.
Vidas
ENRIC GONZÁLEZ 25 AGO 2008
Todas las vidas, en teoría, valen lo mismo. Y todas las muertes. En la práctica actuamos como si no fuera así. Los medios no disponen de un corresponsal en cada centro hospitalario, atento a recoger los detalles de cada defunción, a interrogar a los allegados acerca del dolor que sufren, a recoger detalles biográficos para escribir una semblanza del fallecido.
Esa atención se dispensa muy raramente, porque sólo algunas muertes merecen el interés del público. ¿Qué muertes son elevadas a la categoría del “interés general”? Las de los personajes famosos, sin duda. También las espectaculares, es decir, aquellas acaecidas en circunstancias truculentas, en especial las que pueden documentarse con material gráfico: si una cámara filma un accidente de tráfico con muertos, las imágenes acabarán difundiéndose: el público quiere saber. Otra categoría interesante es la formada por asesinatos y homicidios cometidos de forma singularmente violenta. Y, por supuesto, las muertes colectivas.
Si nos dicen que en un día determinado han fallecido 154 personas en otros tantos accidentes de todo tipo, nos quedamos tan fríos. ¿Un albañil pierde la vida al caer del andamio? Escaso interés. La vida de esa persona, como su muerte, nos resulta bastante indiferente. ¿Son tres los albañiles muertos en la misma caída? Bueno, eso ya es otra cosa. ¿Que son 15 los muertos? Ahí necesitamos saber los nombres y ver los rostros, descubrir que uno de ellos se casaba al día siguiente, apenarnos por la juventud de otro, indignarnos porque un tercero carecía de papeles.
¿150 muertos? Paren máquinas, interrumpan las emisiones, arríen las banderas. Queremos saberlo todo, horrorizarnos con los minutos previos al desastre, que nos describan con exactitud el instante pavoroso. Queremos sufrir con los allegados y, queremos, como los allegados, ofuscarnos, y que nos expliquen ahora mismo el porqué, y que comparezcan los culpables, y que sufran un castigo ejemplar e inmediato. Cada una de las vidas perdidas nos parece un tesoro y necesitamos detalles. Cuantos más, mejor. Todos estamos de luto. Todos amamos a los fallecidos.
No sé por qué ocurre eso. Quizá es un mecanismo de cohesión social. Un cínico pensaría que es negocio. No lo sé. Tampoco sé si para quienes padecen de verdad, la familia, los próximos, quienes no se sientan entre el público, es mejor una muerte de interés general o una muerte privada. Prefiero pensar que lo segundo.
Retrete
ENRIC GONZÁLEZ 26 AGO 2008
Los retretes públicos solían cumplir una doble función, fisiológica y psicológica. Además de facilitar la evacuación de fluidos y sólidos, el retrete ofrecía un espacio liberatorio: las paredes se llenaban, con el tiempo, de dibujitos obscenos, poemas escatológicos e insultos tremebundos. La literatura y el dibujo de retrete llegaron a adquirir ciertos cánones, fueron objeto de tesis universitarias y durante muchos años constituyeron una vía de desahogo (adicional) al creador, y entretenimiento (más o menos repulsivo) al conjunto de los usuarios.
Quizá es una impresión personal errónea, pero el graffiti de retrete parece estar desapareciendo. Cabe deducir que, como otras actividades, ha sucumbido ante las nuevas tecnologías y los nuevos apetitos del consumidor. Los antiguos artistas de retrete se congregan ahora en los medios digitales. Muy especialmente en las secciones de comentarios. Como el retrete, proporcionan al artista anónimo un espacio a la vez íntimo y público. Los lectores potenciales son, sin embargo, muchos más, y por tanto debe ser también más gratificante el exabrupto liberatorio.
Los medios digitales pueden censurar los comentarios ofensivos. Es lo más frecuente y tiene como objetivo proteger la dignidad del propio medio y la de los usuarios. Pero la censura resulta frustrante y, en último extremo, estéril. Cuando, por la razón que sea, no hay censura, los resultados asombran. Dejemos de lado la ortografía y la sintaxis, que para el caso son irrelevantes. Vayamos a la esencia y tomemos como ejemplo un medio muy respetable, la edición digital deAbc, el día del accidente aéreo. En el espacio ofrecido a los lectores para comentar la noticia de la tragedia y expresar sus condolencias brotaron primero supuestas conspiraciones (“ha sido ETA con un misil tierra-aire, lo dice la radio”), luego bramidos antigubernamentales, y finalmente, obscenidades a secas.
En la era de la incredulidad, lo más disparatado puede acabar siendo, paradójicamente, lo más verosímil. Sospecho que la vieja literatura de retrete está convirtiéndose en fuente de información fiable para una parte de la sociedad: debe de tener su público, porque ya aflora en las portadas y las emisiones de algunos medios tradicionales, con firma y rúbrica.
Esparreguera
ENRIC GONZÁLEZ 27 AGO 2008
Archivado
Ya han visto ustedes cómo está el patio televisivo: un zoco de casquería emocional, vendida a gritos. Queda todavía, sin embargo, algún rincón razonablemente limpio y tranquilo. Ayer apareció uno en TV-3, la televisión pública catalana. Y el caso no es insólito, aunque la cadena autonómica mantenga ciertas prácticas pintorescas, bien conocidas: la información meteorológica se rige por criterios lingüísticos (los anticiclones transitan exclusivamente por territorio catalán), se retuerce un poco el idioma (supongo que con el objetivo de que se parezca cada día menos al castellano), y cosas por el estilo.
Pero ya se ha curado aquella cursilería obsesiva por la que al oeste y al sur de Cataluña, en lugar de tierra y gente, se abría tan sólo una procelosa estructura administrativa: mientras los informativos del servicio catalán de TVE siguen hablando del “Estado español”, en los de TV-3 se refieren a España diciendo “España”, lo cual, por sentido común, se agradece.
Ayer a mediodía se informó sobre la muerte de José Luis Pérez Barroso, vecino de Esparreguera (Barcelona). El señor Barroso reprendió el pasado día 17 a tres gamberros menores de edad. Los jóvenes, al parecer, le siguieron y le agredieron, causándole una herida en la cabeza. Tras una semana en el hospital, la víctima falleció el día 24. Los menores, dos de ellos con antecedentes, fueron detenidos y puestos en libertad. ¿Se imaginan la que podía haber liado alguna otra cadena con ese material? Un elemento complementario: la pareja del señor Barroso es Francesca Fosalba, alcaldesa socialista de Esparreguera y, si no recuerdo mal, antigua empleada de TV-3.
Quizá la misma alcaldesa pidió que la tragedia fuera abordada con discreción. En cualquier caso, se evitaron las declaraciones furiosas de los vecinos (sólo se recogió un testimonio, una vecina entristecida pero cabal) y las conclusiones apresuradas: los hechos son todavía confusos, demasiado como para ponerse ya con los linchamientos de rigor.
Intuyo que en España acabará ocurriendo como en el Nueva York de los ochenta, y que la tolerancia y el buenismo se transformarán en severidad extrema contra el delincuente. Mientras tanto, prefiero que los informativos, como ayer en TV-3, se limiten a contarme qué ha pasado, sin comerciar con el dolor y la rabia de la gente.
Destape
ENRIC GONZÁLEZ 28 AGO 2008
Los años de la Transición son recordados como una época hiperpolítica. Sólo es cierto en parte. Quizá aquel pasteleo, aquel acuerdo implícito más o menos vergonzante, y más o menos sensato, que cada uno estableció con su propia memoria y con las memorias ajenas, fue posible porque los españoles teníamos la cabeza en otra parte. España vivió entre Eros y Thanatos, entre el sexo y la muerte, sin paradas intermedias.
Cuesta recordar la cantidad de sangre y angustia en que chapoteó la sociedad española. Secuestros, asesinatos, explosiones, violencia callejera: cada día regalaba una tragedia. España era un país confuso, en estado de excepción permanente. Mirando hacia atrás, a todo aquello se le puede deducir un sentido. Entonces no se veía.
Entre tanta muerte, los españoles se volcaron en el sexo. El destape fue el aspecto más visible de la voraz pulsión erótica, que exigía desnudez como si ésta tuviera algún valor purificador. El fenómeno marcó una época en el cine y la prensa popular, y no afectó solamente a jóvenes actrices: desde un defensa central como Migueli, hasta un guitarrista como Paco de Lucía, decenas de personajes desfilaron por las páginas de Interviú y similares en poses más o menos osadas.
Si fuera posible escuchar ahora todas las conversaciones de la época, acaso descubriríamos que la legalización del Partido Comunista, aquel Viernes Santo de 1977, dio menos que hablar que el pubis de María José Cantudo o los pechos de María Salerno, los primeros que adornaron una portada.
Tele 5 evocó el martes aquel fenómeno con un documental sin grandes pretensiones, pero con sus momentos. La peripecia de María José Goyanes, amenazada y agredida (el sobre bomba no llegó a estallar) por mostrar los pechos en un escenario, y posteriormente acosada en un coche policial por los agentes enviados para protegerla, mostraba hasta qué punto Eros y Thanatos se confundían en un ambiente espeso y, en general, mucho más desagradable de lo que se recuerda.
Fue un tiempo de tránsito, escaso de realidad y, a falta de otra cosa, abundante en sublimaciones. Como monumento a lo subliminal queda en los archivos aquel cartel que el PSOE utilizó en la campaña de 1977: el puño aferrado a un capullo reventón, y el lema “La libertad está en tu mano”. Qué tiempos.
El sentido trágico del fútbol
ENRIC GONZÁLEZ 28 AGO 2008
¿Quieren pruebas? Ahí tienen al Indio Abdón Porte con su fecha, el 5 de marzo de 1918. Se acuerdan del Indio Abdón, ¿no? Claro, todo el mundo se acuerda del Indio. Acabó el partido y el Indio, mediocentro de Nacional, gloria del fútbol uruguayo, festejó con los compañeros. Bebió y rió con ellos, y debió darles buenos consejos, porque el partido, para un buen mediocentro, no termina nunca. Luego, pasada la medianoche, se volvió al estadio del Parque Central. El club pensaba traspasarle por viejo: tenía ya 27 años, 27 años de los de 1918, y no le veían tan fuerte como antes. Pero el Indio iba a quedarse. Esa noche, la noche del 4 al 5 (los números del mediocentro), caminó hasta el centro exacto del campo (el territorio del mediocentro), sacó un papelito con el último poema (“Nacional, aunque en polvo convertido y en polvo siempre amante…”), empuñó un revólver y se reventó el corazón.
Será una temporada agónica, bajo el signo del mediocentro: se miden Schuster y Guardiola
Nada, una casualidad, un mediocentro depresivo, dirán algunos. ¿Casualidad? Pues hablemos de Ago. ¿Lo recuerdan, al pobre Ago? Espigado, elegante, nunca un paso en falso: el mejor mediocentro que tuvo la Roma. Y en esa Roma estaba Falcao, cuidado. Agostino di Bartolomei, Ago, fue el capitán de la Roma en la temporada 82-83, la temporada del scudetto glorioso, el primero en más de 40 años y el segundo en la historia romanista. La temporada siguiente, la Roma irrumpió en la Copa de Europa con un fútbol espléndido. Y con malas artes, para qué negarlo: el árbitro de la semifinal fue sobornado, pero eso no fue culpa de Ago. El caso es que la final se jugaba en Roma, en casa, contra el Liverpool. Era el 30 de mayo de 1984. “El partido de mi vida”, anunció Ago. Empate en los 90, empate en la prórroga y, en los penaltis, victoria inglesa. Fue la noche más negra de la Roma.
La temporada siguiente llegó Eriksson al banquillo, y Ago fue traspasado al Milan. Riñó con sus antiguos compañeros y su juego se hizo más y más melancólico hasta que, en 1990, colgó las botas. Ago se lo tomó con más calma que el Indio y esperó 10 años. Exactamente 10. El 30 de mayo de 1994, décimo aniversario del desastre, Agostino di Bartolomei dejó un papel sobre el escritorio (“Me siento encerrado en un hoyo”), salió al balcón de su casa, empuñó un revólver y se reventó el corazón.
¿Les basta? Ni el portero, ni el ariete, ni el extremo: esos son neuróticos, maniáticos de lo suyo. Quien sufre de verdad, quien conoce el sentido trágico del fútbol, es el mediocentro. Y no hablo del que juega de mediocentro. Gente como Capello o Rijkaard, o tantos otros, sólo jugaban de eso. Estaban ahí, para entendernos. No, no, me refiero al que es mediocentro y no sirve para nada más, porque tiene un partido en la cabeza y necesita que encaje con la realidad; me refiero al que sufre el ansia del gran partido perfecto.
Ese inventor de partidos, ya lo han visto, es muy especial, raro y delicado. Como Guardiola y Schuster, sin ir más lejos: en los dos banquillos augustos se sientan dos de la estirpe. Por supuesto, no esperen que asome un revólver. Esperen ansiedad, eso sí. Será una temporada agónica, bajo el signo del mediocentro. Confío en haberles convencido.
Notas
ENRIC GONZÁLEZ 29 AGO 2008
Más pronto o más tarde, según parece, todos acabamos siendo fascistas. Mi momento llegó ayer, mientras veía un informativo de la RAI. En la cadena pública italiana se anunciaba una decisión del Gobierno de Berlusconi: la reinstauración de las notas de conducta, y de las notas en general (ya saben, 6 en Matemáticas, 5 en Lengua, etcétera) en la enseñanza secundaria. En el decreto de la ministra Stella Gelmini se establecía, además, que un suspenso en conducta implicaría repetir el curso.
Y ahí estaba yo, más o menos de acuerdo con un decreto del Gobierno de Berlusconi. ¿Me había convertido en un fascista? La respuesta llegó de inmediato, facilitada por la Unión de Estudiantes: “Es un decreto fascista”. El sindicato estudiantil señaló, además, que la escuela debía ser “democrática, jamás meritocrática”, que había que apostar por “la inclusión constructiva de la marginalidad” y que resultaba intolerable que se quisiera acabar con la violencia en las aulas “por la vía de la represión”.
Se hace extraño volverse fascista de repente. No tardan en aparecer los síntomas. Uno de ellos es la incapacidad para entender lo que dice la izquierda, al menos la izquierda italiana: “Nuestros chicos necesitan una escuela que les prepare para una sociedad complicada y un difícil mundo laboral, y en lugar de eso el gobierno emite señales incongruentes; las notas de conducta son un simple anuncio publicitario”. Eso lo afirmó ayer Marina Sereni, la vicepresidenta del grupo parlamentario del Partido Democrático. Ustedes lo pillarán, seguramente, porque no han tenido mi desgracia fascista. Yo reconozco que no. Me quedo sin saber si la oposición a Berlusconi rechaza el decreto, la incongruencia o los anuncios publicitarios, aunque intuyo que estarán en contra del fascismo y, por tanto, de las notas.
Luego miré la edición digital de La Repubblica, el diario progresista por excelencia. Había una encuesta de urgencia entre los lectores. Con casi 10.000 votos emitidos, el 71% de los opinantes se declaraban a favor de las notas de conducta a todos los niveles, y el 14%, a favor de las notas de conducta sólo en la enseñanza superior.
Qué barbaridad. El fascismo está que se sale.
CENIZAS DE FÚTBOL
El aguardiente, el Ku Klux Klan y otras historias sorianas
ENRIC GONZÁLEZ 1 SEP 2008
Me gusta el Numancia. Por las razones que se le pueden ocurrir a cualquiera, y porque los sorianos son gente que se lo exige todo a su equipo. ¿El Bernabéu? ¿El Camp Nou? No, hombre, no. El público difícil de verdad está en Los Pajaritos. ¿Qué no? Muy bien: imagine el lector que el Barça o el Madrid marcan 11 goles en un partido, e imagine acto seguido los titulares de la prensa. ¿Hecho? ¿Ha terminado el lector con las declinaciones de “éxtasis”, “gloria” y “delirio”?
Pues vamos a un ejemplo concreto. Al partido que, el 22 de febrero de 1948, disputan sobre un terreno nevado el C.D. Numancia y el Saguntino, equipos de la Tercera División. Resultado: Numancia, 11; Saguntino, 1. Titular del diario Campo al día siguiente: “El Numancia no gustó”. Con dos pelotas, señores. El Numancia ganó por 11, pero no gustó.
Y eso que el encuentro tuvo sus amenidades. Transcribo un fragmento de la crónica, firmada por Pagaza: “Vidal acababa de tirar un chut escalofriante que rozó el larguero; no sabemos si por el susto, o porque tenía frío, Munné, el portero saguntino, pidió beber un poco de licor. Un compañero, desde la banda, le llevó una botella que inmediatamente puso en sus labios, y, con el ánimo y la mirada perdidos en el azul de los cielos, comenzó a echársela al coleto. Pero he aquí que nuestro Eduardo, que sabe muy bien que un hombre bebiendo de una botella está más cerca del quinto cielo que en cualquier parte de la tierra, y menos en una portería de fútbol… ver lo que estaba haciendo el cancerbero valenciano y tirarle una peladilla bombeada a la puerta, todo fue uno, con lo cual conseguía el onceavo gol”.
Nótese, como curiosidad, que al portero del Sagunto le metieron el undécimo cuando aún estaba entretenido con el aguardiente; una vez terminó de “echarse al coleto” la botella, no le marcaron ni uno más.
A lo que íbamos: me gusta el Numancia, también por otras cosas. Como los nombres de sus ilustres antecesores. Mientras en otras partes de España se fundaban el Huelva Recreation Club, el Palamós o el Athletic de Bilbao, en Soria se preferían denominaciones más potentes. Los de Almazán crearon el Deportivo Adnamantino. Los de Vinuesa, el Visontium Foot Ball Club. Y en la misma Soria nació el insuperable Ku Klux Klan, que el 10 de agosto de 1924 batió por 1 a 0 al Cintora en la cancha de El Royo Derroñadas.
Ya decíamos antes que el público soriano no se conforma con cualquier cosa. El 7 de julio de 1931, los espectadores se negaron a ver la segunda parte del Águila Roja-Deportivo Soriano y abandonaron en masa el campo de Santa Bárbara, quizá por los surcos de carro que cruzaban el terreno, quizá porque las porterías medían tres metros. Ese debió ser un partido tremendo. Vamos a los anales: “Desde su comienzo hasta el final (que no llegó pues el Águila Roja se retiró once minutos antes) el partido fue una constante disputa entre árbitro, jueces de línea, jugadores y público. La mayoría de los incidentes se produjeron porque el campo, sin líneas, hacía imposible precisar la magnitud de las faltas”.
Lo dicho: además de todas las razones obvias para simpatizar con el Numancia, ahí está una tradición hecha de pedregales, sabañones y puro carácter. Yo pienso animar al Numancia hasta el último minuto de esta Liga. Ustedes hagan lo que quieran.
[Los datos de este artículo han sido extraídos del libro 90 años de fútbol en Soria, de Carmelo Pérez Fernández de Velasco].
Futuro
ENRIC GONZÁLEZ 1 SEP 2008
Dimos por muerto el teatro. Dimos por muerta la radio, y dimos por muerto al cine. La televisión iba a acabar con todo y estaba destinada a reinar, por los siglos de los siglos, instalada en el corazón de cada hogar. Eso pensábamos.
Tal vez nos equivocamos. Ahora mismo, los buitres con mejor vista empiezan a sobrevolar las empresas televisivas.
Las cadenas de televisión, es decir, las empresas que empaquetan una serie de productos audiovisuales y nos los sirven a domicilio envueltos en publicidad, han sido durante décadas un negocio formidable. En España, los propietarios de las televisiones privadas se han dado un baño de oro. Y la máquina de fabricar dinero sigue funcionando, más o menos, a pesar de la caída publicitaria.
El futuro, sin embargo, pinta oscuro. Un artículo del gurú digital y empresario australiano Duncan Riley en http://www.inquisitr.com, parcialmente basado en varios artículos publicados en The New York Times, subraya diversos síntomas de enfermedad en la televisión, el invento que iba a acabar con todos los inventos. Ejemplos: la audiencia televisiva estadounidense se contrae de año en año; en Europa, la población de 15 a 24 años pasa cada vez más tiempo ante el ordenador y menos ante la televisión.
Las televisiones lo saben. Los anunciantes, también. No se crean que la programación se basa en reality-shows, comedias de situación y concursos porque a usted, el espectador, le gustan. No. Todo eso se emite porque es barato. Si además entretiene, estupendo. Pero lo básico es la economía de producción.
La pantalla doméstica parece dirigirse a una doble utilidad: la recepción de programas de pago, mayormente deportes en directo, conciertos, cine y series de calidad (esa es la apuesta de HBO), y la función de simple terminal de Internet. En cuanto a la compañía de televisión, la empaquetadora de toda la vida, parece encaminada al mismo declive que las discográficas.
Ahora imagine que con su mando a distancia puede elegir un menú que incluye todas las películas del mundo, todo lo que ha emitido la televisión, toda la música, todas las rarezas exhibicionistas de millones de personas, toda la luz y toda la oscuridad que pululan por el universo digital. También puede elegir Pasapalabra. ¿Qué botón aprieta?
Campos
ENRIC GONZÁLEZ 2 SEP 2008
Entre mis rarezas figura una vaga simpatía por María Teresa Campos. No me gustan sus programas, quizá no me gusta ni ella. Pero siento alivio cada vez que la veo en pantalla: mientras en todas partes se arroja a la gente con más experiencia al muermo de la jubilación anticipada, mientras los programas se pueblan de jóvenes “floreros” y “floreras”, meramente decorativos y dependientes del guión hasta para dar los buenos días, María Teresa Campos es veterana y escasamente decorativa.
Con eso me valdría. Pero, además, la señora es lista. Y bocazas, una condición con la que me identifico. Su regreso a Tele 5 y su nueva etapa como conductora del espacio matutino La mirada crítica, después de aquellos sonoros “imbécil” y “gilipollas” que le dedicó desde Antena 3 al consejero delegado de Tele 5, Paolo Vasile, entraña un doble mérito: de ella, por saber tragarse sus palabras (ayer, en una entrevista a El Mundo, engulló el sapo a toda plana), y del propio Vasile, por ser consciente de que casi nada de lo que se dice en televisión tiene importancia.
María Teresa Campos quiso iniciar su nueva etapa con los mejores augurios, por lo que invitó al programa al hombre más optimista de España. José Luis Rodríguez Zapatero, que además de repartir optimismo ejerce como presidente del Gobierno, hizo honor a su prestigio y definió la crisis, o la posible recesión, como “unos meses de dificultades”. ¿Verdad que dicho así ya parece otra cosa?
En otros países, gobernados por agoreros, las cosas están de pena. El Gobierno británico, sin ir más lejos, considera que la actual es la peor crisis en 60 años (es decir, desde el racionamiento de la posguerra), y tiene ya al Ministerio del Interior preparándose para afrontar un aumento de la delincuencia estimado en un 20%, un aumento de la xenofobia y un aumento de las tensiones sociales.
José Luis Rodríguez Zapatero anunció que iría al Parlamento a explicar sus planes para reducir “el riesgo” de que suba el paro. Es un gesto que le honra. Otro no se tomaría la molestia, porque “unos meses” pasan en nada, y casi sin sentirlo volveremos a echar cuentas sobre los trillones que vale nuestro piso.
Abando
ENRIC GONZÁLEZ 3 SEP 2008
Los pistoleros del oeste americano solían ser despreciables y despreciados. La prensa del este, sin embargo, hizo un gran negocio con ellos. Los diarios de Nueva York, Boston y Filadelfia publicaron reportajes más o menos inventados sobre aquellos bandidos tan remotos, les envolvieron en una aureola heroica y sentimental y vendieron montones de ejemplares.
Siempre ha habido demanda para la violencia melodramática, sobre todo cuando cae lejos, en el espacio o en el tiempo. Nada de esto es nuevo.
Más novedoso resulta el relativo desinterés de los medios ante el tiroteo de la estación de Abando. TVE emitió ayer la filmación de los hechos, bajo el membrete del “equipo de investigación” (ignoro cuál sería la investigación: para que te pasen unas imágenes puedes pedir, rogar, implorar, amenazar, sobornar, pero no hace falta investigar nada), y permitió confirmar que, en efecto, hemos creado ya, nosotros también, una estupenda generación de pistoleros. Aquello fue un duelo respetuoso con los cánones: dos matones desenfundan a las puertas de un bar y disparan al bulto. El que permanece en pie se acerca al caído, patea su arma y se aleja tranquilamente. Una tercera persona, un infeliz que pasaba por ahí, queda también herido.
No hay que confundir a esos dos pistoleros con simples mafiosos o bandidos. Uno de ellos era escolta privado de un concejal del PP. El otro era un vigilante de la estación. Ambos, por tanto, supuestos defensores de la ley.
Hubo un tiempo en que el “monopolio de la violencia legítima”, en definición de Max Weber, correspondía en exclusiva al Estado. Eso no garantizaba nada, evidentemente. La ruptura del monopolio y la creación de agentes privados, en cambio, sí garantiza algo: cualquier tonto que quiere jugar con una pistola dispone de un montón de opciones laborales para acabar haciendo lo que le gusta.
Volvamos a lo esencial del asunto: no alcanzo a entender por qué no se publica una extensa biografía de los implicados y una explicación de lo ocurrido. Quiero fotos, anécdotas, entrevistas con los familiares. El tiroteo de la estación de Abando duele menos que el accidente de Barajas, pero debería preocupar mucho más.
Aznar
ENRIC GONZÁLEZ 4 SEP 2008
Creo que José María Aznar no se lleva demasiado bien con la empresa para la que trabajo. Mi mujer no le soporta: en cuanto aparece en televisión, cambia de canal o abre un libro. Deduzco que buena parte de los lectores de este diario tampoco son devotos de Aznar. Tengo todo eso muy en cuenta.
Debo confesar, sin embargo, que a mí no me dispara la úlcera. Entiendo que Aznar confundió la invasión de Irak con el desembarco en Normandía y acabó haciendo el mequetrefe en la foto de las Azores, pero también puedo entender algunas de las razones que le llevaron hasta ese disparate. Recuerdo perfectamente la manipulación posterior a los atentados del 11-M (las instrucciones a las embajadas, la condena a ETA en la ONU), pero me repugnaron los gritos de “asesino, asesino”. El tipo se empecina hasta el asco en justificar sus errores, pero sé de otros ex presidentes que también lo hacen.
Más que el Aznar político, ya amortizado, me interesa el personaje que ha creado. No tanto el que se creyó Felipe II en la boda de su niña, como el tipo disparatado y políticamente incorrecto que se mofa de las campañas contra la mezcla de alcohol y volante, que llega a los congresos de su partido como si llegara a la fiesta de Blas, que luce abdominales en el yate de Briatore y, en general, se pone el mundo por montera. Yo creía que un hombre de sus características (cejijunto y hermético, digamos) no resultaría exportable. Pero ahí le tienen, convertido en un “international man of mistery”.
Me permito hablar de esto porque ya lo ha hecho él mismo y lo han hecho televisiones, radios y digitales: ayer sentí un pinchazo de decepción cuando negó ser el padre del hijo de Rachida Dati, la ministra francesa de Justicia. Ésa sí habría sido una foto, y no la de las Azores. Desde el Tratado de los Pirineos, España estaba esperando algo así. Con todo el respeto a la familia Aznar, quizá desconcertada, deploro el desmentido. Lástima.
Relato
ENRIC GONZÁLEZ 5 SEP 2008
Los fabricantes de políticos prestan cada vez más atención a algo que llaman “narrativa”, o “relato”. No se trata de esas historietillas que nos cuentan en las campañas electorales, sino, hasta donde alcanzo a entender, a la capacidad que posee el político para integrarse (él, su biografía, sus circunstancias, su mensaje) en el relato que la gente hace de su propia vida. Ése podría ser, dicen, el punto fuerte de Sarah Palin, la aspirante republicana a la vicepresidencia de Estados Unidos. Veremos.
En cualquier caso, lo de la “narrativa” tiene sentido. La comercialización de candidatos, las series televisivas y demás géneros de la ficción popular alcanzan el éxito cuando consiguen que su relato parezca el nuestro, y el nuestro, el suyo. Cuéntame, que anoche estrenó su décima temporada, ya lo ha logrado. La familia Alcántara forma parte de nuestro imaginario colectivo, y se ha introducido en él sin cometer indignidades. No es poco.
A causa de una larga excursión por el extranjero, no pude ver cuando se emitieron los muchísimos episodios anteriores. He tenido que ponerme al día en poco tiempo, y la tarea no me ha resultado penosa. La muy comprobada química entre Imanol Arias (Antonio) y Ana Duato (Mercedes), la sobredosis justa de almíbar y la fluidez de los guiones hacen de Cuéntame una excelente serie de entretenimiento.
La nueva temporada cuenta con un personaje invisible: Adolfo Suárez, ese político al que tanto apaleamos en su momento y al que tanto queremos ahora. Suárez, al que Antonio Alcántara elige como inspiración, es hasta cierto punto el hilo conductor de los nuevos capítulos. También aparece, fugazmente, el desnudo de Pepa Flores. Aquellas fotos, con las que tal vez nos despedimos de Marisol, fueron un hito, el fin de una época y el principio de otra.
Suárez y Pepa Flores forman parte del relato vital de mi generación y las generaciones colindantes. Creo que el silencio, impuesto por la enfermedad en un caso, hermosamente voluntario en el otro, ha hecho aumentar su estatura. A veces se da esa paradoja en la narración colectiva, y el silencio de algunos personajes les eleva por encima de los demás.
El coreano que tenía unos zapatos
ENRIC GONZÁLEZ 7 SEP 2008
Hace algo más de 20 años, hice un viaje a Corea del Sur. Tenía mucho tiempo y poco dinero, lo que me condujo a un hotel barato, frecuentado por gente de provincias que debía hacer gestiones en Seúl. La primera noche, apenas acostado, alguien llamó a mi puerta. Era el chico de la recepción, con una oferta: “¿Girls, mister?”. Le respondí que no, gracias, y me olvidé del asunto. Hasta la noche siguiente, cuando se repitieron el golpeteo en la puerta y la oferta, aderezada esta vez con nuevos elementos: el muchacho me ofreció a su “hermana pequeña”. Volví a responder que no, quizá de forma demasiado tajante. El muchacho debió de hacer sus deducciones y no tardó ni 10 minutos en volver. En esa tercera visita, no se entretuvo en explicaciones: entró sin decir nada, se quitó los zapatos y se metió en mi cama. No crean que fue fácil echarle.
David Ho disponía de cinco días de vacaciones al año, y decidió pasarlos conmigo. Pensó que podría enseñarle
Esas peripecias nocturnas marcaron mi primera impresión de Seúl. La ciudad, en plena transformación por las obras olímpicas, me pareció polvorienta, caótica y deprimente. Al cabo de unos días conocí a David Ho, un joven disfrazado de ejecutivo. Su empresa, fabricante de productos para la construcción, le había proporcionado un traje azul y un maletín negro. También le proporcionaba alojamiento en una habitación que David compartía con otros tres vendedores. Los zapatos, en cambio, eran de su propiedad, y David los mostraba con orgullo.
David disponía de cinco días de vacaciones al año, y decidió consumirlos en mi compañía. Yo era el primer occidental al que trataba, y pensó que podría enseñarle inglés y contarle cómo era el mundo. No creo que aprendiera nada de mí. Él, en cambio, me enseñó muchas cosas. Era un tipo ávido, obsesionado con el trabajo y el progreso. Cualquier esfuerzo le parecía razonable. Quería prosperar, ahorrar y acumular para sus descendientes, costara lo que costara. Según él, la riqueza era madre de todas las virtudes. La pobreza, en cambio, sólo generaba miseria y humillación.
El día antes de volver al trabajo, me propuso que nos regaláramos “una comida especial”. Mi presupuesto aún daba de sí y acepté. Le acompañé hasta lo que parecía un domicilio particular, tirando a roñoso. Una mujer nos abrió y nos condujo a una habitación, donde, tras consultar el precio, que me pareció inusualmente elevado, encargué “dos menús completos”. La comida no estuvo mal. El problema llegó con los postres, consistentes en dos señoritas de aspecto taciturno. No me sentía de humor para esos alardes, por lo que cedí a David mi ración y salí a fumar al patio. Al cabo de un rato, no mucho, David me llamó y me pasó la factura. Era la mitad de lo estimado, porque se habían negado a cobrar mi menú. Me explicó, cabizbajo, que la propietaria y sus empleadas se sentían desoladas por no haberme complacido. Me marché casi avergonzado.
Peak everything, un libro que anuncia una era de escasez, me hizo pensar en David Ho. El argumento es razonable: tras un siglo de formidable abundancia energética, en el XXI nos enfrentamos a una escasez general. Hay menos petróleo, menos gas, menos carbón, menos minerales y, sobre todo, menos agua. Deduzcan esos elementos de la ecuación económica, aunque sea parcialmente, y surge un resultado inquietante. No puede consolarnos ni la fe en la tecnología: todo lo que poseemos, toda nuestra riqueza material, todos nuestros prodigios científicos, se basan en un desorbitado consumo energético. La tecnología contemporánea surgió de la energía, empezando por la máquina de vapor. ¿Energía solar? También hace falta energía para fabricar los paneles, y minerales escasos.
En el mejor de los casos, nuestro futuro se llama austeridad.
No sé qué ha sido de David Ho. Nos carteamos un tiempo, luego se cortó el contacto. Corea del Sur se ha hecho muy rica en estas dos décadas, posee una industria potentísima, una tecnología formidable y un alto nivel educativo. Quiero pensar que David ha prosperado al ritmo de su país y que ha conseguido acumular miles de cosas.
Hay quien piensa que la frugalidad forzosa nos hará mejores, menos inconscientes, más solidarios y espirituales, quizá más alegres. Yo, como David, creo que nos hará más pobres y más propensos a humillarnos.
Peak everything, de Richard Heinberg. New Society Publishers, 2007. 213 páginas.
Amor
ENRIC GONZÁLEZ 8 SEP 2008
El censo de cínicos, misóginos y cabreados en general ha pegado un estirón este fin de semana. A los que ya existían antes, que no eran pocos, hay que sumar cientos de miles de personas que vieron el sábado La noria. El programa de Jordi González en Tele 5, dentro de su habitual línea pedagógica, invitó a la novia de Antonio Puertas. Ya saben, la mujer a la que Puertas estaba zurrando hasta que intervino el profesor Jesús Neira. Como saben también, Puertas está en prisión preventiva, y el profesor Neira permanece en coma, en un estado crítico.
A la novia de Puertas, en cambio, parece que le va estupendamente: ya ha ingresado en el circuito de la televisión de pago, y el sábado se sacó unos eurillos defendiendo ante las cámaras a ese muchachote, noble en el fondo, que le pegaba por amor (también le pegaba su primer marido, estas cosas funcionan así) y que no tuvo culpa en la agresión a Neira, porque, pobrecillo, andaba un poco pasado de alcohol, cocaína y otros productos dietéticos.
La maltratada vocacional lució vestuario y sonrisa en su momento estelar, glorioso también para todos los misóginos. Esta mujer, que no se ha molestado en acercarse al hospital donde el hombre que intentó defenderla lucha contra la muerte (habría ido, supongo, de haber habido dinero de por medio), disfrutó con fruición de su homenaje a las víctimas de la violencia doméstica. Que son, quede claro, esos pobrecitos que por un bofetón cariñoso, o una simple patada de desahogo, acaban teniendo problemas con la justicia. La paliza a la parienta es una prueba de amor, señores: lo han dicho en la tele.
Permitan que omita el nombre de esta mujer, y que nos ahorremos los comentarios de rigor sobre La noria. No valen la pena.
Ahora, por favor, dejen de leer. Aquí mismo. Se lo ruego. Tengo que decir algo incorrecto y desagradable, y preferiría decirlo en privado.
Jesús Neira ya es un héroe. Pero no tenía que haber intervenido aquel fatídico 2 de agosto, porque alteró el orden natural de las cosas. Puertas está bien donde está. Neira, por desgracia, ocupa la plaza hospitalaria que le correspondía a esta mujer.
Esloras
ENRIC GONZÁLEZ 9 SEP 2008
El magnate Rupert Murdoch le vendió un yate fastuoso al magnate Silvio Berlusconi. Era un velero de 48 metros y dos palos, construido en los astilleros Perini y llamado Morning Glory, gloria matutina. Después de cerrar el trato, Berlusconi pasó meses contando que Murdoch le había dado ese nombre al barco para celebrar un milagro: a veces, por la mañana, gracias a la presión de la vejiga, aún despertaba con una erección. Tonterías, maledicencias de multimillonarios que, a falta de escrúpulos, juegan a ver quién tiene la eslora más larga.
El yate de Francisco Hernando, Paco el Pocero, de profesión constructor, es ligeramente más pequeño. Mide 46 metros y no es un velero; la ausencia de palos agrava, si hablamos de tamaños, la desventaja comparativa. Aun así, es uno de los buques privados más grandes con bandera española. En una reciente entrevista publicada en la edición española de Vanity Fair, el ex financiero y ex delincuente Mario Conde contaba una anécdota enternecedora sobre Paco el Pocero. En una ocasión, Conde se encontró con el Pocero recién desembarcado y con un aspecto terrible; el Pocero le contestó que intentaba pisar su yate lo menos posible, porque se mareaba siempre.
Hay magnates y magnates. Murdoch y Berlusconi, que se sepa, aún no han tenido necesidad de comparecer (“testimoniar”, lo llaman) ante las cámaras del telecorazón. Tendría gracia, porque ambos son los dueños del asunto. El Pocero, en cambio, ya ha ingresado en el circuito. Ayer “testimonió” en el programa de Ana Rosa Quintana y habló sobre su dificilísima infancia, su falta de escolarización, sus proezas inmobiliarias (Seseña, la ciudad sin agua, por ejemplo) y su buena relación con la ley. Afirmó que nunca le habían sometido a una investigación judicial. Esto último debe ser como lo de la gloria matutina: cosas que dicen los ricos.
Alguien habrá aconsejado, supongo, al Pocero que se esfuerce en trabajar su imagen pública. Y ahí le tienen, “testimoniando”. No sé si intenta ganarse a la opinión pública para prevenir algún desastre inminente. Supongo que no. ¿Qué problemas podría tener uno de los principales constructores de España?
‘Blogs’
ENRIC GONZÁLEZ 10 SEP 2008
Mi actual empleo tiene sus ventajas: no mando y no me mandan, no asisto a reuniones, no me llega ningún rumor burocrático. Este penúltimo rincón del diario es de lo más apacible y deja tiempo para todo. Lo cual acaba siendo un inconveniente: uno pasa muchísimas horas, demasiadas, delante de una pantalla, contemplando programas televisivos de toda catadura (el promedio es malo, pero eso ya lo saben), desenterrando rarezas en los fangales de Internet y, esto es lo peor, asistiendo al interminable bucle de las noticias desde que nacen, más o menos lozanas, hasta que mueren agotadas, después del zarandeo infligido por diarios digitales, boletines horarios, comentaristas de urgencia y tertulianos de cabecera, en manos de los columnistas de papel.
La multiplicación de los medios y el ciclo continuo de 24 horas no han incrementado de forma apreciable la calidad o variedad de la información, más bien lo contrario, si exceptuamos, como creo que corresponde, el cotilleo y la infamia. No se produce, se recicla. Es el signo de los tiempos. En la industria del reciclaje, el blog constituye el apartado más económico, íntimo y personal. También, en general, el más honesto. Los diarios digitales incorporan desde hace tiempo sus propios bloggers, con resultados desiguales. Algunos son realmente buenos y generan adicción.
Permítanme que no me refiera a los de esta casa: sería incómodo. Prefiero citar dos blogs de la competencia; por si eso no fuera delicado, uno de ellos lleva la firma de un amigo mío. Qué se le va a hacer. Lo siento. Santiago González escribe en elmundo.es un blog inteligente, sensato, ecuménico, un bálsamo para los tiempos que corren. No conozco al autor (coincidí con él en una comida, hace muchísimos años), ni comparto algunas de sus ideas, pero si no es un tipo estupendo, finge de maravilla. Iñigo Domínguez, al que sí conozco, dedica su blog de elcorreodigital.com a combinar el sufrimiento de la actualidad italiana con el placer del viejo cine italiano, incluyendo los subgéneros (Fantozzi, las parodias futbolísticas) que apenas llegaron a exportarse. El resultado es siempre divertido.
Discursos
ENRIC GONZÁLEZ 11 SEP 2008
El 13 de mayo de 1940, mientras los ejércitos de Hitler iniciaban la devastación de Europa y preparaban la invasión del Reino Unido, Winston Churchill se estrenó como primer ministro ante la Cámara de los Comunes. Su memorable discurso entusiasmó a una población desmoralizada: “No esperen nuevos anuncios de propuestas en el día de hoy”, proclamó, “no tiene sentido improvisar y aprobar todos los días nuevas medidas”.
El 19 de noviembre de 1862, el presidente Abraham Lincoln se alzó ante el campo de batalla de Gettysburg y pronunció su más célebre discurso, dirigido a honrar a los muertos de la guerra civil y la reconciliación entre bandos. Las primeras palabras son inolvidables: “No esperen nuevos anuncios de propuestas en el día de hoy, no tiene sentido improvisar y aprobar todos los días nuevas medidas”.
El 11 de febrero del año 49 antes de nuestra era, Julio César cruzó el río Rubicón, que separaba la Galia de Italia, e inició una guerra civil. Sus palabras quedaron para la posteridad: “No esperen nuevos anuncios de propuestas en el día de hoy, no tiene sentido improvisar y aprobar todos los días nuevas medidas”.
Tras el asesinato de Julio César, su amigo Marco Antonio pronunció un discurso fúnebre ante el cadáver. Sus palabras destruyeron la conspiración, condenaron a los asesinos de César y son consideradas, aún hoy, una cumbre de la oratoria: “No esperen nuevos anuncios de propuestas en el día de hoy, no tiene sentido improvisar y aprobar todos los días nuevas medidas”.
No menos célebres son las palabras con que Napoleón arengó a sus tropas, antes de una batalla, a la sombra de las pirámides: “No esperen nuevos anuncios de propuestas en el día de hoy, no tiene sentido improvisar y aprobar todos los días nuevas medidas”.
Cuando no hay margen de maniobra, cuando la situación es difícil, o incluso crítica, las palabras de un líder resultan esenciales. José Luis Rodríguez Zapatero compareció ayer ante el Congreso para hablar de la crisis económica más grave en muchos años. Una frase pasará a la historia: “No esperen nuevos anuncios de propuestas en el día de hoy, no tiene sentido improvisar y aprobar todos los días nuevas medidas”. Insuperable.
Optimismo
ENRIC GONZÁLEZ 12 SEP 2008
El optimismo siempre es bueno. Y más en un día como ayer, 11 de septiembre, aniversario del golpe chileno y de la matanza de Nueva York. En una fecha así, cargada de antemano de recuerdos lúgubres, el ciudadano sentado ante el televisor agradece las buenas noticias y las actitudes positivas. Como la del ministro Solbes, que inauguró la jornada televisiva, en TVE, con una descarga de buen humor: “Si entrar en recesión sirve para limpiar la economía”, dijo, “probablemente la situación no tendrá mayor importancia”. También subrayó que España estaba acercándose a la media europea de inflación. ¿Quién dijo que Solbes era un triste?
Había quien temía tensiones en la Diada catalana. En años anteriores, los representantes del PP habían sido amenazados y gravemente insultados, lo que suponía una discriminación intolerable. En la Diada-2008, el matutino acto festivo ante el monumento a Casanovas recuperó el tono unitario: en los informativos pudo verse que todos los partidos, desde el PP hasta Esquerra Republicana, y todos los dirigentes, desde Pujol hasta Montilla, eran calificados de “traidores” y “españoles” por un público no especialmente numeroso, pero sin duda experto en la identificación de traidores españoles. También la representación del FC Barcelona fue vitoreada como traidora y española, hermanándose así con sus rivales del RCD Espanyol. Fue un momento de fraternidad, todos unidos y abrazados en la españolidad y la traición, capaz de calentar el corazón del más escéptico.
En la sobremesa se produjo un acontecimiento que, a primera vista, podría considerarse luctuoso. Tele 5 reincidió en la emisión de uno de los programas más penosos y deprimentes de su historia. En sus esfuerzos por reemplazar el Tomate, la cadena de Mediaset ya había perpetrado un acto gravísimo llamado Las gafas de Angelino. Lo de ahora, titulado XQ no te callas y estrenado el miércoles, resulta incalificable. Verlo abochorna. Y, sin embargo, como la recesión, también esa catástrofe tiene su lado positivo: ya falta un día menos para que se cancele el programa. Si el universo tiene algún sentido, XQ no te callas no dura un mes.
Dean Martin y la ataraxia
ENRIC GONZÁLEZ 14 SEP 2008
La felicidad no debe ser confundida con el bienestar, o con la euforia. En un sentido heroico, podría estar relacionada con el cumplimiento del deber. Lo más cercano a un concepto sensato de la felicidad sigue siendo un viejo concepto griego, la ataraxia: un camino de equilibrio emocional, control de las pasiones y fortaleza de ánimo.
Se supone que las personas ansiamos la felicidad por encima de cualquier otra cosa. Pero faltan modelos. Incluso las grandes figuras religiosas tienen sus fallos. La madre Teresa de Calcuta cumplió con mucho más que su deber, demostró una enorme fortaleza y controló, hasta donde sabemos, sus pasiones; sufrió, sin embargo, tremendas crisis de fe que la hicieron infeliz en algunas fases de su vida. Existe también la opción oriental de la meditación y la renuncia, demasiado austera para mi gusto.
Se supone que las personas ansiamos la felicidad por encima de cualquier otra cosa. Pero faltan modelos
La gran pregunta es: ¿puede ser feliz un hombre con una copa en la mano, un chiste en los labios, un montón de mujeres alrededor y una montaña de dólares en el banco? Mi opinión es que sí. Absolutamente, sí. Pongo como prueba a Dean Martin. No cabe duda de que fue el hombre máscool del siglo XX. Yo sostengo que fue también el más feliz.
Dino Paul Crocetti (1917-1995), conocido como Dean Martin, nació en una aldea de Ohio y trabajó como contrabandista de alcohol, crupier, obrero metalúrgico, escritor de chistes, boxeador, cantante, pareja artística de Jerry Lewis, actor y presentador de televisión. Se le recuerda sobre todo como miembro fundador del rat pack de Frank Sinatra, como personaje relacionado con la mafia y como crooner borrachuzo.
Ésa fue la imagen pública que forjó para ocultarse, para no ofender con su elegancia y disponer de margen para desarrollar su particular ataraxia. En realidad, era Sinatra quien sentía hacia Martin una curiosa dependencia psicológica, y era Sinatra quien mantenía las relaciones mafiosas. En cuanto al vaso, Shirley MacLaine, que también perteneció al rat pack, reveló en su autobiografía que solía estar lleno de zumo de manzana. A Martin le gustaba el J&B, y lo consumía en grandes cantidades, pero también le gustaba trabajar sobrio y acostarse temprano.
Martin parecía no tener pasiones, ni opiniones, ni ideología. Se mostraba indiferente a todo. Jeanne Biegger, que estuvo casada con él durante 24 años, afirmó que ni ella ni nadie sabían quién se escondía en el interior de aquel tipo bromista, sonriente, que fascinaba por igual a hombres y mujeres. Jamás discutió. Si algo no le gustaba, contaba un chiste y se iba.
Como no daba importancia a su éxito, los demás tampoco se lo daban. Tiende a olvidarse que Elvis Presley reconoció haber copiado su fraseo para interpretar canciones como Love me tender o Are you lonesome tonight?; que ya casi en la vejez desbancó del número uno de ventas a los Beatles con Everybody loves somebody sometimes; que obtuvo no una, sino tres estrellas (como cantante, como actor y como showman) en el Paseo de la Fama de Hollywood; que tuvo uno de los programas televisivos más exitosos y duraderos de la televisión estadounidense, y que murió con 50 millones de dólares en el banco y el mayor paquete de acciones en la productora RCA.
También se olvida a veces que fue, con Sinatra y Sammy Davis Jr., uno de los principales contribuyentes económicos a la campaña de Martin Luther King por los derechos civiles de los negros.
¿Equilibrio emocional? Lo demostró en abundancia. Carecía de vanidad, y no le importaba trabajar en películas malísimas con tal de que el ambiente fuera divertido; se zambulló durante años en los disparates orgiásticos que Sinatra organizaba en Las Vegas, sin dejar de portarse como un caballero; fue, tal vez, el único amigo de Marilyn Monroe que no abusó de ella.
¿Control de las pasiones? Sufría de claustrofobia, y supo curarse él mismo: se encerró en un pequeño ascensor y permaneció en él, subiendo y bajando un rascacielos neoyorquino, sudando y desmayándose, hasta que desapareció la ansiedad.
¿Fortaleza de ánimo? Cuando Sinatra se empeñó en realizar una última gran gira con el rat pack, en 1988, hacía pocos meses de la muerte de Dino, uno de los ocho hijos de Dean Martin. Además, sufría de enfisema. Le horrorizaba la idea de que tres viejos dieran el espectáculo en los mayores estadios del país. Pero nunca había fallado a los amigos, y tampoco podía fallar esta vez. Acudió a la cita, sabiendo que harían el ridículo.
Murió sin enemigos, el día de Navidad de 1995. Diez años después consiguió un disco de oro por un álbum póstumo de grandes éxitos. Hace dos años, en 2006, todavía colocó una canción (Baby, it’s cold outside) entre las 10 más vendidas en Estados Unidos.
Todo esto lo hizo tranquilo, sonriente, con un vaso en la mano, un chiste en los labios y muchas mujeres estupendas a su alrededor. Fue feliz, estoy seguro.
El mito del campesino canijo
ENRIC GONZÁLEZ 15 SEP 2008
¿Quieren saber la verdad? Muy pocos equipos italianos han practicado el catenaccio: Milan e Inter, a finales de los cincuenta y principios de los sesenta. El carácter defensivo y oportunista que solemos atribuir alcalcio es sólo un mito. El problema de los mitos (nacionales, deportivos, o de cualquier fenómeno social que requiera un sentimiento de eternidad) es que cuesta mucho cambiarlos.
El catenaccio mítico fue inventado por una sola persona. Se llamaba Gianni Brera, vivió entre 1919 y 1992 y fue el mejor periodista deportivo italiano del siglo XX. Era un tipo brillante, atrabiliario, amante de la polémica y decidido a hacerse escuchar. Examinemos ahora las circunstancias en que Brera inventó (alguien tenía que hacerlo) las leyendas fundacionales del calcio.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, Italia se había convertido en una potencia futbolística, tras vencer en los años treinta (con alguna ayudita de Mussolini) dos Mundiales consecutivos. Poquísimas personas vieron jugar a aquella selección encabezada por Meazza, porque no existía la televisión, así que cada uno se hizo su propia idea.
Terminada la contienda, Italia se había hundido en la miseria. El país, vencedor y vencido a la vez (comenzó en un bando y acabó en el otro), estaba físicamente destruido. Pero quedaba el calcio, e Italia tenía todavía el mejor equipo de Europa, el Gran Torino. Entonces, en 1949, ocurrió la tragedia de Superga: el avión que transportaba al Torino se estrelló contra una montaña cercana a Turín. Nadie ni nada sobrevivió. Tocaba comenzar desde cero.
¿Qué hizo Brera? Desarrollar en sus crónicas la teoría de que el calciodebía adaptarse, como antes de la guerra, a las características nacionales. Tales características no existían, pero Brera echó mano de sus prejuicios de campesino lombardo: los italianos eran, proclamó, un pueblo de canijos mal alimentados, incapaces de competir de igual a igual con los chicarrones del norte. Era necesario, por tanto, aprovechar sus virtudes (astucia, realismo, capacidad de adaptación) y crear un sistema de juego más o menos parecido al yudo: que ataquen ellos, y nosotros encontraremos su punto débil. La aparición del catenaccio,inventado en Suiza por un austríaco, coincidió con la campaña de Brera. La teoría racial del campesino canijo y astuto se ensambló enseguida con el sistema del cerrojo.
Las tesis de Brera permitieron que Italia fuera tirando durante largos años de sequía. El periodista se convirtió en la referencia imprescindible del público, adquirió un prestigio descomunal y se dedicó a sentar cátedra desde sus crónicas en La Gazzetta dello Sport. La inmensa mayoría de los italianos se convencieron de que, en efecto, había que apostar por el posibilismo y el oportunismo, y acabaron convenciéndose de que los éxitos internacionales de antes de la guerra habían llegado por esas vías.
Los mitos, sin embargo, son voraces. Y el mismo Brera acabó reducido a la condición de rehén de su peculiar corpus teórico. Cada semana tenía la obligación de ensañarse con los técnicos audaces y con los jugadores creativos. Su víctima preferida era Gianni Rivera, el futbolista más exquisito de los sesenta. Brera le llamaba de todo, porque no se ajustaba al arquetipo del campesino canijo, astuto y propenso a las mezquindades. Para redondear su propio personaje, Brera sólo se trataba con defensas y con técnicos cerrojistas.
Tras la muerte de Brera, ocurrida en un accidente automovilístico, algunos de sus amigos decidieron revelar ciertos hechos ocultos. Y se supo que Brera admiraba profundamente a Gianni Rivera, y que no se perdía ninguno de sus partidos con el Milan. No había podido admitirlo en vida sin abdicar de toda su obra.
Pep Guardiola nació en 1971. Era un bebé cuando Manuel Vázquez Montalbán, en el vacío teórico de la pretransición política, utilizó su inmenso talento para establecer los dos mitos fundacionales de la Cataluña contemporánea: que la izquierda era compatible con el nacionalismo, y que el FC Barcelona representaba, por razones éticas y estéticas, un atributo esencial para una nación sin Estado. Era la época de Cruyff, y Vázquez Montalbán idealizó las características del holandés eximio para reciclarlas como “tradición estética” barcelonista.
Los mitos se interiorizan y se deforman. Hoy, hasta Eto’o parece convencido de que el Barça encarna un tipo inigualable de elegancia, y que los goles en el Camp Nou valen doble si se marcan de tacón y mirando al tendido. Guardiola, un hombre leído, es sin duda consciente de lo mucho que pesan los mitos.
Ike
ENRIC GONZÁLEZ 15 SEP 2008
El understatement, el muy británico recurso por el que se minimiza un hecho de importancia, suele quedar gracioso. Incluso en las circunstancias más atroces, incluso contra la voluntad de quien lo utiliza. Un caso extremo y célebre fue el de la primera locución radiofónica del emperador japonés Hirohito. El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos había lanzado una bomba atómica sobre Hiroshima. Tres días después, el 9 de agosto, una nueva bomba atómica cayó sobre Nagasaki. Ambas ciudades quedaron arrasadas. Entre 100.000 y 200.000 personas murieron en las acciones bélicas más devastadoras de todos los tiempos.
Hirohito, un dios-emperador al que sus súbditos no habían escuchado jamás, se decidió por fin a comunicarse personalmente con los japoneses. Se supone que sin querer, logró un brillantísimounderstatement. Con el país en ruinas, con el ejército desesperado y con cientos de miles de cadáveres sin sepultar, Hirohito afirmó lo siguiente: “La situación de la guerra ha evolucionado en un sentido no necesariamente favorable a los intereses de Japón”.
En determinados contextos, el understatement resulta implícito y “no necesariamente” apropiado. Un ejemplo, ayer mismo, en el informativo de mediodía de Televisión Española. El espacio arrancó con un accidente aéreo en los montes Urales, pero dedicó sus mayores titulares, y una intervención en directo de la enviada especial, al huracán Ike. El asunto no era para menos. Cuatro muertos por el momento, millones de personas sin acceso a la energía eléctrica, decenas de miles de evacuados y un acentuado pesimismo en torno a la isla de Galveston, frente a la costa de Tejas, hacia la que se dirigían los equipos de rescate. Los locutores adoptaron un tono inevitablemente lúgubre para hablar de Ike.
Pero luego venían los deportes. Concretamente el Gran Premio de motociclismo en Indianápolis, cuya emisión tenía prevista TVE. Existía la posibilidad de que el huracán Ike, aunque debilitado, dificultara las pruebas. Para entonces, Ike, que minutos antes parecía una muestra de la cólera divina, se había convertido en un simple inconveniente. El enviado especial a Indianápolis zanjó el tema con un sonriente desparpajo: “¡Esperemos que Ike no nos agüe la fiesta!”. ¿Lo ven? No hay nada más relativo que una noticia.
Bancos
ENRIC GONZÁLEZ 16 SEP 2008
Salvo por el mezquino, estéril y efímero (pero muy gozoso) placer de asistir a la caída de una de las instituciones más arrogantes y despiadadas del mundo, la quiebra de Lehman Brothers sólo puede causar inquietud. Primero, porque se demuestra, una vez más, que los bancos no tienen una idea muy clara sobre lo que hacen. El invento de los subprime, un producto financiero tan complejo y absurdo que nadie puede saber con certeza si es bueno, regular, malo o ruinoso, da una indicación aproximada sobre cómo están las cosas, y lo previsibles que son nuevas quiebras. Segundo, porque cuando acabe, algún día, todo este cataclismo (no se sabe cuándo terminará en el mundo, pero sí en España: el año que viene, según el Gobierno), los bancos supervivientes serán mucho más crueles y soberbios que los de hoy.
Las crisis son cíclicas, y desde el estallido de la primera burbuja (la especulación holandesa con bulbos de tulipán) se escuchan las mismas frases: el sistema financiero aprenderá, no repetirá errores, se ganará en solidez. Les aseguro que en los próximos meses toparán continuamente con esos mantras consoladores. No crean ni una palabra. El efecto de las crisis es exactamente el contrario. Suelen mejorar los controles gubernamentales, los mecanismos de emergencia de los bancos centrales y las garantías públicas, pero el sistema financiero se vuelve más irracional con cada desastre. ¿Por qué? Porque las entidades supervivientes se hacen más grandes y rentables (alguien se quedará con los activos sanos de Lehman Brothers), porque cuando se recupera el crecimiento el dinero llega solo, y porque sus directivos, pasado el tembleque, se convencen de su propia infalibilidad. Si aún estamos vivos, se dicen, será por nuestro talento. Y vuelven a inventar derivados ultracomplejos, a calentar el mercado bursátil con lo que Alan Greenspan llamaba “exuberancia irracional”, a apostar con dinero ajeno (un párvulo puede invertir en Bolsa, eligiendo al azar, con mayor provecho que los analistas de un banco: ese experimento ya está hecho) y a exigir a los Gobiernos que no interfieran en su sagrada libertad.
Lamento que decenas de miles de personas pierdan su empleo. Pero nunca echaré en falta a Lehman Brothers.
Risas
ENRIC GONZÁLEZ 17 SEP 2008
El stand up, literalmente “de pie”, es un arte humorístico noble y difícil. Nació con el vaudeville y entre sus fundadores canónicos figura el mismísimo Mark Twain. Ya saben en qué consiste: un tipo en pie sobre un escenario desnudo, con el público delante y sin otro recurso que sus chistes, su ingenio y su labia. Los grandes maestros, desde Bob Hope hasta George Carlin o Jerry Seinfeld, proceden de Estados Unidos. Sin embargo, lo mejor de ahora mismo, en mi opinión, es de factura inglesa: Ricky Gervais y el políglota Eddy Izzard han conseguido obras excepcionales.
En España, la tradición del género resulta fuerte en parejas: Tip y Coll, Martes y Trece, Faemino y Cansado, etcétera. No ha habido muchos valientes que salieran solos al escenario y mataran al público de risa. Gila fue grande. También lo fue, aunque sólo pudieran disfrutarlo los catalanes, Joan Capri. Otros, como Rubianes, Cassen o Pedro Reyes, han realizado stand up apreciables. Asimismo, conviene incluir en cualquier lista al inclasificable Chiquito de la Calzada, al contador de chistes Eugenio y, hasta cierto punto, a Andrés Pajares y a Fernando Esteso. Podríamos seguir. El club de la comedia, en Comedy Channel, ha creado un vivero de incipientes profesionales.
En un estilo totalmente heterodoxo, Fernán Gómez realizó un stand upsublime, titulado Anuncios, cuando se despedía ya del teatro. Pueden encontrarlo como extra en el DVD de La silla de Fernando, el delicioso documental-entrevista realizado por David Trueba y Luis Alegre.
Esta semana, el humor español ha ganado un genio del stand up. Quizá algunos de ustedes pudieron descubrirlo en directo en el programaTengo una pregunta para usted, de TVE. Si se lo perdieron, busquen en YouTube o esperen con ansia a que aparezca en DVD. Alberto Ruiz-Gallardón, hasta ahora conocido como alcalde de Madrid o presidente de la región madrileña, ofreció una actuación muy completa, con números graciosísimos. El titulado ¿Por qué no te vienes a cambiar la realidad con nosotros? era para partirse. Pero lo realmente supremo fue el sketch titulado Soñar con Esperanza Aguirre sería agradable. Aún no he dejado de reírme. Este humorista es maravilloso.
Paralímpicos
ENRIC GONZÁLEZ 18 SEP 2008
Han terminado los Juegos Paralímpicos. No puede decirse que hayan gozado de una exhaustiva cobertura mediática. Para mucha gente, ni siquiera han existido. Y es una lástima. Dejemos de lado el asunto de la dignidad y el mérito de esos atletas, porque suele esconder un paternalismo deprimente. Ver nadar a una parapléjica como María Teresa Perales, medalla de oro en los 100 metros libres, constituye en sí mismo un espectáculo emocionante, sobrecogedor. La cuestión es: ¿por qué no nos interesa?
La indiferencia hacia los Paralímpicos permite, al menos, desmontar algunas de las gansadas con que suelen disfrazarse los otros Juegos, los Olímpicos. Me refiero al discurso del espíritu de superación, de la nobleza competitiva, de la convivencia internacional y demás pamemas: en todo eso, ganan de largo los Paralímpicos. ¿El puro espectáculo? Insisto: entre ver a los nadadores parapléjicos, o ciegos, y ver las pruebas olímpicas de ciclismo madison (con todos mis respetos al popularísimo ciclismo madison), no hay color.
Probablemente nos gusta contemplar monstruos. Ésa es una explicación posible. Hablo de monstruos en un sentido literal (“persona o cosa extraordinaria en cualquier línea”), tipos como Phelps, Bolt o Nadal, capaces de nadar, correr o manejar una raqueta mejor que nadie en el mundo. También nos guiamos por la promoción: a más anuncios, más atención.
¿Otra explicación? Acabamos sabiendo vida y milagros de los grandes atletas olímpicos, porque los medios nos lo cuentan todo sobre ellos, y eso genera interés. Estoy seguro de que la biografía del peor nadador paralímpico ofrece un material apasionante. Por desgracia, nos hemos quedado sin conocer esa historia.
Otra cosa. El lunes, en esta columna, se habló sobre el huracán Ike y su evolución a lo largo del telediario de TVE: fenómeno trágico en los titulares, se convertía en simpática molestia al llegar a los deportes. Y citábamos una frase que el enviado especial al circuito de Indianápolis no pronunció. Quien bromeó con la posibilidad de que Ike “aguara la fiesta” del motociclismo no fue el enviado, sino la presentadora. Que conste, a petición del enviado.
Lenguaje
ENRIC GONZÁLEZ 19 SEP 2008
El cine siempre ha peleado, con mayor o menor ahínco, contra la literatura. La voluntad de liberarse del relato convencional ha sido uno de los instrumentos con que se han forjado los lenguajes cinematográficos. Esa lucha resulta sublime cuando el combatiente es un genio. Alain Resnais, por ejemplo. Otras veces genera películas aburridas, insensateces, o auténticos pestiños: para más información, consulten a mi amigo Carlos Boyero. Otra relación difícil es la del fútbol con el cine. Por más que lo ha intentado, la cámara no ha logrado penetrar en el lenguaje futbolístico. En el libro Fútbol y cine, de Carlos Marañón, se comprueba que existen muchas películas de temática futbolística, pero en ninguna hay auténtico fútbol. La literatura sí ha formado con el fútbol una pareja bien avenida. Principalmente, por la vía del periodismo.
Los problemas comienzan cuando se superponen el partido y el relato del mismo. Si no se está viendo el juego, la narrativa funciona estupendamente. En la televisión resulta complicado. El menor de los males es la redundancia: no tiene mucho sentido que el balón salga fuera, a la vista de cualquiera que mire la pantalla, y un segundo después el locutor grite que ha salido fuera. Peor es que el comentarista sobrio, por desgracia propio de otros tiempos (José Ángel de la Casa, por citar un nombre), sea sustituido por un locutor propenso al grito.
Digital +, la televisión de pago que tiene los mismos propietarios que este periódico (por el momento: leo aquí mismo que está en venta), no ofrece las locuciones más gritonas. Personalmente, siento debilidad por Michael Robinson. Sin embargo, ahora propone una opción interesantísima: yendo al botón que controla los idiomas, el que permite ver una película en versión doblada u original, es posible suprimir las voces y quedarse con el rumor del estadio. Eso será de gran disfrute cuando lleguen los grandes partidos y se oiga el rugido de la grada: el balón y el rugido son los auténticos lenguajes del fútbol.
El padre de María
ENRIC GONZÁLEZ 21 SEP 2008
Cada vez que se hunde la Bolsa, tiembla el sistema bancario y se publican artículos sobre el fin del liberalismo (la secuencia es siempre la misma), doy un repaso a la inversión que, espero, me garantizará una vejez desahogada. Hablo de una colección de El Víbora que incluye, por supuesto, el mítico número extra dedicado al golpe de Estado de 1981.El Víbora -una revista de cómics desaparecida, tras larguísima agonía, en 2005- fue en su época clásica un producto genial y disparatado. Elunderground barcelonés tuvo algo de musical (ciertos flecos del Grup de Folk y el Grup de Rock, Cachas, Riba, Sisa, etcétera), pero cuajó sobre todo en dibujos: El Rrollo enmascarado, Star y, como culminación, El Víbora.
‘El Víbora’, una revista de cómics desaparecida en 2005, fue en su época clásica un producto genial y disparatado
El primer número de la revista apareció en 1979, editado por José María Berenguer y amamantado (no se me ocurre una expresión más exacta) por el inclasificable José Miguel Marcén, más conocido como Profesor Onliyú. La principal estrella era Nazario, veterano de El Rrollo y autor de la portada. Una joven pareja de autores, Miguel Gallardo y Juan Mediavilla, suscitaron, sin embargo, una gran atención por parte del selecto público de desarrapados que comprábamos El Víbora. Gallardo y Mediavilla representaban la llamada línea chunga, en teórica oposición a la línea clara (el modelo Tintín, para entendernos) que durante unos años se congregó en torno a la revista Cairo. Pura teoría, porque Max, de la escuela clara, también estaba en El Víbora.
Gallardo y Mediavilla vivían, o trabajaban, o perpetraban sus excesos, en el barrio de Gràcia. Compartían un piso en el que todo era caótico, salvo la mesa de dibujo de Gallardo, y en el que parecía que en cualquier momento fueran a irrumpir sus personajes, exquisitamentelumpen: Makoki, El Niñato, El Tío Emosiones, Cuco, Morgan.
Juan Mediavilla, que con el tiempo se creó un álter ego, Juan Jaravaca, era un burgalés tremebundo cuyo futuro estilo pictórico (con posos de Freud y Bacon) se intuía ya en las viñetas chungas. Miguel Gallardo, ilerdense, era un tipo más callado, más ordenado (no digo que menos salvaje) y dotado de una extraordinaria ironía. En principio, las historietas de Gallardo y Mediavilla, llenas de maderos, picos, palos,violencia y movidas raras, no resultaban el mejor vehículo para sutilezas irónicas. Repasándolas ahora, en los pliegues de los guiones y en bastantes de los dibujos se percibe con claridad la ironía gallardiana.
Después de aquella aventura, Miguel Gallardo se concentró en el oficio de ilustrador. En los últimos años ha trabajado para los medios más prestigiosos del mundo, The New Yorker incluido. La semana pasada, en el suplemento Babelia, ofrecía una muestra de su estilo.
Hace unos meses publicó un librito singular, titulado María y yo. Formalmente, se trata de un simple diario de vacaciones: Miguel Gallardo y María, su hija, pasan unos días en un hotel de Gran Canaria. La peculiaridad consiste en que María, que tiene 12 años (o quizá ya 13), es autista, y Gallardo, acostumbrado a comunicarse con ella con la ayuda de dibujos, se adapta al código establecido entre ambos para construir el relato. No es fácil (aunque sí gratificante) vivir con un hijo discapacitado. Aún más difícil es hablar de ello sin tecnicismos ni cursilerías. María y yo es una obra tierna y sincera, evidentemente, pero también divertida y muy irónica.
Sólo traté a Miguel Gallardo durante unos cuantos días, por razones laborales (una entrevista, un reportaje fotográfico que hizo Lluís Salom, algunas copas matutinas en la redacción de El Víbora, alguna fiesta de la revista), y de eso hace casi treinta años. Compruebo que el dibujante ha crecido, pero no ha cambiado: sólo un tipo capaz de cometer obras tan salvajemente inmortales como La juventú de Makoki o Fuga en la Modelo y su hija podían atreverse con una aventura tan singular,underground, marginal y exquisita como María y yo.
María y yo, por María Gallardo y Miguel Gallardo. Editorial Astiberri, 2007. Fuga en la Modelo, por Gallardo y Mediavilla. Ediciones La Cúpula, 1981.
El hombre que prefería la lluvia
ENRIC GONZÁLEZ 22 SEP 2008
Franz Beckenbauer sólo aparca su arrogancia cuando menciona a Fritz Walter. Esas son palabras mayores: Fritz Walter.
Beckenbauer, por entonces capitán de la selección alemana, invocó al mito el 3 de julio de 1974, minutos antes de que comenzara la semifinal contra Polonia. Puede parecer curioso, pero los alemanes temían más a los rapidísimos polacos que a los holandeses de Cruyff. Diluviaba sobre Frankfurt y parecía obvio hablar de Walter: decir “hace tiempo de Fritz Walter”, en alemán, significa que llueve. Pero había mucho más. Se cumplían casi exactamente 20 años de la final de Berna, y Fritz Walter, el campeón más grande, iba a ver el partido. Beckenbauer reunió a sus compañeros y les habló de Fritz Walter.
Fue un futbolista excepcional, una fiera en cualquier zona del campo. Un Di Stefano, según quienes le vieron. Fue el hombre que dio a Alemania la Copa del Mundo de 1954, con aquella increíble final de Berna contra la gran Hungría. Llovía en Berna, y eso, evidentemente, ayudó.
Pero la grandeza de Fritz Walter superó una simple final, o una simple carrera deportiva. Fue la grandeza de una vida extraordinaria.
Debutó con el Kaiserslautern, el equipo de su ciudad, a los 17 años. A los 19, en 1940, vistió la camiseta internacional en un encuentro amistoso contra Rumanía. Ya había estallado la guerra y la Alemania nazi organizaba partidos con sus aliados. Luego se acabó el fútbol. Fritz Walter fue reclutado, asignado a las fuerzas paracaidistas y lanzado sobre la frontera entre Hungría y Eslovaquia. Le hicieron prisionero y le internaron en un campo de concentración, donde contrajo la malaria. Esa es la razón, bien conocida, de que no pudiera soportar el calor del sol (le subía la fiebre) y prefiriera la lluvia.
Durante el cautiverio, jugó algún partidillo de fútbol con los guardianes húngaros. Cuando llegaron los rusos, para llevarse a los alemanes a un gulag soviético, los guardianes afirmaron que Walter era austríaco. Y le salvaron la vida. Volvió a su país, volvió al fútbol, dio dos ligas (1951 y 1953) al Kaiserslautern y capitaneó la selección de 1954. Venció a los húngaros, pero no les olvidó.
Dos años después, en 1956, los tanques soviéticos tomaron Hungría mientras la selección andaba de gira. Los jugadores se negaron a volver, e iniciaron un triste peregrinaje por Europa occidental: Puskas, Czibor, Kocsis, Hidegkuti y compañía se convirtieron en los Globetrotters del fútbol de posguerra. ¿Saben quién les organizaba amistosos y les prestaba dinero? Fritz Walter, que con casi 40 años seguía siendo el capitán del Kaiserslautern y de Alemania.
Después de la retirada, sin apenas ahorros, declinó las ofertas para convertirse en técnico o directivo. Eligió trabajar en la rehabilitación de presos. Poco antes de morir, en 2002, afirmó que su vida había sido “absolutamente feliz”.
Piensen, por favor, en Fritz Walter cuando llueva sobre el césped. O cuando un futbolista multimillonario se queje por cualquier cosa.
Tenis
ENRIC GONZÁLEZ 22 SEP 2008
Ya han visto cómo las gasta Televisión Española. Es la única que mantiene una red de corresponsales digna de ese nombre, y cuando se habla de “servicio público” esgrime sus espacios informativos. Son una de sus señas de identidad, se supone. En los tiempos que corren, sin embargo, la identidad y los principios cotizan a la baja: si hay tenis, no hay telediario. Trasladar temporalmente el partido de Rafael Nadal a La 2 y emitir un informativo, aunque fuera simbólico, no habría quedado moderno. Si, como estableció el estadista Álvarez-Cascos, el fútbol es de “interés general”, ¿no lo va a ser el tenis? Pues adelante con la raqueta. Y el que quiera saber qué pasa en el mundo que se vaya a la radio, o a Internet, o a cualquier otra tele. O que espere al final del partido.
Lo de Televisión Española sale caro para el contribuyente, pero no es insólito. Ni especialmente grave. El mundo de la comunicación es así, voluble. Quien antes aplaudía las hazañas criminales de los GAL ahora los agita como un espantajo. Quien pedía dejar tranquilos a los muertos de la guerra civil ahora pide que se abran tumbas. No pasa nada. Sigo pensando que la televisión pública tiene ventajas. Entre otras, una: de vez en cuando, cambian los jefes.
Y no me hablen de derroches. Con un poco de suerte, en los próximos meses veremos maravillas. Los empresarios y las fuerzas vivas de la economía española ya han empezado a pedirle al Gobierno un poco de socialismo, un “paréntesis” en el libre mercado. ¿Una pausa para lamerse las heridas? ¿Una rendición? No se engañen.
A pocos les parecería extraño que José Luis Rodríguez Zapatero acabara impulsando un gran plan de rescate, o saneamiento, o relanzamiento: elijan el nombre que prefieran. En teoría, eso (que ya está haciendo Bush) es keynesiano y progresista. En la práctica, conviene fijarse en la letra pequeña. Para realizar esos planes, el Estado tendría que emitir deuda. Y bastaría con que los títulos fueran al portador, anónimos, para que el Estado patrocinara la enésima operación de blanqueo de dinero negro.
¿Les parece improbable? Eso es que ven demasiado tenis.
Olvido
ENRIC GONZÁLEZ 23 SEP 2008
Archivado en:
Shoichi Yokoi, Hiroo Onoda y Teruo Nakamura gozaron de una breve fama hace algo más de 30 años: fueron los últimos soldados japoneses en las islas del Pacífico, los últimos combatientes de una guerra que terminó y les dejó atrás. Tras su localización y detención-rescate, entre 1972 y 1974, se escribió mucho sobre aquellos personajes que no llegaron a enterarse de la rendición imperial y siguieron combatiendo por su cuenta.
Por supuesto, eso era falso. No existe nadie tan idiota. Los tres eran conscientes de que la guerra había acabado. Cada uno, sin embargo, tenía sus propias razones. Yokoi odiaba a su familia y quiso vengarse de ellos desapareciendo en la espesura de Guam. Onoda, oficial de carrera, hizo lo mismo que algunos combatientes confederados tras la guerra civil americana: en nombre del honor militar, creó una banda de forajidos en Lubang hasta que la muerte de sus compañeros le dejó solo. Nakamura no era japonés, sino taiwanés; había sido reclutado a la fuerza, y se negaba a entregarse para que no le enviaran a Japón, un país que odiaba.
Vistos desde lejos, Yokoi, Onoda y Nakamura parecen personajes patéticos. Vistos desde cerca, no tanto. Especialmente Onoda, el único que, con 86 años, sigue vivo: el honorable oficial japonés asesinó a una treintena de campesinos durante sus correrías posbélicas. ¿Qué sentido tuvieron aquellos asesinatos?
ETA fue una banda terrorista. Ahora es una banda terrorista vencida. Durante muchos años, los etarras cometieron crímenes. Ahora cometen crímenes absurdos. Cada uno de sus asesinatos conlleva, además del dolor de siempre, el desaliento de los actos estériles.
Hiroo Onoda se negó a rendirse hasta que el Gobierno japonés localizó a su antiguo superior, el mayor Taniguchi, de profesión librero, y le envió a Lubang. En una parodia de ceremonia militar, Taniguchi aceptó el sable y la rendición de Onoda. No habría sido mucho más difícil enviar una patrulla de policías y sacar a Onoda de la selva con una patada en el culo. A mí me habría parecido más edificante.
Espero que no haya ceremonias, ni públicas ni privadas, con los últimos de ETA. A estas alturas, mejor la cárcel y el olvido.
Cámara
ENRIC GONZÁLEZ 24 SEP 2008
Hagan la prueba: contraten a un cámara, un técnico de sonido y un productor, y pidan que les sigan. Podrán hacer casi cualquier cosa que se les ocurra. Con un poco de suerte comerán sin pagar en restaurantes de lujo y se colarán en fiestas estupendas. La presencia de la televisión altera los comportamientos. Por alguna razón, que se me escapa, la gente quiere salir en la tele. Si es la mayor de su pueblo, mejor. Si es el segundo canal local de Tananaribo, también vale.
Ése es el problema de Pekín Express (Cuatro). La idea consiste en reunir a unas parejas variopintas (marido y mujer, dos amigotes maduros, dos drag queens, un tipo indefinible y su empleada del hogar) y enviarlas desde la frontera occidental de Rusia hasta Pekín, con un presupuesto diario de un euro. En teoría, eso obliga a los concursantes a mendigar en ruso, a hacer dedo en carreteras polvorientas, a dormir en cunetas… En la práctica, cada pareja anda por ahí con la cámara detrás. Y, encima, con una tarjeta, redactada en la lengua local, en la que se explica que se trata de concursantes en un programa de televisión. ¿Cómo no encontrar a un lugareño hospitalario que quiera aparecer en la tele, aunque sea en una española? Hay que reconocer que alguna de las parejas ha tenido que dormir ya junto a la carretera, masacrada por los mosquitos. Pero eso constituye la excepción. Hasta ahora, el mayor peligro que afrontan los concursantes es la cirrosis: en cuanto el indígena ve la cámara y lee la tarjeta, abre una botella de vodka.
Pekín Express tiene algo de programa de viajes. Por ese lado, se salva. Habría funcionado mucho mejor si los concursantes fueran solos y provistos de una camarita, filmándose a sí mismos y a sus potenciales agresores (las cosas serían distintas sin el equipo televisivo), y documentando sus desgracias al final de cada etapa.
Acelerador
ENRIC GONZÁLEZ 25 SEP 2008
El acelerador de partículas LHC no es un proyecto español, por fortuna. De serlo, las noticias de los últimos días habrían suscitado el habitual repaso a los tópicos sobre nuestra ineficiencia. Primero, unos tipos se cuelan en el sistema informático y dejan en él unas cuantas inscripciones chuscas. Luego se produce una gran avería por filtración de helio, a causa, al parecer, de “una conexión eléctrica defectuosa”, un problema que parece más propio de un calentador o una lavadora que de una máquina extraordinariamente compleja y de tamaño descomunal: los túneles de experimentación se extienden por decenas de kilómetros. Y al fin se anuncia que, entre una cosa y otra, el Gran Colisionador de Hadrones no podrá volver a funcionar al menos hasta abril.
No es fácil imaginar a 2.000 físicos de todo el mundo implicados en esto. Parecen las explicaciones de un operario que se limpia las manos con un trapo, mientras echa un vistazo al catálogo de las piezas de recambio.
Se ha especulado mucho sobre el acelerador-colisionador europeo, destinado a recrear ciertas condiciones del origen del universo y a comprobar las teorías sobre el mismo. Abundan las profecías apocalípticas (aparición de agujeros negros o vacíos cuánticos, destrucción total del planeta e incluso de la galaxia), que los científicos consideran infundadas, y, sobre todo, las quejas por el coste de una instalación destinada a realizar unos cuantos experimentos.
En principio, la maquinaria instalada en la frontera franco-suiza ha costado más de 3.000 millones de euros. Muchas familias podrían comer durante años con ese dineral, es cierto. Pero más se pierde en una jornada tonta de las bolsas. Y conviene situar el proyecto europeo en el contexto mundial de las investigaciones científicas. Todo el acelerador-colisionador cuesta, más o menos, una décima parte del presupuesto que el Pentágono dedica cada año a sus proyectos militares secretos.
Parece bastante probable que si se produce una súbita destrucción planetaria, proceda del Pentágono antes que del acelerador-colisionador. Chapuzas al margen, la máquina de Ginebra es una de las pocas cosas interesantes que ocurren ahora en Europa.
Aborto
ENRIC GONZÁLEZ 26 SEP 2008
Ojo: soy uno de esos carcas que están en contra del aborto. Supongo que si tenía algún lector, acabo de perderlo. Sigamos.
Creo que el aborto es una tragedia, un suicidio por persona interpuesta. Pero no creo que puedan usarse conceptos penales, como “asesinato”, cuando se habla de un manojillo de células. No sé cuándo un feto puede considerarse una persona; sólo bajo criterios estrictamente religiosos, me parece, puede sostenerse lo de que hay persona desde el mismo momento de la fecundación.
Éste es un asunto serio y difícil; conviene abordarlo sin fanatismos. Y sin hipocresía. ¿Debe existir una regulación del aborto? Por supuesto, salvo que nos satisfaga que se realicen clandestinamente y en condiciones infames. ¿Es buena la actual legislación? Uno tiende a pensar que no. Ese punto sobre la “salud mental” de la madre constituye un monumento a la ambigüedad. ¿Hay que reformar la ley ahora? No parece que constituya la máxima prioridad para la sociedad española en su conjunto. En eso tiene razón el PP. La “demanda social” representa un criterio endeble cuando se trata de abordar un tema tan serio. Cualquier momento es bueno para expresar una opinión. Y si un partido no es capaz de situarse ante un asunto de extrema magnitud moral y social y decir con claridad cómo debe afrontarse (cómo debe ser la ley, si se considera perfecta la vigente o si prefiere la prohibición), ese partido carece de crédito. Considero razonable que se negocie y se apruebe una nueva ley sin ambigüedades y con plazos concretos. A mí cualquier plazo me parecerá excesivo. Pero eso es asunto mío. En caso de duda (y aquí nos movemos en un mar de dudas), libertad a cada cual.
Estas innecesarias divagaciones vienen a cuento, por vía indirecta, del programa que hoy estrena Cuatro (creo que hablo demasiado de esa cadena; pertenece a la gente que me paga, y eso incomoda). Madres adolescentes intenta reflejar las vidas de seis madres menores de 18 años. De momento, inspira interés. Veremos.
UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
El ejemplo del koala
ENRIC GONZÁLEZ 28 SEP 2008
El koala parece feliz. Quizá lo es. Mírenlo: una monada. Y, sin embargo, podemos catalogarlo como el mamífero más lamentable del planeta. En ciertos aspectos, muestra rasgos que sugieren un alto nivel evolutivo: sus huellas digitales (un elemento raro en la naturaleza) son casi indistinguibles de las humanas. Pero, y eso también es raro, está en regresión. Evoluciona al revés. Cada generación es un poquito más imbécil que la anterior.
Hace unos veinte millones de años, el koala, marsupial arbóreo y herbívoro, vivía en las selvas australianas, alimentándose de hojas muy diversas. Cuando el clima empezó a enfriarse, las selvas fueron reemplazadas por bosques de eucaliptos. ¿Han probado una hoja de eucalipto? No lo hagan. Es correosa, tóxica y apenas proporciona alimento. Muchísimas especies se extinguieron con la llegada del eucalipto. Otras buscaron nuevos lugares para establecerse. El koala, no. El koala prefirió adaptarse y conformarse con lo que había. Desde entonces, su vida ha ido convirtiéndose en una auténtica porquería.
¿Han probado una hoja de eucalipto? No lo hagan. Es correosa, tóxica y apenas proporciona alimento
Para arreglárselas con la nueva dieta y digerir las hojas de eucalipto, el koala desarrolló una especie de microbio estomacal. Pero eso lo hizo entonces, cuando poseía la inteligencia que puede esperarse de un mamífero. Ahora, el microbio se transmite por la vía más fácil: a partir de los seis meses, y hasta que cumple un año, el koala pasa gran parte de su tiempo amorrado al ano de su madre, sorbiendo un tipo de excremento rico en microbios. En este caso, como en otros, la infancia define la vida.
Una vez adulto, el koala puede dedicarse ya a masticar hojas de eucalipto. Dedica a ello unas cinco horas diarias. Luego necesita una siesta de unas 18 horas, para que actúe el microbio intestinal. El animalito es altamente irritable mientras come: ni se le ocurra tocarlo. También es irritable mientras digiere. En eso se le va prácticamente toda la jornada: come, digiere y se cabrea. No hay tiempo para más.
La dieta de eucalipto, muy pobre en proteína y en cualquier otro elemento nutritivo, ha provocado un progresivo empequeñecimiento del cerebro. Los fósiles demuestran que, antes, en la época selvática, el cráneo del koala estaba lleno de masa cerebral. Ahora, el cerebro es como una nuez pequeña, con dos lóbulos desconectados entre sí, flotando en fluido. El koala viene a pesar entre 5 y 12 kilos. Su cerebro supone el 0,2% de esa masa corpórea. Si el humano hubiera seguido la tendencia regresiva del koala, ahora, en lugar de poseer un cerebro de 1,4 kilos, tendría uno de 100 gramos. Aún hay tiempo para conseguirlo. Sólo es cuestión de perseverar.
No creo que haga falta comer todos los días medio kilo de hojas, como el koala, para convertirse en un imbécil. Quizá sea posible conseguir el mismo efecto con unas cuantas ideas, masticadas durante años y años. Se podría empezar con un par de conceptos básicos, patria y nación, tan correosos, tóxicos y carentes de proteína como el eucalipto. Al cabo de un cierto tiempo, más o menos largo, según los casos, el aspirante a koala nota los efectos iniciales: una sensación de pertenencia intensa a un grupo, y de diferencia respecto a otros grupos. El siguiente paso será una inefable sensación de superioridad respecto a otros grupos. Lo principal ya está hecho.
Pero no hay que conformarse con eso. Es necesario encontrar un equivalente al microbio que el koala chupa del ano materno. Ahí nos valdría, quizá, algo más tenue que un concepto. Como, por ejemplo, lo que algunos llaman “fidelidad ideológica”. Recuerden, sobre todo, que no hablamos de principios y ética, o moral: si se tiene de eso, resulta casi imposible convertirse en koala. No, aquí nos referimos a esos prejuicios sectarios que nos llevan a votar a un partido, o a comprar un periódico, o a ver una cadena de televisión, con un único fin: que refuercen nuestros prejuicios; es decir, que nos mantengan firmes en el punto de partida y no intenten inocularnos la funesta manía de pensar.
Cuando, para nosotros, los buenos sean siempre los mismos y lo hagan siempre bien, y los malos sean siempre los mismos y lo hagan siempre mal; cuando nos moleste la duda; cuando seamos incapaces de percibir nuestra propia ignorancia; cuando nuestro mecanismo mental se limite a conjugar el “yo”, el “nosotros” y el “ellos”, lo habremos conseguido. Basta ponerse a ello. Vocación no nos falta.
CENIZAS DE FÚTBOL | VIOLENCIA EN EL FÚTBOL
Una divergencia filosófica
ENRIC GONZÁLEZ 29 SEP 2008
Aristóteles no se dedicó, por fortuna, a la crónica futbolística: habría fracasado miserablemente. Aristóteles pensaba que la realidad es obvia, porque la tenemos ante nuestros ojos y podemos verificarla de forma empírica. Según Platón, por el contrario, lo que vemos es sólo apariencia, una deformación de las ideas abstractas que constituyen la auténtica realidad.
No hay mucho que discutir: Platón tenía razón. Pongan frente a frente a un culé y un periquito y háganles hablar del partido del sábado. ¿Realidad? ¿Qué realidad?
La continua colisión de pseudorealidades ha generado, desde siempre, interesantísimos debates intelectuales. En la ingente producción metafísica del fútbol español existe un episodio clásico, aunque poco conocido, que vale la pena rescatar.
El 19 de enero de 1964, CE Tortosa y CE Sabadell, líder de la categoría, disputan un partido de la Tercera División. Ganan los tortosinos, locales, por 3-1.
El 21 de enero, en el periódicoSabadell, el periodista José Cabeza ofrece su visión de los hechos. Tras referirse al público de Tortosa, “que conserva el criterio del aficionado del Paleolítico”, califica al “colegiado de turno” de “gran vencedor”, por su “impecable manera de darle la vuelta al marcador mediante el sencillo expediente de señalar dos absurdos penaltis contra el equipo arlequinado”, después de que éste se adelantara en el marcador. Un nuevo repaso por la vía shakespeariana a “los públicos de la ribera del Ebro, un asunto que, como diría el príncipe de Dinamarca, huele a podrido”, una nueva referencia al “fanatismo troglodita” en las gradas y al “coaccionado colegiado”, y un suspiro: “Al menos esta temporada no hay que volver”.
El mismo 21 de enero, en La Voz del Bajo Ebro, una crónica firmada por Arxhivero habla del mismo partido, pero desde otra galaxia mental, próxima al mecanicismo y por tanto antiplatónica: “El triunfo del Tortosa sobre el líder se basó en un concepto exacto, fue un triunfo forjado en la técnica y la concepción estratégica”. El Tortosa “acabó por arrollar al líder” y fue “el indiscutible merecedor de la victoria con dos penaltis claros a su favor”. El árbitro, correcto, salvo por un lunar: el gol del Sabadell fue ilegal, por “haber levantado el linier la bandera, señalando fuera de juego del arlequinado”.
Las autoridades franquistas consideraron potencialmente peligrosas las divergencias filosóficas entre Cabeza y Arxhivero. El 24 de enero, el Ayuntamiento de Tortosa encarga a sus servicios jurídicos que estudien si el platonismo sabadellense constituye “materia delictiva”. El director de Sabadell, José Palau, que no desea judicializar una simple polémica intelectual, intenta conciliar posiciones ante el Ministerio de Información y Turismo, pero aprovecha para resaltar ciertas hipótesis adicionales sobre el público tortosino, “el cual, no contento con agredir incluso a las señoras, se ensañaron [audaz desdoblamiento sintáctico] reventando neumáticos de los coches de los visitantes”.
El 28 de enero, La Voz del Bajo Ebro critica las tesis “confusionistas” de la escuela platónica sabadellense y, como cierre del debate, formula una interesante apelación al relativismo, que trasciende a Platón y nos lleva al menos hasta Spengler, si no al mismísimo Wittgenstein: “¿Que hubo pasión en el ambiente? De acuerdo. ¿Acaso no es ello natural?”.
[Este artículo se ha confeccionado con los materiales de la época, recopilados por el periodista Pere Font].
Mal
ENRIC GONZÁLEZ 29 SEP 2008
Pertenezco a una generación que ha admirado a la Mafia a través de El Padrino o de Uno de los nuestros, y ha respetado a Keith Richards por su empecinamiento en la toxicomanía. No es extraño. Ha ocurrido siempre. En su momento, Crimen y castigo suscitó náuseas en ciertos lectores, pero cautivó a muchos más: ¿cómo no identificarse con el joven asesino Raskólnikov? El arte y la materia artística que, en algún lugar, lleva físicamente incorporada el artista son amorales porque deben serlo: arte y moralidad se excluyen mutuamente, incluso en el arte religioso. Vean las figuras obscenas en ciertas fachadas catedralicias, o los santos atormentados del Caravaggio.
Siempre ha existido, por supuesto, quien ha querido “limpiar” el arte y convertirlo en modelo de una idea “pura”. Lo intentaron Adolf Hitler, que patrocinaba la pintura cursi, y el régimen soviético, con aquellos artefactos voluminosos del “realismo socialista”. La cuestión sobre los límites del arte adquiere ahora una nueva relevancia, dados los esfuerzos de algunos creadores por cotizar en el mercado del escándalo. ¿Es arte contemplar la agonía de un perro en una galería de arte? ¿Es pura maldad?
En principio, no tengo nada en contra de la banalización del mal. El mal suele ser banal. Sólo el arte lo redime. Un ajuste de cuentas entre mafiosos huele a sangre y caspa vieja; ese mismo ajuste de cuentas, filmado por Coppola, puede elevarnos sobre nosotros mismos.
Lo que sí me molesta es la banalización del arte. Dicho lo cual hay que buscar con rapidez un punto y aparte, porque no pueden coexistir en un mismo párrafo la palabra “arte” y las series que paso a mencionar. No creo que exista ninguna adolescente tan tonta como para pensar, viendo 700 euros (Antena 3), que los macarras son tiernos, comprensivos y metrosexuales como Toni Cantó. Tampoco creo que a nadie se le ocurra meterse a narcotraficante, o echarse un novio de tal profesión, después de ver Sin tetas no hay paraíso (Tele 5). La propia inanidad de ambas series aleja cualquier peligro. Aun así, opino que productos tan mediocres no deberían juguetear con el mal. ¿Lo banalizan? Peor que eso. Lo hacen estúpido.
Izquierda
ENRIC GONZÁLEZ 30 SEP 2008
Algunas guerras tienen un resultado confuso. La II Guerra Mundial la ganó Estados Unidos, pero también la ganaron, a más largo plazo, dos países vencidos como Alemania y Japón. El Reino Unido ganó, pero perdió. La Unión Soviética salió victoriosa del choque, pero no del siguiente conflicto planetario, la llamada guerra fría. A veces, cuando se produce una gran crisis, hay que esperar para saber quién sobrevive, quién saca ventaja y quién paga el pato.
Aún es pronto para conocer a los vencedores del actual colapso financiero. Todo apunta, de momento, a los bancos supervivientes y, en un sentido estratégico, a China. En cambio, el primer cadáver está ya en la cuneta, a la vista de todos. ¿Tienen alguna noticia de aquello que se denominaba la izquierda? No espero respuesta, porque los muertos suelen callarse.
El PSOE ya se ha apuntado al plan de Bush (con las oportunas correcciones demócratas), que, como saben, traslada al contribuyente la factura de los destrozos bancarios. Este mismo diario, que dentro de la industria del ramo tiende a alinearse en el flanco izquierdo, ha adoptado una posición similar. De Izquierda Unida no sé qué decir: en su página digital tienen colgado un texto, fechado en junio, en el que hablan del superávit presupuestario (que en paz descanse) y exigen movilizaciones con fines inconcretos.
La izquierda, antes, tenía un proyecto. Seguro que se acuerdan: el internacionalismo obrero, la nacionalización de la banca y la energía, la cogestión, ese tipo de cosas. Ahora estamos en el capitalismo con matices. Mercados, sí, pero “regulados”. Ya ven. La regulación de los mercados es como el patrón oro: una idea extraordinaria para el siglo XIX.
Seamos honestos: quienes nos sentimos de izquierda, porque no creemos que el liberalismo proponga un sistema justo, estamos huérfanos. O quizá no. Quizá tenemos ya un montón de nuevas alternativas, pero no nos hemos enterado porque ningún diario habla de ello. La moda es el laicismo. El reparto de la riqueza ha dejado de interesarnos.
Miren, no nos preocupemos. Antena 3 estrenó el domingo pasado Sexy money, una historia de “lujos, corrupción, escándalos y secretos” en “una de las familias más ricas de Nueva York”. Miremos, callemos y no le demos más vueltas.
Sátira
ENRIC GONZÁLEZ 1 OCT 2008
Entre 1979 y 1982, coincidiendo con la llegada de Margaret Thatcher al poder, la BBC produjo un sensacional programa satírico. Se llamabaÉstas no son las noticias de las 9 y se emitía semanalmente, a las 9, por supuesto, en BBC 2, mientras en el primer canal se emitían las noticias de las 9. Hablamos de un tiempo en el que la BBC ostentaba el monopolio televisivo, no existía aún Spitting image (1984), y los políticos no estaban habituados a ser ridiculizados en televisión. Tenía un grupo de guionistas fijos, entre ellos un tipo tan mordaz como Clive Anderson. Pero estaba abierto a aceptar ideas y chistes: bastaba enviar la idea a la BBC; si se utilizaba, se pagaba. Así de fácil. La primera temporada obtuvo una acogida discreta, y muchas críticas, especialmente del Gobierno conservador. Con la segunda temporada llegó el éxito.
No sólo los guiones eran buenos. Los actores estaban encabezados por Rowan Atkinson (antes de Mr. Bean), Mel Smith, Griff Rhys Jones (que al terminar la serie crearon el dúo Smith and Jones) y Pamela Stephenson. Quien se maneje un poco en inglés, puede encontrar en YouTube algunos de los pasajes míticos. Por ejemplo, uno en que Atkinson, en el papel de joven político thatcherista, anuncia la instalación “a título experimental” de la silla eléctrica “en un par de comisarías”. Acabo de verlo y aún me río.
Cuatro emite ahora Éstas no son las noticias. Pasados los nervios iniciales, ha mejorado. El presentador, Quequé, exhibe un palique de la escuela Wyoming. Algún colaborador, como David Broncano, muestra un cierto talento para el humor surrealista. El formato es distinto del utilizado en su día por la BBC. El objetivo es el mismo. Por el momento, una cosa se puede afirmar con absoluta certeza: Éstas no son las noticias no es, ni de lejos, Éstas no son las noticias de las 9.
Información
ENRIC GONZÁLEZ 2 OCT 2008
Es muy posible que conozcan ya el sketch de The last laugh, un programa humorístico británico, sobre las hipotecas subprime y la crisis financiera. Circula por el flanco castellanoparlante de Internet, gracias a la inclusión de subtítulos. Si no lo han visto, no se lo pierdan. Es, sin duda, la explicación más clara hasta ahora. Además da mucha risa. El programa fue emitido el 14 de octubre de 2007. Los guionistas no necesitaron una especial clarividencia: resultaba obvio que Wall Street, y con la Bolsa neoyorquina todo el sistema financiero, se despeñaba. El secretario del Tesoro de EE UU, Henry Paulson, acababa de realizar unas declaraciones al Financial Times que no dejaban duda: “La crisis de confianza en los mercados de crédito probablemente durará más que las previas crisis de las pasadas dos décadas”.
El mismo Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal y uno de los principales responsables del colapso, predecía una época oscura. También en octubre de 2007, Pedro Solbes presentó el proyecto de ley presupuestaria para 2008, con una previsión de crecimiento del 3,3%, avalada por la UE. Recordarán las promesas electorales que formularon Zapatero y Rajoy. Gran crecimiento, millones de nuevos puestos de trabajo… También recordarán la obstinación con que Zapatero y Solbes se negaron a hablar de crisis, hasta que se les coló en la cocina.
Todo esto, hasta cierto punto, es normal. La clase política no goza de crédito entre la ciudadanía. ¿Saben lo peor? La prensa sigue vendiendo como “información” las declaraciones de políticos y dirigentes, a sabiendas, muchas veces, de que son inexactas, o cínicas, o falsas, y ofrece como “opinión” las objeciones correspondientes. Quizá eso no contribuye a la credibilidad de la propia prensa, ni a su prosperidad futura.
Invención
ENRIC GONZÁLEZ 3 OCT 2008
Suele ser entretenido imaginar lo que nunca ha ocurrido. Estados Unidos, por ejemplo, no ha sufrido ninguna invasión digna de ese nombre. Durante la guerra contra el Reino Unido (1812-1815), los británicos llegaron a Washington e incendiaron la Casa Blanca, que entonces no era blanca y, por tanto, no se llamaba así. También hicieron una incursión por el sur, hasta que el general Andrew Jackson, futuro presidente (y uno de los mejores hasta la fecha), logró una victoria decisiva en Nueva Orleans. Pero aquello fueron batallas. No hubo ocupación.
A los guionistas televisivos estadounidenses les cuesta inventarse un invasor a la altura de la gran superpotencia. Por eso, tradicionalmente, han echado mano de extraterrestres, convenientemente disfrazados: desde los tipos con el dedito tieso de la vieja Los invasores hasta los lagartos con funda humana de V. En el cine también han predominado los extraterrestres, aunque en momentos de máxima paranoia, como en los años de Reagan, se recurrió a los soviéticos: recuérdese aquel producto inefable llamado Amanecer rojo.
Ahora, a la siempre solvente HBO se le ha ocurrido aventurarse en otro territorio inexplorado. Partiendo de la actual crisis financiera, el guionista Bradford Winters ha creado un escenario hipotético: una larga recesión, una serie de desastres naturales y la consiguiente pérdida de la hegemonía planetaria fuerza a los estadounidenses a una emigración masiva. En unas cuantas décadas, tres o cuatro, en ciudades de todo el mundo existen los Americatown, exóticos barrios de inmigrantes americanos. La serie, que aún no ha empezado a rodarse, se llamará así, Americatown.
Supongamos que una productora española quisiera realizar algo parecido. Es decir, imaginar algo que nunca hubiera ocurrido en España. ¿Guerras? Hemos visto muchas. ¿Invasiones? Lo mismo. ¿Emigración? ¿Miseria? ¿Tiranía? ¿Fanatismo religioso? Todo trillado.
En realidad, no todo. Se podría imaginar una España con un solo idioma, o un País Vasco étnicamente distinto al resto del mundo, o una Cataluña independiente invadida de pronto por los castellanos. Pero eso ya lo han inventado los nacionalismos.
CRÓNICA:UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
La patria y el dinero
ENRIC GONZÁLEZ 5 OCT 2008
Andrew Jackson nació el 15 de marzo de 1767 en una cabaña de troncos cerca de las montañas Uwharrie, hijo de inmigrantes norirlandeses. A los 13 años se sumó a las tropas de George Washington. Fue hecho prisionero, torturado, golpeado en la cara con un sable por un oficial inglés al que se negó a limpiar las botas. Su hermano, prisionero como él, murió de viruela. El resto de su familia, entretanto, murió de hambre. Después de la guerra estudió algo de leyes, lo suficiente como para ejercer la abogacía en territorios apenas colonizados, participó en la creación del Estado de Tennessee, fue elegido senador, dimitió, y se puso al frente de la milicia estatal, como coronel, para luchar primero contra los indios y luego contra los ingleses en la guerra de 1812. Participó en varios duelos que le dejaron dos balas en el cuerpo, una de ellas en un pulmón. Pasó toda su vida escupiendo sangre. Además, padecía de malaria y disentería.
Jackson sabía que el bien del país, lo que se llama el interés nacional, coincide siempre con los intereses de las élites
Jackson era capaz de las mayores brutalidades. También era valiente, honrado y creía en un concepto que no figuraba, ni figura, en la Constitución de Estados Unidos: la democracia. En 1824 se presentó como candidato a la presidencia contra dos de los máximos representantes de la élite política y económica: John Quincy Adams, hijo del ex presidente John Adams y secretario de Estado, y Henry Clay, líder de la Cámara de Representantes. Jackson ganó en voto popular y en delegados. Pero no obtuvo la mayoría absoluta, lo que permitió a Adams y a Clay unir sus fuerzas; una votación en la Cámara dio la presidencia a Quincy Adams, y Clay fue nombrado secretario de Estado.
Cuatro años después, Jackson, convertido en héroe del pueblo, venció fácilmente las elecciones al frente de una nueva facción, el Partido Demócrata.
Todo esto viene a cuento de Wall Street. Luego explico por qué.
Tras su primer mandato y tras una cómoda reelección, el presidente Jackson decidió acabar con el Segundo Banco de Estados Unidos, una entidad privada, como todos los bancos emisores de la época, que centralizaba la política económica del país. El Segundo Banco funcionaba de forma extremadamente corrupta, en connivencia con los grandes hombres de negocios de la Costa Este y con los especuladores bursátiles. Sobornaba a la mayoría de los congresistas. Moral y políticamente, resultaba indefendible. Su fuerza era, como suele suceder en estos casos, la fuerza de los hechos: acabar con el Segundo Banco equivalía a acabar con la estabilidad monetaria, con la Bolsa, con las inversiones industriales y, al menos durante unos años, con la prosperidad.
Jackson, ya lo hemos dicho, era un hombre honrado y brutal. En 1832 utilizó el veto para rechazar una ley que renovaba la licencia del Segundo Banco para acuñar moneda. En 1833 acabó con el Segundo Banco, retirando de sus cajas los fondos gubernamentales para depositarlos en pequeños bancos estatales. Las consecuencias fueron las esperadas: una explosión del crédito, una inflación vertiginosa, el colapso de los bancos jacksonianos (los llamados pets), la catástrofe bursátil de 1837 y una depresión (la bajada generalizada de los precios: lo peor que puede ocurrirle a un sistema económico) que duró cinco años.
Contado así, Jackson puede parecer nefasto. En realidad, fue todo lo contrario. Se le considera uno de los mejores presidentes. Su destrucción del Segundo Banco, unida a otras dos decisiones cruciales, la extensión del derecho de voto a todos los hombres blancos mayores de edad y la elección popular de cargos como fiscales y jefes de policía, convirtió Estados Unidos en una democracia. Jackson sabía que el votante tendía a ser ignorante, corto de miras y egoísta. Sabía también que las élites, los tecnócratas, actuaban en bien del país. Y sabía, como sabemos todos, que el bien del país, lo que se llama el interés nacional, coincide siempre con los intereses de las élites.
El actual banco central estadounidense, la Reserva Federal, fue creado en 1913 por otro presidente demócrata, Woodrow Wilson, con capital mayoritariamente público y una estructura muy descentralizada. El recuerdo de Jackson seguía vivo.
Bastantes analistas, y quiero citar a Lluís Bassets, porque es amigo mío y porque su categoría profesional resulta indiscutible, criticaron el rechazo inicial de la Cámara de Representantes al plan de salvamento de Wall Street. En un artículo teñido de ironía, Bassets calificó la votación de “infame”, porque “antes que la patria, todos preferían salvar su escaño”. Creo, y reconozco mi osadía por llevarle la contraria (sospecho que en el fondo estamos de acuerdo) a un periodista tan experto como Bassets, que en eso consiste la democracia. El escaño lo dan los votantes, y los votantes “son” la patria. Lo otro son intereses de parte y tecnocracia.
CENIZAS DE FÚTBOL | SEXTA JORNADA DE LIGA | INTERNACIONAL
Historia ejemplar del central José Mingorance
ENRIC GONZÁLEZ 6 OCT 2008
Tranquilo, Coupet. Le habría ocurrido lo mismo a cualquier otro portero. Estaba usted en el lugar equivocado: la portería del Atleti en una noche negra del Atleti. Y aún le digo más: en circunstancias tan adversas como las suyas, lo mismo a Casillas le metían siete y a Buffon ocho. Aunque ellos no juegan en el Atleti y eso les ayuda seguramente.
Puede que se sienta usted carne de banquillo o carne de traspaso. Para ser sinceros, ahora mismo no pinta muy bien su futuro. Ya sabe que en estos casos suele inmolarse a alguien por aquello del sacrificio y la catarsis. Pues sí, qué voy a decirle.
Quizá le sirva, o quizá no, una historia edificante. No va de un portero, sino de un defensa. Para el caso es lo mismo. Es otra historia de seis goles y de una desgracia.
Verá usted, Coupet, cómo acaba riéndose de esa noche con el Atleti en el Camp Nou
Ocurrió hace muchos, muchos años. El 13 de junio de 1963, para ser exactos. El escenario, el estadio Santiago Bernabéu. Usted no había nacido y no puede imaginarse lo que era aquello. Para empezar, aún vivía Santiago Bernabéu. Y en el palco presidencial estaba Franco, un general al que Dios había contratado personalmente como dictador de España; no me lo invento, lo ponía en las monedas. Pues bien, dictadores en el palco, gradas abarrotadas y dos selecciones, la de España y la de Escocia, sobre el césped. Era un partido amistoso, pero importantísimo. El general Franco exigía que el equipo español hiciera un buen papel. Escocia tenía un equipazo porque tenía a Dennis Law. Mire, mire en las enciclopedias: el tipo era la bomba. España tenía un equipo apañado, aunque el seleccionador, Villalonga, no había decidido todavía la defensa titular. Esa noche, precisamente, debutaba un central finísimo que destacaba en el Córdoba y parecía destinado a dirigir la zaga española. Se llamaba José Mingorance y tenía 25 años.
No voy a aburrirle con la crónica del partido. Lo único importante es que Escocia pasó por encima de España y ganó por 2-6 delante de las narices de Franco y de Bernabéu. Alguien tenía que pagar y pagó Mingorance. Nunca volvió a la selección, el pobre Mingorance.
Al año siguiente, España ganó la Eurocopa. Fue un éxito, pero, para mí, tuvo más mérito lo que hizo ese mismo año el Córdoba con su central Mingorance. El Córdoba consiguió algo que nunca más conseguirá un equipo profesional español: sólo recibió dos goles en casa. Piense en eso: sólo dos goles. Uno fue en propia puerta y el otro lo marcó Di Stéfano. Para que se haga una idea del nivel de Mingorance.
Al año siguiente, Mingorance se fue al Espanyol. El Espanyol tenía entonces un gran equipo con aquella delantera a la que llamaban los delfines. Mingorance siguió jugando, se retiró y con el tiempo fue olvidándose de aquella noche negra de 1963 y de la condena que le cayó al central debutante.
Mingorance no se olvidó. ¿Sabe usted lo que hacía cuando le hablaban de esa noche? Se reía.
Verá usted, Coupet, cómo acaba usted riéndose de esa noche con el Atleti en el Camp Nou. Deje pasar el tiempo. En unos años, 15 o 30, lo verá usted de otra forma.
Drogas
ENRIC GONZÁLEZ 6 OCT 2008
Más de un padre y una madre debieron hiperventilar viendo el Callejeros(Cuatro) del pasado viernes. Se titulaba Parking: parada y droga y consistía básicamente en un paseo por las zonas donde cada fin de semana, antes o después de la discoteca, algunos jóvenes se meten en el cuerpo sustancias ilegales. No sé hasta qué punto resulta ético enchufar la cámara y entrevistar a un chaval en pleno viaje lisérgico. Quizá ese chaval, de estar sobrio, no se habría dejado. También es posible que después de verse expuesto al público en una situación tan privada y delicada, el chaval en cuestión, abochornado, deje de consumir productos tóxicos. O que nunca más confíe en un medio informativo. Lo segundo me parece más probable.
Al margen tales consideraciones, el programa mantuvo el tono descriptivo que caracteriza Callejeros. Moralina, la mínima. Y puso ante la vista de todos un error en el que cada semana caen miles de jóvenes. No me refiero a la drogadicción recreativa, algo penoso pero ya archisabido, sino al abuso de los traficantes. Un camello explicaba que cerca de las discotecas las drogas se encarecían hasta un 50%. La conclusión era, obviamente, que sale más económico comprar las drogas entre semana, a un proveedor del barrio.
Disculpen el cinismo, no puedo evitarlo cuando se habla de estupefacientes. La ilegalización de ciertas drogas (marihuana, opio, cocaína, etcétera) es un fenómeno del siglo XX, casi coincidente con la prohibición del alcohol en EE UU. Como saben, el alcohol ilegal hizo grande a la mafia, y la droga ilegal sigue haciendo grande a la mafia. Eso, por un lado. Por otro, la hipocresía. No conozco al equipo deParking: parada y droga y doy por supuesto que se trata de gente intachable. Pero si eran 10, al menos uno, según estadísticas de la ONU referidas a España, consume algún tipo de sustancia ilegal.
Es una desgracia que los jóvenes se droguen: aún no saben que la factura es muy alta y siempre acaba llegando. También es una desgracia la hipocresía. Sigo esperando una campaña de sensibilización realmente efectiva. ¿Qué tal si se animara George Bush? Algo de este tipo: “Me drogué de joven y ya veis lo que pasó cuando llegué a presidente”.
Desorden
ENRIC GONZÁLEZ 7 OCT 2008
Según una vieja definición, una persona de derechas es aquella que prefiere la injusticia al desorden. Yo creo que esa definición se ajusta mejor a las clases medias, que en caso de apuro están dispuestas a tolerar, o incluso a soportar, las mayores injusticias, pero se espantan ante el desorden y se horrorizan ante la violencia.
Un querido y admirado reportero, José Martí Gómez, me contaba ayer de un conocido suyo, veterano atracador a mano armada, que pidió un botellín de agua en un bar de un aeropuerto. Cuando le dijeron el precio del botellín, el hombre agarró al camarero por las solapas y emitió un juicio profesional: “¡Esto es un atraco!”. ¿Qué ven ustedes en ese gesto? Objetivamente, el abuso (sistemático) era cometido por los dueños de la cafetería y por quienes cobraban por la concesión aeroportuaria; una persona de clase media, en cambio, tendería a reprobar con especial énfasis el ademán violento del cliente. Espero haberme explicado.
Diariocritico.com, un medio digital dirigido por el periodista Fernando Jáuregui, publicaba también ayer la aventura sufrida por un miembro de la redacción. La periodista Gema Lendoiro relataba que fue detenida casi 24 horas por el impago de una multa de 30 euros, y daba detalles sobre la desagradable experiencia. Lo peor, según ella, no fue la compañía de delincuentes curtidos y toxicómanos en abstinencia, sino la brutalidad de un policía. Mando un fuerte abrazo a la colega Lendoiro, que tuvo la desdicha de contemplar de cerca cómo funcionan las cosas. Nosotros, la clase media, suponemos, por algún motivo misterioso, que unos tipos mal pagados, habituados al insulto y al golpe, enfangados cada día en las cloacas de la sociedad, han de comportarse de forma natural como perfectos caballeros. Cuando comprobamos que esto no es así, nos invade una desazón profunda.
Una característica de las crisis económicas graves, y la actual tiene muy mala pinta, es que se acompañan de crisis sociales. Es decir, injusticia y desorden: menú completo. No se inquieten en exceso por los revolcones bursátiles, porque eso ya está descontado. Empiecen a preocuparse por lo que vendrá luego.
Radio
ENRIC GONZÁLEZ 8 OCT 2008
RNE regala coches. Dos al día, hasta llegar a 24. Cuanto más conozco las empresas privadas, más partidario soy de que exista una corporación pública. Pero no estoy nada convencido de que a un medio público le corresponda promocionarse de esta forma. En realidad, no estoy nada convencido de que el modelo español, con su RTVE, sus radiotelevisiones autonómicas y sus gastos faraónicos, sea el apropiado. Entre lo que hay y nada, me quedo con lo que hay. Preferiría, sin embargo, otra cosa.
Me gusta, por poner un ejemplo, la National Public Radio (NPR) estadounidense. Es muy poquita cosa comparada con los gigantes privados. Piensen que a mediados de los ochenta acumuló un déficit de siete millones de dólares (5,2 millones de euros) y el Congreso forzó la dimisión de sus directivos. Se financia con una pequeña aportación federal, donaciones personales y una publicidad atípica: las empresas que hacen aportaciones a NPR disponen de miniespacios para hablar de sí mismas, sin faltar a la verdad y cumpliendo unas normas. Las estrecheces presupuestarias se aliviaron bastante hace cinco años, cuando Joan Kroc, viuda del fundador de McDonald’s, legó a NPR 225 millones de dólares (166 millones de euros).
NPR cuenta con una audiencia cercana a los 20 millones de personas (mayoritariamente blancos y de mediana edad) y es considerada uno de los medios informativos más fiables en Estados Unidos. No tiene dinero para desplegar redes de corresponsales y enviados propios, pero eso está dejando de ser una rareza: empieza a ocurrir también en los medios privados, al menos los españoles. Según está la crisis, sólo podremos cubrir las futuras guerras si nos patrocina el viaje uno de los contendientes. En fin, hablábamos de NPR: tratándose de una radio rigurosa y sin ánimo de lucro, los mejores periodistas de las empresas privadas no tienen reparo en cooperar ocasionalmente.
Sigan imaginando: una radio sin chorros de anuncios, sin tertulias chillonas, sin bulos. Una radio reflexiva e inteligente. Una radio que no suele correr para anticiparse a las otras, porque prefiere comprobar sus noticias. Una radio pública que no hurga en tus bolsillos y a la que apetece dar, de vez en cuando, un pequeño donativo. ¿Se lo imaginan?
Lástima
ENRIC GONZÁLEZ 9 OCT 2008
El espectáculo acaba provocando lástima. Bush puso sobre la mesa 700.000 millones de dólares (513 millones de euros). Zapatero, el martes, firmó un cheque de 30.000 millones de euros, un 20% del Presupuesto General del Estado, para apuntalar “la banca más segura del mundo”. Brown apostó ayer 50.000 millones de libras, unos 62.000 millones de euros, horas antes de que los grandes bancos centrales bajaran los tipos de interés. Ya conocen el resultado: otro castañazo bursátil. Inspiran lástima la impotencia de los gobiernos y la fragilidad de sus recursos, cuando tratan de enfrentarse a la vorágine gigantesca del pánico en los mercados.
La política ya ha perdido esta batalla. Resulta paradójico asistir a la derrota de los gobiernos, justo cuando los hechos les dan, en cierta forma, la razón: sólo unos pocos gobernantes muy selectos, tipos del nivel de Mugabe en Zimbabue, Papa Doc en Haití o Menem en Argentina, han alcanzado la suprema incompetencia demostrada estos años por los gestores privados o tecnocráticos de las finanzas internacionales.
¿Crisis de confianza? ¿Crisis de crédito? Por favor, hablemos en serio: esto es una crisis de deuda. La economía real y el dinero real no cubren ni de lejos los agujeros abiertos en la economía financiera. La tragedia había de llegar, y lo sabíamos: en un momento dado, bancos y ciudadanos, dejamos de mirar nuestras rentas reales y nos embelesamos con nuestro patrimonio teórico. Ya saben, mi piso vale tanto, mis acciones valen tanto, el dinero sale barato: puedo endeudarme aún más con total tranquilidad. Y ahí estamos.
Tradicionalmente, estos desastres se curan con dolor: recesión o depresión. La terapia es cruel con el ciudadano, y lo es más con el que menos tiene. Añadan al dolor la melancolía. Recordaremos largo tiempo, y con tristeza, el fracaso de la política. Hablando de fracasos, Cazadores de hombres, la nueva serie policial de Antena 3, se pegó un castañazo en su estreno y obtuvo una audiencia escuálida, cercana al 12%. La serie no es mala y cuenta con un valor tan seguro como Emma Suárez. Pero, como comprobamos cada día, no quedan ya valores seguros.
Bestia
ENRIC GONZÁLEZ 10 OCT 2008
Desde que las gacetillas comerciales y portuarias crearon el periodismo escrito, los medios de información se han preguntado si deben ofrecer lo que al público le interesa o lo que al público debería interesarle. Según la respuesta, el medio opta por el populismo o el elitismo; por un público masivo (más publicidad) o por uno selecto (publicidad más cara); por el entretenimiento o la formación.
Los medios digitales, en teoría, podrían saltarse el viejo dilema, ya que en el ciberespacio, a diferencia del papel, cabe todo, desde la idiotez entretenida al informe sesudo. En la práctica, el dilema sigue ahí. En Nueva York acaba de nacer un nuevo producto digital llamado The Daily Beast, como el tabloide sensacionalista de Noticia bomba, la novela satírica de Evelyn Waugh. La cabecera autoirónica, tan natural en Internet y tan imposible en el papel, no significa que el producto sea barato o humorístico. Al contrario: en thedailybeast.com se descubre algo serio y potente, dirigido por Tina Brown (ex directora de Vanity Fairo The New Yorker) y con mucha pasta detrás.
El Beast aún está en pruebas. Como otros medios nacidos en la era digital, vive en parte de contenidos ajenos y se permite abrir enlaces hacia piezas interesantes de la competencia (¿se imaginan a elpais.com trasladándoles con un clic hacia elmundo.es?), incluye abundantes piezas de opinión y hace una selección de momentos televisivos. Todo ello manteniendo la autoironía. La pomposidad tradicional en el papel resulta ridícula en el monitor. Quizá también lo resulta en el papel, y hacemos lo posible por no enterarnos.
Al dilema clásico entre lo que interesa y lo que debería interesar, se suma, en Internet, otro dilema: ¿debe predominar lo urgente o lo importante? En general, se destaca lo urgente. Yo sigo prefiriendo encontrar primero lo importante y luego un resumen jerarquizado de la actualidad. Supongo que el papel y yo seguiremos enganchados, pero no por mucho tiempo: sólo hasta que uno de los dos se muera.
Una tragedia italiana
ENRIC GONZÁLEZ 12 OCT 2008
El marqués Camillo Casati Stampa di Soncino, heredero de una de las familias más nobles y ricas del norte de Italia, se casó con una mujer del sur, bella y plebeya, de profesión peluquera, llamada Anna Fallarino. Al marqués le gustaba compartirla, o más bien prestarla. Ambos recorrían playas, puertos, bares, en busca de un hombre adecuado. Cuando lo encontraban, el marqués hacía cesión temporal de sus derechos maritales. Al marqués le gustaba ver a Anna copulando con otros hombres y tomar fotografías de cada acontecimiento. Cosas que pasan. Algunas de esas fotos circulan por Internet.
El arreglo conyugal funcionó durante años, hasta que el marqués y Anna, con 43 y 41 años, toparon con un joven universitario, Massimo Minorenti, dirigente de las juventudes fascistas. En principio, Minorenti no había de ser más que otro nombre en la lista que el marqués guardaba en su diario. Pero Minorenti se enamoró de Anna, y Anna de Minorenti. El 30 de agosto de 1970, el marqués volvió inesperadamente a su piso del Parioli, en Roma, y sorprendió a los dos amantes. Los mató con una escopeta de caza y se suicidó.
Previti fue nombrado ministro en el Gobierno de Berlusconi. En 2006, el Supremo le condenó por corromper a un juez
Aquí acaba la parte dulce de la tragedia. Lo que sigue es la parte amarga.
El marqués tenía una hija, Annamaria, de un anterior matrimonio. Annamaria era la heredera universal. El marqués dejó un gran patrimonio cuya joya principal era Villa San Martino, en Arcore, cerca de Milán. Se trataba de una fabulosa residencia del siglo XVIII, situada en una finca de un millón de metros cuadrados y repleta de libros antiguos y obras de arte, valorada en unos 1.700 millones de liras. Pero Annamaria era aún menor de edad, y la custodia del patrimonio cayó en manos de los dos tutores designados en el testamento: un senador, Giorgio Bergamasco, y un joven abogado, Cesare Previti.
Annamaria permaneció en el extranjero, en un internado, hasta el 22 de mayo de 1972, fecha en que cumplió 21 años y alcanzó la mayoría de edad. Su primera decisión fue la de poner en venta las casas, incluida Villa San Martino, porque le traían malos recuerdos. Poco después, el senador Bergamasco entró en uno de los múltiples gobiernos presididos por Giulio Andreotti y dejó al abogado Previti como único asesor de la joven heredera. Para mantener la maravillosa biblioteca de Villa Martino hasta que se realizara la venta, Previti contrató a un conocido suyo, también abogado, llamado Marcello dell’Utri.
En 1974, Previti comunicó a Annamaria que había encontrado un posible comprador para Villa San Martino. Esa era la buena noticia. La mala noticia era que el posible comprador no ofrecía más de 500 millones de liras, y no quería pagar en efectivo, sino en acciones de su empresa constructora, Edilnord. Previti, como persona de confianza, aconsejó vender. Le habló a Annamaria de la crisis petrolera, de la recesión, de la crisis. Y Annamaria vendió, por 500 millones. En ese año, 1974, 500 millones eran el precio de un buen ático en el centro de Milán.
Annamaria se marchó a Brasil, donde descubrió que las acciones no valían, ni de lejos, 500 millones. Nunca más quiso hablar del asunto.
El resto de la historia es bien conocido. El bibliotecario Dell’Utri siguió residiendo en Villa San Martino: por algo era desde hacía tiempo secretario personal del nuevo propietario, Silvio Berlusconi. El ex tutor y hombre de confianza de Annamaria, Cesare Previti, ingresó de inmediato en Fininvest, una de las sociedades de Silvio Berlusconi.
Marcello dell’Utri desarrolló en los años siguientes una brillante carrera empresarial, a las órdenes de Silvio Berlusconi, y una brillante carrera política como senador de Forza Italia. Fue condenado por cooperación con asociaciones mafiosas, intento de extorsión (condena anulada en apelación) y fraude fiscal. Actualmente goza de gran prestigio como bibliófilo.
Cesare Previti fue nombrado ministro en el primer Gobierno de Silvio Berlusconi. En 2006, el Tribunal Supremo italiano le condenó por corromper a un juez romano con dinero de Silvio Berlusconi. Dado que tenía más de 70 años, no ingresó en prisión y debió cumplir servicios sociales.
Villa San Martino sigue siendo la residencia principal de Silvio Berlusconi.
Esta historia carece de moraleja. -
Solvencia
ENRIC GONZÁLEZ 13 OCT 2008
La banca es sólo el principio: hay que ponerse ya a pensar en el rescate público de las empresas de servicios. Peter Hain, antiguo ministro de Pensiones en el Reino Unido, decía ayer que es muy probable el colapso de algunas compañías suministradoras de electricidad y agua, y, en su país, también de los ferrocarriles porque se privatizaron. Las eléctricas parecen especialmente frágiles, por su necesidad de refinanciar continuamente una deuda enorme. Y la sociedad no puede permitirse que quiebren: la civilización depende, en última instancia, de que haya un enchufe a mano.
Hablamos, por supuesto, de asuntos británicos. Allí la banca es débil, varias entidades han caído y el Gobierno laborista de Gordon Brown se ha visto obligado a actuar como si fuera laborista: el Estado tomará participaciones en las entidades auxiliadas, con el fin de controlar desde dentro el uso del dinero público.
Eso no pasa en España. La banca española es la más solvente del mundo. Es tan solvente, y tan aplicada, que va a llevarse un premio del contribuyente: 50.000 millones con los que puede hacer más o menos lo que le dé la gana. No hay ninguna necesidad de que al Gobierno socialista de Zapatero le entre un ataque de socialismo y compre acciones, exija garantías o meta las narices en la gestión del dinero que cede. Los banqueros, es público y notorio a estas alturas, saben muy bien lo que se hacen. Y además, en España, no sé si lo he dicho ya, son muy solventes. Tanto, que nadie les exige que expliquen cuánto les costará la implosión inmobiliaria. ¿Para qué?
España es diferente. Ahí tienen a Esperanza Aguirre, autora de maravillas en los ramos de la educación y la sanidad, presta a privatizar el 49% del Canal de Isabel II y Telemadrid. Mientras en el resto de Europa se expande el sector público, porque en el privado nadie suelta un duro, en Madrid se habla de privatizaciones. Normal: sobra la pasta y en algún lugar hay que invertirla.
Da gusto vivir en un país así. Desgracias financieras tendremos como todos, o más, pero con esta clase política ya pueden venir tormentas: estamos en las mejores manos.
Hígado
ENRIC GONZÁLEZ 14 OCT 2008
No sé si la noticia es buena. Temo que no: después de lo malo, suele ocurrir lo peor. Pero, de momento, los hechos parecen claros. La programación de sobremesa asiste a una crisis profunda del higadillo.¿Por qué no te callas? (disculpen que me resista a escribirlo como lo escriben ellos), el penoso programa con el que Telecinco sustituyó al penosísimo Las gafas de Angelino, está en el penúltimo suspiro. Desde su estreno, un monumento a la inanidad y a la caspa, fue evolucionando, o más bien retrocediendo, hasta copiar al difunto Aquí hay tomate, pero la audiencia no se enganchó.
Y Antena 3, que también se pilló los dedos con El método Gonzo y con su efímera secuela sin Gonzo, presentó ayer el recambio: Tal cual lo contamos. El nombre amedrenta, cierto. Sin embargo, por razones que no podría explicar (me pasa lo que a muchos directivos de televisión: no tengo ni idea del asunto), no descarto que lo del Tal cual pueda hacerse un nicho medianamente confortable.
Para empezar, no inventan nada, ni protegen a la presentadora, Cristina Lasvignes, detrás de una mesa, ni rebotan onomatopeyas en la pantalla, ni recurren a una supuesta ironía. La cosa es de lo más convencional: un sofá en plan Ana Rosa y un contenido tan previsible como el yoyó de las Bolsas. En su estreno, una mujer maltratada y Jesús Mariñas hablando de la familia real. Más clásico, imposible.
Quizá la evolución de este programa nos descubra en qué queda la información del higadillo. La mortandad de estos últimos meses indica que el sector anda en crisis grave. Tan indicativa como esa mortandad es la buena salud de Sé lo que hicisteis (La Sexta), cuyo éxito no sólo se explica porque los presentadores sean graciosos, que lo son. También proporciona al espectador con remordimientos una excusa excelente: te damos la misma basura que los otros programas del género, pero es para reírnos de ella.
El éxito de la parodia suele marcar el inicio del declive de lo parodiado. Si Tal cual, con su formato hiperclásico, no aguanta, la fórmula puede darse por muerta. Confiemos en que, como siempre, me equivoque, y después de lo malo no venga lo peor.
Mentiras
ENRIC GONZÁLEZ 15 OCT 2008
Los políticos no mienten por vicio. Cuando mienten, lo hacen por piedad. Estos días circula una hermosa mentira: los Gobiernos de Washington y Londres, y espero que pronto el de Madrid, anuncian medidas contra las “remuneraciones excesivas” de los altos ejecutivos. Esa mentira piadosa fue muy útil hace unos seis años, cuando el cataclismo de las compañías de Internet, las llamadas puntocom. Las stock options,creadas justamente para soslayar los límites salariales de los ejecutivos, habían creado una burbuja bursátil que, como todas, acabó pinchando. Durante unos meses, la gente se enterneció escuchando la mentira. Luego se olvidó todo.
Nadie puede imponer topes a las “remuneraciones excesivas”. Siempre habrá una manera de saltarse esos límites. Sólo existe un fenómeno que acorta la distancia entre los sueldos más altos y los más bajos. Además, reduce la actividad bursátil y hace casi imposible la especulación financiera.
Ese fenómeno provocó en 1979 una célebre portada de BusinessWeek,el ¡Hola! de las finanzas mundiales. El titular de la portada: “El fin de las acciones”. Entonces llegaron las liberalizaciones y la globalización y accedimos al mundo contemporáneo. Este mundo en el que un despido masivo conlleva un alza automática de la cotización bursátil.
El fenómeno del que hablamos es la inflación. Ahora parece increíble, pero en los años setenta, cuando las hipotecas eran escasas (no se podía inventar dinero ficticio, como ahora) y para adquirir un piso había que firmar letras, la inflación permitió que millones de trabajadores compraran una vivienda. Los intereses de las letras eran fijos; los precios, y en menor medida los salarios, subían con rapidez. Eso favorecía a los deudores y perjudicaba a los acreedores.
No quiero que se dispare la inflación. Me limito a recordar que antes la inflación no era el único parámetro. Ahora sí. Ahora, sube la inflación y el Banco Central Europeo aumenta los intereses para estrangularla. En cambio, se asiste a la subida del paro como se asiste a una catástrofe natural: no se puede hacer nada, es ley de vida. Sepan que no lo es. En fin, ya sé que lo saben.
Familia
ENRIC GONZÁLEZ 16 OCT 2008
Una persona puede morir feliz si ha conseguido hacer algo por la sociedad. Al decir “algo” me refiero a una acción, una sola, de auténtico mérito. Con eso suele bastar. Consideren el ejemplo de Winston Churchill: un charlatán bebedor e impulsivo, exhibicionista, ingenioso pero inconstante, capaz de cometer idioteces extraordinarias; todo eso es cierto, como lo es que en un momento dado, durante la batalla de Inglaterra, se convirtió en un regalo del destino y en la única luz que iluminaba Europa.
A escala mucho menor, también Gordon Brown ha tenido su momento. Es torpe, aburrido, soberbio y propenso a la abstracción. Sin embargo, en el momento más oscuro del arranque de esta crisis (el final ni siquiera se intuye aún), Brown trazó una ruta. Aún no sabemos si la nacionalización parcial de la banca servirá para algo. A nadie, sonrisas al margen, se le ha ocurrido nada mejor.
Evidentemente, el gran Churchill es el que pronuncia discursos bajo las bombas. Y el mejor Brown es el que en unas horas traza un plan de emergencia. Nos interesan por su momento de gloria. Lo demás es letra pequeña y vuela con el tiempo.
Ocurre lo mismo, acentuado, en la ficción. En Guante blanco, por ejemplo. TVE estrenó anoche una serie sobre un ladrón de guante blanco y un policía que le persigue. El episodio piloto arranca con 15 minutos espléndidos, en los que se muestra el robo de unos sellos valiosos: a todos, salvo al damnificado, se nos escapa un punto de simpatía hacia los “golpes” limpios, ingeniosos y carentes de violencia. Eso, lo que hace el ladrón y lo que hará el policía, nos interesa.
Pero luego se nos introduce en una trama paralela: las vidas familiares del ladrón y el policía. Las escenas familiares de Guante blanco tienen un efecto idéntico al de cuando aparece Concha Velasco anunciando pañales para incontinentes: uno se levanta y va a hacer cualquier cosa, la que sea. La familia sólo interesa cuando se habla de la mafia, como en El Padrino o Los Soprano, porque se trata de un negocio familiar en el que abundan los conflictos internos. Y cuando se habla de la Monarquía, por las mismas razones.
Desgracia
ENRIC GONZÁLEZ 17 OCT 2008
Será casualidad. Un accidente desafortunado, dicen. Yo me lo creo: también fue una casualidad aquel “vota PSOE” que parpadeó sobre el gol de Butragueño. Estas cosas ocurren. Como la imagen de Rajoy insertada en una información sobre las torturas en Abu Ghraib, el 15 de febrero de 2006, en un telediario de TVE. O como la foto del mismo Rajoy en una información sobre el suicidio de un etarra encarcelado, el 28 de febrero de 2006, en otro telediario de TVE.
Cuando algo sucede, puede volver a suceder. Ahora, en La Sexta: la foto de Mariano Rajoy aparece mientras se habla de incidentes futbolísticos, justo cuando la presentadora pronuncia la palabra “payaso”. Pueden repasar en YouTube la cadena de accidentes, tienen su gracia.
Como la tuvo el comentario del mismo Rajoy, cuando pensaba que el micrófono estaba cerrado, sobre el “coñazo” del desfile militar. Francamente, a mí me pareció que Rajoy decía lo que habría dicho cualquier hombre sensato, condenado a perder una mañana de domingo. Y no me importó que un año antes, de forma pública, hubiera instado a todos los españoles a desperdiciar con él esa misma mañana. En 2007 cumplió con su deber de político conservador, y en 2008 demostró, creyendo hablar en privado, que mantiene el sentido común.
Rajoy me es simpático, lo reconozco. No creo que le sirva de nada: es muy improbable que algún día vote por él, como es improbable que algún día se me ocurra votar por Zapatero. Quizá incluso es mala señal que Rajoy me sea simpático. Supongo que debería gustar más a los suyos, razonablemente preocupados por la falta de reflejos políticos del líder del PP, y menos a un tipo como yo.
Espero que la concatenación de accidentes no le desanime. Y me permito aconsejarle un libro: Desgracia, de J. M. Coetzee. Una gran novela, severa y lúcida, en la que se demuestra que lo normal es la desgracia y que lo accidental es lo otro, el optimismo, la chiripa y la sonrisa permanente.
UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
La guitarra que afinó el diablo
ENRIC GONZÁLEZ 19 OCT 2008
Yo no creo que el demonio exista. Quizá usted sí crea en su existencia. Acerquemos posiciones: si alguien me convenciera de que hay demonio, apostaría lo que más quiero a que Robert Johnson le conoció personalmente. No por la leyenda, sino por los hechos. La leyenda, muy conocida, dice que Robert Johnson vendió su alma al diablo en el cruce de carreteras de Clarksdale, Misisipi, a cambio de convertirse en el mejor guitarrista del mundo. ¿Los hechos? Casi no hay.
Robert Johnson pasó por la vida como una sombra. Se desconoce su fecha de nacimiento, se desconoce la causa de su muerte (parece probable un asesinato con veneno), y quienes le trataron le recordaban como alguien fugaz, huidizo, sonriente, carente de amigos, en un continuo viaje. En palabras de Martin Scorsese, uno de sus devotos: “Robert Johnson sólo existió en sus discos, fue pura leyenda”.
Hay tres lápidas dedicadas a Johnson sobre tres supuestas tumbas. No parece que ninguna sea auténtica
Muchos biógrafos y musicólogos han trabajado durante años para desenterrar algunos datos. La hermanastra Carrie creía recordar que su madre le había dicho que Robert nació el 8 de mayo de 1911 en Hazlehurst, Misisipi. Es posible, pero no existen registros. Dicen que el padre de Robert abandonó a la familia porque un grupo de terratenientes blancos le perseguía para lincharlo. Sí se sabe que en 1929, con 18 años, se casó con Virginia Travis, y que Virginia murió al año siguiente mientras paría.
El músico de blues Son House trató a Robert Johnson en esa época desgraciada, y le recordaba como un guitarrista pésimo, carente del más mínimo talento. Son House contaba que Robert Johnson desapareció durante unos meses, y que volvió convertido en un maestro supremo de la guitarra. Ahí comenzó la leyenda del diablo, de la que el propio Johnson habló alguna vez. Decía que, en efecto, había vendido su alma. Seis de sus canciones hablaban del diablo.
Investigaciones posteriores indican que House no tardó unos meses, sino casi dos años, en rencontrarse con Johnson. En cualquier caso, Robert Johnson aprendió a tocar, cantar y componer ya adulto y en muy poco tiempo. Atención, no estamos hablando de niveles normales. Hablamos del mejor bluesman de todos los tiempos. Hablamos del compositor de Love in vain. Hablamos de un hombre que sólo dejó dos sesiones de grabación y hoy es considerado uno de los mejores guitarristas de la historia. Cuando los Rolling Stones hicieron una versión de Love in vain para el disco Let it bleed, Keith Richards se negó a interpretarla como blues para no incurrir en sacrilegio.
En noviembre de 1936, Robert Johnson grabó varias canciones en San Antonio (Tejas). Entre ellas, Crossroad blues (El blues de la encrucijada). Si la escuchan (“Fui a la encrucijada y caí de rodillas, pedí al Señor, ten piedad, salva, por favor, al pobre Bob”) creerán que, en efecto, Johnson sufrió una experiencia terrible en un cruce de caminos, porque en su voz se percibe un terror absoluto. Parece verosímil, y menos sobrenatural, que en una encrucijada hubiera corrido un serio peligro de linchamiento. Al año siguiente, en Dallas (Tejas), grabó otro puñado de canciones. Una de ellas era Love in vain, maravillosa, inmensamente triste.
Robert Johnson murió el 16 de agosto de 1938, a los 27 años, en un cruce de caminos, cerca de Greenwood (Misisipi). Todo hace pensar que fue envenenado. El músico Sonny Boy Williamson, que tocaba con él aquellos días, explicó que alguien puso estricnina en el whisky de Johnson por un lío de faldas. Hay tres lápidas en Greenwood dedicadas a Robert Johnson, sobre tres supuestas tumbas. No parece que ninguna sea auténtica. Se cree (al menos lo cree Sony, que edita sus grabaciones) que el guitarrista fue enterrado bajo un árbol, sin lápida ni cruz, al lado del cruce de caminos.
En su canción Yo y el diablo, Robert Johnson decía: “Enterrad mi cuerpo junto a la carretera, para que mi viejo y malvado espíritu pueda subirse a un autobús de la Greyhound y viajar”.
El cruce de las carreteras 61 y 49 en Clarksdale (Misisipi), donde se supone que el diablo afinó la guitarra de Johnson, se ha convertido en lugar de peregrinación.
En 1973 se descubrieron dos fotografías de Robert Johnson, en poder de su hermanastra Carrie. Una de ellas ilustra este artículo. Eso y unas pocas grabaciones es todo lo que hay. El resto es leyenda diabólica.
CENIZAS DE FÚTBOL | FÚTBOL-SALA Y FÚTBOL INTERNACIONAL
El hombre que creó un monstruo
ENRIC GONZÁLEZ 20 OCT 2008
Quizá hayan oído hablar del italiano Vittorio Pozzo, el único seleccionador con dos copas del mundo (1934 y 1938) y un oro olímpico (1936). Se le recuerda como un fascista “noble y trabajador” (palabras de Giorgio Bocca, cronista oficioso de la Resistencia), como el hombre que asumió la penosa tarea de reconocer los cadáveres de los jugadores del Torino tras el accidente de Superga, como una gloria nacional. Pero cuando la Juve quiso que su nuevo estadio, el actual, fuera llamado Vittorio Pozzo, alguien sensato lo impidió. Pozzo fue trabajador, pero no fue noble. Pozzo convirtió a un futbolista duro y corpulento en un criminal de los estadios. En nombre del régimen fascista, Pozzo creó un monstruo.
Vamos con la historia del monstruo.
Luis Fernando Monti, llamado Luisito Monti y apodado Doble ancho, nació en Buenos Aires el 15 de mayo de 1901. Jugaba en el San Lorenzo cuando acudió al primer Mundial de la historia, el de Uruguay, en el que la selección anfitriona ganó la final contra Argentina. Los argentinos cuentan que ya por entonces lo amenazaron Mussolini y la mafia, con el fin de que se fuera a Italia a jugar como oriundo. El hecho es que en 1931, con 30 años, fondón y casi obeso, emprendió viaje hacia Italia, el país de sus padres. Y cayó en manos de Pozzo, la máxima autoridad del calcio.
Pozzo le hizo adelgazar y le colocó en la Juve. Monti había sido un extraordinario mediocentro en Argentina. En Italia, sin embargo, el mediocentro jugaba incrustado entre los dos defensas, como un central contemporáneo. Monti era muy grande y muy fuerte, pero sabía pasar un balón a 30 metros. Pozzo le enseñó un nuevo tipo de juego, más relacionado con el crimen que con el deporte. Y Monti, disciplinado, aprendió. Su primera víctima fue Schiavio, el mejor delantero italiano en aquellos años. En 1932, Juventus y Bolonia se jugaban el scudetto a un partido. A los pocos minutos de silbarse el inicio, el boloñés Schiavio cayó al suelo. Monti corrió hacia él y saltó sobre su rodilla. El delantero tardó meses en recuperarse.
Los planes de Pozzo para Monti se centraban en el Mundial de 1934, que había de disputarse en la Italia fascista. Mussolini exigía la victoria a cualquier precio, y para pagar ese precio altísimo estaba Monti. Le acompañaban otros dos oriundos argentinos, Orsi y Guaita, pero el trabajo penoso era el de Monti. Alcanzada la semifinal, tras dejar en la cuneta a España con ayuda del árbitro, Italia se enfrentaba a Austria, la mejor selección del momento. Austria tenía a un delantero sensacional, Sindelar, el Mozart del balón. E Italia tenía a Monti, que masacró al pobre Sindelar.
Ese mismo año, Italia, ya campeona del mundo, fue a jugar un amistoso en Inglaterra: lo que hoy se conoce como la batalla de Highbury. Los futbolistas ingleses tenían órdenes de acabar con Monti antes de que Monti acabara con alguno de ellos, y le rompieron un pie a los pocos minutos. Al año siguiente, cuando Italia tuvo que jugar un amistoso en Austria, Pozzo prefirió dejar en casa a Monti para evitar que los austriacos se vengaran.
Monti, ya retirado, trabajó como entrenador en Italia y acabó arruinado. Antes de volverse a Argentina, donde murió en 1983, se confesó con su amigo Antonio Gualco, amigo a su vez del periodista Gianni Brera. Por Brera conocemos la confesión. “Pozzo hizo de mí un verdugo”, dijo Monti. Doble ancho aceptó la tarea criminal, la de romper al mejor jugador del equipo contrario, porque creyó que Italia reconocería su sacrificio patriótico. Qué error. Monti no perdonó a Pozzo, ni se perdonó a sí mismo.
Cuernos
ENRIC GONZÁLEZ 20 OCT 2008
La liberalización y la externalización de servicios ya han desbordado el ámbito de la empresa. Y empiezan a ocupar, parece, el ámbito de las relaciones sentimentales.
Hace algunos meses vi, allá por los canales temáticos, un anuncio televisivo dirigido al público adolescente. La cosa consistía, y consiste, en enviar a un número determinado un SMS con la palabra “cuernos”; el servicio telefónico, después de sacarle los cuartos al incauto o incauta, informa de su novio o novia infiel. Ya pueden imaginar la veracidad de la información. Quiero creer, para mantener una mínima fe en la humanidad de los desaprensivos, que la respuesta es siempre tranquilizadora, y el novio o la novia quedan libres de toda sospecha.
Ahora aparece un nuevo servicio, con la dirección http://www.descubrealinfiel.com. Aquí la cosa no se mueve en el ámbito de la simple estafa económica, sino en el de la estafa sentimental. Se trata de un portal en el que las mujeres disponen de espacio para denunciar de forma pública el comportamiento desleal de maridos o novios. Como pueden suponer, los denunciados no aparecen con su nombre completo: tengan presente que fuera del mundo financiero, donde vale todo, siguen vigentes las leyes, incluidas las de protección del honor y la imagen.
Ignoro si las denuncias ya colgadas corresponden a personajes reales o son inventadas. Les muestro, como ejemplo, la que delata a un tal Roberto P., de 34 años, natural de Alcalá de Guadaira y con pelo rizado. La damnificada firma como “Dania”: “Ha sido mi marido y me ha sido infiel en varias ocasiones. La última ya no se la pasé, y, a pesar de que ya estábamos divorciados, seguíamos juntos y estaba con una chica de Madrid (Leticia O.) al mismo tiempo que conmigo”.
Ya digo, ignoro si se trata de un invento. El nombre de la otra, Leticia O., resulta sospechoso. Pero si “Dania” existe realmente, merece un cargo público. Una mujer con tanta fe, con tanta paciencia y tan poca vista está llamada a dirigir algo así como la Oficina de Defensa del Pequeño Inversor. Doy por supuesto que el tal Roberto P. se gana bien la vida como vendedor de productos financieros, especializado en bonos de Lehman Brothers.
Boquitas
ENRIC GONZÁLEZ 21 OCT 2008
Estas cosas suelen empezar de forma ligera, casi en broma, con el tono jocoso que caracteriza el debate político. A veces, la cosa es tan sutil y espontánea que pasa casi inadvertida. Como con el epíteto “asesino”, dirigido a Aznar, o el de “terrorista”, dirigido a Zapatero. Nadie le da importancia a eso: son cosas de la política.
Con el hábito, el debate de ingenios va haciéndose florido. Y adquiere una singular altura intelectual cuando lo practican los veteranos del parlamentarismo: recuerden aquello de “mariposón”, en boca de Alfonso Guerra, y aquel seco y enjuto “imbécil”, en boca de Felipe González. En ambos casos, el beneficiario era Rajoy. Que también sabe decir cosas muy graciosas. A Zapatero, sin ir más lejos, le ha llamado “bobo solemne”, “cobarde” e “irresponsable”.
El juego social practicado por los políticos adquiere profundidad teórica en manos de los grandes ideólogos. Citemos a José Blanco, vicepresidente del PSOE, definiendo al PP: “Una derecha xenófoba, rancia, indolente y trasnochada”. Esa descripción, quizá un punto maliciosa, obtuvo una cordial respuesta de González Pons, vocero popular: “Pepiño Blanco es un demócrata de pacotilla, un minidemócrata, le encantaría que no existiera el PP y vivir sin un sistema democrático; sólo quiere liquidarnos, busca nuestra eliminación por todos los medios”.
Por supuesto, la amistosa logomaquia constituye una bella tradición de la política española. Como tal, es respetada y aplaudida. A nosotros, el público, nos encanta: si no fuera así, ¿por qué elegiríamos a representantes tan lenguaraces?
El problema llega cuando el político, habituado a soltar libremente el gracejo en su entorno natural, se desplaza a un ambiente más selecto, donde las normas de conducta resultan envaradas. Como, por ejemplo, un estadio de fútbol. José Blanco, reputado por su bonhomía, no reparó el domingo en que se encontraba en una grada, un lugar poco apropiado para la expansividad que tanto aplaudimos en los políticos. Y dijo lo de “tengo un asco al Madrid que no lo puedo ni ver”. Si hubiera dicho “tengo un asco a Rajoy que no lo puedo ni ver”, no habría pasado nada. Pero lo dijo del Madrid. Eso es otra cosa. Y ya ven la que se ha montado.
Transparencia
ENRIC GONZÁLEZ 22 OCT 2008
Atentos, que descubro América: los medios informativos, que se pasan la vida exigiendo transparencia, son absolutamente opacos. Carecen de voluntad, o de capacidad, para informar sobre sí mismos. El ejemplo más reciente, ayer mismo. Como probablemente saben ya, la audiencia de Antena 3, o al menos el sector más perspicaz, comprobó que a las tres de la tarde no empezaba el informativo. Antena 3 siguió ofreciendo episodios de Los Simpson, sin más explicaciones que una vaga notificación de retrasos. Por lo visto, la sede de la empresa sufrió problemas de suministro eléctrico. Ya muy avanzada la tarde, cuando podía esperarse que Antena 3 justificara la insólita desaparición de Roberto Arce, su portal de Internet seguía tan despreocupado como siempre. Nada. Ni una nota.
Ya sé que los espacios informativos, que en otro tiempo fueron considerados pilares inamovibles, han ido convirtiéndose en una pieza más de la parrilla. Si hay tenis, TVE los pospone. Si hay fútbol europeo,Hora 25 de la SER se convierte en Hora 36. Si hay carreras, Telecinco se los lleva donde no molesten. Ya sé que los deportes salen carísimos y hay que lucirlos, que mandan los patrocinadores y los anunciantes, y que en ciertos casos, si se trata de elegir entre Los Simpson o una selección de incendios, accidentes, asaltos y desgracias, Los Simpsonresultan más instructivos. Pero el desprecio por la información sigue pareciéndome ofensivo.
Y, por supuesto, aún más ofensiva es la falta de información sobre la falta de información. O sobre cualquier otra incidencia del medio que pueda interesar al público. Si un medio dependiera de mí (nunca se dará el caso, afortunadamente), daría noticia de cualquier hecho interno potencialmente relevante, fuera la baja de un periodista, con sus causas, o la reforma de una sección, con sus causas. Creo que la opacidad daña la credibilidad de los medios. Creo que la transparencia la reforzaría.
Hablando de transparencia, elmundo.es lleva meses empeñado en un atractivo experimento. El periodista Arcadi Espada, uno de los tipos menos complacientes del oficio, hace cada día una crítica del propio periódico. Se trata de una crítica subjetiva, sarcástica y atrabiliaria. O sea, muy interesante.
Foto
ENRIC GONZÁLEZ 28 OCT 2008
Habrán oído hablar de una cumbre económica que debe celebrarse en Washington, dentro de un par de semanas. La llaman así, “cumbre económica”. Dicen que en ella se refundará el capitalismo. Y la comparan con los acuerdos de Bretton Woods, que en 1944 establecieron el marco para el desarrollo económico de la posguerra. Veamos: Bretton Woods no fue una verdadera conferencia internacional (Alemania y Japón excusaron su asistencia, ocupados como estaban en perder la guerra contra los anfitriones; a la URSS le daba igual lo del capitalismo; en los países europeos aún se combatía; el grueso de las delegaciones procedía de Latinoamérica), sino un arreglo entre Washington y Londres, representados por dos grandes economistas como White y Keynes, en el que se impuso, por supuesto, Washington.
¿En qué consiste la anunciada cumbre de Washington? Sigamos viendo: la convoca un presidente saliente y no especialmente prestigioso, George Bush; no hay propuestas previas ni plan de trabajo; no puede haber acuerdos porque no existe mecanismo para llegar a ellos; ninguno de los dos posibles nuevos presidentes, Obama y McCain, se ha comprometido a avalarla. El único resultado predecible es una foto de grupo. Quizá se convoque otra reunión para el futuro, con otra foto, o la apertura de un proceso, o la creación de un comité. En total, nada.
Nada, decíamos. La nada ejerce un atractivo irresistible sobre ciertas personas. Mientras algunos de los gobernantes invitados a la foto, como los de Alemania, Turquía, India o Argentina, siguen con lo suyo, un gobernante no invitado, José Luis Rodríguez Zapatero, despliega una formidable campaña diplomática para conseguir que le inviten. ¿Tiene algo muy importante que decir? ¿Tiene un plan secreto? ¿Conoce el truco para refundar el capitalismo? No lo sabemos. De momento, no lo ha dicho. Lo único que sabemos es que habrá una foto y poca sustancia. O sea, unas sonrisas y unos saludos. España permanece ansiosa. El jefe de la oposición se compromete a hacer lo que esté en su mano para que Zapatero salga en la foto. La ciudadanía comprende la gravedad del envite. No se habla de otra cosa. Qué emoción, señores. Esto son noticias, y no lo del paro.
Formación
ENRIC GONZÁLEZ 29 OCT 2008
El Consejo de Administración de RTVE cuesta, en salarios, algo más de millón y medio al año. Eso dijo ayer ante el Congreso el presidente de la corporación, Luis Fernández. No fue una sorpresa. El sueldo medio de los consejeros, entre los que figura el propio Fernández, ronda los 130.000 euros. ¿Parece mucho? No lo es. El político español (y los consejeros de las televisiones públicas, como se sabe, son políticos) sale relativamente barato, en comparación con el francés, carillo, o el italiano, carísimo.
También es cierto que con un sueldo de político pueden hacerse maravillas: entre las dietas, los viajes gratuitos o semigratuitos, las comidas por la cara y, en ciertos casos, la vivienda oficial, da para ahorrar bastante.
Lo destacable, en cualquier caso, no es el sueldo. A niveles directivos, se cobra mucho más en la empresa privada. Eso acaban descubriéndolo casi todos los políticos. Por razones que se me escapan, la mayoría de ellos llegan a la política sin apenas experiencia en el trabajo real, ese que ahora se pierde con tanta facilidad, y sin que el trabajo real haya mostrado interés apreciable en contar con ellos. También por razones misteriosas, el mismo político que fue una nulidad en el mercado laboral alcanza, en cuanto cesa en sus altas funciones públicas, una cotización altísima en la bolsa de los ejecutivos.
¿Qué se deduce de todo esto? Que el político español se conforma con un sueldo medianito porque, en realidad, está en prácticas. Está en formación profesional. Miren lo de Acebes: antes de dedicarse al PP y a descubrir que el 11-M fue obra de ETA, era un licenciado en Derecho que no había ejercido como abogado. Ahora, con la misma inexperiencia jurídica que a los 25 años, abre un bufete mercantil en la zona noble de Madrid. Sin dejar el escaño y el sueldo de diputado, por supuesto: el hombre tiene interés en seguir formándose profesionalmente, cosa que le honra.
Maestros
ENRIC GONZÁLEZ 30 OCT 2008
La iniciativa de Telecinco de entrevistar a Julián Muñoz y Luis Roldán es loable. Millones de españoles deberán enfrentarse en los próximos años a la necesidad de reorientar su rumbo laboral. Tendrán que evaluar la demanda del mercado, las perspectivas de futuro y su propia vocación, para tratar de encontrar un empleo que les permita, con un poco de suerte, seguir pagando la hipoteca y no dejar demasiada deuda en herencia. Nos adentramos en tiempos difíciles. Cuanta más información disponible, mejor.
El robo, más concretamente el robo y la malversación de bienes públicos (dinero, terreno, recursos naturales, etcétera) ha sido una de las actividades profesionales con mejor salida en estas últimas décadas, y uno de los motores de la economía española. Telecinco ha considerado esta realidad y ha decidido ofrecer al público los testimonios, experiencias y consejos de reconocidos especialistas en la materia.
Con buen criterio, se empieza por el ámbito más modesto: el chanchullo urbanístico municipal. La primera lección ha sido asignada a Julián Muñoz, un modesto camarero que, siguiendo la senda de maestros como Jesús Gil, supo abrirse camino en el competidísimo mundillo de la corrupción marbellí. La clase magistral será presentada por Ana Rosa Quintana.
La segunda sección constituye un auténtico lujo. Tanto por el ámbito, el robo a escala masiva desde altos puestos del Estado (y el uso ocasional de bandas armadas paraestatales), como por el ponente, Luis Roldán. La clase, presentada por María Teresa Campos, permitirá profundizar en la inmensa experiencia de un hombre sencillo pero ingenioso, que empezó inventándose un currículo como economista e ingeniero y acabó como director de la Guardia Civil, sin dejar de forrarse en el trayecto.
Confiemos en que el ciclo no termine ahí. Sería maravilloso poder aprender de los mejores, de los auténticos reyes del crimen: esos a los que la justicia nunca ha pillado, ni pillará. ¿Quiénes son? Prefiero que los nombre Telecinco. Hoy no tengo ganas de buscarme la ruina.
Sorpresa
ENRIC GONZÁLEZ 31 OCT 2008
Esto no me lo esperaba. ¡Qué sorpresa! Siempre había dado por supuesto que la derecha medraba en ayuntamientos, cabildos, diputaciones, ministerios, gobiernos autonómicos y demás organismos carpetovetónicos. Sospechaba que algún que otro conservador se ocultaba en los consejos de administración bancarios. Pero esto no. Esto era impensable.
Y ya ven. Como decía Vázquez Montalbán, estamos rodeados. Incluso en una institución tan avanzada, progresista y democrática como la monarquía brotan resabios reaccionarios. No hablamos de cuñados, sobrinos, yernos separados y demás servidores públicos, entregados al servicio público desde un discreto segundo plano. No. Hablamos de la mismísima reina. Resulta que doña Sofía está contra el aborto y a favor del crucifijo. Y, encima, tiene su puntito de homofobia. Lo nunca visto. El acabóse.
Comprendo el chasco y la indignación de las organizaciones de homosexuales. Comprendo la desolación nacional, porque esto rebasa lo tolerable. ¡Hasta aquí podíamos llegar! ¡Una reina de derechas! ¿Qué será lo próximo? ¿Un obispo antidivorcista?
Una vez descargada mi indignación, una vez expresado mi pasmo sin límites, permitan que confiese una cierta desazón personal: algunas de las opiniones de la Reina, recogidas por Pilar Urbano, se parecen inquietantemente a las mías. No tengo crucifijos en casa, no creo que haya que enseñar religión en los colegios, ni creo que me fuera posible mantener una “relación fluida” con José Maria Aznar. Pero en lo tocante a aborto, eutanasia y muerte digna, me ha clavado.
Diré más: por mí, las uniones homosexuales pueden llamarse matrimonio o como les dé la gana a los contrayentes, y, aunque a mí nunca me haya proporcionado especiales subidones mi condición de heterosexual, no veo por qué un homosexual no ha de sentirse orgulloso de serlo. También me parece legítimo que algunos homosexuales (o heterosexuales) quieran desfilar sobre una carroza.
Ahora bien, lo de los gays y las carrozas siempre me ha parecido una horterada. ¿Estaré volviéndome monárquico?
UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Un policía resucitado
ENRIC GONZÁLEZ 2 NOV 2008
Los escritores no suelen morir solos. La costumbre es enterrarlos con su obra. Desaparece el creador y desaparece lo creado: los personajes, las emociones, las páginas sublimes y las páginas fallidas, todo se evapora. Sea por la falta de novedades y de promoción publicitaria, sea porque los herederos se hacen un lío con el legado literario, sea por lo que sea, llega el olvido.
Pero hay casos especiales. Algunos muertos que escribieron no sólo sufren el olvido ritual, sino una especie de exorcismo colectivo, más o menos inconsciente. Eso ocurrió, creo, con Francisco García Pavón. El pobre hombre, tan tranquilo, tan irónico, debió de notar en sus últimos años el frío del abandono. Sus obras, popularísimas en el tardofranquismo, se esfumaban de las librerías. Tentó la suerte con el epitafio. Quiso que sobre el tabique del nicho se escribiera lo siguiente: “Si queréis los mayores elogios, moríos”. No funcionó. Hubo elogios, pero efímeros.
Algunos muertos que escribieron no sólo sufren el olvido ritual, sino una especie de exorcismo colectivo
¿Cuál fue la culpa de este hombre? Fue una culpa muy grande: no encajó en la España que nos inventamos a partir de 1975. Como sabrán los más jóvenes, casi nadie trabajaba en los últimos años del dictador. Quien no estaba en la cárcel estaba en huelga, millones de personas militaban en el PSOE y afrontaban por ello inmensos peligros, Cataluña y Euskadi sufrían la ocupación castellana, el país vivía sumido en la clandestinidad. García Pavón fue de los pocos que publicaron bajo el Régimen. Y encima ganó premios. Y tuvo éxito. Un escándalo.
No quiero ofender la memoria de quienes sí lucharon: fueron pocos y sufrieron por ello. La inmensa mayoría se limitó a buscarse la vida, a crearse pequeños rincones de bienestar personal y a esperar. En comparación con esta mayoría, García Pavón hizo mucho: escribió sobre la España real sin alardes ni arrebatos, como merecía la época. Fue un precursor de lo que luego, en el breve periodo que medió entre la desintegración física del general y la invención del pasado, se llamó desencanto.
Otros fueron censores, o propagandistas del franquismo tecnocrático. Él, además de escribir con un estilo portentoso, se movió por donde podía moverse un liberal honesto, de tradición republicana: dirigió la Escuela de Arte Dramático, dirigió la Editorial Taurus y dio clases.
Y creó a Plinio.
Yo era adolescente cuando leí por primera vez una aventura de Plinio, de nombre real Manuel González, jefe de la Policía Municipal de Tomelloso. Al principio, me pareció intolerable: aquel tipo no hacía otra cosa que liar cigarrillos de caldo, beber, comer, pasear y charlar con su compadre, don Lotario, veterinario y rentista. Comparado con Philip Marlowe, con Sam Spade o incluso con Pepe Carvalho, el tal Plinio era un muermo. Y, sin embargo, El reinado de Witiza acabó enamorándome. Igual que Las hermanas coloradas y El rapto de las Sabinas. Aún no sabía que esas novelas no eran, ni mucho menos, lo mejor de García Pavón. Aún no había descubierto los cuentos.
Murió Franco y, entre todo aquel alboroto, se perdió la pista de Plinio. Un policía del franquismo, ya ven. Un policía monstruosamente longevo y aficionado a las dictaduras, porque sus andanzas comenzaban en tiempos de Primo de Rivera.
Plinio vivió mucho. Ahora sabemos que murió poco. En primavera hará 20 años de la desaparición de García Pavón, y el jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso vuelve a pasear y a liar pitillos. En 2006, Destino reeditó varias de las novelas en un tomo titulado Plinio, casos célebres. Rey Lear acaba de editar Otra vez domingo, una deliciosa novela breve, escrita en 1978 con un ánimo ya crepuscular. En su momento no tuvo gran éxito. Debería tenerlo ahora. Como las demás historias de Plinio, que, supongo, serán también reeditadas, no pertenece al género negro, y quizá tampoco al policial. Es un género en sí mismo.
Francisco García Pavón ha resucitado. Ahora falta Jorge Ibargüengoitia. Confiemos en que no tarde mucho.
CENIZAS DE FÚTBOL | FÚTBOL INTERNACIONAL
El ferrocarril, el carnaval y otros colores
ENRIC GONZÁLEZ 3 NOV 2008
Ah, los colores. La gente suele tomarse muy en serio los colores. Como si el dios del fútbol hubiera bajado con un montón de camisetas el día de la fundación, para entregarlas solemnemente a los jugadores. En realidad, casi todos los colores del fútbol salen de la necesidad o la casualidad. Muy pocos equipos visten los colores elegidos el primer día.
Consideremos, por ejemplo, el rojo que caracteriza a dos de los clubes más gloriosos de Inglaterra, el Liverpool y el Manchester United. La realidad es que ni unos ni otros querían jugar de rojo. El Liverpool nació en 1892 de azul y blanco, como su rival ciudadano, el Everton. Dos años después, para distinguirse del Everton, cambió a la camiseta roja con pantalón blanco. En 1964, el entrenador Bill Shankly convenció a sus futbolistas de que vistieran completamente de rojo. “Parece que midáis dos metros”, les dijo. Y le creyeron.
La mayoría de los equipos empezaron de blanco, por la ropa interior. Así empezó el Madrid, en calzoncillos
El Manchester United empezó llamándose Newton Heath Lancashire & Yorkshire Railway, como la empresa ferroviaria para la que trabajaban sus jugadores, y, por lógica, asumió los colores de la compañía, el verde y el amarillo. Luego, durante un par de temporadas, usaron el azul. En 1893, la compañía de ferrocarril puso en venta el campo en el que jugaba el equipo y los futbolistas, cabreados, decidieron romper los vínculos ferroviarios y usar un color que no tuviera nada que ver. El rojo les pareció bonito.
Lo del Juventus fue más pintoresco. En su acto fundacional eligieron vestir camiseta rosa, pajarita y pantalón negro. Como el rosa descoloraba enseguida y quedaba blanquecino, pidieron a un fabricante inglés unas camisetas rojas como las del Nottingham Forest. El fabricante, no se sabe por qué motivo, les envió las camisetas blanquinegras del Notts County. Cuando las recibieron, las aceptaron: como buenos turineses, pensaron que el tejido era bueno y que ya habían gastado bastante.
La mayoría de los equipos empezaron de blanco, porque bastaba la ropa interior. Así empezó el Real Madrid, en calzoncillos. E hizo valer su condición de decano del fútbol madrileño para no tener que añadir colores adicionales al equipamiento. El River Plate no era decano, y, como muchos otros, tenía que fijar con imperdibles una banda de color en diagonal sobre la camiseta blanca. Un año aprovechó la tela roja sobrante de una comparsa de carnaval, llamada Los habitantes del infierno, y ya no cambió.
Boca Juniors tuvo que cambiar a la fuerza: después de probar con los colores blanco, celeste y azul, se quedó con las franjas blanquiazules. Pero los de San Lorenzo vestían casi igual. Se jugaron los colores a un partido, y los de Boca perdieron. ¿Solución? Adoptar los colores de la bandera del barco que entrara en el puerto de Buenos Aires, a una determinada hora. El barco resultó sueco. Y los colores, por tanto, azul y amarillo.
Cobertura
ENRIC GONZÁLEZ 3 NOV 2008
Casi todos los medios realizan una cobertura exhaustiva de las elecciones estadounidenses. Este periódico, como otros, ha echado el resto. A un gran corresponsal, Antonio Caño, se han sumado numerosos enviados especiales que viajan de un lado a otro del país para que no ignoremos nada sobre lo que aún no sabemos, quién va a ser el nuevo presidente.
Se trata de una cuestión de la máxima importancia. El inquilino de la Casa Blanca manda muchísimo. No tanto como nos parece desde fuera (aquello no es una dictadura y el presidente se pasa la vida batallando con el Congreso), pero muchísimo. Dicen que Barack Obama ganará las elecciones. Lo dicen los sondeos, lo dicen los expertos, lo dice el sentido común. Confío en la victoria de Obama, aunque por un momento, sólo por un momento, tendría su diversión que ganara McCain: los periodistas somos muy graciosos cuando la realidad nos pilla con el paso cambiado.
Creo que, ocurra lo que ocurra el primer martes después del primer lunes de noviembre (la fórmula con que se fija la fecha electoral), algunas cosas mejorarán.
Este año ha sido tremendo. Hemos tenido la interminable campaña electoral estadounidense. Hemos tenido elecciones generales en España. Hemos tenido Eurocopa, y encima con victoria española. Hemos tenido los Juegos Olímpicos, en Pekín, nada menos. Hemos tenido un espantoso accidente aéreo en Barajas. Ahora, la elección de presidente. Y estamos en plena crisis. Al lector, la lista de acontecimientos no le dirá gran cosa. El gerente de un medio de comunicación, en cambio, verá en ella una serie de gastos tremendos en una época de pocos ingresos.
Algunas cosas mejorarán. Con un poco de suerte, pasada esta semana se aliviará el gasto de la cobertura americana. Con un poco de suerte, los medios podrán apartar un dinerillo y hacer lo que, sin duda, se mueren de ganas de hacer: enviar periodistas al Congo, a Somalia y, en general, a esos sitios donde, según cuentan las ONG, los misioneros y las agencias (la trinidad del periodismo low cost), suceden en un día tantas cosas terribles como aquí en todo un año.
Noche
ENRIC GONZÁLEZ 4 NOV 2008
Esta noche, fiesta1 electoral. Televisiones, radios y medios digitales se disponen a dar el do de pecho informativo para que disfrutemos, minuto a minuto, del recuento de votos y de los resultados, Estado a Estado. Conozco bastante gente dispuesta a no acostarse. También conozco a gente que pasa en vela la noche de los Oscar, aunque eso resulta más comprensible: hay estrellas de cine, un espectáculo con chistes y algún premiado que hace el ridículo. La pasión por el proceso electoral estadounidense la entiendo sólo a medias.
Me explico. A estas alturas, los consumidores de información más entusiastas lo saben todo sobre los problemas de Joe, el Fontanero, las aficiones cinegéticas de Sarah Palin y la carrera profesional de la mujer de Barack Obama: magníficas anécdotas irrelevantes. Y conocen las promesas de ambos candidatos en materia de relaciones exteriores, gestión económica, energía o sanidad. Eso no es irrelevante. Pero si el consumidor, además de entusiasta, es atento, sabrá también que bastantes de las promesas se desintegrarán en cuanto entren en contacto con la realidad, es decir, con la recesión.
Las campañas electorales abundan en elementos oníricos y mensajes abstractos, dirigidos a estimular a los votantes. Es curioso que despierten tanto interés en un público remoto y sin derecho a voto. Lo que viene luego, la realidad, interesa a menos gente. Me siento en condiciones de garantizar (lo siento, algo así debían decir en Banif cuando vendían bonos de Lehman Brothers) que cuando el nuevo presidente pronuncie su primer discurso sobre el estado de la nación, lejos ya de sueños y sonrisas, para anunciar medidas concretas sobre el aquí y el ahora, muy pocos, muchos menos que hoy, trasnocharán para escucharle en directo.
Espero que esta noche sea apasionante y que todas las transmisiones desde Estados Unidos desborden rigor y amenidad. Es estupendo conocer, en el mismo momento de la madrugada en que se hacen públicos, los sondeos a pie de urna en el Estado de Nuevo México. Es muy posible, sin embargo, que yo opte por algo aún más estupendo: acostarme a mi hora, y descubrir por la mañana quién ha ganado.
Hoy
ENRIC GONZÁLEZ 5 NOV 2008
Esta columna ya es vieja, de otra época. Se escribió antes del resultado electoral. Pero, para salir del paso, recordemos una obviedad: el periódico, en un día como hoy, y según funciona hoy el negocio, tiene la obligación de sacar conclusiones apresuradas y dibujar un futuro del que nadie sabe nada; el lector, en cambio, puede permitirse el lujo de leer y esperar, sin precipitarse. Un nuevo presidente es un melón por abrir.
Como la columna está fuera del tiempo, no creo que haya quejas si hablamos de un presidente antiguo. El presidente peor cualificado del siglo XX, un tipo al que nadie quería. Se llamaba Harry Truman. No tenía educación universitaria. Tampoco tenía dinero ni contactos familiares. Por no tener, no tenía ni buen carácter. Su única base política era la mafia demócrata de Misuri, racista y corrupta. En 1944, el presidente Roosevelt, consciente de que iba a morir en poco tiempo, se presentó por última vez a unas elecciones. Buscó un buen vicepresidente, que había de ser su sustituto, pero no lo encontró. Sólo encontró a Truman, un senador novato, tan despreciado en Washington que carecía de enemigos.
Después de tres meses como vicepresidente, en los que Roosevelt no le dedicó ni 10 minutos para explicarle cosillas como la existencia de la bomba atómica, Truman se vio en la Casa Blanca. No sabía nada. No tenía aliados. Se puso a mandar porque no había alternativa.
En los siguientes meses y años, Truman lanzó dos bombas atómicas sobre Japón y concluyó la guerra, estableció el Plan Marshall para reconstruir Europa, fue decisivo en la creación de la ONU, organizó la OTAN, acabó con la segregación en el ejército (y era racista), reconoció el Estado de Israel (y era antisionista), inició la Guerra Fría, asistió a la victoria del comunismo en China, combatió en Corea contra soldados chinos y aviones soviéticos, destituyó al héroe McArthur, creó el seguro médico. Entretanto, ganó contra todo pronóstico las elecciones de 1948.
Cuando se retiró era impopular y pobre. Tuvo que vender unos terrenos para ir tirando. Hoy se le considera uno de los mejores presidentes de Estados Unidos.
Empieza una presidencia. Veamos qué da de sí.
Discursos
ENRIC GONZÁLEZ 6 NOV 2008
No abundaron, por fortuna, los titulares fáciles, del tipo “Un negro en la Casa Blanca” y cosas por el estilo. A TVE se le ocurrió suprimir ayer, justamente ayer, la serie Guante blanco, pero supongo que fue casualidad. Tras sólo tres episodios emitidos, Guante blanco fue trasladada al desván de Internet, donde quedó a disposición de su menguante público. La serie prometía, pero no cumplió. Padecía dos defectos gravísimos: el lastre de un flanco del guión, el que abarcaba las peripecias personales del ladrón y el policía, y el escaso atractivo de los personajes: ninguno de ellos quedaba en la memoria, de ninguno de ellos queríamos saber más.
Volvamos al monotema del que pronto acabaremos hastiados, si no lo estamos ya. ¿Se fijaron en el portentoso discurso de Obama? ¿Y en las elegantes palabras de McCain? Ahí no había sólo guión. Había en ambos casos una personalidad atractiva. Había alguien capaz de hablar ante una multitud como si hablara ante amigos. Había alguien capaz de hablar, simplemente.
La torpeza oratoria es una vieja característica de la política española, y de los españoles en general. En Estados Unidos se da más bien lo contrario. Les ayuda una asignatura escolar llamada Show and tell, algo así como “muestra y comenta”. Se trata de algo tan sencillo como llevar cualquier cosa a clase y explicar a los compañeros en qué consiste. Hacerlo muchas veces, de niño, enseña a hablar en público.
En España, en cambio, la fluidez verbal va muy cara. Los maestros del discurso se pagan a precio de oro. Dicen que uno de ellos, el insigne conciudadano Julián Muñoz, cuyo breve paso por la política dejó una estela de honestidad y esperanza, cobrará 350.000 euros por una entrevista, el viernes, en Telecinco. ¿Cuántas palabras dirá? ¿A cuánto saldrá cada palabra? Sea cual sea la tarifa, valdrá la pena. Este hombre tiene talento. Cuando salió de prisión, pronunció una frase bellísima: “La libertad sabe a sentirte bien contigo mismo”. En su boca, constituía todo un discurso a favor de la cadena perpetua.
Dignidad
ENRIC GONZÁLEZ 7 NOV 2008
Si la dignidad era esto, sería mejor prohibirla. Me refiero a un cierto tipo de dignidad. Por ejemplo, la que obliga a los políticos a utilizar grandes coches oficiales, muy lujosos, constantemente renovados. No lo hacemos por nosotros, dicen, sino por mantener la dignidad del cargo. Ese cargo nos representa a todos. ¿Qué menos que acomodarlo en un cochazo? Lo mismo ocurre con los despachos. Los ciudadanos de a pie muestran una peculiar tendencia a organizar su vivienda con muebles de Ikea o similares. Ellos sabrán. Debe ser algo bastante indigno, porque no conozco sedes oficiales (dejemos de lado juzgados y pequeños ayuntamientos) que recurran a esos trastos. La representación pública exige muebles solventes.
La dignidad resulta especialmente necesaria en las naciones, nacionalidades, regiones, o como prefieran llamarse en cada caso. Cataluña no merece sufrir la indignidad de carecer de una red de oficinas en el extranjero. No merece tampoco que sus embajadas oficiosas ocupen un despachito realquilado en cualquier edificio de propiedad o usufructo español: necesita sedes propias, flamantes, ocupadas por personas de la máxima dignidad. ¿Quién mejor que un hermano del mismísimo vicepresidente de la Generalitat?
¿Y el derecho a una imagen digna? Fíjense en Valencia. La ciudad ha cambiado mucho, y en general para bien. Pero necesita avivar continuamente su imagen en el mundo. Si para ello hacen falta bólidos, motos y veleros, se pagan. Y si hace falta subvencionar el estreno de una película de James Bond, se subvenciona. En esa línea se incluyen las campañas de imagen sin bólidos ni superagentes. Ya saben, esas campañas que protegen, según creo interpretar, la dignidad del sector turístico. No me olvido de la dignidad bancaria. ¿Cómo someter a los bancos a la indignidad de que se conozca cuáles de ellos necesitan un poco más de nuestro dinero, esta vez por la vía presupuestaria?
Me hace muy feliz, la verdad, vivir en un país tan digno.
CRÓNICA:UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Una velada en Garden City
ENRIC GONZÁLEZ 9 NOV 2008
Estábamos en el saloncito de la granja. La familia al completo, algunos vecinos y los dos invitados, un sueco y un español. Habíamos cenado fuera, en un patio diminuto rodeado de inmensos campos de maíz, escuchando a cierta distancia el hozar de los cerdos. La familia cultivaba maíz y criaba cerdos. En eso consistió la cena, en maíz y cerdo. Para beber, té helado. Allí no se permitía el alcohol. Se podía fumar, pero había que hacerlo junto a los cerdos.
El año anterior, 1987, el hijo mayor había hecho su primera “campaña”. La “campaña” era la cosecha del cereal. No la familiar, que se hacía en poco tiempo y con pocos brazos, sino la nacional. El hijo, con centenares de jóvenes como él, había segado desde Garden City, el pueblo de Misuri donde la familia vivía y cultivaba, hasta casi la frontera canadiense. Era un viaje imponente que duraba un par de meses. Era el gran viaje, la gran experiencia vital.
Pregunté si imaginaban una presidenta. Tendría que ser una mujer muy especial; pero sí, por supuesto, respondieron
Ningún miembro de la familia poseía pasaporte, pero el padre, un hombre que superaba los 60, había estado en el extranjero. Invadiendo Italia, nada menos. Durante la cena me había preguntado si los italianos seguían siendo un montón de ladrones hambrientos. Le comenté que tal vez les había visto robar y pasar hambre en 1944 porque sufrían una guerra. Creo que no le convencí.
Ahí estábamos, decía. El hijo mayor puso un vídeo y en la pantalla del televisor apareció un campo de espigas doradas que se extendía hacia el infinito. A lo lejos se percibía una manchita roja, que poco a poco empezó a acercarse hacia la cámara. Muy poco a poco. Resulto ser un tractor, el tractor que manejaba el hijo. Nadie decía nada. Disfrutaban de las imágenes. No sabría decir cuánto tardó el tractor en llegar hasta la cámara. Tardó bastante. No lo suficiente, porque entonces se cortó la imagen y recomenzó el proceso. Otra vez un campo dorado e infinito, otra vez la manchita roja. La cinta duraba media hora, y la familia, en silencio, disfrutó cada minuto. Creo que el sueco y yo mismo disfrutamos algo menos.
Mi estancia en la granja de Garden City, cortesía de una beca del Fondo German Marshall, me permitió convivir con unos cuantos habitantes de la llamada América profunda. La familia no era del todo corriente, ya que acogía en casa a estudiantes europeos y se interesaba por la vida de sus huéspedes, pero bastaba como muestra. Gente honrada, trabajadora y austera, que no conocía otras vacaciones que los domingos y el día de fin de año. Por Nochevieja, el padre y la madre se permitían un dispendio: conducían hasta Kansas City, a unos 80 kilómetros, cenaban en un restaurante y pernoctaban en un hotel. Lo hacían desde que se casaron.
Hace 20 años de aquella velada en Garden City. Se aproximaba el fin de la presidencia de Reagan, y ese verano habían sido elegidos los candidatos de ambos partidos. Bush por los republicanos, Dukakis por los demócratas. La familia era devota de Reagan y estaba convencida de que Bush, su vicepresidente, heredaría con facilidad la Casa Blanca. Así fue. Le pregunté al padre si en ciertas circunstancias podría votar por los demócratas. Me contestó que siempre, hasta Reagan, había votado demócrata. Incluso cuando Johnson combatió la segregación racial y se ganó la enemistad de los demócratas del sur, de tradición racista. La familia creía que todas las razas eran iguales, pero creía también que no debían mezclarse. Pregunté si podían imaginar un presidente negro. Toda la familia y casi todos los vecinos respondieron que sí, que acabaría ocurriendo, pero en un lejano futuro. Ellos no iban a verlo.
También pregunté si imaginaban una presidenta. Tendría que ser una mujer muy especial, respondieron, pero sí, por supuesto. ¿Y un presidente ateo, o al menos no religioso? “Eso es imposible, lo prohíbe la Constitución”, dijo el padre. No, no lo prohíbe. Pero como si lo prohibiera.
Me fui de la granja, y del país, convencido de que Estados Unidos y Europa mantendrían durante mucho tiempo esa diferencia fundamental. Una de las mayores diferencias concebibles. Una diferencia tan grande como Dios.
CENIZAS DE FÚTBOL | INTERNACIONAL
La cosecha prodigiosa del 73
ENRIC GONZÁLEZ 10 NOV 2008
El fútbol, como el vino, tiene algunas añadas supremas. Una de ellas fue 1973. Ese año pasó a la historia por el estallido de la primera crisis del petróleo, pero merece ser recordado porque en Europa y en Suramérica surgieron dos equipos fabulosos y curiosamente parecidos. Ambos carecían de anales gloriosos. Ambos irrumpieron por sorpresa. Ambos se volcaban hacia el ataque. Y ambos dependían de la imaginación de un tipo rubio que se escoraba hacia la izquierda.
Quizá nunca se vio en Argentina un fútbol como el que jugaba Huracán en 1973. Huracán, que acaba de cumplir 100 años, es una institución modesta. Tiene un apodo amable, El Globo, porque eligieron un globo como insignia: fue un homenaje a la hazaña del ingeniero Jorge Newbery, que en 1909 voló desde Buenos Aires hasta Bagé, en Brasil, a bordo del globo aeroestático Huracán. También tiene otro apodo menos airoso, dirigido a sus aficionados: Los Quemeros, porque junto a su estadio se incineraba la basura bonaerense.
Huracán no fue gran cosa hasta que reunió a aquel equipazo de 1973, campeón de Argentina. El Globoreunió las tres características del genio: inteligencia, imaginación, locura. La inteligencia la ponía Brindisi, un medio centro sensato y seguro, tan bueno robando balones como repartiéndolos. La imaginación era cosa del rubio Babington, El Inglés, un interior exquisito, uno de esos tipos elegantes incluso al caer de culo. Y la locura era toda de Houseman, un extremo tan chiflado, brillante e imprevisible como Garrincha. Houseman no era cojo como Garrincha, pero bebía bastante más. En el banquillo se sentaba Menotti,El Flaco, que obtuvo gracias al Huracán del 73 un enorme prestigio como técnico. Entrenar a aquella gente no debió de ser demasiado difícil.
Al mismo tiempo, en Alemania, una institución casi desconocida, recién llegada a la Bundesliga (pese a su larga historia, debutó en la máxima categoría en 1965) y afincada en una ciudad de tercer orden, arrollaba a los clubes clásicos. El Borussia Moenchengladbach duró más que Huracán, no fue un equipo de un año sino de casi una década, pero en 1973 alcanzó la excelencia. Tenía a Vogts detrás, a Bonhof y Wimmer en el centro, a un joven Stielike, a Heynckes y Simonsen delante. Y tenía al rubio Netzer, un creador sensacional que ya había deslumbrado en la Eurocopa de 1972. Beckenbauer hizo todo lo posible para que Netzer no siguiera triunfando en la selección alemana. Netzer era lo que habría sido Beckenbauer si no se hubiera escondido en la cueva del líbero;quizá eso incomodaba al Kaiser.
Huracán no volvió a ganar el campeonato argentino. Fue subcampeón en el 75 y en el 76. Luego llegó el declive y el descenso. El Borussia perdió paulatinamente a varias de sus figuras (Netzer, Bonhof, Simonsen), pero mantuvo el tipo hasta bien entrados los 80, cuando ocurrió algo parecido a una quiebra psicológica: su jugador más prometedor, Lothar Matthäus, se pasó al enemigo, el Bayern de Múnich. El Borussia no volvió a levantar cabeza. Y el Bayern comprobó que le bastaba desguazar sistemáticamente a sus rivales para mantener una cómoda hegemonía.
El Bayern nunca jugó como Huracán o Borussia. El buen fútbol puede comprarse con dinero. El fútbol maravilloso, como el que se vio en 1973, no.
Soldados
ENRIC GONZÁLEZ 10 NOV 2008
El soldado es, en términos comparativos, y muchas veces también en términos absolutos, el servidor público peor pagado. Se trata de un funcionario al que enviamos a la guerra para que defienda nuestros intereses con su cuerpo y con su vida. Su trabajo merece el máximo respeto. Y, sin embargo, ofendemos con frecuencia al soldado. Diciendo, por ejemplo, que va en “misión de paz” a un territorio en guerra. O deslegitimando a su enemigo con el término “terrorista”, un término que, inevitablemente, prolifera de nuevo tras la muerte del brigada Juan Andrés Suárez García y el cabo Rubén Alonso Ríos.
Ése es el problema de los juegos de palabras. En una guerra, fusilar a niños constituye un crimen de guerra. Hay reglas, aunque no se cumplan. Si no se reconoce la guerra, casi cualquier cosa que haga el enemigo puede calificarse como “terrorismo”. Para el ejército nazi, los partisanos eran terroristas. Mal precedente.
Un soldado de un ejército regular, encuadrado en una fuerza multinacional de ocupación, es un objetivo militar legítimo, aunque quien le mate vista de civil y profese una ideología detestable. Si negamos eso, negamos su misma profesión. Ese soldado puede contar con el respaldo de la ONU, puede atenerse escrupulosamente a las leyes de la guerra, puede dejarse el corazón ayudando a la población civil, puede desear la paz con el máximo fervor: sigue siendo un soldado en territorio extranjero. Cuando cae, cae con honor en el campo de batalla y debemos agradecerle que lo sacrificara todo, su propia vida y la felicidad de su familia, en nombre de algo tan abstracto como nuestros intereses geoestratégicos. No le insultemos, por favor, diciendo que le enviamos a Afganistán para construir escuelas o mantener el orden público. A eso se dedican otros profesionales.
Y no insultemos nuestra propia inteligencia diciendo que ese soldado combate “por la libertad”. Combate por nuestra seguridad. ¿Es legítimo defender nuestra seguridad ocupando militarmente un país tan lejano? Tan legítimo como hacerlo en Irak, supongo.
Saviano
ENRIC GONZÁLEZ 11 NOV 2008
Hace sólo tres años, Roberto Saviano era un joven periodista napolitano, mal pagado y sin empleo fijo que seguía con avidez la vida secreta de Nápoles: el contrabando, la corrupción, las venganzas, los asesinatos. Las cosas de la Camorra, en definitiva. La Camorra es una mafia caótica, en permanente guerra civil. Genera una tremenda violencia, pero, por razones derivadas del carácter local, locuaz y exagerado, carece del tono seco y solemne que distingue a los sicilianos. La Camorra ofrece grandes posibilidades literarias.
La vida de Saviano, que aún no ha cumplido los 30, cambió en 2006, cuando publicó Gomorra. Su libro sobre la Camorra fue acogido con cierto interés por sus protagonistas. El propio Saviano comentaba que se prestaban el libro unos a otros para reconocerse en los personajes. Pero Gomorra obtuvo un éxito rápido y apabullante. Se convirtió en un fenómeno. Y su autor empezó a incomodar. Los clanes pensaron que convenía liquidar a ese muchacho. Desde octubre de ese año, 2006, Saviano tuvo que habituarse a vivir en la clandestinidad, rodeado por una escolta policial.
Lo peor, según él mismo, es la soledad. Que nadie quiera alquilarte una vivienda. Que los comerciantes te rueguen que compres en otra parte. Que los amigos no te devuelvan las llamadas. Lo peor es estar solo, sin otra compañía que los cuatro policías. Por eso se ha visto obligado a dejar su ciudad. Aquí, eso no ocurre. En el País Vasco, cualquier amenazado que insiste en quedarse en su ciudad suele cruzarse por la calle con otros en la misma situación. Puede comparar si el colega tiene más o menos guardaespaldas. Puede compartir sus vivencias. No padece la soledad de Saviano. Tampoco le escribe ningún premio Nobel para solidarizarse, pero es normal: no está solo y su vida es mucho más llevadera que la del amenazado en Nápoles.
Moral
ENRIC GONZÁLEZ 12 NOV 2008
Vamos a asistir, en los próximos años, a un conflicto interesante, aunque muy complejo. Digamos que no tan complejo como la guerra del fútbolentre PRISA y La Sexta, pero más interesante que la guerra de la telebasura entre La Sexta y Telecinco. Se trata de la previsible tensión entre Barack Obama y Benedicto XVI.
Durante la campaña electoral estadounidense, el Vaticano ha rezado por McCain y, si es doctrinalmente aceptable rezar contra alguien, contra Obama. El nuevo presidente es partidario de la vigente ley del aborto y de la investigación sobre todo tipo de células madre, y en ambos asuntos choca frontalmente con la doctrina católica sobre bioética. Obama, además, ha elegido un vicepresidente católico, Joe Biden, que defiende también la ley del aborto. Esto último molesta sobremanera a la jerarquía vaticana.
Benedicto XVI encontró en el protestante George Bush a un firme aliado cultural: un hombre que en cuestiones internacionales como la lucha contra el sida o la planificación familiar se alineaba siempre con el Vaticano. Ratzinger podía dedicar parte de su tiempo, una parte quizá exagerada, a batallar contra el relativismo de Zapatero. Si el presidente español disfrutaba de la relevancia que le otorgaba el Papa, Rouco mediante, debe darse prisa en encontrar un nuevo hueco como profeta de la reforma financiera: el eje del debate moral ya no pasa por Madrid, sino por Washington. Eso reduce también, por supuesto, el papel de la Conferencia Episcopal Española.
El debate adquirirá complejidad porque el Vaticano, para mantener su influencia (hablamos de diplomacia y de cultura, no de fe), tendrá que matizar sus posiciones y buscar nuevos aliados. Como se sabe, el Vaticano no cambia con los papas, sino con el ambiente. Y el ambiente mundial va a cambiar muchísimo.
Quizá todo esto ayude a propagar el interés por las cuestiones morales, a elevar la discusión por encima de las líneas partidistas y a colocar en primer término asuntos tan esenciales como la vida y la muerte. Quizá incluso en España llegue a hablarse más de eutanasia y menos de coches oficiales.
Cúpula
ENRIC GONZÁLEZ 13 NOV 2008
A finales de 1936, el Gobierno de la República Española anunció a Pablo Picasso, residente en París, su nombramiento como director del Museo del Prado. Con el cargo llegó un encargo: se le pidió a Picasso que pintara un gran mural para el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París, que había de inaugurarse al año siguiente. El frente de Madrid parecía ya bloqueado, los dos bandos controlaban (en el caso de los republicanos, tentativamente) su territorio y se hacía evidente que la guerra de España iba a ser larga, cruenta y costosa. El Gobierno constitucional no tenía un duro. Mientras la zona nacionalista mantenía una cierta actividad comercial con el exterior, la zona republicana, salvo Bilbao, estaba volcada en el gasto bélico y en las experiencias autogestionarias. En estas circunstancias, el Gobierno republicano destinó dos millones de francos, una cifra altísima con la que se podía comprar armamento y víveres, a la construcción del Pabellón Español. Dentro de ese presupuesto, el 10%, fue asignado a Picasso en pago por el mural.
Picasso no hizo nada en los meses siguientes, salvo ir tirando y mantener su tormentosa vida sentimental. Ni el bombardeo de Málaga, su ciudad, logró inspirarle. Pero el 27 de abril del 1937 se produjo el bombardeo alemán sobre Gernika y la noticia llegó a París justo en vísperas del Primero de Mayo: el nombre de Gernika fue coreado una y otra vez en las manifestaciones. Y Picasso empezó a pintar el mural llamado Guernica. En la época, abundaron las críticas contra el derroche por un simple cuadro. Un dinero público que podía haberse destinado a salvar la República, o al menos a mantener con vida a algunos republicanos. No me espanta que la cúpula psicodélica de Barceló en la sede de Naciones Unidas haya costado mucho dinero, ni que parte del precio haya sido sufragado con fondos para la ayuda al desarrollo. Ars lunga, vita brevis. La pregunta es si dentro de 50 años o un siglo, será para alguien el símbolo de algo. O no.
Memoria
ENRIC GONZÁLEZ 14 NOV 2008
Vale la pena seguir adelante con eso que llaman “recuperación de la memoria histórica”. Cuanto más sabemos sobre nuestro pasado reciente, más claras están las cosas. El eximio historiador Pío Moa ya reveló en uno de sus celebrados artículos, basándose en que buena parte de la izquierda organizó o apoyó la revolución de 1934 contra la República, que los vencidos en la Guerra Civil española eran “totalitarios y golpistas en su mayoría”, y que la posterior oposición a Franco era “mucho menos democrática que éste”.
Por deducción, descubrimos que los vencedores en la guerra no debían ser ni totalitarios ni golpistas. Estas novedades dibujaron un nuevo e interesante cuadro sobre la España del siglo XX.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, condesa consorte de Murillo y, por la misma vía marital, Grande de España, aportó en el programa 59 segundos (TVE) un nuevo dato sensacional para la recuperación de la memoria. Dijo que Franco “era socialista”. Atención, porque esto enriquece el panorama.
Resulta evidente, entonces, que la Guerra Civil no fue más que el enésimo conflicto ideológico dentro de las corrientes del socialismo. Igual, bien mirado, que la Segunda Guerra Mundial: Stalin, de alguna manera, procedía del socialismo, igual que Mussolini; Hitler era nacional-socialista; Roosevelt era considerado “socialista” por la oposición republicana desde que aplicó el New Deal, y Churchill, que saltaba del Partido Liberal al Partido Conservador, algo socialista habría hecho para meterse en la tangana.
El conflicto ideológico fue especialmente trágico en España. Las fricciones entre los socialismos: el sindicalista de Largo Caballero, el reformista de Besteiro, el parlamentarista de Prieto (propietario del periódico El Liberal) y el militar antigolpista de Franco no desembocaron en un congreso extraordinario, como habría sido deseable, sino en una guerra civil. Ya vencedor, Franco pudo aplicar durante casi cuatro décadas su particular vía hacia el socialismo. Por suerte, Aguirre, y Aznar, supongo, acabaron con todo eso.
No es extraño que, tras estas revelaciones, Rajoy aclarara ayer en la SER que él no era de izquierdas, sino “una persona independiente”. Todo clarísimo, por fin.
UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Un hombre que veía el futuro
ENRIC GONZÁLEZ 16 NOV 2008
Cuando se habla de Bretton Woods, la reunión que en 1944 creó un nuevo sistema financiero internacional basado en el dólar, suele hablarse del británico John Maynard Keynes y del estadounidense Harry Dexter White. No se recuerda, porque tuvo un papel secundario, al representante de Francia. Aquel francés, que hasta pocos meses antes participaba en misiones de bombardeo sobre posiciones alemanas, llegó al hotel, propuso algo sensato (que los precios y reservas de petróleo fueran tenidos en cuenta en las balanzas monetarias), no fue escuchado, firmó los acuerdos y se marchó. Fue una sombra fugaz en aquel momento histórico.
Lo fue también, en cierta forma, en la política francesa: alcanzó el cargo de primer ministro y lo mantuvo durante sólo 233 días. El día de su caída, el 23 de febrero de 1955, la Asamblea Nacional desbordaba odio. Varios amigos tuvieron que protegerle físicamente. Y, sin embargo, fue uno de los grandes estadistas del siglo XX, un hombre capaz de ver el futuro. Entre los franceses, sólo Jean Jaurès, Charles de Gaulle y, quizá, si se valora el cinismo exquisito, François Mitterrand, estuvieron a su altura.
Se convirtió en “el judío”, la encarnación de todo lo que amenazaba la ‘grandeur’ de Francia
Nació en París, el 11 de enero de 1907; a los 23 años fue el abogado más joven de Francia; a los 25, en las filas radicales, el diputado más joven de Francia. En 1938 propuso un plan de rearme que fue desestimado. En 1939 fue movilizado como navegador aéreo. Tras la rendición francesa huyó hacia Marruecos para unirse a las fuerzas de la Francia Libre, fue detenido y condenado por deserción, protagonizó una fuga de manual (con lima y sábanas anudadas) y logró al fin sumarse en Inglaterra a las tropas aliadas.
No compartía las ideas conservadoras de Charles de Gaulle, pero en 1943 fue incluido en el círculo de colaboradores del general como Comisario de Finanzas. Dimitió al cabo de pocos días. Y en 1946, en la primera fase del gaullismo, asumió el cargo de ministro de Economía Nacional. Dimitió en pocos meses. Mendès France podría ser definido como socialdemócrata, una franja ideológica históricamente sospechosa en Francia (y en España), pero no soportaba los delirios económicos de la izquierda. Sus dos dimisiones se debieron al rechazo que suscitaron sus planes antiinflacionistas.
Francia le dejó de lado hasta 1954, cuando la guerra de Indochina (después Vietnam) y la derrota en Dien Bien Phu empujaron la Cuarta República al borde del abismo. El entusiasmo que suscitó su llegada al Gobierno, con un programa por encima de líneas ideológicas, fue comparable al que suscita ahora Obama en Estados Unidos. Mendès France hizo lo que tenía que hacer, y lo hizo muy rápidamente. Firmó la paz, es decir, la derrota, en Indochina. Autorizó el rearme de Alemania dentro de la OTAN. Puso en marcha el programa nuclear francés. Concedió la autonomía a Túnez. Y empezó a negociar con los rebeldes argelinos.
Argelia fue su perdición. El 23 de febrero de 1955, el diputado René Mayer, de su partido, le acusó de rendir un trozo de Francia y defendió la mano dura en el Magreb: “La represión siempre tiene aspectos crueles, pero esta represión es justa”, proclamó. Los diputados gaullistas aplaudieron con fervor a Mayer. También aplaudieron a De Gaulle cuando, después de una guerra atroz, accedió a la independencia de Argelia.
La popularidad de Mendès France se transformó en el odio de izquierdas y derechas. Por la cuestión argelina, pero sobre todo por sus planes de reforma de la economía francesa. Se convirtió en “el judío”, la encarnación de todo lo que amenazaba la grandeur de Francia. Mitterrand, que había sido su ministro del Interior, se alejó de él como de la peste. Sólo De Gaulle, privadamente, siguió expresándole su respeto.
En 1957, de nuevo diputado, Pierre Mendès France pronunció unas palabras proféticas sobre el futuro de Europa: “El proyecto de Mercado Común, tal como se nos presenta, está basado en el liberalismo clásico del siglo XX, según el cual la competencia pura y simple soluciona todos los problemas. La abdicación de una democracia puede asumir dos formas. Una, el recurso a una dictadura interna mediante la entrega de todos los poderes a un hombre providencial. La otra, la delegación de esos poderes a una autoridad exterior la cual, en nombre de la técnica, ejercerá en realidad el poder político. Porque en nombre de una economía saludable se dicta una determinada política monetaria, presupuestaria, social, y luego una política, en el sentido más amplio, nacional e internacional”.
Esa vez tampoco fue escuchado. Murió en 1982.
CENIZAS DE FÚTBOL | INTERNACIONAL
Vidas paralelas
ENRIC GONZÁLEZ 17 NOV 2008
En el fútbol, cada uno es cada cual. Pero algunas instituciones se parecen bastante entre sí. Real Madrid y River Plate, por ejemplo. Ambos clubes tienen casi la misma edad (un año más viejos los argentinos), el mismo color blanco (con una franja roja los argentinos) y la misma convicción de pertenecer a una cierta aristocracia futbolística. Para entendernos: cuando Real o River pierden de forma miserable, siempre hay alguien que escribe que sus jugadores han deshonrado una camiseta de historial glorioso. Eso, la obsesión hidalga por la honra y la deshonra, lo tienen muy compartido. Ambos se consideran, currículum en mano, las sociedades deportivas más importantes de sus respectivos países.
El River Plate ha vuelto a las dudas. El Real Madrid, por lo visto hasta ahora, no se perfila como favorito
También les une Alfredo di Stéfano. El héroe supremo del madridismo surgió de la cantera millonaria. A los de River se les llama millonarios por las fortunas que, en los años 50, gastaban en el mercado futbolístico: sus alardes económicos no eran muy distintos de los del Madrid de la época. También se les llama gallinas desde que, en una visita a la cancha de Banfield, alguien arrojó al césped una gallina y Óscar PininoMas, estrella de River, le pegó una patada al pobre animal para devolverlo a la grada. ¿Ven? Otra coincidencia: en 1973, cuando la Liga española volvió a abrirse a los jugadores extranjeros, el Madrid fichó precisamente a Pinino Mas. Ahora tiene otros dos productos hechos enEl Monumental de River, Saviola e Higuaín.
Resulta curioso que Real y River, vigentes campeones en sus respectivos países, coincidan ahora en la crisis. La de los millonarios es muchísimo más grave: ocupan el último lugar de la tabla, han sido apeados de la competición continental y su entrenador, Simeone, dio el portazo la semana pasada. Ambas crisis, sin embargo, van más allá de los resultados. Tanto River como Real han ido perdiendo desde hace algunos años el sentido del juego y no recurren a otra cosa que a su ADN, en el que manda eso que llaman carácter. El River de Simeone ganó el Torneo Clausura del primer semestre con un fútbol muy ofensivo, pero ha vuelto a las dudas y la rabia anteriores a ese paréntesis. El Real, con Capello y con Schuster, ganó las dos últimas Ligas “apelando a la épica”, como dice la prensa castiza. O sea, jugando mal. Y, por lo visto hasta ahora, no se perfila como favorito ni en la Liga ni en Europa.
Hay algo, sin embargo, que distingue a Real y River. La diferencia está en los otros. Hace unos pocos años, la Federación Argentina decidió que no descenderían de categoría los últimos clasificados, sino los que registraran peor promedio en las anteriores tres temporadas. Eso se hizo para salvar a los millonarios, que estaban en el fondo del pozo, pero tal vez algún día sirva también para salvar a Boca Juniors. El caso es que hubo que montar un mecanismo para conseguir que elmegaderby argentino, River-Boca, pudiera seguir disputándose en Primera por los siglos de los siglos. En España, eso no hace falta. Real Madrid y Barcelona están siempre arriba y se reparten los títulos: en dos décadas, desde 1988, sólo en cuatro ocasiones han dejado de mojar uno u otro.
Eso, el distinto nivel de la competencia, muy fuerte en Argentina, en España limitada casi exclusivamente al rival de siempre, distingue a River y Real. Yo creo que, en un sentido amplio, es mejor lo de River. Mejor para todos.
Abdalá
ENRIC GONZÁLEZ 17 NOV 2008
Ya hemos visto los informativos, leído la prensa, escuchado la radio, buceado en Internet. Ya lo sabemos todo sobre la cumbre de Washington. O creemos saberlo. Porque hay un dato que algunos medios sólo mencionan fugazmente, y otros explican con vaguedades: Abdalá Bin Abdulaziz, rey de Arabia Saudí, se largó de la reunión en cuanto acabó de hablar. ¿No les parece sospechoso?
Repasemos los hechos. Los líderes del mundo acordaron, según este mismo periódico, “una acción pública masiva”. Es decir, seguir con lo que cada país venía ya haciendo por su cuenta. ¿Qué es una “acción pública masiva”? Hasta donde se puede entender en este humilde rincón, se trata de que los Estados presten dinero a los bancos, para que no quiebren; a las empresas, para que no se asfixien; a los ciudadanos, para que, dentro de lo posible, sigan comiendo. Esto se puede hacer por muchas vías, desde la reducción de impuestos hasta la subvención directa, pero acaba en lo mismo: el Estado paga.
Para poder prestar, los Estados, todos, tendrán que conseguir mucho dinero prestado. Como sabemos, el Estado somos todos. Y, como sabemos, todos andamos mal de pasta: la ciudadanía, española y de fuera, no está para invertir en bonos. Dado que los extraterrestres siguen empeñados en no dejarse ver, no parece viable pegar un buen sablazo a los marcianos. Si hay que arreglarlo entre nosotros, habrá que localizar otras víctimas. Los chinos tienen sus ahorrillos, pero ya han aclarado que van a gastarse medio billón de euros en obras públicas y van justitos en este momento. ¿Entonces?
Pues habrá que camelarse a los de siempre, los llamados “fondos soberanos”. Para entendernos, los jeques árabes. El ministro Sebastián ya dijo el otro día que nos iría bien venderles deuda. Obviamente, también les iría bien a los estadounidenses, alemanes, franceses, británicos. Y los jeques tienen dinero, pero no tanto como para tragarse las emisiones de deuda de todos los Estados. Habrá una batalla campal por sacarles algo. Podemos aventurar lo que explicó el rey saudí cuando se largó corriendo de la reunión de Washington: que se había dejado la cartera en casa y que no llevaba suelto. egonzalez@elpais.es
Lágrimas
ENRIC GONZÁLEZ 18 NOV 2008
La detención de Txeroki, el presunto jefe de ETA, es una buena noticia para todos. Confío en que Telecinco tarde muchísimos años en pagarle por decir memeces en horario de máxima audiencia. Eso significará que se prueban las acusaciones contra Txeroki y que éste cumple una condena severa.
Dejemos, sin embargo, el mundo del delito y la telebasura, y dediquemos un instante a compadecernos del mal trago que han pasado en Cuatro. Es, ya saben, la televisión de Prisa, un grupo digno de los mayores elogios. Además de ofrecer al público productos de alto nivel, como este mismo periódico, dedica parte de sus recursos a obras de caridad y benevolencia. Aquí estoy yo para atestiguarlo: llevan más de 20 años manteniéndome.
Probablemente saben ya de qué mal trago estamos hablando. La desgracia ha ocurrido en el exitoso programa Pekín express. La concursante Idoia, una de las populares mellizas que participaban en la singular carrera, padece cáncer. Aquí nos ponemos serios: esperamos que se restablezca de manera rápida y completa.
Sigamos con el sinsabor de Cuatro. Cabe suponer que, con la caballerosidad que caracteriza a la casa, los responsables de Pekín express no pidieron informes médicos a los aspirantes. Cabe suponer que nadie en Cuatro conocía la enfermedad de Idoia. Cabe suponer que descubrieron el problema a mitad de carrera.
Pongámonos, por un momento, en el lugar de los directivos de Cuatro. ¿Cómo afrontar la dolorosa noticia? ¿Cómo tocar un asunto tan delicado? Lo hicieron con la máxima discreción. No contrataron vallas publicitarias ni hicieron mailing. Se limitaron a informar, desde la propia cadena y sólo durante una semana, de que en Pekín express ocurría un tremendo drama humano. Ningún sensacionalismo, como ven. Nada de aprovechar desgracias ajenas, como hacen otros. Cuatro se limitó a informar y a emitir, llegado el momento, un programa de mucha lágrima y mucha audiencia. Fue un programa sobrio. Para mí, habría quedado redondo con algunos comentarios de María Antonia Iglesias y Miguel Ángel Rodríguez. Pero eso ya es cuestión de gustos.
Racismo
ENRIC GONZÁLEZ 19 NOV 2008
Las razas existen y existe el racismo. El Southern Poverty Law Center, una prestigiosa institución basada en Montgomery (Alabama) que trabaja a favor de la tolerancia, ha contabilizado miles de incidentes raciales desde la elección de Barack Obama. En la lista no aparecen asesinatos ni tragedias irreparables. Se trata simplemente de un inventario del odio y la vileza, en su categoría más mezquina: agresiones e insultos a niños negros, destrozos en los jardines de familias negras, broncas escolares con víctimas negras, amenazas anónimas dirigidas a negros… Lo de siempre, pero más. La lista elaborada en Montgomery, una ciudad simbólica en la campaña por los derechos civiles, basta para dar una idea de la importancia de la elección de Obama como presidente.
Pero cualquier acontecimiento puede ser observado desde múltiples puntos de vista. Slate, un excelente periódico digital con claras inclinaciones demócratas, revela un cierto hastío ante la ola de chovinismo que recorre Estados Unidos. Si a nosotros, distintos y distantes, nos parece de gran mérito lo que han hecho los electores estadounidenses, imagínense a ellos mismos: están (exceptuando a los racistas profundos) encantados de conocerse. The New York Times afirmaba el otro día que sólo en Estados Unidos podía alcanzar la presidencia alguien como Obama.
Slate optó por desenfundar sus propios ejemplos. Y recordó que la reina Victoria tuvo, dos veces, un primer ministro judío de origen italiano, Benjamin Disraeli. Los peruanos eligieron a un primer ministro de origen japonés, Alberto Fujimori; no quedaron muy contentos, pero eso no viene al caso. El electorado indio dio la mayoría parlamentaria a la italiana Edvige Antonia Albina Maino de Gandhi. Puestos a forzar, Slate evocaba incluso la evidente italianidad de Napoleón Bonaparte, emperador de Francia.
Ninguno de los citados por Slate era negro. Da igual. Prefiero pensar que un Obama blanco habría sacado los mismos votos. Prefiero pensar que a la hora de votar no se mira la piel ajena, sino los intereses propios. Prefiero pensar que algún día, evidentemente muy lejano (el apartheid es de ayer mismo), los electores surafricanos decidirán que les conviene tal presidente o presidenta, sin tener en cuenta su piel blanca.
Obreros
ENRIC GONZÁLEZ 20 NOV 2008
Las grandes fábricas, los astilleros, la siderurgia, las minas, fueron casi siempre lugares infames, presidios de enfermedad y explotación. Esos monumentos de la industrialización capitalista, catedrales de la izquierda, han ido cerrándose en la Europa rica, que no produce ya obreros sólidos y baratos como los de antes, y con ellos ha desaparecido algo más que una tradición. Se ha evaporado toda una clase social, cuyo sentido de identidad se basaba en la magnitud: miles de hombres, miles de máquinas, inmensos talleres oscuros. La lucha política y sindical logró bastantes de sus objetivos; alcanzado ese punto de éxito, el obrero europeo dejó de ser competitivo porque no era ya obrero. Se hundió un sistema de valores.
Los grandes medios de comunicación, y en especial los diarios, pierden desde hace tiempo sus referentes. Los arquetipos del sector (el redactor gañán, cínico y bebedor; el empresario más preocupado por la influencia que por los ingresos; el lector cautivo en un mercado escaso de opciones informativas) se evaporaron al entrar en contacto con las tecnologías limpias, la especulación financiera y el negocio del entretenimiento. Las redacciones, esas viejas salas ruidosas como una fundición, perdieron su sentido. Con la vieja mística del periodismo está ocurriendo como con el orgullo obrero: es una lástima que desaparezca, pero existía para hacer llevadera una cadena de servidumbre.
Aún existen barcos, vigas de acero y hasta carbón: vienen mayormente de otros lugares. En el futuro seguirá existiendo información y en buena parte seguirá haciéndose aquí. Los costes de producción de una noticia son relativamente bajos, siempre que la fabriquen periodistas y no burócratas, políticos o aspirantes a tiburón bursátil; la información puede ser rentable, sin alardes, si no se utiliza como simple soporte de otros negocios.
Quizá veamos una matanza de empresas en los próximos tiempos. Algunos sentiremos nostalgia por aquellas cabeceras maternales que te acogían para toda una vida. Muchos trabajadores perderemos derechos, ventajas o el empleo. Confío en que, al menos, la información salga ganando.
Liberales
ENRIC GONZÁLEZ 21 NOV 2008
No parece que la famosa cumbre de Washington haya obtenido un éxito fulgurante. Quizá no fue una gran idea confiar la salvación de la economía mundial a estadistas como Bush, Berlusconi y compañía. O quizá estén en lo cierto los liberales. ¿Y si la banca se hubiera hundido por exceso de regulación? ¿Y si toda la culpa fuera del Estado? ¿Y si Esperanza Aguirre tuviera razón?
Algunos hechos evidentes respaldan las tesis del liberalismo. No cabe duda sobre cuál es el negocio más pimpante en estos momentos: los piratas de Somalia multiplican su facturación y crean empleo de forma incesante. Como se sabe, en Somalia no hay sindicatos ni salario mínimo, y el despido es totalmente libre. Tampoco se pagan impuestos, ni se soportan reglamentaciones asfixiantes por parte del Estado. En realidad, el Estado somalí no existe, lo que viene a suponer el nirvana liberal. Bastan una barca, unos fusiles y espíritu de iniciativa para convertirse en empresario de éxito.
Los piratas de Somalia no podrían ejercer sus actividades comerciales sin el apoyo de una banca libre. Por fortuna para ellos, cuentan con la hawala, la antigua pero eficiente red financiera del mundo islámico. En la hawala, ajena a esa burocracia de los bancos centrales y los políticos entrometidos, no existen activos tóxicos ni deudas hipotecarias. La inmensa clientela, que incluye desde profesionales liberales de todo el mundo (terroristas, narcotraficantes, piratas) hasta millones de honrados inmigrantes, se siente satisfecha y no alberga la menor duda sobre su solvencia.
El Departamento del Tesoro de Estados Unidos, que debe morirse de envidia ante la salud del sistema islámico, revela en un informe que los rescates percibidos por la piratería van a parar inicialmente a un intermediario de Dubai que cobra su comisión (libre de impuestos) y distribuye el resto del dinero a través de la hawala, que en cuestión de horas hace llegar a Somalia la suma correspondiente. Gracias a la ausencia de impuestos y absurdas reglamentaciones, el beneficio se reinvierte en nuevos barcos, nuevas armas y otros activos industriales.
Yo, por si acaso, voy a pedir a mi empresa que me envíe el sueldo a través de la hawala. Mientras haya sueldo, claro.
El momento de las golondrinas
ENRIC GONZÁLEZ 23 NOV 2008
Suelen gritar y amenazar cuando los detienen, o cuando se sientan en el banquillo tras el cristal blindado. Muestran una absoluta convicción. Parecen orgullosos de lo que han hecho. Casi todos lo están, no cabe duda. Pero uno, al menos uno de esos asesinos furiosos, y muy probablemente más de uno, ha pasado por el momento de las golondrinas. No puedo verlos sin pensarlo.
Hace algunos años visité a Adriana Faranda para hacerle unas preguntas. Faranda, que pronto cumplirá 59 años, formó parte del comando terrorista que en 1978 secuestró y asesinó a Aldo Moro, el político democristiano. Ahora vive en una hermosa casa de campo junto al lago Bracciano, un paraje maravilloso al norte de Roma. La casa es de alquiler porque Faranda carece de propiedades. Tenía un piso en Roma, pero lo vendió y entregó el importe a Cáritas para que esta organización, a su vez, lo distribuyera libremente entre las víctimas del terrorismo. No quiso saber quién recibía el dinero.
Ah, los irreductibles. ¿Quiénes lo son de verdad? La duda surgió en Adriana Faranda antes de secuestrar a Aldo Moro
Se trata de una mujer de espíritu noble. Puedo afirmarlo porque también lo afirma una de las personas a las que más hizo sufrir: Maria Fida, hija de Aldo Moro, mantiene una relación muy parecida a la amistad con Adriana Faranda, una de las personas que asesinaron a su padre. Fida empezó a visitarla en la cárcel pocos años después del crimen, porque necesitaba comprender aquel acto terrible, uno más entre muchos: las Brigadas Rojas y los grupúsculos en torno a ellas mataron a medio centenar de personas e hirieron gravemente a más de mil.
Cuando conoció a María Fida, Faranda ya se había disociado del terrorismo. La disociación fue uno de los pocos conceptos válidos surgidos del aberrante edificio teórico construido por un terrorismo que se definía como marxista y proletario, enemigo del reformismo del Partido Comunista, y surgió ya en la cárcel, cuando algunos de los condenados a perpetuidad se dedicaron a reflexionar sobre su particular momento de las golondrinas. Faranda y otros como ella se declararon absolutamente arrepentidos y dispuestos a reunirse con todas las víctimas que lo desearan: querían ofrecer al menos la posibilidad de que desahogaran su rabia contra ellos. Se negaron, sin embargo, a delatar a sus antiguos compañeros. Como la figura legal del arrepentido, extraída de la legislación anti-Mafia, implicaba cooperación con la policía, inventaron la figura del disociado. El Ministerio de Justicia acabó adoptándola de forma oficial y creando zonas carcelarias especiales para que los disociados no sufrieran las represalias de los irreductibles.
Ah, los irreductibles. ¿Quiénes lo son de verdad? El momento de la duda se produjo, en el caso de Adriana Faranda, cuando aún no habían secuestrado a Aldo Moro. Ella, nacida en una familia siciliana católica y acomodada, tenía 28 años y una hija de cinco. Aún no cargaba con delitos de sangre y se le encomendaron dos misiones: la compra de una decena de uniformes de Alitalia, para disfrazar a los miembros del comando, y la vigilancia cotidiana de los movimientos del estadista. Un día, frente al domicilio de Moro, observó que uno de los dos policías apostados junto a la puerta señalaba al cielo. El otro miró y ambos sonrieron. Pasaba sobre la ciudad una bandada de golondrinas como anuncio de la primavera. Faranda pensó que quizá esos dos policías no llegaran a verla. Y sufrió el aguijonazo de la duda.
Adriana Faranda siguió adelante. El 9 de mayo de 1978, los cinco carabinieri que escoltaban a Aldo Moro fueron ametrallados con saña y el dirigente político cayó en manos de las Brigadas Rojas. El secuestro duró 55 espantosos días. Antes de asesinar a Moro, el comando celebró una votación. Faranda votó contra el asesinato, pero quedó en minoría. Y aceptó el resultado.
Ya sabía en ese instante que no podía seguir creyendo en la secta, pero las Brigadas Rojas se habían convertido en su única familia, la única gente con la que podía hablar de lo ocurrido. Fue tras su detención, meses después, cuando, a la espera de juicio y de la previsible cadena perpetua, revivió una y otra vez el momento de las golondrinas y decidió romper con su pasado.
Cuando hablé con ella, cumplidos los 16 años de cárcel en que quedó su condena y habituada ya a la libertad, comentó que el momento de las golondrinas puede suscitar reacciones curiosas. Quien siente el aguijonazo de la duda suele mostrarse ante los demás como el más firme, el más despiadado. Por un tiempo, al menos. Si reflexiona sobre las golondrinas, su fe en la violencia acaba por venirse abajo.
Dopaje, corrupción y otras aventuras de Petrini
ENRIC GONZÁLEZ 1 DIC 2008
Todo acaba sabiéndose: esta semana hemos aprendido un poco más sobre el dopaje en el fútbol. El ex futbolista italiano Carlo Petrini apareció en un programa de televisión contando cómo les ponían las inyecciones en el vestuario y la prensa internacional recogió puntualmente sus declaraciones. Petrini, que fue un ariete trotaequipos (Génova, Milan, Roma, Verona, Bolonia y otros), habló del dopaje en su época profesional, los años setenta. Quizá dentro de 30 años, si vive aún, vuelvan a invitarle a una televisión para que comente lo que ocurre ahora mismo. No hay que perder la esperanza.
Carlo Petrini encarna a la perfección la figura del arrepentido. Sabe de qué habla porque lo vivió en primera persona. ¿El escándalo de las quinielas totocalcio? En 1980, Petrini recibió una de las condenas más duras por amañar partidos: tres años y seis meses de descalificación que pusieron fin a su carrera. ¿Las consecuencias del dopaje? Petrini está afiliado desde 2004 a la asociación de futbolistas presuntamente damnificados por los estimulantes y sufre glaucoma en un ojo. Es un hombre triste (la muerte de su hijo por cáncer, a los 19 años, fue un golpe durísimo) y un proscrito del calcio porque desde hace tiempo, además de revelar lo que sabe, se dedica a investigar los asuntos más cenagosos del fútbol italiano.
Su autobiografía En el fango del dios balón (2001) ya dejaba bastante claro ese tema del dopaje que ha repetido esta semana. Cualquiera que lea el libro comprobará además que los arreglos arbitrales y la compraventa de resultados, que estallaron poco tiempo después con el procesamiento de Luciano Moggi y el descenso por sanción del Juventus, se realizaban sin disimulo. En otros libros, como Sin camiseta y sin bandera, Scudetti dopati (de traducción innecesaria), Los cuernos del Diablo y Calcio nei coglioni (literalmente, “patada en los cojones”), Petrini reitera y amplía sus denuncias.
En Los cuernos del Diablo, dedicado al Milan de Berlusconi, aparecen algunas novedades sobre el dopaje contemporáneo en el fútbol. Eso que, como sabemos todos, no existe.
En 2004, la Federación Italiana de Fútbol impuso a los futbolistas los controles cruzados de sangre y orina, lo mismo que se impone a los ciclistas. Cada jornada, por sorteo, unos cuantos jugadores debían someterse al frasquito y al pinchazo. En realidad, no debían, sino que podían: la letra pequeña del nuevo reglamento establecía que los análisis eran “voluntarios”. Pronto se comprobó que muy pocos futbolistas aceptaban voluntariamente la prueba y Adriano Galliani, vicepresidente ejecutivo del Milan y presidente de la Liga de Fútbol, se puso entonces duro. “Los análisis se harán obligatorios y quien los rechace será castigado”, proclamó.
El 5 de marzo de 2005, el milanista Seedorf salió agraciado en el sorteo de los controles. Y se negó a pasarlos. El 20 de marzo salió en el bombo el nombre de otros dos milanistas, Gattuso y Pancaro, que también se negaron. El asunto saltó a la prensa y el Milan protestó por “la vulneración de la intimidad” de los futbolistas implicados. Poco después, la Fiscalía de Turín descubrió que, de todas formas, los análisis eran poco útiles porque la orina no se refrigeraba. Le tocó al mismísimo Silvio Berlusconi, presidente del Milan y de casi todo lo demás, dar por cerrado el asunto: “El dopaje es un invento de la izquierda”. Ahí se acabó el tema.
Esto, por supuesto, ocurre en Italia. Sólo en Italia. Aquí sería imposible porque se realizan análisis cruzados por sorpresa todas las semanas. Supongo.
Infortunio
ENRIC GONZÁLEZ 1 DIC 2008
Circula por los medios una tontería sobre Esperanza Aguirre. No es nueva, pero estos últimos días ha cobrado fuerza. Se trata de lo del gafe. Colgarle a alguien la etiqueta de gafe constituye, además de una mezquindad, una ridiculez. No existen ni gafe ni gafados. En eso, supongo, estaremos de acuerdo. Incluso si admitiéramos que algunas personas tienden a atraer el infortunio, ¿cómo podría ser gafe una mujer que se considera afortunada y que hace esfuerzos para protegerse del mal fario? Aguirre usa amuletos, no se desprende del bolso rojo de la suerte, hace listas de cenizos que no quiere ver ni en pintura y desarrolla rituales para librarse de la desgracia. Lo contaba ayer El Mundo.
Que no salgan ahora con lo de Bombay. Como se sabe, buena parte de la clase política española estaba allí la semana pasada. La llegada de la presidenta madrileña coincidió con el inicio de un tremendo ataque terrorista. Sí, ¿y qué? No llegó sola. Ni viajaba sola en el helicóptero que se cayó. En realidad, Aguirre parece tocada por un ángel. Su cotización política no ha hecho más que subir desde lo del helicóptero. No puede decirse lo mismo de Rajoy, su acompañante de accidente. Aguirre siempre sale ganando. Recuerden las elecciones autonómicas de 2003, que la dejaron en minoría: donde no llegaron los votos, llegó el tamayazo. Ahí la tienen, presidenta de Madrid y, llegado el caso, de lo que haga falta.
Me siento en la obligación de insistir, porque éste es un diario serio: no hay gafes. Debo confesar, sin embargo, que me asaltó la duda el viernes, contemplando la histórica entrevista de Jordi González a Julián Muñoz y escuchando las tiernas confesiones del galán enamorado. Cuánto habrá sufrido la pobre Isabel Pantoja. Su marido falleció en accidente laboral y la dejó viuda y con un hijo, el hacendoso chaval mal llamado Paquirrín. A su gran amiga Encarna se la llevó la enfermedad. Julián Muñoz, su actual pasión, padece la cárcel y la penuria económica. ¿No podría Telecinco juntar en un programa especial a Pantoja y Aguirre, a ver qué pasa?
Secretos
ENRIC GONZÁLEZ 2 DIC 2008
Paso mucho apuro ante el espectáculo de una persona que, por dinero o por lo que sea, se ve obligada a decir tonterías en público. Ese defecto me impide disfrutar de buena parte de la programación televisiva, y complica mi derecho a ejercer un sagrado derecho cívico: la carcajada ante el gobernante ridículo. Superada la inicial vergüenza ajena, reconozco que a veces lo paso bien con el programa Zapatero presenta nuevas medidas contra la crisis, que suelen emitir dentro de los informativos y que habrá superado ya los cien episodios, y con el programa que le complementa, Rajoy considera insuficientes las nuevas medidas; ya sé que son cosas mías, pero se me escapa la risa cada vez que Rajoy dice “timorato”.
A eso, como digo, he ido acostumbrándome. Se trata de la única ventaja conocida de las crisis económicas: el ciudadano las pasa canutas, pero al menos los políticos, que ni saben ni pueden hacer gran cosa, soportan la humillación ritual de salir en la tele diciendo gansadas.
Con lo de los vuelos de la CIA, sin embargo, no creo que llegue a poder. En cuanto un ministro, o un presidente del Gobierno, cuenta el chiste viejísimo de “me he enterado por los periódicos” (¿se acuerdan de Felipe?), yo me borro. Me da bochorno.
Ahora resulta que ni el Gobierno del PP, que dio las autorizaciones para las escalas en España de los vuelos a Guantánamo, ni el Gobierno del PSOE, que las mantuvo mientras montaba pajarracas para despistar, sabían nada de nada. Y esto es sólo el principio. Ya verán cómo esta gente lo niega todo, por más evidencias que surjan. Es lo que tiene la diplomacia secreta.
En otros países, la comedia se hace con más gracia. Cuando se descubrió que en 2003 el espionaje italiano había ayudado a la CIA a secuestrar en Milán a un ciudadano egipcio, el entonces ministro de Defensa, Antonio Martino, un hombre decente y con sentido del humor, hizo una declaración formal ante un periodista: “Primero, yo no sé nada de ese presunto secuestro; segundo, le recuerdo que hablando de él vulnera usted la ley de secretos oficiales y comete delito”. Italia es otra cosa.
Homofobia
ENRIC GONZÁLEZ 3 DIC 2008
Hace un rato pensaba que Víctor Velásquez, senador de Colombia Viva-Unión Cristiana, era, además de homófobo, un carca. Ahora casi le daría un abrazo. Atribuyo al Vaticano, que, una vez más, consigue hermanar a las personas, mi reconciliación con el senador Velásquez. El senador, de fe protestante, ha planteado un debate parlamentario sobre la versión colombiana de Aquí no hay quien viva, porque le parece que la pareja homosexual de la serie resulta peligrosa para los niños. “He visto a niños de seis años que juegan a ser Mauri y Fer”, ha dicho. Bueno, ha dicho más que eso: “El libretista del programa utiliza un lenguaje descomedido, obsceno y desfachatado, carente de cualquier buena conducta; además, las actrices y los actores se exhiben sin limitación ni recato, y en apología al homosexualismo conviven gays y lesbianas y hombres con mujeres en unión libre”.
Las palabras del senador me parecían una exageración disparatada. Pero entonces ha intervenido el Vaticano, una institución experta en poner las cosas en su justa perspectiva. La UE, bajo la presidencia francesa, plantea ante la ONU la despenalización de la homosexualidad. El Vaticano se opone, porque, dice, “se crearían nuevas e implacables discriminaciones” (contra los homófobos, se supone) y los Estados que no reconocen el matrimonio homosexual serían “objeto de presiones”. En realidad, como queda explícito en la propuesta europea, el único objetivo consiste en que nadie sufra cárcel o pena. El portavoz vaticano, Federico Lombardi, se muestra muy ufano: “Menos de 50 estados miembros de Naciones Unidas se han adherido a la propuesta y más de 150 no se han adherido; la Santa Sede no está sola”. No, no está sola. Está en compañía de países como Afganistán, Irán, Arabia Saudí, Sudán y Yemen, donde se ejecuta a los homosexuales.
La máxima jerarquía católica se ha descalificado a sí misma. El pobre senador Velásquez puede estar equivocado, o no, pero, pese a sus floridas invectivas, sólo pide que Aquí no hay… se emita en horario nocturno. Comprendan que, en comparación, lo suyo sea casi honroso. Venga un abrazo, senador.
Asesinato
ENRIC GONZÁLEZ 4 DIC 2008
Los crímenes cometidos por Maximino Couto me horrorizan. Como a todo el mundo, supongo. Un tipo que aprovecha un permiso carcelario, con la condena casi cumplida, para asesinar a su novia, para buscar a su ex esposa con el mismo propósito y para tratar de asesinar a dos vecinos que testificaron contra él, es, evidentemente, un tipo que no merece vivir en libertad. Pero estos crímenes no me parecen lo peor que puede hacer una persona. Matar por venganza, por celos, por odio, por cualquier tipo de ofuscación del espíritu, incluyendo el placer sádico, implica un mínimo rasgo de humanidad. O de antihumanidad, si quieren. Existe, en cualquier caso, una relación emocional con la víctima. Perversa, atroz, pero relación.
Existe también el asesinato político, que puede explicarse por razones ideológicas o morales. Me refiero al magnicidio (¿qué habría sucedido si alguien hubiera matado a Hitler en 1942?) o a una reacción de autodefensa ante una agresión insoportable, en un contexto de violencia generalizada o de guerra. Ahí no es razonable generalizar, aunque el juicio moral sea claro: un asesinato es un asesinato.
Para mí, lo más despreciable es matar por dinero. Considero que quien asesina para conseguir dinero (hablamos de dinero, no de comida ni de necesidades vitales) desciende a una categoría infrahumana. Recuerden el tormento del estudiante Raskólnikov en Crimen y castigo: necesita convencerse de que ha matado a la usurera por el bien de la humanidad, o por un imperativo moral, o por un impulso irracional, o porque se ha vuelto completamente loco; cualquier cosa, antes que admitir que le ha impulsado el dinero de la vieja.
Y luego está quien mata porque unos “intereses ajenos a Euskal Herria” van a crear “una cicatriz de cemento” en nombre de la “modernidad, el bienestar y tantas otras palabras vacías”. Mata porque se opone a unos intereses y a unas toneladas de cemento. Mata porque las palabras le parecen vacías. Esto no es ofuscación pasional. Ni es política. Ni siquiera es infrahumanidad. No me siento capaz de clasificar algo tan vil y tan estúpido.
Mis más sinceras condolencias a los allegados de Ignacio Uria.
Locución
ENRIC GONZÁLEZ 5 DIC 2008
El fútbol televisado español tiene problemas con la locución. Los locutores tradicionales, formados en la tradición radiofónica de Matías Prats, le cuentan al espectador lo que está viendo. En la pantalla se ve al portero Fulanito despejando a córner, y el locutor nos informa de que “el portero Fulanito despeja a córner”, con más o menos signos de admiración. Pura redundancia. Existe también la fórmula del comentario técnico, en la que un especialista intenta explicar por qué el juego se desarrolla de tal forma o de tal otra. Michael Robinson, por ejemplo, se maneja con gracia en ese terreno, pero sus palabras son simples paréntesis dentro de una locución tradicional. Los italianos son los maestros de la fórmula, realmente difícil. Normalmente, acaba ocurriendo lo que le ocurría a Miguel González Míchel, de inolvidable sabiduría. Algunas de sus perlas clásicas: “Portugal nos ha enseñado todo lo que hemos visto”, “en partidos como éste, los defensas tienden a defender su propia portería”. La tercera escuela, combinable con las otras dos, se basa en el griterío, el forofeo, el compadreo y la insensatez. Está bastante de moda.
Alguna vez he comentado que, para mí, la mejor banda sonora es la del propio estadio. Desde hace unos meses, en las retransmisiones de Digital + es posible utilizar el sistema dual para ver el partido escuchando el entusiasmo, la frialdad o la rabia de la grada. Pero empiezo a dudar. Quizá el fútbol se entienda mejor oyendo la voz y recibiendo la sabiduría de quienes conocen el intríngulis. Porque hay gente así. Gente que sabe por qué tal equipo no presiona en el centro del campo, o por qué tal portero tiende a fallar en las salidas.
Estarán de acuerdo conmigo en que el fútbol parece otra cosa cuando quienes lo comentan son expertos como el futbolista Iñaki Descarga y el directivo Julio Romero, capaces de explicar con claridad por qué el Athletic ganó al Levante el año pasado. Jesuli también explica muy bien por qué el Tenerife perdió con el Málaga. Estos tipos te dan incluso las tarifas que percibe quien se deja ganar. En nombre de la información, que alguien les contrate.
El problema de la realidad
ENRIC GONZÁLEZ 7 DIC 2008
La realidad no sólo es inabarcable: es inasumible. Dejemos de lado la filosofía y, del modo más pedestre, definamos la realidad simplemente como la hilación de lo que pasa. Ni usted ni yo podemos soportar eso, salvo en pequeñísimas dosis. Supongamos que tenemos delante un plato de huevos con tocino; podemos imaginar, más o menos, en qué condiciones vive la gallina que puso este huevo, o cómo y con qué se fabricaron los piensos que alimentaron a la gallina y al cerdo, o cómo gritó el cerdo antes de morir; incluso, recreándonos, podemos fantasear con que el animal estaba aún vivo cuando se le arrancaban las vísceras. Disponemos de la información suficiente para saber cómo funcionan estas cosas. Pero preferimos no verlas personalmente.
Disponemos de suficiente información para saber cómo funcionan las cosas, pero preferimos no verlas personalmente
La mayoría de las personas gozamos de un bajo nivel de sensibilidad y de una extraordinaria capacidad para limitar nuestra percepción de la realidad a lo inmediato y conocido, obviando otras realidades desagradables. Leemos sobre la guerra en la región congoleña de los Grandes Lagos y adquirimos plena conciencia de que se trata de un conflicto muy cruel, sucio. Leemos un poco más y descubrimos que una de las claves de esa guerra es el coltán que se obtiene en las minas de la zona (gracias al trabajo de niños esclavizados) y se utiliza cada vez más para fabricar ordenadores portátiles y teléfonos móviles. No tenemos gran dificultad para relacionar la guerra del Congo con el teléfono que llevamos en el bolsillo y, por tanto, con nosotros mismos. Tampoco tenemos mayor dificultad en pasar página y empezar a leer otra cosa mientras nos comemos, si se tercia, los huevos con tocino.
No hace falta ponerse tan tremendos para referirnos a la realidad y a lo poco que nos conviene asumirla. Hay ejemplos menos incruentos. El votante de Convergència puede enterarse de que el líder del partido, Artur Mas, tiene un padre cuyos ahorros, un par de millones, aparecieron en Liechtenstein. Dicho votante puede deducir la existencia de un posible fraude fiscal por parte del señor Mas senior, e incluso sonreír ante el hecho de que el señor Mas junior denuncie una y otra vez la presunta injusticia fiscal a la que Cataluña se ve sometida por esa cosa abstracta que los catalanes llamamos Madrid. El votante, sin embargo, está preparado para encajar esas contradicciones tan propias de la realidad. Difícilmente cambiará su voto en las próximas elecciones.
El negocio de la prensa se basa, o debería basarse, en la realidad. A veces podemos arriesgarnos a explicar por qué pasa lo que pasa, e incluso qué pasará después. La materia prima de esta industria, en cualquier caso, es lo que pasa: pequeños fragmentos de realidad, generalmente llenos de impurezas, que conviene lavar y verificar antes de revenderlos (a usted) con la menor manipulación posible.
La imagen suele identificarse con la realidad. No siempre se corresponde con ella, porque quien extrae la imagen elige lentes, distancias, campo, luz; pero convengamos en que una fotografía o una filmación (sin trucos) constituyen un material fiable.
Entre la gente que trabaja con imágenes se encuentran las personas más esforzadas de la prensa. Por decirlo de alguna forma, son quienes están obligados a ver cómo vive la gallina, a escuchar los gritos del cerdo y contemplar cómo le arrancan las vísceras. Sin intermediarios ni abstracciones. Dado que no es posible hablar de todos ellos, mencionaré a uno como arquetipo: Gervasio Sánchez. Si usted se hace una idea de lo que fue el sitio de Sarajevo, lo que fue la guerra sucia en El Salvador, de las amputaciones que causa una mina antipersona o de la tragedia crónica que devasta la región de los Grandes Lagos, es casi seguro que ha consumido algunos de los fragmentos de realidad que Gervasio Sánchez, colaborador de El Heraldo, La Vanguardia y en ocasiones de este diario, viene sirviéndole desde hace tres décadas. Menciono a Gervasio, insisto, en nombre de todos, e incluyo a quienes murieron por acercarse demasiado a ciertas realidades peligrosas, desde Juantxu Rodríguez hasta Miguel Gil, pasando por José Couto.
Espero que el fotógrafo José Cendón, secuestrado en Somalia, se encuentre ya libre cuando se publiquen estas líneas. Espero no tener que escuchar de nuevo lo de “ellos se lo buscan”: si no fuera por estos tipos capaces de chapotear en la realidad, ni yo podría cobrar por este artículo ni usted sabría qué hay más allá de su plato, de su teléfono, de su periódico.
Derrotados y odiados
ENRIC GONZÁLEZ 8 DIC 2008
Cuando uno padece múltiples fracasos, suele esperar al menos un poco de simpatía por parte de sus semejantes. Pero no siempre es el caso. Ahí está el Leeds United para demostrarlo: ningún otro equipo inglés se ha quedado tantas veces a las puertas de la gloria y ningún otro equipo inglés es tan odiado. Sondeo tras sondeo, el Leeds aparece en la cúspide de las antipatías.
Si hubiera que buscar culpables, el sospechoso número uno sería Don Revie. En marzo de 1961, con la sociedad casi en quiebra y el equipo al borde del descenso a Tercera, la directiva decidió que el delantero centro, Revie, se ocupara también de entrenar al equipo. La primera decisión del nuevo técnico fue curiosa: cambió la camiseta del Leeds del azul y amarillo tradicionales a un novedoso blanco con el único fin (declarado por el propio Revie) de parecerse en algo al Real Madrid. En el último partido de la temporada 1961-62, el Leeds evitó el descenso. En 1964 logró subir a Primera. Y en 1965 empezaron los éxitos oscuros: esa temporada, como debutante en la élite, el Leeds quedó segundo en la Liga y finalista en la Copa. Ambos títulos se le escaparon por un pelo.
Revie ganó dos campeonatos de Liga, en 1969 y 1974. Perdió, sin embargo, muchos más: su Leeds quedó cinco veces segundo, fue derrotado en tres finales de Copa y dejó escapar una final de la Recopa en 1973. Esa final europea, contra el Milan, fue especialmente dura porque el árbitro, griego, se comportó como un milanista más. No puede decirse, porque no hay pruebas, que fuera sobornado por los italianos. Sí puede decirse que, por razones técnicas, después de ese partido fue inhabilitado a perpetuidad.
Las desgracias del Leeds, como decíamos, no suscitaron ninguna benevolencia en el resto del fútbol inglés. Quizá porque el Leeds había adquirido fama de equipo brutal y barriobajero. Sus tres killers eran los dos centrales, el campeón del mundo (y ex minero) Jackie Charlton y el durísimo Norman Hunter, y el mediocentro, el espléndido y salvaje Billy Bremner. El entrenador Revie les exigía que mordieran: “Revie siempre nos decía que fuéramos durísimos en la primera entrada porque ningún árbitro te amonesta a la primera. Yo pegaba al contrario, le ayudaba a levantarse, pedía perdón al árbitro y muchas veces ya no volvía a ver al jugador en cuestión”, explicó Hunter años después de retirarse.
A Bremner, cuya piel es definida como “azul y negra” (por los moratones) en el himno del Leeds, le cayó en 1975 una inhabilitación de por vida por los disturbios ocasionados en un bar de Copenhague durante una borrachera. Murió en 1997, a los 55 años, de un ataque al corazón. En la entrada de Ellan Road, “uno de los estadios más intimidantes de Europa” según Alex Ferguson, una estatua honra para siempre la memoria de Bremner. Los hooligans del Leeds, que la policía británica sigue catalogando entre los más peligrosos, suelen darse cita ante la estatua de Billy Bremner.
Aquel Leeds tremendo lanzó su canto del cisne en 1975 con una final de la Copa de Europa ante el Bayern de Múnich. El Leeds perdió, por supuesto.
Hubo aún otro Leeds que pasó a la historia. Fue el de 1991-92, entrenado por Howard Wilkinson y con jugadores como Gordon Strachan, Tony Dorigo, Lee Chapman y Eric Cantona. Ganaron la última Liga convencional, la última antes de que en el verano de 1992 se creara la lujosa Premier League con el dinero de la televisión de pago y la diferencia entre los clubes ricos y los clubes pobres se hiciera prácticamente insalvable. El Leeds batalla ahora en la League One, el equivalente a la Tercera División española.
Constitución
ENRIC GONZÁLEZ 8 DIC 2008
Hay que ver lo que han dado de sí 30 años de Constitución. Lo que ha cambiado este país. Ahora, la policía condenada por torturas es la catalana. La última bandera fascista la sostienen quienes mataron a Carrero Blanco. Y uno de Esquerra Republicana ha tenido que dar explicaciones, bastante penosas, por cierto, por gritar algo que hace 30 años casi se cantaba en misa: “Muera el Borbón”.
Quizá usted, querido lector, sea lo bastante joven como para no recordar los tiempos posfranquistas/preconstitucionales. Por entonces, en cualquier reunión más o menos amplia había que dar una ojeada y controlar las caras conocidas y las desconocidas. Si los asistentes a una fiesta eran de izquierdas, y, por tanto, mantenían su puntito de clandestinidad, se entretenían con el juego de identificar al infiltrado. El fulano en cuestión podía ser un simple soplón o, en casos solemnes, uno de la “secreta” o la “política”. A veces resultaba ya conocido y, según el humor, se le dirigía la palabra, o no. A veces el presunto soplón era sólo un primo lejano de alguien y lo único que soplaba eran cubatas de garrafón. Qué tiempos aquéllos.
Creo que la Sociedad General de Autores y Editores, más conocida como SGAE, hará un bien a la patria resucitando aquel antiguo pasatiempo y aportando creatividad a los festejos contemporáneos. A las bodas, por ejemplo. Si uno no está entre los dos que se casan y los pocos que ligan, ¿qué puede hacer en una boda? La SGAE repropone el juego “identifique al soplón”, con más alicientes que nunca. ¿Será ése de la gabardina? ¿Será la señora del escote?
La SGAE, como sabrán, envía detectives a las bodas. Quiere evitar que en los restaurantes especializados suenen “canciones protegidas” sin pasar por taquilla. El detective graba y denuncia. A un restaurante sevillano, sin ir más lejos, le cayeron el año pasado 43.179 euros de canon musical. Claro que a la SGAE le han caído ahora 60.101 euros de multa en firme por violar “el derecho constitucional a la intimidad” de la pareja que se casaba en ese restaurante. Como negocio es una ruina, pero como diversión es impagable. Y ayuda a recordar para qué sirve una Constitución.
Lógica
ENRIC GONZÁLEZ 09/12/2008
¿Qué está pasando? ¿Nos meten ácido lisérgico en el agua? Porque esto, aun siendo los españoles propensos al desvarío verbal, empieza a carecer de explicación. Que el diputado Joan Tardà grite “muera el Borbón” entra, en cierta forma, dentro de una vieja tradición de Esquerra Republicana: en algún punto de los estatutos del partido debe haber un artículo que impone desbarrar de vez en cuando. Que Pedro Castro, alcalde de Getafe y presidente de la Federación de Municipios, hable de “tanto tonto de los cojones que sigue votando a la derecha” es más inquietante.
Lo peor del fin de semana es lo del cardenal Rouco. No porque haya insultado a nadie, sino porque el domingo introdujo en la homilía un disparate estupendo. Tras condenar el aborto e indicar que éste era consecuencia de la “autodivinización del hombre” (podría haber citado razones más pedestres, como la necesidad, el miedo, la inconsciencia o el egoísmo, pero no vamos a discutir), se arrancó del intelecto una peculiar teoría sobre la crisis económica. Escuchen: “Tampoco se encuentra otra explicación lógica para el fenómeno de la crisis que no sea la autodivinización de sí mismo, propugnada y realizada por el hombre en nuestra sociedad”.
Se entiende que le gustara el palabro y que quisiera amortizarlo. Decir que no se encuentra “explicación lógica” a la crisis resulta, sin embargo, un disparate completo. Espero que, por una vez, las teorías del presidente de la Conferencia Episcopal no alcancen demasiado eco. Porque si no ya podríamos dejar de pensar: la “autodivinización” acabaría teniendo la culpa de todo. Imagínense, lo bien que le iría a Schuster decir que lo del Real Madrid no tiene otra explicación lógica que etcétera, etcétera.
Guiones
ENRIC GONZÁLEZ 10/12/2008
Creo que puede considerarse ya oficialmente confirmado: en España, además de una industria frágil, una excesiva dependencia del turismo, un sistema educativo ineficiente y un debate político zafio, tenemos un problema con los guionistas. Los hay, y buenos. Por debajo de Rafael Azcona, el patriarca fallecido, existen personas capaces de hacer cosas interesantes a precios imbatibles. Digo imbatibles por no decir miserables. En un reportaje publicado hace un año en este periódico, Rocío García revelaba que Sergio Sánchez, guionista de El orfanato, había cobrado 30.000 euros por su trabajo: como para retirarse. Con estos presupuestos, no es extraño que el sector flaquee. Y que la mayoría de las series españolas se ahoguen en su propio relato.
¿Han visto True blood? La emiten en el Plus, el canal de pago de PRISA, grupo editor de este periódico. Si no están abonados y les sobra algo de dinero, consideren la posibilidad de apuntarse. Si les sobra una cantidad notable de dinero, consideren la posibilidad de comprar el canal entero: está en venta, todo incluido. Supongo que si eres el dueño te dejan verlo gratis y, además, tomar copas con Robinson.
A lo que íbamos. La idea argumental, basada en la convivencia pacífica de mortales y vampiros gracias a que éstos se alimentan de sangre sintética, me interesa tanto como las técnicas de cultivo cerealístico en Bielorrusia. La verdad es que tampoco me interesaban los intríngulis de trastienda del negocio funerario, hasta que vi el primer capítulo de A dos metros bajo tierra. Alan Ball, el mismo guionista que creó esa serie, consigue ahora idéntico prodigio con True blood. Les aseguro que la serie, nacida en la factoría HBO y ya con segunda temporada en marcha en Estados Unidos, engancha de mala manera. No hay secreto: más que una buena historia (eso aún está por ver), se trata de una historia bien contada. Algún día, espero, también los periodistas nos convenceremos de que cualquier noticia puede ser una gran noticia, si está bien contada.
Dicho esto, cabe confiar en que la próxima serie de Alan Ball permanezca del todo ajena a la producción cerealística bielorrusa.
Suicidio
ENRIC GONZÁLEZ 11/12/2008
La cuestión del suicidio resulta incómoda. El Libro de estilo de EL PAÍS abre su apartado sobre la materia con una frase que aclara bastante poco: “El periodista deberá ser especialmente prudente con las informaciones relativas a suicidios”. Prudencia especial, pues, sea lo que sea eso. En el manual interno se asegura también que “la psicología ha comprobado que estas noticias abocan a quitarse la vida a personas que ya eran propensas al suicidio”, aunque ni ahí, ni en ninguna documentación a mi alcance, se aporten cifras o estadísticas. Se establece como conclusión que “los suicidios deberán publicarse solamente cuando se trate de personas de relevancia o supongan un hecho social de interés general”.
Como pueden suponer, la utilidad de estas recomendaciones estilísticas es bastante relativa. En este mismo periódico, pasando de forma olímpica del temido “efecto imitación”, se ha hablado del “filosóficamente majestuoso” suicidio de Sócrates y con abundancia de los menos majestuosos, pero sin duda más cercanos y contagiosos, suicidios de Kurt Cobain o Louis Althusser. Es decir, el suicidio, como es normal, aparece en el diario cuando es noticia. No sé si hacía falta tanta “prudencia especial” para acabar en lo obvio.
La prudencia sobre el suicidio, compartida de forma más o menos generalizada por todo el gremio, en España y en muchos otros países, impide un debate razonable sobre algo que, a juzgar por lo que de forma vaga dicen los periódicos, constituye un problema social, especialmente entre los jóvenes. El tabú de las drogas se quebró hace ya tiempo, y eso que salimos ganando: disponemos de estadísticas y podemos hablar claramente sobre ello. Esperemos que el tabú del suicidio, cimentado en las creencias religiosas y en un discutible concepto de la privacidad, no dure mucho más.
Sobre el suicidio asistido, en cambio, no rige veda alguna. El canal británico Real Lives (Vidas reales), de la plataforma Sky-Murdoch, tenía previsto emitir anoche las imágenes del suicidio asistido de Craig Ewert, un hombre de 59 años que sufría una enfermedad neurológica. La visión del programa nos permitirá seguir hablando del tema mañana mismo.
Más suicidio
Enric González 12/12/2008
Algunos de ustedes habrán visto cómo murió Craig Ewert. El programa sobre su suicidio (asistido) fue emitido el miércoles por la noche en el Reino Unido, pero las escenas esenciales, las del final, han sido recogidas por los medios digitales y pueden encontrarse en YouTube. Craig Ewert, del que ya hablábamos ayer, tenía 59 años y una enfermedad neurológica que le mantenía paralizado. Decidió acabar con la tortura, como él llamaba a su vida, hace un par de años, en una clínica suiza que facilita asistencia en el suicidio a las personas que no pueden matarse por sí mismas.
Entre las reacciones a la emisión, efectuada por uno de los canales de la plataforma Sky (Grupo Murdoch), destaca la de John Beyer, director de una entidad pública británica cuya función consiste en controlar los medios informativos. Lo que dijo el tal Beyer, en desacuerdo con el programa y, supuestamente, con la decisión de Craig Ewert: “Los informadores deberían ser objetivos. De lo contrario, influyen en la opinión pública o inducen a otros sufrientes a seguir los mismos pasos”.
Una parrafada extraordinaria. Releámosla, por favor: “Los informadores deberían ser objetivos”. Tremendo. No existe, afortunadamente, el informador objetivo. El informador debe ser veraz; su simple presencia, su labor de intermediación, convierte cualquier información en subjetiva. “De lo contrario, influyen en la opinión pública”. Sensacional. Beyer debería presentarnos a ese medio, que quizá él conoce, que no influye en la opinión pública. Se trata sin duda de un medio muy infeliz. “O inducen a otros sufrientes a seguir los mismos pasos”. Exacto. Los medios están, entre otras cosas, para mostrar al público las distintas opciones posibles.
Ha habido quien ha hablado de eutanasia. Falso: la muerte de Craig Ewert fue un suicidio. Lo dijo él mismo, la persona mejor informada sobre el asunto. Simplemente, hubo que ayudarle porque estaba paralizado.
Ha habido quien ha hablado de muerte digna. Falso. Craig Ewert no quería una muerte digna, sino una vida digna. La muerte es refractaria a epítetos. Como no podía vivir dignamente, Ewert eligió morir.
REPORTAJE: ESPECIAL LIBROS DE REGALO – Cómic
Las emociones de María
POR ENRIC GONZÁLEZ 13/12/2008
“Quería que la gente la conociera, que descubrieran que la discapacidad no es lo que creen”, explica el dibujante Miguel Gallardo del libro que firma con su hija autista. “Era una historia que tenía que contar, como la de mi padre”
La experiencia es un valor que cotiza a la baja. No parece, sin embargo, que a Miguel Gallardo (Lleida, 1955) le haya resultado inútil. Hace 30 años era el dibujante salvaje de Makoki, La basca y El niñato; hace 20 empezó a convertirse en ilustrador de prestigio; desde hace unos 10 fabrica, además, unos relatos gráficos que forman parte de la mejor narrativa española. Un largo silencio (Ponent, 1997) y María y yo (Astiberri, 2008) son dos extrañas obras maestras. Ambas rebosan experiencia, profesional y de la otra.
María, ahora, tiene una legión de fans. No es extraño: quien lee el libro se enamora de ella
Hacia 1979, este cronista visitó varias veces el piso barcelonés, en el barrio de Gràcia, donde Gallardo y Juan Mediavilla creaban historietas tan brutales como ingenuas. Era la época que Gallardo recuerda como “de hambre y risa”. Personajes como Makoki, Emosiones, El Niñato y otras “piltrafas del arroyo” obtenían un éxito fenomenal entre la juventud de la época. El piso no era un ejemplo de orden. Las “amistades patibularias” de Mediavilla, de las que copiaban palabras y expresiones, reforzaban la sensación de desastre inminente. Y, sin embargo, la mesa de dibujo de Gallardo permanecía en perfecto estado de revista. Eso llamaba la atención. Gallardo, a quien Mediavilla tildaba de “fino estilista”, tenía una mesa “profesional”.
Miguel Gallardo era entonces un crío de veintipocos, salido de una familia ilerdense de clase media y vocación técnica (su padre y su hermano se dedicaban a la ingeniería) y recién llegado a una Barcelona efervescente. Después de la escuela de dibujo, de repasar animaciones publicitarias (¿recuerdan los anuncios de Rodolfo Langostino?) y de maquetar la revista Disco Express, entre cuyos colaboradores más radicales figuraba Federico Jiménez Losantos (lo dicho, eran otros tiempos), se vio convertido, gracias al éxito de Makoki en Star y de los otros personajes en El Víbora, en algo parecido a una estrella del rock. Hacía giras, protagonizaba congresos. Gallardo recuerda aquello como una divertida “edad de oro”, con poco dinero y mucha juerga.
Cuando El Víbora empezó a decaer, Gallardo pasó a Cairo y en los años siguientes, con guionistas como Ramón de España e Ignacio Vidal-Folch, produjo álbumes llenos de homenajes gráficos en los que desarrolló su capacidad para mezclar estilos y su dominio del color. También inició una colaboración regular como ilustrador en La Vanguardia, mantenida hasta ahora, y en otros medios. Ya ha conseguido publicar en The New Yorker, la cúspide de la ilustración mundial. Digamos que su carrera en ese ámbito ha resultado brillante.
Vamos al momento que nos interesa. El momento en que Gallardo, que acaba de tener una hija, se enfrenta a la historia de su padre. Francisco Gallardo Sarmiento, probo empleado de la compañía eléctrica Fecsa, fue uno más entre los derrotados de la Guerra Civil. Miguel Gallardo había escuchado muchas veces sus recuerdos. Durante un largo tiempo, ni el padre ni el hijo habían parecido sentirse muy orgullosos el uno del otro. El hijo, sin embargo, quiso hacer algo con las memorias bélicas del padre, y le pidió un texto. Francisco Gallardo escribió algo más de 20 folios con la precisión y la frialdad de un técnico: relató un drama personal sin el menor dramatismo. Miguel Gallardo decidió mantener íntegro el texto de su padre, e intercalar viñetas donde se concentraban toda la emoción y todo el miedo que su padre había omitido por pudor.
Gallardo, el dibujante, se sentía influido por Maus, la obra en la que Art Spiegelman contaba las tremendas desventuras de su padre, judío polaco, durante la Segunda Guerra Mundial. Se inspiró en el expresionismo alemán, rompió sus esquemas anteriores, definidos por el purismo y el perfeccionismo, y creó un artefacto llamado Un largo silencio. No era un cómic ni un libro convencional. No encajaba en ningún estante de las librerías. Pasó sin demasiada gloria y hoy, a la espera de una reedición, es una obra de culto.
A Gallardo le sirvió para liberar su estilo. También le sirvió para entender a su padre y reconciliarse con él, un año antes de su muerte. Fueron dos experiencias, profesional y de la otra, la que proporciona la vida, que habían de resultar muy útiles. Poco después, María, la hija de Gallardo, a la que dibujaba continuamente, empezó a mostrar los síntomas de un problema. El diagnóstico del autismo tarda en concretarse. Supone, en palabras de Gallardo, “un calvario paulatino”. El padre dejó de dibujar a su hija, hasta que comprobó que con los dibujos podían comunicarse. A partir de los dibujos-herramienta, que a María le servían para satisfacer su necesidad de orden y su devoción por las listas y los nombres (la niña posee una memoria fotográfica), surgió algo parecido a un gigantesco diario ilustrado.
Gallardo y su mujer, May Suárez, se separaron en 2003. Madre e hija se trasladaron a Canarias, con la numerosa familia Suárez, y Gallardo se habituó a pasar breves vacaciones con María. Una de esas vacaciones, en un hotel canario frecuentado por alemanes, constituye el eje narrativo de María y yo. Si Un largo silencio era una obra extraña, María y yo, firmada por María Gallardo y Miguel Gallardo, lo es más. Sin embargo, ha obtenido un gran eco y varios premios. Quizá porque cuenta una historia emocionante, quizá por la libertad y la frescura con que está construida, quizá porque Gallardo, por una vez, ha realizado toda la promoción posible. Quizá, también, porque es un libro sensacional. “Era una historia que tenía que contar, como la de mi padre”, explica. “Quería que la gente conociera a María, que descubrieran que la discapacidad no es lo que creen”.
María, ahora, tiene una legión de fans. No es extraño: quien lee el libro se enamora de ella.
Después de conversar con Miguel Gallardo, el cronista recibió un mensaje que se toma la libertad de transcribir: “Hola, Enric, ha sido un placer hablar contigo. Sólo quería pedirte un favor. Cuando hables del libro cita a May, la madre de María, ella es la campeona que está todos los días con María y es la primera persona que leyó el libro y que se emocionó, sin ella este libro no habría salido adelante. Gracias, Miguel”. -
María y yo. María Gallardo y Miguel Gallardo. Astiberri. Bilbao, 2008. 64 páginas. 12 euros. Maria i jo. La Galera. Barcelona, 2008. 68 páginas. 12 euros. http://www.miguel-gallardo.com/
La provocación de los silenciosos
ENRIC GONZÁLEZ 14/12/2008
Creo haber escrito, hace algún tiempo, sobre los pleitos de Telma Ortiz, la hermana de la princesa. Ortiz pidió a los tribunales que levantaran un muro legal en torno a su intimidad. Si no recuerdo mal, yo estaba dispuesto a concederle a Telma Ortiz toda la intimidad del mundo. A ella, y a cualquier otra persona. Por supuesto, se puede estar en desacuerdo con mi opinión: yo lo estoy. Discrepo de mí mismo después de cavilar un rato sobre la peculiar situación de intimidad, mantenida durante muchos años, por la admirable Pepa Flores.
Pepa Flores no es comparable a Garbo o Salinger. No vive en reclusión, no rechaza el contacto con desconocidos
Vamos a dar un rodeo para llegar antes a las conclusiones. El periodista Arcadi Espada acaba de publicar un libro interesantísimo sobre periodismo. Se llama Periodismo práctico y contiene altas dosis de provocación; provocación antipática, a veces, porque Espada, además de ser inteligente, suele cargar a degüello. Cito algunas frases del epígrafe ¿Qué hacer con la vida privada?: “Todos aquellos que de manera harto banal se escandalizan porque los medios decidan quién aparece en ellos (previa y continuada consulta al público mercado), relajarían su ceño si acto seguido de haberles negado el derecho a los medios dijeran con claridad quién debe hacer su trabajo. No podrían, claro está, porque en la democracia hay dos delegaciones controladas, de tensa y recíproca influencia: la del voto, que permite a los políticos gestionar la organización social, y la del periódico, que permite a los periodistas escribir el guión del día. Y el guión no pueden escribirlo los protagonistas, por imperativo ontológico, digo con clara pedantería. Lo demuestran, incluso, los casos de personas como Greta Garbo, J. D. Salinger o Marisol, que defendieron con uñas y dientes su opacidad y que, paradójicamente, vieron cómo su ausencia se convertía en presencia más intensa y constante”.
Dado que discrepo de mí mismo, puedo permitirme el lujo de discrepar con Arcadi Espada. Al menos en un punto: Pepa Flores, la que fue Marisol, no es comparable a Garbo o Salinger. No vive en reclusión, no rechaza el contacto con desconocidos. Hasta donde se sabe, lleva una vida normal, devuelve el saludo cuando la saluda un admirador desconocido y firma un autógrafo cuando se tercia. No se pelea con reporteros, no protagoniza fugas a la salida de un local nocturno, no proporciona carroña a las cámaras.
Simplemente, como la inmensa mayoría de la gente normal, no está para entrevistas.
Pepa Flores (Málaga, 1948) demuestra, volviendo a Espada, que “vida privada es la que no puede contarse. La que no puede, no la que no se debe. No es un término moral ni jurídico. Es técnico”. ¿A qué podría aspirar un periodista que, grabadora de por medio, se sentara ante Pepa Flores? Difícilmente podría conformarse con saber si paseó por la playa el pasado fin de semana, con arrancarle su receta para freír boquerones o con averiguar la frecuencia de sus visitas a la peluquería. No. El periodista acabaría chapoteando en Marisol, o sea, en lo onírico. Acabaría inquiriendo sobre un mito nacional y hurgando en un terreno puramente subjetivo: el confuso poso emocional que deja el pasado. El periodista acabaría en lo que no puede contarse por puras razones técnicas.
No se me escapa que Pepa Flores goza de un estatuto especial. Ha conseguido colgar el mito de Marisol en una percha ajena, la nuestra, y seguir tranquilamente con su vida, ayudada por el inmenso respeto que suscita. A estas alturas, Pepa Flores es intocable. Ya no es un personaje público, salvo en el recuerdo, porque no reclama el privilegio de la intimidad: es Pepita y va al mercado. Qué persona extraordinaria.Los casos extremos
ENRIC GONZÁLEZ 15/12/2008
Hubo en España una editorial que se planteó eliminar a uno de los tres hermanos Karamazov para que la novela de Dostoievski fuera más breve y, por tanto (ése era el razonamiento), más rentable. ¿Parece una burrada? Lo es. Cualquier tesis económica, llevada a su último extremo, degenera en burrada. Y, sin embargo, estas cosas abundan. Basta invocar la economía, es decir, el máximo aprovechamiento de los recursos disponibles, para que las ideas más absurdas tengan éxito. No estamos hablando de la política laboral de las empresas, aunque lo parezca. Hablamos del fútbol y de su envilecimiento. Es decir, sí hablamos, en realidad, de la política laboral de las empresas.
Los jugadores de banda son difíciles de fabricar. Los equipos infantiles renuncian a ellos por la productividad
Por razones misteriosas, los jefes de personal adoran a los empleados que ocupan espacio. No mueva el culo de la silla durante 12 horas y sus superiores le considerarán un héroe, un Stajanov redivivo. Da igual que no haga nada. Si ocupa su silla y cultiva sus ojeras, tiene un gran porvenir por delante. Le esperan miles y miles de reuniones, inútiles pero remuneradas.
Esto mismo ocurre en el fútbol. Y ésa es la razón de que se extinga, poco a poco, la especie más hermosa, brillante y rara, el extremo, en vías de extinción desde hace años. Es normal, porque el extremo suele ser un tipo difícil (baje al césped y váyase al córner, le sorprenderá la extrañísima perspectiva), propenso a las lesiones, de escaso valor defensivo y, sobre todo, poco útil para ocupar terreno. Desde un punto de vista contable, el extremo siempre saldrá perdiendo ante el centrocampista trotón, ante el llamado carrilero o ante cualquiera que pueda ser clasificado como polivalente. Y hoy, con alguna excepción, parece que sean los contables y los jefes de personal quienes confeccionan las plantillas.
No hace falta haber visto jugar a casos maravillosamente desesperados como Garrincha o Best. Ni siquiera a Gento. Recuerden al mejor Figo o fíjense en lo que pueden hacer, pegados a la banda, tipos como Cristiano Ronaldo o Robben. Eso, si hablamos de lujo y terrenos amplios. El extremo alcanza el máximo nivel cuando se mueve en una relativa modestia, cuando juega en un campo pequeño y debe bailar sobre una estrecha línea de cal saltando sobre la guadaña del defensa. Recuerdo, por ejemplo, a López Ufarte en Atocha o a Chechu Rojo en San Mamés. O, puestos a forzar, a un galeote flaco llamado García Soriano en La Condomina.
Ciertos entrenadores se excusan alegando que apenas existen extremos en el mercado. Evidentemente, son difíciles de fabricar. Aquello de “se mueve lento, pero piensa rápido”, tan manido en el centrocampismo, no vale para un extremo, que tiene que pensar y moverse con igual rapidez. Los extremos son especialmente difíciles de fabricar cuando los equipos infantiles renuncian a ellos en nombre de la productividad: si se puede llevar a la categoría profesional a dos trotones y un central cada año, ¿por qué empeñarse en sacar un extremo decente cada cinco?
Cruyff siempre colocaba a un jugador en cada extremo, aunque no lo fuera. Guardiola también lo hace. Por desgracia, les vale casi cualquiera en esa posición. Y el tal cualquiera, por más genio que sea, por mucho que se llame Messi, Iniesta o Henry, acaba yéndose al centro, incapaz de soportar la dureza y la melancolía del puesto. El medio centro está lejos de todo, pero tiene alrededor a sus compañeros. El extremo está aún más lejos de todo, incluyendo a sus compañeros, y sólo tiene tratos con un defensa empeñado en sacarle del campo a tarascadas.
Bush
ENRIC GONZÁLEZ 15/12/2008
George Bush ha sido, muy probablemente, el peor presidente de la historia de Estados Unidos. No vamos a discutir sobre eso. El zapatazo de ayer en Bagdad, tan descarnado y dolido como el propio Irak, marca el tono de su despedida. Nadie echará en falta a un hombre que ha hecho buenos a Carter, Ford o al propio Nixon.
En estos días finales abundarán los balances, ferozmente negativos, y los zapatazos intelectuales. Comparto el desprecio por el personaje. Bush y su malvado tutor, el vicepresidente Cheney, no han podido, sin embargo, ser los únicos responsables del desaguisado. Algo habremos hecho los demás.
Un general prestigioso como Colin Powell, tan progre que ha votado a Obama y espera tal vez un carguito en la nueva Administración, se ocupó de demostrar ante la ONU que Irak poseía armas de destrucción masiva. Un acto de servicio, claro. Diarios respetables como The New York Times o The Washington Post no sólo se empecinaron con la existencia de las supuestas armas, sino que jalearon cualquier guerra que se le ocurriera a Bush. También acto de servicio. Repasen la hemeroteca de este mismo diario, EL PAÍS, y encontrarán orondas crónicas de Washington en las que se reproducían todas las mentiras de aquel momento: lo sé porque yo mismo las firmaba. Un acto de servicio al lector, sin duda.
Gobiernos presuntamente respetables, como el de España, cooperaron con la infamia de Guantánamo: hay papeles que lo demuestran, aunque el actual Gobierno, del PSOE, asegure que nunca pasó por aquí un vuelo de la CIA. Un acto de servicio al secreto de Estado y al aliado americano, supongo.
Ya saben aquello de las campanas: no doblan por Bush, sino por todos nosotros.
Aída
ENRIC GONZÁLEZ 16/12/2008
Amanda Mars firmaba el otro día, en este periódico, una estupenda información titulada Mileuristas para siempre. Contra lo que puedan pensar quienes no llegaran a leerla, no hablaba de pobres desgraciados, sino de la nueva clase media española. Los protagonistas de la historia eran los 1,3 millones de jóvenes cuya vida laboral se desarrolla muy por debajo de su formación académica y de su capacidad intelectual. No tengo que explicárselo porque ya lo saben ustedes: gente con dos carreras y tres idiomas que trabaja en un locutorio, o hace encuestas.
Estos jóvenes están condenados a vivir por debajo de sus expectativas. Constituyen la clase media en todos los sentidos (cultural, social, verbal incluso) menos en el económico. Su frustración constituye un asunto de la máxima importancia, ya que el futuro de España depende de ellos. Este país, como saben, las ha pasado muy negras porque durante siglos ha ido sobrado en materia de filósofos, políticos, poetas, espadones y obispos; el gran problema ha consistido en la escasez de una clase administrativa razonablemente alimentada e instruida. Ahora la tenemos ya instruida, más o menos, pero no la alimentamos. Acabaremos pagándolo.
La clase media es esa que vota a los partidos moderados, aunque perciba el fraude; esa que piensa que el futuro, por mal que vaya, tendrá un pasar. Forzando la imaginación, sólo se percibe una ventaja en la destrucción de la clase media: la Ley de Memoria Histórica quedará obsoleta, porque no hará falta acordarse de nada. Lo tendremos todo en presente. Volveremos a la España mísera y dolida.
Lo otro, lo que hay por debajo de las aspiraciones mesocráticas, siempre ha sido una especialidad española. La picaresca, la pobreza alegre, el mañana sin esperanza ni decepción. Ese barrio caricaturizado en Aída sin ir más lejos. No sé si sobrevivirá al paulatino mutis de una actriz tan soberbia como Carmen Machi. Sí tengo muy claro que en ningún otro país europeo (quizá sólo en el Reino Unido) se emitiría una serie tan soez, cínica y despiadada en horario de máxima audiencia. Yo la veo, pero no dejaría que la vieran los críos. No es cuestión de amargarles la niñez descubriéndoles lo que les espera.
Tortura
ENRIC GONZÁLEZ 17/12/2008
Las fiestas navideñas se aproximan y Antena 3, diligente, nos ha servido un anticipo del espíritu imperante en esas fechas: bronca doméstica, incidentes sádicos, horror y ansias de fuga. Hablamos de El castigo (y de la Navidad, pero no insistiré: ya sé que hay gente que la disfruta), una miniserie, o más bien un largometraje partido en dos, que firma el cineasta Daniel Calparsoro en su primera incursión televisiva.
El primer episodio, el lunes, alcanzó una altísima audiencia. Los adolescentes problemáticos de Calparsoro superaron a los adolescentes problemáticos de Física o química y a los cadáveres problemáticos de CSI, lo que constituye una gesta notable. Quizá la audiencia juvenil se identificó con los muchachos protagonistas de El castigo y los padres, quizá, se identificaron con los adultos que torturan a los muchachos. Es sólo una hipótesis.
Calparsoro se basó en un caso real ocurrido hace un par de años en Sant Llorenç de la Muga, un pueblo ampurdanés. En una granja de la zona, tres personas “reeducaban” con métodos durísimos, y con pleno conocimiento de los padres, a retoños de buenas familias suizas. El asunto despertó un cierto revuelo tras la detención de los encargados de la granja de trabajo, pero los tres fueron puestos en libertad con cargos. Dos de los acusados siguen viviendo en la granja (que percibía subvenciones públicas desde Suiza) y esperan juicio. Según el alcalde, los chicos internados iban con frecuencia al pueblo. No parece que la cosa fuera tan tremenda como la pinta Calparsoro, al que le ha salido un relato tétrico, hosco y reiterativo. Ni los chicos, ni sus padres, ni los torturadores suscitan la menor empatía en el espectador. Insisto: debe tratarse de identificación directa. Dulce Navidad.
Conviene insistir en que Sant Llorenç de la Muga es un lugar encantador, en el que ahora mismo no se tortura a nadie. Me limito a aportar una prueba decisiva: debido, supongo, a la orografía pirenaica, en los televisores del pueblo no se capta Antena 3.
Maastricht
ENRIC GONZÁLEZ 18/12/2008
O sea, que Europa era esto: un banco central en Francfort, un vacío político y miles de jóvenes viajando con becas Erasmus. Mientras Barack Obama y la Reserva Federal organizan a toda prisa un plan de emergencia para tratar de salvar la economía estadounidense (otra cosa es que puedan), la Unión Europea pedalea en el aire y empuja a los irlandeses a celebrar un nuevo referéndum, a ver si se desencalla el mecanismo de toma de decisiones por si algún día, quién sabe, hubiera que decidir algo.
El Tratado de Maastricht fue un error. Cabe suponer que bienintencionado, pero error. No tiene lógica crear una fuerza económica, el euro, desconectada del poder político. Se dijo entonces que no se podía pedir todo, que la política sería el siguiente paso, que la solución llegaría de forma casi automática. Ha ocurrido, en realidad, lo contrario. La Europa ampliada es un simple club comercial con una referencia monetaria. Y esa referencia, el euro, amenaza con ahogar a algunos de los socios.
Una moneda fuerte va bien cuando las cosas van bien. España, sin ir más lejos, ha podido permitirse lujos que ni soñaba con la peseta. Cuando las cosas van mal, una moneda fuerte es un lastre: recuérdese la experiencia de la dolarización argentina. Sin euro, Grecia habría tenido que devaluar el viejo dracma y apretarse el cinturón hasta la rabadilla. Con euro, ya se ha visto y falta aún por ver, en la misma Grecia y tal vez en otros países de la Unión. La prometida unión de los ciudadanos no ha aparecido por ninguna parte. Si llegara a producirse, sería de forma traumática: millones de europeos sufriendo a la vez un cabreo a la griega. Mientras tanto, la Unión es el guiñol de siempre: Sarkozy, Merkel, Berlusconi, Zapatero, mercadeando cada fin de semana.
La solución no está en el euro ni, como comprueban los británicos, fuera del euro. Estaba en un buen Tratado de Maastricht, con su patita económica y su patita política. El Maastricht cojo nos dará muy mala vida.
Bono
ENRIC GONZÁLEZ 19/12/2008
Curioso fracaso el de 59 segundos con José Bono. En el primer canal de Televisión Española, captar menos del 10% de la audiencia en hora punta equivale a un naufragio. Y, sin embargo, podía pensarse que Bono, máximo exponente de la política con faralaes, atraería a espectadores de distintos caladeros. A gente del BOE y gente del Hola, para entendernos. Pero no se presentaron a la cita ni unos ni otros.
Ya se ha hablado muchas veces de Porta a porta, el programa italiano presentado por un señor inefable llamado Bruno Vespa. Se emite diariamente, año tras año. Y en Porta a porta suele hablarse de política. Anoche, con ocasión de una fugaz visita a Roma, asistí al enésimo debate sobre la corrupción entre representantes de la derecha y la izquierda. El tono era el de siempre, entre frívolo y cortés, y la esencia era tan teórica como siempre. Nadie realizó ningún anuncio ni prometió medida alguna. La audiencia resultó elevada, como siempre. Eso no podría ocurrir en España. La audiencia española espera que el político ofrezca noticias concretas, lo que exige, a su vez, que el político en cuestión ostente un cargo ejecutivo. Presidente, ministro o, al menos, jefe de la oposición.
Existe una segunda vía para captar la atención general, más relacionada con el espectáculo. Esperanza Aguirre, por ejemplo, garantiza a la vez titulares y entretenimiento. Posee un desparpajo especial, que le permite afirmar que Franco fue socialista (es decir, que ella le desborda por la derecha) sin mover una pestaña. Supongo que Aznar, ahora que pulula por la frontera de lo friqui, obtendría un gran éxito en un programa como 59 segundos.
A Bono, sin embargo, le falta dar el paso definitivo. Por un lado, el cargo que ocupa en el Congreso no es percibido como ejecutivo y empieza a oler a cesante, lo que le resta interés. Por otro, aún no se ha decidido a circular por la segunda vía. Si el 59 segundos se hubiera planteado como un monográfico sobre sor Maravillas, habría triunfado más.
El auténtico misterio del mundo
ENRIC GONZÁLEZ 21/12/2008
Cualquiera que se haya rozado con la cultura japonesa guarda memoria de algún incidente. Yo, al menos, tengo mi historieta personal. Una vez, hace años, en Tokio, me arriesgué a ser detenido como maníaco sexual. Ya que tengo la ocasión, después de tanto tiempo, me declaro inocente. Y explico mi versión de los hechos.
Japón metabolizó el horrible trauma de Hiroshima y Nagasaki, y lo expresó con la bella metáfora de Godzilla
La culpa, como suele ocurrir, fue de un banco. Me había hecho un giro a mí mismo, para no llevar dinero encima, y fui a cobrarlo a una remotísima sucursal de una entidad española en Tokio. No recuerdo el nombre del barrio porque no salía en mi mapa. El caso es que costó un esfuerzo encontrar la dirección, y una vez con el dinero en el bolsillo se me ocurrió darme un homenaje. Vi un local diminuto totalmente desierto (la hora era intempestiva) y me pareció que ofrecían buen pescado. Entré y, señalando con el dedo, pedí langosta y cerveza. La incomunicación idiomática no me preocupó en ese momento.
Tras consumir la langosta y una cantidad de cervezas quizá inapropiada, sentí la imperiosa necesidad de ir al baño. Le pregunté a la camarera y ella sonrió. Seguí preguntando por el excusado en todos los lenguajes que conozco, no muchos, y la camarera siguió sonriendo. La vejiga apretaba, por lo que decidí explorar yo mismo. Abrí una puerta, y era la cocina. Abrí otra puerta, y era un armario. Pensándolo, ahora, puedo entender que la camarera se inquietara: tenía en el local a un gaijin, un extranjero (literalmente, un bárbaro), que con extraño furor se dedicaba a abrir puertas.
No encontré el lugar y, como no soy mal dibujante, intenté realizar una explicación gráfica. Me salió demasiado gráfica, sin duda. Cuando le mostré el dibujo a la camarera no obtuve respuesta: la mujer soltó un gritito de horror, corrió hacia la cocina y se encerró dentro: el ruido del pestillo resultó inconfundible. Mirando por una ventanilla en la puerta cerrada, vi que ella y el cocinero, al unísono, efectuaban una agitada llamada telefónica. No hacía falta ser Sherlock Holmes para deducir que pedían ayuda a la policía. Dejé un montón de billetes sobre una mesa y salí por piernas. Por si el delito no ha prescrito, omito revelar dónde acabé por aliviarme.
Hay historias de estas a montones. En mi opinión, reflejan un hecho: Japón encierra el auténtico misterio del mundo. En ese sentido, olvídense de China. Los chinos tenían ya emigrantes por todas partes cuando la flotilla del comodoro Perry, en 1852, rompió el aislamiento japonés. La isla imperial se abrió, pero mantuvo una característica impenetrabilidad. No sé si otra cultura hubiera podido soportar una experiencia como el doble ataque atómico sobre Hiroshima y Nagasaki; Japón metabolizó el horrible trauma y lo expresó con la bella metáfora de Godzilla, el monstruo prehistórico despertado por la bomba. Su cultura popular abunda en monstruos y, sobre todo, en robots. Nadie ha sido capaz de explicar de manera convincente la pasión japonesa por los robots gigantescos pilotados por niños. Todo un género gráfico, el manga, se basa en esa pasión.
El escritor australiano Peter Carey escribió en 2005 un relato delicioso sobre un viaje a Japón, con su hijo adolescente, en busca de los más célebres creadores de manga (parecido al cómic, pero con códigos ligeramente diferentes) y de anime (parecido a los dibujos animados, pero con códigos ligeramente diferentes). El título del relato, Equivocado sobre Japón, da una idea del espíritu.
Cuanto más se adentran en su exploración los Carey, padre e hijo, más claramente comprenden que no llegarán a ninguna parte. La propia lengua japonesa, tan exquisitamente formal (y dotada, por tanto, de una exquisita capacidad de sarcasmo), parece hecha para deslizarse sobre los conceptos, sin atraparlos jamás. Un concepto japonés no se deja exhibir desnudo. Basta esa peculiaridad para que la mente occidental, especializada justamente en capturar y encerrar las ideas en jaulas individuales, sea incapaz de comprender Japón.
Sofia Coppola realizó una singular película, Lost in translation, sobre el despiste de los gaijin en Tokio. En el momento culminante, el protagonista (encarnado por Bill Murray) susurra una confidencia al oído de la protagonista (encarnada por Scarlett Johansson). El espectador no escucha la confidencia. Ese enigma es Japón.
La lista de los indeseables
ENRIC GONZÁLEZ 22/12/2008
Entre los enemigos del fair play suelen destacar los violentos. Cualquier clasificación de futbolistas indeseables ha de incluir, por ejemplo, a los Montero, padre e hijo. El padre, Julio Montero Castillo, formó en el Granada, con Fernández y Aguirre Suárez, una de las defensas más brutales de todos los tiempos. El hijo, Paolo Montero Iglesias, pasó a la historia como el jugador con más expulsiones en la Serie A italiana pese a jugar en un equipo tan protegido como la Juventus. Habría que añadir a la lista gente como Vinnie Jones, Marco Materazzi, Andoni Goikoetxea, Nobby Stiles o Jorge Costa. Abundarían los candidatos: los killers del fútbol son fáciles de reconocer y recordar.
Sin embargo, si la lista tuviera que hacerla yo, no estaría encabezada por un honesto rompepiernas. El matón de la cancha es víctima de la escasez de recursos técnicos y, con frecuencia, de las órdenes del entrenador. Actúa a la vista de todos y acumula sanciones. Sus propios rivales, con el tiempo, sonríen al evocarlo. No, nada de killers. En mi lista, los dos puestos de honor quedarían reservados para dos futbolistas excelentes. El primero, Pavel Nedved, balón de oro en 2003. El segundo, el ex sevillista Christian Poulsen. Curiosamente, ambos pertenecen ahora a la Juventus.
No se trata de una simple manía personal, aunque también. En febrero de 2006, un par de aficionados interistas abrieron en Internet una página de nombre explícito, http://www.nonstimonedved.tk, para anotar las hazañas antideportivas del centrocampista checo. Semana a semana, la página fue agregando otras figuras reprobables. Debido al éxito, se ha convertido en un libro, de reciente publicación en Italia. Non stimo Nedved & tutti gli antisportivi constituye un útil sumario (con testimonios de otros futbolistas como Gattuso, Mexes, Pirlo, Zambrotta y Cannavaro) para acusar a Nedved y Poulsen, dos especialistas de la provocación, el juego sucio y el engaño al árbitro.
Poulsen no es un hombre popular en Italia. Su empecinamiento en tocar, literalmente, los genitales de Totti durante un Italia-Dinamarca (2004), logrando que el romano le escupiera y fuera sancionado, y sus pataditas y pellizcos a Kaká durante un Milan-Schalke (2005), rematadas con una tarjeta amarilla para el brasileño cuando éste se le encaró, permanecen en la memoria. Tampoco es un hombre popular en su país. Tras su indecente actuación en un Dinamarca-Suecia, culminada con un puñetazo a un contrario, el ministro de Justicia danés, Lene Espersen, pidió que Poulsen fuera apartado de la selección. Ocurre, sin embargo, que estos jugadores hábiles y sucios resultan demasiado útiles para su equipo. Poulsen sólo sufrió una reprimenda oficial de la federación.
Nedved pega menos, aunque pega lo suyo. Su máxima especialidad consiste en pegar y caer entre alaridos como si acabaran de amputarle en vivo una pierna. Quizá por su aspecto de niño bueno, quizá por su talento dramático, los árbitros pican siempre: en vez de pitarle la falta en contra, se la pitan a favor. Y, con un poco de suerte, amonestan a la víctima. Nedved consigue así decenas de tiros libres cerca del área que suele ejecutar él mismo. Consigue también exasperar al adversario. Y crear en torno a sí una total ausencia de deportividad. Citaré un ejemplo del 5 de octubre de 2003, durante un Juventus-Bolonia. Zambrotta tropezó y cayó en el área contraria y el árbitro, parcialmente tapado, pitó penalti. Zambrotta se levantó y fue hacia el árbitro para confesarle que no había existido falta. Nedved se lanzó sobre su compañero y, tras frenarle, le convenció de que callara. Puro fair play.
Gordo
ENRIC GONZÁLEZ 22/12/2008
Nunca he jugado a la lotería, pero cada año espero con la máxima ilusión el sorteo de Navidad. No para que me toque el gordo a mí, cosa imposible, sino con la ilusión de que el gran premio caiga sobre mis compañeros de trabajo. Qué hermoso sería. Sueño con que la redacción de EL PAIS se hace millonaria y todos, desde el director hasta el más sufrido de los redactores (que debe ser quien encaja a diario esta columnita, con el penoso deber de leerla), se largan a casa a celebrarlo. Entonces yo, solo en el edificio, fabrico un periódico a mi gusto. Al día siguiente soy despedido, pero mis compañeros, generosos, hacen una colecta que me permite seguir comiendo al menos hasta Reyes. En fin, se trata sólo de un sueño.
La noticia en otros webs
Me intriga la pasión que suscitan las grandes sumas de dinero. Supongo que de ellas sigue diciéndose que “dan para retirarse”. ¿Cuál es la gracia? Actualmente, para eso no hace ninguna falta el premio gordo; basta ponerse a tiro del jefe de personal para quedar fulminantemente prejubilado. Otros dicen que quieren el dinero para “tapar agujeros”, como si dirigieran un fondo de inversiones, o para “dejar arreglados a los hijos”, o para “vivir sin preocupaciones”. Yo creo lo contrario. Creo que el dinero fácil no trae más que ansiedad y disgustos. El otro día leí una frase de un famoso vendedor de lotería: “Con el dinero se pierden los amigos, hay que aceptarlo”. Si eso lo dice un hombre que se ha hecho rico con el juego ajeno, quizá convendría hacerle caso.
Mis dudas se extienden a Rico al instante, el megaconcurso que Antena 3 lanzará en enero. Ya estarán enterados: cada semana, la audiencia elegirá al feliz afortunado que se queda con medio millón de euros. Si he entendido bien la mecánica del juego, los concursantes no tendrán que hacer gran cosa, salvo responder a algunas preguntas fáciles. Lo esencial, parece, consistirá en que el concursante sea lo bastante simpático, o infeliz, como para convencer a la audiencia de que merece llevarse el pastón.
Nunca un concurso español ha dado tanto dinero de forma semanal. A ojo y a distancia, no estoy convencido de que alcance un gran éxito. Habrá que esperar y ver. De momento deseo a la concurrencia, y especialmente a mis compañeros de trabajo, que tengan mucha suerte en el sorteo.
Zapatos
ENRIC GONZÁLEZ 23/12/2008
Siempre se ha dicho que los periodistas, como los policías, necesitan un buen par de zapatos. Es cierto, o lo era cuando los periodistas y los policías pateaban la calle. También es cierto que un periodista jamás debe arrojar nada, ni siquiera un avioncito de papel. Cuando lanzó el doble zapatazo contra Bush, Muntazar al Zaidi dejó de ser periodista y se convirtió en otra cosa. No hay razones morales que valgan: el zapatazo fue una agresión injustificable.
Menos injustificable, pero mosqueante, es la situación actual del agresor. Aunque no está probado que haya sido sometido a torturas, su familia y algunas fuentes anónimas insisten en ello. El juicio debería empezar el próximo día 31. Con un poco de suerte, las cosas, en ese punto, no tardarán en aclararse. Sólo en ese punto. Porque en torno a al Zaidi empiezan a tejerse historias que recuerdan a las patrañas que con tanto éxito circulaban antes sobre la invasión de Irak. Salameh Nematt, un periodista jordano que fue delegado en Washington del Al Hayat International Arab Daily y cuya voz en favor de la guerra resultó muy audible, acaba de publicar un artículo en el que dice: “Informaciones en medios árabes indican que Muntazar al Zaidi podría haber preparado su ataque contra el presidente Bush durante más de un año, ayudado por baazistas cuyo objetivo consiste en derrocar el Gobierno apoyado por Estados Unidos”. Y sigue: “Un importante medio árabe en Internet dice que los patrocinadores de al Zaidi podrían haber sido financiados por Ragad, la hija mayor del antiguo dictador Sadam Husein”.
El periodista Salameh Nematt es un hombre de prestigio, mimado por la Casa Blanca, conferenciante solicitado y, ahora, jefe de información internacional del diario digital The Daily Beast. Nematt no ha arrojado nunca, que se sepa, ninguno de sus dos zapatos. Pero arroja artículos con aroma a bulo, en los que transforma un lanzamiento de calzado en una conspiración golpista. Aquí tampoco hay razones morales que valgan: incluso descalzo, un periodista puede cometer una agresión injustificable.
Retorno
ENRIC GONZÁLEZ 24/12/2008
¿Les preocupa el año próximo? Seguramente sí. No ha empezado 2009 y ya se dicen pestes de él. Todo indica que el paro y la precariedad laboral alcanzarán niveles terribles. Pero no se preocupen en exceso: ya hemos pasado por tragos similares. Los ochenta, por ejemplo, no fueron mucho mejores. En cierto sentido fueron peores. Aquella década arrancó con un intento de golpe de Estado, el 23 de febrero de 1981, y culminó con la huelga general del 14 de diciembre de 1988. Entre una fecha y otra llegó el PSOE al poder, se realizó una reconversión industrial muy traumática, la banca sufrió una crisis profunda e irrumpieron los contratos-basura. Para amenizar ese ambiente de sosiego, a alguien del Gobierno, dicen que un tal Señor X, le pareció muy buena idea que el Estado financiara bandas de asesinos a sueldo. Ahora imaginen que nos toca revivir los ochenta, aunque sin 23-F, sin asesinatos de Estado y, esperemos, sin chaquetas con hombreras. ¿Verdad que parece hasta bueno? Pues ya está. Hay que ser positivos.
TVE, como servicio público, hará lo posible para recrear la época. En marzo comienza a rodarse de nuevo la célebre serie Verano azul, que marcó a una generación. Teniendo en cuenta la mala fama de las segundas partes, quedamos avisados. También se prepara una nueva hornada de episodios de La huella del crimen, una serie estupenda en sus dos hornadas anteriores. El realizador Pedro Costa, que se ocupó de algunos de los viejos capítulos, asumirá la producción del conjunto. Para quien no recuerde, por poca o demasiada edad, en qué consistía, diremos que reconstruía crímenes reales y, con ellos, una época determinada. Entre los asesinatos del nuevo ciclo se incluye el de los marqueses de Urquijo, ocurrido en 1980. Lo dicho, reviviremos la década. En cambio, parece que se despide CQC. Los reporteros de negro no han tenido éxito en La Sexta. Además, ese era un programa muy de los noventa. No tenía mucho sentido, ahora que regresamos al pasado ochentero.
Retorno
ENRIC GONZÁLEZ 24/12/2008
¿Les preocupa el año próximo? Seguramente sí. No ha empezado 2009 y ya se dicen pestes de él. Todo indica que el paro y la precariedad laboral alcanzarán niveles terribles. Pero no se preocupen en exceso: ya hemos pasado por tragos similares. Los ochenta, por ejemplo, no fueron mucho mejores. En cierto sentido fueron peores. Aquella década arrancó con un intento de golpe de Estado, el 23 de febrero de 1981, y culminó con la huelga general del 14 de diciembre de 1988. Entre una fecha y otra llegó el PSOE al poder, se realizó una reconversión industrial muy traumática, la banca sufrió una crisis profunda e irrumpieron los contratos-basura. Para amenizar ese ambiente de sosiego, a alguien del Gobierno, dicen que un tal Señor X, le pareció muy buena idea que el Estado financiara bandas de asesinos a sueldo. Ahora imaginen que nos toca revivir los ochenta, aunque sin 23-F, sin asesinatos de Estado y, esperemos, sin chaquetas con hombreras. ¿Verdad que parece hasta bueno? Pues ya está. Hay que ser positivos.
TVE, como servicio público, hará lo posible para recrear la época. En marzo comienza a rodarse de nuevo la célebre serie Verano azul, que marcó a una generación. Teniendo en cuenta la mala fama de las segundas partes, quedamos avisados. También se prepara una nueva hornada de episodios de La huella del crimen, una serie estupenda en sus dos hornadas anteriores. El realizador Pedro Costa, que se ocupó de algunos de los viejos capítulos, asumirá la producción del conjunto. Para quien no recuerde, por poca o demasiada edad, en qué consistía, diremos que reconstruía crímenes reales y, con ellos, una época determinada. Entre los asesinatos del nuevo ciclo se incluye el de los marqueses de Urquijo, ocurrido en 1980. Lo dicho, reviviremos la década. En cambio, parece que se despide CQC. Los reporteros de negro no han tenido éxito en La Sexta. Además, ese era un programa muy de los noventa. No tenía mucho sentido, ahora que regresamos al pasado ochentero.
Comisiones
ENRIC GONZÁLEZ 26/12/2008
Los periodistas, a veces, necesitamos que la noticia nos pegue una bofetada. Si no, no nos enteramos. Entre nuestras fuentes informativas debe haber bastantes directivos bancarios; no creo, sin embargo, que ninguno de nosotros tuviera el teléfono de Shalim Ahmed. Si es que Ahmed tiene teléfono, cosa que está por ver. A Shalim Ahmed, de 29 años, procedente de Bangladesh y residente en un piso-patera de Barcelona, le tocó la lotería el pasado lunes. El hombre, con una media sonrisa, mostró su libreta de ahorros a un fotógrafo: los ahorros habían subido desde 17,08 euros a 300.017,08.
Es posible que hayan visto ya esa foto. No tiene nada de particular, salvo los movimientos registrados en la libreta. Ahmed la abrió el 4 de febrero, con 50 euros. Desde entonces, la Caixa del Penedés, responsable de gestionar los fondos de su cliente, le ha cobrado 22,93 euros en comisiones. ¿Que retira 20 euros? Paga tres. ¿Que pone 20 euros? Paga tres.
Según parece, son las comisiones normales cuando el cliente carece de nómina domiciliada, de hipotecas y, en general, de todas esas cosas infrecuentes entre los inmigrantes y nativos asimilables. A muchos periodistas, y a muchos de ustedes, no nos clavan esas comisiones bárbaras. Quizá leyeron el otro día lo bien pagados que estamos los redactores de este periódico: los salarios se publicaron en un encomiable ejercicio de transparencia, que no alcanzaba, quizá por escasez de espacio (ya saben, toneladas de publicidad), a los sueldos de directivos. Ya digo: la existencia de esos abusos suele pasársenos por alto.
Pero ahí está la foto. Para mí, una de las fotos del año. Es la imagen perfecta para ilustrar cualquier información financiera. Se repartirán miles de millones entre los bancos, se establecerán ayudas a las empresas, se realizarán fusiones; será bueno recordar, entre tanto estruendo, que los Shalim Ahmed del mundo pagan el peaje del pobre. No me refiero en concreto a Shalim Ahmed, que ahora, con sus 300.017,08 euros, debe ser ya beneficiario del bolígrafo, el calendario y la rebaja de comisiones. Me refiero a los otros, a los muchísimos que se han quedado sin premio en la lotería y seguirán subvencionando todo este montaje.
El peor barco de todos los tiempos
Enric González 28/12/2008
Todavía hoy, un siglo después, hay quien espera encontrar el Snark en algún puerto de los mares del Sur. Y una sociedad filantrópica de San Francisco realiza colectas para construir una réplica exacta, el Spirit of the Snark. Se trata de una fe asombrosa. El Snark fue el más célebre barco de Jack London, el sueño de su vida, y eso explica hasta cierto punto su fama y su leyenda. Pero fue también uno de los peores barcos de todos los tiempos. Da igual. Sucesivas generaciones de admiradores de London han suspirado por realizar el famoso viaje hasta Tahití, sin tener demasiado en cuenta que aquel viaje debió de ser horrible. Lo bastante como para que el escritor, marino experto y enamorado del mar, aborreciera las aventuras oceánicas.
Por razones misteriosas, el ‘Snark’ de London era incapaz de poner la proa contra las olas y navegaba de costado
Jack London, cuyo origen biológico es incierto (se le supone hijo de una vidente y de un astrólogo), nació en San Francisco en 1876. A los 14 años, con un préstamo de su madre adoptiva, una ex esclava, compró un diminuto velero llamado Razzle Dazzle con el que se dedicó a la pesca clandestina de ostras hasta que un naufragio acabó con el bote. Dos años después, tras una temporada como miembro de las patrullas navales que perseguían a los pescadores clandestinos de ostras, se enroló en el Sophie Sutherland, un buque que hacía la ruta del Japón. De aquella experiencia nació su primer libro, Un tifón frente a las costas de Japón. Con 27 años, y ya con cierto éxito comercial, compró un velero llamado Spray. Y en 1906, a los 30, encargó, sin reparar en gastos, un velero formidable para dar la vuelta al mundo. Así, con grandes esperanzas, nació el desgraciado Snark.
El propio Jack London relató las desventuras del barco en La travesía del Snark. Un nuevo libro recién publicado en Italia, Jack London, l’avventuriero dei mari, de Laurent Charpentier y Eric Vibart, amplía detalles sobre aquella ruina flotante. Los dos astilleros encargados de la construcción estafaron a conciencia al pobre London: la madera, que debía carecer de nudos, estaba plagada de ellos; el presupuesto se multiplicó desde 7.000 hasta 35.000 dólares; los plazos de entrega se rebasaron casi un año; el casco era hermoso, pero inútil para la navegación; las primeras filtraciones y señales de podredumbre aparecieron ya en el astillero.
Lo peor, sin embargo, ocurrió después de haber zarpado. El motor, encargado especialmente a una fábrica neoyorquina, saltó por los aires en cuanto trataron de ponerlo en marcha. La letrina se estropeó recién salidos del puerto. El velero, teóricamente de 45 pies (unos 15 metros), medía en realidad 43: dos palmos de menos que se embolsó el constructor. Los compartimentos estancos se convirtieron en depósitos de agua. Por razones misteriosas, el Snark se mostraba incapaz de poner la proa contra las olas y navegaba de costado, con un zarandeo constante y bajo amenaza permanente de naufragio. Y la joven y entusiasta tripulación, reclutada por su afán de aventura, descubrió que el mar marea. Por si eso no bastara, las provisiones embarcadas para llegar hasta Hawai estaban podridas.
London tituló Lo inconcebible y lo monstruoso el capítulo en que describía las deficiencias del Snark, y no exageró ni un pelo. Mal que bien, tras profundas reparaciones en Hawai, llegó a las islas Marquesas, las Salomón y Tahití. Por si las desgracias fueran pocas, London sufrió terribles picores durante el último tramo de la travesía. Se temía que fuera lepra, pero se quedó en psoriasis. London tuvo que pasar un mes en un hospital de Sidney.
En 1910, Jack London ya estaba harto del Snark. Abandonó el proyecto de vuelta al mundo, vendió el barco por 4.500 dólares y regresó a California.
En 1913, el Snark permanecía atracado, incapaz de navegar, en la pequeña isla de Aori, en Nuevas Hébridas. En 1919, con London ya fallecido, Martin Johnson, que había hecho la penosa travesía con el escritor, localizó al Snark en el mismo sitio, casi destruido.
Tras ese último avistamiento empezó la leyenda. El Snark fue visto, supuestamente, en distintos puertos de la zona. Existen varios testimonios de los años treinta. Y así hasta hoy. El Snark, que fue una porquería en vida, parece navegar estupendamente después de muerto.
ERE
ENRIC GONZÁLEZ 29/12/2008
“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. [...] Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”. Lo recuerdan, supongo: el monólogo final del replicante, en Blade Runner. Monólogos parecidos, seguramente menos cósmicos, quizá más impresionantes, podrían declamarlos muchos de los acogidos al expediente de regulación de empleo (ERE) de Televisión Española. Rosa María Calaf, por citar un nombre, llenaría un libro. Ha visto cosas que ustedes no creerían. Y, sin embargo, es imposible no creerla. Calaf, que tiene 63 años, y otros prejubilados de gran calibre, eran una garantía. Eran periodismo en palabras mayores. Gente prescindible, según parece.
No, Rosa María Calaf es imprescindible. Se la puede sustituir, por supuesto, y con garantías. Rosa María Molló, que estaba en Nueva York y se desplaza al puesto cubierto hasta ahora por Calaf, y Gemma García, que pasa de Roma a Nueva York, son periodistas estupendas. TVE dispone de una buena escuela. Pero ya no estará Calaf, y no será lo mismo: no serán sus ojos los que habrán visto.
Es ley de vida, es la crisis, es todo eso. Se comprende. Como pueden imaginar, el ERE de RTVE no será el único. La reconversión apenas ha comenzado. Cerrarán medios, surgirán otros, miles de dramas personales arderán y caerán en el olvido, como ardieron y cayeron los dramas personales de la metalurgia, los astilleros. Una tragedia es un dolor extremo, una vida, un modelo de la existencia. Mil tragedias son un simple episodio económico.
Conviene recordar, sin embargo, que no es lo mismo un televisor coreano que una crónica coreana. Y no es lo mismo la voz de Rosa María Calaf que una broma del Follonero. La broma del Follonero, necesaria, divertida y más rentable que cualquier noticia, sólo es saludable cuando disponemos de alguien que nos cuenta lo que no es broma. No estoy seguro de que los empresarios quieran distinguir entre una cosa y la otra.
Pronósticos
ENRIC GONZÁLEZ 30/12/2008
The Economist es uno de los medios informativos más prestigiosos del mundo. Se puede estar en desacuerdo con su rígido liberalismo (aunque ahora exige a los gobiernos que suelten la pasta), con su pedantería o con cualquiera de los rasgos que lo caracterizan, pero se trata de un semanario interesante y con gran influencia entre las élites. Sus previsiones son consideradas altamente fiables. ¿Recuerdan lo que The Economist vaticinaba para 2008, en enero de este mismo año? Hillary Clinton iba a ser presidenta de Estados Unidos, la economía española iba a mantener un crecimiento del 3,7% y el gran tema iba a ser el calentamiento climático. Cito estas tres previsiones como ejemplo: las otras estaban igualmente equivocadas.
Esta modesta columna debería aprender la lección de The Economist y evitar aventurarse en pronósticos. Aquí no sabemos siquiera si el Duque de Sin tetas no hay paraíso acabará muriendo o besando. ¿Cómo atreverse con vaticinios más lejanos? Ayer mismo, por ejemplo, dábamos por supuesto que después del ERE de Radiotelevisión Española y de otros menos faraónicos, como los aplicados en diarios gratuitos, habría más expedientes de regulación de empleo en los medios de comunicación españoles. En realidad, podría ser que no. Podría ser que las empresas no tuvieran dinero para financiarlos.
Prudencia, pues. ¿Se acentuará el desamor entre Zapatero y Gabilondo? ¿Volverán a quererse? No lo sabemos. ¿Se someterán al control antidopaje los guionistas de Física o química? No lo sabemos. ¿Podrá mantener el informativo de Pedro Piqueras su extraordinario ritmo de incendios y siniestros varios, sin destruir el planeta entero? No lo sabemos.
Como mucho, este columnista se atreve a predecir, cautelosamente, que el mejor programa que se realiza en España, Callejeros, seguirá teniendo menos audiencia que el peor programa, La noria.
¿Se lo han creído? No, por favor, no sean tan crédulos. Mañana, esta columnita ofrecerá sus pronósticos para 2009. Tan rigurosos como los de The Economist.
2009
ENRIC GONZÁLEZ 31/12/2008
Hacer predicciones es fácil. Lo difícil es que se cumplan. Pese a ello, y siguiendo una vieja tradición periodística, surgida, como otras tradiciones del gremio, de la falta de ideas mejores, este columnista intentará anticipar algunas de las cosas que ocurrirán en 2009.
Permitan que encabece la lista con algo que no guarda relación con las pantallas o los medios, y que, sin embargo, es absolutamente seguro: a la ministra Magdalena Álvarez le saldrá un destrozo en alguna obra del AVE. Quizá Álvarez ya no sea ministra, quizá se haya acabado el mundo, pero ocurrirá. Eso no falla, no ha fallado nunca.
Vamos con el riesgo. Creo que en 2009 empezará a entrar en crisis el actual modelo televisivo, y que alguna de las grandes cadenas privadas registrará importantes cambios en el accionariado. Las audiencias tienden a atomizarse, los jóvenes ven menos televisión que los mayores (prefieren otra pantalla) y la recesión va a notarse bastante en la facturación publicitaria.
Creo que en 2009 crecerá muchísimo la información por Internet. Hasta ahora, las cabeceras tradicionales, como la de este periódico, han dominado el sector. La marca pesa. No me convence, sin embargo, el sistema de coto cerrado (con alguna escapatoria hacia medios aliados) que utilizan las grandes marcas en sus medios digitales. La fricción entre los intereses de las empresas, que defienden lógicamente sus derechos mercantiles, y los intereses del público, que quiere tenerlo todo al instante y a ser posible gratis, se agudizará.
Creo, atención a la insensatez, que desaparecerán algunas cabeceras augustas y que surgirán nuevos medios en papel, destinados a convertirse, como decía Indro Montanelli, en “un lujo para la aristocracia intelectual”. Quizá eso no ocurra en 2009. Quizá ocurra más adelante. O quizá no ocurra. Sinceramente, pienso que sí. Lo cual no significa gran cosa. También pensaba sinceramente lo que dije una noche de 1976, en los viejos talleres de La Vanguardia, cuando vi por primera vez un periódico recién nacido que se llamaba EL PAÍS. “Esto no va a durar ni seis meses”, dije. Y ya ven. Quedan avisados. Que 2009 sea llevadero.
La noche más mortecina
Las cadenas apuestan por un fin de año repetitivo, insípido y bajo el signo del ahorro
02/01/2009
¡Qué derroche de humor enlatado, de gags rancios y de insulsas galas pasadas de moda! Los especiales de Nochevieja vuelven a brillar por su ausencia de imaginación. Eso sí, a ninguna de las cadenas se les puede reprochar pasarse del presupuesto.
TVE-1 ¡Féliz 2010!, por Carlos Boyero
Entre los codiciados anuncios que van a cerrar el año en TVE-1 veo que Sanitas nos desea salud a todos en el 2009. Supongo que a lo máximo que podemos aspirar en año tan temible es a no convertirnos en huéspedes fijos del hospital o del cementerio, ya que el bienestar económico y la consecuente felicidad sólo van a poder disfrutarlos los de siempre. Por si acaso, una pareja juvenil de la que ignoro su identidad está dándonos la brasa para que llamemos a un teléfono de la suerte en el que te puede caer un pastón. Una afortunada que consigue 24.000 euros rompe en llanto telefónico cuando le comunican que la fortuna se ha enamorado de ella. Antes, el viejo ritual para la nueva ceremonia no ha sido un desastre. Los profesionales de la simpatía Carlos Sobera y Anne Igartiburu no meten la gamba en el trascendente momento de las campanadas, hacen correctamente su papel. Y luego comienza el reinado del playback con una cuidada selección de músicos, sin concesiones a la horterada. No llego, por supuesto, al final de la gala. Si no veo casi nunca la tele por gusto, tampoco tengo la obligación de meterme una sobredosis porque sea Nochevieja. Alguien muy ingenioso me envía un sms en el que me desea ¡Feliz 2010! Pues eso, que sobrevivamos al 2009.
Antena 3. Tirando de la cadena, por Juan Cruz
Todo fue falso. Abba no era Abba, sino dos imitadoras. Al pie de la letra es un karaoke. Y Ramón García no se comió las uvas, él había dicho que el cuenco estaba vacío. Todo falso. Lo peor fue lo de Abba. Lo llaman Abba The Show y así salvan el copyright. Estaban en la playa de Las Canteras. Podían haber estado en la luna, se veía lo mismo que la playa, casi. Se juntaron allí para celebrar un espejismo. Abba no existe, pero allí estaba. Las ganas. Al pie de la letra (el otro gancho) glorifica a unas series de la cadena (Física o Química, El internado); los protagonistas de las series entonaron mejor que los cotillas de la misma cadena. Kira Miró, que se comió las uvas con García, dijo un chiste que pasará a la gloria de la tautología: “Mamma mía, como dicen en Italia”. Ella había dicho que llevaba ropa interior roja; y García salió a arroparse: “Me he puesto la capa para evitar desórdenes públicos”. Abba The Show consiste en dos mujeres que levantan las manos como si tiraran de la cadena (¿Antena 3?) de una cisterna. El cinismo es el subrayado de la copia: “Lo más parecido a un concierto de Abba desde Abba”. En medio de tanto cuerpo de imitación, García tuvo un lapsus en su conexión con Gran Canaria: “¡Buenas noches desde el año pasado”, dijo, cuando en Canarias maldecíamos aún 2008. Un día vamos a ver en la tele a un imitador de Picasso que será “lo más parecido a Picasso desde Picasso”, y lo veremos con delectación y alevosía.
Cuatro. Mucha ‘energy’ por Javier Martín
¿Se comería Paula Vázquez las 24 uvas (las suyas y las de su pareja)? Esa era la gran incógnita programada por Cuatro para la noche más esperada y, televisivamente, más insulsa del año. En este particular last time, cuando las cadenas compiten por montar el mayor fiestorro con el menor presupuesto, Cuatro apostó por sacar rendimiento a los chicos de su academia. No hacía falta ni vestirlos. Si la gente quiere bailar esta noche, Cuatro se lo montaba en casa y gratis: una pista, cuatro luces, música disco y sus bailones, que además debían demostrar su valía. La superviviente, superviajera y superbailona Paula Vázquez formaba pareja con el apático Rafa Méndez, el profesor funky de Fama. A él, la fama le ha llegado por hacer de su amazing, una forma de vida. El lado femenino de Vázquez&Méndez vestía a lo Kim Basinger en L. A. Confidential y anunciaba las coreografías de los alumnos; el lado masculino, de negro Martini, recordaba que ellos eran los únicos en directo. A las once en punto, Paula Vázquez dio su campanada con un par de pasos de baile hasta una tumbona, donde se revolcó enseñando piernas y demás (poco demás). La calentura, si la hubo, la traicionó su sonrisa, que el duro Méndez palió con su interpretación. A partir de ahí fue creciendo el lado macho de la noche. Achicando, quién lo iba a decir, a la hiperactiva Vázquez, llegaron las campanadas y Rafa Méndez, sin la careta de profesor resabiado, se mostró histriónico, sensual y humano, deseándonos a todos mucha, mucha energy.
Telecinco. Invitación al sueño por Enric González
Acabé 2008 con una sobredosis de Escenas de matrimonio. Luego dirán que estamos bien pagados. Seamos serios: esto de Escenas… o se consume por vicio, o no hay dinero que lo compense. Tremendo. Añoré mi juventud y aquel viejo sketch de Fernando Esteso, “Coñac La Parra, el que lo bebe la agarra”. Creo que con esto está todo dicho. En esta cadena no se mataron con la programación. Salieron del paso echando mano de las series de siempre y de los empleados de confianza. En cierta forma, hicieron lo sensato. Se trata de una noche que ofrece dos alternativas razonables: salir por ahí, y asumir las consecuencias, o acostarse a una hora temprana. Evidentemente, existe una tercera opción: quedarse en casa para ver la tele. Yo mismo lo hice. Con la autoridad que me confiere la experiencia, afirmo que los de la “tercera vía” no tenemos derecho a quejarnos. Nosotros nos lo buscamos. Nos merecemos lo que nos echan. Las campanadas fueron cosa de Christian Gálvez (Pasapalabra) y María Castro (Sin tetas no hay paraíso), jóvenes y acelerados. Ninguno de los dos llevaba capa, que ya es algo. El gráfico come uvas fue útil para los sordos y para quienes nunca hemos pillado el ritmo. Lo que vino luego, el primer programa después de los primeros anuncios de 2009, sintonizó con la crisis. ¿Para qué pagar a un montón de personajes, si con uno va que chuta? Eugeni Alemany protagonizó a solas, dialogando con fotografías, algo indefinible que, para entendernos, llamaremos programa. Algún cameo, mucho reciclaje de escenas ya emitidas, y una saludable invitación al sueño.
La sexta. “Esto no lo va a ver nadie” por Tomás Delclós
Buenafuente y Berto no fueron la única pareja masculina en despedir el 2008. En TV-3 lo hicieron el meteorólogo Tomàs Molina y su doble, que lo parodia con éxito en Polònia. Buenafuente y ese estupendo canterano que es Berto no se cansaron mucho. Todo enlatado, hasta las campanadas, supuestamente retransmitidas desde el interior del reloj de la Puerta del Sol. Había ganas de salirse de los cánones televisivos de la noche. Ahorro en el gasto y algo de atrevimiento en la propuesta, pero su ejecución descarrió. No basta con ver a unos amigos que están contentos para contentar a quienes los contemplan. Apetecía una recreación del teatro del absurdo para esperar 2009, pero se malgastó con chistes ya sabidos. “Esto no lo va a ver nadie”, se temió en un momento Buenafuente. No sé qué dirá el audímetro, pero lo mejor del fin de año televisivo sigue siendo ver, a la hora del almuerzo, en los noticiarios, como la gente de Sidney ya lo ha celebrado.
Instituciones y personas
Enric González 04/01/2009
Las personas son más grandes que las instituciones. A veces, muchísimo más grandes. Comparemos, por ejemplo, una prestigiosa institución europea, el Corriere della Sera, que desde 1904 es el diario más influyente y más leído en Italia, con un periodista florentino, flaco y bilioso llamado Indro Montanelli. Comparemos.
El mejor epitafio a Montanelli se lo escribió, en vida, su rival Fortebraccio, del diario comunista ‘L’Unità’
El lector tendrá ya sus propias ideas sobre Montanelli (1909-2001) y su evolución ideológica. Por supuesto, fue fascista hasta las cachas. En 1936 tenía ya experiencia profesional, porque había trabajado como reportero de sucesos en el vespertino de París France Soir y en la agencia estadounidense United Press; nadie quiso, sin embargo, enviarle como corresponsal a la campaña bélica en Abisinia, y Montanelli se alistó como soldado. Adoraba a Mussolini y a Kipling, y actuó en consecuencia: imperialmente, compró por 500 liras una niña de 12 años y la utilizó como esposa durante la guerra. También escribió frases como esta: “No seremos nunca dominadores si no adquirimos una consciencia exacta de nuestra fatal superioridad. Con los negros no se confraterniza. No se puede, no se debe. Al menos hasta que se les proporcione una civilización”.
Con el tiempo se le enfrió el fascismo. Ya en la Guerra Civil española, en la que fue enviado especial de Il Missaggero, fue expulsado del Colegio de Periodistas y del Partido Fascista por escribir que la conquista de Santander, por parte de tropas italianas, había carecido de heroísmo. Trotó por varios frentes en la II Guerra Mundial, se unió a los partisanos antifascistas en 1943, fue detenido y condenado a muerte por los nazis y fue salvado, casi in extremis, por uno de los propietarios del Corriere della Sera, Aldo Crespi, que sobornó con 500.000 liras a un oficial de las SS. ¿Un punto a favor del Corriere? No, un punto a favor de Crespi.
Después de la guerra, Montanelli se convirtió en el gran enviado del Corriere. Entrevistó a estadistas, cubrió guerras e invasiones, publicó decenas de libros (su Historia de Italia ha vendido, hasta hoy, más de dos millones de tomos) y mantuvo un anticomunismo feroz.
Vayamos al momento que importa. En 1973, Montanelli, resentido por el giro hacia la izquierda en la línea editorial del Corriere y por los aires de depuración que circulaban por el periódico (los sesentayochistas desplazaban a los viejos), se largó y fundó, al año siguiente, Il Giornale. Su socio capitalista era Silvio Berlusconi, un constructor milanés con mucho dinero y poca fama.
La sociedad biempensante permaneció alineada con el Corriere, la gran institución.
Por entonces, las Brigadas Rojas empezaron a practicar unos atentados terroristas que consideraban de “baja intensidad”. Consistían en disparar a las piernas y lo llamaban gambizzare, de gamba, pierna. En España, Terra Lliure hizo eso con Federico Jiménez Losantos, que en la época, 1981, colaboraba en EL PAÍS. Las Brigadas Rojas atacaron a Montanelli el 2 de junio de 1977. El periodista sufrió dos disparos, uno de ellos, casi mortal, junto a la ingle. Al día siguiente, el Corriere, el diario más prestigioso de Italia, dio la noticia con el siguiente titular, que no hace falta traducir: Milano, gambizzato un giornalista. El nombre de Montanelli, el periodista más brillante del país, sólo aparecía en el texto.
Resulta curioso recordar que en ese momento hubo aplausos para los terroristas y, por diferentes razones, para el periódico. Se creía que el Corriere era propiedad de la intachable editorial Rizzoli y que su único interés era el bien público. En realidad, a través de una red de sociedades interpuestas y de pactos secretos, los auténticos dueños eran Licio Gelli, fundador de la logia golpista P-2, y Roberto Calvi, banquero del Vaticano y de la Mafia, que años después apareció colgando, muy probablemente asesinado, de un puente londinense.
Montanelli rompió con Berlusconi cuando éste entró en política, le combatió desde un nuevo y efímero periódico, La Voce, y acabó volviendo al Corriere, donde mantuvo hasta su muerte un espacio de diálogo con los lectores. El mejor epitafio se lo escribió, aún en vida, su rival Fortebraccio, editorialista del diario comunista L’Unità. En realidad, el epitafio era para el mismo Fortebraccio: “Aquí yace Fortebraccio, que secretamente amó a Indro Montanelli. Paseante, perdónale, porque nunca ha dejado de avergonzarse por ello”. Montanelli le respondió, en una nota, que quería ser enterrado junto a su rival, bajo una lápida con una breve inscripción: “Ver lápida contigua”.
El epitafio real careció de palabras. El 18 de julio de 2001, en la capilla ardiente de Montanelli, alguien acercó una silla al féretro y dejó sobre ella un ejemplar del Corriere. El diario no podía redimirse de otra forma. La institución tuvo que inclinarse ante la persona. –
Positivismo
ENRIC GONZÁLEZ 19/01/2009
La ficción policial moderna es hija del positivismo victoriano. Dupin (Poe), Holmes (Conan Doyle) y Poirot (Christie) son detectives que no creen ni en las hipótesis ni en el azar: la observación y la lógica les conducen siempre a la verdad. Resultan muy reconfortantes en nuestros tiempos, dominados por el azar y la hipótesis.
El mentalista (La Sexta) ofrece, hasta cierto punto, el mismo efecto tónico. La serie se parece mucho a otra que emitió Cuatro, Psych, pero eso es normal: el positivismo no deja demasiado margen a la invención. Como en Psych, y como en los relatos de Sherlock Holmes, el protagonista utiliza su capacidad de observación y deducción para obtener resultados que pasan por mágicos o paranormales. La inteligencia del detective desenmascara al asesino. Y ya está.
El mentalista, de factura muy imperfecta, entretiene sin deleitar.
Lo interesante, ahora, sería crear un personaje que sintetizara la época actual. Un personaje antipositivista que, por lógica (no sé si aún es correcto utilizar esta palabra), debería encarnar cualidades diametralmente opuestas a las de Holmes.
Veamos. Holmes era inteligente, antipático, despreciaba la literatura y jamás hablaba en términos generales. El personaje actual, por tanto, habría de ser simpático, aficionado a la ficción, de inteligencia nada deslumbrante y con tendencia a la vaguedad. Holmes apenas se interesaba por la política: el anti-Holmes sentiría pasión por ella.
¿Qué más? Ah, elemental (la palabra que Holmes nunca le dijo a Watson): puesto que el detective de Conan Doyle era capaz de predecir acontecimientos, nuestro personaje debería gozar de abundante información y, sin embargo, ser del todo incapaz de anticipar sus consecuencias. Por poner un ejemplo, nuestro personaje sólo reconocería una crisis económica de dimensiones apocalípticas cuando dicha crisis le mordiera los tobillos.
Ya tenemos al personaje. Y no creo que sirva de gran cosa: nos ha salido tan poco interesante como un presidente del Gobierno.
El fútbol líquido
19/01/2009
Perdonen. Les prometo que este articulito habla de fútbol. De Matthew Le Tissier, por ejemplo: el genio perezoso que nunca quiso dejar su equipo, el Southampton.
Pero antes habrá que mencionar al filósofo polaco Zygmund Bauman y referirse un momento a su exitosa teoría de la sociedad líquida. Bauman afirma que la vieja sociedad sólida, construida sobre bases estables como la familia, el empleo o las instituciones políticas, se ha desvanecido y que la posmodernidad ha roto todos los anclajes. Nos movemos en un entorno precario y cambiante, en el que antiguos valores como la fidelidad, la duración o la renuncia han perdido su significado. Eso es la sociedad líquida. Algunos hablan ya de sociedad gaseosa. Los individuos y las instituciones flotamos a la deriva.
Llegamos a Le Tissier. Fue, y es, el hombre más reverenciado de Southampton, una localidad no especialmente agraciada del sureste inglés. Dedicó al Southampton, un equipo siempre al borde del desastre, su carrera deportiva completa (1985-2002) y una colección de goles increíbles. Le gustaba elevar el balón y golpearlo en el aire, como suele hacerse en la playa (nació en Guernsey, una isla del Canal de la Mancha), y no fallaba un penalti. Lanzó 50 y marcó 49. El día que falló corrió a felicitar al portero: era y es un tipo amable. Le Tissier, que a veces estaba muy gordo y no se distinguía por su rapidez, fue tentado por numerosos clubes. Milan, Chelsea y Tottenham le hicieron ofertas en firme. Ni siquiera contestaba. Sólo fue internacional en ocho ocasiones y tampoco eso pareció importarle mucho.
Matthew Le Tissier fue un futbolista de club. Hasta hace un par de décadas, había al menos uno en cada equipo modesto y, quitando a los fenómenos, que siempre emigraron, alguno de ellos era realmente bueno. Representaban la continuidad y la memoria. ¿Hacemos ahora una lista de los grandes futbolistas de club? Raúl en el Madrid. Puyol en el Barcelona. Gerrard en el Liverpool. Maldini en el Milan. Totti en el Roma. Del Piero, con reparos (ha jugado en otros equipos) en la Juventus. Podríamos añadir algunos más. ¿Se les ocurre alguno en un equipo de aspiraciones limitadas? Queda Tamudo, pero sigue en el Espanyol por pura casualidad: porque el Rangers, que le fichó hace ocho años, le devolvió a Barcelona por razones médicas.
En la sociedad líquida, los grandes jugadores de club y, por extensión, la estabilidad y la memoria constituyen un lujo, una rareza que sólo pueden permitirse las instituciones más solventes.
Le Tissier era ya un veterano cuando el pay per view de Murdoch creó la Premier League, los sueldos se dispararon y el fútbol inglés alcanzó el estado líquido. Pudo vivir al margen del nuevo modelo de negocio. Su caso, hoy, es prácticamente irrepetible. Enjambres de intermediarios flotan sobre las canchas juveniles para llevarse al chico prometedor mucho antes de la mayoría de edad. Ocurre lo que todos sabemos: los clubes fuertes son cada vez más fuertes y los débiles son cada vez más débiles. Y ocurre además lo que decíamos antes: que la continuidad, la memoria, los relevos entre generaciones, son sólo de quien puede pagarlos.
Tienes una cita con Enric González
El periodista se incorpora de modo semanal a los encuentros digitales con los lectores de ELPAÍS.com
Sobre Enric González
Enric González es uno de esos periodistas que con los años consolidan un estilo propio que crea escuela. Ahora, los lectores de ELPAÍS.com podrán hablar con él todas las semanas de las noticias de actualidad, de libros, de fútbol, de la vida… El primer encuentro tendrá lugar el martes 20 de enero a las 12.00 horas.
Enric González
ENTREVISTA DIGITAL – 20-01-2009
Ya ha llovido desde que en 1992 Enric González abandonara la redacción madrileña de EL PAÍS para marcharse de corresponsal a Londres. De aquello salió, años después, Historias de Londres, un libro lleno de secretos y aventuras de sus años en la capital británica.
De Londres marchó a Nueva York, otra de esas grandes ciudades que producen sensaciones especiales en los hombres que las habitan. Allí vivió los ataques a las Torres Gemelas o la elección de George W. Bush como presidente. Alternó vidas entre Manhattan y Washington y cuando abandonó Estados Unidos dejó para el recuerdo Historias de Nueva York. Su segundo libro es toda una oda a la ciudad de los rascacielos, un manual de supervivencia y gozo.
Años después de abandonar su Barcelona natal aterrizaba en Roma, su último destino. Allí González pudo disfrutar de una de sus grandes pasiones, el fútbol. Desde su columna semanal en EL PAÍS, González fue rescatando a personajes olvidados del balompié italiano, disfrutó con Totti, vivió con agonía las empates de su Inter y dejó una impronta del carácter italiano a través de la forma que los transalpinos tienen de vivir el fútbol. A su regreso a España aparecía Historias del Calcio, un libro que recoge sus mejores columnas de los años que paso en Italia.
A su vuelta a España, el periodista sigue tratando el fútbol con su columna semanal y la actualidad desde las última páginas del diario. Con todos estos viajes y aventuras se ha consolidado como un referente de la prensa española con cientos de seguidores que leen cada pieza suya con deleite y admiración. Ahora, semanalmente, tendrán la oportunidad de charlar con Enric González de deporte, actualidad, aventuras, viajes y ciudades.
Desaliento
ENRIC GONZÁLEZ 20/01/2009
Éstos son los peores días del año. Los ingleses lo tienen bastante estudiado. Ahora mismo, incluso en años buenos, se juntan los gastos aplazados de diciembre, los gastos inaplazables de enero, los resfriados y las gripes, el frío y las noches largas. En un año como éste existen numerosos motivos adicionales para el desaliento: no hace falta que nos extendamos sobre eso, las cartas están a la vista.
Según el Daily Telegraph de Londres, el día malo, malísimo, fue ayer, porque además de todo era lunes. Es una forma de mirarlo: quienes trabajamos los domingos no somos tan severos con el lunes.
La Sexta eligió el teórico peor día del año para presentar la nueva versión, corregida y aumentada, de Sé lo que hicisteis. Me pareció una iniciativa discutible. Patricia Conde y Ángel Martín seguirían siendo graciosos (y un portentoso ejemplo de eso que llaman “química”) en cualquier formato, y el resto del equipo está ya perfectamente rodado y funciona solo. Ir alargando una idea, sin embargo, suele significar que no se dispone de otras, y eso es mal síntoma. Sé lo que hicisteis es un excelente programa pequeño. No debería convertirse en un ómnibus mediocre. Tampoco hace falta. Ya han ganado su particular guerra de sobremesa con Telecinco, que, tras las desgracias con Las gafas de Angelino y Xq no te callas?, se ha visto obligada a adelantar los crímenes con paella del inefable Está pasando. Eso también demuestra que faltan ideas. Antena 3, que suprime Lalola, flojea desde hace tiempo. TVE, por su parte, no necesita ideas para la siesta: según van las cosas, Amar en tiempos revueltos acabará durando muchísimo más que la posguerra.
Éstos son los peores días, decíamos. Hoy, en cualquier caso, hemos superado el lunes y llegado al martes. Que no es poco, con lo que está cayendo. Seguirán las malas noticias, pero, salvo tragedia de tono apocalíptico, algo habrá de bueno: George W. Bush no dormirá nunca más en la Casa Blanca ni ocupará nunca más el Despacho Oval. Quedarán muchos mandamases inútiles y perversos. Bush, al menos, ya no.
ANÁLISIS: Cosa de dos
Murrow
ENRIC GONZÁLEZ 21/01/2009
Egbert Murrow, conocido como Edward Murrow, fue uno de los grandes periodistas de su tiempo. Una película reciente, Buenas noches y buena suerte, sobre su batalla televisiva contra el senador Joseph McCarthy y la cruzada anticomunista, le ha recuperado para las nuevas generaciones.
Cuando empezó a dirigir un informativo en televisión, en 1952, Murrow era ya una celebridad. Era la voz de la guerra. Se había hecho cargo de la oficina londinense de la CBS en 1937, y desde 1939 sus crónicas radiofónicas sobre la guerra desatada por Alemania fueron las más escuchadas en Estados Unidos.
Aunque viajó con frecuencia al frente, Murrow envió la mayoría de sus servicios desde Londres. La capital británica sufría continuos bombardeos y Murrow supo reflejar, con la máxima economía de medios, el sufrimiento de la ciudad, su digna resistencia y su victoria final. Pero no sólo ocurrían bombardeos. Desde la entrada en guerra de Estados Unidos, en Gran Bretaña empezó a acumularse una importante fuerza militar. Esa fuerza se hizo imponente en vísperas del desembarco en Normandía.
Sería bueno que los actuales periodistas, los aspirantes a periodistas y el público interesado en este oficio en crisis volvieran a escuchar con atención aquellas crónicas radiofónicas. Algunas se conservan. Y sorprenden por dos razones. Una, el silencio de Murrow sobre los preparativos militares: había censura y no se permitía difundir información que pudiera ser útil al enemigo. Dos, la aparente superficialidad con que Murrow abordaba asuntos como las rivalidades entre los generales aliados o los rifirrafes diplomáticos: aquel periodista quería captar la atención de la gente y contar lo esencial, dejando los detalles para los especialistas.
Los medios actuales no podemos soslayar conflictos políticos relevantes, como el suscitado por la decisión de Esperanza Aguirre de controlar Caja Madrid. El tema es importante. ¿Alguien ajeno al Gobierno madrileño, a la caja en cuestión o al periodismo es capaz de seguirlo cotidianamente? Yo me declaro incapaz. ¿Qué habría hecho Murrow? ¿Cómo habría informado sobre ese asunto, y otros similares? Me lo pregunto con frecuencia.
ANÁLISIS: Cambio en la Casa Blanca
Un instante brillante y efímero
Enric González 21/01/2009
La multitud, la raza, la trascendencia en la historia: dejo de lado esas cuestiones, superlativas, que abundarán en los textos principales. A mí, simple espectador de televisión, me sorprendió el fondo de angustia en el discurso. Obama habló de esperanza. El mismo Obama encarna una gigantesca ola de esperanza (objetivamente delirante) en todo el mundo. Pero la esperanza de Obama se situó lejos en el tiempo, semioculta tras una serie de durísimas batallas inminentes. El mensaje del nuevo presidente de Estados Unidos se envolvió en buenos propósitos; el texto subyacente, sin embargo, sonaba al Winston Churchill de 1940: “Sangre, sufrimiento, lágrimas y sudor”.
El último presidente al que sus ciudadanos pidieron esperanza fue Ronald Reagan. Los estadounidenses, abatidos por el racionamiento del combustible, la mezcla de inflación y recesión, el fracaso en Irán y lo que ya entonces parecía un declive inevitable, querían recuperar el ánimo colectivo. Reagan pronunció un discurso claro, en el que resumió su programa de reducir el Gobierno federal y los impuestos, y perfectamente cincelado para la ocasión. Habló a sus conciudadanos llamándoles “héroes”. Puede decirse que ese mismo día nacieron el optimismo irracional, la revolución tecnológica, los hipermercados financieros y las burbujas que estallan ahora. El efecto, en cualquier caso, fue inmediato.
También se pedía esperanza a Franklin Roosevelt, en 1932. La Gran Depresión había arruinado el país y se expandía por el mundo. Hubo ecos del discurso inaugural de Roosevelt en el discurso de Barack Obama, pero faltaron la energía y la concisión. Obama leyó mucho sobre la era de Roosevelt antes de viajar a Washington, porque debía enfrentarse a problemas no muy distintos de los de hace 80 años.
Pese a ello, Obama adoptó a Lincoln como referencia. Ambos tenían orígenes inusuales para un presidente, ambos llegaron a Washington desde Illinois, ambos eran altos y delgados. Obama quiso jurar sobre la Biblia de Lincoln. Abraham Lincoln es hoy una figura universalmente respetada, pero fue un presidente trágico: el inicio de su mandato casi coincidió con el inicio de la guerra civil, tuvo que enviar a sus soldados a horribles matanzas, se vio obligado a variar sobre la marcha sus compromisos electorales (no llegó a la Casa Blanca como abolicionista de la esclavitud) y padeció como ninguno la soledad del poder. Su discurso inaugural fue pobre, cosa extraña en un orador excepcional que años después, en Gettysburg, pronunció uno de los mejores parlamentos de la historia. Llegó a la Casa Blanca lleno de angustia y equivocado: pensaba que no habría guerra. Su asesinato culminó la tragedia.
Viendo la ceremonia de ayer me pareció -permitan la absoluta subjetividad- que una inmensa sombra flotaba sobre la alegría. Me pareció que la gente quería, queríamos, disfrutar de un momento de esperanza, conscientes de que llegarían cosas terribles. Me pareció que el mismo Obama, con sus invocaciones a Lincoln, compartía la sensación del instante brillante y efímero.
Decibelios
ENRIC GONZÁLEZ 22/01/2009
Un par de horas después del discurso inaugural de Barack Obama, un amigo, alto directivo de una empresa televisiva, me llamó por teléfono. Me dijo algo parecido a lo siguiente: “Estoy viendo la ceremonia en CNN; los locutores llevan más de cinco minutos sin hablar, y es fantástico”. Mi amigo, un hombre inteligente, tenía razón. En realidad, estaba echando un vistazo al futuro inmediato. Incluso en algo tan convencional como CNN empieza a entreverse lo que viene.
El negocio de la información atraviesa (reconversiones industriales al margen) una situación no muy distinta a la que vivió la música popular, lo que llamamos pop-rock, entre 1975 y 1980. El lector medianamente veterano recordará la extraordinaria pesadez de todo aquello: los discos conceptuales, las canciones de 15 minutos, la reiteración hasta la náusea, los finales inacabables, y, encima, la desvergüenza con que unos músicos más o menos embrutecidos por los excesos y ahogados en dólares lanzaban consignas supuestamente provocadoras.
Se sabe cómo acabó el latazo sinfónico. Irrumpieron unos tipos sin técnica ni sentido, gente como los Sex Pistols y sus herederos, y acabaron en dos patadas con los dinosaurios. ¿Por qué? Porque los dinosaurios aburrían y no eran creíbles. Cualquier alarido espontáneo, cualquier enunciado simple y de aspecto sincero, era más agradecido que aquella sofisticada tabarra sinfónica e industrial. Parte de esa murga musical vuelve ahora a hacer giras, pero como subproducto industrial, como caricatura o como vestigio arqueológico. Ninguna importancia.
Las televisiones dedicaron horas a la ceremonia de Washington: correcto. Las rellenaron de comentarios obvios, de exclamaciones, de retruécanos, de signos de admiración: incorrecto. Lo mismo que los periódicos: ¿de verdad hacían falta tantas páginas para insistir en lo evidente?, ¿tanta necesidad tiene el cliente de que le griten al oído que algo es importante? El punk de los blogs y las redes suena ya en el subsuelo. El mundo conversa electrónicamente. Nosotros, la vieja industria, seguimos entretenidos subiendo los decibelios.
Caballos
ENRIC GONZÁLEZ 23/01/2009
No he visto una película más amarga que Danzad, danzad, malditos. Posiblemente conocen esa obra de arte. Yo la recuerdo cada vez que veo programas como La noria o ¿Dónde estás, corazón?
Durante la Gran Depresión, tras la catástrofe bursátil de 1929, se organizaban maratones de baile. Legiones de estadounidenses famélicos bailaban durante días y semanas, sin interrupción, sonámbulos, para alcanzar el premio concedido a la pareja que más resistía. La película de Sydney Pollack, basada en una novela de Horace McCoy y filmada en 1969, cuenta la historia de dos muchachos en uno de esos maratones. Cuando Gloria (Jane Fonda) y Robert (Michael Sarrazine) descubren que el premio es una miseria, abandonan. Gloria se siente al final del camino un caballo roto y sin esperanza, e intenta dispararse, pero no lo consigue. Pide a Robert que lo haga por ella y Robert lo hace. Cuando la policía detiene al joven y le interroga, Robert pronuncia la frase del título original: “¿Acaso no matan a los caballos?”.
Miren a los personajes de La noria, DEC y programas similares. Mírenlos a todos: famosillos, tertulianos, periodistas, monstruos. Mienten, gritan, se humillan y se pelean por un dinerillo. Podemos hablar de bastantes miles de euros: sigue siendo dinerillo. Lo que se recibe a cambio de la dignidad es siempre dinerillo.
Tal vez estemos adentrándonos en una nueva Gran Depresión. Eso abriría grandes posibilidades televisivas: imaginen las colas para aparecer en esos programas. El público, el mismo público hoy que el que 80 años atrás reía cuando una de las parejas caía agotada al suelo, espumeando por la boca, puede pasárselo de fábula.
Me asquea más el público que los participantes. Quienes dan el espectáculo son gente que, por una u otra razón, necesita unas monedas y hace lo que sea por ellas. Son pobres caballos heridos.
Un crucero mediterráneo
ENRIC GONZÁLEZ 25/01/2009
Nadie, que yo sepa, ha escrito una pieza teatral sobre ese viaje. Libros, sí, muchos. Pero no teatro. Y, sin embargo, debió ser material escénico de primera clase. No porque constituyera un momento fundacional de lo que se llamó jet set, ni porque en él comenzara una de las historias de amor más célebres y tristes del siglo XX, sino por los protagonistas: el hombre más rico del mundo, el estadista más célebre del mundo, la cantante más famosa del mundo. Si ahora se juntaran en un yate Bill Gates, un Barack Obama ya viejo y Madonna, y Bill Gates y Madonna cayeran enamorados, no se alcanzaría en la imaginación popular el impacto que causó en 1959, hace 50 años, el crucero mediterráneo del Christina.
Onassis se separó de su esposa, y Callas de Meneghini, y vivieron un agitado romance que acabó, de hecho, en 1963
Aristóteles Onassis, nacido en 1906 en Esmirna, entonces parte del imperio otomano, había hecho su fortuna en Argentina. Poseía una flota de buques, la compañía aérea Olympic Airways y, de hecho, el Principado de Mónaco, gracias a su control de la Société des Bains de Mer, el holding de los hoteles y casinos relanzados a la fama tras la boda entre Rainiero y Grace Kelly. También poseía una isla en el Egeo, Skorpios. Y estaba casado con la hija de Stravros Livanos, el patriarca de los navieros griegos.
No hace falta extenderse sobre el invitado de honor en aquel crucero. Winston Churchill tenía ya 84 años, estaba casi sordo y había perdido algo de memoria, pero mantenía la inteligencia y la mordacidad. Churchill se había encariñado con Onassis. Su nieta, Celia Sandys, que formaba parte del séquito del estadista, cree que el afecto se basaba en dos factores: el magnate escuchaba con suma atención al estadista, y le proporcionaba ingentes cantidades de caviar y champán Dom Pérignon. Eso bastaba.
También subieron a bordo del Christina, el 23 de julio de 1959, el industrial italiano Battista Meneghini y su esposa, la soprano Maria Callas, máxima celebridad del canto. En sucesivas escalas, el Christina recogió y desembarcó a otros personajes. Como Elsa Maxwell, la reina de las periodistas del corazón. O un joven príncipe español llamado Juan Carlos de Borbón. O el primer ministro griego Konstantin Karamanlis.
Debió ser tremendo. Churchill decidió desde el primer momento que no soportaba a Maria Callas, “esa señora tan irritante”. Maria Callas, a su vez, no podía sufrir que Churchill la eclipsara. Un ejemplo: en Delfos fueron recibidos con un gigantesco despliegue floral dedicado al ex primer ministro británico, reverenciado en Grecia por su papel en la guerra civil que afligió el país tras la retirada de los nazis; cuando descubrió que los honores no eran para ella, la soprano pronunció una frase lapidaria: “Me gusta viajar con Winston Churchill, alivia un poco el peso de mi popularidad”. Por una vez, Churchill se calló lo que pensaba.
El Christina era una antigua fragata militar canadiense, reconvertida en yate. Medía 100 metros, disponía de 20 cabinas de lujo para invitados, camarotes para los séquitos y 60 tripulantes. Los taburetes del bar circular estaban decorados con dientes de ballena y tapizados con piel de prepucio del mismo animal. Abundaba el lujo, pero también la incomodidad. Con su vieja motorización (de poca potencia, para que las vibraciones no dañaran las obras de arte) y la adición de un puente superior, se convertía en una coctelera en cuanto el mar se movía un poco. Onassis no tuvo problema para seducir a Callas: el marido de ésta, Meneghini, se pasó las tres semanas de viaje en el camarote, vomitando y pidiendo volver a casa.
Lo que salió del crucero es conocido. Onassis se separó de su esposa, y Callas de Meneghini, y vivieron un agitado romance que acabó, de hecho, en 1963, en cuanto el presidente Kennedy fue asesinado y su viuda quedó disponible: Onassis la persiguió hasta casarse con ella, cuatro años después. En su libro Greek Fire (Fuego griego), Nicholas Gage afirma que durante el crucero mediterráneo Callas concibió un hijo de Onassis. El niño, según documentos de Gage, nació y murió el 30 de marzo de 1960.
Callas falleció sola, en su casa parisiense, el 16 de septiembre de 1976, a los 54 años. Onassis, harto de Jacqueline Kennedy y hundido desde la muerte de su hijo, también había muerto en soledad, también en París, un año antes.
En septiembre pasado, la nieta de Churchill embarcó de nuevo en el Christina para rememorar, junto a un grupo de viajeros que pagó por ello una fortuna, el crucero de 1959. El Christina, remozado pero aún con sus pieles de prepucio, se alquila por 65.000 euros al día. El Dom Pérignon va incluido en el precio.
Milá
ENRIC GONZÁLEZ 26/01/2009
Los buenos presentadores de televisión necesitan un punto de exhibicionismo. El público ha de notar que al presentador le gusta estar ahí, mostrándose. Con el tiempo, el presentador se envicia: necesita la cámara y goza con ella. En ese vicio habrá grados de dependencia, supongo. No sé cuánta dependencia habrá desarrollado Mercedes Milá, pero jamás he visto a nadie que goce de la cámara con tanta intensidad.
(En otras circunstancias, ahora estaría ya elucubrando sobre cuestiones como la cámara, el exhibicionismo, el “voyeurismo” y el sexo. Pero acabo de ver en la portada de un suplemento dominical, bajo el titular ¿Por qué tenemos que sexualizarlo todo?, una fotografía de Alfredo Urdaci disfrazado de Tintín y maquillado como una fallera de Lladró. La impresión ha sido tremenda. Temo que la palabra “sexo” me recordará para siempre a Urdaci. A cambio de mi trauma, ustedes se ahorran un párrafo superfluo de psicología cutre y sexología barata).
A estas alturas, pocos se atreverán a discutir que el éxito de Gran Hermano, después de 10 temporadas, se basa en Mercedes Milá. El formato es ingenioso, puede utilizarse como plato principal o como condimento de otros programas (y eso ha salvado más de una campaña a Telecinco), juega con el esquema exhibicionistas-mirones que está en el fundamento del espectáculo televisivo y permite una casi ilimitada (aunque falsa) dramatización. En 10 años, sin embargo, Gran Hermano se habría desgastado profundamente de no ser por Milá.
No es necesario que diga que Gran Hermano me parece una chorrada. ¿Y qué? A mí me encanta el fútbol, que, en esencia, es también una chorrada. Sí, Gran Hermano contiene altas dosis de basura, pero Milá, con sus excesos y su goce, la transforma en farsa. Gran Hermano es eso tan asqueroso y entretenido que llamamos televisión.
Lo fundamental, insisto, es lo bien que se lo pasa Milá ante una cámara. Esta señora ha elegido bien su profesión. Con Mariano Rajoy, la impresión es la contraria.
Kaká, la gerontocracia y las ofertas diabólicas
ENRIC GONZÁLEZ 26/01/2009
Digamos que Silvio Berlusconi es un personaje singular. Así nos entendemos todos y él no se enfada. Porque una de sus singularidades consiste en leer, o en hacer que le lean, lo que se escribe sobre él en las páginas deportivas. Puedo garantizarlo: cuando trabajaba en Italia, más de un lunes recibí una llamada de Paolo Bonaiuti, hombre de confianza de Berlusconi y portavoz del Gobierno. Bonaiuti llamaba para quejarse. No por una crónica de política o economía, sino por alguna opinión contenida en unas cosillas llamadas Historias del calcio que hacía yo entonces.
Parece bastante evidente que Berlusconi tiene un alto concepto de sí mismo y cuenta con ocupar un lugar destacado en la historia italiana. Sospecho, sin embargo, que, por encima del dinero, del poder y de los galanteos, es decir por encima de todo, valora su trabajo en el Milan. ¿Recuerdan el Rosebud? Era el trineo que, en Ciudadano Kane, el magnate añoraba en el momento de la muerte. Pues bien, Berlusconi no ha perdido su Rosebud. Para Berlusconi, el Milan es a la vez un objeto de placer casi infantil y un símbolo de trascendencia.
El Milan no pasa por su mejor momento. Ni en la competición italiana, hasta ahora dominada por el Inter y la Juventus, ni en Europa: vivir fuera de la Champions ha de resultar muy duro para una institución que se autoproclama “el club con más títulos del mundo”. El Milan de 2009 es además un equipo tremendamente desequilibrado. Basta recitar la alineación que se enfrentó al Roma hace un par de semanas: Abbiati (31 años), Zambrotta (casi 32), Maldini (40), Favalli (37), Jankulovski (31), Beckham (33), Seedorf (32), Pirlo (28), Ambrosini (31), Ronaldinho (28), Kaká (26) y Pato (19).
Observen que la parte delantera es de alto nivel y de edad razonable. Todo lo que hay detrás, por el contrario, es disfuncional y fondón, impropio de un gran equipo. En la defensa falta Nesta, cierto. Pero Nesta va por los 32 años y está muy castigado por las lesiones.
Contaba ayer John Carlin que Kaká ha rechazado la megaoferta del Manchester City, que John llamaba “la oferta del diablo” (El diablo, curiosamente, es el apodo del Milan), y que ha hecho un favor al fútbol quedándose con Berlusconi. El City, por supuesto, no es el Milan. Hasta ahí, de acuerdo. Ahora bien, ¿se han fijado en todo lo que necesita el Milan para acabar con la tendencia gerontocrática? Los viejos jugadores milanistas cuentan con la experiencia necesaria para ganar cualquier final, pero no con las piernas para llegar a ella. A finales de esta temporada se impondrá una renovación profunda. Y arriesgada, como todas las renovaciones.
Kaká es uno de los tres o cuatro mejores jugadores del mundo. Pato es un delantero excelente y jovencísimo. A Ronaldinho aún le quedan unos cuantos tiros libres. Lo demás, con la excepción de Pirlo, pronto será material de desguace.
No tengo ni idea de los planes de Berlusconi. Puestos a vaticinar, sin embargo, creo que en el verano acabaremos hartos de Silvio Berlusconi y de Florentino Pérez y de su necesidad de comprarlo todo.
(Por cierto, lean lo que John Carlin escribe sobre el rugby en su nuevo libro, El factor humano. Da igual que no les guste el rugby o no les gusten los libros: es deporte en grado sublime).
Tragedia
ENRIC GONZÁLEZ 27/01/2009
Nos hemos acostumbrado a exigir responsabilidades. Cualquier desgracia ha de tener un responsable. Es una característica de la posmodernidad urbana: la convicción de que si todo el mundo hiciera exactamente lo que tiene que hacer, si en cualquier circunstancia se movilizaran todos los medios disponibles (y el Estado, según nuestra concepción, cuenta con medios ilimitados), no existiría la tragedia.
Pero la tragedia existe, y seguirá existiendo. El viento derribó el sábado un edificio en Sant Boi, cerca de Barcelona, y unos niños que jugaban a béisbol quedaron sepultados bajo los cascotes. Eso es lo que llamamos tragedia. Y dentro del mecanismo trágico, que (no lo olvidemos) sirve para marcar los límites de la vida y las personas, las fronteras que nos separan de la divinidad o de la nada, funciona otro tipo de responsabilidad que ni es posmoderna ni se extiende al ámbito público. Es lo que, en términos judeo-cristianos, conocemos como culpa. Los padres se culparán por haber permitido que sus hijos salieran de casa. Los entrenadores se culparán por haber llevado a los chicos al interior del edificio. Los supervivientes se culparán por seguir con vida. Esa culpa no es real. Nadie es culpable. Esa culpa, sin embargo, es uno de los atributos de la humanidad. Esa culpa es el poso sólido y amargo del amor.
Espero que disculpen los párrafos anteriores, quizá extemporáneos en un lugar como este. Se deben, probablemente, a que la tragedia de Sant Boi no me es del todo ajena.
Dicho esto, recordemos que no todo en la vida es tragedia. Y que algunas desgracias sí tienen responsables. Hablemos, pues, de la serie que estrenó Telecinco el domingo por la noche: ¡A ver si llego! José Luis Moreno ha producido series muy entretenidas, como Aquí no hay quien viva. En esta ocasión ha perpetrado un engendro imperdonable. ¡A ver si llego! reúne las condiciones necesarias para ofender, disgustar y abochornar a todos los segmentos de la audiencia. Si el lector la ha visto, no necesito extenderme. Si no la ha visto, quede constancia del aviso: de lo peor que se ha emitido en España.
Metafísica
ENRIC GONZÁLEZ 28/01/2009
Según se mire el asunto, podría considerarse que Europa ha alcanzado el nivel supremo de la excelencia cultural. Por varias ciudades del continente circulan autobuses que no anuncian productos de consumo, sino hipótesis metafísicas. ¿Qué se podría mejorar aún? De acuerdo, retiro lo del “nivel supremo”. A eso llegaremos cuando en La noria se tiren de los pelos unos cuantos profesores, discutiendo sobre los últimos cotilleos de la mecánica cuántica, y cuando ¿Dónde estás, corazón? sea un programa sobre patologías cardiacas.
Pero el camino debería ser ése, ¿no?
En realidad, los “anuncios metafísicos” son bastante tontines: “Probablemente, Dios no existe”. ¿Cómo que “probablemente”? Hasta donde se sabe, hay tantas pruebas de que exista como de que no. Dicen que los ateos que financian la campaña se han visto obligados a añadir el “probablemente”, como el “posiblemente” de una conocida marca de cerveza, porque las reglas publicitarias exigen que las afirmaciones puedan fundamentarse en algo. Será por eso.
¿Habría puesto la Conferencia Episcopal en un anuncio: “Probablemente, Dios existe”? Pues no creo. Tratarían de ser un poco más aseverativos, y harían bien. En un asunto tan serio, uno piensa que hay que optar por un “sí” o por un “no”, y vivir en consecuencia. (Y mal andaríamos si en estas cosas tuviéramos que hacer caso a la publicidad).
Tampoco me parece que la hipotética, o “probable”, inexistencia de Dios permita, como dice el anuncio, dejar de preocuparse. Y a la inversa. Si Dios existe (no es mi opinión, pero respeto a los creyentes), ¿cuál es el problema? Dios nunca ha impedido nada a nadie. Y las normas éticas fundamentales rigen lo mismo con Dios, sin Dios y con la duda.
Dios, si existe, se comporta con absoluta discreción y no molesta jamás a nadie. Salvo, puntualmente, a algunos enfermos de esquizofrenia. Pero eso es otra cosa.
Los enredos no los monta Dios, sino nosotros, el personal de tierra. No debería hacer falta meterse en metafísica para hablar de algo tan humano como la religión.
Panorama
ENRIC GONZÁLEZ 29/01/2009
El panorama político luce estupendo. A un lado tenemos al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, sumido en una mortificación profunda. En Tengo una pregunta para usted, el hombre exhibió una gama de expresiones faciales: tristeza, angustia, arrepentimiento. En algún momento pareció que podría intentar romperse un dedo para que sus interlocutores y toda España comprobaran que a él también le dolía, y mucho. No sé a ustedes, pero a mí estos espectáculos no me reconfortan. Se hizo evidente que Zapatero, como el resto de los dirigentes europeos, carece de respuestas. No me parece mal que tuviera que tragarse en público aquellas promesas de pleno empleo; me habría parecido peor que bailara una jota y se cachondeara de sus votantes. Pero a mí su pena no me sirve de nada. Y sus confusas ideas sobre la economía como estado de ánimo y sobre el consumo nacionalista, aún menos.
Al otro lado tenemos al jefe de la oposición, Mariano Rajoy, fumándose un puro y esperando a que escampe. Tal vez me equivoque, pero sospecho que a Rajoy y a mí nos mueve una misma fuerza volcánica e irresistible: la pereza. Lo que ocurre en el PP, sin embargo, tiene tanto aspecto de escampar como la crisis. Aclaro que, como la mayoría, supongo, de los ciudadanos, no acabo de entender el lío de los espionajes y los informes. Quiero decir que no sé quién los paga. Me irritaría, sin sorprenderme, descubrir que los pagamos los contribuyentes. La evidente corrupción no es, sin embargo, lo peor del asunto. Lo peor, en este penoso espectáculo que ofrecen Rajoy, Esperanza Aguirre y el resto de los dirigentes del partido, es que el PP pierde peso como alternativa.
Confío en que no ocurra, pero si un día le escucho decir a Zapatero aquello tan saleroso que dijo Felipe González, “el que me tenga que suceder todavía está estudiando COU”, hago lo que Santacreu, un antiguo empresario que fue amigo de Fraga: cojo el yate y me voy a Suiza.
La caja
ENRIC GONZÁLEZ 30/01/2009
Telecinco no pasa por su momento más brillante. Cerrará este mes sus datos de audiencia en desventaja respecto a Televisión Española, y en práctico empate con Antena 3. Eso tiene un coste publicitario y no es buena señal en un año que, en materia de anuncios, se presenta malo para todos. Los directivos de la casa deben sentirse inquietos.
Hay otros factores de desazón. Y, por una vez, no me refiero a La noria. El estreno de A ver si llego, el domingo pasado, sufrió un relativo pinchazo (hablamos de audiencia, evidentemente; en términos de calidad aquello fue obsceno); el estreno de Acusados, el miércoles, sorprendió por el asombroso parecido de la serie con otra serie, la estadounidense Daños y perjuicios, que emite Canal +.
Y luego está La caja, un programa que establece nuevos límites en el tratamiento psicológico televisado. No se había visto nada tan instructivo y reconfortante desde que el doctor Mengele fotografió a las víctimas de sus experimentos en Auschwitz. Consiste en encerrar al invitado-paciente en un plató y enfrentarlo con el objeto de su fobia o de su trauma. Evidentemente, el invitado-paciente llora y sufre, y eso, amigos míos, siempre es bonito de ver.
Parece un programa hecho a medida para Paolo Vasile, el consejero delegado de Telecinco. Si tiene problemas, si las cosas no van del todo bien, ¿por qué no meterse en La caja? Le proyectarían imágenes de Televisión Española bañada en oro público, de anunciantes huyendo de Telecinco, quizá del equipo de Sé lo que hicisteis bailando una muñeira sobre las últimas cifras de audiencia. Al principio dolería, pero saldría como nuevo. Eso, al menos, es lo que prometen en La caja.
Un banquero miserable
ENRIC GONZÁLEZ 01/02/2009
Imaginemos, por un momento, que Forges dedicara sus viñetas a ensañarse con los partidos de izquierda, los homosexuales, los ecologistas, las madres trabajadoras y los inmigrantes. ¿Qué tal les sentaría a ustedes? Les sentaría fatal, se lo aseguro. Por gracioso que fuera, Forges no duraría en este periódico. Lo mismo ocurriría, a la inversa, en un periódico conservador. Somos españoles. De nuestro periódico esperamos que refuerce nuestros puntos de vista y estimule nuestros prejuicios, no que se burle de nosotros y de nuestras ideas.
¿Sería posible que una tira cómica despellejara cada día a los banqueros de la City y a la clase rural acomodada? Lo es
Ahora imaginemos un periódico inglés rotundamente conservador, leído fundamentalmente por banqueros de la City y por la clase rural acomodada. ¿Sería posible que en ese periódico, The Daily Telegraph, una tira cómica despellejara cada día a los banqueros de la City y a la clase rural acomodada? Atención, no hablamos de ironías amables, sino de despellejamientos en vivo. ¿Sería posible? Lo es. Y eso, en mi opinión, dice mucho a favor del viejo stablishment británico y, en general, del sentido del humor inglés.
La tira cómica a la que nos referimos tiene como personaje central a un banquero de inversiones llamado Alex Masterley. Empezó a publicarse en 1988, cuando la liberalización thatcherista inundó de dinero la City, y bastaría leer las tiras desde el principio hasta hoy para repasar la evolución de las finanzas británicas y mundiales en las últimas dos décadas. Porque en las aventuras de Alex Masterley hay, además de cinismo, algo muy parecido al periodismo.
Sus autores cuentan que se conocieron durante una fiesta en 1987. Ambos eran veinteañeros. El dibujante Charles Peattie acababa de recibir el encargo de realizar una tira humorística para un nuevo diario del magnate-estafador-espía Robert Maxwell, y buscaba guionista. Russell Taylor, que nunca había escrito guiones ni cómicos ni dramáticos (en realidad, aspiraba a dedicarse a la música), se ofreció como socio. Y así nació Alex Masterley, al principio una simple caricatura del yuppy londinense.
El nuevo diario de Maxwell, The London Daily News, no tardó en desaparecer. Por entonces, sin embargo, apareció otro diario con más prestancia, llamado The Independent. Su director, Andreas Whittam-Smith, había dirigido la información financiera de The Daily Telegraph durante años y quería que The Independent contara con los mejores informadores económicos. Entre los primeros fichajes de Whittam-Smith figuraron, de forma aparentemente paradójica, Charles Peattie y Russell Taylor. El propio director se encargó de procurarles contactos y fuentes de primera mano en la City. Quería que utilizaran a su personaje para hacer sátira sobre el mundillo financiero, y que lo hicieran con conocimiento de causa.
La idea fue un éxito. Quizá excesivo para The Independent, porque en 1992, cuando el diario liberal sufrió un descenso de ventas, The Daily Telegraph se llevó a Alex Masterley y a sus creadores. El Telegraph, también llamado Torygraph por su indisimulada tendencia ideológica, era el diario de calidad más vendido y el más reaccionario. Se hizo una formidable campaña publicitaria para anunciar la llegada de Alex Masterley al Telegraph, pero durante meses hubo dudas sobre la capacidad de tolerancia de los lectores: la tira cómica se mofaba de sus creencias, de sus valores y de su estilo de vida.
En realidad, hubo más que tolerancia. A día de hoy sigue existiendo una lista de espera para adquirir, por 180 libras, el original de una tira. Y Alex Masterley ha obtenido una notoriedad asombrosa. Hace cinco años, cuando el guionista decidió que Masterley perdiera (temporalmente) su empleo en Megabank, el Telegraph lo anunció en portada, como primer titular: “Alex, despedido”. La noticia fue recogida también por los noticiarios radiofónicos de la BBC.
Durante meses ha circulado por todo el mundo un sketch humorístico inglés en el que se explicaba la crisis de las hipotecas subprime. Hace más de un año, cuando se rodó ese sketch, los lectores de Alex Masterley ya tenían superado el tema. ¿En qué anda Alex estos días? Su banco trabaja con una buena idea para el futuro: hacer paquetes de deuda pública, mezclando trocitos de deuda solvente con grandes porciones de deuda basura, darles un nombre que sugiera absoluta fiabilidad, e inundar con ellos el sistema financiero mundial.
Funerales
ENRIC GONZÁLEZ 02/02/2009
Vamos a pasar una larga temporada de funerales, me temo. Ayer, en este periódico, Juan Cruz entrevistaba a la prestigiosa reportera mexicana Alma Guillermoprieto, y elevaba al titular una de esas frases que suenan a responso por los muertos: “Siento que el oficio se está acabando”. Se trata de una sensación muy extendida en el gremio.
Personalmente, no la comparto. ¿Recuerdan El apartamento? ¿Recuerdan la oficina en que trabaja el protagonista? Un paisaje burocrático de mesas iguales y hombres iguales, sobre el que impera un poder arbitrario. En la película de Billy Wilder, el paisaje corresponde a una empresa aseguradora. Podría, sin embargo, corresponder a un periódico. La industria periodística, que numerosos expertos dan por desahuciada y que, por la costumbre, solemos confundir con el oficio, es un asunto de propietarios, capataces y empleados. Si la despojamos del velo de romanticismo, queda eso: una jerarquía vertical, unos intereses comerciales y políticos, unos empleados que sirven a cambio de un sueldo.
La parte industrial, la que dicen que agoniza, no es especialmente bonita de ver. Toda la gracia está en el oficio, en las personas que lo practican y en el público al que sirven. Quizá desaparezcan las mesas, la cafetería, las complicidades oficinescas, la seguridad de una nómina, la enfermedad retribuida, el relativo cobijo de una cabecera; es de suponer que, en contrapartida, el periodista quedará liberado de los compromisos de sus amos. Se atisba una época en la que el periodista será él mismo, expuesto a la intemperie, a solas con sus propios compromisos y sus propios errores.
No crean que después de los “dinosaurios”, por utilizar una expresión con la que jugaban Cruz y Guillermoprieto, vendrá el vacío. Vendrá otra cosa, simplemente. Otra cosa que ya existe. Yo no necesito el aval de una cabecera para creer en las cosas que cuenta, por ejemplo, Gervasio Sánchez. Mientras exista la sociedad, existirán periodistas como él. Eso me tranquiliza. No sé si a ustedes.
ENRIC GONZÁLEZ Internacional
El sufrimiento y las bellas artes
02/02/2009
La ficción cambia con el tiempo. El humano, sin embargo, permanece apegado a ella. Dicen que en el siglo XVIII fue el teatro y que en el XIX fue la novela. Suena razonable. También dicen que el siglo XX fue dominado por la ficción cinematográfica y radiotelevisiva, pero ahí no estoy del todo de acuerdo. Conviene tener presente al fútbol, una ficción de extraordinario éxito.
El fútbol, como cualquier otra ficción, exige lo que Coleridge llamó la suspensión de la incredulidad. Practicamos esa suspensión de forma automática y casi inconsciente: podemos llorar leyendo una pieza literaria, asistiendo a una representación teatral o viendo una película, aunque sabemos que la emoción viene provocada por una historia irreal que alguien ha confeccionado justamente para eso, para apelar a nuestros sentimientos.
Eso mismo es el fútbol, con una característica adicional: permite además una interactividad casi ilimitada, muy superior a la de cualquier otra expresión ficticia.
Por supuesto, el fútbol cuenta con una vertiente real. Hay balón, cancha, jugadores, resultados, estadísticas, negocio. También en la literatura hay idiomas, normas ortográficas, autores, lectores, negocio. Lo interesante, sin embargo, es lo otro, lo que no es real.
Acuda a un estadio, cualquiera de ellos, y contemple la grada. Tal vez se vea usted a sí mismo, sentado cómodamente o empapado por la lluvia, sonriente o furioso, feliz o deprimido.
Evidentemente, no es el juego por sí mismo el que hace que el aficionado grite o aplauda: conozco a muy pocos, poquísimos, estetas del fútbol. La emoción la aporta una compleja construcción cultural por la que una victoria de nuestro equipo puede hacernos rozar la gloria y una derrota puede llevarnos a la miseria.
Ésa es la ficción que hace del fútbol un fenómeno social. Sabemos que, en realidad, no pasa nada: sólo pasa lo que nosotros queremos que pase. Sabemos que los futbolistas cobran por jugar y son intercambiables. Sabemos que entre los nuestros, los de nuestro bando, hay gente detestable y que entre los otros, la afición rival, tenemos amigos y familiares a los que queremos. Incluso sabemos que nuestra identidad colectiva, definida por unos colores determinados y una historia compartida, es un relato, no un hecho. Pero ejercemos muy a gusto nuestra suspensión de la incredulidad y nos incorporamos a la ficción como uno más entre muchísimos personajes secundarios.
Ahora mismo, en cuanto envíe estas líneas, el arriba firmante se pondrá un abrigo e irá al estadio a pillar un resfriado bajo la lluvia y el viento mientras soporta un partido infame y sufre como si se acabara el mundo porque su equipo, el Espanyol, percibe ya en la nuca el aliento frío del descenso. Que me perdonen las bellas artes, pero no hay ficción en el mundo que procure sensaciones tan auténticas.
Quiebra
ENRIC GONZÁLEZ 03/02/2009
Atención, señores: la industria televisiva está en quiebra. No lo digo yo, sino un experto. Lo dice Paolo Vasile, consejero delegado de Telecinco. Entrevistado por el diario El Mundo, Vasile proporciona una novedosa definición de quiebra: “Los que ganaban mucho, ganan; los que ganaban poco, pierden; los que estaban perdiendo, pierden mucho. Por eso digo que este sector está técnicamente en quiebra”. Yendo al detalle, cabría recordar que Telecinco ganó 319 millones de euros en 2007, y que en los nueve primeros meses de 2008 ganó solamente 228 millones. La ruina es evidente.
Hay algo que caracteriza a todas las empresas de comunicación españolas: en cuanto su margen de beneficio baja del 20%, consideran que la situación resulta intolerable y que el Gobierno debe hacer algo con la máxima urgencia. Vasile tiene las cosas clarísimas. Primero, exige que RTVE deje de emitir publicidad, aunque lo deseable, según él, sería que no existiera televisión pública. Segundo, exige que se deje de cobrar a las televisiones privadas el 5% sobre beneficio bruto que se destina a la financiación de cine español. Bien, es un punto de vista.
Telecinco aceptó toda una serie de condiciones (las que ahora le parecen oprobiosas a Vasile) cuando, tras la ley reguladora de 1988, obtuvo del Gobierno una concesión para la explotación comercial de una televisión. Por supuesto, Telecinco y su principal accionista, Silvio Berlusconi, han estado forrándose, literalmente, durante las dos pasadas décadas. Pero eso no cuenta, ni para Telecinco, ni para Antena 3, ni para PRISA, ni para nadie. El dinero que se ganó ya no existe y a los señores propietarios, los grandes accionistas, les resulta inconcebible que en tiempos de crisis pueda ser necesario encajar pérdidas.
Lo de las televisiones públicas, la española y las autonómicas, y su capacidad para quemar dinero del contribuyente, es otro asunto. Como la afirmación de Vasile de que “es falso que Telecinco haga televisión basura”. No hablamos hoy de esos disparates, sino del lloriqueo de una clase empresarial bulímica. Y si el sector está en quiebra, pues se hace lo normal en estos casos: se liquida, se concede licencia a nuevos operadores y a vivir, que son dos días.
Trabajo
ENRIC GONZÁLEZ 04/02/2009
El ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, hizo el lunes una trascendental declaración en Els matins, un programa de TV3. Corbacho dijo ser partidario “de eliminar y prohibir aquellos programas que premian el no hacer nada, porque las cosas no pueden ser gratis”. Cuando le preguntaron si se refería a programas como Gran Hermano, el ministro dijo que sí, y que había que “valorar el valor del sacrificio y del trabajo”.
Valoremos, pues. Podríamos mencionar alguna contradicción de fondo en el mensaje de Corbacho. Un ejemplo: el Estado organiza, promociona y explota diversas loterías, símbolo resplandeciente “del sacrificio y del trabajo”. También podríamos resaltar que el Gobierno del que forma parte Celestino Corbacho se hartó de afirmar que en España no existían burbujas financieras ni inmobiliarias: otra cosa no, pero la especulación siempre ha consistido en sacrificio y trabajo.
Eso, en cualquier caso, son minucias. Hablemos del modelo televisivo que propone el ministro. Y empecemos con lo que habría que cambiar en Gran Hermano para que no fuera necesario “eliminarlo y prohibirlo”.
Para que haya sacrificio resulta muy útil un jefe; sin demasiado talento profesional ni extraordinarias dotes humanas, pero con una gran capacidad para estar de acuerdo con el consejo de administración y para imponer sacrificios al empleado. O sea, lo que llamamos un jefe.
Luego, un consejo de administración que aparecería fugazmente, el tiempo justo para repartirse unas primas de productividad y ordenar una reducción de costes salariales. Y, por último, los concursantes-currantes, entre los que debería figurar al menos un cincuentón (su neurosis prejubilatoria encandilaría al público) y bastantes chavales en situación laboral precaria que, idealmente, serían sustituidos cada semana, para que el espectador captara a fondo “el valor del sacrificio y del trabajo”.
Al final de cada programa, se ofrecería a la audiencia la posibilidad de realizar un donativo a la banca necesitada. Y el reality del ministro quedaría redondo.
Descrédito
ENRIC GONZÁLEZ 05/02/2009
Hace unos años, en 2004, tuvo que ser suspendido un partido de fútbol entre Roma y Lazio, los dos equipos rivales de la capital italiana. Por el Estadio Olímpico circuló la noticia de que la policía acababa de atropellar a un joven aficionado, una “delegación” del público bajó al césped para informar a los jugadores, y todos optaron por irse a casa para evitar males mayores.
Fue inútil que la policía, a través de los altavoces del estadio, asegurara que la noticia era falsa: la gente prefirió creerse a sí misma. ¿Cómo nació aquella mentira? Bastó con que varios grupos de aficionados violentos de ambos equipos, los llamados “ultras”, enviaran SMS a otros aficionados e hicieran circular el invento de viva voz por la grada. Querían demostrar que en el estadio mandaban ellos, y lo consiguieron.
Recuerdo aquel episodio cada vez que la comunicación pública desciende un nuevo peldaño hacia el descrédito. Los gobiernos, las instituciones, los medios de comunicación convencionales, sufren una tremenda hemorragia de credibilidad. No hablamos solamente del poder político y de la prensa, o las grandes empresas industriales y financieras: hablamos también de algo tan básico como la escuela. Incluso el prestigio del conocimiento como instrumento de progreso muestra signos de deterioro. Cosas como la falsa bronca a una becaria de La Sexta y su desafortunada utilización en Intereconomía son una simple anécdota, significativa, pero anécdota, en un contexto inquietante: conceptos como verdad y mentira se relativizan.
Mientras la comunicación pública y los canales formativos e informativos tradicionales, que han funcionado como pilares de la sociedad moderna, pierden prestigio y, por tanto, utilidad, surge una nueva fe en la comunicación privada. Ahí está el éxito de Facebook y similares. O el nuevo servicio de Google que informa al usuario, al momento y de forma bastante precisa, sobre la localización de sus amigos. En cierta forma, estamos llevando lo privado hacia el terreno que solía ocupar lo público, y lo público tiende a desplazarse hacia la irrelevancia. Empieza a concretarse algo parecido a un tribalismo posmoderno.
Becarios
ENRIC GONZÁLEZ 06/02/2009
¿Podemos volver por un momento al enojoso asunto de la becaria? Ya es posible hablar de ello con tranquilidad, dado que altas personalidades e instituciones han definido el contorno ético y estético del tremendo affaire que durante unos días ha tenido en vilo a la sociedad española. Sabemos, por ejemplo, que un programa de humor ha vulnerado las normas más fundamentales del periodismo.
Eso es oficial e indiscutible: lo ha dicho el presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid. También sabemos, porque lo hemos visto, que la prensa ha vulnerado las normas más fundamentales del humorismo. Podemos ahorrarnos, por tanto, las disquisiciones filosóficas. Todos culpables, y a otra cosa.
La otra cosa es la siguiente: el número de la becaria constituye eso que algunos llaman “un momentazo televisivo”, un hito en la pequeña historia de las televisiones españolas. No me gustó la pantomima urdida por Wyoming, aunque la tostada se oliera a kilómetros. Comprendo que la bronca tenía que resultar insultante para que funcionara como cebo. Comprendo que el entretenimiento televisivo vive de la audiencia, y se hace cualquier cosa por conseguirla. Lo comprendo, y sigue sin gustarme.
La economía española fabrica 200.000 parados al mes y los trabajadores no tienen muchas más opciones que el miedo y la sumisión; en un momento así, creo que no hay que abusar de los becarios ni en broma. Pero eso da igual: es materia opinable, y ya ha opinado gente mucho más sesuda que yo.
El hecho indiscutible es la repercusión mediática de la farsa. La bronca de la becaria se ha convertido en un lugar común, como lo fueron la empanadilla de Móstoles o, aún más antiguamente, aquel hombre del tiempo que se apostó el bigote y lo perdió. En La Sexta van a poder vivir de ello durante un tiempo.
El miércoles, Buenafuente abundó en el tema y le salió una joya: sacó una “becaria” al plató, llamó por teléfono a Wyoming y, gracias a un mini-guión excelente (¿de dónde sacará Buenafuente unos guionistas tan buenos?), ofreció unos minutos de pura diversión. En último extremo, el negocio consiste en eso.
Lo mejor que le puede ocurrir a un trozo de carne
Enric González 08/02/2009
Éste no es, probablemente, el lugar adecuado para abordar asuntos culinarios. Pero el tema, esencialmente complejo por razones históricas, culturales y lingüísticas, suscita, además de polémicas furiosas, equívocos de alcance planetario. Hagamos un esfuerzo por aclarar el embrollo: quien no ha viajado por las zonas más pobres del viejo sur estadounidense, en una imaginaria línea recta que uniría las Carolinas con Tejas sin acercarse jamás al mar, no sabe lo que es la barbacoa. En Europa, e incluso en las grandes ciudades de Estados Unidos, se cree que hacer una barbacoa es echar comida sobre una parrilla cercana al fuego. Gran error. Apartemos el fuego, apartemos la parrilla, y estaremos ya un poco más cerca de la verdad.
La barbacoa suprema se sirve en el Barbecue Belt de Tejas; sin cubiertos, sin salsas, servida por tipos sudorosos
Empecemos por la palabra. Barbacoa, en el lenguaje de los indios taínos (pobladores de varias islas caribeñas cuando Cristóbal Colón hizo su viaje), significa “fuego sagrado”. Los taínos también llamaban barbacoa a un sistema de cocción bastante lento que consistía en enterrar un animal entero, generalmente una cabra, bajo una hoguera. Los conquistadores españoles pillaron la idea y la llevaron consigo en sus posteriores incursiones por las Carolinas, donde la asimilaron las tribus algonquinas locales. Más de un siglo después, los corsarios ingleses que merodeaban por el Caribe aprendieron también la palabra barbacoa, que tradujeron como barbecue, pero no el concepto: pensaron que era un sinónimo de grill, asar a la parrilla, y dieron inicio a una confusión que dura hasta nuestros días.
Cuando empezaron a llegar a las Carolinas los inmigrantes alemanes, copiaron el sistema de cocción caribeño que los algonquines habían aprendido de los españoles. Y le aportaron la minuciosidad germánica. Ellos establecieron el primer canon: barbacoa significa cocción por humo a baja temperatura, muy lejos del fuego. En bastantes países suramericanos, principalmente Argentina, se sigue también la filosofía del fuego distante y la paciencia. El proceso dura al menos 12 horas, a veces hasta 24, y deja en la carne un característico anillo rosado. La tradición alemana de las Carolinas, norte y sur, heredada de los indios, exige que la barbacoa se haga con cerdo. Posteriormente, en el siglo XIX, los granjeros más pobres cazaban cerdos salvajes y celebraban el éxito de las batidas realizando barbacoas al aire libre en las que participaba la comunidad entera. De ahí deriva otra acepción del término barbacoa: una fiesta en el jardín con carne asada como plato principal.
Evidentemente, la cosa no quedó ahí. La conquista del oeste llevó la barbacoa hasta Tennessee, donde se aplicó una pequeña variante: frente a las diferentes salsas líquidas usadas en las Carolinas, en Memphis se prefiere el aliño en seco.
Un inciso: para probar auténtica barbacoa hay que introducirse en antros infames, porque el método del humo es insalubre. En Nueva York, por ejemplo, existe sólo un establecimiento que sirva algo parecido a la barbacoa, el Blue Smoke BBQ, cuyos dueños tuvieron que invertir cuatro millones de dólares en un sistema pozo-horno que cumpliera la normativa sanitaria. En Memphis, lo mejor es acercarse a los barrios más pobres y buscar un grupo de hombres malencarados en torno a un bidón metálico: existe una alta probabilidad de que preparen barbacoa.
¿Cuál es la mejor barbacoa del mundo? En mi modesta opinión, la que se prepara en el Barbecue Belt de Tejas. Esa zona comprende las localidades de Smithville, Elgin, Lockhart, Luling y Taylor, casi del todo desconocidas por el turismo local o extranjero. Es lógico, porque son villorrios sin interés. Salvo por la barbacoa, que allí se hace con brisket (pecho de vacuno) y salchichas de vísceras, y se sirve en locales sucios e incómodos. Se come sobre un papel, sin cubiertos, sin salsa y sin acompañamiento, servida directamente en el pit (pozo) por tipos sudorosos envueltos en humo. Eso es la barbacoa suprema. Quien la ha probado, no la olvida. Y desiste de llamar barbacoa a unas cuantas costillas de cordero asadas en 10 minutos.
Vale, el asunto es muy, muy marginal. Pero así se llama la sección. Y valía la pena aclarar conceptos.
ENRIC GONZÁLEZ Internacional
Los maestros del relato
09/02/2009
Hay grandes futbolistas que no saben jugar al fútbol. Y futbolistas mediocres, o poco más, que juegan como los ángeles. Son casos minoritarios, pero existen.
Guardiola no valía la mitad que Xavi o Pirlo. Su talento era y es básicamente mental.
¿En qué consiste saber jugar al fútbol? En conocer el juego, simplemente. En conocerlo desde dentro, en dominar (y anticipar) los movimientos colectivos propios y ajenos, en intuir espacios que aún no existen. En comprender el sentido del relato que se desarrolla durante 90 minutos. En resumen, en saber por qué pasa lo que pasa. Hay grandes futbolistas que ignoran todo eso. Recuerden a Rivaldo, por ejemplo. Tenía, y dentro de lo que cabe mantiene, un toque exquisito, una técnica individual refinada y una notable capacidad para inventar regates y disparos difíciles. No creo, sin embargo, que sea un buen jugador de fútbol. No creo que sepa por qué pasa lo que pasa durante un partido. El fútbol de Rivaldo comienza y acaba en sí mismo.
Otro ejemplo: Beckham, un deportista encomiable en muchos sentidos. Vive en un ambiente que eleva lo pijo a niveles grotescos; cuando salta al campo, sin embargo, se esfuerza como un debutante. Ha sobrevivido a múltiples defunciones futbolísticas y, ya en la decadencia, resulta todavía útil. Ahora bien, es un tipo de una sola jugada y de un solo pie: dobla el tobillo derecho y saca un centro estupendo. Y otro. Y otro. Es una máquina de golpear el balón. Háganle hacer otra cosa, y Beckham naufraga. No alcanza a comprender el intríngulis del juego. Luego están los otros, los que carecen de características sobresalientes, los que no han nacido para acariciar el balón, pero entienden de qué va la cosa. Guardiola, sin ir más lejos. Guardiola fue un futbolista lento, frágil, sin especial talento para el pase larguísimo (comparado con especialistas como Schuster) y sin llegada a puerta. En términos estrictamente técnicos, Guardiola no valía la mitad que Xavi o Pirlo. El talento de Guardiola era, y debe seguir siendo, básicamente mental. Guardiola siempre daba la impresión de saber por qué pasaba lo que pasaba en un partido, y qué había que hacer para que las cosas siguieran igual, o cambiaran a favor de su equipo. Los ritmos, las distancias, los espacios, esos elementos que definen el futuro inmediato de un balón en movimiento, estaban en su cabeza.
Y no es cuestión de centrocampismo. Piensen en Romario, una de las cumbres estéticas del fútbol. Era un tipo que jugaba de espaldas al partido: cuando se procuraba un balón, inventaba un gol. Él se lo guisaba, él se lo comía.
De Hugo Sánchez podría decirse que fue futbolista de una sola jugada, el remate: toque y gol. En realidad, era lo opuesto a Romario: sabía desde dónde partiría el centro, dónde iría a parar y en qué posición y postura debía encontrarse él para tocar y marcar, sin más florituras. Leía el partido y participaba en él como el centrocampista más iluminado. No se perdía ni una línea de la narración, aunque sólo apareciera en la última página. No hubo futbolistas más distintos que Guardiola y Hugo Sánchez. Pero ambos compartían una misma cualidad: cada uno en su estilo, fueron maestros del relato.
Filtraciones
ENRIC GONZÁLEZ 09/02/2009
La gracia de las cosas mundanas consiste en que son opinables. Cualquier cuestión social lo es. Incluso los asuntos más graves, los que se refieren a vida o muerte, dan juego a los sofistas.
Hablemos de “filtraciones”. Me dedico a un oficio que las necesita. La prensa se convierte en simple entretenimiento si no recibe confidencias, soplos y secretos. Son la materia prima con la que trabajamos. Sin “filtraciones”, Francisco Mercado y este periódico no habrían podido destapar el extraño caso del espionaje madrileño. Sin “filtraciones” tendríamos una idea muy vaga sobre la operación del juez Garzón contra varias personas relacionadas con el PP. Hasta aquí, permanece levantada la pancarta del interés público.
Y ahora contamos una anécdota italiana. Poco después de que una estudiante británica fuera asesinada en la ciudad de Perugia, en 2007, fueron detenidas varias personas como presuntas culpables. Una de ellas era una estudiante estadounidense. Recuerdo una ocasión en que, ya encarcelada, fue llamada a declarar ante el instructor. Los periodistas no pudieron entrar en el despacho judicial, pero fue como si estuvieran presentes: cada 15 o 30 minutos, un miembro de la fiscalía o de la defensa salía para relatar, mímica y exclamaciones incluidas, su relato.
Cuando la instrucción de un sumario deja de ser secreta, se convierte en pública. Ya todo es posible. Y los medios se llenan de conversaciones privadas y pruebas aparentemente definitivas de las que se deduce, siempre, una estricta culpabilidad. El juicio, que debería ser el momento en que las cosas se hacen públicas, se convierte en un asunto privado: sólo a los protagonistas les interesa de verdad la sentencia, porque la opinión pública, sea cual sea el resultado definitivo de la acción judicial, dio hace tiempo su veredicto.
Hay que tener cuidado con el fenómeno. Una de las causas de la crisis política endémica en Italia es que todos los políticos son culpables. De todos se conoce una conversación comprometida, una frase dudosa, una acción poco clara. ¿Luz y taquígrafos? No, justicia mediática. Todos culpables. Todos la misma porquería. Es la situación ideal para que medren los más cínicos y farsantes. Cuidado con eso.
Polémica
ENRIC GONZÁLEZ 10/02/2009
Un chico que asesina a sus padres, con premeditación y en circunstancias particularmente horrendas, tiene un lío muy gordo en la cabeza. Si ese chico, pasados unos años y ya mayor de edad, se apunta a un reality televisivo para hacerse famoso, sigue teniendo un lío muy gordo en la cabeza. ¿Quería que toda España supiera lo que hizo? Supongo que sí. Supongo que estará satisfecho. Supongo que a ese chico le queda por delante una vida difícil y tormentosa. Confiemos en que no cause más daño a otros, y que se dañe a sí mismo lo menos posible.
La noticia en otros webs
Un ejecutivo de televisión que introduce en un reality a un chico que mató a sus padres tiene en la cabeza algo peor que un lío: tiene el esquema mental de un perfecto sociópata. Me da igual que Antena 3 conociera o desconociera el pasado del chico. Ambos supuestos me parecen igualmente graves, por distintas razones. En este caso, Antena 3 ha superado todos los límites y ha dejado en pañales a la concurrencia: aquí ya no hablamos de telebasura, sino de desprecio hacia la humanidad.
Antena 3 conocía la verdad antes de emitirse La vuelta al mundo en directo. La conocía y, después de pactar con el chico y su pareja una renuncia inmediata, la utilizó como instrumento publicitario. Aprovechó algo espantoso para arañar audiencia. Y ayer a media tarde, en su portal digital, mantenía un titulín sandunguero: LVMD arranca con polémica… Ah, la polémica. Qué bonita es la polémica.
Dado que estos señores parecen buscar la polémica, yo me borro de ella. Pero no quisiera cerrar esta columnita sin recordar a quién tenemos que agradecer este simpático episodio de la historia televisiva. En último extremo, hay que agradecérselo a Juan Manuel Lara, presidente del Consejo de Administración de Antena 3, principal accionista de la empresa y presidente del Grupo Planeta. Confío en que todo esto les aporte audiencia, publicidad y dinero. Confío en que este año superen la rentabilidad de 2008 (el beneficio se estima en unos 100 millones de euros) y puedan seguir repartiéndose un dividendo jugoso.
No confío en que el señor Lara se disculpe. Sé que las personas importantes no necesitan hacer esas cosas.
Cadáver
ENRIC GONZÁLEZ 11/02/2009
La periodista Idoya Noain, corresponsal de El Periódico en Nueva York, tiene un blog llamado El espacio entre las cosas. En él contaba el otro día la historia de un cadáver. El cuerpo, que perteneció probablemente a un vagabundo, permaneció semanas congelado en un charco de Detroit. La gente caminaba a su lado y a veces alguien tomaba una foto con el móvil. Ningún problema: el muerto no olía mal. Ventajas del invierno.
La ausencia de hedor resulta cómoda para quien prefiere ignorar el cadáver. Eso lo sabemos perfectamente: nos está ocurriendo a nosotros. No lo digo por Zapatero y su Gobierno, políticamente comatosos pero, supongo, aún vivos. Tampoco lo digo por Rajoy, que ayer, después de una temporadita recibiendo puñaladas en su partido, subió al estrado del Congreso y quedó bastante bien. Lo digo por Europa. ¿Se acuerdan de la Unión Europea? Sí, aquella cosa que antes, cuando la economía iba bien, parecía tan importante e irreversible. ¿Han vuelto a saber de ella?
Lo último que se ha sabido de la Unión Europea es de ayer. Del Ecofin, concretamente. Fueron a Bruselas los ministros de Economía, se reunieron y acordaron la necesidad de un enfoque unitario en la gestión de los bancos que se crearán en algunos países para gestionar los “activos tóxicos”. Atención, señores: conviene un enfoque unitario. También hablaron de multar a los países con déficit excesivo, entre ellos España. Solbes, que perdería gracia si disimulara su pasotismo, dijo que ya se había hecho todo lo posible y que, en fin, mala suerte, vendrán mejores siglos.
Esto es lo que da de sí la Unión Europea, en un momento de crisis atroz y de tentaciones nacionalistas generalizadas. Esto y el marco alemán, rebautizado como euro. Ah, y el Banco Central, que funciona con un solo criterio: que no parezca que la política influye en sus decisiones.
El cadáver está a la vista de todos, pero nadie hace nada. Habrá quien diga que ya tenemos bastantes problemas como para ocuparnos de eso. Vale. El caso es que, supuestamente, la Unión Europea debía ser una solución, no un problema. Y el cadáver, en cualquier caso, sigue ahí. Sin oler todavía, afortunadamente.
Pánico
ENRIC GONZÁLEZ 12/02/2009
Paolo Vasile, consejero delegado de Telecinco, dijo el otro día que el sistema televisivo estaba en quiebra. La cosa tenía su puntillo de cinismo y su puntillo de desvergüenza, visto que tanto Telecinco como la otra gran empresa privada del sector, Antena 3, han dado a sus accionistas montañas de dinero, y, a fecha de hoy, siguen generando una pasta considerable. Quiebra, ni de lejos. Pero algo hay, porque empieza a olerse el pánico.
No es extraño que TVE y Antena 3 coincidan en la idea de fabricar una miniserie sobre el intento de golpe de Estado de 1981, el llamado 23-F o, de forma más reductiva, el tejerazo. No habría sido extraño que ambas cadenas coincidieran en emitir sus miniseries el 23 de febrero. Lo que sí es raro es que hayan coincidido esta semana, pisándose el martes la una a la otra. Se trata de un caso de contraprogramación aguda, una patología típicamente asociada al miedo y cada vez más frecuente.
En cuestión de audiencia salió ganando TVE, por goleada. Aún no he visto el producto, por lo que dejo para mañana un posible comentario. Sí he visto el de Antena 3: medianito, tirando a mediocre. Mientras TVE optó por una reconstrucción histórica de los hechos, con el Rey como heroico protagonista, Antena 3 se sacó de la manga una historia de amoríos, espionaje, mentiras y ruido de sables, con el 23-F como simple excusa argumental.
23-F, historia de una traición, la cosa de Antena 3, tenía un aspecto interesante: se basaba en la hipótesis de que sabemos muy poco sobre aquella intentona golpista, y lo que creemos saber es engañoso. Según la miniserie de Antena 3, presentada como pura ficción, en aquella algarada casposa estuvo implicado hasta el apuntador. ¿Les parece inverosímil? A mí, no del todo.
Pero hablábamos de pánico. Y en Telecinco parece que hasta la orquesta del Titanic padece un ataque de histeria. ¿A quién se le ocurre emitir Camera Café en la primera sobremesa? Vale que la cadena de Berlusconi tiene un agujero negro a esas horas, pero sacrificar uno de sus mejores botes salvavidas, arrojándolo a una franja horaria en la que no pinta nada, constituye un perfecto ejemplo de lo que no debe hacerse en caso de naufragio. Si es que lo hay.
Negocio
ENRIC GONZÁLEZ 13/02/2009
Aún se escucha, de vez en cuando, eso de que la televisión es un instrumento de adoctrinamiento político. Y no es cierto. No, al menos, en un sentido partidista, o electoralista.
La televisión es, ante todo, un negocio. Si quieren pruebas, las hay. Recurramos a una de ellas, proporcionada por Silvio Berlusconi, el empresario televisivo más importante de Europa.
Berlusconi, como presidente del Gobierno, lanzó una ofensiva política para impedir que Eluana Englaro pudiera morir, tras 17 años en un coma sin esperanza. El lunes, en el momento en que Eluana falleció, el Parlamento debatía contra el reloj una ley sobre la vida o la muerte de Eluana. La emoción era intensísima. La Rai, la televisión pública, modificó su programación para hacerse eco de la noticia. ¿Qué hizo Canale 5, la principal cadena de Berlusconi? Pasar de todo y emitir Gran Hermano. En Canale 5 primaron los intereses comerciales. El asunto de Eluana se cedió a las cadenas menores de Mediaset, Italia 1 y Rete 4, con audiencias medias cercanas al 10%.
Los empresarios televisivos aspiran, y es lógico, a crear consumidores de televisión. Lo demás es secundario. Casi todo el mundo consume televisión, pero el consumidor idóneo tiende a ser pasivo, escasamente crítico y vagamente miedoso. Fíjense en las noticias que predominan en los informativos de las dos grandes cadenas privadas españolas, Telecinco y Antena 3: sucesos, desastres, catástrofes. Cosas que entretienen, espantan y generan una cierta adicción.
La política, en un sentido partidista, queda para los canales minoritarios. A los canales mayoritarios les basta con difundir pasividad y miedo, es decir, conservadurismo genérico, tan apto para el espectro social del PP como para el del PSOE.
El único hombre capaz de hablar con Italia
ENRIC GONZÁLEZ 15/02/2009
¿Quién comprende a Italia? No creo que la comprenda Giulio Andreotti, aunque conozca, muy probablemente, sus secretos más oscuros. Tampoco Berlusconi, aunque conozca su precio. Quizá quien más se aproxime al conocimiento del misterio, por vías que oscilan entre la mística y el topicazo, sea Adriano Celentano. Lo recién dicho suena a burrada, cierto. Pero cuando Celentano habla, Italia escucha. Luego Italia aplaude o se cabrea, protesta contra las incoherencias banales de Celentano o elogia su sinceridad. Hasta que el tipo vuelve a hablar, y el país escucha de nuevo.
Cuando Celentano habla, Italia escucha. Luego aplaude o se cabrea, hasta que vuelve a hablar y el país escucha de nuevo
Celentano es un artista de variedades. Ha sido imitador de Jerry Lewis, bailarín, actor y, sobre todo, compositor y cantante. De acuerdo, su currículo no parece el más apropiado para un profeta nacional. Tampoco el currículo de Berlusconi resulta modélico para el primer ministro de un país democrático, y ya ven.
¿Qué tiene de especial Celentano? Nada en concreto. Creó el himno oficioso de Italia, que no es el Volare de Modugno, como podría pensarse desde fuera, sino Azzurro. Eso es algo. Empezó a trotar escenarios en 1958 y ha mantenido una altísima popularidad, ininterrumpida, hasta hoy: resulta familiar, por tanto, para cualquier ciudadano italiano. Dice lo que le da la gana, lo cual constituye también un factor a tener en cuenta.
Lo anterior no explica por qué cualquier programa televisivo de Celentano alcanza audiencias aberrantes, cercanas, en casos puntuales, al 70%. Su programa Rockpolitik (2005), cuatro emisiones de tres horas cada una, fue casi un fenómeno telúrico. Nunca se ha sabido con exactitud cuánto pagó la RAI, la televisión pública, por Rockpolitik. Celentano daba un miedo atroz a los dirigentes de la RAI, y el director de RAI-1, Fabrizio del Noce, prefirió dimitir “temporalmente” antes del primer episodio y retomar ágilmente el cargo después del último. Rockpolitik fue, objetivamente, una de las mejores cosas que ha dado jamás la televisión europea. El sketch de la carta a Berlusconi, inspirado en una escena de una vieja película de Totó y protagonizado por Roberto Benigni y el propio Celentano, constituye un modelo de lo que se puede improvisar ante una cámara. Los sermones morales de Celentano, por otra parte, constituyen un ejemplo de lo que sólo puede ocurrir en Italia.
Lo anterior, de nuevo, no explica por qué sus discursos, a veces erráticos, a veces demagógicos, compuestos de palabras simples, dudas y silencios, suscitan encendidas polémicas intelectuales. Umberto Eco le llamó qualunquista, es decir, heredero del movimiento político presuntamente apolítico que dejó como poso el fascismo. A veces Celentano parece qualunquista, es verdad. Otras veces, sin embargo, parece lo contrario. Salvo comunista o ateo, puede parecer cualquier cosa.
Celentano, que fue votante fiel de la Democracia Cristiana y mantiene un catolicismo carente del menor rasgo heterodoxo, suele burlarse de los políticos y se ensaña en especial con Berlusconi. Pese a ello, todo indica que vota a la coalición berlusconiana. Y en la terrible polémica desatada en torno a la agonía y muerte de Eluana Englaro, Celentano no ha escurrido el bulto. Publicó una carta en el Corriere della Sera apoyando a Berlusconi, por más que los esfuerzos de Il Cavaliere por mantener con vida a la joven en coma atufaran a electoralismo. “Si estuviera en el puesto de Berlusconi, haría lo mismo que él”, decía. Y tras expresar su comprensión por el drama que afligía a los padres de Eluana, hablaba de “homicidio de Estado”.
Adriano Celentano, nacido en Milán el 6 de enero de 1938, de familia proletaria y orígenes sureños, es fundamentalmente conservador. En los años setenta afirmaba que el beat (la palabra con que define la música pop anglosajona) fomentaba el uso de drogas duras y alejaba a los jóvenes del catolicismo. Nunca ha dejado de denunciar la desaparición de los valores morales y, a la vez, la destrucción de la naturaleza, la especulación inmobiliaria y financiera y el cinismo de la casta dirigente italiana.
Con todo esto no hemos conseguido explicar nada. Salvo, quizá, que Italia es aún más misteriosa de lo que pensamos. Y que Celentano es capaz de conectar, por las razones que sean, con ese misterio.
La historia del gato muerto
ENRIC GONZÁLEZ 16/02/2009
La estética del fracaso se hace a veces cansina, eso es cierto. El héroe derrotado y víctima de la injusticia constituye un instrumento narrativo muy útil cuando se trata de criticar la sociedad. Desde el Jean Valjean de Víctor Hugo al Philip Marlowe de Raymond Chandler, disponemos de una extensa galería de personajes inequívocos: en cuanto aparecen, sabemos que al final, si llegan a sobrevivir, se quedarán solos y pobres. Ocurre, sin embargo, que ese héroe, o antihéroe, ha degenerado con frecuencia en un pastiche. Eso, en el arte. En la vida, el culto al fracaso tiende a producir abulia, conformismo y una actitud parasitaria.
Siento respeto por los equipos malditos, y no conozco una afición que haya sufrido tanto como la del Levante
Todo eso lo reconozco. Pero en materia de fútbol sigo sintiendo respeto, y casi reverencia, hacia los equipos malditos. Uno siempre puede elegir los colores de un equipo grande y más o menos triunfador; sospecho que los equipos pequeños y más o menos perdedores, en cambio, le eligen a uno.
Puestos a elegir un club europeo al que el destino haya designado como víctima, yo propondría al Torino. Por la catástrofe aérea de Superga, que aniquiló el mejor equipo de su historia; por la desgracia de Meroni, la mariposa grana, atropellado tras un partido por un joven admirador, y por estar condenado a convivir con una sociedad tan potente y altiva como la Juventus. ¿Y en España? Mi elección, evidentemente subjetiva, recaería en el Levante. No pertenezco a ese segmento de la sociedad que se embelesa con los colores azul y grana, los que utiliza el Levante. Pero simpatizo con los decanos de Valencia, en parte por los infortunios que desde siempre han afligido a la institución granota (llamada así por las ranas que abundaban en una vieja sede) y en parte porque de pequeño oí hablar de la leyenda del gato negro. No sé si la conocen. Dicen que hacia 1959, después de que el Levante perdiera una promoción para ascender a Primera, unos seguidores del Valencia colgaron un cartel junto a la puerta del estadio levantinista de Vallejo. El cartel decía: “Cuando el gato suba a la palmera, el Levante estará en Primera”. Había unas palmeras por allí. Al pie de una de ellas dejaron el cadáver de un gato negro.
No sé si la historia es cierta o si, de serlo, ocurrió como la cuento. Se agradecerían noticias. Posee, en cualquier caso, una indudable fuerza expresiva.
Hagamos un breve e incompleto recuento de las desgracias del Levante, un club endémicamente pobre. La desgracia que podríamos calificar de fundacional ocurrió en 1927, cuando se creó la Liga española: el Levante podría haber disputado las eliminatorias que garantizaban un puesto en Segunda, pero por falta de dinero prefirió instalarse en Tercera.
Diez años después, en 1937, el Levante venció en la final de Copa a su máximo rival, el Valencia. Pero la competición fue disputada en la zona republicana y el título no fue reconocido por el franquismo; sólo en la democracia se ha legalizado ese trofeo. Dos décadas más tarde, en 1957, el estadio granota fue destrozado por unas inundaciones. En 1981, el Levante fichó por una cantidad desproporcionada (porcentaje de taquilla incluido) a un Johan Cruyff especializado en lanzar fueras de banda; la temporada acabó en descenso. Los últimos años son bien conocidos, incluyendo los impagos a los jugadores y el desastre económico del pasado. Es sólo un detalle, pero este fin de semana ha perdido contra el Hércules.
Se aceptan otras propuestas, pero insisto: no conozco una afición que haya sufrido tanto como la granota.
Compostura
ENRIC GONZÁLEZ 16/02/2009
Además de viejo, debo estar haciéndome antiguo. El caso es que echo en falta un mínimo de compostura entre los profesionales de la política.
Ya sé que son personas. Y que algunas, aún demasiado pocas, son mujeres. ¿Y qué? No necesito que me lo recuerden poniéndose el vestidito negro en una habitación de hotel: creo que podríamos habernos ahorrado las fotos de Soraya Sáenz de Santamaría y, ahora, de Rosa Díez, aparecidas en el dominical de El Mundo. Como podríamos habernos ahorrado tranquilamente el cameo publicitario de las ministras socialistas en Vogue.
Lo que acabo de citar son frivolidades menores. También las hay mayores, e inequívocamente masculinas. Esas cacerías, por ejemplo, en las que uno paga el animal (a un precio muy superior al salario mínimo) y le dejan pegarle un tiro. Cuando uno es un alto funcionario judicial, prácticamente indespedible, como Garzón o Bermejo, puede hacer lo que le dé la gana. Cuando uno ocupa un puesto tan efímero e importante como el de ministro debería mostrar un poco de prudencia y de atención al contexto. La crisis económica es brutal, se aproxima una huelga de jueces, el país se siente en vilo. ¿No podría el ministro Bermejo quedarse en casa hasta el cese y luego dedicarse a la escopeta?
Dejo al margen el hecho de que el ministro Bermejo y el fiscal Garzón coincidieran en la expedición de caza. Eso ya no tiene nada que ver con la compostura. Eso es un error político de los que no se olvidan.
Pertenezco a ese pequeño grupo de atontados que piensan que un cargo político, es decir, lo que llamamos “poder”, constituye un privilegio y una grave obligación. Si se acepta, se acepta con todas las consecuencias. Solía pensar que los políticos estaban mal pagados. Ahora pienso lo contrario. Visto que pueden casar a las hijas en El Escorial, como Aznar; que pueden ir de caza, lucir vestidos exclusivos o comprar chalé de lujo al dejar La Moncloa, me inclino a pensar que convendría rebajarles el sueldo.
Por favor, no me digan que esto es demagogia. Demagogia es prometer pleno empleo o 2,2 millones de nuevos puestos de trabajo hace justamente un año.
Opinión
ENRIC GONZÁLEZ 17/02/2009
Esto de encaramarse a la columna y vocear unas cuantas opiniones tiene sus límites. Hay cosas fáciles de hacer. Hay otras que son imposibles. No cuesta nada, por ejemplo, hacer unos párrafos graciosillos sobre la vertiente educativa de la televisión. Basta con echar mano de la historia de Ausencia C. G., el pequeño empresario de la construcción que, hundido en la crisis y sin un duro, decidió abrirse a sí mismo una línea de crédito. Es decir, enfocó sus energías hacia el sector del atraco bancario. Tuvo poco éxito: además de acabar detenido, con el botín de sus fechorías (unos 60.000 euros en total) apenas pudo pagar unas cuantas deudas. Lo curioso fue que aprendió los trucos del oficio gracias a la televisión. El hombre cuenta que se fijó muchísimo en una miniserie sobre El Solitario y sus atracos, que Antena 3 emitió el año pasado, y que de ahí sacó un montón de informaciones útiles.
Con esto habríamos salido del paso. El problema, como suele ocurrir con el periodismo en general y con el opinionismo en particular, está en la realidad. En esos cadáveres de Lanzarote. Por un lado, no apetecen los chistes después de ver esas imágenes. Por otro, ¿qué decir? El periodismo cuenta con un recurso, aunque en casos así no lo utilice porque no sale rentable: investigar la vida de las víctimas y confeccionar un obituario, para salvarlas del anonimato y la indiferencia. La opinión no sirve de nada. La mía, al menos.
Una vez reconocida la incompetencia, permitan que intente compensarles por el tiempo perdido. ¿Quieren una opinión que sí resulta útil para afrontar lo incomprensible? Lean los Diarios de Sandor Marai. El exquisito escritor húngaro, exiliado en California, cuenta en ellos sus últimos años de vida, entre 1984 y 1989. Mueren su esposa, mueren sus hermanos y él, con casi 90 años, casi ciego, casi paralítico, reflexiona sobre el final inminente. Cavila sobre Dios, la nada, el dolor, la injusticia. Compra un revólver. En su última anotación afirma que se siente preparado. Para no sufrir la agonía de su esposa (las últimas palabras de ella fueron “qué lento es morir”), utiliza el arma contra sí mismo.
Ya ven, las cosas son así de terribles. Como los cadáveres de Lanzarote.
Marta
ENRIC GONZÁLEZ 18/02/2009
Alguien que firmaba como Manu tuvo ayer la gentileza de interesarse, en una charla digital, por mi opinión acerca del “seguimiento mediático” de la desaparición de Marta del Castillo. Apenas respondí, porque prefería hacerlo desde aquí. Hay algo que deberíamos establecer con claridad: el “seguimiento mediático” (la expresión de Manu era muy precisa) no tiene nada que ver con el periodismo. Es espectáculo y entretenimiento, generalmente de mal gusto, pero no periodismo. ¿Es información? Sí, como las etiquetas de las conservas, las matrículas de los coches o la posición de las estrellas. El periodismo es otra cosa.
La distorsión resulta especialmente notoria en las televisiones. Los únicos programas que pueden ser juzgados bajo criterios periodísticos son lo que llamamos telediarios. Lo demás, aunque contenga periodistas, se atiene a otras normas que, en general, podemos resumir en una: audiencia.
Vayamos haciéndonos a la idea de que el periodismo representa sólo una porción pequeña y decreciente de la oferta mediática. El periodista no sólo debe comprometerse a proporcionar una información fiable y contrastada, sino que debe someterse a una serie de reglas deontológicas. En el entretenimiento informativo no se requieren ni fiabilidad ni límites. ¿Nos quejamos de la televisión? Pues esperen a que despeguen los medios digitales, destinados a convertirse en una supertelevisión mezclada con enormes cantidades de texto. Ya hoy, los digitales más solventes combinan información y entretenimiento informativo. ¿Cómo los separaremos? ¿Qué prevalecerá? La tendencia es clara: si colocamos en el digital una importante noticia política (según va la cosa, supongamos que el titular es “Un venado caza al ministro de Justicia”), y al lado un vídeo de Madonna en porreta viva tocando la mandolina, ¿cuál tendrá más audiencia? ¿Dónde querrá ir el anunciante? La respuesta es obvia.
Sobre el “seguimiento mediático”, mi respuesta a Manu fue: “Mejor que otros, la verdad”. Es decir, más espectacular que otros y más comercial. Y aún nos falta la miniserie.
Lo siento por los perjudicados. Lo siento por la familia. Pero insisto: la culpa no es del periodismo.
Ojo
ENRIC GONZÁLEZ 19/02/2009
Esto es indiscutible: las cosas parecen más interesantes vistas a través del ojo de una cerradura. Ahí tienen el caso de Jade Goody, que vivió un momento de gloria en 2007, cuando su paso por el Gran Hermano británico la convirtió en popularísimo objeto de vilipendio (exhibió su racismo y su ignorancia con gran naturalidad ante las cámaras); y vivirá este año un apoteósico fin de carrera y de vida.
Jade Goody, de 27 años, con dos hijos y una enfermedad terminal, quiere vender la exclusiva de su boda y su muerte. Ha contratado a Max Clifford, un viejo zorro del negocio, para que organice la subasta. Ya hay ofertas. Por el momento, se manejan cifras cercanas a los dos millones de euros por el paquete completo: boda, agonía y último suspiro.
¿Les parece mal lo que hace Jade Goody? Su padre era toxicómano. Su madre, lesbiana. Careció de educación y de expectativas. En otra época, habría vendido lo que vendía el proletariado: su trabajo o su cuerpo. Esos servicios, sin embargo, se han devaluado con la globalización. Ahora se pagan bien la intimidad y la dignidad, y ella está dispuesta a poner las suyas, por última vez, en el mercado. Dice que el dinero permitirá que sus dos hijos tengan estudios y una infancia apacible, lo que ella nunca tuvo. ¿Se escandalizan? Es una historia tan vieja como el mundo.
Lo escandaloso es que exista tanto mercado para algo tan vulgar como una agonía. Cada día muere mucha gente. No es un espectáculo atractivo, pero no cuesta demasiado conseguir una entrada gratuita: basta con mirar alrededor. El caso es que, si una televisión se hace finalmente con la exclusiva, el final de Jade Goody dispondrá de audiencia y de anunciantes. Es el curioso fenómeno del ojo de la cerradura.
Hace tiempo era un tópico preguntarse, como si se hablara del colmo de los colmos, cuánta audiencia televisiva obtendría un suicidio en directo. Bien, puede decirse que ya hemos llegado a ese punto. Y más allá. En Internet se encuentra eso y cosas mucho peores. Nada es nuevo. La única diferencia con el pasado consiste en que ahora podemos mirar por el ojo de la cerradura. Y miramos. Supongo que eso dice algo sobre nuestra catadura moral.
La lectura de los clásicos
ENRIC GONZÁLEZ 23/02/2009
Para aprender periodismo deportivo basta con estudiar a dos clásicos, italianos ambos: Gianni Brera y Candido Cannavó. En esos dos hombres está todo. Por supuesto, jamás anduvieron de acuerdo.
Gianni Brera inventó el lenguaje del deporte italiano. Fue un escritor espléndido, elevó a niveles insuperables las crónicas de ciclismo y dio legitimidad al juego cínico y reservón con el que muchos identifican al calcio. Un tipo tremendo, Brera. Grueso, arrogante, racista, con una cultura enciclopédica y un carácter insufrible. Su secreto fue revelado tras su muerte: amaba el fútbol delicado y creativo de Gianni Rivera, pero no podía decirlo sin echar por tierra sus teorías sobre las bondades de la defensa, el patadón y el gol de picardía.
El sur italiano y sus habitantes ocupaban un puesto muy alto en su lista de manías. Brera, hombre del norte, toleraba con dificultad la existencia de Roma; cualquier cosa al sur de la capital le parecía insufrible. ¿Creen que un hombre así no podía ser un gran periodista? Se equivocan: fue grandioso. No sólo observaba el deporte como nadie (la agonía de un ciclista rezagado en la escalada, el cambio táctico que decanta un partido); era un maestro de la provocación inteligente y la polémica de profundidad, elementos fundamentales para la prevención del atontamiento.
Lo que hizo en 1983 fue perfectamente previsible: denunció que La Gazzetta dello Sport, el diario en el que había escrito sus mejores piezas, era víctima de “una conspiración sureña”. La “conspiración” consistía en que La Gazzetta, el diario con mayor difusión en Italia, había quedado en manos de un director siciliano. El siciliano, llamado Candido Cannavó, prefirió no discutir con su ilustre colega y ponerse a trabajar.
El lector avisado puede imaginar la dificultad que entraña dirigir la Biblia rosa del deporte italiano. En España resulta un poco más sencillo porque los diarios deportivos tienen una clientela concreta. Para entendernos, no habrá muchos socios del Barcelona que compren el As ni muchos del Madrid que compren el Sport. La Gazzetta, en cambio, se ve obligada a mantener las distancias, cosa no siempre posible.
Cannavó, por ejemplo, opinó tras la tragedia de Heysel que el Juventus debía devolver la Copa y dejar vacante el título europeo: los aficionados juventinos empezaron a detestar al pobre director siciliano y bastantes se pasaron al Tuttosport, un diario inequívocamente blanquinegro. También hubo bronca cuando Cannavó se mostró partidario de que las maniobras de Luciano Moggi, el director deportivo del club de los Agnelli, fueran castigadas con el descenso del equipo. La peor bronca de todas fue interna: cuando afloró el dopaje en el ciclismo, Cannavó exigió la máxima dureza; cabe suponer cómo se lo tomaron los dueños de La Gazzetta, diario patrocinador del Giro.
Cannavó no escribía tan bien como Brera o como Gianni Mura, el gran cronista de La Repubblica. Pero era un grandísimo periodista, honrado y, además, bondadoso, tanto como para proclamar tras la muerte de Brera, en 1992, que su correoso rival había sido el mejor. Dejó la dirección de La Gazzetta en 2002, después de 20 años, y se instaló en una oficina pintada de rosa, como las páginas del diario, para escribir columnas de portada y libros sobre la vida carcelaria o los discapacitados físicos. Eran, a su manera, libros sobre el deporte porque hablaban de la capacidad humana para superar las dificultades.
Candido Cannavó, nacido en Catania en 1930, sufrió una hemorragia cerebral el pasado jueves mientras trabajaba en La Gazzetta. Falleció ayer por la mañana.
Diálogo
ENRIC GONZÁLEZ 23/02/2009
El otro día, escribiendo sobre Jade Goody, una joven enferma que intentaba vender a las televisiones la exclusiva de su agonía, utilicé la frase siguiente: “Su padre era toxicómano. Su madre, lesbiana. Careció de educación y de expectativas”. Los términos estaban copiados de una entrevista con la propia joven. La frase sonaba mal y sigue sonando mal: parece equiparar la toxicomanía con la homosexualidad, y puede deducirse de ella que con una madre lesbiana se acaba careciendo de educación y de expectativas. No es el caso, al menos en mi opinión.
Varias personas me han reprochado, con razón, la inclusión del presunto lesbianismo materno entre los antecedentes de la persona en cuestión. Cité el asunto porque, por lo visto, la orientación sexual de la madre (que, como el padre, era aficionada a los estupefacientes) no resultó muy del gusto de la hija, ella sabrá por qué. A mí me es del todo indiferente.
Las quejas llegadas a mi buzón se referían exclusivamente, es curioso, a la madre y a la homosexualidad. Ningún toxicómano (insisto en que aquí no equiparamos nada) ha dicho nada, y quizá había también razones para la queja. El consumo de drogas es poco aconsejable, en especial para ejercer de padre; he conocido, sin embargo, padres toxicómanos que han educado razonablemente bien a sus hijos. Se deduce de ello que los toxicómanos son menos activos que otros colectivos a la hora de reivindicar su imagen y sus derechos. Quizá los estupefacientes les reducen a un estado de pasividad contemplativa.
Decía todo esto porque una de las personas que se molestaron en escribirme, para denostar mi supuesta homofobia, se tomó incluso el trabajo de introducir un virus en el mensaje. Máxima eficacia: el ordenador quedó para el arrastre.
Dado que represalias vigorosas de ese tipo podrían repetirse, creo que ha llegado el momento de interrumpir la estimulante correspondencia directa que venía manteniendo con algunos lectores, y agradecer muy sinceramente todos los mensajes recibidos hasta ahora. Parece que en elpais.com abrirán espacio para opiniones debajo de esta columnita. El sistema resulta sin duda más seguro y permite que la gente dialogue entre sí. Veremos.
Fusiones
ENRIC GONZÁLEZ 24/02/2009
El decreto ley sobre telecomunicaciones que el Gobierno aprobó el viernes, de forma tan urgente como inesperada, abre interesantes posibilidades en el sector televisivo. En esencia, el decreto acaba con los antiguos límites accionariales y permite que las empresas de televisión se absorban unas a otras, con la única condición de que ninguno de los grupos resultantes supere el 27% de la audiencia. Es decir, que lo único imposible (la pública TVE queda al margen) es una fusión entre Telecinco y Antena 3. Cualquier otra cosa puede estudiarse. ¿Se dan cuenta de las opciones estupendas que aparecen ante nosotros?
Sólo espero que los magnates del sector (Planeta, Berlusconi, PRISA, Mediapro) sean audaces y no se limiten a comprar o vender acciones, dejando la programación como está. ¿Por qué desperdiciar la ocasión de experimentar con el multiculturalismo? Imaginemos, por ejemplo, que Telecinco absorbe Cuatro (perteneciente al grupo de EL PAÍS). No cabe ninguna duda de que La noria, el refinado programa de investigación de Telecinco, ganaría en credibilidad si incluyera un sermón de Iñaki Gabilondo. Y Hospital Central resultaría más entretenido si el doctor House apareciera de vez en cuando para poner a parir a esa peña de médicos modernillos.
También La Sexta, repleta de derechos deportivos pero encasillada de audiencia, daría un juego magnífico si se integrara en Antena 3. La densidad habitual de Dónde estás, corazón, el espacio que la cadena de Planeta dedica a la exploración del alma humana, se vería felizmente aligerada con la presencia de Patricia Conde y Ángel Martín. Y Física o química ganaría un montón si incluyera al Follonero.
El decreto ley permite asimismo, no lo olvidemos, fusiones entre cadenas minoritarias. Casi no me atrevo a sugerirlo, pero ¿y si se unieran La Sexta e Intereconomía? Estoy absolutamente seguro de que el Gran Wyoming pagaría por presentar El gato al agua, y de que el destino natural de Xavier Horcajo consiste en coquetear con las copresentadoras de El intermedio.
Hoy podríamos habernos entretenido también calculando los puestos de trabajo que se perderían con las fusiones, pero hay días en que no está uno para bromas.
Asesinos
ENRIC GONZÁLEZ 25/02/2009
La Reserva Federal de Estados Unidos dice que la recuperación económica empezará el año próximo “sólo en el caso” de que se logre recuperar una mínima estabilidad financiera. No sé qué piensan ustedes de la Fed y de su presidente, Ben Bernanke, pero a mí me parece de una vaguedad intolerable. Como Pedro Solbes, ese hombre cansado y en edad de jubilarse al que Zapatero mantiene como rehén, él sabrá por qué. Solbes dice que el panorama mejorará un poco a finales de 2009, pero sólo si la cumbre de Londres tiene éxito. Cuántas condiciones, ¿no? Estos señores eran mucho más tajantes cuando negaban la existencia de burbujas inmobiliarias.
Para salir del pozo nos hacen falta personas con carácter, con talento para las cuentas y con una demostrada solvencia jurídica. Como Soraya Rodríguez, inexplicablemente aparcada en la Secretaría de Estado de Cooperación. Rodríguez afirmó ayer que Israel había cometido en Gaza “1.500 asesinatos”. Aquí no valen matices. La ONU aún está contando víctimas, pero Rodríguez ya tiene la lista completa, la calificación penal y la sentencia. La doctrina Rodríguez podría resultar hasta cierto punto incómoda si un soldado español destacado en Afganistán se viera en la obligación de disparar y cometiera, por tanto, un asesinato. A no ser que sólo los soldados israelíes asesinen, que también podría ser: ésa es una creencia bastante arraigada. En cualquier caso, mejor apartar a Rodríguez de su actual función diplomática y colocarla en Economía, donde podría llamar “estafadores” a los banqueros y “parásitos” a los desempleados. Claridad y contundencia.
Eso es lo que le falta también a Pelotas, la serie que TVE estrenó el lunes. La factura es buena, como los actores, y la mezcla de drama y humor funciona en bastantes momentos. Si el guión renuncia a la sensiblería y los personajes van ganando entidad, puede dar guerra (sin asesinar a nadie, entendámonos).
Monstruos
ENRIC GONZÁLEZ 26/02/2009
Se habla mucho de John Maynard Keynes, pero apenas se menciona a Joseph Schumpeter. Es una lástima, porque el gran economista austro-checo (1883-1950) constituye una ayuda inestimable para cualquier comentarista: escribió mucho y adoptó posiciones muy variadas y ocasionalmente contradictorias, lo que permite echar mano de él tanto para opinar sobre los ciclos de desarrollo como sobre el puñetero invierno. Además, predijo algunos fenómenos que parecen ocurrir actualmente: anunció que el capitalismo tendería al monopolio y que acabaría muriendo de éxito.
Personalmente, no creo que el capitalismo muera, y menos de éxito. La crisis, sin embargo, favorece la tentación del gigantismo. Pese a la evidencia de que sobrevive mejor una empresa pequeña y ágil, capaz de crecer con rapidez pero de forma orgánica (Google, por ejemplo), veremos surgir nuevos monstruos por la vía de la multifusión. No durarán. Supongo que el objetivo es exprimir lo poco que puede dar el mercado y que los directivos rebañen el fondo del plato antes del colapso.
El sector televisivo británico se mueve en esa dirección. ITV, la veterana corporación privada, ha pedido a Gordon Brown que le permita fusionarse con Channel 4 (pública) y Channel 5. Eso limitaría el mercado generalista a un grupo público (BBC), uno semiprivado (el organizado en torno a ITV) y una plataforma basada en el cable, el satélite y el pay per view (Sky, de Rupert Murdoch). ITV asegura que la fusión de las privadas supondría una reducción de costes y aseguraría la viabilidad del sector. Sola o en compañía de otros, ITV parece prácticamente condenada, como la mayoría de las empresas televisivas convencionales. ITV descuidó la producción de buenos programas y sepultó a la audiencia bajo toneladas de anuncios: se hundió a sí misma en nombre del beneficio rápido. Ahora, la proliferación de pequeñas emisoras especializadas y la aparición de nuevos soportes permiten al espectador elegir qué quiere ver, y cuándo. Los dinosaurios agonizan. ¿Qué solución proponen? Crear un dinosaurio aún más grande. Como no dijo Schumpeter, porque lo dijo Schumacher, “lo pequeño es hermoso”. Hoy más que nunca.
Clientela
ENRIC GONZÁLEZ 27 FEB 2009
Permitan que siga dándoles el peñazo con Joseph Schumpeter: prometo que es la última vez esta semana. El economista austro-checo pensaba que en los sistemas democráticos la gente, o los votantes, o el pueblo, elijan la palabra que prefieran, pintaba bastante poco. Es decir, pensaba que lo del gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” era una farsa. Qué cínico, dirán ustedes. Bien, vayamos por partes. Según Schumpeter, la política funciona como cualquier otro mercado: los líderes compiten entre sí y finalmente se impone uno de ellos. Existen los programas electorales, eso es evidente. Dejemos de lado su grado de cumplimiento: si ustedes quieren discutir sobre el pleno empleo de Zapatero o el crecimiento sostenido de Rajoy y su niña, háganlo en privado, por favor. El programa es sólo un instrumento para alcanzar el poder, y donde no llega el programa, llega el pacto poselectoral. Si se quiere gobernar, hay que estar a punto para cambiar parte del programa propio por parte del programa ajeno, en especial si el ajeno corresponde a los nacionalistas catalanes y vascos.
Decía Schumpeter que la política funcionaba mejor así porque el pueblo es sentimentaloide, carece de información y se deja manipular por cualquiera. ¿No lo creen? Pues recuerden lo que a mediados de los noventa opinaban el PP y el PSOE sobre Baltasar Garzón, que por entonces se dedicaba a engordar el sumario de los GAL, y comprueben lo que dicen hoy sobre Garzón el PP y el PSOE. En efecto, todo es relativo menos el poder.
¿Las elecciones? En la versión schumpeteriana, son sólo un sistema higiénico para desprenderse del político demasiado corrupto o demasiado incompetente. A veces es casi reconfortante mirar a los partidos como empresas en un mercado, porque, aunque sea con chanchullos y falsas promesas, se esfuerzan por contentar a la clientela. Hay empresas que a veces olvidan tomarse esa molestia. Cuatro, la empresa televisiva de PRISA (editora de EL PAÍS), va a emitir en abierto la excelente serie Mad men. Y, según su página digital, lo hará a la una de la madrugada. Ni siquiera el PP o el PSOE se atreverían a pasarse tanto con el consumidor.
Un relato que cambió el mundo
ENRIC GONZÁLEZ 1 MAR 2009
Construir un relato no es nada fácil, aunque se trate de contar algo realmente acontecido y dispongamos de datos fiables. Incluso si el narrador ha sido testigo ocular de lo que cuenta, necesita atar cabos sueltos, explicar detalles dudosos y, sobre todo, fabricar una coherencia que no existe en la vida real. Y, por supuesto, ha de tener el valor y la lucidez necesarios para aceptar su propia subjetividad. Las historias crecen y se transforman cada vez que se cuentan o se escriben, pero el texto original, el primero, posee una luz característica: la luz de la creación.
Por eso me parece admirable el relato que generalmente atribuimos a alguien llamado Marcos, de quien sólo conocemos lo que escribió. No hablo del evangelio de Marcos como creyente, porque no lo soy, sino como devoto admirador de su breve obra literaria. Otros dos evangelios posteriores, atribuidos a Mateo y Lucas, son denominados sinópticosporque utilizan el texto de Marcos como base y añaden declaraciones del protagonista, Jesús, quizá procedentes de un documento que desconocemos y que los especialistas llaman Q por quelle, fuente en alemán. El cuarto evangelio, atribuido a Juan, exhibe un gran estilo, pero no es un relato, sino otra cosa más relacionada con la teología.
Según muchos estudiosos, el relato de Marcos fue escrito después de la revuelta judía contra Roma (66-70)
Salvo entre quienes, por pura fe, prefieren creer que el autor del evangelio de Juan fue uno de los discípulos, “el predilecto”, o incluso que todos los evangelios fueron escritos por miembros del grupo de colaboradores del oscuro profeta judío que no aparece en ningún texto histórico (la mención en Josefo resulta dudosa), existe un consenso casi universal acerca de que ninguno de los redactores de los cuatro relatos canónicos conoció a la persona de la que hablaban.
Según una teoría del siglo II, Marcos fue en realidad un tal Juan Marcos, intérprete del apóstol Pedro, y redactó su trabajo en Roma, inmediatamente después de las persecuciones de Nerón. La mayoría de los estudiosos, empezando por el que considero más solvente, John P. Meier, sacerdote católico, profesor en la Universidad de Notre-Dame (Indiana) y autor de Un judío marginal, formidable obra en cuatro tomos, opinan por el contrario que el relato de Marcos fue escrito en Palestina o sus alrededores, en un ambiente rural e inmediatamente después de la revuelta judía contra Roma (66-70) que supuso la destrucción de Jerusalén y su templo. El hombre que llamamos Marcos muestra claramente la intención de consolar a su audiencia tras un desastre, y promete que los buenos tiempos están a la vuelta de la esquina.
Recomiendo la lectura del relato de Marcos porque, aunque estilísticamente tosca, es dinámica, abunda en intriga y misterios, contiene presencias diabólicas y exorcismos, y concluye de forma desconcertante. En realidad, no sabemos cómo termina. En la versión que consideramos original (en la canónica del catolicismo hay unos párrafos añadidos), “María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé”, sin que la madre del difunto sea específicamente citada, acuden a la tumba de Jesús y la encuentran vacía. Un joven desconocido les dice que el muerto ha resucitado. Las tres mujeres se espantan y se largan, sin decir nada a nadie. Así acaba, con un secreto compartido por tres mujeres. Pocos best sellers de la actualidad cuentan con material tan atractivo.
El llamado Marcos creó una historia (desconocemos los hechos reales, sólo sabemos lo que él nos cuenta) sobre la que se construyó gran parte de la cultura occidental. Si se toman la molestia de leerla, comprobarán que es ajena a elementos esenciales de la teología cristiana: el protagonista, Jesús, redime con su vida, no con su muerte; muere quejándose, sin gestos heroicos ni perdones; en alguna ocasión recomienda a sus seguidores que recen para evitar suplicios y martirios. Entre los evangelios, es el único que habla de alguien que parece un hombre real y de su tiempo.
El mismo John P. Meier, especializado en Mateo, reconoce que en Marcos vibra un extraño “aliento de verdad”. Y eso es lo máximo a lo que puede aspirar alguien que escribe.
‘Mister’ Clough y la hazaña del Forest
ENRIC GONZÁLEZ 2 MAR 2009
La última gran batalla del viejo laborismo británico, socialista y cristiano, concluyó en marzo de 1985 con una derrota definitiva. Tras un año de huelga contra el Gobierno de Margaret Thatcher, los mineros se rindieron y en poco tiempo, una a una, las minas fueron cerrándose. Pero, antes de la huelga y del triunfo de Thatcher, aquella izquierda había disfrutado de una gloria irrepetible. Nunca en el fútbol europeo se había visto algo así. ¿Fútbol y política? Sí, por supuesto. A veces ocurre. El mundo de los símbolos es así de complejo.
Tomemos una ciudad: Nottingham, en el corazón industrial de Inglaterra. A mediados de los 70, Nottingham estaba perdiendo con rapidez sus fábricas textiles. La población decrecía. La crisis económica y la crisis del laborismo se unían en una sensación generalizada de declive.
El Nottingham es el único equipo europeo que tiene más Copas de Europa, dos, que títulos ligueros, uno
Tomemos un equipo: el Nottingham Forest, tan histórico como deprimido. El Forest fue fundado en 1865 y adoptó el color rojo del revolucionario italiano Garibaldi; en 1976 poseía un pasado notabilísimo (patrocinó el nacimiento del Arsenal londinense, fue el primer equipo en experimentar las redes en las porterías y el arbitraje con silbato en vez de banderas) y un presente mediocre en la Segunda División.
Tomemos un joven entrenador: Brian Clough, que destacaba por su efectividad (le había dado una Liga al modesto Derby County en 1972), por su tremendo carácter y por su filiación laborista. Cuando había una huelga minera en las Midlands, Clough estaba ahí, animando a los piquetes y donando parte de su sueldo. Mister Clough, como exigía ser llamado, no puede ser comparado con los Mourinho o los Ferguson de hoy porque éstos no resisten la comparación. Una de sus frases célebres: “Ya sé que Roma no se construyó en un día, pero es que yo no me encargué de ese trabajo”.
Ya tenemos la ciudad, el equipo y el técnico: una mezcla explosiva. En 1977, Mister Clough logró que el Forest ascendiera a la máxima categoría. Entonces empezó la fiesta: en la temporada siguiente, 1977-78, el Forest fue campeón de Liga. En 1979, el año en que Thatcher llegó al Gobierno, fue campeón de Europa. Y en 1980 lo fue otra vez. Ningún otro equipo europeo posee más Copas de Europa que títulos ligueros. El Forest logró la hazaña jugando limpio y raso: fue el primer equipo británico que amó el balón. Otra frase de Clough: “Si Dios hubiera querido que el fútbol se jugara en las nubes, no habría puesto hierba en el suelo”.
Luego llegó la decadencia. Las estrellas como Peter Shilton y Trevor Francis se eclipsaron. Mister Clough se hundió en el alcoholismo. El 15 de abril de 1989, cuando Forest y Liverpool iniciaban una semifinal de Copa en el estadio de Hillsborough (Sheffield), una avalancha de espectadores causó 96 víctimas mortales. La tragedia de Hillsborough simbolizó el fin de una época. En 1993 llegaron el descenso y la despedida de Mister Clough.
El mejor entrenador británico (este título podría discutírselo su amigo Bill Shankly, pero nunca Alex Ferguson) murió en 2004, tras un trasplante de hígado que le dio unos pocos meses de tiempo suplementario. El Nottingham Forest malvive en la Segunda División inglesa. Lo que hicieron Mister Clough y el Forest nunca será superado.
Pesimismo
ENRIC GONZÁLEZ 2 MAR 2009
El pesimismo es comprensible. Quien ha contemplado cosas tan terribles como Eurovisión, el retorno en TVE, o La 7ª silla, el “programa de debate” recién estrenado en Telecinco, tiende a pensar que la programación televisiva es peor que nunca. Quien pierde su empleo y teme por el bienestar de los suyos ve la actual crisis como un fenómeno apocalíptico. Quien lee que el alcalde socialista de Alcaucín escondía 160.000 euros bajo el colchón, y viene ya escarmentado de la retahíla de corruptelas, concluye que en ninguna época se ha trincado tanto como en ésta.
El pesimismo, como decía, es comprensible. Siempre lo ha sido, porque nuestra memoria es selectiva.
Nos indignamos porque la invasión de Irak se justificó con la mentira de las armas de destrucción masiva, sin prestar demasiada atención a que todas las invasiones modernas han comenzado con una patraña: el falso ataque al Maine en Cuba, las falsas agresiones polacas contra los alemanes en 1939 o el falso “incidente de Nankin” en Vietnam.
En cuanto a la corrupción, resulta innecesario apelar al aceite de Redondela, a Sofico o al resto de trapisondas del tardofranquismo; cuanto más hacia atrás miremos, más encontraremos. Y con el encanto especial de lo impune.
¿La actual crisis económica parece la peor? Sólo si olvidamos las devastadoras hambrunas de los siglos XIX y XX, que en España remitieron hace más de medio siglo y en China hace poco más de 30 años; en África mantienen el tono tradicional. ¿Que el cambio climático espanta? Sí, aunque a mí me espantaba más la destrucción instantánea del planeta con que EE UU y URSS se amenazaban mutuamente durante la Guerra Fría.
Con todas sus desgracias, vivimos una época dulce. Posiblemente la mejor de la historia humana. No alcanzamos a digerir toda la información de que disponemos, es verdad. Pero ese agobio está en vías de solución: la devaluamos día a día, y acabará no teniendo importancia. Como antes. ¿O creen que antes la gente hacía cola en los quioscos para leer la última declaración de la Casa Blanca?
Mantengo el pesimismo, eso sí, en la cuestión televisiva. Creo que los malos programas de hoy, y hay muchos, son los peores de todos los tiempos.
‘Zeitgeist’
ENRIC GONZÁLEZ 3 MAR 2009
Fíjense en los obispos italianos, convertidos en banqueros. La Iglesia católica de Italia ha decidido introducirse en el negocio del crédito a pequeña escala: con mil euros se salva a veces un pequeño comercio, una peluquería familiar o la microempresa de un autónomo. Y si los bancos no sueltan un duro, ahí está el cura para salvar la situación. Los préstamos religiosos acaban de salir al mercado, pero son ya la esperanza de miles de italianos y, sobre todo, de inmigrantes.
Es la otra cara de la religión. Puede captarse también en cualquier ciudad española, a poco que se observe con atención. Los voluntarios católicos y de otras confesiones realizan actualmente un trabajo tremendo, muy efectivo en el nivel más bajo, el de la realidad durísima, porque ahí no alcanza el brazo asistencial del Estado y de otras instituciones. No hay funcionarios que ronden los supermercados para pedir alimentos a punto de caducar (cada vez menos: el comercio también se aprieta el cinturón), ni funcionarios que cocinen para indigentes. Eso sólo lo hace gente que lo hace porque sí, porque quiere: voluntarios de ONG y, en gran medida, voluntarios religiosos.
No hace falta haber leído a Hegel para captar el zeitgeist, el espíritu de nuestro tiempo. El frío de la crisis es perceptible en casi todos los hogares. E influye en los gustos.
Doctor Mateo, la serie que Antena 3 emite los domingos (o los lunes, o cualquier otro día, según esté de ansioso el contraprogramador), constituye un sólido compendio de tópicos. La historia del médico prestigioso que decide instalar consulta en una aldea es sobradamente conocida. Los guionistas de Doctor Mateo se han esmerado para que los diálogos (antológico el de las mujeres que deciden apodar Verga al médico) resulten también familiares, por tópicos y previsibles. Y, sin embargo, tal vez con esos mimbres hayan fabricado un éxito. Doctor Mateo es una serie reconfortante en tiempos de crisis, como lo era (curiosa coincidencia) la serie italiana Don Mateo, protagonizada por un cura.
El zeitgeist pide cosas de este tipo. Sólo falta que los obispos españoles empiecen a dar créditos para acercarnos al nivel de la tercera potencia industrial europea, que, no lo olviden, es Italia.
Insuficiencia
ENRIC GONZÁLEZ 4 MAR 2009
Dicen que Orson Welles podía encerrarse una noche en la oficina con una máquina de escribir, una botella de brandy y una caja de puros y salir por la mañana con un guión magnífico bajo el brazo. Puede ser, porque era Orson Welles. Y, pese a serlo, necesitó el talento de Mankiewicz, el orden de Houseman y un montón de notas, cambios y meses para tener un guión provisional de Ciudadano Kane.
Muchos argumentos decentes han salido de una borrachera inspirada. Un buen guión, en cambio, conlleva sudor, fastidio, rectificaciones, desánimo y, la mayoría de las veces, un complejo trabajo en equipo. Un guionista asume el papel de Dios: decidir qué ocurre, quién gana y quién pierde, quién vive y quién muere. La tarea es tremenda.
Gran parte de la producción audiovisual española padece de insuficiencia guionística, un mal devastador que devora desde dentro el conjunto de la obra. Tampoco hace falta tener guiones firmados por Valle-Inclán, que hacía brillantes incluso las indicaciones (un ejemplo deLuces de bohemia: en lugar de escribir “suena el teléfono en la oficina”, escribe “el grillo del teléfono se orina sobre el regazo burocrático”); basta un texto útil. Comparen los diálogos de Doctor en Alaska con los de Doctor Mateo y nos entenderemos.
La insuficiencia guionística se hace evidente en la versión española deSaturday night live, que Cuatro (Grupo PRISA, como EL PAÍS) emite los jueves por la noche. Pensé que tras el primer programa, el equipo se rodaría y tomaría una línea ascendente. Ha ocurrido lo contrario. Pese a contar con los guiones originales del programa neoyorquino, tramos “propios” como la introducción y las noticias van adoptando un tono grueso, con más bufido que inteligencia, habitual en cualquiera de las pantallas españolas.
Los guionistas suelen quejarse de sus condiciones de trabajo: poco dinero, poco tiempo, poco respeto por lo que hacen. Como la insuficiencia guionística es un mal extendido, deduzco que el problema procede de la industria. No es un fenómeno raro: también algunas empresas están haciendo lo posible para fabricar periódicos sin periodistas.
Frentismo
ENRIC GONZÁLEZ 5 MAR 2009
Il Foglio es un diario peculiar: muy pocas páginas y muchísima opinión. Quizá en el futuro todos los diarios sean así. Il Foglio es de Berlusconi (aunque la propietaria formal sea su esposa) y mantiene la líneaberlusconiana, pero cuenta con un director, Giuliano Ferrara, especializado en provocaciones. Ferrara, vástago de una familia delgotha comunista, fue un brillante activista del PCI hasta que una misteriosa epifanía le empujó a pasarse a las filas de Il Cavaliere. DesdeIl Foglio se entretiene haciendo travesuras de mejor o peor gusto. Igual encabeza la campaña para mantener con vida a Eluana que dice ser orgulloso posesor de un micropene.
La última de Ferrara consiste en proclamar que Il Foglio, un diario hecho en Roma, se entrega ardorosamente al Inter de Milán. No exactamente al Inter, sino a su entrenador, José Mourinho. Según Ferrara, la afición de Mourinho por la polémica acabará haciendo un gran bien a la capital industrial de Italia, habituada a la discreción burguesa y a un debate público encorsetado por las filiaciones políticas, económicas, religiosas y familiares.
Es posible que, al menos esta vez, Ferrara tenga razón. Habla de Milán, pero podría estar hablando de Europa. Nos hemos habituado a las trincheras políticas, a las iniciativas previsibles y a las ideas sobadas. Yendo a lo nuestro, tomemos una palabra que se escucha con frecuencia estos días: “frentismo”. Como concepto político contemporáneo, es una solemne idiotez. Lo cual, con todo, no es grave. Lo peor es lo que representa la puñetera palabra: el atrincheramiento, la esclerosis, la inanidad ideológica. Instale usted un “frentismo” en su pueblo y échese a descansar: ni por casualidad va a cambiar nada. Ni en un lado del frente, ni en el otro. La heterodoxia, la innovación y la inteligencia quedarán desterradas, en un sentido figurado o literal.
Me gustaría que en el País Vasco ocurriera algo provocador. Me gustaría que ocurriera también en cualquier otro lugar. Si no pudiera ser, me conformaría con que nosotros, los que observamos, nos atreviéramos a provocar. La provocación puede generar dudas, con las dudas se acaba teniendo ideas propias, y con ideas propias (y un poco de honestidad) no hay “frentismo” que valga.
Subvenciones
ENRIC GONZÁLEZ 6 MAR 2009
No estoy de acuerdo con las empresas privadas de televisión. Pero estoy muy de acuerdo con las empresas privadas de televisión. Creo que reúno por fin las condiciones necesarias para trabajar como tertuliano en La noria. En La 7ª silla, por desgracia, ya no: el programa de multidebates ha durado sólo una emisión.
Acuerdo y desacuerdo, decíamos. Me parece de mal gusto que las televisiones privadas, cuya licencia para emitir ha sido durante años como una autorización para fabricar dinero, se quejen tanto por verse obligadas a invertir el 5% de sus ingresos brutos en producción cinematográfica. Ese gasto estaba incluido en los contratos que firmaron. Estoy, por tanto, en desacuerdo con el recurso que acaba de tumbarles el Tribunal de Justicia Europeo. Otra cosa es que esté de acuerdo con su posición de principio. Creo que el Estado no debe limitarse a vigilar las fronteras, a imponer el orden público y a mantener el valor de la moneda, como establece el ultraliberalismo más purista. Creo que tiene muchas otras obligaciones, incluso en el ámbito cultural: la preservación del patrimonio histórico y artístico, por ejemplo. Pero no me parece que al Estado le corresponda el papel de mecenas cultural. Ni en cine, ni en nada.
Como la producción cinematográfica impuesta a las televisiones privadas constituye una subvención indirecta, no me gusta. Aún me gusta menos, sin embargo, la gente que acepta una concesión estatal con todas sus condiciones, y luego intenta incumplir el contrato, alegando que era joven y no sabía lo que hacía.
El mismo argumento vale para las quejas de las privadas contra la existencia de una televisión pública financiada en gran medida por la publicidad. Preciso que soy partidario de una televisión pública, aunque prefiero modelos de financiación como el británico (impuesto sobre los poseedores de televisor) o, en un mundo ideal, como el estadounidense (aportaciones voluntarias del público).
También estoy en contra de que el Estado financie, aunque sea con ayudas temporales, a la banca o a los fabricantes de automóviles. O a la prensa, ya puestos.
Contemporáneos
ENRIC GONZÁLEZ 8 MAR 2009
El otro día, charlando con el colega Juanje Aznárez, concluimos que nuestra vida no había sido aburrida. Al menos hasta el momento. Ambos hemos trotado bastante por el mundo y podríamos recitar, con toda la modestia necesaria, nuestro particular monólogo del androide: “He visto cosas que vosotros no creeríais…”. Juanje y yo, me temo, empezamos a adquirir la condición de “abuelo batallitas”.
El coleccionismo de recuerdos constituye, como la sensación de “vivir la Historia”, un efecto secundario de la práctica del periodismo. No es grave, salvo en casos extremos. Viene a ser lo opuesto del “síndrome Fabrizio del Dongo”: el protagonista de La Cartuja de Parma, la gran novela de Stendhal, está en los campos de Waterloo el día de la batalla, y se pregunta si el barullo que contempla alrededor es una simple escaramuza o algo de mayor interés.
Ahora mismo debe estar cociéndose algo de gran trascendencia en la ciencia, el arte o la política. Y no lo sabemos
Ese síndrome tan poco periodístico me asalta con una frecuencia creciente: temo dar importancia a asuntos espectaculares, pero anecdóticos, y perderme lo fundamental. Me refiero a lo que hacen mis contemporáneos. ¿Cuántas cosas estoy perdiéndome?
Me explico. De haber podido elegir, habría situado mi periodo de existencia en el siglo XIX. Visto desde la actualidad, el XIX fue el último siglo optimista, un siglo abundante en ideas y proyectos. Bien. De haber vivido entonces, ¿pensaría lo mismo?
Tal vez mi yo decimonónico habría considerado que Andrew Jackson, mi favorito entre los presidentes de Estados Unidos, no era más que un salvaje mataindios y un irresponsable en el terreno económico: no debía ser fácil, entonces, percibir con claridad que Jackson estaba garantizando para su país un futuro democrático. Tal vez me habría apuntado a la cursilería neoclásica y habría rechazado, como puras gamberradas perpetradas por engañabobos, el impresionismo y el expresionismo. Tal vez me habrían parecido de mal gusto los procesos de independencia en las colonias americanas. Tal vez me habría parecido que inventos como el teléfono o el cinematógrafo no eran mucho más que entretenimientos bobos. Tal vez me habría reído, como la mayoría de mis contemporáneos decimonónicos, de la teoría de la evolución propuesta por Charles Darwin.
Me espanta el error de perspectiva, inevitable en mi oficio. Miren la portada de cualquier diario: muy probablemente ninguna de las noticias de hoy tendrá el menor interés para el observador del siglo XXII. Y, sin embargo, ahora mismo debe estar cociéndose algo de inmensa trascendencia, algo relacionado con la ciencia, el arte o la política, y no tenemos ni idea sobre ello. No hace falta recurrir a Van Gogh, que no vendió un cuadro en su vida. Incluso novedades conocidas y celebradas en momento contaban con una gigantesca dimensión invisible. Tomemos el ejemplo de Marie Curie: se supo de su trabajo y recibió dos premios Nobel, pero a nadie se le ocurrió relacionar el radium y la radiología con el futuro terror nuclear.
A veces, muy pocas, tengo la impresión de descubrir algo que durará. Se trata de un placer modesto pero intensísimo, como el que emana, dicen (mi olfato es casi inexistente), del pan recién horneado. No me refiero a grandes invenciones, porque, dados mis conocimientos sobre tecnología, sería inútil ponerme ante los ojos los planos de la máquina del tiempo. No, mis descubrimientos son de escala reducida. Un poema, un artículo, una fotografía, un proyecto: pequeñas grandezas de mis contemporáneos.
Esta misma semana he disfrutado de esa impresión, de ese olor a pan caliente. Ya conocía bastantes de las crónicas de Jacinto Antón, un tipo que, además de ser mi contemporáneo y casi mi coetáneo, trabaja en mi oficina y vive por mi barrio. Esas crónicas han ido publicándose en la edición catalana de EL PAÍS, para solaz de un puñado de adictos. Ahora han sido reunidas en un libro titulado Pilotos, caimanes y otras aventuras extraordinarias. Leí el libro y lo leí por segunda vez, para asegurarme que se repetía el fenómeno. Se repitió. Llegué a la página 143, en la que concluye la crónica El beso del vampiro, y percibí de nuevo, exactamente en el mismo sitio, el aroma inconfundible.
Ustedes pueden leer ese libro, o no. Yo estoy seguro de que habrá quien lo lea dentro de cien años. Ese alguien constatará que a principios del XXI, cuando todo aquello de la crisis de la prensa, alguien hacía en un periódico unos artículos inmortales.
Lágrimas compartidas
ENRIC GONZÁLEZ 9 MAR 2009
Yo ya sabía que la afición colchonera es de una pasta especial. El otro día lo confirmó un amigo madridista mientras se abrazaba, entre lágrimas y confusión, con una señora del Atleti.
Conocí a la tribu rojiblanca el 27 de mayo de 2000, en Valencia. El Espanyol, el equipo de mis penas, y el Atlético de Madrid disputaban la final de la Copa del Rey en Mestalla. Las horas previas al encuentro pasaron como suelen pasar, con un tranquilo compadreo entre ambas aficiones. Eso es lo habitual. Son muy pocos quienes crean bronca en torno al estadio, pero son ellos quienes salen en la prensa porque, como se sabe, la noticia consiste en que un hombre muerda a un perro y los descerebrados del fútbol muerden hasta las farolas con tal de hacerse notar.
“¡Llore, llore con ganas! ¡Desahóguese, que esto no se ve todos los días!”, dijo la colchonera al merengue
El partido salió raro y no sólo porque lo ganara el Espanyol: el gol de Tamudo, birlando el balón de entre las manos a su ex compañero Toni, fue de los que mosquean a la parte damnificada.
Concluida la ceremonia, había un bando esencialmente triste: el Atleti había bajado a Segunda sólo 20 días antes y, como postre, se llevaba el chasco. Y había un bando esencialmente desconcertado: el Espanyol llevaba 60 años sin ganar nada y, por tanto, la experiencia de llevarse una copa a casa era algo nuevo para casi todos nosotros. Una vez celebrados los goles y vitoreado el equipo, no sabíamos cómo comportarnos. Salimos del estadio, por tanto, como solemos salir de los estadios: más bien callados y circunspectos.
A mi grupo se acercó entonces uno de colchoneros preguntando el porqué de tanta flema. Pudimos responder (sin mentir) que callábamos, en parte, por no ofender: sabemos demasiado bien lo que siente el que pierde. Respondimos cualquier otra cosa. El grupo rojiblanco se unió a nosotros y nos animó a animar. Son detalles que no se olvidan.
Y luego, el día del Atlético-Barça, pasó lo de mi amigo. El personaje en cuestión, al que, como hacía Groucho Marx, llamaremos Delaney, acababa de sufrir un mal trago sentimental y arrastraba su alma en pena por las calles de Madrid. Delaney sintió la necesidad de compañía y en un arrebato, pese a su acendrado madridismo, se hizo con una entrada para el partido del Calderón. Podía haber satisfecho su afán de multitud en el metro, es cierto, pero no creo que a Delaney se le haya ocurrido jamás bajar las escaleras hasta ese universo subterráneo.
En pleno fragor de la remontada atlética, mientras el Calderón hervía, mi amigo Delaney no pudo más con lo suyo. Sentado en su asiento, se le escapó una lagrimilla de desamor. La señora de la plaza contigua, incapaz de tolerar que un miembro de la tribu se emocionara de esa forma tan solitaria, se echó a sus brazos, le estrujó con fuerza y le transmitió a gritos una dosis de humanidad: “¡Llore, llore con ganas! ¡Desahóguese, que esto no se ve todos los días!”. La señora redondeó el gesto con su propio llanto. Y así acabaron el partido mi amigo Delaney, el merengue, y la cordial señora colchonera: abrazados los dos, húmedos los ojos, absurdamente unidos.
Tristeza
ENRIC GONZÁLEZ 9 MAR 2009
Mi dentista de Roma tenía enmarcada en la consulta una frase de Flaubert: “Cuidado con la tristeza, es un vicio”. Algo muy parecido podría decirse de la estupidez. Hay que tener ojo con ella, porque envicia.
Habrán leído sobre la muerte, el sábado, de Tullio Pinelli, el principal colaborador literario (sería reductivo decir “guionista”) de Federico Fellini. Pinelli poseía una característica peculiar: escribía unas tragedias divertidísimas.
Todos los textos de Pinelli eran esencialmente sombríos. Hurguen, si quieren, en sus películas con Fellini, y acabarán encontrando una amargura onírica. Su impronta resulta aún más clara en Amici miei(traducida en castellano como Habitación para cuatro), una de las obras maestras del gran Mario Monicelli.
Amici miei podría ser una comedieta ligera, una de aquellas sátiras sociales mezcladas con astracán que la crítica biempensante de los setenta, entusiasmada con el cine “serio” de Bertolucci y los infumables experimentos de Pasolini, solía meter en el cajón de las frivolidades. Pero Amici miei, formalmente comedia, e hilarante, por cierto, era también una espléndida lección sobre la vida, la soledad y el fracaso.
Conclusión: es posible hacer algo divertido sobre la reflexión más amarga (aquí tenemos ejemplos como El verdugo), a condición de que el artista y el espectador no desconecten el cerebro.
Por supuesto, también es posible hacer algo entretenido a partir de la más estricta gansada. En ese caso, la condición sine qua non consiste en mantener la actividad cerebral en el mínimo nivel posible, sólo un grado por encima del coma. Eso lo sabe cualquiera que haya vistoÁguila Roja, la ficción de pícaros, ninjas y acróbatas que TVE emite los jueves con gran éxito de audiencia. No me parece anormal que, con lo que está cayendo, la gente quiera desconectar por la noche. Recuerden que un poco de estupidez es inofensiva; en dosis frecuentes, sin embargo, acaba convirtiéndose en vicio.
(Un recordatorio: esta tarde, en la Asociación de la Prensa de Madrid, se rinde homenaje al periodista Ricardo Ortega; murió en Haití hace cinco años y tres días, tiroteado por alguien que, a día de hoy, sigue sin ser identificado).
Gratis
ENRIC GONZÁLEZ 10 MAR 2009
Las empresas de comunicación (periódicos, televisiones, editoriales y demás) lanzan con frecuencia un mismo quejido: Internet, dicen, no da dinero. Quieren decir, evidentemente, que Internet no da todavía a esas empresas el dineral que daban, y ya no dan, los anuncios a toda página o en el prime time televisivo.
Eso es cierto, pero sólo hasta cierto punto. Internet ha proporcionado billones a quien ha sabido espabilarse. Ahí tienen a Google, una empresa fundada hace 10 años y cuyos dos principales servicios, el buscador y el correo electrónico, resultan gratuitos para el usuario. Google tiene ahora en caja 16.000 millones de dólares, que serán 21.000 millones a fin de año. La gracia del asunto consiste en que no saben qué hacer con ellos, porque no pueden comprar empresas de su mismo sector, no les interesa meterse en terrenos que no conocen y, hasta la fecha, no han repartido dividendos a sus accionistas.
Dejando Google como caso aparte, parece evidente que el universo digital, cuya vocación de gratuidad y low cost provoca urticarias en los empresarios tradicionales, ofrece inmensas posibilidades. La reconversión de la industria de la comunicación ha coincidido, como todas, con una época de crisis, lo que dificulta el tránsito de un modelo a otro. Habrá empresas que desaparecerán y otras, las que resistan, volverán a forrarse dentro de unos años, gracias a nuevas herramientas maravillosas.
Lo curioso es que sea el ramo más viejo de la comunicación, el del libro, el que esté abriendo nuevos caminos. Amazon ya tiene el Kindle, un soporte para la lectura digital (muchísimo más cómodo que la pantalla) que pesa 300 gramos y costaba hasta ahora unos 400 dólares. Este mes lanzará un nuevo modelo por menos de 380 dólares, con más autonomía que las actuales 30 horas. Sony prepara un aparato similar que costará menos de 300 dólares. Si el ritmo es similar al que siguió el teléfono móvil, dentro de nada el soporte de lectura será prácticamente gratuito y pagaremos poquísimo por los libros y nada por los periódicos. La publicidad se ocupará del resto.
El problema, como siempre, consistirá en escribir buenos libros y buenos periódicos. Un problema peliagudo, pero tan viejo como el alfabeto.
Tregua
ENRIC GONZÁLEZ 11 MAR 2009
El 24 de diciembre de 1914, cuando la I Guerra Mundial no había cumplido aún seis meses, un grupo de soldados alemanes empezó a cantar Noche de paz en una de las trincheras del frente occidental. Los soldados británicos apostados en el otro lado del frente hicieron coro. Al cabo de pocas horas, británicos y alemanes salieron de sus escondites para encontrarse en tierra de nadie e intercambiaron saludos, abrazos, cigarrillos y chocolatinas. La frágil paz se extendió por decenas de kilómetros. Las tropas iban y venían tranquilamente. Como dijo Rowan Atkinson en Blackadder, una de las mejores series de todos los tiempos, “ni británicos ni alemanes volvieron a avanzar tantos metros en los siguientes dos años”.
Ese momento, conocido como Tregua de Navidad, fue prohibido por los generales de ambos bandos, pero duró semanas en algunos tramos del frente.
Por alguna extraña asociación de ideas, la presencia de Patricia Conde (estrella de La Sexta) en Saturday Night Live (programa estelar de Cuatro) me ha recordado la Tregua de Navidad. No sé qué me habrá venido a la mente. ¿La “guerra del fútbol”, quizá? Podría ser.
Evidentemente, este acercamiento no tiene nada que ver con villancicos o trincheras fangosas. Tendrá que ver, supongo, con el hecho de que Globomedia, núcleo de La Sexta, produce tanto Sé lo que hicisteis comoSaturday Night Live (y muchos, muchísimos otros programas), y tiene más o menos en nómina a Patricia Conde. O sea, que esta tregua del jueves por la noche, en riguroso directo, no surge de los soldados ni de los generales, sino de quien manda realmente: los fabricantes de armamento. (Nota para lectores estructuralistas y abogados: esto último es una metáfora; Globomedia produce y vende programas, no armamento; bastante tengo con los líos que me busco como para encontrarme con uno no buscado).
Sean cuales sean los motivos, la noticia es buena. Patricia Conde ilumina cualquier programa. Apetece ver qué tal funciona su gracia natural en un contexto tan agitado y con tanto cambio de escenario como el de SNL.
Por otra parte, cualquier interrupción de las guerras mediáticas, esas cosas que matan de aburrimiento a los lectores y entusiasman a la militancia (y a los asesores jurídicos), resulta ciertamente bienvenida.
Guerra
ENRIC GONZÁLEZ 12 MAR 2009
No, no es lo mismo. La ley seca estadounidense sirvió para retirar del mercado las bebidas alcohólicas de buena calidad y sustituirlas por mejunjes tóxicos fabricados en la bañera; de paso, sirvió también para encumbrar a Al Capone y toda una galaxia de mafias y mafiosos. Que sobreviven, hoy, gracias a otra ley seca impuesta por Estados Unidos, la que entrega al mercado negro y a las mafias el multibillonario negocio de los estupefacientes. ¿Que la droga es mala? Por supuesto. Y comprada a las mafias es aún peor: más mortífera, porque se mezcla con otras porquerías, y encima sirve para fomentar y financiar todo tipo de crímenes.
No, la guerra contra las descargas de productos culturales en Internet no es lo mismo que la vieja guerra contra el alcohol o la actual guerra contra la droga. Pero sí se parece en algo: se trata de una guerra perdida de antemano. En Francia, el Gobierno de Sarkozy ha impulsado el proyecto Hadopi. Consiste, básicamente, en un sistema de vigilancia sobre Internet controlado por una autoridad administrativa, no judicial. El proyecto de ley establece que descargarse una canción o una película por primera vez implicará una amonestación. El segundo delito acarreará la advertencia final. Quien lo haga por tercera vez sufrirá, además de una multa, el corte del acceso a la Red durante un año.
Entiendo el razonamiento de quienes invierten dinero, tiempo y talento en la creación de esos productos culturales. Yo mismo, a un nivel modestísimo, percibo de vez en cuando algo en concepto de derechos de autor. Pero sistemas como el Hadopi francés sólo perjudicarán al usuario que ocasionalmente se baja una película o una canción, sin que ello impida que siga comprando los discos que más le gusten (descubiertos quizá en Internet) o acudiendo a cines y conciertos. En cambio, el profesional de la descarga, el que sabe criptar su ordenador, seguirá con lo suyo tranquilamente.
Los Gobiernos sienten a veces la necesidad de hacer algo. No me parece mal, siempre que sean simples brindis al sol. Meter un sistema de policía en Internet para sancionar a quien se baje una canción es peor que un brindis al sol: es un derroche de recursos y una tontería.
Roja
ENRIC GONZÁLEZ 13 MAR 2009
No soy de los que temen una España rota. A mí me preocupa una España roja. Roja de vergüenza. Me abochorna lo que ocurre en la Comunidad de Madrid y me apena el papelón del Parlamento autónomo, con esa comisión investigadora destinada a desinvestigar, negar la evidencia y acusar a los periódicos, en concreto a éste en el que escribo; da grima comprobar el cainismo imperante en el PP de Esperanza Aguirre y la inoperancia del PSOE madrileño.
Me abochornan las “embajadas” catalanas, los informes que la Generalitat encarga a los amiguetes, la abundancia de campañas de autobombo, la conjunción de dispendio e ineficacia, el vuelo gallináceo del debate político en el “oasis”. Me abochorna la impavidez con que el anterior Gobierno autónomo gallego, esa coalición “progresista” de socialistas y nacionalistas, dio por supuesto su derecho a derrochar en coches blindados, mobiliario y francachelas; me deprime que el PP de Galicia, a estas alturas, siga apoyándose en los caciques cada vez que se aproximan elecciones (ahí, sin embargo, habrá que dar un voto de confianza a Feijóo).
Me abochorna, y no hace falta decir por qué, que Ibarretxe asegure que el PNV seguirá mandando, tanto si permanece en el Gobierno como si no: ahora resulta que el lehendakari vasco habla igualito que Girón de Velasco y otros figurones del búnker después de la muerte de Franco.
Me abochorna que Camps se niegue a explicar ante el Parlamento autónomo valenciano esa historia tan graciosa de los trajes, y que Fabra domine eternamente la Diputación de Castellón gracias a su talento para explotar el clientelismo. Me abochorna que el PSOE gobierne siempre en Andalucía, aupado sobre su propia clientela rural y sus peonadas.
Me abochorna, en general, la España autonómica, con sus cargos y carguitos, sus coches oficiales y sus trapisondas. No creo que el plan fuera ése. Hace 30 años se prometió que la Constitución, además de reconocer los derechos y particularidades de determinadas regiones (o naciones, o imperios, da igual: las palabras no cuestan un duro), serviría para acercar la Administración al ciudadano. Quizá esté más cerca, pero suele portarse como si estuviera lejísimos y no pudiéramos ver las tonterías que hace.
Un hombre y su perro
ENRIC GONZÁLEZ 15 MAR 2009
Es difícil encontrarle sentido a una guerra. Con la vida de Santos Cardona ocurre algo parecido. Nació en California. No era inteligente, más bien lo contrario, ni sentía interés por trabajo alguno. Hizo lo mismo que muchos estadounidenses en su situación: alistarse en el ejército con sólo 17 años. Fue asignado a la Policía Militar y enviado a una base en Alemania, donde descubrió que tenía talento para entrenar perros. Allí mantuvo también una breve relación con Heather Ashby, una compañera de su unidad. En 1999 tuvieron una hija, Keelyn. La pareja se separó cuando Cardona fue enviado a Kosovo, y más tarde a Afganistán, donde se dedicó a localizar explosivos ocultos con la ayuda de su perro.
El coronel Pappas le había ordenado que azuzara a su perro para intimidar a los presos. Y órdenes son órdenes
Hasta ahí, la vida de un soldado cualquiera. Las cosas cambiaron en 2003, con la guerra de Irak. Cardona, ya sargento, y Duco, su perro, habituados a patrullar, ingresaron en el equipo de interrogatorios de la prisión de Abu Ghraib. Eso era extraño y claramente irregular. La Marina, por ejemplo, se negó a enviar a ninguna de sus unidades caninas. El mismo Cardona se sentía incómodo con su trabajo en Abu Ghraib. Pero su jefe directo, el coronel Thomas Pappas, responsable del sector “secreto” de la cárcel, le había ordenado que azuzara a Ducopara intimidar a los presos. Y órdenes son órdenes. En al menos una ocasión, Duco mordió a un preso conocido como El Iraní.
Lo que ocurrió en 2004 es bien conocido. Las fotografías de las torturas en Abu Ghraib fueron difundidas en todo el mundo y Cardona fue procesado por la justicia militar y devuelto a Estados Unidos. En el juicio se comprobó que Cardona había obedecido las órdenes del coronel Pappas, y sólo se le condenó por asalto agravado e incumplimiento del deber. La sentencia, emitida en mayo de 2006, consistió en una multa, 90 días de trabajos forzados en Fort Bragg y degradación, con lo que regresó al rango de soldado. Pappas ni siquiera fue juzgado: se le consideró “testigo protegido”, por lo que salió del apuro con una multa de 8.000 dólares y una reprimenda. Varios informes conocidos en los últimos meses indican que el coronel Pappas mantenía un comportamiento errático desde que un obús cayó en su vehículo y mató a su conductor y a su ayudante. Cuando se hizo cargo del sector más siniestro de Abu Ghraib mostraba signos de inestabilidad mental.
Santos Cardona se sintió una víctima de sus superiores. Ni se le ocurrió, sin embargo, dejar el ejército. En noviembre de 2006 volvía a estar en Kuwait, a la espera de un nuevo destino en Irak como instructor de unidades caninas para la policía iraquí. Según Heather, la madre de su hija, estaba convencido de que le matarían los terroristas. Pese a todo, allí estaba. No por mucho tiempo: cuando la revista Time reveló su retorno a Bagdad, el Pentágono decidió reenviarlo a Fort Bragg.
Como soldado raso lejos de cualquier guerra, el sueldo de Cardona daba para muy poco. Además se le comunicó oficialmente que no se le renovaría el contrato y, por tanto, no llegaría a percibir una pensión completa. Hundido, dejó el ejército en septiembre de 2007. Trabajó como guardaespaldas y como vendedor de motos, hasta que en 2008 se le presentó una segunda oportunidad: la empresa K-9 Detection Services le ofreció la posibilidad de trabajar como contratado (lo que antes se llamaba mercenario) en Afganistán. Su ex compañera Heather dice que buscaba dinero, pero también algún tipo de redención.
Santos Cardona viajó a territorio afgano con un nuevo perro, Zomie. Fue encargado de la detección de minas ocultas dentro de una patrulla de operaciones especiales, dedicada a misiones de alta peligrosidad.
El pasado 28 de febrero, Cardona viajaba en un vehículo militar por la región de Uruzgan. Casi exactamente a mediodía, el vehículo fue tiroteado. Sus ocupantes buscaron refugio en el exterior mientras el conductor intentaba llevar el blindado hasta una zona resguardada. El vehículo pisó una mina y saltó por los aires. Acabó cayendo sobre Cardona y su perro Zomie. Ambos murieron.
Duco, el perro de Abu Ghraib, se había quedado en Fullerton (California) con Heather y su hija. Cardona no quiso separarse de Duco,el perro al que más había querido. Pensaba recuperarlo a su retorno de Afganistán y montar una escuela canina.
¿Le ven algún sentido a esta historia? -
Autobuses, primas y sobornos
ENRIC GONZÁLEZ 16 MAR 2009
El Mundial de 1974, en Alemania, fue el único en el que participó Cruyff. Eso debería bastar para hacerlo memorable. Se vieron además algunos momentos de gran fútbol, protagonizados por Holanda y Polonia, y se asistió al declive del Brasil post-Pelé. Lo más extraordinario, sin embargo, fue lo que ocurrió al margen del balón.
La angustia de los jugadores zaireños, por ejemplo. Zaire (hoy Congo) fue, en 1974, la primera selección subsahariana que alcanzaba la fase final del máximo torneo futbolístico. Los leopardos emprendieron viaje hacia Alemania con una advertencia de su presidente, el delirante dictador Mobutu Sese Seko: “Si pierden, no vuelvan”. Lo recordaron, sin duda, cuando Yugoslavia les dejó 9-0. Ya consumada su eliminación, intentaron poner en práctica un plan desesperado: subieron al autocar que les prestaba la organización e intentaron huir hacia cualquier sitio, menos su propio país. Según algunas versiones, el plan consistía en volver a Zaire por carretera y aplacar la ira de Mobutu regalándole el vehículo. La cosa no funcionó. La policía alemana les detuvo en la frontera y les obligó a devolver el autocar. Volvieron a Kinshasa y, como temían, sufrieron represalias y alguna paliza policial.
En el Mundial de 1974 lo más extraordinario sucedió, al margen del balón, con Zaire, Polonia y Yugoslavia
Lo de Polonia, mucho menos trágico, también resultó curioso. Los polacos desarrollaron un fútbol rápido y vistoso y tal vez, si hubieran disputado la semifinal contra Alemania sobre un césped normal y no sobre el inundado estadio de Francfort, habrían hecho historia. Aquel día aún no se sabía que Gadocha, el extremo izquierdo, era un hombre rico. Un intermediario le había entregado un soborno que debía repartir entre los principales jugadores de la selección para que se dejaran ganar. Gadocha no dijo nada, se guardó el dinero y después del Mundial fichó por un equipo francés. Sus compañeros no le olvidan.
Y ocurrió lo de Yugoslavia. Desde un punto de vista futbolístico fue lo más terrible porque las inquinas nacionalistas impidieron que un equipo formidable explotara al máximo su talento. Disponían de un centrocampista sensacional, el esloveno Brane Oblak, y de un genial extremo zurdo, el serbio Dragan Djazic. Las cosas se desarrollaron bien durante la primera fase porque los futbolistas se comprometieron a mantenerse unidos en la lucha por un objetivo común: la prima que les había prometido el mariscal Tito.
El plan se torció tras la brillante clasificación para la segunda fase. Un grupo de jugadores, entre ellos Djazic, reclamó que se les anticipara una parte de la prima. Querían aprovechar su estancia en Alemania para ir de compras. El presidente de Yugoslavia hizo entonces una cosa bastante idiota: viajó a Alemania, se reunió con los futbolistas, les lanzó una arenga sobre la gloria y el triunfo y les pagó todo el dinero prometido. Ese mismo día comenzó el desastre. Ya nadie se preocupó de otra cosa que de gastar, preferiblemente en compañía de señoritas. También quedó olvidado el pacto de unidad. Serbios y croatas dejaron de hablarse. Oblak, esloveno, lo resumió años más tarde con una frase: “El dinero fue nuestra ruina”.
Entrevista
ENRIC GONZÁLEZ 16 MAR 2009
Señoras y señores, buenas noticias: el periodismo televisivo está muy vivo. La semana pasada, sin ir más lejos, alcanzó una de sus cumbres.
Ahora, las malas noticias: ese periodismo del que hablamos no lo hizo un periodista, sino un cómico; el tema era, precisamente, el pésimo nivel del periodismo televisivo; y, para rematar, va a ser difícil que ustedes puedan contemplar la cumbre profesional a la que me refiero, porque Viacom ha prohibido que el programa en cuestión se reproduzca en YouTube. A falta de evidencias, tendrán que creerme. O creer a Barack Obama, quien hizo saber, a través del portavoz de la Casa Blanca, que se sentía impresionado por el programa.
Algunos de ustedes estarán familiarizados con The Daily Show, el programa informativo-humorístico que presenta Jon Stewart en Comedy Channel. Habrá quien sepa que Stewart, cómico de profesión, es considerado uno de los informadores más fiables por los estadounidenses menores de 35 años. La semana pasada, Stewart dedicó The Daily Show a repasar los desmanes de CNBC, mítico canal de información bursátil, emblema de todos los delirios de Wall Street, y acabó centrándose en Jim Cramer, el más popular analista de CNBC. Cramer fue uno de los muchos economistas reconvertidos al periodismo que proclamaron que Wall Street seguiría subiendo eternamente, y lo mantuvieron hasta el momento mismo del colapso. “Huy, qué miedo, un comediante me critica”, se burló un sonriente Cramer desde su propio programa.
De lunes a miércoles, Stewart destrozó metódicamente a Cramer y CNBC. Y el jueves, en un gesto valiente, el periodista-analista Jim Cramer compareció en The Daily Show para ser entrevistado. Jon Stewart hizo la entrevista que los periodistas sueñan toda su vida. Fue algo terrible, una carnicería. A Cramer se le escaparon las lágrimas. Y, sin embargo, la conversación mantuvo un tono de respeto mutuo. Ni un grito, ni una mala palabra, ni una descalificación. Fue algo duro de ver, pero fue edificante, digno, informativo.
Nosotros, en España, tenemos La Noria. El sábado apareció, por cuarta vez, creo, Violeta Santander. Si lo vieron, ánimo: con el tiempo lograrán olvidarlo.
Indecencia
ENRIC GONZÁLEZ 17 MAR 2009
Prefiero no contarlo yo. Que lo cuente Ben Bernanke, que tiene más gracia. Las palabras son del presidente de la Reserva Federal estadounidense, comentando los casi mil millones de dólares en primas que se han repartido los ejecutivos de la aseguradora AIG: “De todos los acontecimientos y de todas las cosas que hemos hecho en los pasados 18 meses, lo que más me irrita, lo que más angustia me causa, es la intervención de AIG. Era una compañía que había hecho todo tipo de apuestas irresponsables. Cuando esas apuestas salieron mal, se encontró… nos encontramos con una situación por la cual si se hundía esa compañía, se hundía el sistema financiero”.
Bien. El contribuyente estadounidense ha derramado sobre AIG unos 170.000 millones de dólares, algo así como veintitantos billones de las antiguas pesetas. Y los ejecutivos se han quedado con un pellizco. Es lo normal, ¿no? Hasta donde yo sé, es lo que suele hacerse en cualquier consejo de administración cuando se consigue liar a un inversor ingenuo. Puedo llegar a entender que el inmenso sacrificio económico exigido al contribuyente resulta imprescindible para evitar un colapso que dejaría en la calle al propio contribuyente. Entiendo menos la necesidad de salvar el sistema financiero que ha creado el problema. Y no entiendo nada cuando se habla de “refundar” el capitalismo. El capitalismo contemporáneo es el que es: no se pueden desinventar los derivados financieros ni las burbujas periódicas, como no se puede desinventar la bomba atómica.
Me explico: es como si el inmenso sacrificio en vidas humanas de Stalingrado o Normandía hubiera sido destinado a “refundar” el nazismo. Ya sé que la comparación es muy exagerada y que ningún consejo de administración, ni siquiera el de AIG, se parece a la Gestapo. Pero hay algo que tengo claro. Lo que están haciendo los Gobiernos es indecente. Necesario, imprescindible, impepinable quizá: sigue siendo indecente. Mientras, nos reímos mucho con Hugo Chávez porque quiere montar una cadena de restaurantes románticos y ofrecer a los venezolanos teléfonos móviles baratos. Qué tío, el “gorila rojo”. Qué risa. Ja, ja.
Drogas
ENRIC GONZÁLEZ 27 MAR 2009
Las drogas que hoy son ilegales empezaron a prohibirse en Estados Unidos, a principios del siglo XX, por motivos vagamente racistas. El opio era cosa de chinos; la cocaína, de negros; la marihuana, de mexicanos. En general, cosas de pobres. No conviene preguntar por qué están prohibidas ciertas drogas, mientras son legales el aguardiente o los pitillos, o las pistolas. La pregunta conduce inexorablemente a un diálogo de besugos (“¿quiere que se droguen sus hijos?”) o a la evocación penosa de las víctimas.
Mejor considerar los aspectos positivos de la prohibición. Los grandes traficantes siguen haciendo enormes fortunas, libres de impuestos, que fluyen hacia las Bolsas o cubren las emisiones de deuda pública: bueno para la economía. Los pequeños camellos pueden ir tirando, vendiendo caro lo que no vale casi nada. Y los consumidores pueden encontrar en cualquier esquina lo que, en otras condiciones, tal vez les supondría inscribirse en un registro y soportar tasas y burocracias.
Esta columnita no da para enumerar todas las ventajas. Desde las innovaciones náuticas (las lanchas de seis motores desarrolladas por los narcos) a la pujante industria de las pompas fúnebres en Ciudad Juárez; desde la producción cultural (El padrino, por ejemplo) al mantenimiento de miles de empleos policiales. La prohibición, es cierto, fomenta la corrupción, ayuda a financiar el terrorismo y mantiene a centenares de miles de personas en la cárcel, con un alto coste para el contribuyente: ya se sabe, nada es perfecto.
La prohibición también nos permite disfrutar de programas como el capítulo de 21 días que hoy emite Cuatro: la reportera Samanta Villar se pasa tres semanas fumando canutos, y concluye que le sientan mal. Quizá en la próxima emisión cambie el porro por la copita de anís, a ver qué pasa. Y nos proporciona series como la tragicómica Breaking bad(AMC). Argumento: un profesor de química, con un hijo minusválido y una esposa embarazada, recibe un diagnóstico de cáncer terminal. Para sacar de apuros a la familia, se dedica a producir y comercializar drogas. Ahora empieza la segunda temporada. Tremenda.
Angelo Izzo, colaborador de la justicia
ENRIC GONZÁLEZ 29 MAR 2009
El juez Fernando Andreu, de la Audiencia Nacional, ha viajado esta semana a Roma para interrogar a Angelo Izzo, condenado a perpetuidad. Izzo cuenta desde hace algún tiempo que en los años setenta trabajó en Barcelona como sicario del neofascismo, y que su grupo hizo desaparecer a un miembro de ETA. Quizá el desaparecidofue Eduardo Moreno, Pertur.
Ah, el viejo Angelo.
Angelo Izzo (Roma, 1955) pudo tener una infancia perfecta. El padre, ingeniero, y la madre, una universitaria que optó por ejercer como ama de casa, se desvivían por sus cuatro niños. Les dieron los mejores colegios, los mejores juguetes, las mejores vacaciones. Pero Angelo, el mayor, salió raro. No estudiaba, era violento y frecuentaba ambientes fascistas. El padre lo llevó a un psicólogo y obtuvo un diagnóstico: neurosis maniaco-depresiva y alteración de la sexualidad. Según el psicólogo, el chaval adolescente poseía un pene diminuto y eso le causaba un complejo de inferioridad que trataba de compensar con delirios de omnipotencia.
A los 17 años cometió su primer atraco a mano armada. A los 19 violó a dos chicas menores de edad
A los 17 años, junto a su amigo Andrea Ghira, de 18, hijo de un conocido empresario de la construcción, Angelo cometió su primer atraco a mano armada. A los 19 violó a dos chicas menores de edad: le cayeron 18 meses, de los que no cumplió ni un día porque la pena quedó en suspenso, en atención a la solidez y respetabilidad de su familia.
El 29 de septiembre de 1975, el amigo Andrea Ghira acababa de salir de prisión. Había que celebrarlo. Angelo y otro amigo, Gianni Guido, hijo de un ejecutivo bancario, conocieron a Rosaria Lopez y Donatella Colasanti, dos chicas de 18 años, de clase trabajadora. El dato es importante, porque Angelo Izzo despreciaba a la clase trabajadora. Angelo y Gianni invitaron a las dos jóvenes amigas a una gran fiesta en una villa junto al mar, y ellas aceptaron. En lugar de la fiesta, se encontraron con una orgía de violencia. En la villa, propiedad de la familia Guido, se unió al grupo Andrea Ghira, y las dos chicas sufrieron durante 36 horas unas agresiones salvajes. Angelo, de cabeza fría, se ausentó unas horas para acudir a una cena familiar.
Rosaria murió mientras era violada por Angelo, con la cabeza sumergida en el agua de la bañera. Donatella recibió golpes y patadas en todo el cuerpo, hasta que los alegres muchachos de clase alta la dieron por muerta. Cargaron los dos cuerpos en el coche y volvieron a Roma, para cenar y ocuparse de los cadáveres con el estómago lleno. Donatella recuperó la consciencia y empezó a gritar, hasta que un sereno escuchó las voces que surgían del maletero y llamó a la policía.
Angelo y Gianni fueron detenidos enseguida. Les cayó cadena perpetua. Andrea Ghira consiguió escapar y, tras una estancia en Israel, se alistó bajo el nombre de Massimo Testa en la Legión española, donde pasó 19 años, hasta su expulsión, en 1994, por consumo desaforado de drogas. Se supone que murió ese mismo año, pero hay muchas dudas: el análisis del ADN fue realizado, una década después, por un equipo dirigido por su tía.
El bueno de Angelo se fugó dos veces, y las dos veces fue detenido de nuevo. Pese a ello, obtuvo la consideración de preso modélico porque se declaró arrepentido y empezó a confesar crímenes propios (seis homicidios nada menos) y ajenos, como el asesinato del democristiano Matarella, que atribuyó a un grupo neofascista, o los secretos de una presunta trama fascista llamada El Huevo del Dragón. Todo falso.
Angelo sabía hacerse amigos. En la cárcel intimó con Giovanni Maiorano, dirigente arrepentido de la organización mafiosa Sacra Corona Unita. En 2005, cuando Angelo Izzo recobró la libertad, Maiorano le rogó que se pusiera en contacto con su esposa: tenía dinero ahorrado y quería que Angelo, su gran amigo, lo invirtiera. Angelo Izzo no tardó en conocer a Carmela, de 49 años, la esposa de Maiorano, y a Valentina, de 14, la hija. Un día las citó en una casa apartada. Asfixió en la cocina a la madre y luego, a punta de pistola, ordenó a la hija que cavara su fosa en el jardín. La policía tardó pocas semanas en atribuirle el doble asesinato, que él justificó por el hecho de que madre e hija eran “unas pesadas”.
Volvió a caerle la perpetua, pero Izzo conoce el paño. Otra vez está revelando a la justicia secretos tremebundos. Como los que habrá contado, esta semana, al juez Fernando Andreu. -
Árbitros
ENRIC GONZÁLEZ 30 MAR 2009
¿Será la herencia de los hidalgos? Tal vez sea un desatino echar las culpas a aquella antigua casta de nobles famélicos, desesperadamente agarrados al honor y al reconocimiento de los convecinos. Pero si no es esa herencia, ¿qué es? Porque el afán de notoriedad está ahí, a la vista de todos. Y no es un fenómeno restringido a una profesión. Abunda en todos los ramos, aunque a ellos se les note de forma especial.
Hablamos de los árbitros de fútbol. Canal +, la cadena de pago de PRISA (que edita este periódico), estrenó ayer un documental titulado El árbitro. Se trata de un trabajo espléndido, que se reemitirá varias veces y que no deberían perderse ni el aficionado al balón ni el aficionado a la sociología recreativa. Quizá porque uno de sus autores, Justin Webster, pertenece a la escuela periodística anglosajona, el documental es sólo eso, un documento de imágenes y sonidos, sin truco ni comentarios: se ve y se escucha, y con eso basta.
Habrá quien se divierta con los diálogos del árbitro con sus asistentes y con los jugadores, o con la preparación previa, o con la impagable visita del presidente del FC Barcelona, Joan Laporta, al vestuario de los colegiados (dicen que en esa escena se cortó el momento del regalito, el “detalle” que los clubes suelen tener con los árbitros).
A mí me llamó la atención que el árbitro que se prestó al juego, Miguel Ángel Pérez Lasa, asumiera con toda naturalidad su condición de hombre importante, o famoso. Pérez Lasa dice, en un momento del programa, que la notoriedad como árbitro le ayuda en su otro oficio, el de vendedor de equipamiento doméstico. Creo que ésa es la clave. El árbitro español, a diferencia de otros, valora en grado sumo la notoriedad. Y se la trabaja a conciencia, según se comprueba en los pasajes del documental filmados en pleno partido.
Ay, la notoriedad, el mal hispánico. La popularidad, aunque sea negativa: es la adicción de los secundarios del fútbol (presidentes, árbitros…), pero también la del corrupto del “Jaguar”, el criminal imberbe o el político incompetente. Prefiero pensar que todo viene de la tradición hidalga. Porque si no, la única explicación posible es que somos así de tontos.
Calles
ENRIC GONZÁLEZ 31 MAR 2009
¿Han paseado por Google Street View? La presencia de las ciudades españolas es aún relativamente marginal en el servicio hipercartográfico (cada calle cuenta con al menos una fotografía a 360 grados), pero en poco tiempo estará todo. Supongo que el servicio puede ser útil. Es también inquietante. Hay algo en esas imágenes que produce desasosiego.
No me refiero a las distorsiones, generadas al unir varias fotografías para ofrecer la visión circular. Que una señal de tráfico parezca flotar en el aire o que un automóvil carezca de rueda trasera queda raro, sólo eso. No. La inquietud procede de lo que no se ve.
Google Street View se enfrentó desde el inicio a las quejas de quienes veían la gran fotografía urbana del planeta como una amenaza a la intimidad. La calle es un espacio público, cierto. Otra cosa es que la cámara de Google te inmortalice entrando en un lugar inapropiado con una compañía inconveniente, o hurgándote la nariz, o manifestándote con una pancarta de apoyo a Solbes. Hay quien no desea aparecer en la foto ni siquiera paseando o yendo a la compra. Y Google, como es lógico, se ha curado en salud: uno de los grandes peligros para la marcha triunfal del gigante informático radica, precisamente, en su relación más o menos alegre con los derechos de autor y el derecho a la intimidad.
Google empezó difuminando el rostro de quien lo solicitara. Luego difuminó también matrículas de automóviles. Como algunas personas se sentían incómodas incluso si no era posible reconocerlas, se pasó a borrar por completo su silueta. Y ahora se difuminan también fachadas de edificios. Por lo visto, o no visto, también las casas tienen sus derechos.
El resultado es fantasmagórico. Uno ve la imagen de una calle semivacía y deduce que las pocas personas que figuran en la foto son exhibicionistas; uno se pone a pensar en cómo sería la imagen real, sin seres borrados ni fachadas disfrazadas, y acaba en el desasosiego.
Ya que hablamos de calles: desde el domingo, en la localidad barcelonesa de Santa Coloma, existe una calle con el nombre del periodista Josep Maria Huertas. Fue un tipo bajito, honesto y explosivo, el mejor periodista callejero que yo he conocido. No sé si le leyeron. Para que se hagan una idea, era todo lo contrario de Google Street View. Con él sí aparecían las personas, todas ellas, enteramente vivas.
Cajas
ENRIC GONZÁLEZ 1 ABR 2009
No hay derecho. Lo que cobra esta gente es una miseria, si tenemos en cuenta lo mucho que se les exige. Mientras Obama se queja de los sueldazos de Wall Street, nosotros, en España, damos al mundo ejemplo de austeridad. Ahí tienen a Manuel Chaves, presidente de la Junta de Andalucía, y a José María Barreda, presidente de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, arreglándoselas con menos de 80.000 euros al año. Y ejerciendo además como políticos, cuando su ingente trabajo financiero se lo permite.
Había que verles en el Telediario vespertino del lunes, defendiendo lo suyo con gallardía. Cuando digo lo suyo me refiero, obviamente, a las cajas de ahorros. Barreda se quejó de que la andaluza Unicaja no hubiera querido fusionarse con la Caja Castilla La Mancha, y Chaves le respondió que Unicaja se había limitado a proteger los intereses de sus dueños, los impositores. Esto último de los impositores hay que interpretarlo, supongo, como una licencia poética.
Es una suerte disponer de políticos y de partidos tan polivalentes. No sólo representan al ciudadano en los diversos parlamentos e instituciones políticas: representan también al ciudadano en los órganos judiciales, en los consejos de las televisiones y otras corporaciones públicas, y, además, representan al impositor en las cajas de ahorros. Nos ahorran una tremenda cantidad de trabajo. Y así nosotros, los ciudadanos, podemos dedicarnos a disfrutar de la vida, sabiendo que lo nuestro queda en buenas manos.
Habrá quien diga que las cajas de ahorros están dejando de ser una peculiaridad del sistema financiero español para convertirse en una perversión del sistema político. Como habrá quien se queje de la partitocracia rampante. Nada, los resentidos de siempre. Basta con observar el afán con que Esperanza Aguirre pelea para defender al impositor de Caja Madrid, o la energía con la que las dos facciones del PP valenciano velan por los impositores de sus respectivas cajas, o la convicción con que Barreda afirma que la gestión en la Caja Castilla La Mancha fue impecable, para que a uno se le caldee el corazón.
Cuentas
ENRIC GONZÁLEZ 2 ABR 2009
Parecía una idea absurda, una de esas promesas disparatadas que se le escapan a Zapatero varias veces al día. Me refiero a lo del sorpassoeconómico: el producto interior bruto español, según el optimista de La Moncloa, ya había empatado con el italiano, iba en pos del francés y estaba destinado a igualarse con el alemán. Se acuerdan, ¿no? Es más o menos de cuando el pleno empleo. O sea, de hace nada: justo antes de que nos cayera el ladrillo en la cabeza.
Hubo muchas risas en su momento. Y, sin embargo, el sorpasso es posible. El Tribunal de Cuentas Europeo nos lo pone en bandeja. Los miembros del citado tribunal, que deben desayunar lo mismo que Zapatero, han solicitado a los países de la UE que a partir de 2011 incluyan en su contabilidad nacional la facturación en prostitución, drogas y contrabando. O sea, que saquen las cuentas del mercado negro. Y eso se lo piden a todos, incluida España, el país más discreto del mundo. Porque somos discretos de natural, eso ya lo saben. Si seremos discretos y respetuosos con las cosas privadas que el presidente del PP no osa preguntarle a su tesorero de dónde saca la pasta.
Ignoro lo que va a hacer cada Gobierno europeo, pero confío en que el español dé el do de pecho. Poder, podemos. Primero, porque no creo que el Tribunal de Cuentas exija justificantes. Segundo, porque nadie está en condiciones de discutirnos que en materia de drogas, prostitución y trapicheos en general vamos fuertes. Pues ya está: se añaden unos trillones al PIB, y que se mueran de envidia esos pobretones de alemanes y franceses. Tocará ser el máximo contribuyente neto a las arcas comunitarias, cierto. Un detalle menor, comparado con la gloria nacional.
O eso, o nos ponemos serios y echamos cuentas de verdad. Ya lo hacemos con las audiencias televisivas. Menos de 4.000 hogares, de los que yo no conozco ninguno, tienen la maquinita en el televisor. A partir de esa maquinita, con un botón para cada miembro de la familia, se establece, por ejemplo, que Águila roja (TVE) arrasa, mientras que El programa de Berto (parece que La Sexta lo ha cancelado ya) no lo ven ni cuatro gatos. Si esa contabilidad funciona, todo es posible.
Riqueza
ENRIC GONZÁLEZ 3 ABR 2009
Quizá hoy sea, como dicen las autoridades mundiales, el primer día de la recuperación. Quizá hayan detectado los problemas y hallado las soluciones. Es posible, pero no es seguro. Mientras sufrimos la actual crisis, los economistas siguen sin ponerse de acuerdo sobre los mecanismos que condujeron a la otra crisis gravísima, la de 1929. Y llevan 70 años estudiándola. Los monetaristas piensan que el colapso y la Gran Depresión se produjeron porque circulaba demasiado dinero y ello, a su vez, favorecía el crédito, el endeudamiento y el encarecimiento de activos como las acciones o la vivienda. ¿Les suena? Los keynesianos opinan que se trató de un simple problema de pérdida de productividad agravado porque los Gobiernos no realizaron suficiente inversión pública y no bajaron los impuestos.
Hay otra versión, aportada por un testigo directo, Marriner Ecles, presidente de la Reserva Federal desde 1933: “La producción masiva debe ser acompañada por un consumo masivo, lo que a su vez exige una redistribución de la riqueza (…) Hacia 1929, una creciente proporción de la riqueza se concentraba en unas pocas manos (…) Pero reduciendo el poder de compra de los consumidores, los acumuladores de capital se negaron a sí mismos la demanda que sus productos requerían para justificar nuevas inversiones. En consecuencia, como en una partida de póquer en la que las fichas se acumulan cada vez en menos manos, los otros jugadores sólo podían seguir en el juego pidiendo crédito. Cuando el crédito se acabó, se acabó el juego”. Tiendo a creer que tenía bastante razón. Que el deterioro de las rentas del trabajo (mucho menores que las del capital), el descenso de los salarios y la concentración de la riqueza guarda relación con lo que está ocurriendo. Veremos si somos capaces de sacar alguna lección del pasado. Si no en economía, sí en televisión. TVE ha colgado de su webvarias de sus producciones clásicas. El Quijote, Los gozos y las sombraso La Regenta. Miren, comparen y reflexionen sobre el progreso.
Un periodista indeseable
ENRIC GONZÁLEZ 5 ABR 2009
Los periodistas, los buenos periodistas, no sólo son el principal problema de los periódicos. Suelen ser también un grave problema social. Si me permiten, contaré la historia de William Howard Russell (1820-1907), traidor e indeseable. Russell fue uno de los mejores periodistas del siglo XIX.
Como muchos periodistas, el irlandés William Russell comenzó su carrera con una estrepitosa metedura de pata. En 1844, con 24 años, el diario The Times decidió utilizar los contactos de Russell en Dublín y le envió a cubrir el juicio del nacionalista irlandés Daniel O’Connell, acusado de sedición. No había telégrafo: tras emitirse el veredicto de culpabilidad, los corresponsales ingleses se lanzaron a la carrera hacia Londres para ser los primeros en dar la noticia. Russell llegó antes que los demás y entró exhausto en el edificio de The Times, con las fuerzas justas para decirle una sola palabra, ‘culpable’, a un linotipista. Por desgracia, el tipo no era un linotipista, sino un reportero del Morning Herald, el diario de la competencia. El Herald se anticipó en los titulares y Russell se convirtió en el hazmerreír de la profesión.
En 1854, William Howard Russell asistió en Balaclava a la célebre carga de la Caballería Ligera
En los años siguientes purgó su error: era el encargado de quedarse en el Parlamento hasta las cuatro o las cinco de la madrugada, cuando concluían los debates, y llevar los textos de los cronistas parlamentarios (incluido el suyo) hasta el periódico, a unos tres kilómetros de Westminster. La cosa se hacía a pie. Su buena escritura le permitió dejar el servicio de mensajería y cubrir informaciones relevantes, como los funerales de Wellington, en 1852. En 1854, el director de The Timesle asignó una nueva misión en el extranjero. Se trataba de informar sobre la gloriosa campaña imperial en Crimea. El director, John Delane, le pidió que reflejara la heroicidad de las tropas británicas y le exigió rapidez, porque la guerra contra los rusos iba a durar menos de dos meses.
Nunca antes un periodista civil se había encargado de informar sobre una guerra. El público británico percibió rápidamente la diferencia respecto a los tradicionales partes, escritos por militares. En octubre de 1854, Russell asistió en Balaclava a la célebre carga de la Caballería Ligera. Su relato empezaba así: “A las 11,00, nuestra Brigada de Caballería Ligera se precipitó hacia el frente”. Y terminaba así: “A las 11.35 no quedaba un solo soldado británico, excepto los muertos y los moribundos, ante los sangrientos cañones moscovitas”. Era la primera vez que un periódico inglés contaba con claridad una derrota inglesa.
El periodista siguió con sus crónicas: “Éstas son verdades difíciles, pero el pueblo inglés debe escucharlas. Debe saber que el mendigo que se tambalea bajo la lluvia en las calles de Londres lleva la vida de un príncipe, en comparación con la que llevan los soldados que luchan por su país”. Russell denunció las penurias sanitarias, la falta de material, la incompetencia de algunos oficiales. El Parlamento votó una moción que condenaba las mentiras de Russell y de The Times, el Alto Estado Mayor prohibió a los soldados en Crimea que hablaran con Russell o que le facilitaran alimento, y los propietarios de The Times plantearon al director la necesidad de que el periodista fuera repatriado inmediatamente.
Pero el Gobierno cayó y una comisión parlamentaria estableció que lo que contaba Russell era cierto. La Cámara de los Comunes aprobó una larga serie de reformas para evitar que se repitiera un desastre como el de Crimea. Una de esas reformas, evidentemente, establecía la censura militar sobre los corresponsales de guerra.
Howard Russell repitió su hazaña en Estados Unidos, donde fue enviado especial a la guerra civil. El Imperio Británico y The Times estaban con los Confederados; Russell, sin embargo, tomó partido por Lincoln y La Unión. Lo cual no le impidió describir en los términos más crudos la derrota unionista en Bull Run (“Una retirada cobarde, un miserable pánico sin motivo”) y convertirse automáticamente en un proscrito. La gente le agredía por la calle en Nueva York, fue detenido en Chicago y acabó refugiándose en la Embajada británica. La prensa unionista le acusó de espionaje. Los generales nordistas le amenazaron con un tiro en la espalda si volvía a un campo de batalla. Howard Russell tuvo que volver a Londres.
El final de su vida fue mucho más cómodo que su carrera. Entró en el Parlamento, se casó con una condesa y se dedicó a viajar. De haber vivido en el siglo XX, tal vez el final de un periodista incómodo como Russell habría sido más parecido al de Juan González Yuste, corresponsal de este periódico en Washington, trotamundos, cínico y extraordinario narrador. Juan González Yuste murió solo, en una habitación de hotel, hace ahora 10 años.
Faltó Luther Blisset
ENRIC GONZÁLEZ 6 ABR 2009
Tantos ojeadores, tantos fichajes, tanto dinero gastado, y al Inter se le escapó Luther Blisset. Fue una lástima. Massimo Moratti, el presidente del Inter, ha comprado a precio de oro los paquetes (bidoni, en italiano) más estrepitosos que han pasado por el calcio: Gresko, Vampeta, Brechet, Cayo, Choutos, West, Pancev, Dalmat, Kallon… No vamos a dar la lista completa porque no hace falta. Tampoco entraremos en el tema de la gerontofilia ni en los fichajes de ancianidad manifiesta, del tipo Figo o Vieira. Ni en los despidos improcedentes, como el de Roberto Carlos, vendido al Real Madrid por ser “inconcreto”.
El caso es que Luther Blisset, ínclito no-goleador milanista en los 80 (con una media de un gol cada 720 minutos), es ya un símbolo. Existe un Proyecto Luther Blisset; una novela, Q, firmada por el Colectivo Luther Blisset; varios grupos antisistema Luther Blisset. El lamentable delantero centro de origen jamaicano, primer jugador negro en marcar un hat trick con la selección inglesa (en un partido contra Luxemburgo), ha adquirido una dimensión casi planetaria. Y, ya retirado, no pierde el humor: asegura que en su discretísima carrera futbolística y en su esplendoroso fracaso en el Milan se limitó a seguir un guión, escrito, evidentemente, por el colectivo literario Luther Blisset. Es curioso que el Inter, especialista en bidoni, dejara perder la oportunidad de contar con Blisset. Aún más curioso, sin embargo, es que mantenga la capacidad de convertir en bidoni a futbolistas más que respetables. Mancini, por ejemplo. En el Roma fue un espléndido extremo y un goleador; en el Inter no ha sido nada. Adriano, que jugó de maravilla cuando concluyó su cesión al Parma, se ha convertido en un golfo. Ibrahimovic sigue siendo uno de los mejores delanteros del mundo, pero ahora que figura también entre los mejor pagados (casi 11 millones anuales) dice que el dinero no le importa, y que le gustaría irse a un club “ganador”.
Llegó a pensarse que la llegada de Mourinho acabaría con el desorden genético del Inter, o al menos lo moderaría. Pero la Bienamada, la única que se ha mantenido siempre en Primera, la que más seguidores tiene en Italia, sigue aferrada a sus tradiciones. Con Mourinho, cierto, ganará con casi total seguridad el scudetto. También lo ganó con Roberto Mancini. Lo del scudetto está bien como premio de consolación. Aunque un club tan grande y con un presidente tan rico (el petrolero Moratti ha gastado en una década casi 500 millones en fichajes) agradece los títulos ligueros, sólo sueña con la Liga de Campeones. Y ahí se suceden los bochornos.
Esta temporada, al menos, el Inter ha caído con el campeón, el Manchester. Lo típico solía ser la eliminación frente al Valencia o el Villarreal, con agresión, tángana y vuelta al ruedo de Materazzi. Pese a esa leve mejoría, y a la satisfacción de los interistas ante las desgracias del Milan, el balance volverá a cerrarse con tristeza. Dicen que Mourinho pide otros seis fichajes, todos de la Premier, que vendrían a costar 60 millones. Es posible que Moratti pague, y muy posible que se vuelva a fracasar. ¿Estaría dispuesto Luther Blisset a fichar por el Inter, como presidente-entrenador?
Calores
ENRIC GONZÁLEZ 7 ABR 2009
No voy a andarme con rodeos: hay que prepararse para lo peor. Habrá más paro, cambiarán al ministro de Economía (en lugar de Solbes, tendremos a alguien que se tomará en serio las 423.211 medidas anticrisis del Gobierno) y llegará el buen tiempo. ¿Que el veranito es bueno? Pues según. Es bueno para ir a la playa o de excursión, o para que el aire acondicionado reviente la red eléctrica. Pero es muy malo, malísimo, para el telespectador.
En cuanto llegan los calores, los programadores de televisión se ponen a trabajar en exclusiva para un público muy determinado. No conozco el manual del buen programador, pero imagino que en algún lugar establece que la audiencia estival se compone de: a) el autor de la canción del verano; b) los que gozan con la canción del verano; c) los que siguen escuchando la canción del verano anterior.
Y no me tomen por agorero. Soy realista, simplemente. ¿No se acuerdan ustedes de aquel veranito de 1991? Para los desmemoriados, o para los muy jóvenes, recordaré que en 1991 se estrenó en Telecinco el programa más abracadabrante de todos los tiempos: Las noches de tal y tal. Ah, aquellos diálogos de Jesús Gil y Gil con su caballo Imperioso.Ah, aquellos michelines desbordando el jacuzzi. Ah, aquel prócerostentóreo que aspiraba a ser “ministro de arreglar España”.
Para que luego hablen de telebasura: aquello sí eran activos tóxicos de verdad. Recuerden también que la misma Telecinco nos había servido, un año antes, la insólita exquisitez de la primera temporada de Twin Peaks. O sea, que se notó la diferencia.
En este verano de la crisis negra, Telecinco hará un esfuerzo para recuperar a la juventud perdida. Emitirá una serie llamada Segunda oportunidad, muy directamente inspirada (la producción es la misma) enAl salir de clase. Tras el éxito de Física o química en Antena 3 y deMentiras y gordas en el cine, la cadena de Berlusconi intentará explotar de nuevo el filón de los personajes adolescentes interpretados por treintañeros cachas.
Y esto es sólo el principio. Ya verán cuando lleguen los calores de verdad.
Pasión
ENRIC GONZÁLEZ 9 ABR 2009
El cristianismo es una religión basada en la historia. Si Jesús no existió, no murió y no resucitó, no hay cristianismo. Y sin embargo, Jesús no dejó ni una palabra escrita. Tampoco hay constancia de él en los anales y registros romanos o judíos de la época. Le menciona en años posteriores, muy brevemente, el historiador judeo-romano Josefo, pero esas líneas pudieron haber sido añadidas más tarde al texto original. Sólo un contemporáneo, Pablo de Tarso, escribió largamente sobre Jesús, al que nunca había visto ni escuchado.
Los únicos relatos que trazan una biografía de Jesús son los evangelios, redactados entre 30 y 60 años después de la desaparición del protagonista. Los evangelios coinciden en lo fundamental, pero raramente en los detalles.
La ausencia de datos concretos constituye el eterno problema de quien intenta narrar la predicación y muerte del hombre de Nazaret. Especialmente cuando no se atiende a un evangelio determinado y se pretende contar los hechos “como debieron ocurrir”. La Pasión, una miniserie emitida estos días por Canal+, aporta, basándose en la arqueología, una crucifixión físicamente distinta a la tradicionalmente representada (con las piernas del reo apoyadas y ladeadas); por lo demás, como cualquier producción anterior, se basa en la tradición.
La Pasión ofrece un relato verosímil y bien trabajado, con la factura de calidad de HBO y BBC. Como obra dramática posee vigor y contención. Su propia verosimilitud, por otra parte, choca con ciertos argumentos cristianos. Algunos propagandistas católicos (Vittorio Messori, por ejemplo) señalan que en Jesús y su mensaje casi todo es imposible: que no existan datos históricos sobre él, o que la oscura ejecución de un oscuro predicador, entre los muchos iluminados que recorrían la remota Judea invadida, haya tenido tanta repercusión. De la suma de improbabilidades, y ante la evidencia de que el mensaje de Jesús ha sobrevivido, deducen que su fe es la correcta.
La posición de Messori suena razonable: se trata de una pura cuestión de fe. Se cree o no se cree. No hay historia ni relato verosímil en los que apoyarse.
Marcas
ENRIC GONZÁLEZ 10 ABR 2009
Tal vez conozcan la llamada “pirámide de Maslow”. Fue establecida en los años treinta por el psicólogo Abraham Maslow, quien consideraba que hay necesidades humanas urgentes e imprescindibles, y otras que lo son menos. En la base de la pirámide de las necesidades, lo esencial: aire, comida, bebida, descanso, sexo. En la segunda franja, un peldaño por encima, las necesidades de seguridad: de la integridad física, del empleo, de la familia, de la salud.
Resulta evidente que en tiempos de crisis, como los actuales, buena parte de la sociedad se concentra en los dos primeros escalones. Con alimentos, salud y empleo, y sexo si nos queda humor para ello, podemos darnos por satisfechos. Como el tercer escalón, el de la amistad y los afectos, suele ser gratuito, no resulta difícil acceder a él. Ya tenemos tres franjas de la pirámide. El resto de los escalones queda para épocas de dinero y fantasía. El cuarto contiene el éxito, el respeto, la confianza. El quinto y último, cosas como la creatividad y la espontaneidad.
En general, las marcas comerciales desarrollan su estrategia publicitaria merodeando por la cúspide de la pirámide. No suelen referirse a la cobertura de nuestras necesidades básicas, sino a nuestros sueños. Entre un sueño y un bocadillo de mortadela, uno tiende a elegir el sueño, salvo que tenga hambre, o, en su defecto, una hipoteca rabiosa. En esos casos, típicos de una crisis, el bocadillo es irresistible.
La caída de la inversión publicitaria se debe a tres factores: uno, la escasez de fondos en las empresas para pagar anuncios; dos, la proliferación de marcas blancas, más baratas precisamente porque el precio no incluye promoción publicitaria; tres, la devaluación del envoltorio onírico con que se anuncian los productos. Eso está asfixiando a los medios de comunicación, cuya base financiera es la publicidad.
Es conmovedor asistir a los esfuerzos de televisiones como Cuatro o Telecinco para anunciarse ante sus anunciantes. Según Telecinco, las marcas son “identidad”, “diversidad”, “libertad”. Para Cuatro, son “esperanza” y “pasión”. Las televisiones, por lo visto, siguen colgadas del vértice de la pirámide. Ay, qué mal vamos.
Viejas casas, viejos papeles
ENRIC GONZÁLEZ 12 ABR 2009
El nombre de Theodore Gosselin no resulta demasiado conocido. Firmaba como G. Lenotre, pero eso tampoco dirá gran cosa a la mayoría de los lectores. Y, sin embargo, el tal Gosselin, o Lenotre, fue un extraordinario reportero de la historia. Su trabajo monumental sobre el París revolucionario, iniciado un siglo después de 1789 y tituladoVieilles maisons, vieux papiers (Viejas casas, viejos papeles), constituye el más íntimo y conmovedor relato sobre las personas y las vidas, célebres unas, casi anónimas otras, que protagonizaron la Revolución Francesa.
Descubrí a Lenotre a una edad absurdamente temprana. El primer libro que leí fue Tres narraciones maravillosas, editado por La Nave en 1942: eran tres relatos de Robert Louis Stevenson, entre ellos La anécdota de la puerta baja, protagonizado por un tal Jekyll y un tal Hyde. El segundo fue Viejas casas, viejos papeles, en la traducción publicada por Juventud en 1940.
Gosselin, reportero de ‘Le Figaro’, construyó los relatos más íntimos y conmovedores sobre la Revolución Francesa
Curiosamente, me gustó más la obra de Lenotre. Cuando viví en París rastreé las librerías de lance para hacerme con las primeras ediciones o, como en el caso de La Maison des Carmes, con un ejemplar de una edición especial de 50, numerada; está dedicado “À mon papa cheri” por Jeanine, con fecha 15 de mayo de 1949. Las piezas más difíciles no las encontré yo, sino Lola, mi mujer.
Theodore Gosselin (1855-1935) trabajaba como reportero en el diarioLe Figaro cuando se embarcó en la recuperación de historias y anécdotas revolucionarias. Obtuvo un rápido éxito de público, pero también críticas durísimas por parte de diversos historiadores. Le reprochaban que hiciera hablar a sus personajes y que reconstruyera diálogos; que se refiriera a las temperaturas, a la vestimenta, a la decoración de las viviendas y los palacios donde se desarrollaron los eventos que relataba. Lenotre, en cualquier caso, supo defenderse: esgrimió antiguas cartas privadas, archivos del Observatorio, grabados de la época y memorias inéditas, además de su continuo vagabundeo por viejas casas y entre viejos papeles, para respaldar cada una de sus páginas. No era un revolucionario y lamentaba los excesos cometidos durante el terror; tampoco era el reaccionario que pintaba la prensa más izquierdista.
Entre los relatos más conmovedores de Viejas casas, viejos papelesdestaca La señorita Robespierre. Empieza por el testamento de Marie Marguerite Charlotte de Robespierre, que Lenotre localizó en una notaría del Quai de la Tournelle. Dice así: “Queriendo, antes de pagar a la naturaleza el tributo que todos los mortales le debemos, dar a conocer mis sentimientos sobre la memoria de mi hermano mayor, declaro que le he tenido siempre por un hombre lleno de virtud; protesto contra todas las cartas contrarias a su honor que me han sido atribuidas”. El texto fue fechado el 6 de febrero de 1828.
La pobre Marie Marguerite de Robespierre idolatró a su hermano, con quien se trasladó a París, desde Arras, cuando le eligieron diputado de la Convención. Con el ascenso de Maximilien se habituó a vivir como una princesa, y su hermano, disgustado, la hizo regresar a Arras. Aprovechó ese desencuentro poco después, cuando Maximilien Robespierre fue guillotinado y concluyó el terror revolucionario: en cuanto conoció la noticia, Marie Marguerite se apresuró a renegar de él. Lo hizo, verbalmente y por escrito, durante años. Obtuvo una pensión de Napoleón, renovada por Luis XVIII; adoptó el nombre de Madame Carraut, y vivió modestamente hasta 1834. Estaba sola y cocinaba en la estufa. En la pared de su pequeño apartamento, de una sola habitación, tenía un retrato litografiado de Maximilien, su hermano. A su muerte, el retrato fue subastado por dos francos.
Fue enterrada en el cementerio de Montparnasse. La ceremonia fúnebre congregó a un puñado de viejos revolucionarios. Se leyó un discurso enviado por el ciudadano Laponneraye, encarcelado por delitos políticos, que comenzaba: “No, virtuoso y desafortunado Maximilien, tu hermana no renegó de ti”.
Los restos de Marie Marguerite Robespierre sólo permanecieron cinco años en Montparnasse. Cuando concluyó el alquiler de la fosa, sus restos fueron trasladados a las Catacumbas. Allí siguen, junto a los restos de Maximilien Robespierre y de la inmensa mayoría de los guillotinados de la Revolución.
Las Catacumbas, a las que se accede por una entrada cercana a la estación de metro de Denfert-Rochereau, son un monumento a la ironía de la historia. Esas hileras interminables de esqueletos, amontonados y casi fundidos los unos con los otros, reúnen a víctimas y verdugos, a virtuosos y traidores. Si hubiera que resumir el espíritu con que escribía Lenotre, no harían falta palabras: bastaría bajar a las Catacumbas de París. -
El chico y su favela
ENRIC GONZÁLEZ 13 ABR 2009
Archivado en:
Hay muy buenos libros sobre boxeadores. Desde los cuentos de Jack London, como El combate y Por un filete, hasta la clásica novela Más dura será la caída (Budd Schulberg) o la relativamente moderna Fat City(Leonard Gardner), pasando por biografías como The Devil and Sonny Liston (Nick Tosches), se ha escrito muchísimo de boxeo: la dignidad del luchador, la miseria moral, la corrupción deportiva, la corrupción general, la desolación de la derrota, el dolor, la soledad.
También hay buen material bibliográfico sobre fútbol. Pero, es curioso, no sobre las personas que destacan en su práctica. El futbolista parece un espectro sin vida, sin pasado ni futuro, oculto tras el tópico (“hay que pensar en el próximo partido”) y la estructura empresarial de su club, envuelto en dinero y rodeado de supermodelos. El futbolista se erige en paradigma de la frivolidad, y eso da para poca literatura.
Es curioso, repito, que las extraordinarias aventuras y los dramas personales de algunos, en especial brasileños y africanos, no se hayan traducido más que en biografías hagiográficas llenas de reverencia o en modestos artículos de prensa. En realidad, las vidas de Rivaldo, Ronaldo o Adriano valdrían como metáforas de una época confusa y disparatada, la nuestra.
No hace falta insistir en la infancia pobrísima de Adriano, Ronaldo y Rivaldo (con secuelas óseas de malnutrición) ni de la ausencia de la figura paterna en un momento clave: Ronaldo era hijo de divorciada en las favelas; Rivaldo perdió a su padre por un accidente de tráfico justo antes de firmar su primer contrato profesional; el padre de Adriano, que tenía una bala incrustada en la cabeza a causa de un tiroteo, murió cuando el hijo empezaba a triunfar en el Inter. Esas circunstancias son sólo una parte del asunto.
Tomemos el caso de Adriano, alcoholizado, según su novia, o ex novia, y “necesitado de nuestras oraciones”, según su madre. El ariete del Inter gana cinco millones de euros al año, a los que ha renunciado mientras no juegue. Adriano ha protagonizado numerosas fugas a Brasil para refugiarse en su viejo barrio. El futbolista millonario toma un avión en Milán, primera clase, y desembarca en la favela de su infancia para compartir cervezas y prostitutas con sus amigos de toda la vida. Sus amigos, ahora, se dedican mayormente al narcotráfico y a la delincuencia organizada. Las fiestas duran días, semanas. Adriano ha ido hundiéndose en esa esquizofrenia: ídolo de oro en Europa, pandillero salvaje en América. El chico dejó la favela, pero la favela no dejó al chico.
Por alguna razón, las tragedias personales de los futbolistas no inspiran como las tragedias de los boxeadores. Ni siquiera dan frases como las de los boxeadores. Aquélla de Larry Holmes, por ejemplo: “Es duro ser negro. ¿Ha sido usted negro alguna vez? Recuerdo que yo lo fui, cuando era pobre”. Las frases del fútbol hablan del fútbol, no de la sociedad. “Fútbol es fútbol”, y todo lo que al fútbol se refiere parece convertirse en espectáculo y divorciarse de la vida. Pura frivolidad, se diría. ¿Por qué dejamos escapar esta metáfora sobre nosotros mismos?
Reverencia
ENRIC GONZÁLEZ 13 ABR 2009
No, no creo que el Gran Obama se parezca en eso al Gran Wyoming. Me refiero a las imágenes de Barack Obama doblando la espalda ante el rey Abdullà de Arabia Saudí. El saludo con reverencia se produjo durante la cumbre del G-20 en Londres, pero se difundió a finales de la semana pasada y rebotó con gran rapidez por la Red. Los republicanos estadounidenses se declararon de inmediato indignados, porque consideraban que su presidente había efectuado un inequívoco gesto de sumisión ante un dictador teocrático y corrupto que, además, se forra cada vez que llenan el depósito.
Decía que no espero una segunda parte del video. Quedaría estupenda, con sus dos carteles: “Os la hemos colado” (Obama) y “Soy cabrón, pero no tanto” (Abdullá). Pero no cuento con ella.
El gesto, en sí, carece de relevancia. Arabia Saudí y Abdullá son viejos aliados de Washington, y ahora hay especial necesidad de que los petrodólares adquieran deuda de Estados Unidos. Resulta normal, por tanto, que Barack Obama quisiera entrarle bien al viejo jefe de los Saud. Normal, pero feo. Las imágenes son tercas: cuanto más las mira uno, menos elegantes parecen. Tienen algo de perverso.
Mucho más relevante, sin duda, era la relación amistosa entre los Bush y los Saud, camaradas en el negocio petrolero. No hay en la reverencia, que se sepa, pactos secretos ni acuerdos bajo mano, ni conflicto de intereses. La cosa era peor con Bush. La imagen de Obama, sin embargo, sigue siendo fea.
Como es fea la reacción de la Casa Blanca. El portavoz explicó que se había tratado de un peculiar efecto óptico, debido a la diferencia de estatura entre el presidente y el rey, y negó que hubiera existido reverencia alguna. Que ya es negar.
Esos segundos irrelevantes de la cumbre de Londres y esa confusa filmación del saludo perseguirán a Obama. Reaparecerán en cada campaña electoral, en cada debate sobre Oriente Próximo y en cada subida del petróleo, como reaparecen las imágenes del tropezón cada vez que se habla de Gerald Ford.
Miserables
ENRIC GONZÁLEZ 14 ABR 2009
La existencia del Mal absoluto puede discutirse; la existencia de la miseria absoluta, no: no existe. Es una de las lecciones de Auschwitz, donde, pese al horror general, siempre era posible encontrar a alguien más enfermo y más humillado. Ése suele ser el mecanismo de promoción de las clases sociales: no se asciende, sino que una nueva clase llega al furgón de cola y parece empujar hacia arriba a los promocionados, aunque en realidad se limita a liberarles de parte de sus miserias.
En 1976, Ettore Scola realizó una película memorable, Brutti, sporchi e cattivi (Feos, sucios y malvados). Por entonces, los miserables de Europa eran aún europeos. Scola retrató en clave tragicómica una familia pobrísima del suburbio romano, entregada a todo tipo de violencias, incestos, robos y mezquindades. No había causas del desastre ni perspectivas de mejora.
Aquella película teóricamente cómica no sólo se despedía de las esperanzas redentoras del XIX y de la bondad natural del humano; también liquidaba el sueño de la liberación de las masas y de la Historia con mayúscula.
Pero la familia romana de Scola, que parecía destinada a cocerse en su abyección, ha mejorado posiciones, al menos en términos relativos: su fatigoso papel lo ocupan ahora los inmigrantes rumanos. Quienes, a su vez, desprecian a los africanos. Quienes, a su vez, pueden mirar a lo lejos y pensar que en Somalia están varios peldaños por debajo.
Ahora, con Afganistán elevado a la categoría de campo de batalla occidental, los somalíes ejercen como los feos, sucios y malvados del mundo. No nos tomamos la molestia de insistir en que nosotros, la civilización, hemos convertido su país en un vertedero de residuos nucleares y químicos: como no hay Gobierno, basta con pagar unos dólares a un guerrillero para que una empresa con sede en Suiza pueda descargar basura mortífera. La proliferación del cáncer y otras enfermedades está documentada por la ONU.
Da igual, lo que nos interesa es la piratería. Es lo que ocurre con la miseria: acaba reduciéndose a un problema de orden público.
Contribuyente
ENRIC GONZÁLEZ 15 ABR 2009
Vista la situación, el contribuyente tiene bastantes motivos para quejarse. Pero deberían empezar a protestar también sus hijos y sus nietos: va a caerles una factura de las que hacen temblar el misterio.
Cada día se añade a la deuda pública un montón de deuda. Buena parte de ella es inevitable: subsidios por desempleo y demás. Otra parte es menos inevitable y más cabreante: subvenciones a la ineficiencia financiera, subvenciones a la incapacidad creativa y otras cosas de este tipo. Y luego hay una tercera parte de pura fantasía, perfectamente prescindible, que se improvisa sobre la marcha.
Deduzco que ese tercer apartado de la deuda va a incrementarse de forma notoria a lo largo de la legislatura. Zapatero anunció ayer que la publicidad en TVE sufriría una reducción “drástica”, y no dijo más. Ni cuándo, ni cuánto. Ni con qué consecuencias, cosa aún más importante. Aunque parezca que el anuncio esté relacionado con la necesidad gubernamental de asegurarse la complicidad de los grandes grupos privados de comunicación (y a veces las cosas son exactamente como parecen), la idea en sí tiene sentido. El actual mecanismo de financiación de la televisión pública española, vía contribuyente y vía anuncios, con el añadido de un déficit endémico, vicia la competencia en el sector. En sus vagas conclusiones, el comité de sabios ya recomendó hace tres años que hubiera menos anuncios.
Ahora bien, luego está el contexto. Es decir, la crisis. Si se reducen los ingresos publicitarios en TVE, aumentará el déficit: paga el contribuyente. A no ser que el Gobierno, con lo que está cayendo, quiera implantar un canon como el británico o el italiano, en cuyo caso pagaría el contribuyente. También puede ser que el plan consista en desmantelar TVE, en estos momentos la primera en audiencia; quedaría un poco raro, después de tanto lío con el comité de sabios, el expediente de regulación de empleo y el proyecto de nueva sede.
Veremos en qué acaba todo esto, cuando se lleve al Parlamento (hay que suponer que ocurrirá, aunque lo diga Zapatero) la nueva ley del sector audiovisual. Sea como sea, da la impresión de que esta legislatura se nos va a hacer larguísima.
Sinergia
ENRIC GONZÁLEZ 16 ABR 2009
La palabra “sinergia” me parecía, al principio, del todo inofensiva. De hecho, resonaba con un eco agradable. “Sinergia” significa, según el diccionario de la RAE, “acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales”. La vieja cooperación, por resumir, sólo que con etimología griega.
Luego empecé a constatar que la palabra “sinergia” tenía mucho peligro. En la época de las fusiones empresariales, cada vez que se pronunciaba la palabra “sinergia” aparecía una lista de despidos. Por vías más o menos perversas, el término adquirió una carga semántica cercana a la del término “redundancia”, con el que no tiene nada que ver.
Los grupos de comunicación no tardaron en descubrir las ventajas de las sinergias. En este caso, las sinergias consistían en que el diario del grupo defendiera a la radio del grupo, que a su vez defendía los intereses televisivos del grupo, y así sucesivamente. Se creaba de esta forma un bucle, un circuito cerrado de autopromoción que quizá tenía sus ventajas desde un punto de vista empresarial. No consigo encontrar ventajas desde el punto de vista del cliente.
El sistema sinérgico funciona de forma especialmente intensa en las televisiones. Telecinco, por ejemplo, no emite un solo espacio sin su dosis de sinergia: el presentador de un programa se hace publicidad en otro, donde coincide con un ex concursante que acudirá luego a un debate de cotilleo donde un famoso se indignará y abandonará el plató, para acudir a otro programa donde explicará las razones profundas de su enfado. Todo queda en casa.
El efecto es cacofónico. Por eso me parece mosqueante que se anuncie a Risto Mejide como invitado en la primera emisión de La tribu, el espacio de Sardá, Milá, Izaguirre y Latre. Sardá es un genio de la televisión, pese al delirio de la última fase de Crónicas marcianas y a la inanidad narcisista de Dutifrí. Es capaz de romper esquemas. Pero tendrá ahí a Mejide, imagino que como instrumento promocional de la nueva temporada de Operación Triunfo. ¿Nos servirá otra ración de sinergias? ¿Para eso servirá La tribu? Me gustaría pensar que no.
Expectativa
ENRIC GONZÁLEZ 17 ABR 2009
La expectativa es esencial en estos casos. Eso, como muchas otras cosas, se aprende en Los Simpson. En ‘El cuarteto de Homer’ (quinta temporada), quizá mi capítulo favorito, el grupo busca un cantante solista. Están en el bar de Moe y escuchan una voz conmovedora que procede del retrete: mientras busca su palillo junto a la taza del váter, el alcohólico Barney canta, entre eructos, una maravillosa canción irlandesa.
Algo similar ocurre con Susan Boyle, el fenómeno internetero de la semana. Una mujer fea, mal vestida y de ademanes toscos sube al escenario de Britain’s got talent, un programa de éxito. Los jueces y el público ven en ella la personificación del fracaso. Se espera uno de esos momentos grotescos que agradece el público más sádico, es decir, el público en general. Susan Boyle empieza a cantar y resulta que canta razonablemente bien. Una oleada de emoción irrumpe en el momento. ¿Cuál es la explicación? La expectativa. Se esperaba algo horrible, pero ocurre algo hermoso. Como en La Cenicienta o El patito feo.
La expectativa podría ser también una de las razones por las queSaturday night live (Cuatro) no ha funcionado en su versión española. Hay dificultades con los guiones, incluso los adaptados del programa original, pero también una larga distancia entre lo que se esperaba (mucho) y lo obtenido (más bien poco). Diría que incluso la realización se ha tomado demasiado en serio y, además, se ha esforzado en subrayar la complejidad logística de una emisión en directo de este tipo.
Lo contrario ocurre con otra importación, Camera café, que arrancó con una discreta expectativa, tanto por parte de Telecinco como por parte de la audiencia: resulta difícil imaginar un programa más modesto (escenario único, cámara fija) con mejores resultados. ¿Y qué me dicen de la muy casposa Escenas de matrimonio? Empezó como suplencia veraniega de Camera café y ya ven. Dado que se me escapan por completo las razones del éxito de Escenas…, y no quiero faltarle al respeto al distinguido público, opto por atribuir los buenos resultados a la absoluta falta de expectativas iniciales.
Una neurosis de Freud
ENRIC GONZÁLEZ 19 ABR 2009
El médico vienés Sigmund Freud sufrió una curiosa neurosis juvenil: temía por su futura descendencia. La familia de su padre registraba casos de epilepsia y otras enfermedades nerviosas, y el joven Sigmund (por entonces todavía con su nombre original, Sigismund) estaba convencido de que sus hijos, nietos y bisnietos sufrirían los mismos problemas. Él mismo contó, mucho después, que una de las razones de su interés inicial por la psiquiatría fue precisamente la de encontrar fórmulas para calmar su ansiedad.
Vistas las cosas con perspectiva, Freud podía haberse ahorrado esa neurosis: la familia Freud, que se estableció en Londres para huir del nazismo, es una de las más exitosas y peculiares del Reino Unido. Constituye un auténtico fenómeno social. La muerte, hace unos días, del espléndido sir Clement Freud, un tipo irresistiblemente encantador, ha enlutado a la familia. ¿Cuántos son? No se sabe. Los Freud tienden a ser prolíficos, y el pintor Lucian Freud, nieto del creador del psicoanálisis, se ha ocupado de extender la herencia genética mucho más allá de lo habitual.
El creador del psicoanálisis se ha ocupado de extender la herencia genética mucho más allá de lo habitual
Centrémonos en una sola línea, la de Ernst, cuarto de los cinco hijos del patriarca. Ernst Freud (Viena, 1892-Londres, 1970) trabajó como arquitecto en Berlín hasta 1933, cuando la llegada de Hitler a la Cancillería alemana le permitió adivinar que se avecinaban tiempos terribles para los judíos. Ernst emigró ese mismo año a Londres. En 1938, la anexión de Austria por el Tercer Reich obligó a Sigmund Freud, a quien quedaba un año de vida, y otros miembros de la familia a unirse a Ernst en el Reino Unido. El hijo arquitecto compró y reformó una residencia en el barrio de Hampstead, que hoy es el Museo Freud, para acoger a los recién llegados.
Ernst tuvo tres hijos: Stephen (1921), Lucian (1922) y Clement (1924). Stephen, el primogénito, es el más desconocido. Mucha gente no sabe que existe. Stephen fue héroe de guerra, derrochó fortunas apostando a los caballos y desarrolló una discreta carrera profesional como vendedor de chatarra.
Lucian es uno de los pintores más célebres y cotizados del mundo, y uno de los padres más prolíficos. Hasta donde se sabe ha tenido dos hijos con su sobrina Kitty, cinco con Suzy Boyt, cuatro con Katharine McAdam, uno con Jacquetta Lampson, dos con Bernardine Coverley y una cantidad indeterminada de hijos no reconocidos. Posiblemente no llegan a 40, como se dice.
Clement, fallecido esta semana, fue cocinero, apostador, periodista, diputado liberal y presentador de televisión. Su humor y su ingenio eran legendarios. Tuvo cinco hijos.
De entre la abundantísima descendencia del pintor Lucian destacan las dos hijas que tuvo con Bernardine Coverley, Bella (1961) y Esther (1963). Esther Freud es escritora de éxito; una de sus novelas, Hideous Kinky, cuenta la historia de su infancia en Marruecos, lejos del padre Lucian. Bella Freud es diseñadora de ropa y, dicen, una de las personas más honestas y bondadosas en el proceloso mundillo de la moda londinense.
De entre los cinco hijos de Clement, dos ocupan dos cúspides muy diferentes de la sociedad británica. Emma Freud (1962), actriz, guionista y presentadora de televisión, está casada con el guionista Richard Curtis, que le atribuye la revisión como “editora jefe” de todos sus trabajos, entre ellos Cuatro bodas y un funeral, Notting Hill y Love actually. Si uno conoce a Emma Freud, tiene abiertas todas las puertas de la farándula.
Matthew Freud (1963), hijo de Clement y hermano de Emma, es uno de los hombres más influyentes del Reino Unido. No sólo porque ha hecho un dineral con su empresa Freud Communications, que lleva las relaciones públicas de los Juegos Olímpicos de Londres, Pepsi, Nike y otros productos, lo que le permite tener un yate de 48 metros, elElisabeth F., en el que navega con frecuencia el líder de la oposición conservadora, y un avión transoceánico de 40 millones de dólares. La influencia de Matthew se debe también a sus dos matrimonios. Su primera esposa fue la rica heredera Caroline Hutton, que luego se casó con Charles Spencer, conde de Spencer y vizconde de Althorp, hermano de la princesa Diana de Gales. La actual esposa de Matthew es Elisabeth Murdoch, hija del magnate supremo de la comunicación, Rupert Murdoch.
De todo esto podemos deducir dos cosas. Primera: que una buena educación, lo único que comparten los Freud además del apellido, ayuda a tener éxito en la vida. Y segunda: que no hay que fiarse de las neurosis, ni siquiera de las de Sigmund Freud.
Teoría sexual del gol
ENRIC GONZÁLEZ 20 ABR 2009
Se ha dicho muchas veces que el gol se parece al orgasmo. Existen, por ejemplo, afirmaciones teóricas como la de Eduardo Galeano en su libroEl fútbol a sol y sombra: “El gol es el orgasmo del fútbol; como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna”. Y existen constataciones empíricas. Según Iván Zamorano, “marcar un gol es como tener un orgasmo, algo tan fascinante que cuesta explicarlo”. Hay quien considera que la comparación se queda corta: “Este gol ha sido mejor que un orgasmo”, dijo Hernán Crespo, en su época milanista, tras marcarle uno al Manchester United.
Yo no estoy tan convencido, aunque no me siento en condiciones de negar que exista una relación directa entre el gol y el placer sexual: nunca he marcado un gol en un gran estadio repleto y nunca he tenido, que yo sepa, un orgasmo ante 60.000 espectadores. Y para opinar sobre esas cosas hay que tener experiencia.
“Marcar es como tener un orgasmo, tan fascinante que cuesta explicarlo”, decía Iván Zamorano
Los indicios, en cualquier caso, se multiplican. Hace unos meses, los servicios médicos del Gremio de Porto Alegre, uno de los grandes clubes brasileños, realizaron un estudio sobre el efecto del sildenafil en el rendimiento de los futbolistas. Según el médico jefe del Gremio, Alarico Endres, el sildenafil, comercializado bajo la marca Viagra, “aumenta y mejora la circulación sanguínea y, por tanto, puede incrementar las prestaciones, sobre todo en altura”. Endres se refiere a las prestaciones atléticas, no a las otras. En Italia, la comisión antidopaje ya se ha planteado la posibilidad de incluir el sildenafil en la lista de sustancias prohibidas a los futbolistas.
Los experimentos, hasta ahora, no resultan concluyentes. Rodrigo Figueroa, ex preparador físico del Blooming de Santa Cruz, de la Primera División boliviana, ha revelado esta semana que a lo largo de 2008 suministró sildenafil a varios de sus jugadores cada vez que hubo que jugar en La Paz, a 3.600 metros de altura. El sildenafil era mezclado con zumos de frutas “para que los ocho o nueve que lo tomaban no supieran lo que ingerían”, según las explicaciones de Figueroa. ¿Los resultados? “En altitud se gana, se empata y se pierde”, declaró el ex preparador físico al diario La Prensa. ”La verdad es que se consigue más con una buena charla táctica que con el sildenafil”, admitió.
Ni en el Gremio de Porto Alegre ni en el Blooming de Santa Cruz se registraron, al parecer, efectos secundarios especialmente indeseables. Ignoro si alguien ha tenido el valor de experimentar con el sildenafil en una de esas largas concentraciones de pretemporada, generalmente realizadas en altura para favorecer la capacidad de oxigenación. Sospecho que ahí se producirían situaciones de alto riesgo.
Como decía, prefiero no pronunciarme hasta que existan datos más concretos. Evidentemente, nada sería lo mismo si se comprobara que, en efecto, un gol es como un orgasmo. Para empezar, la noción del hat trick adquiriría nuevas y extraordinarias connotaciones.
Concentración
ENRIC GONZÁLEZ 20 ABR 2009
Cuando una sociedad se siente próxima al colapso, aparece la tentación de las sumas imposibles. ¿Recuerdan el 23-F? Suárez había llegado al final del camino, cada día era un baño de sangre y al general Armada, uno de los íntimos del Rey, se le ocurrió un “Gobierno de concentración nacional” con miembros de todos los partidos, presidido, naturalmente, por el propio Armada. Gran idea, ¿no? Tejero fue quizá el único que de verdad se opuso a ella y con su empeño en volver a 1940 acabó salvándonos, sin quererlo, de él mismo y de las dos conspiraciones, la cuartelera y la palaciega.
Algo parecido ocurrió con la música popular a principios de los ochenta, cuando el rock progresivo ya había dado todo lo que podía y, por desgracia, seguía dando la lata. Alguien pensó en la vía de la “concentración”, es decir, en los llamados supergrupos. Surgieron inventos como Asia, ensamblando miembros de varios grupos, y conceptos como “dinosaurios” y “pesadez” adquirieron un nuevo alcance.
Telecinco también da señales de agotamiento colectivo y desorientación general. Y ha caído en la tentación del concentracionismo imposible. ¿Cómo se podía hacer unas Crónicas marcianas que retomaran lo peor del original y dieran un paso más? Pues añadiendo a Mercedes Milá. Y ya tenemos La tribu, una supuesta suma de estrellas televisivas que exhiben su ego durante un rato larguísimo la noche de los viernes.
Sobre el nivel del programa no voy a extenderme: ya lo hizo ayer mi amigo Carlos Boyero, y sería un poco tonto por mi parte competir con el maestro en materia de calificaciones peyorativas. Xavier Sardá, genio de la televisión, ha conseguido que DEC (Antena 3) y el remedo de Martes y Trece (TVE) parezcan, en comparación con La tribu, sobrias producciones de la BBC. Hasta La noria ha subido de categoría. Sólo un genio puede lograr hazañas como ésta.
Por supuesto, el gran triunfador del asunto es Jesús Vázquez, la única estrella telecinquera que no ardió en la pira de La tribu. Estaba chamuscándose en Guerra de sesos; lo suyo, sin embargo, queda como simple bronceado cuando se observan las horribles quemaduras sufridas por Sardá y su “supergrupo”.
Gratuidad
ENRIC GONZÁLEZ 21 ABR 2009
Algún día, tal vez, existirá una República perfecta: los ciudadanos serán pacíficos y generosos, los árbitros de fútbol acertarán siempre, no harán falta los bancos, abundará el bienestar, habrá ansia de cultura y se formarán colas larguísimas para ver cine español. De momento, no es el caso. Somos como somos, y seguimos atrancados en la discusión sobre las descargas de Internet y sobre la “cultura de la gratuidad”.
Milagros Pérez Oliva, una gran periodista que trabaja ahora como Defensora del Lector de este periódico, abordaba el asunto el pasado domingo. Escribía que la cultura de la gratuidad se extiende de la mano de Internet y que eso puede acabar afectando a la calidad. La información fiable, independiente y veraz, subrayaba, tiene un coste. Es decir, no puede ser gratuita.
Estoy de acuerdo en lo del coste. Creo, sin embargo, que no hablamos de costes, sino de precios. Porque los informativos de radio y televisión, medios veteranos y convencionales, siempre han costado dinero, pero la clientela nunca ha pagado por ellos. Y no hay radio ni televisión que no presuma de ofrecer información fiable, independiente y veraz.
La información esencial para un ciudadano medio, no especialmente ansioso por conocer los últimos acontecimientos políticos en Argelia o las perspectivas del precio del cereal en la Bolsa de Chicago, circula libremente desde hace tiempo. Cuando hablamos del lector de prensa diaria de pago, hablamos de una minoría que quiere novedades, detalles, pistas, historias interesantes, buen estilo y, por supuesto, un rigor calvinista.
¿Ofrecen los diarios de pago mucho más que un informativo radiofónico? No hablamos de firmas ni lectura, sino de información. ¿De verdad ofrecemos mucho más? ¿De verdad nos merecemos el dinero que exigimos al cliente?
Al final, la cuestión es ésa. Y habrá que responder con urgencia, porque la crisis general y la crisis (por cambio tecnológico) de la industria informativa tienen a las empresas al borde de la asfixia. Yo estoy convencido de que siempre habrá una minoría dispuesta a pagar por un buen diario. Sea cual sea el nuevo modelo industrial, bastará con hacer muy bien el trabajo y aceptar que sólo le interesará a una pequeña minoría.
Noche
ENRIC GONZÁLEZ 22 ABR 2009
Finnegan’s Wake, de James Joyce, es una pieza de altísima literatura. Ahora bien, también es una de esas cosas que sólo se leen por estricta obligación. Por principio, desconfío de cualquiera que la haya leído voluntariamente. Yo lo intenté una vez, pero me perdono porque apenas entendí nada. Busquemos algo más sencillo: En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, una de las obras supremas de la literatura universal. ¿Cuánta gente estará leyéndola ahora mismo en este país? Poca, supongo. Y doy por seguro que los que escuchan música dodecafónica en su iPod serán todavía menos. Estas cosas hay que tenerlas en cuenta.
Un buen amigo me pasó la cuarta temporada de The wire (nada de descargas: producto legal) y, si no me exige que se la devuelva ya, la veré por segunda vez. Me manejo pasablemente en inglés, pero tengo que acudir a los subtítulos; conozco Baltimore, pero se me escapan muchas de las referencias; permanezco concentrado ante la pantalla, pero me pierdo algunos detalles de la trama, endiabladamente sutil. Me parece una de las mejores series de todos los tiempos, una auténtica obra maestra. No me apetece nada, sin embargo, verla por las noches: o me despisto, o me desvelo. Tampoco se me ocurriría acostarme con una novela de Proust. Ésas son cosas que requieren la máxima atención.
Cuando se trata de entretener la duermevela existen otras opciones.Doctor Mateo (Antena 3), que el domingo concluyó su primera temporada, es un invento muy adecuado para las horas de mansedumbre neuronal. No pasará a la historia de la televisión, pero cumple perfectamente su cometido. Las tramas son amables y sencillas, los personajes no caen en lo grotesco y el actor protagonista, Gonzalo de Castro, emana un magnetismo silencioso pero eficiente. Cuando se estrenó no me pareció gran cosa; pensé que funcionaría bien porque contaba con los elementos adecuados para una época de crisis: ya saben, la calidez humana, el pueblecito asturiano y todo eso. Rectifico:Doctor Mateo también habría merecido un éxito razonable en los viejos tiempos, cuando mi piso valía un trillón.
Reciclaje
ENRIC GONZÁLEZ 23 ABR 2009
Walt Disney lo consiguió. Pero el juego del reciclaje no siempre funciona. En realidad, funciona en muy pocas ocasiones. La vieja factoría Disney nos coló varias veces las mismas escenas, exactamente las mismas, sólo que con distintos protagonistas. Para las películas animadas se utiliza el “rotoscopio”, un mecanismo que permite tomar una filmación de personajes reales y “calcarla” en dibujos. Reutilizar la filmación en el “rotoscopio” reduce costes: en la película Robin Hood(1973), por ejemplo, Marian hace los mismos movimientos que la Blancanieves de 1937; el Mowgli de El libro de la selva (1967) juega con el oso Baloo igual como lo hacía con su perro el joven Arturo de La espada en la roca (1963); etcétera.
A otras factorías les ha ido menos bien. A la incipiente de Pablo Motos, por ejemplo. Las mismas gansadas hiperactivas que a él le quedan graciosísimas en El hormiguero (Cuatro) han sido eso, una simple gansada, en Guerra de sesos, el concursito elaborado por la productora del propio Motos y presentado por Jesús Vázquez para tratar de darles un poco de aire a las alicaídas sobremesas de Telecinco.
Guerra de sesos desaparece como programa diario y, en principio, ocupará un rato del fin de semana. Jesús Vázquez, que dejóSupervivientes porque no se podía soportar tanto pluriempleo, acaba quedándose sólo con Operación Triunfo. Y, por lo visto ayer, en el programa-piloto de la primera temporada (una descorazonadora colección de castings, quizá aún más descorazonadora que las ofrecidas en horarios más piadosos los años anteriores), no sería raro que asistiéramos a una demostración televisiva de lo fácil que puede ser, en estos tiempos, el tránsito del pluriempleo al puto paro.
Tampoco ha sonado la flauta en la factoría de Javier Sardá. La tribuviene a ser unas Crónicas marcianas recalentadas y aderezadas con la morcilla de Mercedes Milá: indigestión prácticamente asegurada.
Insisto, no conviene colarle refritos al público porque a veces se da cuenta. Si yo fuera Rajoy, evitaría las conmemoraciones fotográficas de los Gobiernos de Aznar; más que nada, porque si se habla de Aznar y de foto, acaba uno pensando en las Azores. ¿Verdad que el PSOE procura evitar que se recuerden aquellas fotos tan emotivas de apoyo a los condenados por los GAL? Pues eso. Del pasado, lo justo. Y aún sobra.
Sálvame
ENRIC GONZÁLEZ 24 ABR 2009
Hablábamos ayer de reciclaje. Hoy me veo obligado a practicarlo, insistiendo en el asunto. No puedo evitarlo. Transcribo el texto con el que se presenta un nuevo programa: Jorge Javier Vázquez vuelve a la sobremesa de Telecinco con Sálvame, un análisis profundo pero divertido y gamberro de Operación Triunfo y Supervivientes.
Era previsible. Casi todos los programas de la cadena en cuestión están dedicados a la promoción de los programas de la propia cadena, pero faltaba, y se notaba, un “análisis profundo” de las dos emisiones estelares. OT y Supervivientes son producciones complejas, intelectualmente exigentes, y abundan en sutilezas que pueden pasar desapercibidas al telespectador.
En fin, no vamos a andarnos con sarcasmos. Me limito a desear suerte al señor Vázquez, ínclito tomatero: si a base de refritar refritos sobrevive en el horario más proceloso de Telecinco, allí donde, precisamente desde el tomate, han naufragado todos los intentos, me comprometo a invitarle a una caña.
La cuestión es: ¿hay que salvar todo eso? El Gobierno se muestra decidido a hacer lo posible para incrementar los beneficios de las televisiones privadas, y va dando algunas pistas sobre su plan de rescate. Se basa, parece, en la reducción (o supresión) de los anuncios en la televisión pública, que se financiará a su vez, parece, mediante una tasa aplicada sobre las privadas.
Dice el Gobierno que no ha copiado el plan del inteligente Nicolas Sarkozy, consistente en reducir los anuncios en la televisión pública y en financiarla con una tasa sobre las empresas privadas del sector. Bueno, no lo llamemos copia, llamémoslo reciclaje.
Conviene recordar, en cualquier caso, que el plan de Sarkozy, concebido para apuntalar TF1, la televisión de los cementeros Bouygues, financiadores de la carrera política del actual presidente, no está obteniendo un gran éxito. France2, la principal cadena pública, ha perdido audiencia desde que suprimió los anuncios en prime time. Y la facturación publicitaria de las privadas, entre ellas TF1, ha caído un 20% desde que ostentan el monopolio del anuncio.
Podría ser que el plan funcionara en España. Ya habrán notado que a Rodríguez Zapatero, últimamente, todo le sale de maravilla.
Una declaración de amor
ENRIC GONZÁLEZ 26 ABR 2009
La primavera propicia los estados depresivos. También fomenta el enamoramiento. Ignoro si existe una relación directa entre ambos fenómenos, aunque intuyo que sí.
Hace 22 primaveras, el 31 de marzo de 1987, un senyor de Barcelona llamado Ramón Cabau hizo una declaración de amor extraordinaria y terrible.
Ramón Cabau, nacido en 1924, era licenciado en Derecho y Farmacia. También era perito agrónomo. Obtuvo su primer empleo en una farmacia de la calle de Gignàs, en la zona más céntrica y antigua de la ciudad, y al poco tiempo conoció a una de las hijas de Agustí Agut, uno de los patriarcas de la restauración barcelonesa. La pareja contrajo matrimonio y Cabau se integró en el clan Agut, lo que suponía trabajar en el restaurante del mismo nombre.
Ramón Cabau fue tan famoso como su restau- rante, Agut d’Avinyó, un templo gastronómico en los setenta
El farmacéutico no tardó en independizarse. Quizá en un desafío al suegro, abrió su propio restaurante muy cerca del establecimiento familiar. No hubo ruptura: el nuevo local, situado en la calle de la Trinitat, esquina Avinyó (la calle cuyas prostitutas inspiraron el famoso cuadro de Picasso), se llamó Agut d’Avinyó. A finales de los sesenta había adquirido ya un notable prestigio, y en los setenta se convirtió en un templo gastronómico.
Cabau fue tan famoso como su restaurante, o más. Su bigote imposible, su pajarita, sus chaquetas ajustadas y su enorme simpatía le convirtieron en una celebridad de La Boquería, el mercado al que acudía diariamente a hacer la compra.
La Boquería, creada como Mercado de Sant Josep, se asentaba en una antiquísima zona comercial. Cuando Barcelona aún tenía murallas, los payeses solían acudir a la Rambla, el torrente que discurría extramuros, para ofrecer sus productos. En 1842, gracias a la desamortización de fincas eclesiásticas, la ciudad estableció allí mismo, frente a la Barcelona vieja y en el ingreso del Raval, también llamado Barrio Chino, una estructura cubierta para los tenderetes o paradas de los vendedores. La Boquería, un pequeño universo de color y aromas, es uno de los lugares más fascinantes y genuinos de Europa.
Ramón Cabau era el rey de ese pequeño universo. En su restaurante se experimentaba con la nueva cocina (la burguesía pudiente y la gauche divine, es decir, padres e hijos de una misma clase social, trasegaba platos como las judías con caviar) y se practicaba una estricta devoción al producto de calidad y de temporada; Cabau, sin embargo, disfrutaba especialmente de su ceremonia cotidiana en La Boquería. No se limitaba a comprar: sugería ideas, proponía mejoras, animaba a los vendedores a incorporar tal o cual producto en su oferta. Fue Cabau quien convenció a Llorenç Patràs, que criaba pollos cerca de Montserrat, para que abriera una parada de setas en el mercado barcelonés. Patràs, hoy, es una institución.
En 1984, Cabau dejó el restaurante. Pero siguió acudiendo a La Boquería, convertido en proveedor: vendía las verduras de calidad que cultivaba en su finca de Canet, al norte de Barcelona.
El 31 de marzo de 1987, como cada mañana, Ramón Cabau apareció en La Boquería. Parecía bajo de ánimo, algo no demasiado inhabitual últimamente. Entregó una flor a cada uno de sus amigos del mercado, charló con varios de ellos, dio una última vuelta de honor. Poco después de las nueve, pidió un vaso de agua. Con el agua ingirió una píldora de cianuro. Murió allí mismo.
Ignoro cuál fue la tragedia íntima de Ramón Cabau y no me adentraré en ese territorio doloroso, reservado a la familia y a los amigos. Lo que me interesa es la declaración de amor. Cabau eligió morir en La Boquería y quiso hacerlo temprano, cuando el mercado hierve de actividad: el lugar y la hora de sus momentos más esplendorosos. Se despidió con flores, no con reproches. Regaló una última sonrisa. Y dijo adiós.
Uno de los callejones que desde la Rambla se adentran en La Boquería lleva el nombre de Ramón Cabau. Qué menos. No creo que exista en el mundo un mercado que haya merecido una declaración de amor tan auténtica y desesperada.
Telenovela
ENRIC GONZÁLEZ 27 ABR 2009
Hay supermercados (por no señalar, uno de Mataró, cerca de Barcelona) que guardan las conservas bajo llave. No hablamos de caviar, ni siquiera de mejillones gallegos extragrandes: hablamos de latas corrientes de atún y sardinas, de las de hacer bocadillos. La explicación es sencilla: “Es que la gente las roba”.
Vivimos en un país con cuatro millones de parados oficiales, y habrá unos cuantos más fuera de las estadísticas. Seguiremos sumando, muy probablemente. ¿Llegaremos a los cinco millones? Si eso ocurre, habrá que atar con candado el arroz y las patatas. Nos enfrentamos a una temporada cruel, de neorrealismo lúgubre. ¿Cambiaremos nuestros hábitos televisivos? Las estrecheces económicas, la tensión social y la angustia ante el futuro podrían fomentar la creación de programas sobrios y pegados a la realidad. También podrían fomentar lo contrario. Yo apostaría por la segunda opción: cuanto más nos agobia el mundo, más nos apetece evadirnos de él.
Vienen tiempos idóneos para la telenovela. No “una” telenovela, sino “la” telenovela. En El espíritu del tiempo, Edgar Morin señaló que la cultura de masas había creado un poderoso relato de evocación mitológica. Tal vez nos encontramos ante el triunfo definitivo de la prensa popular sobre la prensa que aún llamamos “seria”: es su forma de mirar la realidad, basada en las heroicidades de los “famosos”, la que está imponiéndose. En la era digital, hecha de confusión y fogonazos, todo se reduce a una serie de imágenes y a una narración puramente emotiva. Apenas distinguimos la reunión del G-20 de una boda de Madonna: fotos, anécdotas, famoseo.
Deduzco que programas como ¿Dónde estás, corazón?, también conocido como DEC, gozan de inmensas posibilidades. DEC y similares componen una interminable telenovela con personajes presuntamente reales (Bermúdez, Darek…) y perfectamente desechables o intercambiables. Cuanto menos entendamos el mundo y nuestra propia vida, cuanto más difícil sea todo, más nos apetecerán el sucedáneo rosa y la mitología cutre. ¿Que a usted no? El día que un tipo armado vigile el arroz y las patatas, volvemos a hablarlo.
Tres finales del ’10′ Bochini
ENRIC GONZÁLEZ 27 ABR 2009
Es el mes del vértigo. Todo, lo de España y lo de Europa, se decide en unas semanas. Cada minuto parece el último: es la época de las finales. Cuando la emoción le bloquee el estómago o se le suba a la garganta, recuerde a Ricardo Bochini. Fue un futbolista mágico y protagonizó tres apoteosis, tres momentos de extraordinaria carga emotiva.
Bochini (Zárate, Buenos Aires; 1954) fue el gran ídolo de Maradona y el mejor 10 argentino de todos los tiempos, El Pelusa al margen. Jugó siempre en el Independiente de Avellaneda, con el que en más de mil partidos consiguió, atención, cuatro Ligas, cuatro Libertadores, tres Interamericanas y dos Intercontinentales. Con Bochini, Independiente alcanzó la categoría de mejor equipo del mundo.
Su primera apoteosis, el 25 de enero de 1978, coincidió con el día en que cumplía 24 años. Argentina sufría una dictadura militar tan cruel como grotesca y en la provincia de Córdoba mandaba el general Menéndez, fanático seguidor de Talleres. La final del campeonato la jugaban precisamente Talleres e Independiente. La ida, en Avellaneda, concluyó 1-1. A Talleres le bastaba un empate sin goles en casa. Independiente marcó y puso las cosas difíciles a Talleres, pero el general Menéndez se había encargado de que el árbitro supiera hacia dónde pitar. En la segunda parte, inventó un penalti contra Independiente y dio por bueno un gol de Talleres marcado con la mano. Aprovechó las protestas para expulsar a tres futbolistas de Independiente, que afrontó los últimos 15 minutos con ocho y un gol por debajo.
Ni el árbitro pudo evitar que en el minuto 38, con el encuentro enloquecido, Bochini, tras una pared sensacional con Biondi, colara el balón justo por debajo del larguero. Independiente fue campeón por el valor doble de los goles en campo contrario. El gol de El Bocha aún se celebra.
La segunda apoteosis llegó en 1986, durante el Mundial de México. Bochini tuvo muy mala suerte con su selección. Sólo vistó la albiceleste en 11 ocasiones. En 1978, una serie de lesiones y el peculiar carácter de Menotti le dejaron fuera de la convocatoria mundialista. Lo mismo ocurrió en 1982. En 1986, ya con 32 años, Maradona exigió que su ídolo fuera convocado. Y Bilardo dejó que Bochini jugara los últimos cinco minutos contra Bélgica. Cuando El Bocha saltó al césped, El Pelusa le rindió honores. Hay dos versiones de la frase con que le dio la bienvenida. Según una, Maradona dijo: “Dibuje, maestro”. Según otra, Maradona dijo: “Pase, maestro; estábamos esperándole”. Ése fue el final de la carrera internacional de Bochini, que en 1976 marcó a Peñarol un gol muy parecido al célebre gol que Maradona marcó a Inglaterra.
Falta una tercera apoteosis, más íntima. Bochini se retiró en 1991. El 25 de febrero de 2007, sin embargo, volvió al fútbol oficial. Con 53 años, Bochini se alineó con Barracas Bolívar, de la Quinta División, que luce la misma camiseta roja que Independiente, y jugó toda la primera parte. Las crónicas dicen que hizo un sombrero perfecto al defensa que le marcaba y que trazó varios pases de los suyos. Barracas ganó, por supuesto.
Una de las calles de Avellaneda, junto al estadio, lleva hoy el nombre de Ricardo Enrique Bochini, el tipo de los finales memorables.
Chicas
ENRIC GONZÁLEZ 28 ABR 2009
El señor presidente de la República Francesa visita España. Los informativos televisivos ofrecen una amplia cobertura gráfica del encuentro entre doña Letizia y doña Carla: de frente, de perfil, de lado y desde atrás. Los medios digitales ilustran sus informaciones con fotografías de doña Letizia y doña Carla, preferentemente de perfil.
Abc.es se desmarca ligeramente, porque coloca una foto del presidente Nicolas Sarkozy y del futurible Mariano Rajoy, pero se corrige de inmediato con una información titulada ‘Duelo de elegancia femenina’, complementada con un mogollón de fotos de ambas elegantes. A veces, por detrás, asoma el rey Juan Carlos o alguna otra persona asistente a la cita de las señoras.
Espero con relativa ansiedad ver cómo cocina el asunto la prensa de papel. Si es que mañana, hoy para ustedes, todavía existen los periódicos.
Quiero pensar que este tratamiento periodístico de la cumbre hispano-francesa, tan interesado en el aspecto de dos damas que han hecho buen matrimonio, tiene alguna intención confesable. No sé, quizá se quiera mostrar lo último de lo último en cirugía plástica. O promocionar el sector de la alta costura. Estoy seguro de que existe una buena explicación, aunque yo, ahora mismo, no caiga.
Ya que hablamos de las chicas de ayer, mencionemos el estreno en Antena 3: quien haya visto el original inglés y la versión americana deLife on Mars puede sentirse transportado al pasado, pero la serie se soporta bien; se soportará mejor cuando al actor protagonista, Ernesto Alterio, se le quite la cara de susto.
Previsiones
ENRIC GONZÁLEZ 29 ABR 2009
Archivado
Lo escaso es caro y desconocemos el futuro. Añada a estos dos principios todas las fórmulas que quiera, y tiene a su disposición la ciencia económica. ¿Quiere especializarse en la cosa bursátil? Recuerde: el dinero no es cobarde; se limita a ser idiota y a sufrir ataques de histeria. Echar un vistazo a periódicos viejos resulta instructivo. En 1993 empezó a hincharse la burbuja de las “puntocom” y el mundo enloquecía con las nuevas tecnologías de la telecomunicación. Iban a conseguir que nuestra existencia convergiera en un solo aparato: el televisor. Sí, el televisor. El gran objetivo consistía en tener 500 canales interactivos y elegir para las películas el final que nos apeteciera.
Internet, cuando se mencionaba, era algo secundario. Entonces surgió AOL, cuyas acciones llegaron a cotizar a más de 100 dólares, y compró Time Warner. AOL sobrevive hoy gracias a los contenidos de Time Warner (Time, CNN, HBO).
Hace casi 10 años, apareció la fiebre del UMTS. Las compañías telefónicas pagaron fortunas para ofrecer con sus móviles la tecnología de última generación. Pero los usuarios no querían pagar mucho por ver películas en el móvil, sino pagar poco por enviar SMS con la tecnología antigua, la GSM.
Ahora consideramos acabada la industria de la información porque la información periodística fluye gratis, y nos parece que eso seguirá siendo así. Se trata de una coyuntura fugaz. Eliminemos los medios tradicionales (nadie produce nada por la cara) y la información periodística dejará de fluir. Sólo fluirán teorías conspirativas (ya saben, la gripe mexicana se creó para asesinar a Obama) y propaganda del poder. Es posible que eso ocurra. En ese caso, lo más probable es que alguien tenga una idea brillante y se forre vendiendo información fiable.
Volvemos a lo de antes: lo escaso es caro y desconocemos el futuro. Considerando lo segundo, y ateniéndonos a la idiotez del dinero, mejor no me tengan en cuenta el arrebato de optimismo del párrafo anterior.
Derechos
ENRIC GONZÁLEZ 4 MAY 2009
Visto lo que ha dado de sí en los últimos 10.000 años, el humano debería tener una opinión bastante matizada sobre sí mismo: somos capaces de lo mejor y de lo peor. En general, hacemos lo peor y soñamos lo mejor. La Constitución Española, por ejemplo, establece el derecho a la salud, la educación, el empleo o la vivienda. Luego la realidad es la que ustedes conocen. Otro ejemplo de nuestra intensa vida onírica es el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. Ya ven.
Justamente ayer, el hoy en el que escribo, se celebró (es un decir) el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Se publicaron informes y comentarios, en general de tono apesadumbrado. Dicen que la crisis, la general y la de los medios, limita la libertad de prensa. Ignacio Sotelo considera que “cuando escasean los puestos de trabajo, las voces independientes bajan mucho de tono”. Es posible.
Cuando se está en precario conviene establecer prioridades. Y, francamente, las opiniones no son ahora mismo un bien escaso. Lo que está en peligro, lo que debemos defender, es la información. Es decir, los cimientos de la prensa. Los periódicos nacieron para difundir noticias portuarias, comerciales y sociales, no para la batalla ideológica: eso llegó después. Necesitamos saber lo que hace el Gobierno, y eso nunca lo dirá ningún Gobierno; necesitamos disponer de datos fehacientes sobre la banca, las empresas, la justicia, el sistema sanitario, sobre los delincuentes que nunca pagarán su crimen y sobre los otros delincuentes, los que sólo pueden usar la violencia. Necesitamos datos. Necesitamos periodismo.
No se preocupen si un día echan en falta una opinión: tienen de sobra por ahí y, sobre todo, ya tienen ustedes la suya. Preocúpense por lo otro, por lo que nos hace realmente falta. Como decía Manuel Vázquez Montalbán, estamos rodeados. Falta por ver si este asedio acabará como Numancia o como Stalingrado.
CENIZAS DE FÚTBOL | 60 AÑOS DE LA TRAGEDIA DE SUPERGA
El día que cambió la historia
ENRIC GONZÁLEZ 4 MAY 2009
Archivado en: Lesiones deportivas Aviones comerciales Futbolistas Jugadores Accidentes deportivos Aviones Accidentes aéreos Deportistas Fútbol Accidentes Transporte aéreo Gente Transporte Sucesos Deportes Sociedad
El 4 de mayo de 1949, hace hoy 60 años, cambió la historia del fútbol. No hablamos sólo del calcio, que se hundió en su noche más negra, sino de cualquier fútbol imaginable: ese 4 de mayo, a las 17.03, terminó un relato y comenzó otro. Si el trimotor Fiat que transportaba al mejor equipo del planeta, el Gran Torino, no se hubiera estrellado contra los cimientos de la basílica de Superga, a apenas 20 kilómetros de casa, es muy probable que no hubieran existido ni el maracanazo del Mundial de 1950 ni la posterior hegemonía brasileña. Tal vez Italia habría sido la primera selección tricampeona, con tres títulos consecutivos. Tal vez el Juventus de Turín sería hoy una institución menor, peleando en las divisiones inferiores. Tal vez desconociéramos la palabra catenaccio y el calcio simbolizara el fútbol ofensivo. Tal vez.
Sin la desaparición del equipo grana, tal vez se desconocería la palabra ‘catenaccio’
Jugaba con una absoluta furia ofensiva y ganó cinco Ligas consecutivas
MÁS INFORMACIÓN
“Mi padre jugaba como Di Stéfano”
El Gran Torino nunca fue llamado Torino a secas. El principal club de Turín (la familia Agnelli no había adquirido aún el Juventus) proponía algo más que un fútbol maravillosamente ofensivo: encarnó, junto a los ciclistas Coppi y Bartali, el fin de la pesadilla del fascismo y la guerra. El presidente, Ferruccio Novo, ex jugador y ex entrenador, empezó a construir una formación legendaria en 1942, en plena guerra, con el fichaje de las dos estrellas del Venecia, Mazzola y Loik. Esa temporada, 1942-1943, ganó el scudetto. El campeonato, sin embargo, no se jugó la temporada siguiente. Italia se sumergió en una terrible mezcla de doble invasión (los aliados por el sur, los nazis por el norte), de guerra civil (fascistas contra partisanos) y de vacío de poder. No hubo competición hasta 1945. Para entonces, el Gran Torino ya era irresistible.
El equipo grana jugaba con una absoluta furia ofensiva. Había sido diseñado por el director técnico Ernst Ebstein, un húngaro de origen judío que, a causa de las leyes raciales, había tenido que trabajar en la clandestinidad y, pese a todo, acabó en un campo de concentración, del que pudo huir de forma casi milagrosa. Ebstein no quería defensas. De hecho, el Gran Torino jugaba con dos centrales muy técnicos, Ballarin y Maroso, y los cinco centrocampistas típicos del sistema inglés, dirigidos por Valentino Mazzola. Su leyenda se hizo sólida en la temporada 1947-1948 con 125 goles en 40 partidos. Hubo uno especialmente asombroso, contra el Roma. El equipo visitante, el Gran Torino, llegó al descanso perdiendo por 1-0. En el vestuario, los granas decidieron dar una lección a los romanos: volvieron al césped y marcaron siete tantos en 20 minutos. Ése era el Gran Torino de las cinco Ligas consecutivas.
Vittorio Pozzo, el seleccionador que ganó para Italia los Mundiales de 1934 y 1938 (con la inestimable ayuda de Mussolini y de los árbitros), había asesorado a Novo y Ebstein en su política de fichajes. Después de la guerra, montar una selección le resultó sencillo: ocho miembros del Gran Torino (Bacigalupo, Ballarin, Castigliano, Loik, Maroso, Mazzola, Menti y Rigamonti) eran titulares indiscutibles; en ocasiones, como en su victoria contra la mítica Hungría, la nazionale azzurra alineaba a diez jugadores granas. Italia se perfilaba como la gran favorita para el Mundial de 1950, en Brasil.
El 3 de mayo de 1949, el Gran Torino viajó a Lisboa para disputar un partido amistoso contra el Benfica. Mazzola, el gran capitán grana, había exigido participar en la despedida de su amigo Francisco Ferreira, capitán del equipo lisboeta y de la selección portuguesa. Tras el encuentro, concluido con victoria del Benfica por 4-3, la expedición embarcó en un avión rumbo a Barcelona. En Italia se habían quedado el presidente Novo, acatarrado, y un chavalín húngaro inmensamente triste porque el Gran Torino, tras varios partidos de prueba, había rechazado su fichaje. El chaval se llamaba Laszlo Kubala. Desde Barcelona, el Gran Torino siguió su viaje hacia Turín. El avión estaba a menos de cinco kilómetros del aeropuerto cuando, entre una espesa niebla, se estrelló contra la basílica de Superga, donde la familia real italiana enterraba a sus difuntos. Los 31 ocupantes del trimotor murieron en el acto.
Los funerales por el mejor equipo que ha visto Italia y uno de los mejores que ha visto el mundo congregaron a un millón de personas en Turín. En ese momento, a falta de cuatro jornadas, el Gran Torino llevaba cuatro puntos de ventaja al Inter. Los demás equipos decidieron alinear a los juveniles, como se vio obligado a hacer el Torino, el resto de la temporada. Ése fue el scudetto póstumo.
Sabemos lo que ocurrió después. Gianni Agnelli, el fundador de la Fiat, había comprado el Juventus en 1947 y aprovechó el inmenso vacío abierto en Superga para crear un equipo campeón. La temporada siguiente, la que había de convertirse en Vecchia Signora ganó el scudetto y empezó a forjar su propia historia. Ya era otro fútbol. El seleccionador Pozzo tuvo que viajar al Mundial de Brasil (en barco) con una alineación de circunstancias y un sistema ultradefensivo, que caracterizó al calcio en las décadas siguientes.
La historia de la tragedia tuvo un hermoso corolario en 1960. Sandrino Mazzola, el hijo de Valentino, que tenía seis años cuando murió el Gran Torino, acababa de fichar por el Inter. Era un chico de 18 años. Y le tocó enfrentarse al Real Madrid, campeón de Europa. Ganó el Madrid. Tras el partido, Puskas se acercó a Mazzola, le dio la mano y le dijo unas palabras: “Yo conocí a tu padre y jugué contra él. Creo que eres digno de ser su hijo”. Mazzola, como es lógico, se echó a llorar.
Perdidos
ENRIC GONZÁLEZ 5 MAY 2009
No sé ustedes, pero yo le encuentro un punto inquietante al último estreno de Cuatro. Los concursantes tienen que aprender a vivir sin sueldo, sin electricidad, sin agua corriente y alimentándose de hormigas. ¿Será una indirecta? ¿Quieren mostrarnos cómo será nuestra vida en 2010? Perdidos en la tribu recoge un formato ya experimentado en otros países. Tres familias españolas más o menos normales (si existen familias normales) son enviadas a convivir durante tres semanas con tribus remotas y exóticas. En concreto, los Carrión-Roldán han sido adoptados por los himba (Namibia); los Recuero-Oliva, por los mentawai (Indonesia); y los Molina-Herrera, por los bosquimanos (desierto de Kalahari).
A juzgar por la presentación, el programa puede ser un éxito. Todo indica que los concursantes, que aspiran a un premio de 150.000 euros si el jefe de la tribu les considera “integrados” al término de la estancia, sufrirán abundantes humillaciones y pasarán por momentos francamente desagradables. El público del reality suele agradecer esos detalles. Por otra parte, Perdidos en la tribu contiene, o promete contener, ciertos apuntes antropológicos que serán del gusto de los aficionados al documental.
Aun aceptando que el programa ha de tener algo de truco (si las tribus han negociado y pactado con la productora de televisión, no serán tan asilvestradas como se nos dice) y que debe existir algo parecido a un guión, se perfilan determinados riesgos. El primero, que el papel de “malo” le toque a un adolescente; apenas hemos empezado y Ventura, el chaval de los Recuero-Oliva, acumula ya bastantes puntos para hacerse con el puesto. Para entendernos, no es lo mismo un Risto Mejide, que sabe muy bien lo que hace, que un menor de edad. Ese riesgo se extiende al conjunto de los hijos. También existe el peligro de que ambas partes, tribu y familia española, acaben despreciándose e insultándose unas a otras: no se entienden entre sí, pero a nosotros nos traducen, y sería una lástima que el programa evolucionara en esa dirección.
Como no sabemos lo que ocurrirá, nos reservamos la opinión. De momento, entretiene. Que ya es mucho.
Halos
ENRIC GONZÁLEZ 6 MAY 2009
Antes, cuando existían los periódicos (no se fíe del ectoplasma que tiene usted delante: los expertos afirman que la prensa de papel ya ha desaparecido), una foto se consideraba una prueba definitiva. Llegaba un reportero a la Redacción y gritaba: “¡Tenemos las fotos!”. Entonces el director gritaba, aún más fuerte, porque para algo era el director: “¡Que paren máquinas!”. Y se paraba la rotativa. Las cosas han cambiado. Para desmentir una presunta relación impropia con una menor, Silvio Berlusconi ha difundido varias fotografías de una fiesta en la que coincidió con la chica. Son fotos muy inocentes. Todo el mundo está vestido, incluido, afortunadamente, el propio Berlusconi. Hay quien dice, sin embargo, que las fotos son montajes, y señalan como prueba el halo que rodea algunas cabezas. Entiendo a los incrédulos, pero yo tampoco acabo de creérmelos a ellos. ¿Un halo? ¿Y eso es raro? Entre los rayos UVA, el alicatado de maquillaje, los pelos de su hermana implantados en el cráneo, la pintura que camufla los huecos entre los pelos y la sonrisa luminosa, Berlusconi ha adquirido características fosforescentes: reluce y genera halos.
El problema, me temo, no son los halos, sino el historial del personaje. Berlusconi fue el introductor en Europa de la política como espectáculo mediático, y el espectáculo incluye (porque forma parte del género) la trola sistemática. Una vez puesto en marcha el mecanismo, ya no hay quien lo pare. Todo es culebrón, todo es farsa, todo es mentira.
Hay quien defiende ese concepto de la política. El eurodiputado popular Vidal-Quadras, un hombre al que tengo por inteligente pero no por sensato, decía ayer que una de las ideas berlusconianas, la de llenar de señoritas guapas sus listas europeas (Il Cavaliere renunció a ello in extremis), resultaba razonable porque se trataba de animar la participación en las elecciones al Europarlamento. ¿Pillan la lógica? Si la política no funciona, y en el caso de Europa está claro que no, se ponen señoras llamativas y ya está. Podría funcionar. A Sarkozy le funciona. Pero en torno a la Unión Europea empieza a percibirse un halo de lo más inquietante.
Industria
ENRIC GONZÁLEZ 7 MAY 2009
En 1888, alguien asesinó a cinco prostitutas en el barrio londinense de Whitechapel y se ensañó con sus cadáveres. El asunto habría quedado en tragedia local si la prensa no hubiera inventado un nombre sugestivo para el asesino: Jack the Ripper, Jack el Destripador. El nombre no habría funcionado de forma tan espectacular si hubiera sido un simple apodo periodístico. Convenía que el propio personaje se autobautizara, y la Central News Agency se ocupó de ello: uno de sus reporteros se dedicó a enviar cartas a Scotland Yard como si fuera el asesino, y las firmó Jack the Ripper. Lo que son las cosas: aún hay quien analiza la grafología del amanuense para componer un “perfil psicológico” del Destripador.
Aquello fue un éxito sin precedentes. En todo el mundo se habló, y se habla, del Destripador. Gracias a él nació la prensa popular británica, tanto de izquierdas (para denunciar las condiciones en que vivían los habitantes de Whitechapel) como de derechas (para denunciar la supuesta criminalidad de los inmigrantes en Whitechapel). Queremos decir con esto que la prensa siempre supo vender historias.
Casi un siglo después, en 1970, la Asociación Americana de Editores de Periódicos se alió con la Universidad de Misuri para diseñar y promocionar un sistema que permitiera informatizar el proceso productivo de los periódicos, desde la redacción hasta la preimpresión. En cuestión de una década, la informatización llegó a casi todos los diarios occidentales. Queremos decir con esto que la prensa siempre supo que la rentabilidad de su negocio dependía en gran medida de los avances tecnológicos.
Amazon ha presentado una nueva versión del Kindle, el aparato que permite leer periódicos de forma digital y sin ensuciarse los dedos de tinta. La nueva versión está pensada para los diarios, con páginas mayores y abundantes ilustraciones. Amazon es una librería que vende por Internet; un simple comercio, como el de la esquina, pero en grande. Queremos decir con esto que quien innova, hoy, es el quiosquero. Lo cual da una idea de cómo está la industria.
Cocina
ENRIC GONZÁLEZ 8 MAY 2009
Por la Red circula la filmación de un diálogo entre dos cocineros insignes, Ferran Adrià y Juan Mari Arzak. El diálogo va de anchoas y es comparable, en su estilo y resultados, al número de la empanadilla de Móstoles. No el que han resucitado de mala manera Josema y Flo, sino el original, el de Martes y Trece. Menos surrealista, pero más instructivo, es La historia del Bulli (La 2) dentro de una semana de intensa presencia de Adrià: anoche se emitió en La Primera una entrevista con el cocinero, considerado el mejor del mundo, y el sábado habrá más. ¿Promoción? A estas alturas de la crisis, sigue siendo más fácil cenar en La Zarzuela que en el restaurante de Roses. ¿Programa de cocina? No fastidiemos. De ciencia, en todo caso. En realidad, La historia del Bullies un relato sobre la capacidad de superación de un pinche y sobre la construcción de una empresa de nivel mundial.
No sé si será casualidad, pero TVE empieza a parecerse a una televisión pública (de lejos, pero se parece) y alcanza sus mejores resultados comerciales cuando más negro pinta su futuro. En La 2 emite, ahora en un horario tolerable, Redes, el programa científico de Punset. También en La 2 se encuentra el humor más marciano y descacharrante, Muchachada nui. Y La Primera, con notables dosis de producción española (desde Pelotas a la inclasificable Águila Roja),supera en audiencia a las privadas.
Supongo que la “fórmula francesa” que ha copiado el Gobierno para financiar TVE al margen de la publicidad (quieren que paguen un canon las privadas y las empresas de telecomunicaciones) asegurará los ingresos. Lo que temo es que las limitaciones exigidas por las privadas, como las referidas a los deportes y al cine americano, reduzcan la audiencia. Llegará entonces el momento de preguntarse: ¿para qué seguir pagando una televisión que ve poca gente? Y TVE, me temo, será poco a poco abandonada a una cierta decadencia elitista.
Estas cosas, antes, las hacía la derecha. Pero el concepto de la propiedad pública debe de haber cambiado tanto como la misma izquierda.
Demasiado poco, demasiado tarde
ENRIC GONZÁLEZ 10 MAY 2009
Fueron los mejores músicos del mundo y formaron, hace 50 años, la mejor banda del mundo: nadie les ha superado todavía. Se les atribuyen más grandes éxitos que todos los que alcanzaron, sumados, los Beatles, los Rolling Stones, los Beach Boys y Elvis Presley. Haciendo la cuenta, resulta que es verdad. Revolucionaron la música popular, pero apenas salieron del anonimato y de una relativa pobreza. Malvivieron, de forma más o menos divertida, bajo el peso de una marca: Motown. Sólo Motown era importante. Ellos, que fabricaban cuatro canciones en tres horas, ni siquiera aparecían mencionados en los discos.
¿Quién se acuerda de James Jamerson? Murió en 1983, con sólo 47 años, de cirrosis, neumonía y pena. Fue un bajista extraordinario, quizá el más grande, pero tuvo que esperar hasta 1970, cuando ya todo empezaba a terminarse, para ver su nombre en la cubierta de un disco. Fue en la funda de What’s going on, de Marvin Gaye, un tema al que Jamerson aportó un bajo antológico, con cuyas notas siguen peleando hoy los profesionales. Cuando grabó esas líneas de bajo, Jamerson estaba demasiado borracho para tenerse en pie; tuvo que tocar tumbado en el suelo, boca arriba.
Los músicos de Motown revolucionaron la música popular, pero apenas salieron del anonimato y de la pobreza
En el disco de Marvin Gaye, el bajista aparecía citado como “el incomparable James Jamerson”. Demasiado poco, demasiado tarde.
Un libro de 1989 sobre Jamerson, titulado Standing in the shadows of Motown (traducible como A la sombra de Motown), con una biografía, una vieja entrevista y partituras con las mejores líneas de bajo del gran instrumentista, marcó el inicio de la recuperación de aquel grupo de tipos extraordinarios. Tres años después, bajo el mismo título de Standing in the shadows of Motown, se estrenó un documental que homenajeaba a los músicos desconocidos que, entre 1959 y 1972, se llamaron a sí mismos The Funk Brothers y contribuyeron no sólo a cambiar la música popular, sino a romper las barreras raciales en Estados Unidos. La película me la pasó un amigo, bajista, que acababa de descubrir las escalas melódicas de Jamerson. La recomiendo muy vivamente.
La historia comenzó a principios de 1959, cuando el compositor Berry Gordy Jr., en compañía del cantante Smokey Robinson, fundó en Detroit, conocida como Motor Town, una discográfica llamada Motown. Necesitaba músicos de estudio y recorrió los garitos de jazz para reclutarlos. En unos meses, y a cambio de unos pocos dólares, la peña de músicos juerguistas, bebedores y estrafalarios fabricó el primer gran éxito de Motown, Money (that’s all I want), un tema de los míticos Holland, Dozier y Holland, versionado al poco tiempo por los Beatles. A partir de ahí se encadenaron los bombazos, sin que a Gordy se le ocurriera pagar algo más a los músicos o reconocer, al menos, su participación en el producto. En algunos discos se citaba al jefe musical de la banda, Earl Van Dyke, y a unos anónimos Soul Brothers. Que eran, en realidad, los Funk Brothers. Que eran, en realidad, además de Van Dyke y Jamerson, tipos como Joe Hunter, Benny Papa ZitaBenjamin, Robert White, Joe Messina, Richard Pistol Allen, Johnny Grifith y otros alumnos prometedores como Stevie Wonder.
En 1970, Motown descubrió un grupo familiar con un niño cantante. Se hacían llamar The Jackson Five y vivían en Los Ángeles. Motown había perdido a los Holland, vendía menos discos y, pese a seguir produciendo grandes éxitos, Gordy decidió trasladar el negocio a California. Los músicos se enteraron porque un día acudieron al estudio y los encontraron cerrados; un cartel en la puerta notificaba que la empresa se había largado a Los Ángeles. La mayoría de los Funk Brothers decidió quedarse en Detroit y volver a los garitos de siempre; otros, como Jamerson, siguieron a Gordy y soportaron mal el cambio. En el caso de Jamerson, la soledad tuvo resultados mortales. Casi de la noche a la mañana, los Funk Brothers desaparecieron sin rastro.
El libro de 1989 y la película de 2002 conllevaron el tardío reconocimiento. En 1990, Jamerson fue incluido en el Rock and roll hall of fame. En 2003, George Bush invitó a los Funk Brothers supervivientes a la Casa Blanca. En 2004, los Funk Brothers recibieron un premio Grammy especial por su carrera.
Demasiado poco, demasiado tarde.
La fiesta fingida
ENRIC GONZÁLEZ 13 MAY 2009
Leo que cada año desaparecen 400 bicicletas del Bicing barcelonés. En realidad, no desaparecen. Casi siempre acaban apareciendo, en Santander, en el fondo del mar o en cualquier otro sitio de difícil localización. Y por lo visto, sólo funcionan correctamente tres de cada 10 de las que permanecen controladas y presuntamente utilizables. Lo dice un estudio del Real Automóvil Club; aunque no parece muy lógico que una institución automovilística analice las cosas del ciclismo urbano, los resultados del informe concuerdan con la experiencia del usuario: el Bicing barcelonés padece problemas graves.
Aquí, por supuesto, tenemos experiencia en soluciones. Basta con imponer un límite de velocidad: si un coche no puede rebasar los 80 kilómetros por hora en autopista y en determinadas condiciones ha de circular a 40, podríamos consensuar para las bicicletas un límite de cinco por hora. Es difícil cargarse una bici a esa velocidad, y estoy casi seguro de que es imposible llevársela pedaleando hasta Santander. Siempre habrá quien la esconda en el maletero del coche, pero eso ya es problema de Joan Saura.
A vueltas con el ‘modelo Barcelona’: decadencia y conformismo; tras el escaparate no hay nada
Como millones de antepasados y de contemporáneos, creo que Barcelona no tiene muy claro qué quiere ser cuando sea mayor. O sea, el asunto del modelo. Por ejemplo, tendemos a engañarnos con el turismo. Si vienen tantos visitantes y Barcelona está tan de moda, será que Barcelona es una ciudad magnífica, ¿no? Pues según. Las Vegas siempre ha tenido muchos visitantes y siempre ha estado de moda, pero no conozco a nadie que quiera vivir allí. Barcelona se ha convertido en un gran destino turístico, y eso comporta sus problemas.
Somos un destino barato y liberal. Somos una ciudad en la que se puede beber, fumar canutos y hacer gansadas, tres actividades a las que en principio no me opongo.
No tengo nada en contra de la gente que orina en la calle o, como detectaba ayer la fina pituitaria de mi amigo Fancelli, en las famosas Ramblas; de hecho, creo que el gran poeta Rafael Alberti no dejó sin mear ni una sola esquina romana, y en Roma se recuerda hoy a Alberti con una gran ternura. Ocurre que vivo en una calle remota, sin atractivo turístico y con un sentido de lo liberal que suscribiría cualquier convergente. Tal vez no diría lo mismo, ni de las micciones ni de Alberti, si viviera en el corazón de Barcelona. Da igual: el caso es que somos un destino barato y liberal, y eso ya tiene mal arreglo.
Barcelona siempre ha sido más bien canalla, reconozcámoslo. El tema no es de ahora. La ciudad de los setenta, que tanto se añora por su tolerancia, no era esencialmente distinta a la de hoy. Ahora se superponen, sin embargo, nuevos fenómenos: los sentimientos de modernidad aséptica y de “patrimonio” urbano estimulados entre la élite (recuerden que en Barcelona manda una pequeña élite hereditaria) por el fenómeno de la transformación olímpica; la duda identitaria y la pasividad comunes a cualquier catalán contemporáneo; el turismo de bajo coste (antes limitado a la Sexta Flota), y la desaparición de alternativas económicas.
Barcelona apenas dispone ya de industria, cuenta con un sector financiero raquítico (no me atrevo a ofender a La Caixa considerándola una simple entidad financiera) y sólo en otras ramas del sector de servicios se defiende pasablemente. Es una ciudad que a la fuerza se agarra al turismo, y a la continua rutina de fiesta fingida que ello implica.
No sé si somos conscientes de nuestra decadencia. Probablemente sí, y el conformismo general certifica el fenómeno. No sé si somos conscientes de que tras el escaparate no hay nada. No sé si somos conscientes de que algunos distritos, como Ciutat Vella, son una olla a presión: cuando estalle, si estalla, y yo apostaría a que sí, porque con un desempleo real cercano al 50% no hay quien resista mucho tiempo, el olor a orina y los problemas del Bicing carecerán de la menor importancia. Claro que tampoco tuvo importancia lo del Carmelo, o lo del gran apagón. Ésa es nuestra suerte: al final, nos da lo mismo.
La digestión del policía proletario
ENRIC GONZÁLEZ 17 MAY 2009
Pier Paolo Pasolini escribió mucho, muchísimo: poesía en friulano e italiano, ensayos, guiones, cientos de artículos de prensa, novelas, un libro inclasificable (Petróleo). También dirigió una docena de películas, de las cuales al menos una, Uccelacci e uccellini, merece sobrevivir. Su instante intelectual supremo, y ésa es una opinión personal, se produjo en 1968, durante la revuelta estudiantil. Pasolini, hijo de soldado y maestra, ex militante comunista, inequívocamente de izquierdas y homosexual en una sociedad homófona, tuvo el valor de ponerse del lado de la policía. Razonó que los policías eran proletarios mal pagados y sometidos a la tiranía jerárquica, mientras los estudiantes eran hijos de papá en pleno alboroto hormonal. Hubo algo de boutade en aquella afirmación, pero nunca he dejado de recordarla.
En la literatura policial trato de identificar al auténtico proletario de la historia. Y me gusta que sea el policía
Busco, cuando leo literatura policial, identificar al auténtico proletario de la historia. Y me gusta que sea el policía. No me valen subterfugios como el alcohol, la soledad o el desengaño: quiero ver una auténtica denominación de origen. La mejor, me parece, es la comida.
Entre mis autores favoritos figura Chester Himes, por su ciclo de Harlem. Himes (1909-1984) nació en una familia de clase administrativa, pero era negro, había cumplido siete años de trabajos forzados por atraco a mano armada y mientras vivió en Estados Unidos no dejó de ser un marginado. Escribió las novelas de Harlem, culminadas con la extraordinaria Un ciego con una pistola, en París; quizá por eso fue capaz de retratar con tanta brutalidad, humor y surrealismo la violencia de la sociedad estadounidense.
Sus dos detectives negros, Sepulturero Jones y Ataúd Johnson, son dos tipos cínicos y, sin embargo, estupefactos ante la realidad, capaces de torturar a un detenido, continuamente abroncados por un jefe blanco y despreciados por la comunidad en la que trabajan: en Harlem se les considera sirvientes de los blancos, sicarios de un poder racista. Ellos, por supuesto, saben que lo son.
Pero a Jones y Johnson no se les ocurriría jamás comerse una hamburguesa con queso, comida de blancos, y ni siquiera piensan en cosas más selectas. A ellos les gusta comer en el figón de Mama Louise, donde sirven comida para negros pobres: cuello de pollo, pies de cerdo, tripas, chicharrones, todo con mucha grasa. Me basta saber lo que comen para comprobar que son los proletarios de la historia y que estoy de su lado.
Lo mismo me ocurre con Plinio, el policía municipal de Tomelloso creado por Francisco García Pavón. Sabe que le toca ejercer de sicario y lo hace, con grandes dosis de ironía y escepticismo. En cierta forma llega a convertirse en una autoridad local; sus gustos, pese a ello, siguen siendo los del chavalín que trabajó en el campo. Lo suyo son las gachas, las migas, los gazpachos galianos, la cabeza de cordero, las chuletillas. Nunca se le pillará con un filete a la pimienta en el plato. Su devoción por los fogones rústicos ha permitido editar un libro, La cocina de Plinio (Editorial Rey Lear, 2009), con pasajes y recetas.
Curiosamente, el único detective que hizo de la cocina un leitmotiv, Pepe Carvalho, poseía una gran cultura gastronómica, pero carecía de gustos concretos. Su creador, Manuel Vázquez Montalbán, explicaba en el prólogo a Las recetas de Carvalho (Planeta, 1989) que la cocina era, para él, una metáfora de la cultura “y su contenido hipócrita”. Acto seguido afirmaba que Carvalho, “por la plebeyez de su paladar original”, prefería “los platos hondos”, aunque, pese a que su comida favorita era la “popular, pobre e imaginativa de España”, se había decantado por lo “gastronómicamente ecléctico”. Ésa era, según Vázquez Montalbán, la “única connotación posmoderna” de Pepe Carvalho.
No estoy de acuerdo. Como gallego, ex agente de la CIA (Yo maté a Kennedy) y residente en Barcelona, Carvalho tenía todo el derecho al eclecticismo culinario. Lo que comía, en cualquier caso, no constituía su “única connotación posmoderna”. De hecho, casi todo en él, pese a sus comilonas, sus puros, su cinismo y su piromanía bibliófoba, transpiraba eurocomunismo, es decir, posmodernidad aguda, por efímera que ésta fuera.
Carvalho era un detective privado, un profesional por cuenta propia. Tal vez por eso no sea posible incluirle entre los policías pasolinianos, los proletarios que, por ineluctables e indiscutibles razones de la historia, tienen razón incluso cuando están en el bando equivocado.
“Si es el balón, paciencia”
ENRIC GONZÁLEZ 18 MAY 2009
Podría haberlo dicho el técnico del Athletic, Joaquín Caparrós, antes del partido contra el Barça. Podría decirse mucho en el fútbol. Pero sólo lo decía Nereo Rocco y lo hacía siempre que alguien, en vísperas de un encuentro, soltaba la famosa frase: “Que gane el mejor”. “¿Que gane el mejor? Esperemos que no”, respondía El Parón, El patrón en lengua triestina, burlándose de su propia fama. A Rocco se le atribuía la implantación del catenaccio (candado) en Italia o, en palabras del gran periodista Gianni Brera, “la invención del fútbol a la italiana” y le precedía su fama de entrenador defensivo y obsesionado con los marcajes. A El Parón le daba igual. Le gustaba adoptar el papel del campesino que sale a ganar como sea, por la vía civil o por la vía criminal.
“Drogo a mis jugadores con pasta y judías y el jueves, a las diez, con un filete de caballo y vino”, decía Rocco
Su frase más célebre define, de modo caricaturesco, su estilo de juego: “Dale a todo lo que se mueva sobre el césped, y si es el balón, paciencia”. No está claro que Nereo Rocco pronunciara alguna vez esas palabras, pero han quedado eternamente pegadas a su biografía.
Nereo Rocco (1915-1979) nació y murió en Trieste, territorio fronterizo del imperio austrohúngaro. Su padre se apellidaba Rock y era un vienés de buena familia, pero se mudó a Trieste por amor a una bailarina y acabó estableciendo una carnicería. El fascismo impuso la italianizaciónde Rock y le convirtió en Rocco. Lo que no cambió fue el oficio de carnicero: el joven Nereo adquirió un físico hercúleo cargando canales y despiezando vacas y cerdos y siguió con los canales y los despieces en su época de futbolista. Le avergonzaba, sin embargo, que sus compañeros de equipo le vieran con el mandil ensangrentado.
Como jugador, fue discreto: una vez internacional y centrocampista en varios equipos hasta que al final de su carrera empezó a ensayar en el puesto de defensa libre, una idea que en los años 40 floreció en Suiza y Austria y que constituía la base del catenaccio. Como entrenador, destacó en el Padova y en 1960 se hizo cargo del Milan, con el que en 1962 y 1963, pese a la competencia del Inter de Helenio Herrera, ganó un scudetto y una Copa de Europa. Repitió la hazaña europea en 1969, venciendo en la final a un Ajax que estaba a punto de imponer su hegemonía.
Su palmarés exigía respeto. Rocco, sin embargo, prefería hacerse el palurdo: “Drogo a mis jugadores con pasta y judías y el jueves, a las diez de la mañana, con un filete de caballo y un vaso de vino”. Aunque la joya de aquel Milan era Rivera y Rocco le adoraba, el técnico, que compartía ducha y bromas con sus futbolistas en el vestuario, se avenía mejor con Maldini y Trapattoni. En el campo, eso sí, Rivera podía hacer lo que le diera la gana. Era el único milanista exento de marcar a un contrario. “Cuando empieza el partido, veo con los ojos de Rivera”, explicaba.
El fútbol era entonces más duro y áspero que hoy. Zanon, capitán del Padova, podía mostrar a la prensa su mano derecha y proclamar: “Con esta mano le estrujé los huevos a Gabetto cuando el Torino lanzó su primer córner”. Maldera, del Milan, podía justificar sus problemas en el marcaje al argentino Soriano, de Estudiantes, porque éste llevaba en la mano un alfiler y se lo clavaba a quien se acercaba. Cuando el Milan perdía el balón, Rocco se alzaba del banquillo y preguntaba: “¿Quién se ha dejado robar la pelota?”. “Giovannin, Parón“, era la respuesta ritual. Giovannin podía ser Rivera o Trapattoni, cosa que a Rocco le era indiferente. Iba hacia la banda y gritaba: “Giovannin, vete a tomar por el culo”. Y volvía sentarse tranquilamente.
Federico Fellini quiso que fuera actor en Amarcord, en el papel del padre de familia. “Buscaba a un hombre cachazudo, sentimental, romántico, antifascista, tosco pero simpático, y Rocco era el personaje justo”, explicó. Nereo Rocco no pudo participar en la película porque estaba ocupado con el Milan.
En los días finales de su vida, hospitalizado con cirrosis y bronconeumonía, Rocco creía volver a estar en un banquillo. Daba órdenes a sus jugadores y les exigía marcajes estrechos. Dicen que sus últimas palabras fueron: “¿Pero cuánto falta para que acabe el partido?”.
Símbolos
ENRIC GONZÁLEZ 18 MAY 2009
En 2006, durante el último mundial de fútbol, se enfrentaron las selecciones de España y Francia. Un sector del público español silbó y abucheó La Marsellesa.
El año pasado se celebró en París un partido amistoso entre Francia y Túnez. Había muchos inmigrantes tunecinos entre el público y La Marsellesa recibió una sonora pitada. El presidente Sarkozy anunció que no volvería a tolerar tal afrenta y que en adelante se suspendería el encuentro en caso de pitos al himno. Lo que no aclaró Sarkozy, y aún no ha aclarado por el momento, es el número. ¿Hay que suspender en cuanto se oye a un tipo que silba? ¿Tienen que silbar 10? ¿Tiene que silbar todo el estadio con gallarda unanimidad?
También el año pasado, el ministro italiano de las Reformas, Umberto Bossi, presidente de la Liga Norte, proclamó que no le gustaba el himno de Italia. La declaración fue interpretada casi como un gesto de cortesía, ya que en ocasiones anteriores Bossi había dedicado al himno de Mameli vistosos cortes de mangas. El ministro del Interior, Roberto Maroni, también nordista, solía encabezar, cuando aún no era ministro, manifestaciones que acababan con saltos y gritos de “italiano el que no bote”.
Vivimos una época curiosamente contradictoria. Lo que llaman la “modernidad líquida” ha arrasado vínculos y valores y lo ha devaluado todo, excepto el goce del momento presente. La trascendencia decae, sea en su expresión metafísica (la religión) o en sus expresiones más físicas, como el deseo de asegurar nuestra supervivencia genética a través de los hijos (cada vez menos) o la voluntad de mantener habitable el planeta (cosa de la que somos partidarios, siempre que ello no implique renunciar a ninguna de nuestras comodidades).
Y, sin embargo, lo pasamos de maravilla tocándonos los símbolos unos a otros. Vivimos como si nada importara, pero parece que nos importan los símbolos nacionales. Si no fuera el caso, nadie se molestaría en silbar un himno o en quemar una bandera. Resulta que eso sí importa. Aunque no sepamos por qué.
Escribo esto aún transido de dolor, como toda España, por la humillación eurovisiva. No hay derecho. Qué terrible puñalada al orgullo nacional.
Denuncia
ENRIC GONZÁLEZ 19 MAY 2009
Hay quien piensa que la publicidad es un mal necesario para los medios informativos. Necesaria lo es, sin duda; parece menos claro que siempre sea un mal. Algunos anuncios alcanzan altos niveles de creatividad y se convierten en fenómenos. Recuerden, por ejemplo, aquel be water, my friend de una marca automovilística. Los anuncios aún no han encontrado su mejor acomodo en los medios digitales. En los medios de papel aportan color y espectacularidad, además de, en alguna ocasión, hermosos equívocos; el más célebre fue el que unió una fotografía de Carmen Polo y de Carmencita, esposa e hija del dictador, con un anuncio de insecticidas en el que destacaba una palabra: “¡Mátelas!”.
En televisión marcan pausas y permiten que la audiencia se levante del sofá y haga sus cosas. En Reino Unido, la aparición de la televisión comercial ITV, con anuncios, permitió comprobar que durante las interrupciones publicitarias de series de gran éxito, como Coronation Street, se disparaban el consumo de agua (la gente iba al baño) y de electricidad (la gente ponía agua a calentar para el té).
Los espectadores de France 2, la gran televisión pública francesa, que se ha quedado sin anuncios en hora punta como aseguran que le ocurrirá a TVE, no están contentos con la novedad. Más bien al contrario. Muchos piensan que la programación sin anuncios parece desprovista de empaque y, sobre todo, echan en falta las pausas.
Lo anterior viene a cuento de una excelente serie de reportajes que publica este mismo periódico sobre la esclavitud a que son sometidas miles de prostitutas. Esos reportajes nos dignifican por partida doble: porque para denuncias de este tipo sirven los periódicos, y porque demuestra que, por más que les necesitemos, no nos achantamos ante nuestros anunciantes.
El lector habrá notado que, en crisis las inmobiliarias y en horas bajísimas el consumo, los pequeños anuncios de prostitución son una importante, casi vital fuente de ingresos para los periódicos. Me parece una lástima que publiquemos esos anuncios y promocionemos la prostitución. Pero al mismo tiempo la denunciamos, o denunciamos una parte de ella. Algo es algo.
Fusiones
ENRIC GONZÁLEZ 20 MAY 2009
El Congreso aprobará mañana la ley de medidas urgentes en materia de telecomunicaciones, que permite que se fusionen las cadenas privadas. El decreto inicial ya fue aprobado con amplia mayoría, lo que hace pensar que la cosa está hecha. Los empresarios televisivos han clamado ante el Gobierno, han hecho valer sus dificultades económicas (hasta donde se sabe, todas ganan dinero menos La Sexta, y Cuatro, que lo gana, soporta un fuerte endeudamiento) y han conseguido lo que querían. Se abre el baile de las fusiones. En un mercado libre, es habitual. A veces incluso tienen buenos resultados. Pero el mercado televisivo, como se sabe, no es libre: se basa en concesiones estatales y, por tanto, se parece más a un club privado que a un mercado abierto. Tal vez la ley facilite la reorganización del sector. Tal vez sea sólo un primer paso hacia una situación indeseable e irreparable.
¿Cómo no pensar en Silvio Berlusconi? De acuerdo: en su estado actual, el panorama español no se parece al italiano de hace 25 años. Berlusconi creó Telecinco al margen de la ley, ensamblando varias emisoras locales y proporcionándoles una misma programación, con lo que hizo algo que la legislación prohibía: una televisión privada de ámbito nacional. Aprovechando la confusión, otros crearon sus propias televisiones: Rusconi lanzó Italia 1 en 1982 y Mondadori, Rete 4 en 1984. La Fininvest de Berlusconi las engulló, creando un práctico monopolio.
La justicia ordenó en 1984 que se desmantelara el montaje. Pero un gran amigo de Berlusconi, el primer ministro socialista Bettino Craxi, hizo que se aprobara una ley que legalizaba el statu quo berlusconiano. Y ya no hubo vuelta atrás. Cuando una empresa se hace muy poderosa y ejerce, además, algo parecido a la hegemonía informativa, se hace muy difícil enfrentarse a ella. Sobre todo en países de ciclo electoral continuo, como Italia. O España.
Ignoro el resultado de la nueva ley española. Me limito a constatar que se abre un camino hacia la hipótesis del monopolio. ¿Que el Gobierno vigilará para que no suceda? Veremos. Los Gobiernos pasan, la tentación monopolística permanece.
El viaje a ninguna parte
ENRIC GONZÁLEZ 20 MAY 2009
Romano Prodi fue un primer ministro paciente y posibilista. No pedía mucho de sus ministros. En realidad, se conformaba con que no salieran a la calle a manifestarse contra él. Lo demás, al fin y al cabo, era secundario. ¿Que Refundación Comunista se oponía a la presencia de tropas italianas en Afganistán? Bueno. ¿Que los Verdes se oponían al tren de alta velocidad? Bueno. ¿Que los Comunistas Italianos se oponían furiosamente a la OTAN? Bueno. Bueno. Ante cualquier metedura de pata de los suyos, Prodi suspiraba y sonreía. “Son anécdotas, detalles sin trascendencia”, decía.
El pobre Mortadela, como llamaban a Prodi incluso los suyos, estaba habituado a arbitrar entre contrarios. Había sido presidente de la Comisión Europea, en una época (1999-2004) en que el objetivo fundamental consistía en evitar rupturas.
El rictus facial de Montilla se parece cada vez más al de Romano Prodi, quizá porque sabe que sólo vale resistir
A Prodi, por tanto, solía bastarle con resistir. Cada día de supervivencia era una victoria, porque significaba que Silvio Berlusconi seguía en la oposición. Era necesario, para esa cotidiana victoria, ceder en lo accesorio. Es decir, ceder en cualquier cosa que no significara la caída del Gobierno. Tenía una mayoría estrechísima en el Senado y, como apuntábamos antes, su coalición funcionaba como la tropa de Pancho Villa. ¿Qué hacer? No arriesgarse. Lo más frecuente era que sus proyectos de ley quedaran muertos en el Parlamento, sin llegar a someterse a votación, para no sufrir una derrota.
Fue una época curiosa. La “coalición arco iris” de Prodi, que abarcaba desde el centro derecha de Mastella hasta la izquierda que aún creía en los soviets, era una olla de grillos sin apenas eficacia. Desde el despacho del Mortadela no se podía oír el ruido de la calle: quedaba cubierto por el ruido procedente de otros despachos, donde las luchas entre un partido y otro, y las luchas internas en cada partido, emitían un estruendo constante. La calle, por otra parte, sólo emitía un modesto murmullo. De estupor, de decepción, de resignación. ¿Dónde estaban las prometidas reformas? ¿Dónde estaba la modernización? ¿Dónde estaba la rectificación de las medidas berlusconianas? Al final, todas las preguntas de la calle se reducían a una sola: ¿vamos hacia alguna parte? La respuesta también se reducía a una sola: seguimos en el Gobierno, e Il Cavaliere sigue en su casa. Ése era el éxito.
El final de aquel Gobierno, que duró poco más de dos años, es bien conocido. Se impulsó un nuevo partido, el Partido Democrático, con la fusión de los antiguos democristianos y los antiguos comunistas, con el fin de construir un eje sólido y reducir la importancia de los llamadospartitini. El alcalde de Roma, Walter Veltroni, ganó clamorosamente unas primarias y se convirtió en el obvio sucesor. Le bastaba con ganar también las inminentes elecciones anticipadas, y esa victoria estaba al alcance de la mano. En el Partido Democrático, con total sinceridad, creían que iban a imponerse. No por lo que habían hecho, que equivalía a nada, sino por lo que, con los mismos materiales de Prodi, iban a hacer en el futuro.
La catástrofe de 2008 fue apoteósica. Berlusconi regresó triunfalmente al poder, lo cual, en materia de desastres, resultaba considerable desde el punto de vista de la izquierda. Pero eso no fue, ni de lejos, lo peor. Lo peor fue que la antigua coalición prodiana, una vez fuera del poder, descubrió que no era nada, que no existía sin la victoria cotidiana de la resistencia en el poder. Y, sobre todo, que no tenía la más mínima perspectiva de retorno al Gobierno.
Eso no fue un ejemplo más de la crisis de la izquierda europea. Fue la autoaniquilación, por ineficiencia y por acumulación de meteduras de pata “intrascendentes”, de todo aquello que se oponía al berlusconismo.
No hay en Cataluña (hasta donde alcanza la vista) un Berlusconi, ni un prometedor Veltroni, ni la ambición de un Partido Democrático. Y Montilla, un hombre incrustado desde siempre en el aparato socialista, no es un tecnócrata sin partido como Prodi.
Y, sin embargo, el rictus facial de Montilla se parece cada vez más al delMortadela. Quizá porque sabe que no llegará el milagro de una financiación espléndida para Cataluña. Quizá porque, llegado este punto, sabe que sólo vale resistir. Ignoro si desde su despacho se oye el rumor de la calle o la discusión del despacho de al lado. Pero cada vez que veo su media sonrisa encajada en una expresión rígida, pienso en el ejemplo italiano. Y en aquella pregunta que flotaba en el ambiente: ¿vamos hacia alguna parte?
‘Scoop’
ENRIC GONZÁLEZ 21 MAY 2009
Woody Allen dice que el sexo sólo es sucio cuando se hace bien. Lo mismo suele ocurrir con el periodismo: sólo es sucio cuando se hace bien. Me refiero al Daily Telegraph y a su exclusiva sobre las fraudulentas notas de gastos que, durante muchos años, los parlamentarios británicos han colado al erario público. El asunto ha expuesto ante el electorado la catadura moral de sus representantes. Se trata, sin duda, del scoop del año.
¿Excelente investigación periodística? Nada de eso. Parece que un funcionario de Westminster, harto de tramitar infamias, grabó las notas de gastos y las puso en venta, a través de una empresa de seguridad. El bombazo fue ofrecido a varios periódicos, que no captaron la potencia del material u ofrecieron cantidades ridículas. El Telegraph se animó y puso sobre la mesa 300.000 libras: investigación concluida. Así han sido siempre las cosas. Las grandes exclusivas proceden de un funcionario despechado, como el Watergate, o de un funcionario despechado que busca dinero, como en este caso. ¿Creen ustedes que alguien con un material valioso en las manos lo regala porque sí? Ya hemos dicho en alguna otra ocasión que el periodismo de investigación pesca en agua sucia y se ve obligado a mancharse las manos: todo sea por el lector y por el negocio.
A veces he sostenido la teoría de que un periodista independiente en un ámbito digital, libre de los compromisos políticos y económicos de la empresa periodística clásica, tendría más credibilidad que un periodista asalariado y, por tanto, atado a los compromisos de sus dueños. Sigo pensándolo. Ahora bien, ¿credibilidad, para qué? Pues para opinar sobre el mineral desenterrado por otros, los de la industria clásica. Mi teoría queda seriamente dañada al entrar en contacto con la realidad. El día en que un medio digital, o un simple blogger, puedan sacarse del bolsillo 300.000 libras, euros o dólares para comprar una información de extraordinaria relevancia habremos llegado al futuro. Que, según se deduce, será muy parecido al pasado.
Mensajes
ENRIC GONZÁLEZ 22 MAY 2009
La paranoia es típica del narcisista frustrado. Ve en los demás sus propios defectos, que no es capaz de asumir, y acaba sintiéndose rodeado de enemigos, peligros y mensajes cifrados. Conviene no confundirla con la susceptibilidad. No sé de qué se trata en este caso. Confío en que sea simple susceptibilidad. Pero yo también empiezo a captar mensajes ocultos. Me explico. ¿Están familiarizados con las teorías freudianas acerca de los excrementos? Dice Freud que el bebé relaciona el excremento, lo primero que es capaz de producir por sí solo, con los deseos del Otro (la madre), porque es el Otro quien le instruye en la necesidad de hacerlo y, más adelante, en la necesidad de hacerlo sólo en determinados momentos y lugares. Piensa que su evacuación intestinal produce placer en el Otro, y acaba identificando el excremento con algo maravilloso. Seguramente he leído mal a Freud, no me hagan mucho caso. De todas formas, el psicoanálisis identifica el excremento con la riqueza y, más en concreto, con el dinero.
Dicho esto, ¿no ven ustedes un clarísimo mensaje subliminal en la actual temporada de Supervivientes? El concurso exótico de Telecinco está dominado por la caca. Ése es el gran tema de conversación de los infelices de la isla: si hoy han defecado ya tres veces, si ayer cuatro… Entre tanta diarrea, se nos informa de que el superviviente Santi debe abandonar la isla porque sólo ha defecado dos veces en dos meses. Carezco de formación médica, pero me parece poco.
Llámenme paranoico, si quieren: empiezo a convencerme de que esteSupervivientes no es más que un gran quejido onírico, un grito que surge del subconsciente de los directivos de Telecinco. En plena caída de la publicidad y de los beneficios, es decir, en pleno síndrome de abstinencia por la reducción del dineral que ganaban antes, uno de sus programas se vuelca en la cuestión excrementicia. Está clarísimo, ¿no? Es como un llanto secreto por la pasta perdida. O quizá no. En ese caso, disculpen. Será que yo también me he vuelto susceptible, o paranoico.
‘Ya sé que estoy piantao’
ENRIC GONZÁLEZ 24 MAY 2009
Cuesta imaginar algo más libre que el tango, ni más mestizo. Nació en la periferia urbana, hijo del bandoneón alemán y de la melodía napolitana. Habló en español, en lombardo y en calé. Bailó con sinuosidad andaluza y fiebre africana. Fue despreciado por los intelectuales y condenado por el Vaticano. ¿Se les ocurre algo más libre y mestizo? Y, sin embargo, incluso el tango cayó en la esclerosis. Surgieron sumos sacerdotes, guardianes de la tradición, cánones inalterables. Hubo que echar mano de la locura, la misma locura fundacional, para renovar el invento. Eso hizo alguien hace 40 años, en 1969. Alguien que escuchó en su cabeza una frase sencilla: “Ya sé que estoy piantao”.
A veces se confunde al piantao, o piantado, con el loco. Cuidado con eso. Julio Cortázar, en un pasaje de La vuelta al día en 80 mundos,subrayó la diferencia: “Para entender a un loco conviene ser psiquiatra, aunque nunca alcanza; para entender a un piantado basta con el sentido del humor”.
Con una simple canción, ‘Balada para un loco’, el tango escapó del desengaño y la amargura
La frase “Ya sé que estoy piantao” se le ocurrió a Horacio Ferrer de camino a casa de Astor Piazzolla. El maestro Piazzolla, medio neoyorquino, llevaba algún tiempo coqueteando con la heterodoxia. Su obra maestra, el tango instrumental Adiós, Nonino, ya había fruncido cejas y arrugado narices entre el sacerdocio tanguero. Horacio Ferrer le dijo su frase a Piazzolla y en una semana estaba hecha la revolución, con el títuloBalada para un loco: “Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao, no ves que va la luna rodando por Callao, que un corso de astronautas y niños, con un vals, me baila alrededor…”. Y eso era, supuestamente, una letra tanguera. El tango, nacido de la frustración erótica de los inmigrantes solitarios, empapado de putas y machismo, topaba con un piantao que hablaba con dulzura, y a ritmo de vals, de niños y astronautas. El colmo de los colmos.
Piazzolla y Ferrer presentaron poco después su obra, cantada por Amelia Baltar (la mujer de Piazzolla), en el Festival de Buenos Aires de la Canción y la Danza. El jurado, en el que figuraban personajes como Vinicius de Moraes (La chica de Ipanema) o Chabuca Granda (La flor de la canela), dio el mayor número de votos a Balada para un loco. Ante esa subversión del canon, la organización, entre un escándalo fenomenal, cambió las normas y otorgó el premio al segundo clasificado.
Fue un esfuerzo inútil, porque en unos días la canción estaba en disco, y en unos días más, cinco para ser exactos, se habían vendido 200.000 ejemplares. Poca cosa, teniendo en cuenta lo que ocurrió luego. En el Festival de Buenos Aires estaba Roberto Polaco Goyeneche, que había cantado en la orquesta de Aníbal Troilo y venía a ser, a esas alturas, como el patrón-oro del asunto: tango era lo que salía de Goyeneche, y punto. El Polaco, que poco antes había causado alarma con un disco en el que versioneaba clásicos como Volver con ciertos dejes de jazz, se puso del lado de la subversión: también él grabó Balada para un loco, y con ese gesto no sólo pudo declararse oficialmente renovado el tango, sino que se estableció un peculiar vínculo entre el tango y el naciente rock argentino de Nebbia, Spinetta y otros.
Goyeneche cantó Balada para un loco hasta el final de su vida. Hasta su maravillosa versión a dúo con Adriana Varela, cuando tenía la voz de pura arena, el hígado hecho polvo y necesitaba aspirar oxígeno entre frase y frase. Hasta que cerró su carrera en un gran concierto de rock con gente como Moris, Baglietto y el propio Nebbia.
Horacio Ferrer, en cuya cabeza sonó por primera vez “ya sé que estoy piantao”, aún vive. Piazzolla falleció en 1992. El Polaco Goyeneche murió dos años después, en 1994.
Por favor, escuchen otra vez Balada para un loco. Con esta simple canción, tan sencilla, “quereme así, piantao, piantao, piantao, trepate a esta ternura de locos que hay en mí, ponete esta peluca de alondras y volá…”, el tango escapó del desengaño y la amargura. Y dio el salto definitivo hacia la libertad.
Una vuelta al estadio Olímpico
ENRIC GONZÁLEZ 25 MAY 2009
Es una gran final y, como suele decirse cuando no se sabe qué decir, puede pasar cualquier cosa. A no ser, claro está, que el escenario influya. Si el estadio Olímpico, con su pasado y sus fantasmas, tiene voz en el asunto, hay que esperar pelea y sufrimiento.
El Olímpico recuerda la final de la Copa de Europa de 1984, que el Roma jugaba en casa frente al Liverpool y perdió en los penaltis: el lugar es experto en decepciones. Recuerda también la final del Mundial de 1990, la más indigesta de todos los tiempos (Alemania, 1; Argentina, 0). Y, por supuesto, los clásicos tremebundos entre el Lazio y el Roma. Ha trasegado decenas de partidos de abordaje, cuchillo en boca y cuerpo a cuerpo. Tras un derby de 1971, el entonces director delCorriere dello Sport, Antonio Ghirelli, resumió en pocas y entusiásticas palabras el espíritu dominante: “Ha sido un gran derby: feo, raro, malparido, pero grande”.
Habrá quien, ante los mármoles y las estatuas, invoque a los gladiadores. Seguro: “La final de los gladiadores”. No nos equivoquemos: el Foro Itálico, que incluye el estadio, nació como Foro Mussolini y sólo en los sueños fascistas tiene algo que ver con el antiguo imperio. Resultan lógicos, por tanto, la estética general, el monolito dedicado a Mussolini y los mosaicos con la inscripción Duce, Duce, Duce. La evocación fascista liga con el pasado de los dos inquilinos habituales. Especialmente, contra lo que habitualmente se supone, con el del Roma. Nadie es responsable de su nacimiento, pero el Roma fue el resultado de una orden de Mussolini. El dictador, que procedía del norte, se esforzó en equilibrar el país mejorando el nivel del sur: saneó los territorios pantanosos, impulsó la agricultura y mejoró los ferrocarriles. Fallaba el fútbol: Roma, capital del imperio que soñaba elDuce, no ganaba ni a tiros. La SS Lazio, una sociedad fundada en 1900 por un grupo de burgueses entusiasmados por los ideales olímpicos (de ahí, los colores blanco y azul celeste, los de la bandera griega), se veía incapaz de competir con los equipos de Turín, Milán o Bolonia. ¿Solución? Fusionar a todos los equipos que jugaban en Roma.
El Lazio, respaldado por un jerarca del régimen, se negó. Y de la unión de todos los demás, empezando por la Ginnastica Roma, en 1927 surgió la AC Roma. De ahí surgió también la mala fama del Lazio, acusado de orgullo e insolidaridad por negarse a fundirse con el resto. Poco a poco, la propaganda romanista creó el estereotipo del laziale ajeno a la ciudad, procedente de los suburbios o de los pueblos de la provincia. Y empezó a apodar burini, catetos, a los aficionados blancocelestes.
Como se ve, la mala sangre entre romanistas y laziales viene desde siempre. En pocas ciudades se viven los clásicos con el encono de Roma. Cuesta pensar que toda esa bilis no se haya filtrado, año tras año, en las piedras del estadio. La bilis y también las lágrimas porque no es raro salir llorando del Olímpico: basta con acudir a un derby, o a un Roma-Nápoles, o a un Lazio-Livorno, o a un Roma-Juventus. Lo más normal, tras esos partidos, es que un sector del público remate la jornada atacando a la policía y que la policía responda con gases lacrimógenos. De ahí, lo de salir con llanto.
Ocurrirá otra vez el miércoles. No por los gases, esperemos, sino por el orden natural de las cosas: conviene recordar que las finales están hechas para llevar hasta el éxtasis a la mitad de los espectadores y para dejar hecha polvo a la otra mitad.
Mínimos
ENRIC GONZÁLEZ 25 MAY 2009
La democracia parlamentaria es, a día de hoy, el sistema político más ineficiente de todos cuantos se han inventado. Por otro lado, es el único sistema tolerable. Entendemos, pues, que se trata de un juego de mínimos.
La Unión Europea no es un gigante burocrático (tiene más funcionarios el Ayuntamiento de Madrid) ni una maquinaria ineficiente; en realidad, ésa es la parte que funciona. Lo que no funciona es la política. Quizá porque no ha lugar: hubo ese espejismo, a finales de los ochenta, en el que pareció que el proyecto europeo llevaba a la integración; luego se volvió a la vocación de origen, consistente en evitar la enésima guerra entre las potencias continentales. El objetivo no consiste en crear una gran república de ciudadanos civilizados y satisfechos, sino en mantener a raya los fantasmas del pasado. Aspiración fundamental, y a la vez mínima.
No debe extrañar la impotencia política europea. Se demuestra cada vez que hace falta: ante la guerra balcánica o ante la presente crisis, como, en otro tiempo, ante los misiles contrapuestos de las superpotencias o las agresiones soviéticas a sus países “amigos”. Nada nuevo. Mientras las botas prusianas se mantengan alejadas de París, el sistema cumple. Si encima saca de vez en cuando una ley contra el tabaco, o impone una multa a algún monopolio, pues mejor.
Dentro de ese objetivo de mínimos, la publicidad electoral encaja la mar de bien. ¿Alguien tiene un plan interesante? No, ¿verdad? En ese caso, sólo quedan dos opciones propagandísticas: la sonrisa o el gruñido. Sin duda, más apropiado el gruñido. Ese anuncio socialista, por ejemplo, que nos pone casi en la antesala de la guerra. Sólo le falta señalar a la derecha como culpable de Auschwitz, aunque se sobrentiende. Lamento que el PP tienda a decantarse por lo pánfilo: lo suyo sería juntar unas imágenes del gulag y televisarlas. Esos mensajes nos permiten recordar que éste es un juego de mínimos, y que debemos conformarnos con un solo premio: que no se cumplan las amenazas que los propios políticos nos susurran desde la pantalla. Es decir, que esto no vuelva a ser un desastre.
Para la política, los entusiasmos, la acción y esas cosas, ya están los americanos.
Una vuelta al estadio Olímpico
ENRIC GONZÁLEZ 25 MAY 2009 – 09:36 CET
Es una gran final y, como suele decirse cuando no se sabe qué decir, puede pasar cualquier cosa. A no ser, claro está, que el escenario influya. Si el estadio Olímpico, con su pasado y sus fantasmas, tiene voz en el asunto, hay que esperar pelea y sufrimiento. El Olímpico recuerda la final de la Copa de Europa de 1984, que el Roma jugaba en casa frente al Liverpool y perdió en los penaltis: el lugar es experto en decepciones. Recuerda también la final del Mundial de 1990, lamás indigesta de todos los tiempos (Alemania, 1; Argentina, 0). Y, por supuesto, los clásicos tremebundos entre el Lazio y el Roma. Ha trasegado decenas de partidos de abordaje, cuchillo en boca y cuerpo a cuerpo. Tras un derby de 1971, el entonces director del Corriere dello Sport, Antonio Ghirelli, resumió en pocas y entusiásticas palabras el espíritu dominante: “Ha sido un gran derby: feo, raro, malparido, pero grande”.
Habrá quien, ante los mármoles y las estatuas, invoque a los gladiadores. Seguro: “La final de los gladiadores”. No nos equivoquemos: el Foro Itálico, que incluye el estadio, nació como ForoMussolini y sólo en los sueños fascistas tiene algo que ver con el antiguo imperio. Resultan lógicos, por tanto, la estética general, elmonolito dedicado a Mussolini y los mosaicos con la inscripción Duce, Duce, Duce. La evocación fascista liga con el pasado de los dos inquilinos habituales. Especialmente, contra lo que habitualmente se supone, con el del Roma. Nadie es responsable de su nacimiento, pero el Roma fue el resultado de una orden de Mussolini.
El dictador, que procedía del norte, se esforzó en equilibrar el país mejorando el nivel del sur: saneó los territorios pantanosos, impulsó la agricultura y mejoró los ferrocarriles. Fallaba el fútbol: Roma, capital del imperio que soñaba el Duce, no ganaba ni a tiros. La SS Lazio, una sociedad fundada en 1900 por un grupo de burgueses entusiasmados por los ideales olímpicos (de ahí, los colores blanco y azul celeste, los de la bandera griega), se veía incapaz de competir con los equipos de Turín, Milán o Bolonia. ¿Solución? Fusionar a todos los equipos que jugaban en Roma. El Lazio, respaldado por un jerarca del régimen, se negó. Y de la unión de todos los demás, empezando por la Ginnastica Roma, en 1927 surgió la AC Roma. De ahí surgió también lamala fama del Lazio, acusado de orgullo e insolidaridad por negarse a fundirse con el resto.
Poco a poco, la propaganda romanista creó el estereotipo del laziale ajeno a la ciudad, procedente de los suburbios o de los pueblos de la provincia. Y empezó a apodar burini, catetos, a los aficionados blancocelestes. Como se ve, la mala sangre entre romanistas y laziales viene desde siempre. En pocas ciudades se viven los clásicos con el encono de Roma. Cuesta pensar que toda esa bilis no se haya filtrado, año tras año, en las piedras del estadio. La bilis y también las lágrimas porque no es raro salir llorando del Olímpico: basta con acudir a un derby, o a un Roma-Nápoles, o a un Lazio-Livorno, o a un Roma-Juventus.
Lo más normal, tras esos partidos, es que un sector del público remate la jornada atacando a la policía y que la policía responda con gases lacrimógenos. De ahí, lo de salir con llanto. Ocurrirá otra vez el miércoles. No por los gases, esperemos, sino por el orden natural de las cosas: conviene recordar que las finales están hechas para llevar hasta el éxtasis a la mitad de los espectadores y para dejar hecha polvo a la otra mitad.
Realidad
ENRIC GONZÁLEZ 26 MAY 2009
Hay preguntas que no conviene hacerse. Pongamos como ejemplo una de las peores: ¿qué es la realidad? Si nos la planteamos en serio, no haremos otra cosa en la vida que darle vueltas. La mejor respuesta acaba siendo la más simple, algo así como “lo que pasa”, y ya está. ¿No le gusta? En ese caso métase en honduras: partículas subatómicas que chocan entre sí, galaxias que nacen y mueren, soles que implosionan: ahí tiene un poco de realidad, para empezar.
Decida lo que decida, no la busque en televisión. La cámara y todo lo que lleva detrás (productores, guionistas, maquilladores, técnicos, bocadillos, botiquines, delegados y un largo etcétera) alteran la realidad, como la altera el observador en el ámbito cuántico: lo que toca la televisión se convierte en reality, producto de escasa relación con lo real.
Hay quien se queja de que Perdidos en la tribu (Cuatro) no sea “real”. Se trata de una queja muy respetable, aunque fundada en hipótesis endebles. Veamos: una productora se desplaza a una remota aldea africana o asiática cuyos habitantes apenas conocen humanos blancos, convence a las fuerzas vivas locales de que les interesa alojar un rodaje, firma contratos, emplea ayudantes, pacta un guión con todos cuantos participan, paga, se establece y empieza a trabajar. ¿No captan ahí la sombra de una contradicción? ¿Creen que una empresa va a arriesgar su dinero si no existen en el lugar unas mínimas garantías de seriedad comercial?
Evidentemente, las reglas de Perdidos en la tribu son las reglas televisivas: todo se convierte en plató, todo el mundo es personaje, todo responde a un guión. Todo está arreglado, en fin, para que parezca real, sin serlo. ¿Alguien espera, en serio, que el brujo de la tribu se coma a un concursante?
El que quiera realidad de la buena, más real aún que las partículas subatómicas, que eche un vistazo a su cuenta corriente. Descubrirá que el mundo real ofrece auténticas maravillas: hipotecas que suben cuando los tipos de interés se arrastran por el suelo, comisiones llenas de fantasía, pura poesía hermética en letra pequeña… No es agradable, ¿verdad? Pues para eso está la televisión, para olvidarse un rato de lo otro.
Malvados
ENRIC GONZÁLEZ 27 MAY 2009
Ejercer la maldad en serio, en plan profesional, no es tan fácil como puede pensarse. La crueldad, la codicia y la falta de escrúpulos son sólo las condiciones básicas de un buen aspirante. Para desarrollar una carrera exitosa como malvado hace falta mucho más: constancia, ambición y facilidad para el peloteo y el despotismo resultan imprescindibles, igual que en cualquier ámbito profesional; una buena cepa de rencor, tendencia al delirio psicótico y generosas dosis de megalomanía constituyen las características de quienes alcanzan la excelencia en el ámbito del mal. Lo más fácil es quedarse por el camino, sin alcanzar la cima. En tal caso, el malvado se pasa la vida compitiendo con bandas de albanokosovares, despachos de especuladores y demás clase media del ramo.
Uno sabe que ha llegado a la cumbre del asunto cuando es capaz de dañar muy gravemente a muchísima gente, cuando encarna un cierto estilo de maldad y cuando se le reconoce una determinada imagen, personal o corporativa. En esa élite destacan Hitler y sus nazis, que durante décadas han representado el modelo a seguir.
El problema, cuando se ha alcanzado un prestigio indiscutible como malvado, consiste en los detalles. Las propias virtudes profesionales pueden convertirse en peligrosos defectos. La psicosis y la megalomanía, por ejemplo. Es el caso de Kim Jong-il, el dictador norcoreano, cuyos éxitos (hambrunas, miseria, amenazas nucleares) se ven lastimados por esa estúpida chaquetilla corta, de inspiración psicótica, y por el pelito cardado con el que intenta crecer unos centímetros. Toda una vida dedicada al mal, parcialmente echada a perder por una cuestión de imagen.
Otra desgracia es la de ETA. Después de tantas víctimas y tanto esfuerzo contaban con un logo reconocible (la culebrilla y tal), una imagen palurda pero impactante (caperuza y txapela) y una tradición que pocas bandas terroristas han llegado a alcanzar. ¿Vieron la entrevista en Gara? ¿Vieron el “logotipo del cincuentenario”? Ellos parecen el madelman terrorista. El logo podría ser el de una pastelería. ¿Qué harán ahora? ¿Llaveritos del cincuentenario?
Una lástima. Y una prueba más de que el mal está siempre a un paso del ridículo.
Los agujeros del muerto
ENRIC GONZÁLEZ 27 MAY 2009
Ya todo ha prescrito. Han pasado 30 años y hasta la memoria prescribe. Supongamos que he olvidado los nombres, irrelevantes a estas alturas. Pero recuerdo el episodio: lo recuerdo perfectamente.
Era el tiempo de la confusión, el desencanto y la heroína. La exposición recién abierta en el Centro de Cultura Contemporánea se titula Quinquis de los ochenta: cine, prensa y calle. ¡Ay, la prensa y la calle! Entonces, justo en el umbral de los ochenta, yo hacía la calle para un periódico. Tenía poca experiencia y me ocupaba de los sucesos.
Una noche, en aquel tiempo convulso, un chaval muy joven, delincuente juvenil con alguna fama, murió tiroteado por la policía. No era una gran novedad: iba a merecer, con suerte, cuatro líneas en el periódico. La nota que me entregaron en la Jefatura Superior de Policía no era mucho más larga. Decía que el chaval, el quinqui, se había enfrentado con un arma de fuego a unos agentes y que éstos, en legítima defensa, habían respondido a la agresión. Dos impactos en el tórax, órganos vitales, ingresado cadáver, etcétera.
Habría que proyectar las películas de quinquis sobre todos aquellos silencios reconciliadores de la transición
Poco antes, un veterano sabueso deEl Caso me había dado un consejo: “Hay que ver el cadáver”. El veterano, muy devoto de los cadáveres y visitante habitual del depósito (le dejaban entrar, igual que le dejaban llevar pistola), disponía de canales impensables para un novato. Yo tuve que esperar a que devolvieran el cuerpo a los familiares y se organizara un ruidoso velatorio.
Fui, creo, el único periodista asistente. No piensen que mitificaba el burbujeo de miseria y violencia que se oía en La Mina, Sant Cosme y otros barrios similares: tras un reportaje sobre una familia de quinquis, un grupo de matones me esperó en la misma puerta del periódico y me obligó a correr como no he corrido en mi vida. El único objetivo era ver el fiambre. Si en El Caso lo hacían, no íbamos a ser menos nosotros.
Los familiares sostenían que la versión policial era falsa. Para demostrarlo me ofrecieron, precisamente, que observara el cadáver. Quitaron la mortaja y mostraron el tórax, con dos orificios. “Meta el dedo en los agujeros”, conminó uno de los chavales que me rodeaban. Yo, ahora, no metería el dedo en ninguna parte. Entonces, sí. Metí dos veces el dedo en aquel cuerpo duro. Giramos al difunto y en la espalda había bastantes más agujeros. Cinco, creo. “Meta, meta el dedo”. Metí el dedo: los agujeros posteriores eran, sin ninguna duda, mayores que los del pecho. Deduje que los orificios delanteros eran de salida. Lo apunté, y apunté que el cadáver no mostraba ninguno de los costurones propios de una autopsia.
Inocente de mí, volví a Jefatura para preguntar si mantenían su versión. El policía de turno me dijo que sí, mirándome casi con pena.
Llegué al periódico en el que trabajaba convencido de tener entre manos una noticia explosiva. Las marcas en el cuerpo concordaban con la versión de los familiares y amigos: decían que el chaval, que llevaba una pistola, había sido tiroteado por la espalda mientras intentaba escalar una valla metálica para escapar de la policía.
Escribí unas 80 líneas y las entregué al redactor jefe. Al cabo de un rato, el director me llamó a su despacho. Estaba con el subdirector y tenían sobre la mesa mis folios de papel grisáceo. “Oye, ¿de dónde has sacado eso de los disparos por la espalda?”, me preguntó el director. Dije algo así como: “Es una hipótesis, he visto y tocado los agujeros”. “Ya, pero ninguna fuente lo confirma. La única fuente que aparece en el texto”, dijo el director, “afirma lo contrario”. “Ya, pero yo he visto el cadáver”.
Me miraron, ellos también, casi con pena. El director sacó un bolígrafo rojo y empezó a tachar, lentamente, frase a frase. Al final quedaron seis líneas: un par más de lo previsto inicialmente. Luego, muy cabreado, comenté con un compañero que mi texto sólo habría podido publicarse íntegro bajo un titular que dijera, más o menos: “La policía miente, según la policía”. Entonces lo dije en broma. Ahora lo pienso en serio.
Javier Pérez Andújar escribía ayer, en este mismo periódico, que habría que proyectar las películas de quincorros sobre la tumba de Porcioles. Estoy de acuerdo. Y también sobre un periódico de la época, y sobre la fachada de Jefatura, y sobre todos aquellos silencios reconciliadores de la transición.
Crítica
ENRIC GONZÁLEZ 28 MAY 2009
Hoy pensaba decir horrores de Sálvame (Telecinco), pero mejor matizo. Tal vez sepan que el reconocido cineasta Almodóvar, aparentemente molesto porque su última obra no ha provocado un embeleso universal, se ha quejado de que este diario enviara a su crítico de cine, Carlos Boyero, a hacer críticas de cine en Cannes. De paso, ha expresado su disconformidad con que el jefe de Cultura, Borja Hermoso, sea jefe de Cultura. Y, lo peor: ha llamado al director, y el director, que probablemente estaba ocupado con su trabajo de director, no ha podido ponerse al teléfono. El acabose.
Según están las cosas, prefiero no exponer mi opinión personal sobreSálvame: podría mosquearse Jorge Javier Vázquez y pedir que me echen, o acusarme de no haber visto todas las emisiones del programa (cosa que, lo reconozco, sería cierta). En lugar de opinar, hagamos crítica seria. Digamos que Sálvame, un meta-reality construido sobre estructuras autorreferenciales, lanza una mirada irónica sobre ciertos programas de Telecinco; constituye un desarrollo coherente de obras anteriores, como Aquí hay tomate, manteniendo un similar tono narrativo (con claros homenajes al situacionismo), pero reduciendo el ámbito argumental y elevando a los personajes a un nivel simbólico, casi totémico. Otros dirán, quizá, que se trata de un simple reciclaje de basura. Quede claro que yo podría pensarlo, pero en ningún caso me atrevería a expresar un juicio tan personal y subjetivo.
Quede clara otra cosa: aunque no me gustara el terreno en que se mueve Vázquez, el tipo es un animal televisivo. No le conozco personalmente (una vez nos comunicamos por correo electrónico), pero sospecho que sería capaz de hacer programas sobre casi cualquier cosa. Telecinco le encargó que salvara las sobremesas de la cadena, en caída libre desde el fin del Tomate, y le proporcionó unos materiales determinados. A juzgar por las cifras, ha cumplido la misión. Con un programa horroroso (ay, lo he dicho) y, sin embargo, efectivo.
Aposté públicamente una cerveza a que fracasaría. La tiene pagada donde quiera.
Cornada
ENRIC GONZÁLEZ 29 MAY 2009
Soy bastante taurino. Y no lo digo porque generalmente me ponga del lado del toro, que también, sino porque el asunto de la lidia nos sitúa con frecuencia ante nuestra propia condición. Nos libera de hipocresías, mandangas y solos de violín. Nos ayuda a entender lo que somos. Me refiero a los medios de comunicación. Los que trabajamos en este negocio mantenemos un continuo debate sobre la exhibición de imágenes violentas. ¿Es lícito publicar la fotografía de un cadáver? En este mismo periódico hubo discusiones por una imagen que mostraba, al fondo, el cuerpo sin vida de una mujer. ¿Es correcto que la Dirección General de Tráfico utilice, en sus campañas de prevención, imágenes de cuerpos destrozados? ¿Hay jóvenes asesinos por culpa de la tele y los videojuegos? ¿Estamos creando una sociedad de monstruos?
Hasta que una corrida de toros nos permite dejarnos de tonterías. La del miércoles en Madrid salió estupenda. Antes habíamos disfrutado de una bonita cornada a un caballo, pero la cogida a Israel Lancho entraba de lleno en la categoría de lo estupendo: una cornada en el pecho. En televisión abrió numerosos informativos, presentados con frases como “unas imágenes que ponen los pelos de punta”. En bastantes diarios fue portada. En EL PAÍS, la excelente foto de Gorka Lejarcegi, con una composición casi pictórica, ocupó cuatro columnas sobre el titularEspeluznante cogida.
Por fortuna (estoy a favor de que gane el toro, pero no tanto como para que el torero sufra daños irreparables), parece que el torero Lancho saldrá con bien del trance. ¿Se habrían realizado los mismos alardes gráficos en caso de que Lancho hubiera muerto? Supongo que sí.
Es la ventaja de la lidia. Nos permite jugar con imágenes violentas sin (parece) el menor escrúpulo. Los toros son los toros, señores: hablamos de cultura. No es violencia gratuita. No son ganas de vender morbo. Es eso, cultura. Y no hay cultura más agradecida que la que penetra directamente en el pulmón, con neumotórax y hemotórax y un buen chorro de sangre.
Comeclavos
ENRIC GONZÁLEZ 31 MAY 2009
Los epitafios humorísticos son relativamente frecuentes. Más de un difunto (o su familia) ha decidido adornar su lápida con el epitafio falsamente atribuido a Groucho Marx: “Disculpen que no me levante”. Winston Churchill hizo honor a su fama de hombre ingenioso y petulante: “Estoy preparado para encontrarme con el Creador; si el Creador está preparado para la pesadez de encontrarse conmigo, es ya otro asunto”. Mel Blanc, famosa voz de los dibujos animados de Warner Bros., lo tuvo fácil, eligió: “Eso es todo, amigos”. El humorista irlandés Spike Milligan, famoso hipocondriaco, incidió en su manía: “¿Lo veis? Estaba enfermo de verdad”.
Se trata de una hermosa tradición, mayormente anglosajona.
En 1938, Albert Cohen escribió un libro que era un epitafio novelado dedicado a todos los judíos de Europa
Pero el epitafio más largo, divertido y terrible fue escrito por un hombre nacido en una isla griega del imperio otomano, francés de adopción y suizo por residencia. Albert Cohen (1895-1981), uno de los gigantes de la literatura en lengua francesa del siglo XX, redactó en 1938 un epitafio para todos los judíos de Europa. Lo hizo en forma de novela y lo titulóComeclavos.
Albert Cohen es una debilidad personal. Por razones incomprensibles, siento un prejuicio favorable hacia los judíos. Y, por razones que entiendo perfectamente, simpatizo fervorosamente con las personas que padecen una enorme pereza al ponerse a escribir. Cohen, judío y escritor vago, había experimentado en persona el antisemitismo desde que, en 1900, un pogromo en Corfú, su isla natal, forzó a su familia a emigrar a Marsella. Allí encontró a otros antisemitas, más refinados y peligrosos. Durante su adolescencia y juventud fue convenciéndose de que se preparaba algo terrible en el continente, y se sumó con entusiasmo a la causa sionista. En 1925, se sumó en París a la dirección de la Revue Juive, en cuyo comité de redacción figuraban judíos tan ilustres como Albert Einstein y Sigmund Freud. Si le quedaba alguna duda sobre las perspectivas que ofrecía el futuro, se disiparon con la llegada al poder de Adolf Hitler.
En 1930, publicó su primera novela, Solal, sobre los amores de un joven judío de origen griego. Tuvo un éxito extraordinario y los editores decidieron pasarle una asignación mensual con el fin de estimularle a producir. Como era de esperar, Cohen aprovechó la asignación precisamente para lo contrario, para no tener que escribir durante una larga temporada.
La década de los treinta, sin embargo, hizo muy concreta la amenaza de genocidio sobre los judíos europeos. Cohen, viudo y deprimido, se puso a escribir de nuevo. Su plan consistía en rememorar, de forma amena, los personajes y las tradiciones de la población judía que había conocido de niño en Corfú. Era una forma de despedirse de un mundo condenado a desaparecer. Pero es difícil contenerse cuando el ánimo está angustiado, y a Cohen se le fue la mano. Sus personajes se convirtieron en caricaturas y no logró un tono ameno: volcó sobre las páginas un humor brutal, feroz, descacharrante. El resultado de su furor fue Comeclavos.
Comeclavos, uno de los hermanos de Cefalonia sobre los que articuló su relato, es un mitómano exaltado que llega a creerse sus propias patrañas. Por ejemplo, la de que circuncidó personalmente al rey de Inglaterra en la Cámara de los Comunes, ante el entusiasmo y los vítores de los diputados. En mi opinión, la literatura europea ha dado pocas obras tan graciosas.
Comeclavos, pese al humor y a las aventuras estrafalarias, no deja de ser un epitafio. Ése era su objetivo. Al año siguiente, 1939, Alemania invadió Polonia y Europa se despeñó hacia el infierno. La cultura judía, un pilar esencial de la vieja cultura europea, desapareció con los millones de judíos exterminados por los nazis y sus colaboradores. Fue el fin de una época y el principio de otra, la actual, mucho más gris.
Cohen, refugiado en Londres, sobrevivió al desastre. Decepcionado por el sionismo y por la vida en general, rechazó ser embajador de Israel en París y asumió la rutina de la vida burocrática en una de las oficinas de la ONU en Ginebra.
En 1968, volvió a publicar una novela, que se convirtió en su obra más conocida: Bella del señor. Cohen no se esforzó en buscar personajes nuevos. Retomó a su álter ego Solal, el de la primera novela, rabiosamente judío, rabiosamente insatisfecho, y le proporcionó, además de un amor condenado a autodestruirse, el acompañamiento de sus tíos de Cefalonia, encabezados por Saltiel y, cómo no, Comeclavos.
Bella del Señor es una novela espléndida. Pero yo prefiero Comeclavos.
Torino, el fracaso y Miniberlusconi
ENRIC GONZÁLEZ 1 JUN 2009
Un triplete no se consigue por casualidad. Para ganar los tres mayores trofeos en juego, como ha hecho el Barça, es necesario generar un ciclo virtuoso: el estilo, la cantera, la motivación, el talento de Guardiola… Ya habrán leído mucho sobre eso. Quizá sea mejor dedicar las siguientes líneas a lo contrario. Es decir, a cómo fracasar de forma rotunda y sistemática. Como siempre que se habla de estas cosas, el ejemplo del Torino nos será de gran ayuda.
Algún lector sabrá ya que el Torino es la institución futbolística más desgraciada del mundo. Recordemos que en los años cuarenta tuvo el mejor equipo, el Gran Torino encabezado por Mazzola, y que la catástrofe aérea de Superga, en 1949, aniquiló a toda la plantilla. Tampoco estará de más evocar a Gigi Meroni, La Mariposa Grana, el excéntrico y maravilloso futbolista, de juego similar al de George Best, que parecía destinado a liderar la resurrección del rival turinés del Juventus. Meroni murió en 1967, a los 24 años, atropellado por un jovencísimo aficionado que le adoraba.
A los 50 años de la tragedia de Superga, un dolor añadido: el descenso a la Serie B
Empecemos por ahí. El aficionado que mató a Meroni se llamaba Attilio Romero, tenía 19 años y sufrió una larga depresión tras el accidente. Consiguió trabajo como relaciones públicas en la Fiat y, poco a poco, aprendió a convivir con aquella tragedia. Sus amigos sabían, sin embargo, cuánto le costaba ser el hombre que mató a Gigi Meroni. Quizá Francesco Cimminelli, un empresario local, compró el Torino sólo para consolar a Romero. El caso es que lo compró, en 1999 y le ofreció la presidencia al pobre Attilio.
Pareció una buena idea porque al año siguiente el Torino, que vivía una situación angustiosa en la Serie B, ascendió a la máxima categoría. Attilio Romero se empeñó en devolver al Torino a sus tiempos de gloria e hizo lo que habría hecho cualquier aficionado en su puesto: gastó lo que no tenía, vivió un nuevo descenso, gastó nuevas fortunas y consiguió bajar otra vez en 2005, en esta ocasión con la quiebra incorporada.
El Torino, al borde de la liquidación, tuvo que replantearse el futuro. Hacía falta un propietario. ¿Podía haber alguien menos adecuado que un tipo apodado Miniberlusconi? No, ¿verdad? Pues fue Urbano Cairo,Miniberlusconi, quien se quedó con la sociedad y la refundó. El apodo le venía de haber sido asistente personal de Berlusconi, de haberle ayudado a emitir facturas falsas, de trabajar en el sector de la publicidad y la comunicación y de admirar profundamente a Il Cavaliere.
Urbano Cairo logró el enésimo ascenso al primer intento y, mal que bien, mantuvo al equipo en la Serie A. Lo hizo recurriendo al manual del Barça, pero leyéndolo al revés: ¿cantera?, ninguna; ¿estilo?, ninguno; ¿fichajes?, muchos y disparatados; ¿técnico?, cualquiera que soporte al presidente. O sea, que el Torino tonteó con el descenso en cada temporada.
Hasta ahora. Este año se han cumplido 50 años de la tragedia de Superga y el Torino ha conmemorado el doloroso evento de la manera más apropiada: con un dolor añadido. En la penúltima jornada, cuando ya estaba claro que todo se decidiría en la última, la de ayer, el equipo enloqueció. Tras el partido contra el Genova, los jugadores montaron una fenomenal trifulca, por la que fueron sancionados siete titulares. Como tenía otros cuatro lesionados, acudió al encuentro decisivo, ante el Roma, con una formación inédita y con varios juveniles.
Perdió, claro. El Torino volvió a bajar. En materia de fracasos, esta gente es imbatible.
Prestigio
ENRIC GONZÁLEZ 1 JUN 2009
No exageremos: un sacerdote pedófilo que dirigiera un banco sería, probablemente, más impopular que cualquiera de nosotros. Dejando de lado casos teóricos muy rebuscados, como el recién citado, parece claro que políticos y periodistas ocupamos las posiciones más bajas en la clasificación del prestigio social.
No es raro, porque unos y otros padecemos un problema muy similar. Parte de nuestro trabajo consiste en decirle a la gente qué hay que hacer, pero, ahora mismo, ni políticos ni periodistas tenemos la menor idea sobre el rumbo a seguir. Nos limitamos a esperar que escampe la tormenta. Y ya veremos.
En el caso de los políticos, la carencia de ideas resulta casi dolorosa. No me refiero a la campaña electoral, estas ferias de la propaganda siempre han sido vacuas. ¿Elecciones al Parlamento Europeo? Pues se habla de Franco o de aviones Falcon, y ya está. Me refiero a la gran cuestión, a cómo enfrentarse a la crisis y, puestos en exigencias, a lo que venga después de este destrozo.
¿Qué nos propone el Gobierno? No está nada claro. ¿Quiere que ahorremos? ¿Quiere que consumamos? ¿Hay que reformar algo más que la ley del aborto? Misterio. Tampoco la oposición da pistas, dedicada, cuando interrumpe su discurso sobre los dispendios aeronáuticos, a las vaguedades habituales sobre el apoyo a las pequeñas empresas, a los jóvenes y a los parados cincuentones.
En cuanto a la prensa, ya ven. Ignoramos cuál es la mejor manera de actuar contra el paro y el colapso económico, cosa hasta cierto punto lógica visto el despiste general. Lo grave es que no sabemos qué hacer con nuestro propio negocio. Decimos que la prensa de papel se muere, lo cual podría ser, pero no encaja con el aumento de lectores (no de rentabilidad) registrado por los mejores diarios británicos, como elFinancial Times o The Guardian. Decimos que el futuro es digital, pero ningún directivo se atreve a pedir a los accionistas que apuesten (o sea, que pongan dinero sin esperar rentabilidad a corto plazo) por reforzar las operaciones en la Red.
Políticos y periodistas vamos perdidos. En un reflejo de defensa corporativa, me permito subrayar un dato positivo a nuestro favor: Federico Trillo no es periodista.
Libertad
ENRIC GONZÁLEZ 2 JUN 2009
Como ocurre con la justicia y otros conceptos abstractos que creemos entender, la libertad se resiste a las definiciones. Es imprescindible, por supuesto. Es muy hermosa vista de lejos, en especial cuando se carece de ella. Puesta en práctica y desde cerca, tiene sus pegas. Eso ocurre con todos los ideales humanos: funcionan mejor cuando son una meta.
El libre mercado, también llamado capitalismo, ofrece muy buenas posibilidades para observar con detalle las verrugas de la libertad: en último extremo, la libertad del fuerte es opresión para el débil, igual que la libertad del lobo consiste en matar ovejas. El caso de Susan Boyle, la señora poco agraciada y con bonita voz que se hizo célebre en Britain’s Got Talent (qué bien manipulada estuvo la reacción del público en su primera intervención, y qué buena fue la campaña publicitaria), constituye un paradigma de la libertad concreta en un caso concreto. Boyle padece problemas de aprendizaje y de conducta (falta de oxígeno al nacer, parece), pero quería ver reconocido su talento como cantante y acudió al programa televisivo. ¿Aspiraba a la fama? Pues se ha dado un atracón. En la final, a la que llegó ya muy frágil y agobiada por la presión de la prensa y el público, Boyle quedó segunda. Fue amable con los vencedores. Luego, entre bastidores, reventó. Un médico decidió internarla en una clínica psiquiátrica.
¿Culpa del programa? No, el programa ejerce su libertad para ganar dinero exhibiendo personas que (libremente) muestran lo mejor y lo peor de sí mismas. ¿Culpa de la audiencia? No, la audiencia ejerce la libertad que le permite divertirse con el concursante o a costa del concursante. En ciertas especialidades del negocio televisivo, el productor, el concursante y el espectador saben muy bien que disfrutan de plena libertad para degradarse, y la ejercen a fondo.
El resultado suele ser feo. A veces, como en este caso, muy feo: y da un exitazo de audiencia. Cosas de la libertad.
Promociones
ENRIC GONZÁLEZ 3 JUN 2009
Yo estoy a favor de cobrar el sueldo cada mes. Por lo tanto, prefiero que mi empresa sobreviva a la crisis. Y también las demás, por supuesto. Si para sobrevivir hay que seguir ofreciendo cacharros a los lectores, bienvenido sea el bazar del quiosco. Qué se le va a hacer.
Dicho esto, maticemos. Porque hay curiosas coincidencias en los objetos que los distintos diarios españoles proponen a su clientela.
Este periódico, a cambio de cupones y algún dinero, da a su clientela una especie de máquina multiuso con lector de DVD, TDT y otras cosas.ABC y La Vanguardia ofrecen pequeños televisores de pantalla plana. El Mundo apuesta por un proyector de vídeo estéreo. Reparen en que todo son artilugios electrónicos y en que todos ellos sirven para muchas cosas, menos para fomentar la lectura. En realidad, fomentan muy directamente el consumo de televisión.
A uno le habría parecido más lógico que, por la vía de las promociones, se intentara difundir entre los lectores una maquinita como el Kindle u otro de los inventos que permiten leer prensa digital cómodamente, en cualquier sitio y sin cansar la vista. Aún son caros, cierto. Precisamente por eso conviene echar una mano al potencial usuario. ¿Que no hemos desarrollado todavía buenos sistemas de recarga? Vale. Tal vez la prensa, en su natural optimismo, espera que se ocupen de eso las empresas televisivas.
En un mundo ideal lleno de bondad y favores recíprocos, tendría su lógica que, dado el interés de la prensa en que veamos televisión, las televisiones se desvivieran por estimular la lectura de periódicos. Como éste no es un mundo ideal, pienso que lo más razonable sería que la prensa se encargara de lo suyo. No es el caso. Habrá razones que se me escapan, o complejas explicaciones multimedia.
Hablando de desgracias, sólo faltaba ahora el horroroso accidente aéreo en el Atlántico. No hay ninguna ironía en esto. Habrán reparado en que el grueso de la publicidad en los periódicos consiste en ofertas de viajes. Pues eso, que hasta las noticias conspiran contra los pocos anuncios que nos quedan.
Culturalmente eróticos
ENRIC GONZÁLEZ 3 JUN 2009
Hace casi 20 años, un showman y cocinero irlandés, de nombre Keith Floyd, escribió un libro sobre cocina española. En uno de los pasajes decía lo siguiente: “Barcelona, ciudad de Gaudí, Dalí, macarras, putas, camellos, bailarines de tango ambulantes, restaurantes fabulosos, bares magníficos, en fin, el tinglado completo de una ciudad culturalmente erótica, es un lugar estupendo”. Lo nuestro, por tanto, lo saben desde hace tiempo hasta los cocineros irlandeses: somos “culturalmente eróticos”.
Por extensión y porque es obvio, podemos extender la definición a toda Cataluña. Éste es un país que rezuma erotismo. Siempre es bueno saberlo, aunque a ciertas edades ya no importe mucho.
Tal vez nos convenga algo de frustración sexual y más mala leche para examinar nuestra arcadia feliz con lucidez crispada
La cita viene a cuento por el asunto de Tossa de Mar. Como tal vez sepa el lector, el Ayuntamiento de Tossa ha prohibido la práctica del sexo en la playa. No los arrumacos ni los besuqueos, sino la fornicación y esos intensos ejercicios periféricos que, por razones radicalmente distintas, practican los muy jóvenes y los absolutamente nada jóvenes. El otro día hubo junto a la playa una manifestación antiprohibicionista.
Bien, vayamos por partes.
Diré, para empezar, que estoy a favor de la prohibición. Lo cual impone unas cuantas explicaciones.
Viene bien en estos casos invocar a un victoriano ilustre. John Stuart Mill, por ejemplo. Stuart Mill era heredero del empirismo, es decir, del pensamiento práctico, y se afilió al utilitarismo. Definición: la vida consiste en la persecución y aprovechamiento de lo útil. ¿Qué es lo útil? Lo que nos proporciona felicidad. Aquí hay que matizar, porque el concepto de la felicidad resulta resbaladizo. Jeremy Bentham interpretaba la felicidad como goce individual; Stuart Mill, en cambio, la veía como el resultado de aquellos gestos que beneficiaban al mayor número posible de personas, incluyendo al protagonista.
Si estamos con Stuart Mill (y, en mi opinión, deberíamos estar), la fornicación playera adquiere nuevas dimensiones. ¿Estamos en contra de que un turista inglés (110 kilos en canal, el Sun doblado en el bolsillo de atrás) se dé una alegría rebozándose de arena? No, absolutamente no. ¿Mejora nuestra vida la contemplación del mencionado inglés retozando en la playa? No, absolutamente no. Dado que el inglés, siendo lector del Sun, piensa que Stuart Mill es un centrocampista del West Ham o un caballo de carreras, tenemos que ser nosotros quienes hagamos caso al filósofo. El revolcón del turista no engrandece nuestras vidas, sino más bien al contrario. En especial si lo vemos de cerca, con su sudor, sus granos y su adiposidad trémula.
Sigamos con un argumento igualmente utilitarista. Quizá por nuestra condición de “culturalmente eróticos”, lo cual implica (y esto es pura teoría) un cierto grado de satisfacción sexual, la sociedad catalana actúa como actúa: lo acepta todo sin rechistar. ¿Para qué protestar, si ya estamos contentos?
Otra cosa. Ante quienes defienden el derecho a fornicar en la playa, esgrimiendo la tradición y el sacrosanto ejercicio de las libertades individuales, me permito recordar que ése es exactamente el argumento que utilizan los especuladores de Wall Street y de aquí mismo para justificar sus fechorías financieras. Eso es utilitarismo primario, epicureísmo barato, material de farsantes.
No creo haber convencido a nadie. Probaré con un poco más de utilitarismo. Uno: tal vez nos convendría un poco de frustración sexual, lo que equivale a un poco más de mala leche; no la del arrebato, sino la crónica, la que permite examinar con una lucidez crispada esta arcadia feliz en la que presuntamente vivimos. Dos: no existe un placer comparable al de lo prohibido; la tradición de los revolcones nocturnos en la playa tiene su gracia precisamente porque había que practicarlos con discreción y maña, y con mucho ojo al paso de los guardias civiles.
Prohibamos, pues. Y disfrutemos de las ventajas de la prohibición: la defensa del sensato utilitarismo del bien común, el goce de lo ilegal, y la represión más severa sobre el turista inglés.
Respeto
ENRIC GONZÁLEZ 4 JUN 2009
Canal + (del Grupo Prisa, como este periódico) estrenó anoche House of Saddam, o La casa de Sadam, una miniserie sobre el tirano iraquí. Fue coproducida en 2008 por HBO y BBC, es decir, lo mejor, con Showtime, que existe ahora en el negocio, y para el guión se utilizó una documentación exhaustiva sobre el personaje. Todo se centra en Sadam Husein, su familia y sus víctimas, y el relato adopta el tono habitual del subgénero mafioso, con mucha intimidad y mucha violencia. Salvando las distancias, vendría a ser un Goodfellas con gente uniformada. Con una diferencia: ni en el Sadam de esta serie ni en su entorno se percibe el más mínimo rasgo de humanidad. Probablemente el tipo era así, un execrable integral.
Conviene ver La casa de Sadam con la foto de las Azores a mano, y echándole de vez en cuando un vistazo; de lo contrario, se corre el riesgo de empezar a aplaudir la invasión de Irak antes de la mitad del primer capítulo.
Idealmente, la emisión de la serie debía haber comenzado hace unas semanas, para terminar ahora. Habría ayudado a mitigar, de alguna forma, la humillación que se nos inflige con la campaña electoral: resulta higiénico recordar que en algunos países las cosas están mucho, muchísimo peor. Me refiero a las cosas en general. En materia de propaganda política, dudo que exista un país democrático que se someta de forma periódica a tal cúmulo de tedio y mala baba.
No culpo a los políticos. Son, aunque no lo parezca, ciudadanos como los demás, y hacen, supongo, lo que creen que se espera de ellos. Si rompen las reglas del debate civilizado y del respeto a la opinión ajena será, sigo suponiendo, porque esas reglas ya no las respeta nadie en España. Si azuzan al Caín que llevamos dentro, será porque lo deseamos.
No hay nada que hacer, somos así. Ya lo dice el PP: Camps es el más honorable de los españoles. Imagínense cómo seremos el resto. Por suerte, y eso lo dice el PSOE, cuando Zapatero acceda a la presidencia de turno de la UE se producirá “un acontecimiento histórico planetario”. ¿Lo dice en serio? Yo me conformaría con un acontecimiento histórico español. O incluso con menos: con que las campañas electorales duraran sólo dos días.
Paz
ENRIC GONZÁLEZ 5 JUN 2009
En otro tiempo, hace años, el periódico (aclaro, por si acaso: un artilugio de papel con óptima interfaz que funciona sin pilas) era el gran medio informativo. Los mayores y los cinéfilos recordarán decenas de películas en que aparecía un chavalín con un montón de periódicos bajo el brazo, gritando algo así como “extra, extra, la guerra ha terminado”. Cuando alguien compraba el periódico, la cámara enfocaba la portada y se leía, en efecto, el titular: “La guerra ha terminado”.
Era otro tiempo. Imagínense, si ahora tuviéramos que enterarnos de esas cosas por los papeles. Disponemos, por fortuna, de medios mucho más rápidos y, por lo que parece, excelentemente informados. Como la televisión. Que además de la noticia permite ofrecer, por ejemplo, un alegre compadreo entre antiguos contendientes, para que se note que con la paz llegan de forma automática la sonrisa y el buen rollo.
PRISA (sociedad propietaria de Digital +, Cuatro y este periódico, entre otras cosas) y La Sexta (promovida por el empresario catalán Jaume Roures) mantuvieron durante meses un enconado conflicto, popularmente conocido como guerra del fútbol. Ambas sociedades se disputaban los derechos de retransmisión de la Liga española. Pero eso se ha acabado, a juzgar por el caluroso encuentro celebrado el miércoles, en el programa de Andreu Buenafuente (La Sexta), entre el propio Buenafuente y el periodista estrella de Cuatro, Iñaki Gabilondo, que hablaba desde el plató donde realiza su informativo. No hizo falta ni el titular sobre el fin de la guerra. Aunque se abordó de forma indirecta, el asunto quedó clarísimo.
Buenafuente y Gabilondo bromearon incluso sobre la presunta fusión entre Cuatro y La Sexta. Yo no sé nada sobre eso, porque, antiguo como soy, me informo por el periódico. Debo de ser el único: Gabilondo dijo tener la “corazonada” de que quizá esta misma semana habría una noticia acerca de “la boda”, y Buenafuente aseguró que quizá cuando volvieran a hablar ya les pagaría “el mismo dueño”.
¿Qué puedo decirles? Que se mantengan atentos a la pantalla. Es donde antes se dan las noticias.
El príncipe de Nápoles
Nápoles debe de ser la ciudad más aristocrática del mundo. Cosas de la historia. Cada vez que cambiaba la dinastía o la potencia dominante en el reino, y eso ocurría con frecuencia, los recién llegados ennoblecían a un montón de súbditos; esos títulos, luego, se compraban y se vendían libremente. La proliferación de supuestos aristócratas llegó a tal punto que el título de barón dejó de tener valor: ya lo era prácticamente todo el mundo.
Tiene su lógica, pues, que el hombre que simbolizó la ciudad, el napolitano más grande del siglo XX junto a Enrico Caruso, estuviera obsesionado por los títulos de nobleza. Nació con el nombre de Antonio Clemente, porque Clemente se apellidaba su madre, y fue un hijo ilegítimo en uno de los barrios más pobres, el de Sanità. De mayor se convirtió en otra cosa. Era, atención, Antonio Griffo Focas Flavio Dicas Commeno Porfirogenito Gagliardi De Curtis de Bizancio, alteza imperial, conde palatino, caballero del Sacro Romano Imperio, exarca de Rávena, duque de Macedonia y de Iliria, príncipe de Constantinopla, de Sicilia, de Tessaglia, de Ponte de Moldavia, de Dardania y del Peloponeso, conde de Chipre y de Epiro, y conde-duque de Drivasto y de Durazzo.
Antonio Clemente, ‘Totó’, famoso actor italiano de los años cuarenta, sentía una auténtica obsesión por los títulos nobiliarios
Todo eso, acompañado de los correspondientes escudos de armas, venía en sus tarjetas de visita. Para la gente, sin embargo, era sólo Totó, cómico de profesión.
Siempre sostuvo que era hijo natural del arruinado marqués Giuseppe de Curtis. Es posible, pero no es seguro. El caso es que nació en 1898 y el presunto padre le reconoció como hijo en 1928, cuando el niño tenía ya 30 años y podía pagarse un origen noble. Por si acaso, se compró también otro padre: en 1933, a cambio de una renta vitalicia, el marqués Francesco Gagliardi le adoptó y le cedió el uso de sus títulos.
En los años treinta, Totó era ya una celebridad del teatro romano. Su rostro imposible (resultado de un puñetazo), su físico de contorsionista y su talento para la improvisación le hacían único e inconfundible. A principios de la Segunda Guerra Mundial formó pareja artística con Anna Magnani, y luego, desde 1945, se convirtió en el actor más rentable y prolífico del cine italiano. Rodó en total 97 películas. Muchas de ellas, sin guión: era el propio Totó quien improvisaba. Todavía hoy no existe un italiano que no conozca el sketch de la carta dictada, o frases como “¿qué somos, hombres o cabos?”, o canciones como Malafemmena (fue compositor y llegó a competir en San Remo), o poesías como A livella(era un buen escritor).
Su vida era un continuo ir y venir de mujeres. Hacia 1928 conoció a Liliana Castagnola, una mujer fatal que había arruinado las vidas de varios hombres y que decidió arruinar la suya por Totó: cuando éste, harto de escenas de celos, se largó sin avisar, Liliana se suicidó. El actor quedó apesadumbrado, pero tardó semanas en inaugurar otra relación con una joven florentina, Diana Bandini, de 16 años. Él tenía 33. Tuvieron una niña en 1933 y se casaron en 1935.
En 1952, ya divorciado y con 54 años, se unió a Franca Faldini, de 20. Totó explicó en una carta los motivos para no casarse, y dejó asomar la esquizofrenia de sus dos personalidades: “Tengo el sentido de la medida y el sentido del ridículo, Franca es mucho más joven que yo y no habría soportado los comentarios malignos del prójimo; el actor Totó debe hacer reír, pero el hombre Totó, o más bien el príncipe de Curtis, nunca. El príncipe de Curtis es, lo sabemos, una persona seria”. Hacia esa época exigía a sus compañeros de rodaje que se dirigieran a él con el tratamiento de “alteza”.
En los años sesenta fue perdiendo la vista hasta quedar casi ciego. Vivía como un aristócrata, en el barrio más caro de Roma, y mantenía un gran refugio para perros abandonados. Con excepción de los críticos, Italia entera le adoraba. Quiso cerrar su carrera, sin embargo, con un testamento cinematográfico digno de su nobleza. Se puso en manos de Pier Paolo Pasolini y, sin saber qué hacía, sin guión y sin ver nada a su alrededor, rodó Pajarracos y pajaritos, una extraña metáfora marxista que le reportó una Palma de Oro especial en Cannes (1966) y un premio al mejor actor. Esa película fue sólo un ensayo del cortometraje ¿Qué son las nubes?, la obra más poética, hermosa y duradera en la filmografía de Totó y de Pasolini.
Murió en 1967, aún con pleitos en marcha para acumular más títulos. El último, el de conde de Ferrazzano, se lo sacó en 1960 a la República de San Marino. A su entierro, el 17 de abril de 1967, acudieron más de 200.000 personas. Que volvieron a acudir, el 22 de mayo, al funeral organizado por Nasó e Cane, jefe camorrista del barrio de Sanità.
La semana pasada, alguien robó de su tumba el escudo heráldico. Era la peor ofensa que podía hacérsele a Totó. Por fortuna, ya ha sido recuperado.
Reforma
ENRIC GONZÁLEZ 8 JUN 2009
El capitalismo de ahora, ¿es el antiguo o el reformado? Debería ser el modelo nuevo, porque los líderes mundiales dijeron hace un par de meses, en Londres, que el asunto corría prisa. Pero es casi idéntico al modelo antiguo. En la transparencia, por ejemplo: ¿alguien sabe algo sobre la situación real de las cajas de ahorros? No. O en la especulación, que vuelve a dar alegrías en los mercados financieros. O en las retribuciones a los directivos, que siguen alejándose de los salarios. O en los paraísos fiscales, que funcionan como si nada.
Algo sí ha cambiado, hay que reconocerlo. Ahora tenemos un capitalismo subvencionado por el Estado, es decir, el contribuyente. Aunque el ciudadano no los vea, millones y millones de euros y dólares salen cada día calentitos del horno para reanimar el pulso financiero. Esa masa de dinero acabará, probablemente, provocando inflación. De momento, aumenta la deuda pública, lo que más adelante impondrá a los Gobiernos una política presupuestaria restrictiva: aquello tan gráfico de apretarse el cinturón, aún más. O sea, que pasaremos estrecheces y subirán los precios.
Como resultado adicional del endeudamiento, no habrá margen para gastos extraordinarios cuando, dentro de 15 o 20 años, se produzca la crisis del sistema de pensiones. Qué se le va a hacer. Aunque solemos decir que las personas son más importantes que el dinero, asumimos (todos, porque la gracia del capitalismo consiste en que todos somos sistema) que en realidad es al revés y el dinero está muy por encima de las personas. Ya verán: en cuanto la Bolsa suba un par de trimestres seguidos, nos explicarán que no conviene reformar algo que funciona.
La cosa nos costará cara, pero podremos decir que los contribuyentes hemos salvado el capitalismo. Qué hermosa sensación de orgullo.
Al cierre de esta columna se desconocían los resultados electorales. En un universo razonable debería haber ganado Angela Merkel (no la democracia cristiana alemana, sino ella, la única dirigente continental que no inspira desconfianza o vergüenza) y deberían haber perdido los demás, sin excepciones.
Piratas
ENRIC GONZÁLEZ 9 JUN 2009
En la espléndida biografía que le hizo Manuel Chaves Nogales, el torero Juan Belmonte contaba que llegó a hacerse ganadero. En sus propias palabras, “señorito terrateniente”. Recordaba que en 1931, con la República, los jornaleros andaluces iban por el campo “vengando viejos agravios de los caciques y llevándose de paso lo que buenamente podían”. Y añadía: “Les guiaba, sin embargo, en estas depredaciones, un cierto espíritu de justicia”.
Ya sé que no es lo mismo y que no es igual, pero me cuesta muy poco relacionar a las grandes empresas productoras (ejecutivos con avión privado, retribuciones estratosféricas, etcétera) con aquellos caciques, y a los consumidores, estafados durante décadas, con aquellos jornaleros. También sé que entre los ejecutivos bien pagados y los consumidores están los creadores, que necesitan cobrar por su trabajo, a ser posible algo más de lo que la industria ha venido pagándoles. Pero considerando la situación en su conjunto, me alegro mucho de que el Partido Pirata sueco haya obtenido un escaño en Estrasburgo. No estoy de acuerdo con todo lo que propone el Partido Pirata (el nombre ya es discutible), pero estoy más de acuerdo con ellos que con sus enemigos.
Luchar contra los intercambios personales en Internet es como luchar contra la inmigración ilegal: puede parecer razonable en teoría, pero en la práctica resulta inútil y conduce a injusticias intolerables. Para ser disuasorias, las sanciones contra los intercambios digitales deben ser severas; y si son severas, son desproporcionadas. La sociedad suele tolerar mal la desproporción en el castigo. O sea, me parece una batalla perdida. Convendría ir repensando el sistema del copyright, las patentes y el conjunto de la propiedad intelectual. Porque no es justo (las empresas ganan más que los creadores, sin ahondar en la prepotencia de las viejas discográficas) y, sobre todo, porque las nuevas tecnologías lo hacen obsoleto. Obviemos también las leyes que permiten el control de la correspondencia electrónica; su indecencia resulta obvia.
Un eurodiputado no es mucho, pero valdrá más que muchos políticos prejubilados en Estrasburgo.
Ficción
ENRIC GONZÁLEZ 15 JUN 2009
Decía el otro día Imanol Arias, en el Festival de Islantilla, que tal vez convendría acortar los próximos capítulos de Cuéntame. El actor reflexionaba sobre los problemas presupuestarios de todas las televisiones y los que, en concreto, podrían afectar a TVE en cuanto se aplicara el nuevo modelo sin publicidad. Proponía, en resumen, ofrecer menos cantidad para no tener que rebajar la calidad.
La idea de Arias no carece de fundamento. La ficción es el plato más caro del menú televisivo, y por cada serie que funciona hay bastantes que no. Véase la no continuidad de la hipertensa La chica de ayer y la suspensión de Unidad Central Operativa tras tres capítulos, al precio, dicen, de casi un millón de euros la unidad. Con esa suma se pueden fabricar toneladas de tomate o casquería. Bastan 100.000 euros para pagar a cuatro personas conocidas (conocidas fundamentalmente por salir en la pantalla como caras conocidas), dispuestas a tirarse de los pelos en plató hasta que el regidor diga basta. Y la audiencia responde.
Aparecerán, supongo, microformatos más llevaderos, y la programación desbordará de manera creciente la pantalla convencional para extenderse al ordenador y al móvil. Sin entrar en cuestiones cualitativas, la ficción clásica de producción española, con actores más o menos acreditados y con un montón de episodios de hasta hora y media, se perfila como la principal víctima del apretón económico. Acaso resistan con menor dificultad las series de público adolescente.
¿Recibirá un nuevo impulso lo que llamamos telebasura? No sería extraño. Al fin y al cabo, refleja (o hereda) pulsiones básicas de la sociedad española. Los dos grandes partidos, PSOE y PP, llevan mucho tiempo practicando el género con éxito. Les benefician, parece, la erosión de las instituciones judiciales por la bronca partitocrática, las agresiones injustificables (como el bloqueo del escaño de Leire Pajín por el PP valenciano), la penosa publicidad-dóberman del PSOE, la transformación del escenario político en un plató lleno de insultos y descalificaciones. Será que nos gusta. Será que nos lo merecemos.
Crítica
ENRIC GONZÁLEZ 16 JUN 2009
¿Cuál debe ser el currículum profesional de un crítico? ¿Cuál es exactamente su función? ¿Hasta qué punto puede ser objetivo su trabajo? Éstas son cuestiones complejas, que conviene plantearse de vez en cuando. Ahora mismo, el periódico más influyente del mundo,The New York Times, se las plantea porque tiene que elegir un sustituto para su crítico más importante: el de restaurantes. Ningún empleado delTimes suscita tantas quejas y polémicas, y ninguno tiene un presupuesto personal tan elevado: sus notas de gastos superan los 50.000 dólares anuales, sin contar viajes ni hoteles.
El diario neoyorquino ha mantenido una interesante evolución a la hora de elegir a su crítico estelar. Hasta los años ochenta se consideraba indispensable que la persona en cuestión tuviera experiencia en los fogones o en la gestión de establecimientos; en los noventa se retiró esa condición, pero se nombró a un crítico que llevaba muchos años ejerciendo la función en otros medios informativos. En 2004 se optó por un cambio drástico y ocupó el puesto Frank Bruni, un periodista que había cubierto la primera guerra del Golfo, la primera campaña presidencial de Bush y la corresponsalía de Roma. ¿Conocimientos culinarios? Cero. Frank Bruni escribía bien y tenía buen estómago. Eso fue considerado suficiente.
Los directivos del Times sabían que la inmensa mayoría de los lectores del crítico no acudían a los restaurantes reseñados, porque eran caros o, simplemente, porque estaban en Nueva York y el lector estaba en San Francisco o en Portugalete. Según las encuestas internas, lo que el lector pedía era disfrutar de una experiencia vicaria (comer a través de otro, digamos) y entretenerse. Por otra parte, se sospechaba que cuanto más introducido estaba el crítico en el oficio de la restauración, más propenso resultaba al compadreo y al amiguismo. De ahí que se optara por Bruni, que ha hecho un trabajo excelente y al que, por supuesto, numerosos restauradores han acusado de intrusismo, de subjetividad, de “animosidad” (uno pagó una página de publicidad para decirlo) y de falta de amor por la cocina. Lo dicho, un trabajo excelente.
XIX
ENRIC GONZÁLEZ 17 JUN 2009
Las dos series más vistas en el mundo son House y CSI. Lo cual viene a demostrar algo que ya se sabía: permanecemos aferrados al siglo XIX.
Olvídense de la novela francesa, de Dickens y de Dostoievski. El gran personaje decimonónico, el que mejor encarna el espíritu del XIX, es Sherlock Holmes. El detective de Baker Street representa el triunfo supremo del mito científico, según el cual la observación, el estudio y la lógica, es decir, la ciencia, pueden desentrañar cualquier enigma, incluyendo el más oscuro: el comportamiento humano. Ya sabemos, o deberíamos saber, que las cosas no son así, sino más bien al contrario, y que cada hallazgo suscita nuevas dudas. Pero nos consuela soñar con el mundo perfecto de Holmes.
El personaje del doctor Gregory House fue concebido casi como una parodia de Holmes: todo en él, hasta su dirección (apartamento 221 B), está basado en el detective creado por Conan Doyle a partir, irónicamente, de un médico escocés llamado Joseph Bell. El hospital es sólo un entorno neutro, sin batas ni enfermos entubados, en el que puede desarrollarse el trabajo infalible de la mente científica enfrentada a un criminal desconocido disfrazado de enfermedad rara.
Las referencias a Holmes son mucho menos directas en CSI; el mecanismo, sin embargo, es idéntico: el caos universal, simbolizado por el crimen, puede resolverse con dotes de observación, deducciones metódicas y un buen laboratorio. La verdad se descubre siempre, el progreso es lineal, la ciencia nos da las respuestas, etcétera: ah, la dulzura del pasado, aquel tiempo anterior a la Gran Guerra, a Auschwitz, a la bomba atómica, a la física cuántica y a los derivados financieros.
El presente no es ajeno, por supuesto, a la programación televisiva. Losty sus imitaciones representan lo contemporáneo con bastante eficacia: personajes que se mueven en un entorno fluido e incomprensible y hacen cosas extrañas, impulsados por razones desconocidas. Personalmente, ese género me inquieta: me recuerda demasiado al Gobierno. Yo también, al final, busco consuelo en la seguridad deHouse y CSI.
Funcionarios
ENRIC GONZÁLEZ 17 JUN 2009
Las teorías socio-religiosas de Max Weber han hecho fortuna: ahora son casi vox pópuli. Ya saben, aquello de que el capitalismo y la ética del trabajo tienen raíces protestantes. Puede que sea cierto; en cualquier caso, hoy resulta irrelevante. La riqueza y la pobreza se explican mejor, históricamente, por otras razones. Podríamos señalar dos fundamentales: la distancia del Estado (o la presencia de un Estado liberal e inapetente) y el movimiento demográfico.
Miremos el mapa de Europa. Dos de los países con mayores concentraciones industriales, Alemania e Italia, no existieron hasta el siglo XIX. Hasta entonces no había Estado, sino un imperio perezoso como el austro-húngaro, unos cuantos duques y los prohombres locales. No fueron Bismarck ni Cavour quienes crearon el tejido empresarial en torno a Hamburgo, Francfort o Milán: eso existía desde antes, igual que la banca (sin los préstamos de la familia Rothschild, el continente habría evolucionado de forma distinta) o el sentido comercial.
¿Quién es capaz, en Cataluña, de generar casi 40.000 puestos de trabajo anuales? La Administración pública. Sólo ella.
Los Países Bajos, otro ejemplo de éxito económico, sí tenían Estado, pero pequeño, burgués y con vocación mercantil: Nueva York, por ejemplo, conserva en su genética colectiva el ADN holandés, y sigue sin parecerse al resto de Estados Unidos. Dejemos Gran Bretaña (su revolución industrial fue un subproducto del imperio), Francia (el Estado napoleónico se ve a sí mismo como una gigantesca empresa familiar) y a los escandinavos, que son caso aparte.
El movimiento demográfico, es decir, las idas y venidas de población, la mezcla y la movilidad, constituye otra característica de las zonas que han mantenido hasta hoy un espíritu económicamente innovador.
En cierta forma, y sin tirar demasiados cohetes porque suele exagerarse cuando se habla del antiguo dinamismo catalán, Cataluña compartía algunos de esos rasgos. Solía tener al Estado lejos, excepto cuando desfilaban tropas, se pagaban impuestos o tocaba bombardeo, y estaba habituada al mestizaje.
El historiador Jordi Nadal afirmó el otro día que los catalanes se habían vuelto comodones, habían perdido ambición y desarrollado una perversa afición por colocarse en alguna Administración pública, lo que en general se asimila al empleo seguro, el horario fijo, los horizontes limitados (excepto, evidentemente, en las áreas de urbanismo) y la escasa voluntad de asumir responsabilidades.
Es una teoría interesante y, aceptando la injusticia de cualquier generalización, probablemente acertada. La vocación burocrática puede explicarse por muchas razones (el desempleo crónico, la deslocalización de la industria, la precariedad laboral de la mayoría de los jóvenes), pero conviene no perder de vista lo más obvio: el funcionariado es, con diferencia, quien más empleo ofrece. ¿Quién es capaz, en Cataluña, de generar casi 40.000 puestos anuales? La Administración pública. Sólo ella.
Ya no se trata de si este inmenso aparato administrativo funciona de manera eficiente, aunque también, sino de si es sostenible. ¿Lo es? Salvo milagrosa aparición de petróleo en el subsuelo del Fórum o de Port Aventura, no. Ni con una mejor compensación fiscal, ni con la financiación pública más generosa: esto no se aguanta a medio plazo. Cataluña está drenando sus recursos productivos, está empezando a vivir de crédito y se coloca en muy mala posición para enfrentarse a los próximos 15 o 20 años, que empiezan con la actual crisis y acaban, si se cumple lo previsto, en una pesadilla demográfica: casi tantos pensionistas, funcionarios y subsidiados como creadores de riqueza.
Antes, cuando el Estado estaba muy lejos y el capitán general muy cerca, se decía que los catalanes sentían aversión por el funcionariado y por los controles burocráticos, a excepción de los aranceles que protegían la industria local. Esa aversión se ha demostrado falsa: el Estado (la Generalitat y demás administraciones) nos encanta, y mejor cuanto más gordo. En ese sentido, podemos sentirnos afortunados: las administraciones públicas son los únicos organismos del universo que pueden ganar peso, pero nunca perderlo.
NightJack
ENRIC GONZÁLEZ 18 JUN 2009
¿Puede tener un blog tantos lectores como un periódico? En ese caso, ¿qué ocurre? Una de las ventajas de la realidad consiste en que acaba respondiendo a ciertas preguntas teóricas, como las expuestas anteriormente. Ya sabemos que un blog, en este caso el de alguien oculto bajo el seudónimo de NightJack, puede superar los 60.000 lectores diarios y alcanzar puntas de 500.000. Y sabemos también lo que ocurre: The Times, el diario londinense que en otra época representó los mejores valores del periodismo, ha conseguido cerrar elblog de NightJack.
NightJack empezó a escribir un blog en febrero de 2008, ocultando su identi-dad pero presentándose como miembro de la policía. Hay bastantes blogs policiales y anónimos en Reino Unido (pueden verse en www. 200weeks.police999.com); NightJack, sin embargo, se distinguió rápidamente. La escritura era ágil, permitía seguir de forma cotidiana el trabajo de un detective y sólo se omitían, para no vulnerar la legislación procesal, los detalles que habrían permitido identificar los casos en los que NightJack participaba. El éxito le fue reconocido en abril pasado con el Premio Orwell al mejor blog; la dotación económica fue entregada a una institución benéfica.
Hasta aquí, todo bien. Pero a The Times se le ocurrió investigar quién era NightJack, y lo descubrió. El autor del blog acudió a la justicia para que defendiera su anonimato y un juez decidió, el martes, que su identidad no merecía ninguna protección. The Times publicó de inmediato que NightJack era Richard Horton, detective de la policía en Lancashire. Acabado el anonimato, se acabó el blog. Y los lectores deThe Times, muchos de los cuales eran también lectores de NightJack, están furiosos con el diario.
“Es que podía ser un fraude”, se defiende The Times. Sí, pero no lo era. ¿Ha servido The Times al interés público? No, más bien lo contrario. Ha forzado el cierre de un blog útil e interesante y ha creado una jurisprudencia peligrosa: ningún blogger británico tiene ya derecho legal al anonimato. Todo eso, ¿para qué? Pues para vender unos ejemplares más: estas cosas las hacemos siempre por dinero.
Negro
ENRIC GONZÁLEZ 19 JUN 2009
Dicen que en épocas de crisis florece el género negro: novelas, películas, esas cosas. Puede ser. De un tiempo a esta parte, consumimos bastantes peliculitas policiales estrictamente negras. Los Mossos d’Esquadra catalanes han protagonizado varias piezas de violencia intimista, muy celebradas. Ayer alcanzó gran audiencia una obra, esta vez filmada en exteriores, en la que un grupo de policías de Barajas interactuaba, por decirlo de alguna forma, con un ciudadano senegalés. A diferencia de las películas de origen catalán, que carecen de banda sonora, en ésta había voces. Se escuchaba, por ejemplo, una voz infantil en francés: “¿Por qué lo tiran por el suelo?”.
Las imágenes son desagradables. Tanto, que no quiero volver a verlas: podrían acabar confundiéndome. Y éste es un asunto en el que conviene mantener las ideas claras. No sé si los policías se extralimitaron y usaron con el ciudadano una violencia innecesaria. No lo sé y, francamente, me importa poco: es relativamente irrelevante dentro de la historia que, con una elipsis hábil y reconcentrada, cuentan las imágenes.
La historia es la de un tipo que ha hecho un viaje largo, caro y quizá penoso (ignoramos si se trasladó en avión o en patera) desde Senegal hasta España. El tipo quiere cambiar de vida, a mejor, y establecerse en Europa: haya delinquido o no, lo que caracteriza a un emigrante es que tiene un gran proyecto vital e intenta llevarlo a cabo. El tipo, para su desgracia, es detenido y expulsado de vuelta a Senegal. Su proyecto vital se va a hacer puñetas. En este contexto, ¿creen que lo importante son 10 minutos de maltrato sobre la pista de un aeropuerto? No, eso es una simple metáfora en imágenes. Lo esencial es la expulsión, el fracaso, el fin del sueño.
Cuando un Gobierno establece una política de expulsión o deportación de inmigrantes clandestinos, porque lo exige gran parte de la población, suceden estas cosas. Es bueno que las veamos: nos obligan a recordar que la sociedad española las exige. ¿Alguien cree que las expulsiones son corteses y bienhumoradas? No, son así. Y esto, según los sondeos, es lo que queremos.
Indignante, ¿no?
Las virtudes del estadista
A un estadista no se le exige honradez. Bueno, sí, se le exige, pero no se le valora por ella. Cuentan más la inteligencia y la compostura pública, virtudes que, cuando se combinan con la falta de escrúpulos (cualidad sine qua non del estadista), emanan densos efluvios de cinismo.
Examinemos el caso de François Mitterrand, comúnmente considerado uno de los grandes estadistas de nuestro tiempo. Mintió, delinquió, favoreció a la extrema derecha y propició la corrupción. Todo eso lo sabemos, y empezaba a saberse ya en los últimos años de su mandato. Daba igual. Encarnaba la majestad de la República, el empaque de la Historia y, además, una cierta idea de Francia y de Europa.
François Mitterrand, durante sus 14 años como inquilino del Elíseo, cometió todo tipo de tropelías
Poco a poco, fue sabiéndose todo de él. Obviemos su juventud ultraconservadora, su colaboración con el régimen de Vichy, su amistad con personas implicadas en el exterminio de los judíos: agua pasada. Concentrémonos en sus 14 años como inquilino del palacio del Elíseo, durante los cuales cometió todas las tropelías del manual.
Empezó como suelen empezar estas cosas: con una mentira. En noviembre de 1981, meses después de su elección, le fue diagnosticado un cáncer de próstata con metástasis. Un prestigioso especialista, el doctor Adolphe Steg, que tuvo que examinarle a escondidas en un lavabo del palacio, descartó que pudiera sobrevivir más de tres años. Mitterrand ordenó que su cáncer quedara en secreto, lo que obligó a falsear durante 12 años los informes médicos que hacía públicos cada seis meses.
En 1983 ordenó que fueran intervenidos los teléfonos de unas 150 personas, entre las que había políticos, abogados, periodistas y empresarios, a las que consideraba “enemigos potenciales”. También intervino el teléfono de la actriz Carole Bouquet, que no era enemiga potencial, pero le gustaba mucho.
En 1984 envió tropas a la frontera entre Congo (entonces Zaire) y Ruanda, oficialmente para detener el genocidio que los hutus cometían contra los tutsis, en realidad para proteger a los dirigentes del genocidio, viejos aliados de Francia. Sólo un año después, en 1985, hizo que un equipo de agentes secretos destruyera en Nueva Zelanda elRainbow Warrior, buque insignia de Greenpeace, para dificultar la protesta de la organización ecologista contra los ensayos nucleares franceses en Mururoa. En el atentado contra el Rainbow Warrior murió un fotógrafo, Fernando Pereira.
Hubo otros asuntos públicos, como la corrupción y los sobornos en Elf. Y, evidentemente, otros asuntos privados. No era ningún secreto que Mitterrand mantenía relaciones con distintas señoras, y tampoco era un secreto que albergaba en un palacio de la República a Anne Pingeot, confidente y madre de su hija Mazarine. No era un secreto, pero nadie lo publicaba.
Su vida personal estaba tan compartimentada que su hijo Jean-Christophe (conocido en África como “papa m’ha dit”, “papá me ha dicho”, por su labor como encargado de la diplomacia más oscura, esa que, por ejemplo, convirtió en inmensamente rico al recién fallecido presidente de Gabón) no conoció personalmente a su hermanastra Mazarine hasta 1994: Mitterrand había sido operado de cáncer y el hijo le visitó antes de la hora fijada, cuando la hija secreta estaba aún en la habitación del hospital. La situación, según los testigos, resultó embarazosa. Poco después, la revista Paris Match fue autorizada a desvelar el secreto de Anne Pingeot y de Mazarine, que utilizaban habitualmente el avión presidencial para sus desplazamientos.
Los últimos años, cuando el cáncer le obligaba a guardar cama durante casi toda la jornada, fueron casi dantescos. En 1993 se suicidó Pierre Bérégovoy, ex primer ministro de Mitterrand: tenía mucho de honesto y poco de estadista, y no pudo soportar que le acusaran de corrupción. En 1994 se suicidó, en su oficina del Elíseo, François de Grossouvre, que en teoría había dejado de ser asesor presidencial en 1985, pero seguía ocupándose, como Jean-Christophe, de los temas ocultos.
En 1996, cuando murió, este periódico tituló: “Francia despide con emoción a Mitterrand, el último presidente que encarnó la grandeur”. En la información se encontraba esta frase, escrita por un servidor: “Su larguísimo mandato, su influencia internacional, sus obras arquitectónicas y su propia personalidad hicieron de él un Rey Sol del siglo XX. Francia entera se inclina en memoria del hombre que acabó con la guillotina”.
Cuando muera Silvio Berlusconi, dudo que publiquemos algo parecido. ¿Por qué? Por una simple cuestión de estadismo: aquello que decíamos de la inteligencia, la compostura y el cinismo reconcentrado.
Neda
ENRIC GONZÁLEZ 22 JUN 2009
Creo que la información debe atenerse a ciertas normas. Creo que hay que respetar la intimidad, que hay que proteger a los niños, que hay que evitar la obscenidad, que hay que huir del sensacionalismo. Empiezo a creer que lo que yo creo apenas resiste un choque con la realidad. Pongamos como ejemplo CNN. La televisión estadounidense, igual que otras, emitió las imágenes de Neda, suponiendo que la chica se llamara así y suponiendo que efectivamente murió de un disparo en las calles de Teherán. Existen dos filmaciones de su agonía y muerte. CNN eligió la más larga y terrible (evito descripciones: quien quiera solazarse con ello, lo encontrará por todas partes), pero pixeló el rostro de Neda. Es lo que impone cualquier Libro de estilo. Mientras tanto, el vídeo podía encontrarse, íntegro y sin píxeles, en centenares de medios digitales.
Horas después de que CNN emitiera las imágenes, un grupo se congregó ante la sede neoyorquina de la ONU para protestar contra la represión de las autoridades iraníes. Unos manifestantes llevaban pancartas. Otros llevaban fotos, todas idénticas: mostraban un primer plano del rostro de Neda, con los ojos aún abiertos, quizá todavía agonizante.
CNN tuvo que informar de la protesta. ¿Qué hacer? Los manifestantes, estadounidenses de origen iraní, utilizaban como símbolo de lo que ocurría en Teherán aquella imagen que CNN ocultó a su audiencia. En esta situación, y dado que pixelar las fotos que mostraba el grupo habría resultado ridículo, CNN exhibió el rostro de Neda y pasó a otro asunto. Los medios no siempre pixelamos los rostros de los cadáveres. Creo que este periódico publicó imágenes faciales de los hijos de Sadam Husein ya muertos. En ese caso debió pesar el “valor informativo”, un valor que en los buenos tiempos concedía o denegaba el propio periódico. El problema, ahora, consiste en que el “valor informativo” lo deciden otros. Lo decide, mientras nosotros hojeamos el Libro de estilo,nuestra antigua clientela.
Fracaso
ENRIC GONZÁLEZ 23 JUN 2009
Aída, que el domingo concluyó temporada, nunca fue una serie moralizante. Más bien el contrario. Ahora, con la ausencia de la actriz Carmen Machi y del personaje que interpretaba, la protagonista Aída, la serie ha derivado hacia una estricta amoralidad. Aída García, surgida deSiete vidas, constituía el único flotador ético de Aída: ignorante, zafia y oportunista, pero empeñada en trabajar y en sacar adelante a su familia.
Lo que queda tras su desaparición son patanes buscavidas, más o menos entrañables, y dos personajes, el tendero fracasado y su hijo, que encarnan la moraleja de la historia: ambos son inteligentes y eso, en el contexto del barrio, les condena a la condición de parias. Son listos y buenos; son, por tanto, más tontos que los tontos.
El gobernador del Banco de Italia, Mario Draghi, un hombre serio y competente, dijo ayer que el progreso de su país no dependía de Berlusconi ni de las cifras macroeconómicas, sino “de los conocimientos de la población”. “Una persona con menos de diez o quince años de escolarización”, afirmó Draghi, “debe considerarse funcionalmente analfabeta. El desarrollo económico depende de la investigación científica organizada y de un sistema eficiente de adiestramiento técnico y científico”.
No creo, por supuesto, que los personajes de Aída y su barrio, Esperanza Sur, constituyan una muestra representativa de la sociedad española. No lo es, al menos, en lo que se refiere al conocimiento. Quizá sí, de alguna forma, en cuanto a criterios éticos.
Pese a los problemas de la enseñanza y al elevado índice de escolarizados funcionalmente analfabetos, España cuenta con los jóvenes mejor preparados de su historia. Está perdiendo, sin embargo, como otros países europeos, el respeto al trabajo, al esfuerzo, al mérito.
Parte del empresariado no sabe siquiera qué son esas cosas: invertir en tecnología es arriesgado y complejo; todo lo contrario que dar el pelotazo fácil con el ladrillo (el ladrillo es sólo una metáfora, que vale para otros sectores) y colgarse, encima, la medalla de la creación de empleo.
El fracaso español, si puede hablarse de fracaso, es empresarial. Conviene recordarlo.
Cuentos chinos
ENRIC GONZÁLEZ 24 JUN 2009
¿Los chinos de Mataró? Estoy de acuerdo con la inmensa mayoría de la población biempensante: en España hay que cumplir las leyes españolas, son intolerables las condiciones laborales de los talleres clandestinos, etcétera.
Sin embargo, deberíamos dejar de hablar de “mafias chinas”, o hablar también de “mafias españolas”, cuando nos referimos a estas cosas. ¿Qué es una mafia china? ¿Un grupo de empresarios que explota a inmigrantes clandestinos y no cumple la ley? Vale. De eso, en España, a montones. Ignoro qué hacen las “mafias chinas” cuando un trabajador se corta un brazo. Quizá, como las “mafias españolas”, tiran el brazo a la basura y dejan al trabajador en la calle. Ése es un punto que no ha quedado claro y que los periodistas deberíamos investigar: tal vez los chinos estén integrándose más deprisa de lo que pensamos.
La legislación social europea es una excepción favorecida por la existencia de la URSS y de la teórica alternativa comunista
También podrían evitar las autoridades montar este tipo de espectáculo policial. La macrorredada de Mataró ha servido para dejar en la calle y cabreados a cientos de chinos, y no sé si para algo más.
Ya que hablamos de esto, convendría que supiéramos callarnos antes de pronunciar las palabras competencia desleal. Si un empresario español fabrica en España los mismos productos que se fabrican en China, o los que fabrican en España los talleres chinos clandestinos, no sólo merece pagar todos los impuestos que paga: habría que aplicarle, además, un impuesto especial sobre la estulticia. Y aplicárselo rápidamente, porque su empresa tiene los días contados. ¿Es injusto, dicen? Sí, el mundo es muy injusto. Para más información, hay que dirigirse a los cuatro millones de parados, tirando a cinco, que hay en este país.
Quiero decir con esto que seguiremos comprando productos chinos, fabricados en China o fabricados en España.
No estaría de más matizar un poco cuando, como yo mismo he hecho antes, calificamos de “intolerables” las condiciones de trabajo en esos talleres de Mataró. También era bastante intolerable la situación de los millones de inmigrantes españoles que financiaron desde el extranjero el “milagro económico” franquista, y las agotadoras jornadas de pluriempleo y servidumbre que soportaron nuestros padres para que nosotros tuviéramos la opción de vivir mejor que ellos. Tolerable es lo que cada cual tolera. Usemos los calificativos legal e ilegal, suficientes para definir estos asuntos.
Otra cosa: es bastante normal, como nuevos ricos que somos gracias a las subvenciones europeas, que procuremos olvidar nuestro pasado reciente e intentemos considerar “normal” el Estado de bienestar de que disfrutamos. Pero no es normal. La legislación social europea es una excepción, una extraordinaria conquista favorecida por la existencia de la URSS y de la alternativa (teórica) comunista. No es exportable y, hoy por hoy, existen dudas razonables sobre si será sostenible a medio plazo. Es una rareza maravillosa. Visto desde fuera, el Estado de bienestar europeo aparece raro, muy raro.
A finales del siglo XIX y principios del XX, los pogromos en el este de Europa lanzaron sobre los países occidentales sucesivas oleadas de inmigración judía. En Londres, por poner un ejemplo, se levantó un clamor contra aquellos desgraciados que se hacinaban en Whitechapel, trabajaban por casi nada en los muelles y los mataderos, y reventaban las modestísimas conquistas laborales (la abolición del trabajo infantil en las minas, por citar una de ellas) de los obreros ingleses. Esos judíos, en cuestión de décadas, transformaron Londres en una próspera ciudad de servicios, mientras la industria autóctona se desvanecía en la nada.
Como los catalanes no somos hipócritas, cuento con ver formidables operaciones policiales en las explotaciones agrarias: dicen que en ellas, a veces, los inmigrantes trabajan también por debajo de la ley (y con patronos subvencionados desde Bruselas). Cuento con ver también macrorredadas en las que aparezcan centenares de becarios de 35 y 40 años, y que los empresarios que les explotan acaben delante de un juez.
Y espero que la realidad, la puñetera realidad, no se nos lleve a todos por delante.
Debate
ENRIC GONZÁLEZ 24 JUN 2009
Estuve viendo a José María Aznar en el programa de Ana Rosa Quintana. Qué mal empieza esto, ¿no? Pues sigue peor, porque me picó la curiosidad y repasé el último libro de Aznar, ese que está promocionando y en el que, según el propio autor, se ofrecen las recetas para salir de la crisis. No debería confesar que pierdo el tiempo de esta manera, y menos ahora, cuando mi empresa ha anunciado un recorte de salarios, pero a ciertas edades ya no se cambia.
Me permito reventar el libro, con la convicción de que quien quiera comprarlo lo comprará de todos modos: abunda en las obviedades de siempre y en ninguna parte ofrece ninguna fórmula interesante para remontar la crisis. Además, ningunea de mala manera al ex ministro de Economía Rodrigo Rato. Puestos a revelar el final, resulta que el bueno de la historia es Aznar, y el malo, Zapatero.
Me parece muy bien que los ex presidentes escriban libros. No me parece tan bien que tengan que promocionarlos en programas como el de Ana Rosa (con todos mis respetos para el programa, que, lo admito, procuro no ver), porque con ello reconocen que no les interesa suscitar ningún debate, en este caso concreto sobre algo tan importante como la reforma de la economía española, sino simplemente vender ejemplares. Lo cual también tiene su lógica: la editorial habrá pagado un anticipo importante, y querrá recuperarlo vía ventas. Si para mejorar los resultados comerciales hay que enviar a Aznar a Muchachada nui, se le envía, segurísimo.
Lo triste, decía, es la renuncia a fomentar un debate serio. Ya que Zapatero no puede pronunciarse, porque su fragilidad parlamentaria le obliga a cambiar de opinión en cuestión de horas (lean en este mismo periódico sobre su última pirueta, con salto mortal y desaparición de la subida de impuestos a las rentas altas), ex presidentes y supuestos estadistas como Felipe González y José María Aznar deberían propiciar una reflexión sosegada. O eso, o dejamos que reflexione en solitario el Banco de España, una institución que, por imperativo legal, debe simular que la economía es una ciencia ajena a las ideologías. O sea, un peligro.
Coches
ENRIC GONZÁLEZ 25 JUN 2009
Quizá he contado ya esta historia. Si es así, lo siento: se trata de una simple anécdota, una más sobre Berlusconi.
Una mujer andaba por Corso Rinascimento, en Roma, cargada con la cesta de la compra, cuando pasó por la calle la larga comitiva de coches oficiales, blindados, relucientes, flanqueada de policías en moto, con la que Il Cavaliere se desplaza por la ciudad. La comitiva se detuvo, y de uno de los automóviles emergió Berlusconi, sonriente, para invitar a la señora (incluso desde lejos se la veía asombrada y fascinada) a viajar con él. La señora aceptó y subió. La comitiva dio media vuelta y la acompañó, supongo, hasta su casa. O a una fiesta, quién sabe. Estoy convencido, en cualquier caso, de que la señora se sintió bendecida por la fortuna. No tanto por la amabilidad de Berlusconi, especializado en gestos micropopulistas, sino por sentirse parte de la comitiva, de la distinción, del poder, de ese mundo del que disfrutan unos cuantos elegidos.
La anécdota viene a cuento por la propuesta de la Federación Española de Municipios y Provincias. La FEMP sugiere a los alcaldes, concejales y demás autoridades locales y provinciales que, “de forma experimental y durante seis meses”, prescindan del coche oficial un día por semana y utilicen el transporte público. La pregunta es obvia: ¿no podrían prescindir todos los días del coche oficial? Sí, claro que podrían. Pero no querrían. El coche oficial no es sólo un instrumento de trabajo, una medida de seguridad o una remuneración en especie a cargo del contribuyente. Aunque sea todo lo anterior, es, sobre todo, un símbolo de estatus social, una barrera que separa a la sociedad de sus dirigentes y marca la diferencia entre unos y otros.
No hace falta recurrir a la literatura del Siglo de Oro para descubrir lo mucho que importa la pompa (y lo poco que importa el dinero del contribuyente, la vieja “pólvora del rey”) a la clase dirigente española. Y lo penoso que le resulta confraternizar con la gente de a pie. Y lo asumido que tenemos todos que las cosas son así.
Arte
ENRIC GONZÁLEZ 26 JUN 2009
Archivado en:
Notodotv.com, surgida de la revista cultural digital notodo.com, es una televisión por Internet que ofrece vídeos y, en general, propuestas visuales más o menos artísticas o experimentales. Vale la pena una visita, hay cosas de interés. El miércoles, notodotv.com emitió una nota en cuyo titular pedía “la colaboración de los medios de comunicación”. Decía: “Notodotv.com quiere expresar su preocupación por uno de los trabajos recibidos en los últimos días, donde un artista se prende fuego a lo bonzo tras leer su manifiesto. Notodotv.com rechaza estrictamente cualquier propuesta de vídeo artístico que en su creación pone en peligro la vida del propio creador u otras personas implicadas”.
No queda muy claro para qué hace falta la colaboración de los medios. Ya que estamos, tampoco queda claro si el redactor de la nota conoce la existencia de los subjuntivos, o si estamos ante un montaje publicitario. Se ignora, por otra parte, el estado del artista, que al final de la filmación, con los brazos y parte del pecho ardiendo (por encima de la ropa), desaparece del campo visual. Cabe confiar en que su salud sea buena y que el ardor artístico sólo le haya supuesto un gasto moderado en renovación de vestuario.
El vídeo posee una indudable carga metafórica y política. ¿Leer un manifiesto y prenderse fuego? ¿No es eso, en cierto sentido, lo que hace antes de cada elección Izquierda Unida? Ojo, esto no es sarcasmo. Mejor leer un manifiesto y prenderse fuego uno mismo, que hacer un montón de promesas electorales y prender fuego a los demás. Esto sí es sarcasmo. Lo que me molesta del vídeo es su evidente afán publicitario. Muy artístico, por otra parte. El arte de nuestra época ha adoptado la ética capitalista: todo vale, mientras se venda. Y para vender hace falta promoción, tremendismo, ovejas disecadas, perros agonizantes o artistas en llamas. ¿Qué habría pasado si el artista, en lugar de prenderse fuego, hubiera puesto su manifiesto y toda su obra visual en una botella y la hubiera arrojado al mar? ¿Sería eso arte? ¿Existe el arte sin público? ¿Existe el arte sin artista? ¿Por qué se hacen tan largos los últimos días antes de vacaciones?
La casa más hermosa del mundo
ENRIC GONZÁLEZ 28 JUN 2009
Empecemos con un aviso: los arquitectos me parecen gente peligrosa, porque sus creaciones más horrendas no pueden esconderse en un cajón o un almacén. Estamos obligados a verlas o, en el peor de los casos, a vivir dentro de ellas. Quizá debería relativizar lo anterior, dado que en ciertos casos conviene vivir en el edificio más feo del barrio. Se vivirá mal, cierto, pero no habrá que ver el bodrio cada vez que miremos por la ventana.
Existen, por supuesto, arquitectos responsables, preocupados por la gente que habitará sus obras y por la gente que las contemplará cada día. Entre esos arquitectos, algunos son brillantes. Y de vez en cuando aparece un arquitecto único, especial, capaz de crear maravillas con ladrillo.
José Antonio Coderch de Sentmenat, uno de los grandes arquitectos del siglo XX, se parecía, de alguna forma, a Gaudí
Quería hablar de la casa más hermosa del mundo. Habrá quien discrepe y afirme que no, que es mejor una de Frank Lloyd Wright, o de Alvar Aalto, o de Oscar Niemeyer, o de cualquier otro. Me parece bien.
La casa más hermosa del mundo fue construida en 1951 en una ladera, sobre la bahía de Caldes d’Estrac, en el Maresme barcelonés. Es una casita unifamiliar, pequeña, de muros blancos. La hizo uno de los grandes arquitectos del siglo XX, José Antonio Coderch de Sentmenat (1913-1984). Fue un arquitecto indudablemente espléndido. En Cataluña es fácil identificar a las personalidades indudablemente espléndidas. Basta con elegir una obra de mérito y comprobar si su autor ha sido homenajeado con una calle que lleva su nombre, o con un gran reconocimiento público, o con algo más o menos importante. Si no es el caso, si el personaje en cuestión ha sido relegado al desván de los antepasados incómodos, tenemos garantías. Con Coderch no caben dudas.
José Antonio Coderch hizo la casa de Caldes por encargo de un gran amigo suyo, el ingeniero Eustaquio Ugalde. La situó junto a un pino de dos troncos (que ahora tiene sólo uno) y la construyó desde dentro, mirando y fotografiando, hasta conseguir un edificio capaz de procurar goce al ojo humano desde cualquier punto de vista, exterior o interior. Los planos originales fueron modificándose hasta convertirse en inútiles. Es una casa en la que tiene sentido cada centímetro cúbico de materia o de aire: el edificio, que suele calificarse de “orgánico”, parece haber crecido de forma natural sobre los terraplenes de la ladera. Tuve la oportunidad de visitar la Casa Ugalde hará unos 10 años (es propiedad privada); fue un gran privilegio.
Coderch debió de ser un hombre peculiar. Se parecía, de alguna forma, a Antonio Gaudí. Su texto más conocido, una declaración de principios formulada en 1960 bajo el título No son genios lo que necesitamos ahora, decía: “¿No es curioso también que tengamos aquí, muy cerca, a Gaudí (yo mismo conozco a personas que han trabajado con él) y se hable tanto de su obra, y tan poco de su posición moral y de su dedicación?”. A Coderch le interesaban cosas como la moral. Y proclamaba su vocación aristocrática. En el texto ya citado describía la sociedad como una pirámide. Otro párrafo: “Solían decirme mis padres que un caballero, un aristócrata, es la persona que no hace ciertas cosas, aun cuando la ley, la Iglesia y la mayoría las aprueben o las permitan”.
Qué valor, proclamar estas ideas en la Barcelona de 1960.
Fue un arquitecto que rehuyó las teorías y las clasificaciones. Se movió entre el racionalismo y el humanismo, aprendió de Aalto, utilizó los elementos arquitectónicos tradicionales (no folclóricos) de cada lugar y defendió “la acción propia y la enseñanza” (en su oficina se formaron profesionales como Correa y Milà) frente al doctrinarismo. No le gustaba difundir sus ideas: temía lo que pudieran hacer sus colegas a partir de ellas.
Evidentemente, Coderch no se dedicó tan sólo a inventar deliciosas casas particulares. Diseñó también los rascacielos más bajitos de España (las Torres Trade, en Barcelona, cuya ondulación acristalada sigue fascinando hoy), bloques de viviendas como los de la Barceloneta o la calle de Juan Sebastian Bach, y centros culturales y académicos como el Instituto Francés o la Escuela de Arquitectura, ambos en Barcelona.
Recomiendo el libro en el que Enric Soria recogió sus conversaciones con Coderch. Sugiero al lector que eche un vistazo en Internet (sigue siendo gratis) a las muchas creaciones de Coderch. Imploro a las nuevas generaciones de arquitectos que estudien la obra de Coderch e investiguen con el máximo interés su “posición moral y su dedicación”.
Pop
ENRIC GONZÁLEZ 29 JUN 2009
El final estaba maldito desde que alguien, supongo que un publicista a sueldo, colgó junto a su nombre el letrero de “rey del pop”. El “pop”, trasunto cultural de la producción en cadena y de la sociedad de consumo, concede a sus elegidos todos los bienes del mundo: riqueza, influencia, oleadas de veneración colectiva. Exige a cambio todos los bienes de la persona.
El acuerdo fáustico debe parecer satisfactorio en el momento de la firma: al fin y al cabo, ¿qué son los bienes de una persona, comparados con el mundo? No hablamos de territorio bíblico ni de tentaciones del desierto en un marco de trascendencia y de valores inmortales, sino de vida a secas, de tiempo que se esfuma, de gloria popular o anonimato íntimo. La elección está cantada.
Quienes firman conocen el precio. Tal vez no en ese momento, pero sí al cabo de poco, cuando se pagan los primeros anticipos: no, elegido insigne del “pop”, tú no eres tuyo, eres nuestro. Perteneces al mercado, a nosotros que pagamos y tenemos derechos sobre ti. Ni vida privada ni derecho de réplica. Esto es el “pop”.
Han de saber, por fuerza, que el final será tremendo. El “pop” acaba de cobrar su parte del contrato en el momento de la muerte. Para el elegido ya no cuentan las riquezas mundanas; para al “pop”, en cambio, llegan las plusvalías: una vida completa, como un paquete cerrado, que se abrirá ante los ojos del mercado.
Incluso alguien como Michael Jackson, paradigma de la vida consagrada al “pop” desde la infancia, tenía que ser consciente de que le faltaba la subida póstuma al escenario. Subió el cadáver de Elvis, subirá el cadáver de Madonna, sube ahora el de Jacko para el moonwalk final. Exhíbete, elegido: lo queremos todo sobre el demerol, la morfina, el sufrimiento, la angustia. Lo queremos todo sobre tus sentimientos y tus fracasos íntimos. Queremos autopsias y revelaciones sensacionales. Queremos asegurarnos de que eras un monstruo. Queremos descubrir que aún tenías aspiraciones, que aún esperabas rebañar alguna satisfacción a tu existencia.
El “pop” somos nosotros y eres nuestro.
Historia
ENRIC GONZÁLEZ 30 JUN 2009
Éste es un dato interesante: el mayor éxito de esta temporada, por encima de la final de Champions y otros clásicos deportivos, ha sido la miniserie de TVE 23-F: el día más difícil del Rey. Más de 6,7 millones de espectadores, según las extrapolaciones y cálculos de las empresas que se dedican a esas cosas, vieron a Lluís Homar disfrazado de Monarca, con su raqueta de tenis y su polo de marca, a Juan Luis Galiardo en el papel del taimado Armada y a Emilio Gutiérrez Caba como fiel Sabino.
Aquellos hechos, tan graves y tan ridículos, ocurrieron en 1981, hace casi 30 años. Buena parte de los espectadores de la miniserie, y muchos de los lectores del espléndido relato Anatomía de un instante, la recreación del 23-F que Javier Cercas ha publicado también esta temporada, deben ser demasiado jóvenes para recordar el esperpéntico golpe frustrado y la tremenda tensión (terrorismo, crisis, incertidumbre) que rodeó los tramos finales de la transición.
¿Por qué nos interesa aquel atormentado pasaje histórico? Probablemente, aventuro, porque ofrece un excelente material narrativo. Vistos con la perspectiva del tiempo, los protagonistas del tránsito desde la dictadura a la democracia representativa adquieren una formidable estatura. La miniserie de TVE se centró en la figura del Rey; Cercas, en cambio, se fija especialmente en dos héroes que no aparecían en la miniserie porque estaban en ese momento secuestrados en el Congreso: el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, y el vicepresidente, general Manuel Gutiérrez Mellado. El valor físico y moral que demostraron esos dos hombres, y la entereza resignada de Santiago Carrillo, constituyen un ejemplo eterno.
¿Hará alguien, dentro de 30 años, una miniserie sobre lo de ahora? ¿Habrá algún guionista capaz de contar esta época en la que ocurre de todo y no pasa nada? Prefiero no pensarlo. Salvo catástrofe que nos convierta, retrospectiva y colectivamente, en Witizas o Boabdiles, nadie mostrará, me temo, gran interés en nosotros y en este tiempo nuestro, tan egoísta, tan conformado, tan bobo.
Condolencia
ENRIC GONZÁLEZ 1 JUL 2009
Querría expresar mis más sentidas condolencias. En primer lugar, a esas 700.000 personas que, según dicen, se tragaron por La 2 la inefable gala de la Academia de Televisión, emitida en falso directo pero con todos los fallos posibles, y unos cuantos fallos imposibles. Lo siento. De los datos de audiencia se deduce que hubo quienes se tragaron la gala entera; se ignora, evidentemente, si permanecieron despiertos. En caso de que fuera así, prefiero no saber por qué. Mi afición por las historias morbosas tiene un límite.
Condolencias muy sinceras, también, a quien tenga pensado seguir viendo televisión en verano. Incidentes como El topo o Guaypaut constituyen un aviso muy claro. Sean prudentes, por favor. Si no pueden desengancharse, intenten consumir dosis mínimas. Éste es un consejo genérico, no extensible a los patronos que proyecten despidos o sacrificios salariales. A ellos sí les pediría que dedicaran tiempo a ver latele mientras reflexionan, antes de tomar una decisión definitiva. Tal vez ese rato les convenza de que existen soluciones alternativas y menos traumáticas. Si es así, estupendo. Si no, sentirán que al menos han sufrido un ratito y aliviarán hipotéticos remordimientos.
Condolencias, cómo no, a Luis Bárcenas, tesorero del PP. Parece que Bárcenas es el único español mayor de edad que aún cree en la inocencia de Bárcenas. Señor mío, no sé quién ha organizado esa estrategia suya de resistir a toda costa (podríamos sospechar de Federico Trillo) y no puedo decir que le acompañe en el sentimiento, pero tiendo a simpatizar con las causas perdidas. Las condolencias son para cuando sus compañeros de partido nieguen haberle conocido.
No me siento capaz de expresar condolencias a las víctimas de la crisis. Yo aún tengo un empleo y un sueldo. El paro es como el cáncer: sólo un concepto abstracto, hasta que lo sufres.
Del Gobierno ya hablaremos a la vuelta, si aún hay Gobierno. Y si aún hay periódico. Me voy de vacaciones. Hasta luego.
El cocinero de las Marquesas
ENRIC GONZÁLEZ 1 JUL 2009
Hace años, en el archipiélago de las Marquesas, me aficioné a charlar con un asesino. O tal vez homicida, no me quedó claro. El hombre había matado a una persona, un compañero de trabajo, en París, y había huido a las colonias francesas en la Polinesia. Desde allí, por casualidad, recaló en las Marquesas. Vivía con una vieja dama estadounidense que llegó al puerto de Nuku Hiva en velero, con su marido. El marido falleció de infarto durante la escala y la viuda decidió quedarse para siempre en la isla. Compró una casita junto al mar y varó ante ella el velero, para ver cómo se pudría. La señora contrató al asesino como criado. El asesino cocinaba bien, aunque abusaba de la vainilla. Yo iba a comer cada día a casa de aquellos dos exiliados melancólicos.
Celebraremos el juicio mediático, todo quedará muy claro, condenaremos al desgraciado y nos iremos de vacaciones
El asesino, un tipo canijo y ya mayor, hablaba con gran franqueza sobre su crimen: el asunto ocurrió a principios de los setenta y había prescrito. Recordaba perfectamente cómo ocurrió todo. Lo que no estaba claro, sin embargo, era el móvil. El asesino sentía aversión por la víctima, eso sí. ¿Por qué? Por razones vagas: una palabra a destiempo, una frase que sonó a amenaza velada, un aspecto desagradable… No se crean que el cocinero de la vainilla actuó por impulso. No, qué va. Reconocía haber fantaseado con asesinar a su colega y preparó con antelación un plan. Tampoco se estrujó los sesos: una puñalada nocturna en plena calle, y listos. La policía no llegó siquiera a interrogarle. Cuando le tocaron vacaciones se subió a un avión y no volvió.
“Si me hubieran detenido”, contaba, “no habría sabido qué explicar a la policía. Confesar no era un problema; el problema consistía en explicar por qué”. Muchos años después, el cocinero asesino seguía sin explicarse el odio que había acumulado hacia aquel compañero de trabajo que, en realidad, no le había hecho nunca nada.
Me acuerdo con bastante frecuencia del tipo de Nuku Hiva. Pienso en él cada vez que la prensa informa sobre la resolución de un crimen. El de la calle de Santaló, por ejemplo. La muerte a tiros de un directivo, en pleno centro de la Barcelona bien duchada y a plena luz del día, suscitó un interés extraordinario. La policía anuncia ahora que ha detenido a quien disparó, a quien encargó los disparos (el “autor intelectual”: una expresión muy refinada para definir algo esencialmente rastrero) y a una serie de cómplices. Dicen que el “autor intelectual” era un empleado del Centro de Convenciones Internacional de Barcelona, dirigido por la víctima, y que tomó la decisión de contratar a un sicario cuando supo que iban a despedirle por cometer unos chanchullos.
Puede ser. Pero me parece todo demasiado lógico. No digo que sea lógico asesinar al directivo que te despide, o al empresario que vacía la caja para seguir viviendo como un rajá mientras exige sacrificios a los empleados (insisto, no digo que sea lógico, aunque a veces resulte dulce imaginarlo); simplemente me parecen raros los crímenes cuyo móvil no sea el robo o la satisfacción sexual inmediata y pueda, sin embargo, explicarse y comprenderse en pocas palabras.
El asunto inspirará, supongo, numerosos comentarios en los medios. Habrá quien enfoque la cosa desde un punto de vista sociolaboral; habrá quien se fije en que el sicario era inmigrante, lo que permitirá extraer interesantes conclusiones antixenófobas que justificarán la xenofobia. La biografía del presunto “autor intelectual”, o sea, del empleado detenido, será rastrillada en busca de detalles que confirmen la tesis policial. Celebraremos el habitual juicio mediático, todo quedará muy claro, condenaremos al desgraciado y nos iremos de vacaciones.
Sigo pensando que en la explicación oficial falta mucho, o sobra todo. Creo que si el “autor intelectual” hubiera huido a las islas Marquesas y esperado a la prescripción del delito, podría pasar larguísimas veladas intentando explicar a un desconocido por qué quiso que muriera aquel hombre. Y no lo conseguiría. Tampoco lograría explicárselo a sí mismo. Muchos años después, diría lo que decía el cocinero de Nuku Hiva: “En aquel momento, pareció una buena idea”. O algo igual de tonto.
TONTOS
ENRIC GONZÁLEZ 3 AGO 2009
Escribir columnitas es un oficio extraño. Especialmente en agosto, cuando el periódico saca la muleta vacacional de la Revista y la actualidad (recuerden: eso que maneja la prensa y que a veces se parece a la realidad) deambula entre un crimen de ETA, un chaval que se caga en sus viejos y una fiesta mayor de no sé dónde.
Tratemos, al menos, de no molestar a nadie. Recurramos, por ejemplo, a un dilema clásico, sobre el que ayer reflexionaba Vicente Verdú en sublog: aquello de quién tiene más peligro, si el tonto o el malvado. Verdú, al que conviene leer con atención, consideraba de forma implícita que el malvado al que nos referimos no puede ser a la vez tonto, porque en ese caso pertenecería a la primigenia categoría de los tontos. Y expresaba su preferencia por el malvado, el malvado inteligente: “Mientras la inteligencia puede aliarse con el enemigo y no es raro que juntos consigan vencernos en el lance, el tonto se defiende con pleno rigor, indemne (…) Aunque en un examen se le suspenda nunca se corrige, aunque se le condene nunca se inculpa”.
Esta vez no puedo estar de acuerdo con Verdú. Quizá por reflejo corporativo y porque uno tiende a defender a los suyos, prefiero al tonto. Se trata de una disyuntiva difícil y desagradable, bastante parecida a elegir entre la segunda legislatura de Aznar y la segunda de Zapatero, pero si hay que optar, se opta.
Dado que soy malísimo teorizando, les propongo un ejemplo práctico. No creo que nadie se rasgue las vestiduras si concedo a la banca (y confío fervorosamente en que mis jefes hayan acabado ya de renegociar esa deuda nuestra tan pimpante) el papel del perfecto malvado inteligente, aunque, según Verdú, posea un atributo del tonto: por más que se la condene, nunca se inculpa. La banca se proclama imprescindible. Sin la banca, dice la banca, todo se iría al garete. La humanidad podrá ir tirando, dice la banca, mientras la banca obtenga beneficios. Lo demás (el empleo, la salud, la paz, esas cosas) vendrá luego de forma automática.
¿Cómo no alinearse con el otro bando, el de los tontos, el de los que hacemos como si eso fuera cierto y actuamos en consecuencia?
Tierra
ENRIC GONZÁLEZ 4 AGO 2009
Hablábamos ayer de tontos y malvados. La gente de Goldman Sachs no encaja de ninguna forma en la primera categoría: vendieron a otras entidades y a clientes los activos tóxicos antes de que llegara el desastre, vadearon guapamente la crisis, ganan dinero a espuertas y, como personas nada tontas, saben lo mucho que valen: en 2008, sus 200 ejecutivos se repartieron 995 millones de dólares en primas. Sale a casi 5 millones por cabeza, que no está mal, considerando que el salario medio en la casa ronda los 600.000 dólares anuales. Goldman Sachs está invirtiendo ahora en cerdos y pollos chinos. Conviene tomar nota.
El diario italiano La Stampa publicaba ayer una amplísima reseña sobre el acontecimiento social del verano, que ha durado tres días con sus noches pero no ha sido una boda, sino una reunión en Nueva York. Los terratenientes del mundo, los nuevos señoritos, se han encontrado para hablar de sus cosas. Gobiernos y particulares con muchos posibles (casi todos los grandes nombres de Wall Street estaban ahí) llevan tiempo acaparando fincas en África y en Asia. En Zambia, por ejemplo, se puede adquirir una hectárea por menos de 400 dólares. Aplicando técnicas de cultivo intensivo, la hectárea rinde hasta 3.000 dólares anuales. Uno de estos fondos de inversión en tierra acumula ya más de 150.000 hectáreas en el África subsahariana, y subiendo. Hagan cálculos.
Desde el lado de los tontos, podríamos pensar que la nueva colonización agrícola dejará en los países subdesarrollados técnicas de cultivo o, al menos, comida. Pero los tontos solemos equivocarnos. Los alimentos producidos son para exportar y las técnicas de cultivo son intensivas y agotan la tierra. Cabe suponer que el fenómeno tendrá las consecuencias que tuvo en otros lugares, como Centroamérica: tiranía, ejércitos privados, corrupción y pobreza.
Según la OCDE, la comida será un bien escaso en las próximas décadas. Según un economista del Banco Mundial, hacia 2050 hasta el 30% de la superficie cultivable en el planeta será propiedad de unos pocos.
Según los nuevos terratenientes, la inversión en tierra va a reportarles más de un 20% anual hasta mitad de siglo.
Oxímoron
ENRIC GONZÁLEZ 5 AGO 2009
El oxímoron puede parecer un recurso retórico inofensivo. Ya saben, “nieve ardiente”, “instante eterno” y cosas así: la yuxtaposición de dos conceptos antitéticos. Hay gente que lo utiliza con frecuencia y no me opongo: creo en las libertades individuales y, hasta cierto punto, en la tolerancia. Que cada uno haga lo que quiera, mientras no perjudique al prójimo. Es decir, estoy a favor del uso privado, pero empiezo a pensar que, como con el tabaco y la religión, habría que establecer restricciones en el uso público.
Habrá quien no vea el problema. Y ese es precisamente el problema: que ya no percibimos el oxímoron. Algunos clásicos del género son tan obvios que no molestan: “música militar”, por ejemplo. O aquel diario tan carca que se llamaba El pensamiento navarro y cuyas opiniones se caracterizaban por un absoluto desprecio hacia cualquier actividad intelectual.
Esto ha cambiado. Ahora, hasta personas sensatas dicen “fuerza de paz” cuando se habla de enviar tropas al extranjero. El caso es que en el oxímoron moderno una de las dos partes constituye, siempre, una mentira puñetera. Y cuanto más mentira, mejor cuela.
El oxímoron más peligroso de nuestros tiempos fue creado casi como un insulto hace más de medio siglo. En los años cuarenta, Adorno y otros filósofos de la Escuela de Francfort acuñaron el oxímoron “industria cultural” para definir la mercantilización de la cultura y su uso por parte de las clases dominantes como instrumento de control sobre la sociedad.
Ya ven lo que ha ocurrido. La “industria cultural” se llama a sí misma “industria cultural”, y lo hace con orgullo. Dicha industria vive mayormente del fútbol, de melodías más o menos contagiosas y deSpiderman VIII, pero ojo, es “cultural”. Quien copia o utiliza sin pasar por caja uno de sus productos registrados comete el peor de los delitos: contribuye a la destrucción de la cultura. Cuando alguien se baja de Internet Ángeles y demonios (allá cada cual con sus vicios), las artes, las letras y el pensamiento entran en crisis.
Se lo ruego: cada vez que lean o escuchen la expresión “industria cultural”, sustitúyanla mentalmente por “negocio”. Lo entenderán todo mucho mejor.
HOSPITAL
ENRIC GONZÁLEZ 6 AGO 2009
Un militar alemán que patrulla el gueto de Varsovia detiene a un niño judío por hacer contrabando. (No hace falta precisar si el militar pertenece a las SS o es un soldado regular: salvo para cuestiones penales, pertenecen al mismo bando, persiguen el mismo objetivo y son lo mismo). El alemán apunta con la pistola a la cara del niño, pero anuncia que le perdonará si adivina cuál es su ojo de cristal. “El izquierdo”, responde el niño judío. “¿Cómo lo has adivinado?” “Porque en ese ojo hay un brillo de humanidad”. El chiste, inocente y espantoso, circuló por Varsovia en 1940, según una enciclopedia del humor judío. Se creó, parece, en el corazón de la tragedia. Luego hubo otros sobre el exterminio. Todos mostraban un trasfondo atroz, pero no tanto como los anteriores a 1939: esos chistes, que anunciaban la llegada inminente del horror, provocan hoy un desasosiego especial. Como entonces, supongo.
En otra escala, muy otra (por favor, no confundamos), la reencarnación de Camera café se arriesga a asumir algunas de las características de los chistes judíos que circulaban por Berlín en los años treinta. No había pasado nada irreparable; en cada chiste, sin embargo, se adivinaba el miedo a lo que podía ocurrir y acabó ocurriendo.
Fibrilando, se llama el nuevo Camera café. Es lo mismo, situado en un hospital. Los anticipos colgados en la página digital de Telecinco me parecen graciosos, aunque eso, en mi caso, no tiene mérito: pónganme a Quesada apuñalando a su madre y acabo riéndome.
Puede ocurrir, creo, que los gags de Fibrilando tiendan a parecerse cada vez más a la realidad. Cuando el chiste persigue a la realidad, bien; cuando la realidad persigue al chiste, mejor largarse. Cualquier cálculo (demográfico, económico, político) indica que la sanidad pública, hoy todavía de calidad, tenderá a deteriorarse en el futuro previsible. La perspectiva puede cambiar, por supuesto, pero no cambiará mientras paguemos más a un futbolista de segunda que a un neurocirujano de primera, y más a un utillero que a un enfermero.
Otra cosa: ¿qué harán con el episodio el día en que ocurra algo como lo del bebé Rayan? ¿Lo emitirán? Tengo mis dudas.
Mensajes
ENRIC GONZÁLEZ 7 AGO 2009
Yo creía que un poco de culpa la tenía el periodismo. Ya saben que no es noticia que un perro muerda a un hombre, sí lo es que un hombre muerda a un perro. Bueno, eso se decía antes. Ahora, muerdes a un perro y no sales ni en Arena mix. Para que te incluyan en el programa que Antena 3 dedica a las inquietudes de ciertos veraneantes, tienes que enseñar las tetas, vomitar, o ambas cosas.
Decía, ingenuo de mí, que sospechaba de los periodistas. Pensaba que los políticos se pasaban el día diciendo cosas razonables y que, por exceso de trabajo y celo profesional, en algún momento cometían un desliz: un vahído, un calentón verbal. Entonces llegaba la prensa y lo destacaba para crear una noticia, y el político quedaba mal.
Resulta que no. Desde que los periodistas son prescindibles y los políticos envían sus mensajes directamente al televisor, como los malos de las películas de James Bond, hemos comprobado que nadie manipulaba ni exageraba nada. Resulta que son así. Aparecen en pantalla, sueltan su amenaza, y se disuelven en el éter.
De Camps me extraña menos. Da el tipo. Pero María Dolores de Cospedal, la secretaria general del PP, me parecía otra cosa. De hecho, sigue pareciéndomelo. ¿Cómo se le ocurre enviar a los medios esas declaraciones tan cutres? No lo digo porque mezclara los presuntos trajes de Camps con la lucha contra el terrorismo, que ya son ganas, sino por cuestiones puramente formales: hasta los asesinos de Al-Qaeda producen videomensajes mejor facturados.
No pido que volvamos a la intermediación del periodista. Me conformaría con que los políticos se concentraran en lo suyo, en insultar al rival y a nuestra inteligencia, y no quisieran además dañarnos la vista.
Novios
ENRIC GONZÁLEZ 10 AGO 2009
La televisión se va a poner entretenida a vuelta de vacaciones. No cabe esperar gran cosa de la programación, me temo, pero lo otro, lo que no vemos, va a estar animado. Parece que no funciona el proyecto de fusión entre la división audiovisual de PRISA, editora de este diario y propietaria de Cuatro y Digital + , e Imagina, participada por Mediapro (La Sexta y el diario Público). Las partes negociadoras se han despedido sin acuerdo y buscan ahora nuevas parejas.
En realidad, todos los grupos televisivos buscan pareja, amparados por la nueva ley audiovisual y empujados por la crisis. Las conversaciones entre Prisa e Imagina tuvieron su gracia, porque fueron precedidas por la virulenta guerra del fútbol y por algunas discusiones públicas entre los directivos de ambos grupos. Pero el negocio es el negocio, y esa fusión era, en principio, la más razonable entre todas las posibles: Cuatro y La Sexta son las emisoras más jóvenes y de menor audiencia, manejan un público no escorado a la derecha y comparten (de mejor o peor grado) los derechos del fútbol.
Lo bueno viene ahora. Dado que Antena 3 y Telecinco no pueden casarse, porque superarían el límite legal de audiencia, cabe suponer que pronto recibirán amables llamadas de Prisa e Imagina, si no están ya pelando la pava confidencialmente con uno u otro.
De las dos grandes, quien maneja peores resultados y tiene, al menos en teoría, más interés en unirse con otra empresa, es Telecinco. La emisora de Mediaset llevó a los tribunales a La Sexta por servirse de sus imágenes más casposas (hay donde elegir) para armar su exitoso Sé lo que hicisteis. Volvemos, sin embargo, a lo de antes: el negocio es el negocio, y el dinero tiene poca memoria. Cuatro no ha mantenido ninguna gran pelea con Telecinco, pero Cuatro pertenece a PRISA, editora de EL PAÍS, un diario no especialmente enamorado de Silvio Berlusconi. Y Telecinco es de Mediaset, o sea, del Cavaliere Berlusconi. ¿Podría ser eso un problema? Por favor: el negocio es el negocio.
Sea cual sea el noviazgo, espero que La noria le dedique un programa especial con todos los protagonistas en el plató, incluyendo ex novios despechados.
Memoria
ENRIC GONZÁLEZ 10 AGO 2009
La tragedia de Dani Jarque nos hiere a todos. Tengamos presente, sin embargo, que a quien destroza es a su familia y a sus amigos personales. A los demás el dolor se nos convertirá pronto en una emotiva bandera. A ellos, no. A ellos les dolerá de por vida.
¿Qué hará la otra familia de Jarque, la que se une bajo la bandera blanquiazul? Recordaremos. Y, cuando muramos nosotros, otros seguirán recordando. No tenemos el don de la buena fortuna, pero sí el de la memoria. Esencialmente, somos eso, memoria.
El Espanyol no se alimenta de triunfos y temporadas gloriosas. Más bien al contrario. En los últimos 50 años, los que he cumplido, hemos ganado dos copas, dos momentos dulces. Frente a eso, una montaña de angustias: dos finales de la UEFA perdidas en los penaltis, cuatro descensos, varias agonías de final de temporada, la demolición de Sarrià, el exilio en Montjuïc. Y otro agosto negro, el de 1995, cuando murió Fernando Lara, vicepresidente y alma empresarial del club.
No nos olvidamos de las desgracias. Quizá por eso, pese a todo, el Espanyol sobrevive. La familia se ha forjado en la adversidad y el haber salido juntos de tantos apuros nos une más que cualquier título. De ahí que fuera difícil, el pasado día 2, contener las lágrimas al descubrir el nuevo estadio: era como llegar a la playa tras un naufragio y evocar a los que habían desaparecido, a los que ya no estaban para gozar del gran momento. Teníamos casa de nuevo y empezábamos una nueva vida, con más socios y más esperanzas que nunca. Teníamos un capitán recién estrenado en el que nos reconocíamos.
No sé si el nuevo estadio llevará el nombre del capitán muerto. No sé si se le dedicará un monumento, una tribuna o una simple placa. Eso no es lo más importante. Nunca lo ha sido en esta familia de memoriosos. Desde Ángel Rodríguez, los hermanos De la Riva, Ricardo Zamora y Julián Arcas hasta hoy, nadie ha quedado en el olvido.
Vista desde fuera, acaso la muerte de Jarque se convierta en un simple pasaje amargo o en otra de las desgracias espanyolistas. Desde dentro no se verá así. Pasará el dolor y quedará la imagen de un rostro joven y sonriente unido a un nuevo estadio y una nueva época. Quedará en el Espanyol como un mito fundacional. Y quedará su historia, que seguirá contándose como se cuentan la del Indio Abdón Porte, la del Gran Torino desaparecido en Superga, la del accidente del Manchester, la de Gigi Meroni. Jarque fue el capitán que inauguró el estadio de los sueños y murió días después, solo, en una habitación de hotel, mientras hablaba por teléfono con su mujer encinta.
Somos el Espanyol, nunca olvidamos nada. Pero algo así… ¿Quién podría olvidar algo así?
Enric González es el socio número 3.696 del Espanyol.
ANSIA
ENRIC GONZÁLEZ 11 AGO 2009
Telecinco mantiene una relación bastante ansiosa con sus estrellas. Precisemos: con las estrellas que se apellidan Vázquez. En cuanto un Vázquez funciona, la dirección intenta mantenerle todo el día en pantalla. El curso pasado le tocó a Jesús Vázquez, que llegó a simultanear tres programas. Lo que, añadiendo autopromociones y demás, suponía un montón de horas. Ahora es el momento de Jorge Javier Vázquez, que sufrió un breve eclipse tras la caída del Tomate y al que, ante la crisis de audiencia, hubo que recurrir de nuevo. Al principio, el programa de Vázquez (significativamente llamado Sálvame) tenía como único objetivo que algún espectador viera Telecinco en las horas de sobremesa, sin muchos más recursos que unos apasionantes refritos de Supervivientes y la labia del Vázquez en cuestión.
La idea funcionó y ahí les entró el ansia a los directivos: si Sálvame traía audiencia, ¿por qué no emitirlo todo el rato? En eso estamos. Ya haySálvame de tarde, Sálvame de noche, Sálvame de Internet y algún otroSálvame que me habré perdido. Sospecho que algún programador habrá estudiado ya la idea de un Sálvame-Las noticias, otro espacio que necesita un avío.
Telebasura en estado puro, dirán ustedes. Pues sí, sin disimulos ni complejos. Cuando se cede la palabra a Belén Esteban, nadie espera escuchar un discurso sobre las posibilidades de conseguir la fusión fría en un futuro previsible.
Yo no era favorable a la telebasura, pero últimamente no me parece tan mal. Eso será porque la comparo con la realidad-basura, cada vez más abundante. No hablo de la realidad asquerosa, esa en la que flotan inmundicias etarras y corrupciones varias, sino de la realidad-basura, que es algo más complejo. Pongo un ejemplo para explicarme: ayer, en el diario ABC, el presidente de la CEOE, un señor que no representa a todos los empresarios sino más concretamente a las grandes corporaciones, dijo que los salarios tenían que bajar un 1% “como mínimo”. No dijo, en cambio, que la remuneración de consejeros de administración y altos ejecutivos ha subido este año. ¿Captan lo que intento decirles?
Entre este señor y Belén Esteban, tengo muy claro con quién me quedo.
Bananas
ENRIC GONZÁLEZ 12 AGO 2009
Ya sé lo que están pensando. Bueno, no, no sé lo que están pensando todos ustedes. Sólo me permito suponer lo que piensan aquellos viciosos impenitentes que, en pleno agosto, siguen tragándose las noticias que supura la política española. Piensan que esto es un asco, ¿no? De acuerdo, lo parece. Pero reflexionemos un momento antes de acusar a nuestros políticos. Quizá las cosas no sean tan lamentables como parecen. Quizá haya una buena intención detrás de todo el barullo.
Veamos. Tenemos un desempleo intolerable y una economía hecha polvo. Tenemos un montón de narcotraficantes. Tenemos la banda terrorista más cutre del mundo y policías asesinados en la isla donde veranea el jefe del Estado. Tenemos en esa misma isla unos políticos detenidos y esposados por presunta corrupción, y liberados poco después tras pagar la fianza. Tenemos muchos otros políticos acusados de corrupción, pero no esposados.
Tenemos un presidente regional acusado de venderse por cuatro trajes al que la justicia no considera necesario procesar. Tenemos un Gobierno que sí quiere que se procese al presidente regional. Tenemos un Rajoy que acusa al Gobierno de montar una “inquisición” contra la oposición. Tenemos un Trillo que dice tener pruebas de que el Gobierno espía a la oposición, pero que no las enseña porque los caballeros no hacen esas cosas. Tenemos un Gobierno que exige a la oposición que acuda al juzgado de guardia. Tenemos un Rajoy (otra vez) que dice que ya veremos.
Tenemos música pachanguera, sexo fácil y un calor de espanto. ¿No les sugiere nada todo esto? Pues claro. Nuestros políticos, que saben que este año vamos justos de pasta, han querido regalarnos un veranito en Centroamérica, un veranito bananero de los de verdad. Disfrutémoslo: en cuanto acabe agosto, nuestros políticos volverán a su habitual sensatez y a su intachable gestión de los fondos públicos.
(Que no se moleste ningún centroamericano, por favor. O, si se molesta, que haga como los políticos españoles: una declaración incendiaria y hala, a seguir de vacaciones).
Gratis
ENRIC GONZÁLEZ 13 AGO 2009
Vuelve a hablarse del precio de la información en Internet. El magnate Rupert Murdoch ha anunciado que sus cabeceras digitales dejarán pronto de ser gratuitas, y los dueños de otros medios se plantean de nuevo la posibilidad de cobrar por sus contenidos digitales. Es normal. Los primeros intentos de poner peaje (como el efectuado por ELPAÍS.com) fracasaron con más o menos estrépito, pero las circunstancias eran distintas. Por aquel entonces, antes de la crisis, regalar información comportaba ventajas: aumentaban los lectores y eso atraía publicidad, aunque fuera poca y barata. Quienes impusieron el pago perdieron terreno. Ahora, asfixiados todos y con las tarifas publicitarias por los suelos, se impone pelear por cada céntimo. Incluso los digitales que siempre han sido gratuitos sueñan ahora con una taquilla que gotee moneditas.
¿Es viable? Sí, si lo hacen todos los grandes medios. Quedarán digitales gratuitos, por supuesto, como seguirán siendo gratuitos los informativos de radio y televisión. Quedará el derecho de cita, por el que los gratuitos podrán copiar y refritar la información de otros y satisfacer a su clientela. Quedará una gran nube informativa libre de pago. Eso no es novedad, ni debería suponer un problema.
La prensa que llamamos “de calidad” (la denominación resulta cada vez menos comprensible) ha sido siempre minoritaria. Las ventas masivas, en España, comenzaron hace un par de décadas con las promociones sistemáticas: los quioscos se convirtieron en bazares, con cada diario venían una olla exprés, un libro sobre la sexualidad de los maoríes y un DVD de cine americano. Y las tiradas se hicieron gigantescas. La publicidad compensaba los costes. Los dueños se hicieron riquísimos y perdieron la memoria: pensaron que las cosas seguirían así de forma indefinida.
Yo creo que hay gente dispuesta a pagar por la buena información, sea en papel o en bites. El problema no es la gente, sino la información. Mientras la prensa “de calidad” ofrezca básicamente lo mismo que la gratuita, sea menos rápida y variada que los Twitter y sólo intente distinguirse por la opinión, más vale no intentarlo.
Dudas
ENRIC GONZÁLEZ 14 AGO 2009
El Gobierno tiene la obligación de gestionar honradamente los recursos públicos. Habría que suponer que los Gobiernos son honrados. Y pensar, por tanto, que el Gobierno de Felipe González actuó en nombre del interés general cuando concedió un canal televisivo de pago a PRISA, grupo editor de este periódico. Lo mismo que el Gobierno de Esperanza Aguirre en Madrid, cuando concedió un montón de licencias a grupos de orientación conservadora. Lo mismo que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que ayer reguló la Televisión Digital Terrestre (TDT) de pago que demandaba con urgencia el conglomerado Mediapro-Imagina-La Sexta, liderado por Jaume Roures, para rentabilizar su inversión futbolística. Habría que suponer que todo esto se hace por el bien común. Evidentemente, son legítimas las dudas.
El fútbol es una cuestión de “interés general” en España, según una ley de 1997 pergeñada por Álvarez Cascos y firmada por Aznar. Esa ley establece la emisión gratuita de un partido en cada jornada de Liga. No parece nada claro que, en este contexto legal, Digital + (del grupo editor de este periódico) haya conseguido hacer rentable el fútbol de pago que hasta ahora tenía en exclusiva: la competencia, hace 12 años, de Vía Digital, una plataforma impulsada por Telefónica (gestionada por personas próximas a Aznar), disparó al alza el precio de los derechos. En estos momentos, PRISA y Mediapro comparten el fútbol y compiten entre sí, lo que ha acarreado una sensible reducción de los precios para el consumidor. No es una mala noticia. Habría que suponer que a partir de ahora, con un partido en abierto y dos plataformas en competencia, el negocio del fútbol no va a ser ruinoso y no va a acabar costando dinero al contribuyente. Evidentemente, son legítimas las dudas.
La noticia de la regulación de la TDT de pago fue muy destacada ayer por los principales diarios digitales españoles. Habría que suponer que era una noticia de gran interés general, dada la coincidencia, y descartar que el realce informativo estuviera relacionado con los intereses de los dueños de esos diarios digitales, todos ellos beneficiados o damnificados por la decisión del Gobierno. Evidentemente, son legítimas las dudas.
Educación
ENRIC GONZÁLEZ 17 AGO 2009
Soy muy partidario de la televisión educativa. Y creo que los jóvenes de este país deberían ver con asiduidad el programa La Biblioteka. El propio nombre indica que el espectador sacará enseñanzas de provecho. No se trata de formar una generación de eruditos, la televisión comercial no está para eso, sino de forjar carácter en las nuevas generaciones y prepararlas para la vida.
En La Biblioteka, que se emite por Neox (segunda marca de Antena 3), un grupo de chavales debe enfrentarse a situaciones muy parecidas a las que encontrarán, en el futuro, como ciudadanos responsables.
Los participantes hacen cosas como meterse lombrices en la boca, comer excrementos de cabra o meter la lengua en una trampa para ratones. Dicho así, el programa podría parecer un simple esparcimiento. No lo es. Aprender a tragar sapos para ser capaz de ejecutar correctamente la operación cuando el bien común lo exija, constituye la más provechosa y auténtica educación para la ciudadanía.
Porque el proverbial sapo, como sabemos a estas alturas, no lo desayunan los políticos, sino los ciudadanos. La dieta de batracios va haciéndose tan intensa que algunos medios de información optan por la piedad. Este mismo diario, por ejemplo, ayer, en el interesante suplemento Negocios, se entrevistaba a Rosalía Mera, la segunda mujer más rica de España, y explicaba su estrategia inversora. Aportaba una pieza titulada ‘Cómo se manejan 439 millones’ (de euros) y contaba que la señora Mera lo hacía a través de dos Sicav (Sociedad de Inversión de Capital Variable), entidades reservadas a los muy ricos. Prefería omitir, sin embargo, un detalle que, al fin y al cabo, no le hacía ninguna falta al lector porque es conocido: una Sicav paga a Hacienda sólo el 1% de sus beneficios. ¿Para qué obligar al lector a tragarse ese sapo, justo en el fin de semana veraniego por excelencia?
Subtítulos
ENRIC GONZÁLEZ 18 AGO 2009
Arnold Hauser dijo que la obra de arte es algo que nos provoca, pero no llegamos a entender. Hauser fue un crítico de gran influencia. Y sabía lo que decía cuando hablaba de lo incomprensible: intenten leer alguno de sus libros. También en la televisión hay ejemplos de impenetrabilidad. El más brillante, The wire: quizá la mejor serie de todos los tiempos. Nadie, salvo tal vez los narcotraficantes de Baltimore, entiende los diálogos. En Reino Unido se emite con subtítulos. Y ayer, en The Independent,George Pelecanos, novelista y uno de los guionistas, bramaba contra ellos. Admitía que ni los actores ni los guionistas entendían la jerga, pero afirmaba que ésa era una de las claves de The wire: la constatación lingüística de adentrarse en un terreno impenetrable. Pelecanos tiene razón. Los subtítulos no llevan a ninguna parte. Tomemos una frase: “The hopper from Balmer carrying a burner”. ¿Cómo se traduce? Literalmente: “La tolva de Baltimore lleva un quemador”. Y nos quedamos igual. Para ser comprensible, el subtítulo debería decir: “El camello menor de edad de Baltimore lleva un móvil desechable de los que se usan para que la policía no intercepte las conversaciones”. Ahora se entiende, pero no tardamos ni cinco segundos en cambiar de canal.
Hay que respetar la oscuridad artística en cualquier ámbito, incluyendo el político: con un poco de paciencia, el misterio acaba desvelándose. Hemos descubierto qué era la “desaceleración acelerada”. Algún día comprenderemos en qué consiste la “persecución contra el PP”, de la que no hay pruebas, ni nombres, ni denuncias, pero que, como decía ayer Ana Mato, “es conocida por la gran mayoría de los ciudadanos”. De momento, no pongan subtítulos. Se perdería toda la gracia.
ARQUITECTO
ENRIC GONZÁLEZ 19 AGO 2009
La arquitectura es una cuestión polémica. Me refiero a la arquitectura contemporánea, por supuesto. En España, ahora, se habla menos del asunto porque se habla más de urbanismo, corrupción y fiebre ladrillera. Aún así, el tema da para grandes discusiones. La arquitectura, conviene recordarlo, es el único arte que estamos obligados a disfrutar o a sufrir todos los días.
El príncipe de Gales, Carlos Windsor, lleva 25 años batallando contra los edificios modernos. Sus esfuerzos por evitar que el arquitecto Jean Nouvel construya en Londres, cerca de la catedral de San Pablo, han suscitado la enésima ventolera mediática. La mayoría de la población y la prensa popular tienden a alinearse con el príncipe, que ha tenido razón en algunos casos: la nueva National Library de St. Pancras es, en efecto, un engendro espantoso que transmite desolación. Las élites, en cambio, suelen defender la nueva arquitectura.
Ese debate entre lo tradicional y lo moderno carece de gran interés, al igual que las opiniones personales de Carlos Windsor. Personalmente, respetaría un poco más las posiciones del heredero británico si un día se pronunciara sobre el palacio de Buckingham, una de las construcciones más horrendas del continente europeo.
Lo importante, me parece, es la creciente distancia entre la arquitectura y la gente. El cine, al menos en su producción comercial, es considerado un arte popular y todos nos atrevemos a opinar sobre una película que veremos una o dos veces en la vida (salvo si se trata de Pretty woman); la arquitectura, que tenemos continuamente delante de las narices, se ha replegado en cambio, como la economía, a las trincheras tecnocráticas. Diga que no le gusta lo que hace Norman Foster (es mi caso) y quedará automáticamente como un paleto que no entiende nada. Peor: como un paleto que piensa como el príncipe Carlos.
En televisión se habla muy raramente de arquitectura. Recuerdo una serie de la francoalemana Arte que en Cataluña emitió el Canal 33 y algunos documentales en Discovery. Lo que se publica en la prensa escrita suele envolverse en jerga técnica y en frasecillas presuntamente poéticas. Es una lástima.
Privacidad
ENRIC GONZÁLEZ 20 AGO 2009
Antes, la privacidad era otra cosa: inofensiva y hasta saludable. En momentos de privacidad era bastante usual masturbarse. Una parte importante de la adolescencia consistía en evitar que te pillaran tus padres. Otra parte de la adolescencia, mucho más importante que la primera, consistía en evitar lo contrario: pillar tú a tus padres. Eran cosas privadas o, como mucho, familiares, que no implicaban al resto de la sociedad. Resulta evidente que las cosas han cambiado. Para comprobarlo, basta con visitar un medio digital y adentrarse en las secciones de “comentarios”. ¿Qué pasa? ¿Ya nadie se masturba? Por razones que ignoro, mucha gente dedica hoy su esparcimiento a escribir barbaridades bajo la cobertura del anonimato. No digo que antes no se hiciera (la literatura de retrete es tan antigua como los retretes), pero se hacía menos y de forma artesanal. Ahora, la burrada patética, el insulto atroz y la rabia escupida se han convertido en un fenómeno masivo.
Hay muchos comentarios correctos, e incluso hay bastantes con interés. Pero la proporción de sociópatas es alarmante. Y hay que tener en cuenta que la mayoría de los medios pagan a alguien (que sin duda debería cobrar más de lo que cobra, y jubilarse a edad temprana, por la penosidad de su tarea) para que elimine las intervenciones más deleznables. Cierto, una sola persona puede soltar muchas barbaridades con distintos seudónimos. Aún así, la cuenta de quienes usan la privacidad para eyectar sus amarguras intestinales sobre la pantalla, y de paso amargar un poco la vida del prójimo, resulta excesiva.
En Nueva York, un juzgado ha ordenado a Google que revele la identidad de un bloguero que insultó a la modelo Liskula Cohen. Elbloguero escribió que Cohen era “psicótica y mentirosa” y propensa a las actividades sexuales. Se enfrentará a un juicio por difamación. Me parece injusto. ¿El bloguero sí, y los comentaristas no? ¿Sólo porque albloguero se le pilla más fácil? O todos, o ninguno. Todos es imposible: la paja mental se ha impuesto sobre la otra de forma definitiva.
FOX
ENRIC GONZÁLEZ 21 AGO 2009
Supongo que Fox tardará relativamente poco, TDT mediante, en quedarse con una buena porción de la audiencia española. Es una opinión personal (últimamente he sufrido una recaída con los viejos episodios de House, que Fox emite cada noche), pero hay elementos para sostenerla. Fundamentalmente, uno: Rupert Murdoch, el dueño, ha obtenido pocos fracasos en el negocio televisivo. Quizá por su audacia. Recuerden lo que ocurrió con Fox News en Estados Unidos. Murdoch, tan ultraconservador que se define “libertario” (rango supremo de la derecha contemporánea), decidió crear una cadena que compitiera con CNN desde la derecha. En realidad, Fox News va mucho más allá: es un delirio ultramontano, una fábrica de teorías conspirativas, un torrente de disparates. Ofrece una información deleznable, aunque no especialmente peligrosa para el público: quien se cree lo que dice Fox no estaría nunca dispuesto a creer la verdad, mucho más aburrida. Como entretenimiento, Fox News es magnífica. Naturalmente, ya ha superado a CNN.
Y el canal Fox, que fabrica The Simpson, fue la temporada pasada el más visto en EE UU. En España, Fox combina reposiciones con estrenos de relevancia, como House. A final de mes lanza Miénteme, con Tim Roth. Y el domingo empieza Kings, una trasposición del relato bíblico de David a un minipaís contemporáneo muy parecido a Nueva York. PeroKings es un producto de la NBC, una compañía moderadamente progresista. Tuvieron miedo de exagerar el tono bíblico, para no molestar a la derecha religiosa, y la homosexualidad de uno de los personajes, para no molestar a otros sectores, y el relato se queda a medio camino. Sospecho que Fox, si hubiera desarrollado la idea deKings, habría entrado a saco en las tremebundas posibilidades argumentales del Antiguo Testamento.
Ficción
ENRIC GONZÁLEZ 24 AGO 2009
Ramón Lobo, que lleva años escribiendo para este periódico desde lugares infames y altamente peligrosos, se parece cada vez más a los viejos corresponsales británicos: tipos que se iban a la guerra, enviaban fantásticas crónicas por correo, discutían el criterio de los generales (porque habían visto más batallas que ellos) y volvían a casa al cabo de un largo tiempo, para retirarse a la campiña o sestear en la Cámara de los Lores.
El otro día, en un chat con los lectores, Lobo dijo una de esas frases que conviene subrayar y memorizar: “La política internacional es, a grandes rasgos, una ficción”. ¿Alguien no está de acuerdo? Pues bien, ahí tienen el caso de Abdelbaset al Megrahi, único condenado por el atentado en 1988 contra un avión de la compañía Pan-Am que volaba sobre Escocia, con 270 víctimas mortales.
Las pistas de la investigación policial apuntaban a la culpabilidad de agentes libaneses, a la participación de los servicios sirios y a la responsabilidad de Irán. Había también un móvil razonable: cinco meses antes del atentado, un buque estadounidense, el Vincennes, había derribado “por error” un avión comercial iraní con 290 peregrinos a bordo.
En 1990, sin embargo, cuando se preparaba la primera Guerra del Golfo y tanto Londres como Washington necesitaban la cooperación de Irán en la Tormenta del Desierto, los libios se perfilaron como perfectos culpables. Gadafi era lo bastante asqueroso como para haber organizado el crimen. Y, sobre todo, se podía llegar con él a un acuerdo económico. Libia entregó a un culpable plausible, Al Megrahi (que se declaraba inocente), pagó indemnizaciones y al cabo de poco tiempo (y unos cuantos contratos petrolíferos) se convirtió en miembro de eso que llaman “comunidad internacional”. Al Megrahi fue condenado, en un juicio que el observador de la ONU calificó de farsa. Y ahora, aparentemente enfermo y con pocos meses por vivir, Al Megrahi ha sido liberado (“razones humanitarias”) por el Gobierno autónomo escocés. Londres y Was-hington se lavan las manos. Ahora que Irán es el enemigo, cualquier día aparece un culpable iraní.
Cuanto más se habla de realpolitik, más ficciopolitik es.
Política
ENRIC GONZÁLEZ 25 AGO 2009
La televisión es, como la política o el arte, refractaria a valoraciones morales. Estas son cosas que se hacen bien o se hacen mal, y ya está. Louis Ferdinand Céline escribió Voyage au bout de la nuit, una de las mejores novelas del siglo XX. ¿A quién le importa que fuera nazi? Kennedy y Mitterrand supieron inspirar a muchos de sus conciudadanos. También fueron mentirosos, chanchulleros y jugaron sucio siempre que les convino. ¿Y qué? Cuentan los resultados.
¿Y la tele? A eso íbamos. Hace unas líneas dejábamos de lado la moralidad (y la decencia, y el buen gusto, y lo que ustedes quieran) para abordar con la mente fría una cuestión extremadamente polémica. Nos referimos al conflicto Esteban-Campanario. No, no crean que es una gilipollez. Telecinco y Antena 3, las dos grandes televisiones privadas, han apostado mucho dinero en el enfrentamiento que mantienen ambas señoras. Como sabe cualquiera que no tenga nada que hacer a primera hora de la tarde, Sálvame, el programa-acorazado de Telecinco, enarbola como bandera a Belén Esteban. Es igualmente sabido que uno de los fundamentos de la línea editorial de Antena 3 consiste en hablar de María José Campanario y poner a parir, en lo posible, a la señora Esteban.
Ayer en Vaya par… de tres, el programa de Antena 3 que rivaliza, en temática, horario y elegancia intelectual con Sálvame, despellejaron (hasta niveles estomagantes), como era de esperar, a la colaboradora de Telecinco.
¿Comparamos? No hay color. Sálvame es mejor programa.
Dado que nos queda un poco de espacio, vamos a seguir en el ámbito de las cuestiones ajenas al bien y al mal. ¿No les cae bien Mariano Rajoy? A mí, sí. Y Cospedal también. No les votaría, pero no me importaría tomarme una caña con ellos. Sin embargo, tal vez bajo la influencia de estupefacientes como Sálvame o Vaya par, empiezo a pensar que si votara al PP, preferiría que en cabeza de la lista estuviera Esperanza Aguirre. Por lo que decíamos antes de la televisión y la política: son cosas que se hacen bien o se hacen mal, y ya está.
PROGRESO
ENRIC GONZÁLEZ 26 AGO 2009
Suele pensarse en el progreso como algo más o menos lineal y más o menos inexorable. Tengo mis dudas.
Hace ahora 20 años se concedieron en España las primeras licencias de televisión privada. En poco tiempo llegaron a las pantallas innovaciones como las mamachicho, La máquina de la verdad, los telediarios de Carrascal y algo indescriptible que se llamaba Ay, qué calor. Empezó a hablarse de telebasura. Parecía que, con ese punto de partida, las cosas sólo podían mejorar. Echen un vistazo a la actual programación de sobremesa de las dos grandes cadenas privadas, Telecinco y Antena 3, y háganse una opinión sobre el progreso.
Hace 20 años, el capitalismo gozaba de un calentón sensacional. Las Bolsas de valores eran templos, triunfaban películas como Wall Street y la codicia era una virtud. Cuando llegó la crisis de principios de los noventa, aparecieron culpables como Michael Milken, un financiero y filántropo que revolucionó los mercados con los bonos basura. Milken fue condenado a diez años (cumplió dos), pero nunca dejó de ser considerado un genio de las finanzas. En la actual crisis, el rostro de la culpabilidad es el de Bernard Madoff, un tipo que se limitó a montar una inmensa pirámide de Ponzi: desde un punto de vista técnico, se trata de una estafa sólo ligeramente más sofisticada que el tocomocho.
En España, la crisis de los noventa tuvo como culpable a Mario Conde, un abogado del Estado que sabía perfectamente lo que hacía. La crisis de ahora tiene como ejemplo a los miembros del consejo de la Caja de Castilla-La Mancha, quienes aseguran que no tenían ni idea de nada y que por eso estaban allí, cobrando estipendios y dietas.
En 2006, el 58% de los trabajadores españoles decía cobrar menos de 1.100 euros brutos mensuales. Ahora, según Hacienda, las víctimas delsubmileurismo (después de retenciones, cotizaciones y demás) alcanzan el 63%. Eso significa que o se ha incrementado el fraude fiscal, o que los sueldos se han pauperizado, o ambas cosas. Es muy probable que sea esto último, es decir, una combinación de más fraude y peores salarios. Los ricos, eso sí, son más ricos que nunca.
Qué lujazo de progreso.
Guerra
ENRIC GONZÁLEZ 27 AGO 2009
Muere Ted Kennedy y se habla del fin de una saga. En las televisiones y los diarios digitales se ilustra el asunto con imágenes de los tres de Camelot: el presidente John, el fiscal general Bobby, el entonces joven Ted. La información gráfica no incluye en la saga al primogénito, Joseph, para quien el padre, Joe senior, había trazado el camino hacia la presidencia. Es normal: Joseph, llamado Joe, desapareció cuando el apellido Kennedy sólo se relacionaba con el patriarca de la familia, es decir, con la especulación bursátil y el contrabando.
Joe Kennedy, igual que su hermano John, combatió en la II Guerra Mundial. Era piloto y se alistó como voluntario en una misión altamente peligrosa: consistía en cargar un avión con explosivos y lanzarlo contra una base nazi en territorio francés, saltando en paracaídas en el último momento. El avión de Joe estalló en el aire el 12 de agosto de 1944, sobre las costas inglesas. Su cuerpo nunca fue recuperado. En aquella última misión, el avión que seguía al de Joe era pilotado por Elliot Roosevelt, uno de los hijos del presidente Franklin Delano Roosevelt. Elliot fue un borrachín que dedicó el resto de su vida a dilapidar la fortuna familiar y a montar negocios fraudulentos. Sin embargo, allí estaba aquel día de 1944.
Eran tiempos en que los políticos mandaban a la guerra a sus propios hijos. La perspectiva había de ser forzosamente distinta. Menos sencilla que ahora.
La profesionalización del ejército se contempla como una conquista social. Lo es, pero sólo para ciertas clases sociales. La propia palabra, “profesionalización”, resulta engañosa: encubre en la práctica la proletarización de la guerra. Las élites ya no tienen que combatir. En primera línea de fuego se encuentra la gente más pobre (con abundancia de inmigrantes) y con menos alternativas laborales. Gente cuyas familias carecen por completo de poder de decisión. Gente obligada a callarse y aguantar. Es como los contratos-basura: progresismo contemporáneo.
Hermanos
ENRIC GONZÁLEZ 28 AGO 2009
Channel 4, la televisión que posee la franquicia de Gran Hermano en Reino Unido, ha decidido acabar con el programa. La última temporada se emitirá el verano próximo. Dicen que ha dejado de atraer a la audiencia y que prefieren bajar la persiana antes de perder dinero. Ni la “muerte en directo” de la ex concursante Jade Goody, que vendió a las cámaras la exclusiva de su agonía, ha conseguido reavivar el interés del público por un formato que causó sensación en su día.
Tampoco en España es lo que era. Telecinco presentará en unos días una nueva hornada de “hermanitos”, otra vez tutelados por Mercedes Milá, pero el impacto de Gran Hermano resulta muy poco audible. Es Milá quien sostiene el formato, y no al revés. No parece probable que al invento le quede mucho recorrido. Allá por el año 2000, cuando la productora Endemol vendió a precio de oro la idea de encerrar a un grupo de personas y mostrarlas por la pantalla, como si fueran salamandras en un terrario, la cosa tenía su punto. Ahora es uno más entre los muchos terrarios humanos que proliferan en la Red.
Dicen que se prepara un programa similar, con menores. Es lógico. Si tratamos a los adultos como niños, habrá que tratar a los niños como adultos. Ocurre en todos los ámbitos de la vida, incluyendo el aborto. También hay quien pide la cadena perpetua (o la de muerte, puestos a pedir) para los adolescentes que cometen crímenes graves. Lo dicho: es lógico.
Cuando apareció Gran Hermano, algunos lo criticaron porque, decían, convertía a los concursantes en objetos. Según se mire, constituía un avance: suponía acabar con la discriminación de la “mujer objeto” y del mucho más escaso “hombre objeto”, e igualar a todo el mundo en la categoría de “persona objeto”. Es el signo de los tiempos. Si uno vive en una sociedad, puede aspirar a ciertas cosas. Cuando uno vive en un mercado, cuesta mucho ser algo más que un producto con un precio.
¿Qué quiere un concursante de Gran Hermano? No quiere tener más valor, sino más precio. Quiere que le paguen por ser quien es y que le reconozcan por la calle por ser lo que es, y no por lo que hace. El signo de los tiempos.
Miseria
ENRIC GONZÁLEZ 7 SEP 2009
El 24 de septiembre de 1888, George Bernard Shaw (Nobel de Literatura en 1925, Oscar al mejor guión en 1938, socialista y vegetariano) publicó en el diario londinense The Star una carta dirigida al director. Shaw aplaudía a un criminal muy célebre entonces, conocido como Jack el Destripador, por haber expuesto ante el mundo la miseria del East End, el barrio donde cometía sus crímenes. Tras esa provocación, absolutamente legítima, criticaba la hipocresía de la intelectualidad bondadosa y bienpensante, que poco antes, durante las revueltas de 1886, exigía al Gobierno que reprimiera a sangre y fuego las manifestaciones de los desheredados del East End: habían bastado unos cuantos crímenes para que esas mismas voces reclamaran al Gobierno que mejorara como fuera las condiciones de vida en esa zona.
Este periódico publicó el otro día unas imágenes de degradación urbana en Barcelona, y se formó una cierta polémica. Aparecían prostitutas y clientes en pleno comercio, pero no creo que la prostitución fuera el problema: en estas mismas páginas se anuncia cada día desde hace mucho tiempo. ¿Por qué la polémica? ¿Por mostrar lo que cualquiera puede contemplar paseando por la Rambla o por muchos otros lugares? Sería una pena, para una vez que la prensa dice lo que pasa, y no lo que un Gobierno o una empresa dicen que pasa. ¿Entonces? Supongo que a más de un lector le pareció que EL PAÍS se acercaba sospechosamente a la temática de programas como Arena Mix, y dedujo que lo hacía con los mismos fines: todo por la audiencia.
A mí no me pareció mal. Al contrario. No me interesa nada ver el pito de un político checo en casa de Berlusconi; me gusta, sin embargo, que mi diario me cuente lo que pasa en mi ciudad, y me gusta que mi diario, tan pijo y tan bienpensante, se enfangue las manos de vez en cuando con el pringue de lo real.
También me gustaría que la realidad fuera otra. Sin embargo, hay lo que hay. Y lo que hay es degradación. Quizá sean manías mías, pero veo degradación por todas partes. Más asquerosa, indudablemente, cuanto menos fotografiable.
Apocalipsis
ENRIC GONZÁLEZ 8 SEP 2009
Cualquiera que frecuente los canales History y National Geographic puede considerarse experto en nazis y tiburones. A veces emiten documentales sobre otras cosas, pero intentan incluir en ellos algún nazi o algún tiburón. Si algún día se descubre que los tiburones simpatizan con el nazismo, o que Hitler adoraba secretamente a los tiburones, ambos canales habrán resuelto su programación para siempre.
A veces, sin embargo, regalan productos de lujo. National Geographic presentó el lunes los dos primeros capítulos de Apocalipsis, una serie de seis horas sobre la Segunda Guerra Mundial. Aunque el tema no sea precisamente nuevo, no creo que este mes pueda verse nada mejor en televisión. Habrá, sin duda, quien prefiera series como 90-60-90, diario secreto de una adolescente (Antena 3), y habrá también, entre los aficionados a la materia, quien se queje de que en Apocalipsis no aparezcan tiburones. De hecho, ni siquiera sale Hitler todo el rato. Pese a ello, es apabullante. El uso de imágenes privadas e inéditas hasta ahora, restauradas y coloreadas, y un guión elemental pero sensato, hacen de esta serie un producto estremecedor y a la vez didáctico.
Por una vez, la guerra más espantosa que ha conocido la humanidad no se presenta como el invento exclusivo de una secta nazi-satánica dirigida por Hitler. Quizá porque National Geographic se emite en gran parte del mundo, se hace un esfuerzo de objetividad. Se subraya, por ejemplo, que los franceses no fueron tan nenazas como se dice, y se indica que el nazismo no habría fascinado de forma tan profunda a los alemanes si al final de la Gran Guerra no hubiera existido el Tratado de Versalles, que humilló innecesariamente a Alemania e hizo muy difícil su viabilidad económica.
Por desgracia, la cuestión de Versalles se queda en simple apunte. Eso, ya sé, es como protestar por la ausencia de tiburones. Pero conviene recordarlo: la Segunda Guerra Mundial fue el resultado de un cóctel de cinismo (británico), resentimiento (francés) y buenismo (estadounidense) combinado dos décadas antes. Cinismo, resentimiento y buenismo: suena actual, ¿no?
Cifras
ENRIC GONZÁLEZ 9 SEP 2009
Circula por ahí una idea curiosa: las clases medias, dicen, son las víctimas de unas políticas elitistas que sólo favorecen a los muy ricos y a los muy pobres. Cuando digo por ahí, no me refiero a España, sino al conjunto de eso que llamamos Occidente, o “comunidad internacional”. En serio, parece que las clases medias se sienten oprimidas. Y no es cierto. Pagan la mayor parte del pastel, eso sí, pero también se comen la mayor parte. Especialmente cuando acceden a la pensión.
Creo que nos hemos acostumbrado a ver sólo una parte de la imagen, la que se nos muestra. En la imagen nos vemos a nosotros, las sufridas clases medias, con nuestros impuestos, nuestro trabajo (o nuestro paro) y nuestros sueños frustrados; y vemos a los Goldman Sachs, a los megamillonarios, a los ejecutivos multinacionales, que surfean sobre mares de dinero y abrevan en paraísos fiscales.
Vale. Vemos eso. Pero apenas vemos a los otros, porque ni siquiera aparecen en la imagen. Aunque no lo crean, existe un proletariado. Ocurre que ya no se congrega en fábricas, ni forma partidos, ni amenaza con revoluciones. No cuenta. Y, por tanto, queda oscurecido tras cifras vagas: estimaciones de muertos en patera, estimaciones de prostitutas, estimaciones de inmigrantes ilegales, estimaciones de indigentes. Esa gente es poco más que una suposición.
La National Coalition for the Homeless, una gran organización estadounidense que hace lo que puede por las personas sin techo, cuenta una historia que sí tiene cifras. En Estados Unidos se ha popularizado entre ciertos jóvenes la práctica de pagar unas cervezas o unos dólares a los indigentes (muchos de ellos con problemas mentales) para que peleen entre sí, o se arrojen desde una cierta altura, o se humillen de cualquier forma. La cosa se filma. Hasta 2003, se comercializaba en DVD (8,6 millones de unidades vendidas); desde entonces, cuando se prohibió la venta, acaban en plataformas como YouTube. Son borrados con rapidez, pero siguen circulando a través de los móviles.
Otro dato. En 2008, 106 indigentes fueron apaleados por grupos de jóvenes estadounidenses; de ellos, 27 fueron apaleados hasta la muerte. Nada, sólo quería dar unos números.
Porque se puede
ENRIC GONZÁLEZ 9 SEP 2009
La prostitución pública y la cutrez generalizada en La Rambla no son fenómenos únicos en el mundo, aunque, es verdad, no resulte frecuente contemplarlos con tanta intensidad en el hemisferio norte. Tampoco son únicos disturbios como los de Pozuelo. Y no hace falta recurrir a las periódicas inflamaciones de los suburbios parisinos. En Campo dei Fiori, la plaza más popular del centro de Roma, hay bronca más o menos multitudinaria casi cada fin de semana, y alguna de esas broncas se convierte en batalla campal contra la policía.
La Stampa viene denunciando estas últimas semanas la degradación del centro urbano de Turín. Cito un párrafo del diario de ayer mismo: “Las calles se ven invadidas por inciviles y borrachuzos que a partir de una cierta hora se cargan lo que encuentran por delante: sea un banco que romper a pedazos, un coche al que romper los retrovisores o las lunetas, un portal contra el que orinar, una señal de tráfico que arrancar”.
El coste de ‘salvajear’ por el centro de una ciudad europea tiende a cero. ¿Por qué no darse una descarga de adrenalina?
En Madrid, sea en los aledaños de la Gran Vía, sea en Lavapiés, estos fenómenos tampoco son nuevos ni raros.
Podría teorizarse en abundancia sobre las causas de este desprecio hacia los bienes públicos. De hecho, hay mucha gente que se gana la vida teorizando: exclusión, marginación, alienación, paro juvenil, videojuegos, cultura de la violencia, desintegración familiar, colapso de la autoridad; en fin, lo que quieran.
Yo sospecho que existe una razón más simple. Creo que las cosas se hacen porque se pueden hacer. Dentro de lo estúpidos que en general somos todos, los humanos solemos efectuar continuos análisis de costes. Son, por supuesto, análisis muy elementales y cortoplacistas. Si a alguien que va a pincharse heroína por primera vez se le garantiza que morirá en 10 minutos, es muy posible (posible, no seguro, porque hay gente para todo) que deje el experimento para mejor ocasión. Si, en cambio, a ese mismo alguien se le garantiza que morirá en 10 años, lo más probable es que se meta el pico sin problemas.
Las cosas se hacen, decía, porque se pueden hacer. El coste desalvajear un rato por el centro de una ciudad europea tiende a cero. Entonces, ¿por qué no hacerlo? Hablamos de zonas aglomeradas, de multitudes, de bandas, de embriaguez numérica. Del ambiente de estadio, para entendernos. ¿Por qué no hacerlo? ¿Por qué no procurarse una descarga de adrenalina? Por favor, no vengamos con la civilización, el respeto o la inteligencia, porque esas cosas sólo funcionan en soledad o en petit comité.
En fin, a lo que íbamos. Vivimos en una sociedad permisiva y por eso es posible hacer ciertas cosas lamentables. ¿Nos gusta la sociedad permisiva? Me parece que en general sí, mucho. Tiene un montón de inconvenientes, pero dudo de que nos convenciera otro tipo de sociedad, y no hace falta pensar en Arabia Saudí o Singapur. En la mayoría de Estados Unidos, el análisis de costes resulta diferente. Es otro modelo, que comporta un inmenso gasto penitenciario (el de Estados Unidos es el mayor del mundo, en términos absolutos y relativos), una cierta querencia por la pena de muerte, otros tipos de permisividad (tenencia de armas, por ejemplo) y unos centros urbanos desérticos, salvo en un puñado de grandes ciudades.
Dentro del modelo permisivo, el nuestro, no hay soluciones. Desengáñense, tampoco un sistema educativo excelente, una economía con pleno empleo o la fantasía de prohibir la inmigración resolverían los problemas de los que hablamos. Hay, sin embargo, arreglos, compromisos, parches temporales, grados de tolerancia. Cualquier situación es dinámica, y sólo la falta de reacción de una de las partes (los poderes públicos) concede todo el espacio a la otra, los ocupantes de la calle.
Lo peor que puede ocurrir en una sociedad permisiva es que los poderes públicos se mantengan inmóviles hasta que un conflicto determinado les provoque un ataque de histeria, del que se recuperan con rapidez para volver al letargo y al ronroneo de complacencia.
Semántica
ENRIC GONZÁLEZ 10 SEP 2009
Gran Hermano es un conocido programa de televisión cuyos concursantes, además de convivir en una determinada residencia, se esfuerzan por estimular la capacidad de reflexión de los espectadores. En ocasiones, el debate de ingenios en la casa alcanza cumbres sublimes. Evoquemos una simple frase, pronunciada por una concursante hace ya varias temporadas: “Me meo que te cagas”. Venga, ármense de un tratado de semántica y atrévanse a dividirla en unidades léxicas.
Gran Hermano es también, aunque no tengamos por qué saberlo, un personaje de 1984, la novela-testamento de George Orwell sobre el futuro totalitario del planeta. Gran Hermano es el jefe del Partido y del Estado en Oceanía, uno de los tres territorios mundiales. Su lema comienza con esta frase: “La guerra es la paz”. Resulta casi inevitable pensar en Gran Hermano y en el lema oceánico cuando se reciben noticias de la guerra en Afganistán, donde, como se sabe, España mantiene unos 800 soldados en misión de paz. Como la guerra se hace cada día más cruenta, parece que el Gobierno va a aumentar hasta más de un millar el número de los soldados pacifistas destacados en el territorio.
La cuestión afgana es endiablada. Viene siéndolo desde hace unos siglos. Hablamos de un conflicto con características de avispero cuántico: basta observarlo para que cambie la disposición de los elementos, casi siempre a peor. La enésima paradoja es la protagonizada por Stephen Farrell, enviado de The New York Times.Farrell, cuya misión era observar e informar a sus lectores, fue secuestrado hace cinco días. Ayer fue liberado por tropas aliadas, pero en la operación murieron su intérprete, Sultan Munadi, una cantidad no determinada de talibanes y al menos una mujer que pasaba por allí. Es decir, que incluso cuando alguien acude al país con la más noble de las intenciones (y parece que tanto Farrell como Munadi hacían un trabajo perfectamente noble, centrado en divulgar las penurias del pueblo afgano), acaban muriendo civiles inocentes.
Me declaro incapaz de adivinar en qué consiste el objetivo de la misión militar española en Afganistán. ¿La guerra es la paz? Refugiémonos en los clásicos: me meo que te cagas.
Mike
ENRIC GONZÁLEZ 11 SEP 2009
Mike Bongiorno ha muerto esta semana. El periódico ya publicó su loa fúnebre: fue un italoamericano nacido en Nueva York que combatió con la Resistencia italiana, se salvó de milagro en el lager nazi de Mauthausen y ostentó durante medio siglo el título de gran estrella televisiva. Tras su muerte, se ha recordado un ensayo que Umberto Eco escribió sobre él, en 1963: Fenomenología de Mike Bongiorno.
Eco afirmaba que Bongiorno (traducción, “Buenos días”: busquen un apellido mejor para un presentador de concursos), o más bien “el personaje Bongiorno”, encarnaba “la mediocridad absoluta” y que ello le permitía “no colocar en situación de inferioridad a ningún espectador, ni siquiera el menos cualificado”. Bongiorno equiparaba “la cultura con los catedráticos” e ignoraba por completo la posibilidad de que existiera “una función crítica y creativa de la cultura”. Carecía de “auténtico sentido del humor”. Era, en fin, “el hombre mediocre que se niega a aprender, pero quiere que su hijo estudie”.
Umberto Eco, uno de los primeros teóricos de la ironía posmoderna, preconizaba en 1963 otra televisión. Irónicamente, preconizaba el entretenimiento televisivo de hoy, que recurre continuamente a un dudoso concepto de la ironía, el más cínico. El mensaje de la actual estrella de la televisión viene a ser el siguiente: yo no me lo creo; usted, telespectador, sabe que no me lo creo; y yo sé que usted sabe que no me lo creo. Es un juego de estricta posmodernidad. Y es la base de lo que conocemos como telebasura. Sólo en casos muy concretos (notables en Canal Sur), la telebasura intenta prescindir de la ironía cínica: desprovista de la excusa, la emisión se convierte en un trágico desfile de monstruosidades.
En teoría, la autorreferencia y la nostalgia son los otros componentes básicos de la posmodernidad. Ya saben, el juego de guiños. Desde la política hasta la moda, casi todo funciona sobre ese juego. A veces, sin embargo, asoma la otra nostalgia. La de contar con alguien que se tome en serio, y se tome tan en serio que no se sienta capaz de presentar resultados indignos. Hablamos de televisión, por supuesto. Y de lo otro, por qué no.
Una huelga memorable
Reunir en una misma frase las palabras sindicato y huelga resulta, hoy en día, bastante excéntrico. Como aquí nos ocupamos de asuntos marginales, tal vez valga la pena recordar una historia sindical que hace casi exactamente 90 años, el 9 de septiembre de 1919, desembocó en una de las huelgas más memorables de todos los tiempos.
Después de la Gran Guerra europea, los agentes de policía de Boston vivían en una situación cercana a la indigencia. Mientras los sindicatos florecían en Estados Unidos y las huelgas, o la simple amenaza de realizarlas, permitían (pese a la violencia ejercida por los grandes empresarios) mejorar el nivel general de los salarios, los policías bostonianos constituían un peculiar proletariado armado.
Mantenían el sueldo de 1913, pese a que la inflación había subido casi el 80% en seis años. Cumplían jornadas de entre 60 y 70 horas semanales. Dormían la mayoría de las noches en comisaría, en condiciones higiénicas deplorables. Cada vez que un juzgado les convocaba para declarar, se les descontaban las horas del salario. Y tenían que pagar de su bolsillo los uniformes y las balas.
El alza del precio del carbón alarmó definitivamente a los policías: ellos y sus familias estaban condenados a morirse de frío en invierno. Los agentes eligieron a un grupo de representantes para negociar un aumento de sueldo con el jefe de Policía, Edwin Upton Curtis. El Ayuntamiento, que era quien pagaba, se mostró receptivo. Pero Curtis, que antes había sido alcalde y aspiraba a hundir a su sucesor, se cerró en banda. No sólo eso: suspendió de empleo y sueldo a los representantes policiales. Ante esta situación, los agentes solicitaron su inclusión en la Federación Americana del Trabajo.
El alcalde estaba a favor de la subida de sueldos. También lo estaban los magnates de Boston, la prensa y la mayor parte de los ciudadanos. Un comité municipal respaldó las reivindicaciones policiales. El acuerdo parecía hecho: se mejorarían los sueldos y las condiciones de trabajo, a cambio de que los policías renunciaran a sindicarse. El jefe Curtis, sin embargo, volvió a decir “no”. Contaba con el apoyo encubierto del gobernador del Estado de Massachusetts, Calvin Coolidge, que esperaba sacar partido del conflicto.
Sin otra opción, los agentes aprobaron ir a la huelga el 9 de septiembre.
Miles de marineros, rufianes y personas presuntamente de bien aprovecharon la ausencia de la policía para violar, saquear e incendiar. Fue una noche terrible. Gran parte de la ciudad quedó destrozada.
El gobernador Coolidge despidió al alcalde, tomó el mando y, en efecto, hizo carrera: llegó a ser presidente. Todos los policías huelguistas fueron despedidos y sustituidos por veteranos de la guerra.
Pero la nueva policía contó, desde el principio, con lo que pedían los despedidos. Las huelgas, a veces, sirven para algo.
La biblia levantinista
ENRIC GONZÁLEZ 14 SEP 2009
La desgracia es un gran estímulo literario: a veces estamos tan mal que sólo nos queda nuestra historia, y necesitamos contarla. La Biblia, por ejemplo, se escribió a golpes de cataclismo. La idea de redactar una biografía de Dios, del mundo y del pueblo judío surgió hace unos 28 siglos; como suele ocurrir con las buenas ideas, no fue una sola persona quien la puso en práctica: en el reino de Israel apareció un libro, y en el reino de Judá, otro. Contaban más o menos lo mismo, pero lo contaban de manera diferente. Unos siglos más tarde, tras la desaparición de Israel por conquista asiria, un editor en Judá decidió crear un relato único e hizo un gran trabajo recortando y pegando. Cualquier lector del Génesis nota que ahí hay dos historias entrelazadas, que no coinciden ni en el nombre de Dios: Yahvé en un caso, Elohim en otro.
Luego, cuando Judá también se hundía por la presión babilonia y egipcia y los judíos atravesaban un momento pésimo, alguien decidió mantener viva la esperanza contando la historia por tercera vez: el Deuteronomio. E hizo que el texto, supuestamente antiquísimo (había que atribuir la obra, como las otras, a Moisés), apareciera milagrosamente en los sótanos de un palacio.
Lo de la desgracia y las letras (y lo de las dos historias entrelazadas) se repite ahora en el Levante, que esta semana ha cumplido 100 años. Hay algo judaico en el fenómenogranota: son pocos, no tienen la historia más gloriosa del fútbol mundial (sólo han asomado la cabeza por Primera de vez en cuando), pasan por un presente más bien apretado (la sociedad está intervenida) y ante ellos se dibuja un futuro tan difícil como el pasado. Pero en materia de letras no hay quien les gane.
El propio club patrocina, con ocasión del centenario, varios libros “oficiales” sobre el levantinismo. Y un grupo de escribas, coordinado por Felip Bens y José Luis García Nieves, acaba de publicar una pieza fabulosa, casi bíblica por alcance y por tamaño: ronda las 800 páginas y se trata sólo de un primer tomo, que abarca la historia del fútbol valenciano y del Levante desde fines del siglo XIX hasta 1922. Dudo que exista algo igual referido a cualquier otra institución futbolística, incluyendo las más gloriosas.
Según la biblia levantinista, el Levante, como el Génesis, surge de dos tradiciones muy distintas. La del Levante FC, fundado por el catedrático socialista José Ballester Gozalvo, alto cargo de la República y luego exiliado en Francia, con un evidente tono laico y progresista y con camiseta blanquinegra; y la del Gimnàstic, fundado por los jesuitas del Patronato de la Juventud Obrera con los colores azulgrana y con el propósito de entretener a los chicos y evitar que se acercaran a la ideología de personas como Ballester Gozalvo.
De la fusión de ambos clubes, el laicista y el católico, en 1940 (la bibliano ha llegado aún a ese punto), surgió el Levante de hoy.
Cabe desear que la gente granota no se enfrente, como ocurrió con los judíos, a 2.000 años de exilio. Si así fuera, al menos podrían aprovechar el par de milenios para leer la historia de su primer siglo.
Brotes
ENRIC GONZÁLEZ 14 SEP 2009
Hay esperanza. Las cosas no están tan mal como parece. Yo tampoco suelo creer lo que dice el presidente del Gobierno, pero ahora, lo reconozco, los hechos se ponen de su parte: asoman brotes verdes en la economía. Perdonen un inciso: ¿se han dado cuenta de que rejuvenecer la clase política también tiene sus riesgos? Tradicionalmente, los políticos tenían hermanos latosos, por unidades (como Jimmy Carter) o a granel (como Alfonso Guerra). A veces surgía algún problema con los hijos, o con la esposa o esposo, o con un ex o una ex. Hay políticos que tienen una esposa lamentable, y políticas que tienen un esposo lamentable: la pareja Kirchner constituye un ejemplo de ambos casos. Ahora, sin embargo, empiezan a surgir problemas con los padres. No estoy a favor de la gerontocracia, ni mucho menos. Tampoco me parece razonable crear un gulag para padres comprometedores. Pero me desazona que a la secretaria de Organización del PSOE, Leire Pajín, se le subleven políticamente papá y mamá: si te falla tu madre, ¿en quién puedes confiar?
A lo que íbamos: empecemos a echar otra vez cálculos hipotecarios, porque esto del paro y el reventón inmobiliario debe estar a punto de acabarse. Como suele ocurrir en España cuando todo parece perdido, ha surgido un puñado de valientes dispuestos a cambiar las cosas.
La esperanza surge de Benidorm. Como surgió ya en 1991, cuando Eduardo Zaplana, un hombre que se metió en política para hacerse rico (la afirmación se recoge en documentos judiciales), echó mano de una tránsfuga socialista y se hizo con la alcaldía de Benidorm. Desde entonces, con pequeños altibajos, en España no faltaron ni el cemento ni el dinero. La historia se repite. Protagonizada esta vez por el matrimonio Pajín-Iraola (progenitores de Leire Pajín) y unos cuantos patriotas más. Ellos tienen fe. Aunque sólo dispondrán de un par de años en la alcaldía, se muestran convencidos de que pueden alcanzar tanto éxito como alcanzó en su día Zaplana. El pelotazo inmobiliario no sólo es aún posible: es inminente. Y si ellos tienen tanta fe como para montar este cidral, ¿seremos escépticos nosotros? En el cemento haybrotes verdes, seguro.
Vicios
ENRIC GONZÁLEZ 15 SEP 2009
Cuánta razón tenía Thomas de Quincey, en su tantas veces citada frase: “Si un hombre se deja tentar por un asesinato, poco después piensa que el robo no tiene importancia, y del robo pasa a la bebida y a no respetar el Día del Señor, y de esto pasa a la negligencia en los modales y al abandono de sus deberes”. Es cierto. Fíjense en el pobre Javier Rodrigo de Santos, ex concejal de Urbanismo de Palma de Mallorca, profundamente católico y hasta hace poco puntal del PP balear. Empezó con una nimiedad, un simple asuntillo de malversación, cohecho, falsedad documental y fraude en una obra pública. Luego le pareció que no estaría mal probar en el ámbito del abuso sexual, el exhibicionismo y el menoreo. Y acabó pagando los servicios del prostíbulo con la tarjeta de crédito oficial. Pero ojo, él mismo reconoce que eso fueron actividades marginales y que el auténtico problema era su consumo desaforado de cocaína.
Ya ven: le puede ocurrir a cualquiera. A mí, por ejemplo. Yo caí en el vicio por razones profesionales. Había quien me decía que no hablaba nunca de televisión, había quien criticaba mi exceso de pesimismo, y había quien (no diré quién) lamentaba lo que, por error, podía interpretarse como falta de fervor corporativo. Sin saber cómo ni por qué, empecé a ver la tele. No la tele blanda, que carece de efectos apreciables en el cerebro, sino la que coloca de verdad. Para entendernos: Telecinco en vena.
¿Saben cuál es el drama de todo esto? Que el cuerpo se intoxica y pide más. Así he terminado: frecuentando telecinco.es. Compréndanlo. Ayer tarde, sin ir más lejos, otros medios digitales hablaban de Obama, de Solbes, de la recesión eterna. Pesimismo puro. ¿Y telecinco.es? Escuchen los titulares: “Tatiana y Toscano, del tonteo a la primera noche juntos en Gran Hermano 11. El minusválido conquista el corazón de la rusa. Un masaje, acontecido mientras los tertulianos del debate discutían si terminarán en calentón o en romance, demostró que entre ambos hay puro fuego”. Por debajo se destacaba una frase de Rebeca: “Vibradores no necesito, ya tengo mis manos”.
Telecinco.es tiene una ventaja: a diferencia del prostíbulo del ex concejal mallorquín, es gratis.
Silencio
ENRIC GONZÁLEZ 16 SEP 2009
Cualquier persona tiene derecho a callar. Eso incluye, evidentemente, a los políticos. De hecho, casi todos los políticos parecen más inteligentes cuando están callados: en eso no son distintos a nosotros.
Creo, sin embargo, que existen momentos en que no es aceptable el silencio de un político. Me refiero al primer momento y al último. Cuando uno se presenta como candidato a un cargo público, sea una concejalía de su pueblo o un escaño en el Congreso de los Diputados, explica por qué. No sólo explica: canta, ronronea, insiste, promete, grita, argumenta, ensalza e insulta. Ofrece un total compromiso con la causa, garantiza que no traicionará la confianza de sus votantes y, si es elegido, asegura que trabajará en bien de todos los ciudadanos, sea cual sea su orientación ideológica.
Todo el mundo da por supuesto que un político debe hablar cuando salta al ruedo.
Es curioso que, en cambio, se admita el silencio cuando el político se larga.
Ya sabemos que esto es una partitocracia, que las listas electorales son cerradas y no admiten discusión, que el aparato del partido hace y deshace y que los candidatos secundarios son lo de menos. No creo que el PSOE o el PP perdieran muchos votos si en una de sus listas incluyeran, a partir del tercer puesto, a la plantilla completa del Alcoyano (es un ejemplo). Quizá saldrían ganando, porque el porcentaje de imputados e imputables sería mucho menor.
Pero el candidato, por modesto que sea, pide personalmente el voto a sus conciudadanos, y pide su confianza para ocupar un puesto. La cosa resulta especialmente evidente si hablamos de un aspirante a diputado que será, además, ministro de Economía en caso de victoria. O sea, Pedro Solbes.
A nadie le parece extraño que se vaya, y todos suponemos las causas. En algún momento, en alguna entrevista, dará explicaciones. Lo suyo, sin embargo, sería darlas antes de renunciar. Solbes, y cualquier otro diputado o cargo público electo de los que optan por el abandono, debería hacer una declaración formal y pública sobre sus razones. Aunque fuera muy cínica. Es lo menos que se merecen quienes le votaron, y también quienes no lo hicieron.
El sentido de la vida
ENRIC GONZÁLEZ 16 SEP 2009
Hay gente que dedica una parte considerable de su vida a pensar qué chaqueta se pondrá mañana. Hay gente que consume horas y horas leyendo a Pío Moa, o repasando pornografía en Internet, o jugando al billar. Hay gente, yo mismo, que dedica una absurda cantidad de tiempo a ver partidos de fútbol. Es legítimo, supongo.
También hay gente, mucha, que se define agnóstica. Entre esa gente hay agnósticos respetabilísimos y hay perfectos imbéciles: estos últimos son los que se apuntan al agnosticismo como quien marca la casilla “no sabe / no contesta”.
Eso me parece incomprensible. Dios existe o no existe. Y no es lo mismo una vida con Dios que una vida sin Dios. El asunto merece, al menos, un ratito de reflexión. No es una cosa que pueda resolverse con un “¡ah!, es que no me importa”. ¿Está usted ante la cuestión esencial, la que da a la vida un sentido u otro, y no le importa? Pues tendría que importarle. Debería usted vivir como ateo, como creyente (por difuso que sea el teísmo) o como agnóstico responsable (generalmente, un teísta que vive como teísta pero, por escepticismo religioso o prudencia patológica, espera hasta el último minuto para hacer su apuesta).
Cualquier debate generalizado sobre la independencia es incómodo y hasta potencialmente violento, pero toca.
La cuestión de la independencia, o de la soberanía, o como quieran llamar a ese proyecto sus partidarios, es otro asunto de vital importancia. Para los implicados en el asunto, quiero decir. O sea, para los catalanes, en el caso que nos ocupa.
No me parece especialmente fantasmagórico que se organicen consultas como la de Arenys de Munt. Se trata de un pequeño ejercicio de expresión política, con su correspondiente carga de validez y de deshonestidad. Lo mismo puede decirse, en cuanto a validez y deshonestidad, de cualquier campaña electoral. En política no conviene ser purista, porque no hay nada puro.
Sí me ha parecido fantasmagórica, y brutalmente deshonesta, la actitud tradicionalmente mantenida por un partido como Convergència Democràtica. Si su posición sobre la cuestión independencia / no independencia se trasladara al terreno económico, equivaldría a declararse al mismo tiempo comunista y democristiano. CDC, un partido mayoritario, representativo de amplios y variados sectores de la sociedad, ha conseguido durante años ser y no ser, amagar y no dar. Lo cual puede valer (no vale, pero digamos que cuela) cuando se habla del trazado de una carretera; resulta intolerable cuando se habla de algo que afecta de forma vital a nuestro futuro y al de quienes vengan después.
Evidentemente, se puede ser independentista con el corazón, autonomista con el bolsillo y españolista si la selección española gana el Mundial de fútbol. También abundan los católicos no practicantes, pero a pocos creyentes se les ocurriría votar a un católico no practicante como Papa de Roma. Por la misma razón, no debería ejercer un alto cargo político en Cataluña quien adoptara sobre la independencia una postura igualmente inane.
Cataluña lleva un montón de años siendo a la vez la puta i la Ramoneta.Vol i dol, seny i rauxa, etcétera. Nos apañamos bien con la esquizofrenia. Ahora bien, esto de la esquizofrenia nacional supone una grave pérdida de tiempo y dinero, además de propiciar situaciones bastante ridículas. Ya que no hemos tenido mucho éxito, en la práctica, a la hora de decidir qué somos (aunque esté bastante claro lo que somos: una de las pocas sociedades que se pregunta qué coño es y no se responde), ¿por qué no decidimos lo que queremos ser? Pensémoslo, uno a uno. Adoptemos una posición individual. Exijamos a nuestros representantes que sean claros y se definan sin ambigüedades.
Cualquier debate generalizado sobre la independencia resulta incómodo, inoportuno, desagradable, incluso potencialmente violento. Cierto, pero toca. No me parece elegante desestimarlo porque la propuesta provenga, como parece provenir hasta ahora, de sectores minoritarios. La propuesta puede ser minoritaria, pero sobre ella flota una nube sentimental que lo impregna todo y que nos obliga a sentirnos como en tránsito, en una provisionalidad permanente que a nosotros no nos favorece y que a otros, esos sujetos pasivos de nuestras angustias existenciales con los que llevamos una larga temporada de convivencia en lo que algunos llaman Estado español (como si sus ciudadanos fueran simples unidades administrativas), debe resultarles pesadísimo.
Seamos un poco brutos. Dejemos de lado los matices de la catalanidad y, por una vez, apostemos. O lo uno o lo otro.
Trabajo
ENRIC GONZÁLEZ 17 SEP 2009
Ya saben lo que está ocurriendo en France Télécom: 23 de sus trabajadores (unos 100.000 en total) se han suicidado desde principios de 2008. La cifra no es una barbaridad, ya que, según la Organización Mundial de la Salud, en 2008 se suicidaron 26 franceses de cada 100.000 (y nueve francesas de cada 100.000), pero se ha generado un enorme debate en torno al asunto.
El suicidio es algo muy personal. Dejémoslo al margen.
Sí se pueden sacar algunas conclusiones a partir de los testimonios de empleados recogidos por Le Monde y otros diarios franceses. France Télécom era una empresa pública con 140.000 funcionarios; desde su privatización, en 1990, y la pérdida del monopolio en telecomunicaciones, en 1998, ha experimentado una transformación profunda. Antes la prioridad no consistía en ganar dinero, sino en crear una infraestructura telefónica y en producir tecnología; ahora se ha reconvertido en empresa de servicios y el beneficio está por encima de todo.
En la empresa quedan unos 70.000 trabajadores “antiguos” (funcionarios) y el resto, los nuevos, carece de privilegios. Es muy curioso comprobar que quienes soportan mal la situación son “los antiguos”. Sin generalizar, la presión por la rentabilidad ha convertido a muchos jefes en tiranos y a muchos empleados de base en mártires vocacionales, a los que se les abre una úlcera cada vez que se habla de traslados o cambios de horario. Los “antiguos” tienden a calificar como insufrible la actual situación. Los “nuevos”, fácilmente despedibles y fácilmente trasladables, vienen a decir que France Télécom, con su poderoso comité de empresa, es, en comparación con otras empresas, un lugar bastante cómodo.
No sé ustedes, pero yo, que soy un “antiguo” en este periódico, con mis trienios, mis pagas y mi indemnización en caso de despido, soporto cada vez peor que existan dos clases de trabajadores. No tengo ganas de perder mis derechos, pero tampoco considero admisible que los de la otra clase, en general más jóvenes y mejor preparados, tengan que resignarse al contrato-basura, el sueldito y la amenaza permanente. ¿No hay que reformar el mercado de trabajo? ¿Hay que dejarlo para siempre así?
Keith Waterhouse, escritor ‘todoterreno’
La novela ‘Billy Liar’ hizo famoso al creador británico
ENRIC GONZÁLEZ 18 SEP 2009
Keith Waterhouse fue un hombre metódico. Durante medio siglo, y prácticamente hasta su muerte -el pasado 4 de septiembre en su residencia londinense, mientras dormía, a los 80 años- no faltó jamás a su costumbre de empezar el día con una botella de champán francés. Tampoco dejó de acudir a su célebre “almuerzo con amigos”, que incluía algunos amigos, una cantidad indeterminada de martinis con vodka y, a veces, un poco de comida.
Por encima de todo, se mantuvo fiel al hábito de escribir, dos veces por semana, las columnas más brillantes y divertidas del periodismo británico. También escribió varias novelas, una de las cuales, Billy Liar,de inmenso éxito, le financió el champán vitalicio, la casa en Kensington y la libertad de hacer lo que le diera la gana.
Era “pragmático en lo político y realista en lo económico, es decir, pesimista”
Waterhouse, nacido en Leeds en 1929, debió de parecerse en algo a su padre, un hombre fantasioso (en su certificado de matrimonio definió su profesión como “maestro colmadero”, cuando en realidad vendía fruta por la calle) y dado a la bebida.
El padre murió cuando Keith tenía tres años, y la madre, que limpiaba hogares, sacó adelante la familia como mejor pudo. Vivían en un barrio pobre de Leeds, uno de los lugares menos envidiables del planeta, y Keith empezó a trabajar a los 14 años. Obtuvo uno de sus primeros empleos en una empresa de pompas fúnebres, y de ahí sacó muchas de las historias que utilizó en Billy Liar (1959).
Cuando obtuvo el éxito literario ya había dejado atrás su época como reportero local del Yorkshire Evening Post y era el columnista estelar delDaily Mirror, un diario en el que trabajó durante 35 años. Para el Mirrorhizo una de sus obras maestras, Waterhouse sobre el estilo del periódico, adoptado como libro de estilo por la redacción del diario popular, por otras redacciones y por los altos funcionarios de la administración británica.
En 1986 dejó el Mirror porque no soportaba a Robert Maxwell, propietario del periódico. No se equivocó: Maxwell resultó un estafador a gran escala. Waterhouse pasó al Daily Mail, donde siguió haciendo sus columnas, siempre a máquina: se definía como “profesional de la tecnofobia” y despreciaba los ordenadores. También desarrolló una exitosa carrera como autor teatral, en colaboración con un amigo de la juventud, Willis Hall.
En 1989 estrenó, con un éxito apabullante (jamás hubo un asiento libre)Jeffrey Barnard is unwell, una obra tragicómica sobre otro columnista brillante y dipsómano, Jeffrey Barnard, interpretado por Peter O’Toole. Barnard murió en 1997 y los almuerzos líquidos de Waterhouse perdieron un comensal fijo.
Waterhouse fue socialista en su juventud, pero el laborismo le decepcionó a finales de los años sesenta y en 1979 saludó con gozo la llegada de Margaret Thatcher al poder. Ya no se movió del ámbito tory(aborrecía a Tony Blair), aunque se definía como “pragmático en lo político y realista en lo económico, es decir, pesimista”.
En febrero de este año, anunció que tenía terminada una obra teatral titulada La última página, sobre la decadencia de Fleet Street y del periodismo tradicional británico. Era la pieza final de un trabajo gigantesco: más de 60 libros y piezas teatrales, más de 2.000 columnas y centenares de guiones para la televisión.
Culpables
ENRIC GONZÁLEZ 18 SEP 2009
Los culpables, evidentemente, son ustedes: los lectores. Por resabiados y marisabidillos.
Supongamos, por un momento, que esta columnita fuera leída por bastante gente y tuviera una cierta influencia. Ya, ya sé que es mucho imaginar, pero usted, hipotético lector, tiene hechuras de fantasioso sobrado de tiempo: no es por acusar, pero está entreteniéndose con unas divagaciones escondidas en las páginas de televisión.
Digamos que al columnista le pareciera adecuado pegarle un palo a Zapatero, por los motivos que fuera: hay un montón. Hace unos meses era muy cómodo pegar palos al Gobierno desde este rincón semiclandestino. Ahora, ya no. Porque viene el lector resabiado y dice: claro, como Zapatero le ha hecho la puñeta a PRISA (grupo editor de este periódico, etcétera) con la TDT de pago, sale el sicario éste con la orden de morder. Y uno se corta.
Habría otras dos opciones. Una fácil, María Dolores de Cospedal, porque sigue con el disparate de hablar de espionaje sin pruebas (el disparate, ojo, es la falta de pruebas); otra, facilísima: Federico Trillo, porque, haga lo que haga, sigue siendo una de las razones más sólidas para no votar al PP. Vale. Algún lector habría que dijera: claro, como en los editoriales se meten con Zapatero, le mandan a éste que compense un poco. Y uno se corta.
Por supuesto, en estas páginas siempre cuela la coartada televisiva. ¿Y si pusiéramos a caldo a Risto Mejide y su G-20? Saldría el puñetero lector diciendo: claro, con lo que está cayendo, el listillo éste escurre el bulto.
Como último recurso, en esta columna se podría criticar la línea editorial del propio periódico, con TDT o sin TDT. Por desgracia, resulta inviable. Porque el columnista comparte, en el caso que nos ocupa, la línea editorial.
El culpable, ya está dicho, es el lector. De acuerdo, se podría hablar sobre lo que ha hecho el periodismo para suscitar tanta sospecha, pero no bastarían estas 380 palabras.
Hablando de periodismo: para Antonio Rubio, subdirector de El Mundo y veterano reportero de investigación, un fiscal pide tres años de cárcel por “revelación de secreto”. Pues vaya. Para una vez que alguien hace su trabajo.
Lío a la italiana
ENRIC GONZÁLEZ 20 SEP 2009
Espero que no se molesten si cuento algunas viejas historias italianas. Como suele ocurrir, no llevan a ninguna parte.
Pinturas Paramatti es una próspera industria piamontesa, fundada en 1847. En su información corporativa subraya una época de turbulencias accionariales, entre 1974 y 1984, en la que se sucedieron “seis gestores distintos: Gottolengo, Schraiber, Dutto y Cometto, Caproni, Masciadri y Junghans”.
Es normal que Pinturas Paramatti, una sociedad perfectamente respetable, no entre en detalles. Según varios sumarios judiciales, uno de los propietarios de la empresa durante esos años fue Michele Sindona, un abogado siciliano que comenzó su carrera blanqueando el dinero que la familia Gambino, una de las más potentes en la mafia de Nueva York, obtenía del tráfico de heroína. En 1969, el papa Pablo VI encargó a Michele Sindona, que por entonces poseía ya varios bancos en Italia y Estados Unidos, la gestión del patrimonio vaticano. Pero la crisis de 1974 se llevó por delante las entidades financieras de Sindona y, de rebote, las empresas que Sindona controlaba para blanquear dinero, de la mafia o del Vaticano. Una de ellas era, dicen los sumarios, Pinturas Paramatti.
En 1979, Sindona encargó asesinar al liquidador de su grupo financiero, Giorgio Ambrosoli. Y simuló un secuestro en Estados Unidos para viajar a Italia. Su propósito consistía en pedir ayuda a viejos aliados como Licio Gelli, gran maestro de la logia golpista P-2, de la que formaba parte Silvio Berlusconi. No tuvo éxito: fue condenado por múltiples fraudes en Estados Unidos y por el asesinato de Ambrosoli en Italia. En 1986, mientras cumplía cadena perpetua en la cárcel de Voghera, murió envenenado por personas desconocidas.
Volvamos a Pinturas Paramatti y a uno de los propietarios post-Sindona, Attilio Dutto. En 1979, coincidiendo con el asesinato de Ambrosoli, una bomba estalló bajo el automóvil de Dutto. No se conoció nunca a los culpables.
Pinturas Paramatti fue adquirida por Achile Caproni, dueño de una sociedad aeronáutica. Esa sociedad quebró poco después, aunque Caproni mantenía otros negocios. En 1980 depositó más de 400.000 acciones de Assicurazioni Generali en una notaría suiza, como aval de una operación secreta consistente en la venta al Gobierno libio de material para fabricar minibombas atómicas. Se trataba, parece, de un engaño de la CIA, que quería enredar a Gaddafi.
Ya ven qué lío. La única persona que podría darle a todo esto un sentido sería Flavio Briatore. Fue asistente personal del asesinado Attilio Dutto, gestionó la venta de Pinturas Paramatti a Achile Caproni, trabajó como mano derecha de Caproni hasta la quiebra de su grupo y en 1980 le acompañó a depositar las acciones en la notaría suiza, para la operación armamentística. Pero Briatore, ahora, se ocupa de otras cosas.
Las opiniones de Sacchi
ENRIC GONZÁLEZ 21 SEP 2009
Empecemos confesando: estoy de acuerdo con Arrigo Sacchi, el entrenador más pelmazo de todos los tiempos. Estoy de acuerdo en lo que dice sobre Ibrahimovic. Creo, como él, que el delantero sueco es fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Tal vez haya cambiado. Tal vez el Ibrahimovic de ahora no sea ya el que jugó con el Juventus y el Inter, y consiguió poner de acuerdo a dos vestuarios rivales y a dos aficiones tradicionalmente enfrentadas. Ni en Turín ni en Milán se le guarda cariño, y no porque se fuera de mala manera: en realidad, la gente prefirió que se largara. Como digo, es posible que Ibra haya madurado y en el Barça funcione porque, por primera vez en su vida, ahí no pueda sentirse el más chulo de la clase. Veremos.
Creo, como dice Arrigo, que Ibrahimovic es fuerte contra los rivales débiles y débil frente a los fuertes
Sospecho que Guardiola no vio en él un simple recurso humano. Sospecho que, junto a todas las justificaciones técnicas y tácticas, en su fichaje influyó una poderosa ensoñación estética. Ibra pasó por el Ajax, uno de los mitos de la escuela barcelonista; según se le mire, podría parecerse a un joven Cruyff atiborrado a hormonas de crecimiento y anabolizantes, con lo que entramos en un territorio aún más mítico; y, por su altura física y la elegancia prodigiosa de algunos de sus goles, evoca a Marco van Basten, prototipo del ariete con clase para cualquiera que, como Guardiola, haya crecido con el fútbol de los ochenta.
Ibrahimovic, es cierto, puede hacer cosas imposibles. Puede marcar de tacón desde el córner o puede colocarla en la escuadra desde la otra área. Algunos de sus goles quedarán para siempre. El año pasado logró uno portentoso contra el Bolonia: es fácil encontrarlo en la red, igual que aquel tan célebre que marcó en 2004 al Breda. Vale la pena notar que eran el Bolonia y el Breda, dos equipos más bien modestos.
Por otro lado, es casi un seguro de éxito en la Liga. Ha ganado las seis últimas competiciones ligueras italianas, con la Juve o con el Inter. Esos campeonatos, en Italia y en España, se ganan no fallando los partidos teóricamente fáciles, contra rivales teóricamente inferiores; en ese terreno, en el de los enfrentamientos contra teóricos fáciles e inferiores, Ibrahimovic es de una contundencia abrumadora.
El otro Ibrahimovic, el problemático, aparece con las dificultades. Hasta ahora, ha ofrecido su peor cara, la que le recuerda Sacchi (y le recuerdo yo) en las eliminatorias europeas más complicadas. Ahí, el Ibrahimovic ganador se molesta si no gana, y se enfada: con el contrario, porque le atosiga; con el compañero, porque no le pasa el balón en el momento adecuado y en el punto justo; con el técnico, porque le dice algo; con el público, porque estorba; con el árbitro, porque se equivoca. Y acaba anulándose a sí mismo.
Es posible, ya digo, que haya cambiado. Es posible que el Barcelona rentabilice la inversión, y que Ibrahimovic dé la talla en el momento crucial. Es posible que tenga que tragarme mis sospechas y mis opiniones, y eso tendría al menos una ventaja: ya no estaría de acuerdo en nada con Arrigo Sacchi.
Jóvenes
ENRIC GONZÁLEZ 21 SEP 2009
No me parece mal que la tele haga trampas. Forma parte del juego.
Tomemos, por ejemplo, Curso del 63, un programa de próximo estreno en Antena 3. Consiste en meter a 20 jóvenes de hoy en un supuesto internado de 1963, el San Severo, y ver qué tal se manejan con disciplina y sin móviles. Evidentemente, el San Severo es del todo ficticio. De lo contrario, además de respeto por la autoridad, uniformes y silencio en clase, habría retratos de Franco, bofetadas, capones y tormentos varios, un poco de pedofilia, escasa higiene, algún Cara al soly, tal vez, un bedel con pistola: en mi cole había uno. Otra cosa: si no fuera del todo ficticio, no sería mixto ni de coña.
Ningún problema. Es sólo televisión, aunque se disfrace de docureality. Puro entretenimiento. Me parece mucho más bobo que nos hagamos trampas a nosotros mismos. Y que encima piquemos. Tomemos, por ejemplo, eso que llamamos “la juventud”. Ah, qué gran problema. Los jóvenes de hoy son ignorantes, salvajes, borrachuzos, vandálicos. ¿Qué se puede hacer con ellos? De momento, rebajar la edad penal a los 12 años, para que vayan enterándose. ¿Y luego? No sé, hay muchas posibilidades. Ya se nos ocurrirán cosas sobre la marcha.
El caso es que nos lo creemos. Los medios ayudan lo suyo: un botellónque acaba en batalla campal y en agresiones a la policía, un menor que asesina o una agresión en clase se presentan como algo insólito, algo que nunca había sucedido antes. No estoy hablando del problema concreto en ciertos centros de enseñanza pública, atribuible a diversas causas (el shock de la oleada inmigratoria, el desplazamiento hacia el profesor de responsabilidades formativas antes asumidas por los padres, etcétera), sino a esa generalización que ocurre casi cada vez que un adulto pronuncia la palabra “juventud”. La edad comporta descubrimientos, a veces desagradables, en general desalentadores. Uno de ellos es la manía con los jóvenes. Puede que sea verdad, puede que la juventud de hoy sea tan malcriada, inculta y violenta como nos la pintan: si no fuera así, no llevaríamos veintitantos siglos diciendo que la juventud de hoy no vale nada.
Silencio
ENRIC GONZÁLEZ 22 SEP 2009
Antes, las redacciones de los periódicos eran un guirigay muy entretenido. Había gritos, risas, lágrimas, discusiones: un ambiente ruidoso, industrial. Se hacían diarios bastante malos, pero amenos. Ahora es distinto. Las redacciones son graves y silenciosas. El silencio físico es atribuible a los ordenadores. Las causas del silencio mental se resumen en tres palabras: Bolsa, sinergias, multimedia. Podrían considerarse términos neutros; sin embargo, no lo son. Encadenan el crédito del periódico a la rentabilidad como criterio supremo, a las servidumbres internas del grupo empresarial y a las concesiones gubernamentales.
Como decía, en las redacciones de hoy parece que se fabriquen prospectos farmacéuticos. Y quizá eso sirva de algo en un futuro. Algún día se le ocurrirá a algún editor insertar en primera un recuadro con posología, contraindicaciones y advertencias.
Por ejemplo: “La empresa editora de este diario se siente perjudicada por el Gobierno y el Gobierno se va a enterar”. O: “La empresa editora de este diario ha sido muy beneficiada por el Gobierno y Zapatero es más guapo que Brad Pitt”. O: “La empresa editora de este diario está negociando un ERE con el Gobierno autonómico; disculpen la interrupción de cualquier crítica a dicho Gobierno”. O: “La empresa editora de este diario está en manos de una caja de ahorros, pero la sección de Deportes sigue siendo buena”. O: “La empresa editora de este periódico juega con varias barajas, así que Zapatero lo hace de pena pero estamos con él, y Rajoy nos parece lamentable pero si llega al Gobierno seremos todos más felices”.
¿Cambiarían algo esas advertencias? No, no cambiarían nada. Ya sabemos todos de qué van las cosas y cada uno tiene su opinión. Ahí va la mía: no me gustan los periódicos que dan coba disfrazada de ideología, me gustan los periódicos que critican al que manda. Sean cuales sean las razones (sé tanto como cualquier lector), me gusta que EL PAÍS sea crítico con Zapatero. Primero, porque manda. Segundo, porque lo merece. Tercero, porque prefiero el periodismo rabioso, aunque esté encadenado a la Bolsa, las sinergias y las concesiones televisivas.
Lucro
ENRIC GONZÁLEZ 23 SEP 2009
La verdad evidente, la verdad indiscutible, parece en vías de extinción. Todo es opinable. ¿Llegó el hombre a la Luna? La inmensa mayoría cree que sí, pero hay quien cree que no, que la NASA montó una farsa. ¿Fueron los atentados del 11-M organizados y ejecutados por terroristas islámicos? Hay quórum a favor del sí, pero existe una minoría apasionada convencida de que no, de que hubo algún tipo de conspiración más allá del fundamentalismo musulmán.
Las teorías conspirativas no son nuevas: el escritor Juan Carlos Castillón, en un ensayo sobre el asunto, demostró que en el siglo XVIII, cuando empezó a decaer la idea de Dios, los humanos le tomaron afición a atribuir lo que ocurre a la maquinación de una mente oculta y perversa. Cualquier cosa, antes que aceptar que el azar construye nuestras vidas.
Pero hay un fenómeno nuevo. Y el presidente Barack Obama acaba de referirse a él: “Temo que si la dirección de la información es todoblogosfera, todo opinión, sin una seria comprobación de los datos, acabemos gritándonos unos a otros en el vacío, sin llegar a entendernos”.
A mí me interesa la blogosfera. Hay cosas que están muy bien por ahí, e incluso hay datos comprobados e informaciones fehacientes. No creo que Obama, que basó gran parte de su campaña electoral en las redes sociales y en la blogosfera, quisiera con esa frase descalificar el flujo informativo de la Red. Supongo que se refería, por elipsis, a la creciente descompensación: mientras florecen las iniciativas personales, decrecen las grandes audiencias. Y esas grandes audiencias, en las que solían basarse los medios de información tradicionales -papel, radio, tele-desaparecen por falta de fe. Si no se da por supuesto que un medio cuenta la verdad, hasta donde le ha sido honestamente posible alcanzarla, ¿qué sentido tiene seguirlo?
Un senador estadounidense ha presentado un proyecto de ley dirigido a ofrecer importantes ventajas fiscales a las empresas periodísticas que acepten reconvertirse en entidades sin ánimo de lucro. De momento, sólo ha obtenido apoyo de otro senador. Eso viene a suponer un 4% del Senado. Se han visto éxitos más apoteósicos.
No sé si la sociedad concedería más crédito a un medio sin ánimo de lucro. Quizá. Por el momento, no conozco ningún empresario del sector que dé crédito a la idea.
La reserva sagrada
ENRIC GONZÁLEZ 23 SEP 2009
Nos gustan los mitos. Cuanto más brumosos, mejor. Una de nuestras ensoñaciones preferidas es la que lleva por título “la burguesía catalana”.
Esta expresión tan popular, “burguesía catalana”, ha brotado a chorro tras conocerse el expolio del Palau de la Música. Basta con oír los principales apellidos de la historia: Millet, Carreras, el abogado Molins, para que la sociedad entera exhale un gran suspiro: “Ah, la burguesía catalana”. Tan discreta ella. Y tan activa.
Por supuesto, la Constitución consagra la libertad de denominación y adjetivación. Si lo que hacen las tropas españolas en la guerra de Afganistán puede llamarse “misión de paz” y la peor crisis en medio siglo pudo llamarse “desaceleración acelerada”, ¿por qué no considerar a Fèlix Millet un exponente notable de la “burguesía catalana”?
Podemos dar por seguro que la oligarquía parasitaria que vive a costa del contribuyente sobrevivirá
Ningún problema. Pero convendría no perder de vista la realidad, más allá de ensoñaciones y expresiones fantasiosas.
Nadie duda de que Millet viviera como un gran burgués: visto lo que trincaba, podía permitirse cualquier lujo. Ahora bien, Javier de la Rosa tampoco solía privarse de nada. Y, sin embargo, a él no se le incluyó jamás en esa reserva sagrada de la “burguesía catalana”.
En términos económicos o sociológicos, Millet, y otros muchos que pastan en la reserva sagrada, tienen tanto de burguesía como los matones del Bada-Bing. ¿Propiedad de medios de producción? Nada. ¿Protagonismo en la actividad industrial y comercial? Nada. ¿Hegemonía financiera? Nada.
Por razones complejas, hemos decidido que una serie de familias, protagonistas de la economía catalana en el siglo XIX y principios del XX, y supervivientes (gracias a oportunas alianzas con el gobierno de Burgos y con el franquismo) a las convulsiones de la Guerra Civil, son para siempre “burguesía catalana”. En realidad, se han transformado en una oligarquía parasitaria basada en la potencia evocativa del apellido y en una útil red de contactos, fraguada en la escuela y los veraneos.
Es evidente que sólo ejerce como presunto “burgués catalán”, feliz dentro de la reserva sagrada, quien actúa como parásito. Centenares de personas con un apellido históricamente notable trabajan con normalidad y permanecen ajenos al circuito del saqueo institucional. Otros, muy numerosos, pululan por el territorio fronterizo de la política: Molins, Trias de Bes (dos de los acompañantes de Fèlix Millet en el fraude de Renta Catalana, un cuarto de siglo atrás), Guardans (nieto de Cambó), etcétera. La política, se sabe, acoge tanto a parásitos especializados en medrar a costa del contribuyente como a simples retoños desocupados, además de quienes se dedican a ella por vocación de cambiar las cosas, por afán de notoriedad o por lo que sea.
Existe una alta burguesía catalana real, pero se ha hecho por aluvión (es lo que tiene la realidad, tan desordenada) y nos cuesta identificarla como tal. Quedan apellidos notables en la industria (un Molins dirige Cementos Molins y un Godó dirige el Grupo Godó), junto a apellidos que nuestro reflejo mítico siempre considerará advenedizos por más que manden e influyan (ahí está Lara); lo más numeroso, sin embargo, son los apellidos que no evocan nada. El ejemplo más citado, cuando se habla de burguesía auténtica (medios de producción, influencia, etcétera) y refractaria a la popularidad social, es el de los hermanos Andic, Isak y Nahman, que comercializan sus productos bajo la marca Mango. Tampoco evocan gran cosa los Gallardo, los Vila-Casas o los Folch. La burguesía vinatera (Torres, Codorníu, Ferrer de Freixenet) y la financiera (como los Olíu del Banco de Sabadell) suenan algo más, por la visibilidad de sus empresas, aunque nunca tendrán el brillo mitológico de los Millet y los Güell.
Volviendo a la oligarquía parasitaria, la que merodea en torno a las instituciones públicas y a la política para vivir a costa del contribuyente, podemos dar algo por seguro: sobrevivirá. Y seguirá medrando. Tal vez Fèlix Millet no pueda repetir resurrección, como tras su experiencia carcelaria por el caso Renta Catalana, pero otros como él asumirán el relevo. No sirven de nada, pero nos hacen falta. Forman parte de nuestro entramado mítico. ¿Y qué sería de esta sociedad sin sus mitos?
Tradición
ENRIC GONZÁLEZ 24 SEP 2009
Ya era hora de que el PP y el PSOE se pusieran de acuerdo en algo. Ayer, en el Senado, los dos grandes partidos votaron juntos para que las fiestas populares que incluyeran “maltrato a animales” (lo del “maltrato” lo decían otros senadores, de grupos antiespañoles o, aún peor, catalanes) siguieran siendo catalogadas como de interés turístico, nacional o internacional. Hay que mantener la tradición, señores. ¿Qué es un país sin tradiciones? Podrá ser cualquier cosa, pero no España. Y si no hacemos algo iremos perdiendo poco a poco esos entretenimientos ancestrales, que nos unen a todos en torno a ritos tan sencillos y entrañables como cortarle los testículos a un toro agonizante.
Más aún: como bien dijo el senador Javier Marqués, esas fiestas, pongamos por ejemplo el lanceo del toro en Tordesillas, “atraen turistas y son acontecimientos de primer orden”.
¿Queremos tradición? ¿Queremos turismo? ¿Queremos acontecimientos de primer orden? Pues no nos limitemos a conservar, porque ésa ya es una posición claudicante. Vean lo que ha pasado con los toros: se cede un poco aquí y allá, por contentar a los finolis de siempre, y se acaba poniendo un peto al caballo del picador. El color de la fiesta nacional no es el mismo, indiscutiblemente, desde que los intestinos del caballo dejaron de relucir sobre el albero. Por no hablar de lo que se perdió en Manganeses de la Polvorosa desde que se acabó el simpático jolgorio de la cabra, el campanario y la lona.
Seamos activos. Respetemos lo que tenemos y vayamos un poco más allá. Si en la NBA hacen su All stars y en el fútbol se hacen selecciones con los mejores futbolistas, ¿por qué no unir en una gran fiesta lo más granado de esas tradiciones nuestras con las que, en el fondo, no hacemos más que expresar nuestro profundo respeto por el animal?
Podríamos soltar en una gran plaza española un toro con teas en los cuernos y correrlo a lanzadas, y a la vez arrojarle dardos, y sacarle los ojos, y colgarlo luego de una cuerda a ver si los mozos logran arrancarle la cabeza, y al final, si aún sigue vivo, cortarle los testículos y tirarlo de un campanario. ¿Se imaginan la de turistas que iban a venir?
Estado
ENRIC GONZÁLEZ 25 SEP 2009
Aún es pronto para adivinar en qué acabará ese plan fiscal de Zapatero para exprimir a los ricos. Conociendo el paño, mejor esperar hasta el último día por la tarde. ¿Y quiénes serán los ricos? Los ricos de verdad no, porque ya ha quedado claro que las Sicav (sociedades de inversión que tributan el 1% de los beneficios) no se tocan. ¿Entonces? Aventuro que pagarán los de siempre, los asalariados. O sea, los ricos de toda la vida.
Tampoco será culpa de Zapatero. El Estado, cualquier Estado, es ajeno a la moral o, si se quiere, a la justicia en un sentido amplio. El Estado sólo debe atenerse a la ley, y eso tampoco es mucho: es el Estado quien hace la ley. A veces, cierto, ni siquiera respeta sus propias leyes. En fin, para qué elucubrar.
El mejor ejemplo de cómo funcionan las cosas lo tenemos en Italia. En los Presupuestos Generales para 2010, Berlusconi y su ministro Tremonti (un hombre tan inteligente como cínico: gran ministro de Finanzas) han incluido un mecanismo llamado “escudo fiscal”. Es simple: quien declare ante Hacienda el patrimonio que tiene oculto en paraísos fiscales sólo deberá pagar un 5% del mismo. Es decir, alguien que haya defraudado durante 20 años y tenga 10 millones en las Islas Caimán, pagará 500.000 euros y quedará limpio para siempre. La ley establece, además, que quienes se acojan al “escudo fiscal” permanecerán en el anonimato, y sus anteriores fraudes no serán tenidos en cuenta en futuros pleitos con Hacienda. Como si no hubiera pasado nada.
Alberto Bombassei, vicepresidente de la patronal italiana Confindustria, hizo ayer un comentario perfectamente razonable sobre el “escudo fiscal”. “No es algo bonito desde el punto de vista ético o moral, pero de alguna forma es útil al país”, dijo el representante de los empresarios. “Por lo tanto, nuestra opinión sólo puede ser positiva”.
Es que eso es la Italia de Berlusconi, dirán ustedes. Y la España de las Sicav, respondo yo.
Noticia bomba
Periodismo hay mucho. Noticias hay pocas, y son aún menos los periodistas capaces de olerlas. El olfato periodístico siempre ha sido escaso. El asunto puede parecer sencillo, porque cualquiera identifica una noticia cuando se la ponen delante, bien tallada y pulida. El problema es que la noticia, en su estado natural, no suele brillar ni huele a nada. En realidad, no es todavía una noticia. Quien sabe pillarla al vuelo y adivinar su potencial posee un talento muy raro.
Un caso ejemplar lo protagonizó hace unos años Matthew Pritchett. No hablamos de un periodista en un sentido estricto, ya que estudió cinematografía y se gana la vida haciendo dibujitos. Sus dibujitos, sin embargo, no son cualquier cosa: Pritchett es el mejor viñetista de actualidad del Reino Unido y en 2005 la revista profesional Press Gazette, asesorada por los directores de los principales periódicos del país, le incluyó entre las 40 personas que más y mejor habían influido en el periodismo británico contemporáneo.
Su viñeta aparece cada día en la portada de The Daily Telegraph y es lo primero que buscan sus lectores, que no son pocos: el Telegraph vende 850.000 ejemplares. Matthew Pritchett tiene 45 años y desde los 24 asume la responsabilidad cotidiana de proporcionar al lector una noticia con una sonrisa. Trabaja como un condenado: no hace una sola viñeta, sino 20, y luego elige. En una ocasión rompió más de 50 dibujos hasta conseguir que un perro tuviera la expresión facial adecuada.
Pocos meses antes de ser incluido entre los 40 grandes del periodismo, Pritchett recibió una llamada matutina. Era Kimberly Quinn, máxima responsable de la revista conservadora The Spectator, en la que colaboraba ocasionalmente. “Quinn me dijo que estaba leyéndole la prensa al ministro del Interior, David Blunkett [el ministro era ciego], y que ambos se habían tronchado de risa con mi viñeta”. Su dibujito, aquel día, se refería al plan del propio Blunkett de introducir en el Reino Unido el carné de identidad. Se veía a dos perros mostrándose el carné. Uno de ellos decía: “Esto es mucho mejor que olernos mutuamente el culo”.
El viñetista se sintió muy halagado por los elogios. Tanto, que no se preguntó qué hacía la jefa del conservador The Spectator leyendo la prensa con uno de los más influyentes ministros de Tony Blair, antes de las 8 de la mañana. “Era obvio, estaban en la cama leyendo la prensa como un matrimonio cualquiera”, contó Matthew Pritchett, “pero no deduje nada”.
Fueron otros periódicos los que, semanas después, averiguaron que el ministro laborista y la editora conservadora (ambos casados) mantenían un romance, y que uno de los hijos de Quinn con su marido, editor de la revista Vogue, era en realidad de Blunkett. Cuando esto salió a la luz, Blunkett y Quinn se pelearon, y ella reveló que el ministro había concedido un permiso de residencia a su niñera saltándose los trámites reglamentarios. El ministro la demandó para obtener el derecho a visitar regularmente a su hijo. La bronca fue tan grande y los insultos, tan públicos y tan sonoros, que ambos se vieron obligados a dimitir, en el ministerio y en The Spectator. Después de aquel escándalo, el declive de Tony Blair se hizo imparable.
En plena tormenta informativa, Matthew se acercó al redactor jefe y le habló sobre aquella llamada tempranera. “¿Quizá debería haberos comentado algo?”. El redactor jefe contuvo la furia y optó por la flema: “Sí, probablemente deberías habernos comentado algo”.
Es lo que pasa con las noticias. Es difícil olerlas, y más a las ocho de la mañana.
Moda
ENRIC GONZÁLEZ 28 SEP 2009
Vale, es verdad: este periódico se equivoca. Hemos errado, y yo el primero. Lo sentimos.
Ha llegado el momento de dar explicaciones.
El asunto, reconózcanlo, parecía diáfano. Los datos dibujaban un panorama de absoluta crisis: recesión, desempleo rampante, déficits disparados. Ya no existía ni el consuelo del mal de muchos, porque en otros países europeos amainaba el temporal. Y el Gobierno se mostraba, en el mejor de los casos, titubeante: ahora damos 400 euros, ahora los quitamos, ahora prometemos esto, ahora lo desprometemos.
También se detectaban síntomas de debilidad política. El Gobierno, sin mayoría parlamentaria estable, se bamboleaba de un lado a otro buscando apoyos. El juego político adquiría los rasgos de una mala película cómica: cada vez que la oposición, inane, chapucera y (presuntamente) corrupta, se pegaba un tiro en el pie, el Gobierno se pegaba dos: según todos los indicios, teníamos un Parlamento de cojos gritones.
¿Qué cabía deducir? Pues que la gente estaba harta. Que iba a saltar a la mínima. Que una nueva metedura de pata iba a resultar inadmisible.
Y, en cambio, ya ven. Ha llegado el momento del ajuste de cuentas, el momento de los presupuestos, y hemos descubierto que la realidad no era la que suponíamos.
En un país fastidiado o deprimido, y no digamos en un país crispado, un batacazo fiscal como el que propone el Gobierno habría hecho saltar chispas. No se hablaría de otra cosa.
España, sin embargo, no está tensa. España, contra lo que pensaba este periódico, contra lo que pensaba yo mismo, mantiene ese humor plácido y benevolente que ha venido distinguiéndola a lo largo de su historia. España, señores, va bien, como cuando el otro, como desde siempre.
España, en un día como hoy, habla de moda juvenil. Ropa negra, botas, colgantes, anillos, cosas de esas. El estilo gótico, dicen.
Otra vez, perdón. Cuando oímos el runrún del otoño caliente, lo entendimos en el sentido de conflictividad social. En realidad, lo del otoño caliente se refería a la ropa oscura, que abriga más. Qué confusión, qué tontería.
Polanski
ENRIC GONZÁLEZ 29 SEP 2009
Suiza, que a principios del siglo XX era uno de los países más pobres de Europa, tiene una historia reciente poco simpática. La guerra larguísima entre Francia y Alemania (desde 1870 hasta 1945) y las distintas sensibilidades de sus dos grandes comunidades, una francófila y la otra germanófila, la obligaron a hacerse neutral. Ése fue su gran éxito: tras la Segunda Guerra Mundial, Suiza era el único país europeo con las infraestructuras intactas y una moneda sólida. Sus bancos hicieron negocio con el dinero de miles y miles de judíos exterminados por el nazismo y además, gracias al secreto que protegía sus actividades, blanquearon las fortunas más sucias del mundo. En fin, cada uno se hace rico como puede y le dejan.
Pero ahora resultará que después de hacer dinero con la guerra, el Holocausto y los fraudes más siniestros del planeta, Suiza se ganará mala fama por detener a un prófugo. Sé que Roman Polanski tuvo una infancia terrible. Sé que la banda de Charles Manson asesinó de forma atroz a su mujer. Sé que es un espléndido cineasta. Pero no alcanzo a entender por qué un grupo de cualificados abajofirmantes califica su detención de “encerrona policial”. El propio Polanski sabía que en Estados Unidos seguía abierto un sumario contra él, por abusar de una menor, y evitaba aparecer por allí. ¿Que hace más de 30 años? Vale. ¿Que ya es un hombre anciano? Vale. ¿Y qué? Si el asunto ha prescrito, no ocurrirá nada. Si no ha prescrito, ocurrirá algo desagradable para Polanski. Mala suerte.
Tal vez en el siglo que viene no sea un delito retozar con una niña de 13 años, y el caso de Polanski se asimile al de Oscar Wilde, que se pudrió en una cárcel por ser homosexual y no callárselo. Es posible. Yo espero que no. Espero que la ley y la moral sigan distinguiendo entre niños y adultos, y que los segundos no puedan abusar de los primeros.
Me da igual que la presunta víctima diga que ya le da igual, y me dan igual el presunto consentimiento o la presunta embriaguez. Si se trata de buscar excusas, todos los pedófilos tienen una. Y, sin embargo, nadie se atreve a firmar manifiestos en su defensa.
Despidos
ENRIC GONZÁLEZ 30 SEP 2009
Es muy probable que no vieran ustedes El aprendiz, el reality que La Sexta estrenó el lunes. A juzgar por los datos de audiencia (5,3%), la gente prefirió entretenerse con otras cosas. Yo sí lo vi, y no lo lamento. Resumo: el empresario de publicidad Lluís Bassat tiene que elegir a un ayudante entre un grupo de concursantes altamente cualificados; la fórmula ha obtenido éxito en Estados Unidos (con Donald Trump), en Reino Unido (con Alan Sugar) y en otros países.
El aprendiz es un programa muy reconfortante para cualquier tipo de público. El segmento de los presidentes de Gobierno, ministros y autoridades autonómicas, por ejemplo, se sentiría más tranquilo si hubiera puesto La Sexta. Ellos son incapaces de cuadrar un presupuesto decente o de trazar un plan coherente, cierto. Pero los concursantes de Bassat, plurilicenciados, masterizados y políglotas, con 24 horas por delante y todo tipo de datos, fueron incapaces de calcular el precio de un kilo de aceitunas. O sea, que menos críticas a los que mandan.
La franja de audiencia que incluye a los dirigentes del Partido Popular también habría gozado de un merecido alivio al comprobar que eltiburoneo, la puñalada por la espalda, la negación de la evidencia y las crisis de liderazgo son algo normal, e incluso saludable. El único concursante que fue honesto y dijo la verdad obtuvo como premio un fulminante despido. Había metido la pata, pero eso le pasa a cualquiera, ¿no, señora Cospedal? La moraleja queda clara: nunca reconozcas un error.
¿Y los empresarios? ¿Por qué los empresarios no vieron en masa El aprendiz? Habrían disfrutado con la sumisión y el acojone de los concursantes, siempre a un paso de la liquidación y la patada, y llorado de emoción, a lágrima viva, escuchando la frase definitiva de Bassat: “Hay que despedir si se quiere ser justo”.
Acaso el segmento de los buscadores de empleo (más de cuatro millones, y subiendo) habría sido el que habría sacado más provecho de las enseñanzas televisivas. Si usted, amigo parado, no quiere ser rico, sino millonario; si usted no está dispuesto a “aplastar a quien sea como a una uva”, como los simpáticos concursantes, ¿qué espera conseguir en el mundo corporativo? Aprenda, hombre, aprenda.
(Doy por supuesto que si las audiencias no remontan, Bassat sabrá ser justo y despedirse a sí mismo).
Usos prácticos del informe
ENRIC GONZÁLEZ 30 SEP 2009
No se me ocurría ninguna idea para este artículo. E hice lo que suele hacerse en estos casos: encargué un informe a un amigo. Recibí un texto estupendo, 40 folios encuadernados en plástico con un título de lo más profesional: Consultoría técnica de contenidos y asistencia técnica para colaboradores del departamento de opinión.
Un informe realmente exhaustivo, se lo aseguro, dividido en dos partes. La primera, de 39 folios, contenía fotocopias de artículos publicados en otros diarios, con subrayados y notas sobre lo que era copiable (subapartado a), lo que era refritable (subapartado b) y lo que convenía no tocar (subapartado c). Este último subapartado estaba lleno de sutileza. Indicaba, por ejemplo, que no me convenía explicar que había desayunado un pavo relleno con callos, garbanzos y butifarras. “Lo que en la columna de Quim Monzó resulta enteramente natural, quedaría tal vez impostado si lo dijera usted”. ¿Qué les parece? La segunda parte, de un folio, se centraba en los aspectos más estrictamente técnicos: 4.000 pulsaciones, a ser posible sin faltas de ortografía, y un título breve y sugerente (se desaconsejaba vivamente el título Miscelánea del miércoles). Estos asesoramientos externos, realizados por profesionales de prestigio (todos mis amigos lo son), son muy convenientes en mi trabajo. Imprescindibles, diría. Quedé muy contento con Consultoría técnica de contenidos, etcétera, porque delimitaba con claridad mi ámbito de actuación y me proporcionaba herramientas muy útiles para la confección de este artículo y, contando con la benevolencia de mis jefes, otros artículos en el futuro. Por supuesto, no se puede esperar que un informe de sólo 40 folios resuelva de una vez todos los problemas. La base era sólida. Sin embargo, seguía sin ocurrírseme una idea para llenar los 4.000 espacios.
Le encargué otro informe a otro amigo, y en un tiempo muy razonable (sólo siete semanas) llegó a mi mesa uno de los estudios más concienzudos que he leído: 18 folios rebosantes de datos. Ahora sé, por ejemplo, que Joan Barril ha escrito la palabra concepto en 64 ocasiones desde el mes de mayo y que Salvador Sostres ha conseguido siempre (durante el periodo estudiado en su caso, los últimos 23 años) incluir el adjetivo penoso en cualquier párrafo que contuviera el términosocialismo. Comprenderán ustedes que con esta documentación a mano resulta más fácil escribir un artículo. Más fácil y más seguro. Siempre que se tenga una idea, claro está.
Pero donde no hay ideas, hay amigos. Encargué otro informe, esta vez ya con un poco más de prisa: ¡ah, señores, la tiranía del cierre! El texto me llegó enseguida, y en papel reciclado, ¡ojo! Por desgracia, y porque las prisas son malas, hubo un error. O yo me expliqué mal o mi amigo (un profesional excelente) no me entendió del todo bien. Su informe, La influencia del calentamiento global en la política de fichajes del CE Sabadell FC, no era lo que me hacía falta en este momento. Lo cual no significa que no resulte utilísimo más adelante, por lo que lo dejé en el cajón de los temas potencialmente interesantes.
Muy agobiado, llamé a un amigo que hace informes y le rogué que me enviara algo, lo que fuera, porque se me echaba el tiempo encima. En una hora me hizo llegar el estudio Joan Puigcercós, hombre de Estado, advirtiéndome que podía hacerme un precio muy bueno porque ya se lo había vendido cinco veces a Joan Puigcercós, hombre de Estado, y en la industria del informe, como en casi todas, la producción a gran escala abarata los costes.
En fin, qué voy a decirles. Nada nuevo, me temo. Me extendería en el tema “Joan Puigcercós, hombre de Estado” porque cuento con documentación significativa y relevante sobre el mismo, pero me parece un poco obvio. A Joan Puigcercós le conocen muy bien todos ustedes: es el hombre de Estado que sale en Polònia.
Voy a encargar unos informes para la semana próxima. Y a pasar las facturas de los ya recibidos. Aunque podrían parecer carillos (nada del otro mundo: 71.071 euros, todo incluido) y la prensa, lo sabemos, no tiene un duro, no hay nada como un informe para que el trabajo salga bien hecho. Además, no los pago yo. Y más además, ¿para qué están los amigos?
Cultura
ENRIC GONZÁLEZ 1 OCT 2009
Si de mí dependiera, no existiría en el periódico una sección diaria de cultura. Que nadie se preocupe, porque de mí no depende nada. Cada vez que he expresado esa opinión sobre las páginas culturales me he ganado un enemigo o, en el mejor de los casos, una mirada entre estupefacta y compasiva.
Creo que el ritmo diario no se aviene con la cultura (y no me hagan definir “cultura”, porque ahí nos estrellamos). Se depende en gran medida de la industria cultural y de su agenda de promociones. En mi opinión, indudablemente errónea, el periodismo cultural no debería ser una simple exposición de palabras, acontecimientos y artefactos. Debería reflexionar, provocar y, en lo posible, transgredir. Eso resulta más fácil, me parece, en una revista semanal, alejada de las rutinas gráficas y mentales que impone y se impone un diario.
Hablaba de reflexión, provocación y transgresión. Añadiré otra cosa: creación. Es decir, arte, aunque sea minúsculo y efímero. Tales condiciones implican enormes riesgos y ocasionales fracasos, pero enriquecen. Hay periodistas que asumen dichos riesgos. Y su trabajo, incluso dentro de las pautas estrictas de un diario, resulta siempre especial.
Uno de esos tipos se llama Jacinto Antón y, por desgracia para mí en este momento, trabaja en este mismo periódico: lo que digo quedaría más elegante si trabajara para la competencia.
El Gobierno acaba de concederle el recién creado Premio de Periodismo Cultural, y eso es una buena noticia para el Gobierno: demuestra que a veces, por las razones que sea, el Gobierno hace algo bien. Antón suele incluirse en los textos que firma, opina, divaga y, en general, destroza en cada párrafo el Libro de Estilo. Tiene muchas otras virtudes (la erudición, la imaginación, la originalidad, el talento de encontrar una buena historia donde nadie más la ve), pero aprecio en especial las libertades que se toma. Sus entrevistas son rigurosas y, sin embargo, retratan al personaje por encima de sus declaraciones. Cada vez que escribe, inventa un mundo.
Creo que el periodismo cultural debería consistir en eso.
Bancos
ENRIC GONZÁLEZ 2 OCT 2009
José María Goirigolzarri, ex consejero delegado del BBVA, se ha jubilado con una pensión anual de tres millones de euros. En efectivo, si no he entendido mal. Comprendo que la gente se queje, pero hay que apreciar el gesto del banco: algo es algo.
Como recordarán, el Gobierno puso a disposición de la banca un fondo de 30.000 millones, ampliable hasta 50.000. Se trataba de que los bancos pudieran venderle al contribuyente sus activos tóxicos, es decir, las operaciones financieras en las que habían metido la pata. El objetivo consistía en que los bancos dispusieran de liquidez y dieran créditos, para que no se frenaran la producción y el consumo. Los bancos entendieron el objetivo, pero pensaron que había una forma mejor de estimular la economía. Y la aplicaron: en 2008, los consejeros y altos ejecutivos se subieron el sueldo más del 50%. De esta forma, consejeros y ejecutivos disponían de más recursos y gastaban más. Comprendan que para el sector de la construcción no es lo mismo vender un chalé de lujo por seis millones, que un pisillo por 300.000. De acuerdo, la operación no tuvo éxito y todos, menos ellos y unos cuantos más, seguimos en apuros. Pues mala suerte.
Ya que hablamos en concreto del BBVA, por Goirigolzarri, conviene señalar que los jefazos de dicha entidad sólo se subieron el sueldo un 15%. Quizá por esa cicatería seguimos en recesión. Ahora, además, tenemos una enorme deuda pública. El Gobierno, lógicamente, ha decidido subir los impuestos, mayormente los indirectos (esos que suponen la misma cantidad para el rico que para el pobre), para tapar un poco el agujero. La culpa es nuestra: si no nos quedáramos en paro y no nos empeñáramos en seguir comiendo y pagando la casa, no habríamos llegado a esto. Por fortuna, el BBVA ha decidido arrimar el hombro. Y ha prejubilado a Goirigolzarri con tres milloncejos de pensión. El interesado asegura que pagará el IRPF completo, del 43%. Eso supone que Hacienda ingresará casi 1,5 millones. En cuanto la banca prejubile en las mismas condiciones a unos 20.000 ejecutivos más, queda compensado el fondo que les prestamos.
Y nosotros, quejándonos.
Orang Pendek
Tal vez crea usted que la política económica de Zapatero es formidable y que el PSOE arrasará en las próximas elecciones. O tal vez crea que la corrupción en el PP es un invento de la policía y que Rajoy arrasará en las próximas elecciones. Si es así, es usted una persona de fe. En ese caso, lógicamente, le interesa el Orang Pendek.
Quizá se le haya pasado que acaba de abandonar Sumatra una expedición del Centre for Fortean Zoology (CFZ), autodefinido como “la mayor organización mundial dedicada a la investigación de animales misteriosos”. Los miembros del CFZ no son los únicos que viajan con frecuencia a Sumatra, más en concreto a los alrededores del lago Gunung Tuju. El grupo National Geographic ha financiado también una expedición y la instalación de cámaras ocultas en la jungla.
El objetivo es el Orang Pendek (literalmente, “hombre bajito”), una de las piezas estelares de la criptozoología, ciencia, o actividad recreativa, según se mire, dedicada a la búsqueda de animales desconocidos.
Dentro del universo de los primates, el Orang Pendek vendría a ser lo contrario de Isabel Preysler: infotografiable. Su gran misterio está ahí. Porque, según se deduce de numerosos testimonios, verle no cuesta demasiado. Lo que cuesta es sacar la cámara. En 1994, la periodista Debbie Martyr se encontró con un Orang Pendek: “Estaba tan sorprendida que no tomé ninguna foto; era un primate bípedo y erecto, de colores beis, óxido, amarillento y chocolate oscuro”. Hace tres años, el explorador Dave Archer (del CFZ) topó con un Orang Pendek sentado en la rama de un árbol. Lo describió como un primate cabezón, de hombros anchos, piel negra y pelaje marrón oscuro, del tamaño de un chimpancé adulto. Archer, como era de esperar, no tuvo tiempo de fotografiarlo.
Hace siglos que se habla del Orang Pendek. Para los nativos es un animal de la jungla con mucha fuerza en los brazos y piernas cortas. Varios colonos holandeses dijeron haberlo visto a principios del siglo XX. En general, los testimonios coinciden en la baja estatura (de ahí el nombre), el cráneo aplanado por encima como el de un gorila, la nariz humanoide, la boca pequeña y, sobre todo, la condición de bípedo. Sería extraordinario que existiera otro primate que anduviera erguido, porque el único que se conoce hasta ahora es el hombre. Un nativo cuyo testimonio quedó recogido en los anales de la criptozoología afirmó que el Orang Pendek no sólo era bípedo, sino que fumaba y vestía una camiseta amarilla. En este caso parece probable que viera literalmente un orang pendek, o sea, un hombre bajito.
Las últimas tendencias criptozoológicas relacionan al Orang Pendek con el Homo floresiensis, u Hombre de Flores, un homínido de pequeña estatura del que se han hallado restos muy recientes, de hace menos de 20.000 años. La proximidad de Sumatra con la isla de Flores, también en Indonesia, permite especular con la posibilidad de que el Orang Pendek sea uno de esos homínidos.
Como otras expediciones anteriores, la que acaba de regresar al Reino Unido “entrevió” al animal, pero no pudo captar pruebas gráficas. Los exploradores se llevaron de Sumatra una mata de pelo atribuida al Orang Pendek y un trozo de palma que, al parecer, el primate habría masticado. Ahora analizarán el ADN.
El CFZ cuenta ya con un zoológico de animales misteriosos. Tiene las instalaciones, los hábitats diferenciados y los cuidadores. Sólo faltan los animales propiamente dichos. Cuestión de fe.
Una teoría sobre Mourinho
ENRIC GONZÁLEZ 5 OCT 2009
Marinus Michels es, se supone, la unidad de medida. Hay muchos otros grandes técnicos, y algunos de ellos han ganado más trofeos que Michels. Pero el viejo tacaño holandés, el hombre a quien nunca vio jamás la billetera, fue elegido el mejor entrenador del siglo XX por la FIFA, y eso es algo. Hacia finales de los 60, al frente del Ajax, Michels estableció el canon del fútbol moderno, y eso es mucho.
Michels no fue un futbolista excelso, sino un delantero obstinado y peleón. En la posguerra holandesa no existía el fútbol profesional, y el Ajax, su equipo, era una peña de aficionados. ¿Tiene importancia la experiencia como jugador? A juzgar por Maradona, no. Algunos grandes entrenadores han sido grandes futbolistas, y ahí están Cruyff o Guardiola. Otros, como Arrigo Sacchi, no tocaron un balón antes de sentarse en el banquillo. Suele sospecharse que quienes no jugaron o fueron futbolistas muy mediocres (el citado Sacchi o Benítez) tienden al pizarreo, al hipercontrol táctico y al resultadismo; Wenger, que fue un futbolista discretísimo, desmiente la sospecha.
Le falta algo esencial. Lo sabe todo sobre el fútbol, pero no sabe que es un juego. Por tanto, no sabe disfrutarlo
Michels era de carácter autoritario. También lo fueron o lo son Ferguson, Beckenbauer o Lattek, y, a su manera, Cruyff. Michels era pragmático y consideraba que en el fútbol hay que enfangarse cuando conviene: “El fútbol profesional se parece a una guerra: quien se comporta con demasiada limpieza está perdido”.
Michels prestaba una gran atención a la cantera y a la gestión de la plantilla. Pensaba que era importante equilibrar fuerza y técnica en el equipo, defensa y ataque, pero le daba la misma importancia a las cuestiones psicológicas. En ese aspecto, era casi tan eficaz como Helenio Herrera, que inventaba tormentas para que descargaran sobre él y no hubiera presión sobre los futbolistas, o, a su manera brutal, Fabio Capello.
Durante mucho tiempo, pensé que José Mourinho reunía las características que definen a un gran técnico: carácter, pragmatismo, capacidad para la gestión técnica y humana. Mourinho empezó a estudiar fútbol desde niño: su padre fue un buen portero y luego, cuando empezó a entrenar, tuvo a su lado al pequeño José; su tío fue presidente del Vitoria de Setúbal, y José pudo aprender de él los aspectos políticos y económicos del fútbol. Luego trabajó como ayudante de Robson, que no era un mal maestro, en el Sporting de Lisboa, el Oporto y el Barcelona, donde tuvo también ocasión de familiarizarse con Van Gaal y su libreta.
Cuando se estableció por su cuenta, obtuvo éxitos grandiosos con el Oporto y ganó dos veces la Liga inglesa con el Chelsea. Ahora es campeón de la Liga italiana con el Inter. Se trata de un historial más que respetable.
Dicen que es resultadista, pero también lo dicen de Fabio Capello, un tipo que al menos una vez, en una final de la Liga de Campeones ganada 4-0 al dream team de Cruyff, demostró ser algo más que eso. Todos los grandes técnicos han creado fútbol brillante, del que no se olvida. Mourinho, no. Aunque dirigió un gran Oporto y un Chelsea solvente, su fútbol nunca ha dejado poso en la memoria. Es el único entre los supuestamente grandes técnicos de hoy (gana nueve millones anuales en el Inter) que no lo ha conseguido.
Ahora creo que a Mourinho le falta algo esencial. Mi teoría es que lo sabe todo sobre el fútbol, pero no sabe que es un juego. Y, por tanto, no sabe disfrutarlo.
Tortilla
ENRIC GONZÁLEZ 5 OCT 2009
Renato Brunetta, ministro de Berlusconi, está molesto con la prensa italiana. Concretamente con la prensa desafecta, que protesta porque, dicen, la hegemonía mediática de Berlusconi coarta la libertad de información. Brunetta es un hombre pintoresco, pero no les atormentaré con detalles biográficos. Sólo quiero reseñar una frase que pronunció ayer. Reclamó que los periodistas publicaran los nombres de los dueños de cada periódico, y detallaran sus propios conflictos de intereses.
Y siguió: “Los editores usan los periódicos para orientar, condicionar, presionar. Se ocupan, además de la información, de automóviles, construcción, sanidad. Todo eso no está prohibido, pero creo que ha de ser declarado ante los lectores: si crío gallinas ponedoras y edito un periódico, debo advertirles de que nunca hablaré mal de la tortilla”.
El pobre Brunetta acaba de descubrir el huevo de Colón. Es probable que esta noche no duerma, cavilando sobre si fue primero el huevo, o primero la gallina.
¿De verdad alguien ignora lo que hay detrás de cada medio? ¿De verdad alguien quiere hacer una lista exhaustiva de socios, intereses, acreedores, ambiciones políticas y enemistades personales?
Por poner un ejemplo, Telecinco es de Mediaset, que es de Fininvest, que es de Berlusconi. ¿Alguien se hará seguidor de Telecinco o dejará de sintonizarla por ese motivo? Por poner otro ejemplo, si las dospequeñas de la televisión española, Cuatro (del grupo que edita este periódico) y La Sexta (vinculada con el grupo que edita Público) no se fusionan entre sí, cosa que parece difícil ahora mismo, lo más probable es que una tenga que unirse a Antena 3 y la otra a Telecinco. O sea, una estaría asociada con Lara, que, además de hacer muchas otras cosas, edita diarios tan dispares como La Razón y Avui, y la otra estaría asociada con Berlusconi.
No pasará nada. Primero, porque no hablamos de criadores de gallinas. Segundo, porque cada uno tiene ya una opinión sobre la tortilla. Tercero, porque da igual: ningún grupo empresarial (tampoco el de Berlusconi) pone todos sus huevos en la misma cesta.
Cárcel
ENRIC GONZÁLEZ 6 OCT 2009
Las cárceles son un mal sitio. Son una expresión del fracaso: el personal, el de quienes están dentro y el colectivo, porque no cumplen su teórica función rehabilitadora. Son, también, una caricatura siniestra de la sociedad: en muchos casos castigan sólo la pobreza y la falta de alternativas. Junto a quienes merecen el apartamiento, por la gravedad de sus delitos o su peligrosidad, abundan los desgraciados, los pequeños camellos, los extranjeros clandestinos que un día se metieron en un lío.
Algo se intenta de vez en cuando para mostrar que los reclusos son gente corriente, al menos tan corriente como los de fuera. TVE, por ejemplo, mantiene su apuesta por El coro de la cárcel. Es algo, pero no es suficiente. Se podría hacer mucho más. Y no sería tan difícil.
Hace falta dignificar el ambiente carcelario, ofrecer a los presos amenidad y oportunidades. Normalizar, en una palabra, las instituciones penitenciarias. Resulta evidente que eso sólo puede hacerlo la política.
Bastantes políticos podrían dar el paso: bastaría con que confesaran un cohecho, un fraude, una malversación, cualquier corruptela de ésas sobre las que informa la prensa, y aceptaran pagar entre rejas su deuda con la sociedad. ¿Por qué no lo hacen? Por la inhabilitación. Si son condenados, se les impide ejercer su profesión. Mientras la delincuencia común puede aprovechar la cárcel para intercambiar experiencias y ponerse al día en las últimas tendencias del oficio, el político ve cruelmente truncada su trayectoria. No es justo.
¿Por qué no acabamos con la inhabilitación? Al principio quedaría raro, pero sería estupendo que un concejal, un dirigente de partido o un consejero autonómico pudieran ejercer desde la celda, con sus visitas, sus discursos, sus actos oficiales y, en general, las labores propias de su oficio. El ambiente carcelario ganaría en empaque y en variedad, y el político saldría ganando: se ha comprobado que, en ciertos casos, el delito da votos. Si unas cuantas imputaciones les hacen subir en los sondeos (véase el PP), ¿qué no haría una temporada en prisión?
Recetas
ENRIC GONZÁLEZ 7 OCT 2009
Una de las más veteranas revistas culturales del mundo está a punto de cerrar. Se llama Gourmet y es, en teoría, una revista de recetas de cocina. Ha publicado recetas durante casi 70 años. Pero nació en Nueva York en 1941, el año del ataque japonés a Pearl Harbor, empezó a espabilarse durante la Segunda Guerra Mundial y se consolidó en la posguerra, la época dorada del periodismo estadounidense: sus responsables decidieron que junto a las recetas se podían publicar reportajes, ensayos y entrevistas, cosas que explicaran el mundo de entonces, y exigieron para ese material un nivel comparable al de New Yorker.
Gourmet fue una anomalía en el mercado. Cuando Manuel Vázquez Montalbán aún era un crío que soñaba con bocatas de sardinas y ni siquiera sospechaba que, como dijo más tarde, la cocina fuera una metáfora de la cultura, una revista que jugaba precisamente con eso, con la cocina como metáfora de la cultura, se hizo un lugar en centenares de miles de hogares. Servía para preparar unas berenjenas y para conocer la historia de Nueva Orleans; para aprender a construir el fuego de una barbacoa y para descubrir la tragedia inmensa de la revolución cultural maoísta.
Estaba claramente dirigida a las mujeres, porque en general eran ellas quienes cocinaban. Gourmet, sin embargo, jamás publicó un cotilleo, o un truco de belleza, o cualquiera de esas cosas que antes, y hoy, se suponen interesantes para las mujeres. Apelaba al intelecto y la sensibilidad de su clientela. Y ésta respondió, año tras año, década tras década.
La revista no cambió. Sus números más recientes seguían siendo espléndidos. Ha debido cambiar el público, porque Condé Nast, el grupo que edita Gourmet, ha anunciado que ya no es rentable ni lo será en el futuro. Condé Nast dice que no hay publicidad para mantener una revista inteligente y que la única opción es el cierre.
Todas las recetas, es cierto, pueden encontrarse gratis en Internet. Rapidez y economía. ¿Para qué perder el tiempo en otras cosas? ¿Para qué intentar entender el mundo si el mundo, como nosotros, se hace más tonto cada día?
Ventajas de la sinceridad
ENRIC GONZÁLEZ 7 OCT 2009
Tal vez sea “reprobable”, como dicen los órganos de gobierno del Parlament, que la prensa difunda los mensajitos telefónicos de los políticos. Pero es higiénico. Incluso estimulante. A mí, personalmente, me gustan más cuando enredan con el sms que cuando discursean ante el micrófono.
Empecemos por el PP. ¿Se han fijado en lo que dijo ayer Rajoy? Se levanta el secreto del sumario Gürtel, cae un chaparrón de sospechas (bastante fundadas) sobre la honestidad general del partido, y el hombre, que debe tener un estómago blindado, va y dice: “Lo importante es escuchar a los ciudadanos, gobernar bien, hacer buena oposición y olvidarse de todo lo demás. Hay que estar con lo que preocupa a los ciudadanos, que no suele coincidir con lo que preocupa a otros”. Luego añade: “Vamos bien, estamos con fuerza, ganas, ilusión, espíritu deportivo y un cierto sentido de la indiferencia ante algunas cosas, que nunca viene mal”.
Los hombres públicos, como cualquiera de nosotros, prefieren decir la verdad, o lo que creen que es la verdad, en privado.
Si George Orwell escribiera en elMarca, el diario favorito de Rajoy, diría que el presidente del PP tuvo un lapsus freudiano. Ya saben lo que dijo Orwell sobre el deporte: “No tiene nada que ver con el juego limpio; está repleto de odio, celos, arrogancia, desprecio hacia las reglas y un placer sádico en la contemplación de la violencia. En otras palabras, es la guerra sin disparos”.
Como no estoy muy seguro de que Rajoy sea lector habitual de Orwell y guarde esa cita en la memoria, cabe deducir que lo de “espíritu deportivo” lo dijo en el sentido “marquista”: “podemos, alirón, el vestuario es una piña, hay que seguir trabajando y pensar en el próximo partido”. O sea, ya ven.
Comparen la inane parrafada de Rajoy con la contundencia de Sirera: “Este partido es una mierda”. Sirera, cierto, no se refería al caso Gürtel ni a la corrupción, sino a lo poco que pinta él mismo. Tal vez, si aún mandara, habría hablado de “espíritu deportivo”. Pero lo que nos importa es la concisión y la sinceridad del mensaje, que dignifica al político.
¿Y qué me dicen del sms de Saura? Yo le tenía por un burócrata, un hombre forjado en reuniones interminables, discursos vacuos y la más estricta disciplina de partido. Pero después de su sms durante el discurso de Montilla (“kin toston, oi?”) ya le veo de otra forma. Casi como a una persona normal. Un ciudadano de a pie, evidentemente, no se habría limitado a definir como “tostón” aquella cosa interminable y agotadora, leída con el característico gracejo de Montilla. Pero, tratándose de Saura, la cosa tiene su mérito.
Los hombres públicos, como cualquiera de nosotros, prefieren decir la verdad, o lo que creen que es la verdad, en privado. ¿Recuerdan aquel “gilipollas integral” de José Bono sobre Tony Blair, creyendo que el micro estaba cerrado? Siguiendo con los micrófonos que permanecen abiertos, no estuvo nada mal, para comprender la esencia de las campañas electorales, lo de Zapatero con Gabilondo: “Nos conviene que haya tensión… voy a empezar, a partir de este fin de semana, a dramatizar un poco”. O lo de Aznar ante el Parlamento Europeo, que podría haber dicho el propio Montilla tras su perorata en el Parlament: “Menudo coñazo les he soltado”. O lo del presidente de la CEOE, que en su discurso ante la asamblea de los empresarios madrileños afirmó que no era “cuestión de buscar culpables” de la crisis, pero ante el micrófono traicionero, cuando no creía ser escuchado, dijo que los problemas económicos españoles se debían a “los años de Zapatero”. Pues ya está, señores: con lo fácil que es hablar claro.
El mejor ejemplo de las ventajas de la sinceridad, llevada a sus extremos más crudos, fue el de Zaplana, en una conversación telefónica de 1990 grabada e incluida en el sumario del “caso Sanchís”, posteriormente hecho público: “A lo mejor se queda con el solar y hacemos ahí una cosilla, ¿eh? Tú haces de intermediario de la venta, que yo no puedo, y tú pides la comisión a Javier Sánchez Lázaro, y luego nos la repartimos bajo mano”. Tres años más tarde, Zaplana consiguió la alcaldía de Benidorm. Después, la presidencia de la Generalitat valenciana. Más tarde fue ministro de Trabajo y portavoz del Gobierno. Y ahora está forrado de pasta.
¿Ven? La sinceridad, al final, compensa.
Mirones
ENRIC GONZÁLEZ 8 OCT 2009
¿Para qué perder el tiempo mirando un reality, cuando se puede mirar la realidad? Y ver crímenes en directo. Y, encima, ganar dinero. Ésa es la idea de Internet eyes, una iniciativa británica que el próximo mes se pondrá en marcha de forma experimental en Stratford-upon-Avon y que aspira a funcionar pronto en todo el país.
El proyecto, que ayer contaba The Times, es ingenioso. En Reino Unido hay 4,2 millones de cámaras de vigilancia, pero, salvo rarísimas excepciones, nadie mira lo que filman. Internet Eyes, una empresa privada, ofrece a los propietarios de las cámaras (policía, empresas, particulares) la posibilidad de que emitan en directo a todo el mundo, gracias a la Red. Los propietarios tendrán que pagar por ello una pequeña cantidad. Los mirones, en cambio, podrán abonarse gratis.
¿Qué se gana? El mirón que detecte un crimen obtendrá 1.000 libras. En teoría, a los dueños de las cámaras les interesa que alguien, cuanta más gente mejor, observe lo que captan. Siguiendo en el plano teórico, los propietarios de las cámaras, incluyendo la policía, estarán dispuestos a pagar una cuota para que haya mirones, y con ese dinero será posible sufragar el premio para quien denuncie un crimen mientras aún se está cometiendo o se acaba de cometer.
Las cámaras de seguridad no ofrecen la programación más amena del mundo. Ya saben: blanco y negro borroso, sombras que van y vienen y ausencia de diálogos o banda sonora. Pero, por otra parte, no hay publicidad y el riesgo de que aparezca en pantalla Belén Esteban es realmente muy pequeño. Eso también hay que tenerlo en cuenta.
La idea puede tener éxito. Supongo que obtendrá, al menos, una excelente acogida entre la delincuencia en general. El delincuente tendrá a su disposición decenas de miles de cámaras. Podrá detectar, por ejemplo, esa casa donde vive una persona que vuelve sola del trabajo pasada medianoche. Sabrá cuántas cámaras hay en la calle y cuál es su campo. Le bastará con abordar a la víctima fuera del alcance de las cámaras y hacer lo que corresponda a su especialidad delictiva, sea el atraco u otra cosa.
Propiedad
ENRIC GONZÁLEZ 9 OCT 2009
Varias personas escriben en esta columna. Quien hoy firma lo hace con bastante frecuencia, de lunes a viernes, salvo enfermedad o ausencia justificada. Una pregunta facilita: ¿a quién pertenece esta columna? Hay una empresa que paga el papel y la distribución, la publicidad del diario, los sueldos de quienes redactan, editan, ajustan y, en su caso, colocan en el ciberespacio, los posibles gastos legales, etcétera. Hay una empresa que pone la cabecera, porque es suya. Hay una empresa que apuesta su prestigio y su dinero, con mejor o peor criterio, para que estas líneas aparezcan cada día.
Ahora imaginemos que, por la razón que sea, la empresa decide que cambie el nombre del arriba firmante. Es decir, que otra persona, u otras personas, se encarguen de esta columna. ¿Alguien discutiría el pleno derecho de la empresa? Este espacio es de quien es: de la empresa. Como todo el periódico. Eso es algo que tienen muy claro los empleados y, supongo, los lectores. No hay discusión posible. Las cosas resultan igualmente obvias en el terreno parlamentario. El votante elige la lista de un partido, entera, con lo que le gusta y con lo que no. Es el partido quien paga la propaganda, las oficinas, las fiestas. Es el partido, con toda lógica, el que decide quién va en la lista y quién no va. Es el partido quien decide lo que el parlamentario electo votará en cada caso. Quien manda es el partido. Los escaños son suyos.
Sin embargo, la ley establece que el escaño es de la persona que lo ocupa. Cada electo posee un acta que lo atestigua. Y esa acta nominal, tan contradictoria con la realidad política española, es una condición básica de la democracia representativa: mantiene la ficción (importantísima, insustituible) de que detrás de cada voto en el Parlamento existe una conciencia. Si no cambia la ley electoral, si no se abren las listas, si el electo no tiene que poner la conciencia, sino solamente el dedo de votar y el cazo de cobrar, esto es una pamema. No sólo lo que ocurre en la Asamblea de Madrid: todo.
La paradoja californiana
ENRIC GONZÁLEZ 11 OCT 2009
California es riquísima: si fuera independiente, tendría un lugar entre las ocho mayores potencias económicas del mundo. California goza de uno de los sistemas políticos más democráticos del planeta, quizá el más democrático: puede decirse que el votante, o sea, lo que llamamos el pueblo, ejerce el poder de forma directa. Quizá como consecuencia de lo anterior, California goza de unos mecanismos fiscales justos y a la vez redistributivos: el 3% de los contribuyentes, los más ricos, pagan el 60% de los impuestos totales.
Éstas son las razones de que California lleve más de una década hundiéndose en la ruina.
La catástrofe empezó en los años setenta, cuando el valle de Santa Clara fue rebautizado como Silicon Valley por su concentración de industrias informáticas. California se hacía rica en plena crisis del petróleo y atraía una intensa inmigración de otros Estados. Los precios inmobiliarios subían y los impuestos sobre el patrimonio (la casa) estaban haciéndose insoportables para muchos pensionistas y familias con rentas bajas.
En California, como decíamos, la democracia no sólo se ejerce de forma indirecta, con la elección de representantes. El sistema prevé que las cuestiones de importancia se resuelvan con un referéndum. El problema fiscal desembocó, lógicamente, en un referéndum sobre la llamada “Proposición 13″, que limitaba el impuesto sobre la vivienda al 1% del precio de compra, con revalorizaciones máximas del 2% anual. Ya puestos, se incluyó en la papeleta otra medida: para aprobar cualquier subida de los otros impuestos estatales sería necesaria una mayoría de dos tercios en el Parlamento californiano.
Como era de esperar, la Proposición 13 fue aprobada por amplia mayoría. Y creó las bases de un déficit presupuestario crónico. Se estima que, gracias a los topes fiscales (el IRPF máximo no llega al 10%), los californianos se han ahorrado 500.000 millones de dólares en 30 años. Visto desde el otro lado, esa cantidad es la que ha dejado de ingresar en las arcas públicas.
La gobernación por referéndum creó, en los años siguientes, nuevas distorsiones. ¿Quién no quiere vivir en una ciudad segura? Los californianos, como todo el mundo, exigen seguridad. Por eso exigieron leyes más y más severas, que afectaban en especial a toxicómanos y pequeños delincuentes, y eso supuso más y más condenas. Lo que llevó a la construcción de más y más cárceles. Actualmente hay 170.000 reclusos (en España, cuya población es similar a la de California, rondan los 76.000), que cuestan anualmente 200.000 dólares por cabeza.
De forma similar, los californianos han exigido mejor educación pública, leyes estrictas contra la contaminación, medidas de protección social, subsidios, etcétera. Lo normal: todos queremos muchos servicios y pocos impuestos.
La crisis está siendo muy cruel con California. El desempleo ronda el 10%, con puntas del 50% en las zonas agrícolas; medio millón de californianos se han largado a otros Estados desde 2004; el número de estudiantes universitarios cae en picado. En 2003, el gobernador Gray Davis fue expulsado del cargo por referéndum (ya ven lo que puede hacer la democracia directa) debido al catastrófico estado de las finanzas públicas. Eso permitió la elección de Arnold Schwarzenegger, que ahora mismo maneja un déficit y una deuda mucho más graves que las de Davis.
La única solución sería subir los impuestos. Pero no se puede. Son los inconvenientes de la democracia directa.
Humor
ENRIC GONZÁLEZ 12 OCT 2009
Top Gear es un programa veteranísimo de la BBC. Ahora lo emite La Sexta y lo recomiendo muy vivamente. Va de automóviles, pero eso es tan reductivo como decir que Guerra y paz va de Rusia. Top Gear viene a ser el ectoplasma de su presentador Jeremy Clarkson, un inglés ultraliberal, receloso de todo lo europeo, militante contra la corrección política y aficionado, simplemente aficionado, a los coches y en general a la mecánica. Todo lo que hace es divertidísimo.
Clarkson publicó ayer un artículo en The Times sobre la creciente estupidez de la sociedad británica. Un clásico: los británicos llevan décadas quejándose de que son cada día más estúpidos. No deja de ser alarmante, dado que constituyen una de las sociedades más inteligentes de Europa.
En su artículo, Clarkson señalaba que el humor de los Monty Python no encontraría hoy cobijo en ninguna televisión. Es probable que tuviera razón. Los Python solían satirizar el elitismo y la pedantería intelectual. En un célebre número televisivo retransmitían la redacción de El retorno del nativo, una novela del escritor decimonónico Thomas Hardy (1840-1928). El locutor describía la multitud, la óptima temperatura, el estado de forma de Hardy, sus esfuerzos por completar, sin éxito, la primera frase del primer capítulo. Al cabo de tres horas, clamor entre el público. Hardy conseguía una frase: “Un sábado por la tarde en noviembre se aproximaba al crepúsculo, y la amplia zona de maleza abierta conocida como Egdon Heath se oscurecía por momentos”.
¿Les ha hecho gracia? No, ya lo supongo. Para resultar gracioso, el humor de los Python (no el de la películas, sino el de las series) requería un público que supiera quién era Thomas Hardy, y hasta qué punto era pesada la escritura de esa gloria nacional. El humor caricaturizaba una sociedad esencialmente snob.
El humor británico de hoy es The Office, una sensacional parodia de la mediocridad galopante o Little Britain, un agrio sarcasmo sobre un país brutal y propenso al vómito.
Prueben a ver algún viejo sketch de Tip y Coll: se encuentran fácilmente en Internet. Después de verlo, recuerden si han reído. Y cavilen sobre si vamos a mejor o a peor.
Reconversión
ENRIC GONZÁLEZ 13 OCT 2009
El Gobierno francés financiará con 18 millones de euros la reconversión profesional de los periodistas. La idea consiste en enseñar a los periodistas veteranos a manejarse en el terreno de la información digital y las webs. Será un éxito: cuando se trata de periodismo, como se sabe, Internet es una mina de empleos bien pagados. Ni el Gobierno francés ni los periodistas franceses deben ser tontos; cabe suponer, por tanto, que se trata de un gesto cariñoso hacia los sindicatos, o, más simplemente, de quemar con elegancia 18 millones. Aprender los rudimentos de lo que hoy llamamos periodismo digital no requiere más de dos o tres tardes. Descubrir en qué consiste el periodismo en la era digital costará un poco más. Años, o décadas.
Persiste la creencia de que la crisis de la industria de la información, o sea, de los periódicos, se debe a una transformación tecnológica, y que sólo hace falta trasladar el sector a un nuevo carril. Falso. La transformación tecnológica ha reventado las bases de la prensa tradicional y hay que cambiarlo todo. Lo de menos, ahora mismo, es la informática.
Los anunciantes no volverán a hacer cola ante los periódicos, ni volverán las ventas masivas. La publicidad funciona mejor en las redes sociales y el público se ha acostumbrado a obtener de forma gratuita la información que le apetece. Para sobrevivir, los diarios, en papel o en pantalla, deberán encontrar un tipo de cliente dispuesto a pagar una cantidad notable por un producto que les resulte atractivo. No imprescindible, a veces ni siquiera necesario: atractivo.
En los últimos años, la prensa escrita ha sido propensa al error. Sus clientes se llaman lectores, pero ha optado por acortar los textos para evitarles la molestia de leer. Sus clientes buscan lo que no encuentran gratis en televisión, pero ha optado por competir con la tele multiplicando el despliegue gráfico. Sus clientes se sienten parte de una minoría más o menos selecta, pero ha optado por ofrecerles temas más fáciles y “populares”. Sus clientes piden más, pero, para recortar costes, se les ofrece menos.
Primero habrá que desandar lo andado. Luego ya hablaremos de reconversiones
Oferta
ENRIC GONZÁLEZ 14 OCT 2009
The Guardian es un gran diario británico. No nació en Londres, sino en Manchester, en 1821, y siempre se ha caracterizado por un espíritu más o menos anticonformista y por una ideología liberal-izquierdista: se estima que el 80% de sus lectores vota al Partido Laborista. Se le atribuye también una cierta propensión a cometer erratas tipográficas, de ahí el apodo The Grauniad. En realidad, lo de las erratas es antiguo y está bastante superado. Pero si uno busca en Internet The Grauniad, es redirigido a The Guardian: lo de Grauniad lo registraron como marca, por si acaso.
Conviene seguirle la pista a The Guardian. En un sentido estrictamente profesional, suele ir por delante del resto de la prensa, como la mayoría de los diarios ingleses.
Ayer publicó una oferta de trabajo para blogueros. The Guardian ofrece un contrato de freelance a unbloguero de Leeds, que deberá encargarse de la información local en esa ciudad. En el anuncio se precisa que una formación periodística “es deseable, pero no esencial”. La idea es extender el experimento a otras ciudades a lo largo del año próximo. Los blogueros locales del periódico serán tutelados por “la dirección del proyecto” y “tendrán acceso” a los recursos de la oficina central del periódico. No queda claro si esto último se refiere a los servicios jurídicos, en caso de pleito, o sólo al servicio de documentación.
¿Es éste el futuro del periodismo? Antes, los periódicos contrataban periodistas (con formación o sin ella) para cubrir las noticias locales. The Guardian, que ha despedido a unos cuantos de sus periodistas locales, opta ahora por blogueros. Aún se desconoce si un bloguero cobrará más, menos o lo mismo que un periodista convencional con sus mismas funciones. Si la diferencia no está en el salario, ¿dónde está la diferencia?
Un blog funciona, se supone, de forma autónoma, sin otra garantía que la de su autor o autores y sin otro límite que el que quiera autoimponerse. Ahora bien, si goza del “apoyo y dirección” de un periódico, ¿dónde está la gracia? Todos sabemos lo que significa, en cualquier empresa, el “apoyo” y la “dirección” de un jefe. Y sabemos que suele tener la misma ternura que el abrazo de un oso.
Elogio de Berlusconi
ENRIC GONZÁLEZ 14 OCT 2009
Silvio Berlusconi ha hecho muchas cosas en la vida. Alguna vez, quizá, se haya equivocado. ¿Quién no? Eso lo explicaba muy bien Antoni Comas, que fue consejero de la Generalitat en tiempos de Pujol, cuando se le planteaban los problemillas que algunas personas de su partido habían tenido con la justicia: “Nosotros somos gente que hace cosas, y sólo los que hacen cosas pueden hacerlas mal”.
Aceptemos, pues, que Berlusconi puede haber cometido algún error. Pero fijémonos en lo esencial: Berlusconi es un patriota. Una vez me invitó a comer e impuso como primer plato una “insalata tricolore”, verde, blanca y roja como la bandera de Italia. Aunque es sólo un detalle, resulta significativo. Y su partido se llama Forza Italia: eso es algo más que un detalle. Por supuesto, él es consciente de que su fervor patriótico y su actividad patriótica carecen de límites: “Creo que no tengo el pecho lo bastante ancho como para contener todas las medallas que merezco por todo lo que he hecho por el país”, proclamó en 1997. Y en 1994: “A mis hijos les digo la verdad: que su papá es un soldado que va a la guerra para salvar a nuestro país, para salvar la libertad de todos”.
Hay quien le recrimina su fortuna. ¿Por qué? Envidia, tal vez. Berlusconi se hizo rico para poder decir un día de 2000, en un mitin, lo siguiente: “¿A quién deben confiar sus ahorros los italianos? ¿A esa otra gente? ¿No es mejor confiárselos a alguien que ha creado un grupo empresarial de 70.000 millones?”.
No existe un político como Berlusconi. Hay que verle en campaña, con esa memoria prodigiosa que le permite recordar el nombre de tal vecino o de tal otro, para comprender que ese hombre puede ganar las elecciones que quiera. De momento, tres. Como ejemplo de su cercanía a la gente, una simple anécdota: he visto personalmente cómo su comitiva (una larga fila de coches blindados y policías en moto) se detenía en Corso Vittorio Emanuele, en pleno centro de Roma, y cómo de uno de los automóviles saltaba Berlusconi para saludar a una señora cargada con la cesta de la compra, hacerla subir al coche y acompañarla hasta su casa (la de la señora: conviene precisar, porque siempre hay malpensados).
No hace falta subrayar su perfil de estadista. Como suele decir él mismo, hablando en tercera persona, “Berlusconi es Italia”.
Hay algo, en cualquier caso, que hace de Silvio Berlusconi un hombre especialmente entrañable para cualquier catalán. Hablo de su perspicacia para detectar las agresiones contra Italia. Sobre todo las agresiones encubiertas, esas que, a primera vista, parecen sólo críticas a Silvio Berlusconi.
A veces, los ataques contra Italia proceden de la prensa: “Existe un espíritu antiitaliano. Algunos diarios extranjeros, azuzados por cierta prensa italiana, hacen acusaciones ridículas que dañan a Italia, dejando en mal lugar no sólo al presidente del Gobierno, sino a nuestra democracia y a nuestro país”. ¡Qué nos ha de explicar a nosotros, los catalanes! Hace muy pocos días, Joan Laporta, ese estadista en ciernes, tuvo que defenderse frente a la “caverna mediática españolista” atrincherada en sus “ámbitos intolerantes”, que le reprochaba no sé qué.
En otras ocasiones, la agresión procede de la judicatura. Berlusconi lo tiene claro: “Son los mismos jueces que en 1994 destruyeron todos los partidos políticos y todos los líderes, alguno de los cuales incluso tuvo que huir al extranjero”; “los jueces de izquierda, las togas rojas, están contra nosotros, contra la gente que trabaja”.
¿Hace falta que recuerde lo que hemos sufrido nosotros? Evoquemos aquellas palabras inmortales de Jordi Pujol, cuando el fiscal general del Estado (socialista) presentó contra él una querella por la gestión de Banca Catalana: “Esto no afecta tan sólo a las personas contra las que se han querellado, sino que afecta a todo el pueblo de Cataluña. Nos quieren hacer perder la ilusión, la confianza, el equilibrio, la serenidad, la tranquila decisión de trabajar cada día ilusionadamente”.
Señores, no nos equivoquemos con el presidente del Gobierno italiano. Como diría él mismo, “visca” Berlusconi.
Carne muerta
ENRIC GONZÁLEZ 15 OCT 2009
En la jerga cinematográfica anglosajona existe la expresión dead meat. Literalmente, carne muerta. Sirve para denominar a ese personaje más o menos entrañable, más o menos simpático, más o menos tonto y (esta es la condición sine qua non) amigo del protagonista, que de forma inexorable está destinado a morir antes de que acabe la película. Es un personaje que se incluye en el guión sólo para eso, para morir. Su fallecimiento debe emocionar al público y encorajinar al héroe, realzando su perfil más humano.
Al peliculón del PP le queda aún mucho metraje, pero Dead Meat, o sea, Ricardo Costa, ya ha palmado. Puede afirmarse, ocurra lo que ocurra en adelante, que Costa ha cumplido como un campeón. Primero, paseando ante las cámaras ese perfil a la vez pijo y desvalido; luego, echándole valor al asunto (presentó una denuncia contra la policía y se declaró “víctima de una persecución política desde las más altas instancias del Estado”); en el último momento, bailando la conga ante en el pelotón de fusilamiento (“nadie me ha pedido que dimita”); y, en el ultimísimo momento, echando una lagrimilla enternecedora.
En la política, como en las películas, abundan los Dead Meat. Pero hay pocos como Ricardo Costa. Un profesional así no debería ser desaprovechado. Habría que recuperarlo en cuanto fuera posible.
Bien, el pobre Dead Meat Costa ya se ha lucido. ¿Y ahora? El guión ofrece muchas posibilidades. Una de ellas, visto lo bien que ha funcionado hasta aquí la trama, consistiría en ofrecer al público un “súper Dead Meat”. ¿Se imaginan a Camps diciendo “qué bonito, qué bonito” en el momento de caer? Ese sería un giro argumental de los que sobrecogen al espectador. Prefiero no imaginar lo que podría ocurrir entonces.
En estos casos, sólo existe una certeza: el que manda no muere. Nunca. Ya pueden llover GAL, corrupción o lo que sea, que el que manda no pringa. Queda una pregunta sin respuesta: ¿manda Rajoy?
Desmayo
ENRIC GONZÁLEZ 16 OCT 2009
Flashforward (Cuatro y AXN) parece destinada a convertirse en una serie de éxito. Su clave más resultona no es el golpe de efecto inicial, un breve desmayo que afecta a toda la humanidad y durante el cual cada persona ve un fragmento de lo que le ocurrirá el 29 de abril de 2010, sino el “mosaico colectivo”: un espacio cibernético en el que la población mundial puede dar testimonio de su propio fragmento. A partir de esos 2.000 millones de microrrelatos, el FBI intenta averiguar por qué se produjo el desmayo y a quién benefició.
Ese tipo de intriga funciona bien en televisión. En la vida real da para poco: el misterio se aclara enseguida. Recuerden, sin ir más lejos, el desmayo que en verano de 2008 afectó a los mercados e instituciones financieras. Lo recordarán, seguramente, porque aún lo estamos pagando y vamos a seguir haciéndolo por una larguísima temporada.
¿Por qué se produjo el desmayo? Por una burbuja crediticia, creada sobre la convicción bancaria de que la prosperidad sería eterna. Y si no era eterna, no pasaba nada: la banca sabe que siempre está ahí el contribuyente para sacarla del apuro. La banca gana cuando gana y gana cuando pierde.
¿A quién benefició el desmayo financiero? Pues tampoco hay que romperse la cabeza. El banco Goldman Sachs, por señalar a alguien, ha aumentado este año en un 46% los salarios de sus 5.500 empleados en la City de Londres (sueldo medio: 520.000 dólares anuales) y ya ha apartado 16.000 millones para las primas de fin de ejercicio. Es posible que pague tanto a sus ejecutivos como en 2007, cuando éstos se repartieron 21.000 millones. Eso da una idea de los beneficios.
Goldman Sachs recibió un dineral del Gobierno para evitar el colapso, pero prácticamente lo ha devuelto ya todo. ¿Cómo lo ha conseguido? Para dar ayudas a bancos como Goldman Sachs, el Tesoro estadounidense tuvo que emitir una ingente cantidad de deuda en bonos. ¿Y quién comercializa los bonos, llevándose un pellizco de cada uno? Bancos como Goldman Sachs. El flash forward financiero ha consistido en que Goldman Sachs es un poco más rico y nosotros bastante más pobres.
Ondas
CARLOS BOYERO 17 OCT 2009
Una bruja rubia de gesto suave y voz meliflua llamada Nieves Herrero, abyecta conductora junto a la progresista Olga Viza de un intento de linchamiento popular en el pueblo de Alcàsser, recibió el premio a la mejor comunicadora en unos premios Ondas, ceremonia montada por la nueva y querida casa que me alberga. Y es maravillosa la ausencia de prejuicios, el pragmático reconocimiento del vale todo a condición de que ese producto se venda bien, la convicción de que todo es espectáculo si tiene arraigo popular, independientemente de que su estética sea cochambrosa e inexistente su ética, de que ofrezcan certificados de honor a la mierda.
Me pregunto qué tipo de respeto merece el Premio Nobel de la Paz cuando se le concedió a un sofisticado intelectual que descubrió la eficacia del napalm como arma disuasoria no ya sobre los guerrilleros del Vietcong, sino sobre las mujeres, los ancianos y los niños que olieran a enemigo, como Henry Kissinger. O qué veredicto literario adquiere legitimidad al negarle el Nobel a Borges, en la seguridad de que este escritor incomparable cometió de buena o de mala fe algo tan inexacto y repugnante como calificar de “caballeros” a los legalizados asesinos de la Junta Militar. Y todo por el odio al nazi Perón, ese plebeyo que arrasó con el señorío intelectual de toda la vida. Escuchen ese tratado de descarnada sabiduría titulado Cambalache y me entenderán.
Me cuentan que los racionales Ondas le han otorgado el trono a ese fascinante conductor de heces llamado Jorge Javier Vázquez. Y deduzco que todo va bien, que legitimas el supremo valor de la audiencia, que los exquisitos valedores del público escogido -el Plus es otra cosa, leer EL PAÍS y escuchar la SER otorga certificado de legalidad progresista- también saben apreciar las circenses virtudes del sonriente profesional de la televisión más asquerosa que existe. A cada uno lo suyo. A Enric González le han concedido el Cerecedo. Ten cuidado. Si vendes masivamente tu producto, da igual que esté regido por la inteligencia o por el embrutecimiento, pueden darte el Ondas. O que te exilien al desierto dorado.
Profecías y disparates
ENRIC GONZÁLEZ 18 OCT 2009
¿Quieren saber cómo será el mundo dentro de 10 o 20 años? Sobrevivan y obsérvenlo ustedes mismos. También pueden hacer caso de las predicciones, pero ahí se moverán entre la ficción y el disparate.
Los especialistas, la gente en teoría capacitada para hacer vaticinios concretos sobre algo concreto, suelen cometer errores garrafales. Es mítica la frase de Harry Warner, presidente de Warner Brothers, en 1927, cuando empezaban los tanteos con el cine sonoro: “¿Pero quién diablos quiere oír hablar a los actores?”. Igualmente célebres son las palabras de Thomas Watson, presidente de IBM, en 1943: “Existe mercado en el mundo para tal vez cinco computadoras”. En el caso de Watson, podría acabar acertando después de pifiarla espectacularmente. Quizá el desplazamiento de las memorias físicas hacia el ciberespacio permita que todo funcione con unos pocos superordenadores.
Resulta instructivo releer libros que hace un cuarto de siglo formulaban profecías sobre el porvenir de la economía mundial. El desafío del futuro, del francés Alain Minc, prestigioso asesor empresarial y político, tuvo una gran repercusión cuando fue publicado, en 1984. “Los países de la OCDE”, escribió Minc, “no tienen probabilidad alguna de encontrar en sí mismos los recursos para un crecimiento medio del 3% en los próximos años: la tendencia será más bien hacia el crecimiento cero, o un 1% en el mejor de los casos”. ¿Adivinan cuál fue el crecimiento medio de los países de la OCDE en los siguientes 10 años, contando con la recesión de 1991? Exacto, fue del 3%.
Minc también mencionaba “el ilusorio relanzamiento norteamericano” (una década más tarde, Estados Unidos disfrutaba de una extraordinaria prosperidad); fijaba el colapso de los sistemas europeos de pensiones para antes de 2001; se burlaba del impacto económico de “la fascinación actual por la electrónica, los microordenadores y otras pastillas de silicio”; y confiaba en una recuperación de la economía mundial, pero no antes de 2050.
Otro libro publicado con gran éxito en 1983 fue Cuando llega la bancarrota del Estado, de Paul C. Martin, por entonces el más respetado comentarista económico alemán. Martin, probablemente espantado por la reciente suspensión de pagos de México y el aumento del gasto público en Alemania a causa de la crisis de los setenta, daba por seguro que todos los Estados estaban abocados a una inminente desaparición. Su libro, bien armado de datos y estadísticas, llegaba a conclusiones como la siguiente: “La quiebra del Estado federal alemán se producirá a mediados de la década de 1990, como máximo”. El pobre Martin no sabía que, siete años después, la República Federal de Alemania iba a recomprar su hermana oriental, la República Democrática Alemana, por un precio total aproximado de 1,5 billones de euros. Pudo pagarlos. Y, de momento, la “Bundesrepublik” sigue sin quebrar.
Hay, sin embargo, quien predice y acierta. El shock del futuro (1970), La tercera ola (1980) y Avances y premisas (1983), las tres obras clásicas de Alvin Toffler, soportan muy bien la relectura. El secreto de Toffler consistía, y consiste, en no fijarse demasiado en el presente para extrapolarlo y en no obsesionarse con los cuadros macroeconómicos. En 1983, por ejemplo, cuando el mundo observaba con embeleso el milagro japonés, Toffler ya sugería que su estructura económica y financiera podía bloquearse y que su admirada productividad era “muy elevada para la exportación y muy baja para todo lo demás”. Acertó hasta en eso.
Manicomios
ENRIC GONZÁLEZ 19 OCT 2009
Las historias manicomiales suelen dar juego. Ahí está, para demostrarlo, el Premio Ondas de Jorge Javier Vázquez. Sálvame podría haber sido una reedición del Tomate, pero no: se han reducido al mínimo los contactos con la realidad y se han subrayado el aspaviento, el disparate y los juegos surrealistas. Incluso la basura es ficticia. O sea, pura televisión. Hay quien se espanta con Sálvame. También hubo quien se espantó (y aquí hacemos un salto casi cósmico) con aquel programa radiofónico de Orson Welles, La guerra de los mundos. El mecanismo es el mismo: nosotros simulamos que ocurre algo en el plató, y la audiencia puede tomárselo en broma (opción aconsejada) o, si lo prefiere (opción aún más aconsejada), en serio. Funciona en ambos casos.
También Gran Hermano, también en Telecinco, alivia sus achaques por la vía manicomial: por si no bastaba una decena de personajes absurdos en una casa, se añaden más y más personajes y más y más casas. El invento deviene incomprensible. Y, sin embargo, funciona. Por lo mismo, porque es televisión.
Siguiendo con el tema, House (Cuatro y Fox) estrenó temporada en el manicomio. El largo piloto de la sexta estación mereció grandes aplausos de los críticos y muy buenas audiencias. Estaba bien hecho. A mí me inquietó.
Roto, el referido megacapítulo de House, se desarrollaba en un manicomio. No podía acogerse, por tanto, a los cánones manicomiales del reality (simulación de una simulación), sino a los cánones de una serie (simulación de una realidad). Un manicomio, o una clínica siquiátrica, como prefieran, es un santuario de la tragedia. Alguien voló sobre el nido del cuco, la película homenajeada en ‘Roto’, asumía lo trágico. ‘Roto’ lo disfrazaba con azúcar. Con otro final, con un Gregory House definitivamente roto, habría puesto un colofón magnífico a la serie. Pero House vuelve a estar libre. Sin vicodina (al menos de momento) y humanizado. Enternecido ante sus colegas de manicomio. Disciplinado. Sin un sarcasmo, sin un solo borbotón de bilis.
Espero que sea una broma. Si se elimina la bilis, ¿cuál es el punto de todo esto?ç
Los oscuros
ENRIC GONZÁLEZ 19 OCT 2009
Luciano Ligabue, un polifacético artista italiano, dedicó un himno, Una vita da mediano, al futbolista que se quema los pulmones en la misión más oscura: cortar balones, darlos pronto, ser generoso, “siempre ahí, ahí en el medio, mientras te quede algo estás ahí”. El calcio no está hecho para mediocentros imperiales, sino para medianos. El nombre lo dice todo.
Entre los grandes profesionales de la oscuridad costaría encontrar a alguien más sacrificado que Beppe Baresi. Tuvo que sospechar algo el día que acudió con su hermano, ambos chavalines, a hacer una prueba en el Inter. No hay una institución futbolística con peor ojo clínico que el Inter. Y ese día eligió quedarse con Beppe. Al hermano pequeño, Franco, no se le vio virtud alguna. Franco Baresi lo intentó con el otro equipo de la ciudad, el Milan, y el resto es conocido.
El cronista se toma una pausa, más o menos larga. Ha sido un honor. Gracias por la paciencia. Hasta luego
Los dos Baresi tuvieron carreras largas y, en cierto sentido, comparables. Beppe jugó 559 partidos de Liga; Franco, 532. Beppe marcó 13 goles; Franco, 16. Pero todo el mundo recuerda a Franco Baresi, el jefe de la defensa del mejor Milan de la historia, mientras sólo los interistas y unos cuantos eruditos pueden evocar la estampa de Beppe, un mediano tan esforzado y tan modesto que no idolatraba a Maradona o Platini, ni siquiera a su hermano Franco, sino a Oriali, su antecesor en la medianíainterista. Por precisar, Oriali fue el tipo para quien Ligabue compuso Una vita da mediano.
No hace falta jugar de mediano para llevar una vida de futbolistamediano. Georg Schwarzenbeck, central del Bayern y de la selección alemana, autor de aquel gol terrible que en 1974 privó al Atlético del máximo trofeo europeo, no era especialmente talentoso, pero hubo pocos defensas más eficaces en su tiempo. Beckenbauer le eligió como guardaespaldas sobre el césped y eso le obligó a pasar por un tipo feo, tosco, brutal y sin ideas. Lo aceptó tranquilamente. Había sido impresor en su juventud (ahora tiene una papelería) y utilizaba un símil del oficio: “Beckenbauer podía haber trabajado toda la jornada en una imprenta sin mancharse los dedos de tinta; a mí, en cambio, me bastaba mirar la rotativa para pringarme”.
Incluso los futbolistas más brillantes pueden acabar languideciendo en la oscuridad típica del mediano. ¿Recuerdan a Piet Keizer? Un genio de la banda izquierda, quizá sólo superado por George Best. Keizer fue la estrella del primer gran Ajax, el equipo que surgió de una Liga provinciana para asombrar al mundo. Junto a Cruyff compuso un dúo sensacional. Era vago e intermitente: le bastaban unos cuantos minutos para crear unas cuantas maravillas y unos cuantos goles. También era modesto. Acabó peleado con Cruyff y eso facilitó el sonado traspaso delholandés volador al Barcelona. Cuando le llegó el momento de brillar en solitario, Keizer se dio cuenta de que ya era viejo. Y se retiró sin añoranzas. Para la gran historia queda sólo Johan Cruyff.
Debe de ser fatal sufrir la oscuridad de la medianía sin tener carácter demediano y trabajando además en un lugar tan visible como la portería. Algo así le ocurre a Víctor Valdés. Hay pocos guardametas tan precisos en la salida y tan adecuados para el fútbol moderno. Para su mal, Valdés ha coincidido en el tiempo con Casillas, un tipo de agilidad sobrehumana y facilidad para los milagros. Es posible que Valdés nunca llegue a debutar con la selección española. Y, sin embargo, entre un portero que atrae sus defensas hacia el área, como Casillas, y uno que los empuja hacia delante, como Valdés, habría mucho que discutir.
En fin, este cronista lleva unos cuantos años, seis o siete, escribiendo regularmente en las páginas de Deportes. Pese a ello, han seguido siendo, en general, las páginas mejor escritas del periódico. Ha sido un honor firmar junto a los mejores profesionales del género, pero no conviene abusar. El cronista se toma una pausa, más o menos larga. Gracias por la paciencia. Hasta luego.
Despido
ENRIC GONZÁLEZ 20 OCT 2009
Los tres oficios de la “p” (putas, policías y periodistas) nunca han tenido muy buena fama. Los políticos tampoco gozan de gran cartel: cuando se quiere elogiar a uno de ellos se le llama “estadista”, como sugiriendo que ya no piensa en el poder sino en la paz mundial. Y, ahora mismo, dudo que se escuchen aplausos al sonar la palabra “empresario”. Como en todas las ocupaciones anteriormente mencionadas, habría que matizar, y mucho. En realidad, el empresario suele estar bien visto. Quien crea un negocio, pequeño o grande, y lo hace prosperar honradamente, posee un valor indiscutible y en general indiscutido. Ocurre que la lengua castellana no se siente demasiado cómoda ante las cuestiones mercantiles, y acaba generalizando.
El empresario impopular no suele ser empresario. Se le puede llamar ejecutivo, gestor, administrador o cualquier otra cosa. En un sentido estricto, su función viene a ser la de un capataz de capataces: cobra, a veces cantidades desmesuradas, por defender los intereses de otros. Cuando la empresa es muy grande y los accionistas son muchos, acaba sintiéndose dueño. Sigue siendo, sin embargo, un capataz.
Hay algo obsceno en cualquier despido. Más cuando el despedido no tiene otra culpa que la de verse considerado como un lastre. Más cuando quien despide tiene la vida asegurada (cuando el gran capataz es el lastre, goza de un retiro dorado) y el despedido tiene el desastre asegurado. Es decir, más durante una crisis tan grave como la actual.
La versión original de El aprendiz (The apprentice), debutó en la NBC estadounidense hace cinco años. La versión británica arrancó poco después. La economía marchaba y se había establecido la presunción de que marcharía siempre. Recuerden, los políticos prometían el pleno empleo. En ese contexto, el despido de concursantes no evocaba tragedias. Ahora, sí.
El aprendiz (La Sexta) no funciona ni a tiros. Su traslado al domingo ha conseguido reducir una audiencia que ya era insuficiente los lunes. Me parece probable que una de las razones del fracaso sea la desgraciada coyuntura socioeconómica. Otra razón posible radica en la misma mecánica del juego. A los concursantes se les exige aplicación en los juegos de poder y se premia al tirano más competente. El propio Bassat, un gran publicista, adopta el perfil de tirano cum laude, de mercader de vidas: en la empresa de El aprendiz no se produce nada, sólo se manda o se obedece, se despide o se es despedido. Es un programa que infunde tristeza.
Pasividad
ENRIC GONZÁLEZ 21 OCT 2009
Ya sabemos por qué los sindicatos permanecen pasivos: con subvenciones y subsidios acaba acostumbrándose uno a la crisis. La pasividad, sin embargo, no es sólo de los sindicatos, que al fin y al cabo son lo que son y representan lo que representan.
El fenómeno es general. Y es curioso. No hace falta que abundemos en las razones para el cabreo. Crisis al margen, están por todas partes: el Gobierno, el caso Gürtel, la partitocracia hipertrófica, los desmanes bancarios, la lentitud de la justicia y sus errores, la degradación urbana, la defensa del Atlético de Madrid, los toros (a favor o en contra), Millet y el fangal catalán, las estrecheces de la banda ancha, la precariedad laboral, Irak-Afganistán y lo que venga luego… Paro por no agobiar.
El caso es que no protestamos. Hacemos del disgusto una cuestión personal que cada uno lleva como puede. ¿Falta de alternativas? No fastidiemos. ¿Entonces?
El asunto resulta especialmente curioso porque los jóvenes, a quienes solía atribuirse una actitud contestataria, tienen ante sí un futuro bastante oscuro. Y los jóvenes, ahora, están más interconectados que nunca.
En soitu.es aparecía ayer un artículo titulado El último mandamiento en la Red: no protestarás, que hacía referencia a esto. La Red, que fue anunciada por los teóricos como formidable contrapoder, ha salido, de momento, de lo más sumisa. Cada uno cuelga o vomita su texto o su comentario iracundo y ahí nos quedamos: en el mejor de los casos, un mosaico de desahogos; en el peor, un océano de conformismo nihilista.
Se decía que las redes sociales (Facebook, Tuenti, etcétera) iban a generar un nuevo asociacionismo: reacción instantánea, debate genuino y sin imposiciones desde arriba, movilización masiva, qué sé yo. Pero no se atisba nada de eso. A la gente le gusta colgar sus fotos de vacaciones, reencontrar viejos amigos y anunciar urbi et orbi que acaba de comerse un bocadillo de mortadela.
Según parece, nos resignamos. ¿Las cosas van mal? Ya las arreglará Obama. Para eso le votamos, ¿no?
Teoría de los ciclos
ENRIC GONZÁLEZ 21 OCT 2009
Las cosas nos parecen mal porque no las entendemos. Pero tienen su lógica. Es una cuestión de ciclos. El chorizo de cuello blanco, da igual que sea catalán o pernambuqueño, funciona con un ciclo determinado. Y la justicia, en su afán por adecuarse a los ritmos sociales, intenta que su ciclo coincida con el del chorizo. ¿No les parece normal?
Veamos un ejemplo práctico.
Renta Catalana fue una sociedad fundada en 1972. El objetivo consistía en captar dinero e invertirlo en la construcción, un negocio que, como se sabe, no falla nunca. Renta Catalana tenía como modelo Sofico, una empresa que por entonces parecía funcionar muy bien, aunque la gente informada sabía que consistía en una simple estafa piramidal: cada nuevo inversor servía para pagar a los anteriores. Sofico intentó blindarse metiendo en su Consejo de Administración a militares y magistrados franquistas. Renta Catalana (seis millones de pesetas de capital propio, hasta 1.500 millones en ahorro ajeno) hizo lo propio colocando en los cargos directivos a unos cuantos retoños de la vieja burguesía: un Millet, un Molins, un Trías de Bes.
Tomando como patrón el caso de Renta Catalana, Fèlix Millet debería ingresar preventivamente en prisión en 2030
En la práctica, tanto Sofico como Renta Catalana reventaron en 1974, tras el primer arreón de la crisis del petróleo. Lo de Sofico fue considerado uno de los grandes escándalos del tardofranquismo. Lo de Renta Catalana, bueno, en fin, fue un asunto catalán y se llevó con más discreción.
En 1978, los directivos de Renta Catalana convirtieron a los inversores, a los que no podían pagar intereses, en accionistas. Como no había beneficios, sino pérdidas, tampoco había dividendos. Y a vivir, que son dos días. Los inversores, más de 2.000, no se conformaron y presentaron querellas en numerosos juzgados.
Hasta aquí, un ciclo de chorizo de cuello blanco: desde 1972 hasta 1978, seis años.
Veamos el ciclo de la justicia. En 1978, como decíamos, empiezan a florecer querellas por todas partes. Instruir sumarios de este tipo resulta complicado. Hay que actuar con celeridad para que los presuntos culpables no huyan ni destruyan pruebas. Sólo cinco años después, en 1983, los responsables de Renta Catalana, entre ellos Fèlix Millet, ingresaron en prisión preventiva. Por unas semanas, tampoco era cuestión de exagerar. En 1984 llegaron las condenas. A Ignasi Baquer Miró, fundador de Renta Catalana, le cayeron un año de cárcel y 30.000 pesetas de multa por falsedad en documento mercantil. A Fèlix Millet Tusell, dos meses de arresto y otras 30.000 pesetas por algo tan disculpable como un delito de imprudencia.
Fue un ciclo típico de la justicia: desde 1978 a 1984, seis años. Obsérvese que ambos ciclos, el del chorizo de cuello blanco y el de la justicia, coinciden en su duración.
Como suele ocurrir, cuando llegaron las sentencias por Renta Catalana ya hacía tiempo que se desarrollaba un nuevo ciclo choricil. En 1978, justo cuando Renta Catalana se iba a pique de forma más o menos fraudulenta, o imprudente, por utilizar el término exacto, Fèlix Millet inició otro ciclo: fue elegido (por quienes podían elegirle, es decir, familiares, amigos y conocidos) presidente del Orfeó Català.
Este ciclo choricil salió largo y abundante. Hasta este mismo año, 2009, Millet se llevó un montón de pasta y acumuló cargos en la llamada “sociedad civil”. No vamos a entretenernos en la desfachatez y el volumen del latrocinio (presunto) del chorizo (confeso) Millet. Limitémonos a lo que nos interesa, la duración del ciclo: desde 1978 hasta 2009, 31 años.
Eso supone una grave responsabilidad para el juez instructor, que, para ajustarse al sistema cícilico, deberá adaptar su propio ciclo judicial al ciclo choricil. El juez ha de tomárselo con muchísima calma. De momento, ha tardado tres meses en tomar declaración a Millet y compañía. No ha podido fijar fianza ni prisión preventiva, porque esas dos cautelas servirán para amenizar la espera de juicio durante los próximos 31 años. Tomando como patrón el caso de Renta Catalana, Millet debería ingresar preventivamente en prisión poco antes de la sentencia definitiva. Entre 2030 y 2040, digamos. Para entonces tendrá más de 100 años y será tal vez un poco mayor. Descartémoslo. No descartemos, sin embargo, que haya puesto en marcha un nuevo choriceo: no hay dos sin tres.
Reconstrucción
ENRIC GONZÁLEZ 23 OCT 2009
Louis Brandeis (1856-1941) fue un gran jurista estadounidense. También fue un moralista e, incidentalmente, un enemigo de la publicidad masiva. Los periodistas, decía, debían conseguir con su trabajo que los lectores miraran con sospecha los productos anunciados en el propio periódico. Qué tiempos aquellos.
Lean lo que dice ahora un informe titulado Reconstrucción del periodismo americano, encargado por el rector de la Universidad de Columbia (Nueva York) a dos eximios expertos, el profesor Michael Schudson y Leonard Downie, que hasta el año pasado fue director deThe Washington Post, un diario magnífico, y ahora es vicepresidente de la sociedad editora.
Como decía, lean, por favor: “La sociedad estadounidense debe asumir ahora la responsabilidad colectiva de sostener el periodismo independiente en un ambiente económico que ha cambiado profundamente, igual que lo hace ya, gastando mucho más, con las escuelas, la investigación científica o la defensa del patrimonio cultural”. El razonamiento resulta curioso: ya que la inmensa mayoría de los ciudadanos no quiere gastarse lo que cuesta un periódico, obliguemos a la gente a pagar por la vía de los impuestos, y que el Gobierno de turno reparta.
Aceptemos que la gente se equivoca con cierta frecuencia y que algunas opiniones mayoritarias son perfectas idioteces; aceptemos que la desaparición de los grandes periódicos tradicionales, esos que pueden costear el buen periodismo, generalmente caro, puede suponer un empobrecimiento de la sociedad; aceptemos que, por el momento, no existe un recambio solvente para los grandes periódicos (en papel o en lo que sea).
Aceptemos lo que queramos, pero consideremos también lo obvio: que cualquier medio subvencionado desde el poder acaba pareciéndose alPravda soviético (véase como ejemplo Canal 9); que cualquier gran renovación implica una gran destrucción; y que, dado que un diario es en último extremo de sus lectores, si éstos son insuficientes ha de convertirse en diariete, o en nada.
El mercado es tonto. El despotismo, ilustrado o no, lo es aún más.
Relatividad
Oliver Wendell Holmes (1841-1935) fue, durante 30 años, miembro del Tribunal Supremo de Estados Unidos. Solía estar en desacuerdo con los otros magistrados del tribunal; tal vez sean las explicaciones de su voto contra decenas de sentencias, redactadas con un estilo espléndido, la clave de su vigencia: sigue siendo el jurista estadounidense más citado.
Wendell Holmes operaba en un sistema legal basado en la jurisprudencia, bastante distinto al espíritu normativo que caracteriza los sistemas legales de la Europa continental. Su influencia, sin embargo, tiene un alcance general. Las leyes de discriminación positiva o la legalización del aborto están emparentadas con el legado de Wendell Holmes.
Cuando se habla de este hombre surge una cuestión inevitable: ¿cuáles son las certezas morales de la ley? Para Wendell Holmes, no las había. En último extremo, creía que la ley debía adaptarse a los principios dominantes en cada sociedad. Eso le impulsó, por ejemplo, a ampliar los límites legales de la libertad de expresión o a reconocer el derecho de los trabajadores a organizarse en sindicatos.
Admitía que las leyes de una generación pudieran ser repudiadas como infames por la siguiente: “La certidumbre es una ilusión”, escribió.
El mismo relativismo que le llevaba a combatir antiguas certezas (la mayoría erróneas) le hizo redactar sentencias que, desde el punto de vista actual, resultan muy discutibles. La más célebre es la que, en 1927, respaldó desde el Supremo una ley de Virginia que establecía la esterilización obligatoria de Carrie Buck, una mujer afectada por una minusvalía mental, hija a su vez de otra mujer con graves limitaciones mentales. En la época, la eugenesia se consideraba una vía razonable para mejorar la raza humana.
“Hemos visto más de una vez que el bienestar público puede exigir las vidas de sus mejores ciudadanos”, indicaba la sentencia de Wendell Holmes, refiriéndose al reclutamiento de soldados para la guerra. “Sería extraño”, seguía, “que no pudiera exigir a aquellos que son ya una carga para el Estado un sacrificio mucho menor, a menudo no percibido siquiera por los afectados, con el fin de prevenir que nos inunde la incompetencia. Resulta ventajoso para todo el mundo que, en vez de esperar y ejecutar a los descendientes por algún crimen, o dejarles morir de hambre por su imbecilidad, la sociedad pueda evitar que aquellos que son manifiestamente inadecuados puedan reproducirse. El mismo principio sobre el que se apoya la vacunación obligatoria es lo bastante amplio para respaldar también la ligadura de unas trompas de Falopio”.
La lógica del razonamiento resulta impecable. Eso consideró la sociedad estadounidense de la época: las leyes de esterilización forzosa se expandieron rápidamente por todo el país. Y se ampliaron a otro tipo de personas, los delincuentes. Si una minusvalía mental se heredaba, ¿no se heredaba también la propensión al crimen? En Estados como Oklahoma empezó a practicarse la vasectomía a los delincuentes que reincidían, hasta que el abogado de Jack Skinner, un tipo condenado una vez por robar gallinas y dos por atraco a mano armada, recurrió ante el Supremo.
La sentencia le dio la razón. Los jueces del Supremo comprobaron que la vasectomía no se aplicaba a los criminales de cuello blanco, aquellos que cometían fraudes masivos desde empresas o instituciones, y establecieron que la ley de Oklahoma vulneraba la igualdad de los ciudadanos ante la ley.
Por esa vía, sin consideraciones ni argumentos morales, empezó a acabarse la eugenesia en el país. Virginia fue el último Estado en mantenerla: quedó oficialmente abolida en 1974.
Sol
ENRIC GONZÁLEZ 26 OCT 2009
Nick Griffin, máximo dirigente del Partido Nacional Británico, participó la semana pasada en Question Time, un programa de debate de la BBC. Griffin es ultraderechista y nazi, o filonazi, y su presencia en la televisión pública suscitó una intensa polémica en la prensa y varias protestas callejeras. El programa perdió su tono habitual y se convirtió en un tenso monográfico sobre las opiniones, pasadas y presentes, del político de ultraderecha.
Finalmente, el Question Time resultó interesante. No por lo que dijo Nick Griffin, sino por otras cosas. El periodista Max Hastings, que fue un gran corresponsal de guerra y dirigió los diarios conservadores The Daily Telegraph y Evening Standard, comentó al día siguiente en una de sus columnas que Griffin demostró ser todo lo “viscoso y repugnante” que cabía esperar, pero había permitido al público confrontar su demagogia racista y xenófoba con la posición oficial del ministro de Justicia, Jack Straw, en un tema tan sensible como la inmigración.
Al ministro le preguntaron si los recientes éxitos políticos del Partido Nacional (dos eurodiputados) tenían algo que ver con la política inmigratoria del Gobierno. El ministro afirmó que no, pese a que la ultraderecha crece especialmente en las zonas donde más crece la población musulmana. Y luego exhaló la conocida retahíla de vaguedades: no es posible cerrar las fronteras, no es posible saber el número exacto de clandestinos, etcétera. El ministro de Justicia fue, sin embargo, incapaz de decir si era partidario o no de que siguieran llegando inmigrantes.
Hablar de inmigración no es sencillo, porque no basta con poner por delante los grandes principios y las generalizaciones bienintencionadas no resuelven nada. En Europa brota de nuevo la xenofobia y resulta peligroso ignorarla. Aún más peligroso resulta conceder a la ultraderecha la exclusiva de las posiciones claras y comprensibles, por mal que huelan.
Fue bueno que la BBC invitara a Griffin, y fue bueno comprobar que Straw sólo podía hacerle frente irguiendo su superior estatura moral. Conviene recordar con frecuencia el viejo adagio sobre las bondades de la transparencia y la claridad: la luz del sol es el mejor desinfectante.
Lógica
ENRIC GONZÁLEZ 27 OCT 2009
¿Y si las empresas televisivas fueran el último reducto del raciocinio? Puede sonar extraño, pero casi todo lo que hacen tiene su lógica. El objetivo es ganar dinero y para eso hace falta audiencia. Si un programa no funciona, se lo cargan. En algunos casos, lo hacen demasiado tarde:90-60-90 (Antena 3), que acaba de pasar a mejor vida, ha durado en exceso. En otros casos, la sentencia es sumarísima: De repente, los Gómez (Telecinco) duró dos emisiones antes de verse relegada al canal FDF, y Los exitosos Pells (Cuatro) sobrevivió una semana. No hablamos de calidad, sino de rentabilidad. Escenas de matrimonio era un bodrio espantoso, pero había quien lo veía. En fin, en las teles ocurren cosas que cualquiera puede entender.
Miren, en cambio, lo que dijo ayer María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP: “Las declaraciones sobre los asuntos que tienen que ver con el PP se deben hacer en el seno de los órganos del partido, no en público”. De Cospedal se refería a unas palabras del vicealcalde madrileño Manuel Cobo, hombre de Gallardón, que no debieron gustar a Esperanza Aguirre. El tono de Cobo, desde luego, era áspero. Pero la secretaria general no criticó el tono, sino la falta de discreción y el tema central de las declaraciones. ¿De qué hablaba Cobo? Del control de Caja Madrid. Ya ven, un asunto interno del PP.
Tiene delito que los partidos políticos, entidades sufragadas por los contribuyentes, carezcan de transparencia. Tiene aún más delito que reivindique la opacidad un partido que ha estado criando gürtels en los sótanos. Pero considerar que la presidencia de una de las principales entidades financieras españolas es un asunto interno del PP, raya en el insulto. Y carece de toda lógica.
Otra cuestión ilógica: han bajado las ventas de los periódicos españoles, entre ellos éste de ustedes, pero siguen vendiéndose a centenares de miles. Da igual que pueda leerse todo el diario, más las actualizaciones, de forma gratuita en Internet: mucha gente sigue comprándolo y, al mismo tiempo, sube la difusión de las ediciones digitales. A eso le llamamos “la crisis final de la prensa”. Por favor, que alguien me lo explique.
Prenafeta
ENRIC GONZÁLEZ 28 OCT 2009
Yo he trabajado en televisión. No mucho, cinco o seis horas, pero debería constar en el currículo.
Hace años, cuando estaba creándose la televisión autonómica catalana, me propusieron integrarme en el equipo fundacional. La oferta la hizo Joan Salvat, un tipo excelente que quería acotar (y acotó) media hora de programación reservada al periodismo de calidad, lento, profundo, tántrico.
El asunto me pareció apetitoso. Me despedí del diario en el que estaba entonces y al día siguiente, por la mañana, firmé un contrato con TV-3. Ese mismo día, por la tarde, supe que podía fumarme el contrato, porque nadie de TV-3 iba a estampar su firma en el espacio reservado a la parte contratante de la primera parte.
El entonces mano derecha de Jordi Pujol, Lluís Prenafeta, había impuesto su veto. Siempre he dado por supuesto que Prenafeta tuvo razones estrictamente profesionales para no aceptarme. Por suerte, El Periódico de Catalunya me readmitió en su plantilla.
No siento ninguna alegría por la detención de Prenafeta. La habría sentido en otro momento. Ya no.
Hay quien llama hogar al sitio donde deja la maleta. Hay quien llama patria al sitio donde puede mandar. Prenafeta fue, y supongo que sigue siendo, uno de esos patriotas del mando. Iniciaron el proceso de construcción de una nación, Cataluña, pero supieron repartir los papeles. A los fieles, los seguidores, la tropa, les correspondía el fervor y el sentimiento. Ellos, los padres fundadores, cargaron con el peso de la realidad. Ya saben, el peso de la materia: un territorio, para recalificar; un presupuesto, para repartir entre los amigos; una cierta cantidad de riqueza colectiva, para especular en beneficio propio. Y una bandera para ocultar el abracadabra patriótico.
Ya no me alegra que detengan a nadie. Llegado un cierto punto, da igual. Italia hizo limpieza en 1994, y por detrás de la escoba asomó Berlusconi.
Ayer también cerró Soitu.es, que había intentado hacer periodismo digital honesto. No es el primer cierre ni, evidentemente, será el último. Otros cierres me dolerán menos.
Educación
ENRIC GONZÁLEZ 29 OCT 2009
La televisión, a veces, puede ser educativa. Puede ofrecer lecciones que valen para todos, y muy especialmente para los niños. ¿Qué deberían aprender los chavales? Pues lo mismo que deberíamos aprender los mayores. Que el trabajo tiene mucho que ver con la dignidad, por ejemplo, y que el trabajo nunca es inútil. Y que la prepotencia, en cambio, no es digna y no lleva a ninguna parte. Los niños acabarán aprendiendo, casi siempre por las malas, que los fuertes suelen ganar y los débiles suelen perder. Convendría que tuvieran muy claro, sin embargo, que en algunas ocasiones no es así, y que la historia no está predeterminada, y que el cinismo disminuye el dolor, pero incapacita para el placer.
Otra lección apropiada tiene que ver con la autoestima. Hay que ser valiente, hay que mirar de frente al peligro. Hay que saber que siempre hay alguien más listo o más poderoso, pero no hay nadie superior a nadie. Hay que recordar que las jerarquías son simples convenciones sociales. Hay que tener muy presente que por mal que esté uno no deja de merecer el amor de los suyos. Y que el desprecio que pueda recibir de otros es eso, algo de otros, y no vale la pena perder el tiempo con los asuntos ajenos. Algo más, muy importante: la honradez vale más, muchísimo más, que el dinero.
El martes hubo una emisión televisiva que transmitía todos estos valores, y alguno más. Fue el partido Alcorcón-Real Madrid. Incluso los seguidores madridistas comprenden, supongo, que fue un partido hermoso, de los que se recuerdan de por vida. Esos 90 minutos contuvieron lecciones de gran nivel moral, expuestas de la forma más amena. Nadie debería sentirse humillado por lo que ocurrió: el Real Madrid, al fin y al cabo, colaboró en una buena causa. Su derrota ante el Milan fue abyecta. Su derrota ante el Alcorcón fue algo distinto: contribuyó a mejorar la vida de todos, porque es bueno que los poderosos pierdan alguna vez, y es muy bueno que los débiles disfruten alguna vez de un éxito redondo, sonoro, merecido.
El Alcorcón-Real Madrid fue el mejor programa educativo de la temporada. Por desgracia, se emitió fuera del horario infantil.
Reith
ENRIC GONZÁLEZ 30 OCT 2009
Tal vez conozcan la historia del extraño personaje que confirió a la BBC su legendaria credibilidad.
John Reith (1889-1971) era hijo de un pastor protestante escocés. Carecía de estudios y de oficio, pero una historia de amor con un chico llamado Charlie Bowser le llevó a alistarse en el ejército, a combatir en la I Guerra Mundial y a establecerse en Londres en 1922. Bowser, que estaba con Reith en Glasgow, le animó a responder a un anuncio que solicitaba un gerente para un extraño proyecto llamado British Broadcasting Company. Reith fue elegido.
En 1926, durante una huelga general, la BBC de Reith evitó comentarios y dio la palabra a todas las partes en conflicto, incluyendo a los sindicatos. Churchill, que dirigía las finanzas gubernamentales, exigió que Reith fuera despedido y se nombrara a alguien menos imparcial y más atento a los “intereses nacionales”. Pero Churchill y otros miembros del establishment sólo lo consiguieron en 1938, en vísperas de la II Guerra Mundial. Por entonces, Reith ya había consagrado el lema “educar, informar, entretener”, que siguió imperando en la BBC, y había conseguido establecer un modelo de independencia.
Reith tenía mal carácter. Y era profundamente nazi. Probablemente Churchill lo sabía, pero sólo se hizo evidente en 2006, cuando la hija de Reith hizo públicos los diarios de su padre. A pesar de todo, sigue invocándose a Reith cuando se habla de buen periodismo y buen servicio público.
Ni en el Gobierno hay nadie que recuerde a Churchill, ni RTVE es la BBC, ni su presidente, Luis Fernández, se parece a Reith. Pero Fernández ha conseguido algo tan difícil como lo de Reith: resistir presiones y ofrecer unos informativos creíbles, tras muchos años de sectarismo feroz.
Sería una lástima que Fernández, ninguneado en las negociaciones sobre el modelo de financiación de RTVE, decidiera largarse. Pese a la pérdida de talento por las prejubilaciones, pese a algunos errores notables, pese a cierto tono de mediocridad (que se corresponde con el tono general del país), temo que, con el tiempo, estos últimos tiempos sean recordados como una época dorada del servicio público. Si es que en el futuro alguien se acuerda del servicio público.
El fabricante de enanos
Hay políticos que se han dedicado toda su vida a la política. Hay otros que también han hecho otras cosas. Ahí va la historia de uno de ellos.
Tom Major-Ball nació en 1879 en Walsall, una pequeña ciudad industrial del centro de Inglaterra. Sus padres emigraron a Estados Unidos cuando Tom tenía cinco años, y el crío aprendió a ganarse la vida desde muy joven. Se unió a un circo aún adolescente y se especializó en números de trapecio. Luego se pasó al vodevil. A los 17 volvió a Inglaterra y adquirió un cierto prestigio en el circuito del music hall. A los 24 hizo una gira por Suramérica e intentó crear un rancho de ganado en Argentina, pero la cosa duró poco. En cuanto pudo escapó de nuevo hacia el Reino Unido.
Hacia finales de los años veinte, el cine dejó desiertas las salas de vodevil. El espectáculo de Major-Ball dejó de tener clientes, y el hombre montó una fábrica de enanos de jardín. La cosa funcionó durante unos años, pocos. Major-Ball empezó a dedicar la mayor parte de su tiempo a la vida privada y se casó varias veces. Tuvo cinco hijos. En 1955 se estableció en Brixton, un barrio obrero del sur de Londres. Pronto fue conocido en los pubs de la zona: mientras los hijos hacían enanos de escayola, él contaba junto a la barra historias apasionantes.
Uno de sus hijos, John, nacido en 1943, estudió bachillerato e intentó conseguir un empleo como conductor de autobuses, sin éxito. Logró colocarse en una oficina de seguros, pero el trabajo era monótono y mal pagado. Volvió a la fábrica de enanos y cobró el subsidio de desempleo unos meses hasta que encontró un puesto en las oficinas de la compañía eléctrica londinense. Tom Major-Ball murió en 1962, a los 83 años, cuando su hijo John Major (le registraron sin el apellido Ball) tenía 19.
Por entonces, John se enamoró de Jean Kierans, una mujer de 33 años que, a través de un ex marido, había adquirido influencia en el minoritario movimiento político conservador de los barrios del sur de Londres. Kierans introdujo a John en el partido y le animó a presentarse como candidato a concejal por Lambeth, con sólo 21 años. Le aconsejó que lo hiciera por la vía difícil, subiéndose a un cajón y discurseando a los transeúntes.
John Major perdió. Kierans le convenció entonces de que estudiara banca por correspondencia y siguiera haciendo campaña por las calles. En 1967, el joven John consiguió un empleo bancario en una remota oficina de Nigeria, en la que trabajó poco tiempo. En 1968, de nuevo en Londres, Major ganó sus primeras elecciones y alcanzó el puesto de concejal. Poco después, rompió con Jean Kierans e inició una relación con Norma Johnson, una maestra que pertenecía también al Partido Conservador.
John Major duró tres años como concejal. Volvió a trabajar en banca hasta 1979, cuando el partido le presentó como candidato en las elecciones generales que cambiaron la historia británica. Margaret Thatcher se fijó en el diputado novato y un par de años más tarde le nombró segundo jefe del grupo parlamentario. La misión del jefe del grupo, más conocido como whip (látigo), consistía en evitar que los diputados se escaquearan, votaran por libre o bebieran en exceso. La misión del segundo whip era más concreta: amenazar, físicamente si llegara a ser necesario, a los diputados rebeldes.
El resto es muy conocido. John Major fue ministro de Seguridad Social, de Exteriores, del Tesoro y, tras la caída de Margaret Thatcher, primer ministro.
En 1992, con los sondeos en contra, Major defendió su cargo con una campaña electoral aparentemente absurda: volvió a subirse a un cajón y a hacer la ronda de mercados. Se llevó algún tomatazo, pero ganó.
Era hijo de un bailarín equilibrista, carecía de estudios superiores, había fabricado enanos, había estado en el paro, había emigrado a Nigeria y había hecho campaña en los mercados. Podría parecer la biografía de un perdedor. A mí me parece una de las biografías más apropiadas para un político.
Inocentes
ENRIC GONZÁLEZ 2 NOV 2009
Ya sabemos que nuestros partidos son insaciables, que han invadido las teóricas “zonas neutrales” de la administración pública y que con ello, queriendo o no, favorecen la corrupción. Ya sabemos que en los reflujos económicos, como en las mareas bajas, afloran basuras. Ya sabemos que nuestros dirigentes son imperfectos y que a falta de ideas se mueven por intereses: véase la batalla de Caja Madrid. Ya sabemos que el dinero sucio vale lo mismo que el dinero limpio. Ya sabemos que estamos todos muy cabreados. Podríamos concluir que este país de ciudadanos honestos e inocentes ha sido secuestrado por una casta de malhechores. De hecho, ésa suele ser la conclusión: aquello del Mío Cid, qué buen vasallo si tuviera buen señor. Lo cual no arregla nada, pero reconforta. La realidad, sin embargo, tiene un problema: cuanto más de cerca se la observa, más confusa parece. Por mirar algo, miremos un municipio. Veremos a ciudadanos honestos e inocentes que se tapan la nariz y votan al alcalde corrupto, porque cada vez que trinca derrama riqueza en el pueblo. Veremos ciudadanos honestos e inocentes que lamentan la destrucción del paisaje y la especulación, pero sólo en general, porque cuando pueden especular con su terrenito concreto, especulan como el que más. Veremos ciudadanos que defraudan pequeñas cantidades al fisco o a su empresa, porque sólo está feo defraudar al por mayor. Veremos ciudadanos honestos e inocentes que viven en relativa riqueza y solían vivir en relativa pobreza, y no se explican de dónde sale tanta prosperidad colectiva. Será el “milagro español”, se dicen.
¿Quieren que miremos otra cosa? Miremos la prensa. Ah, qué mal lo hacemos los periodistas: sectarismo, arrogancia, frivolidad, pereza, una traición constante a la confianza de los ciudadanos. Soy periodista, sé de qué hablo. Porque los lectores (y soy un lector, sé de qué hablo) sólo pedimos que nos diviertan con cotilleos, que nos expliquen en tres palabras el asunto más complejo, que nos demuestren que los nuestros tienen razón y que nuestra opinión es siempre la correcta. Los lectores somos también, evidentemente, ciudadanos honestos e inocentes.
Identidad
ENRIC GONZÁLEZ 3 NOV 2009
Yo creía que el asunto de las identidades nacionales había quedado ya resuelto hace meses, en un profundo debate televisado. Seguro que lo recuerdan. Fue en Telecinco. Karmele Marchante no perdió tiempo con las teorías de Adorno sobre nacionalismo y narcisismo y enunció su tesis: “Seis millones de catalanes quieren una selección catalana”. (Por precisar, se refería al fútbol, no a la eugenesia y esas cosas). Belén Esteban se situó en el plano de los símbolos: “Eres española, toma bandera”, proclamó, enarbolando la rojigualda, que, a falta de una sagrada tradición milenaria, es muy práctica para navegar: Carlos III la eligió entre varios modelos y diseños porque sus colores se veían muy bien en la cima de los mástiles. Con la bandera sobre la mesa, llegó la frase definitiva de Esteban: “Los seis millones sois unos burros”. Así es, más o menos, como acaban todos los debates sobre el nacionalismo y la identidad nacional: el otro siempre es burro.
A Nicolas Sarkozy, sin embargo, le apetece profundizar un poco más en la materia. Ayer lanzó un debate (nacional, evidentemente) sobre la identidad nacional de Francia. Todos los franceses podrán opinar durante varios meses, hasta febrero. Los malpensados opinan que el único objetivo de Sarkozy consiste en arrebatarle el argumento de la patria a la extrema derecha, ante las próximas elecciones. Otros, con mejor voluntad, dicen que se trata de averiguar qué valores son representados hoy día por La Marsellesa y la bandera tricolor. Como cualquier debate sobre esta materia, no debería tener otro resultado práctico que un poco de inflamación social y un informe-resumen.
Sería muy hermoso, en cualquier caso, que los franceses se lo tomaran con humor. Que proclamaran, como un solo hombre, que la identidad francesa consiste en bailar la samba, hablar el arameo, practicar el taoísmo y envidiar a los checos. Valdría la pena, sólo por ver qué haría Sarkozy con todo eso.
Caricatura
ENRIC GONZÁLEZ 4 NOV 2009
La televisión solía mostrarnos como queríamos ser. Hasta hace 20 años, más o menos, el personaje televisivo, lo mismo el presentador que el concursante, se endomingaba, se repeinaba, intentaba exhibir lo más florido de su vocabulario y procuraba parecerse lo menos posible al personaje espectador, hipotéticamente repantigado en el sofá, hipotéticamente en pijama y rascándose el sobaquillo. La tele era una idealización (timorata y conservadora) de nosotros mismos.
Ahora intenta mostrarnos cómo somos. Cómo somos por dentro, o cómo creemos, en nuestros días peores, que somos por dentro. No vayamos a pensar que miramos a los concursantes de Gran Hermano o al personal que circula por DEC como miramos un hámster que pedalea en una jaula. No. En nuestra mirada hay identificación.
Quizá por eso Jorge Javier Vázquez dice que en Sálvame hace neorrealismo. Se trataría de un neorrealismo muy cutre y muy limitado, pero de algo así se trata: una caricatura antropológica con un elenco reducido a unos cuantos personajes. El propio Vázquez entre ellos. Es de suponer que era consciente de ello antes de que en DEC, la competencia, saliera el ex subcomisario Amedo (otra caricatura salvaje) y se hablara de ciertos episodios personales de Vázquez. El juego es el juego, y quien juega lo asume. Vázquez se lo recordó en su programa a una invitada: había cobrado por explicar cosas tremebundas sobre sí misma, y si no las tenía, más valía que las inventara. La pobre señora había confundido la realidad con el neorrealismo televisivo.
¿Han visto lo que ocurrió ayer en la sede del PP? Valió la pena seguirlo en directo. Fue un acontecimiento altamente televisivo, en el sentido más moderno: una atroz caricatura antropológica, puro neorrealismo a la manera de Vázquez. Uno acababa preguntándose si esa gente salía de un casting. Visto lo visto, uno diría que sí.
Un asunto infantil
ENRIC GONZÁLEZ 4 NOV 2009
Es muy interesante recibir una educación cosmopolita. Ya saben: habituarse a otros idiomas, conocer otras culturas, moverse por ambientes muy distintos. En este sentido, los críos del Raval barcelonés deberían tener ventaja sobre los de cualquier otro sitio. Pero no es el caso. En el Raval, además de prostitutas, camellos, turistas calentorros,manguis y demás personal habitualmente retratado en la prensa, viven unos 5.000 críos menores de 14 años. Su procedencia es tan variada como el barrio, entre cuyos 47.000 habitantes se cuentan más de 50 nacionalidades. Son, por circunstancias sociales muy obvias, chavales propensos a la nostalgia, al desarraigo y, con el tiempo, a la marginación.
El objetivo de Braval, en el Raval barcelonés, no consiste en salvar almas, sino en resolver urgencias muy concretas y materiales
Hay varias entidades dedicadas a echar una mano a esos críos. De hecho, el Raval es un hormiguero de entidades. Para el Ayuntamiento de Barcelona son muchas, demasiadas: considera que la proliferación de centros asistenciales genera un “efecto llamada” y atrae hacia el barrio a todo tipo de infelices. Es posible. Cabe preguntarse si sería sencillo desplazar hacia otras zonas de la ciudad los centros que ayudan, por ejemplo, a los toxicómanos. Cabe preguntarse también si tendría sentido instalar un centro de apoyo educativo para inmigrantes en Pedralbes. En fin, el Ayuntamiento tendrá sus razones.
Hablábamos de los críos. No crean que lo más difícil, en el Raval, es ser un niño inmigrante o hijo de inmigrantes. Quien ha visto a sus padres emprender la tremenda aventura de la migración ha visto ya una demostración de voluntad y de ánimo, y ésa no es una mala lección para empezar. Los educadores de la zona consideran que, en general, son los niños españoles (algo más del 50%) quienes suelen llevarlo peor: están más resignados a su suerte.
En Braval, una de las entidades asistenciales del barrio, se ocupan de la integración de niños y jóvenes españoles y extranjeros. Por explicarlo rápido, les atraen con deportes y actividades extraescolares, les enseñan a convivir e intentan que, ya puestos en ello, estudien. Braval es del Opus Dei, lo cual puede suscitar cierto recelo a según quien. El Ayuntamiento de Barcelona les ha denegado este año la subvención porque sólo trabajan con chicos (tienen otra cosa para chicas y mujeres jóvenes, llamada Terral), y eso no se aviene, al parecer, con las directrices municipales sobre integración sexual.
Tampoco es que la subvención recibida en años anteriores fuera para tirar cohetes. En 2008 ascendió a unos 3.000 euros. Teniendo en cuenta que Braval paga unos 8.000 euros anuales en concepto de alquiler de equipamientos deportivos municipales, sólo significa que el Ayuntamiento hará aún más negocio en el presente ejercicio.
Vale la pena visitar las instalaciones de Braval, fundada en 2002 en la calle de la Cera, para ver el Raval desde abajo, desde el punto de vista de los niños. Tiene sus símbolos cristianos, su capilla y su placa dedicada a Escrivá de Balaguer, pero el barullo (las idas y venidas de los chavales, la limpieza de las camisetas deportivas, la manutención de los ordenadores) y la mezcla (chicos procedentes de 30 países, con 10 idiomas distintos y nueve religiones, sin contar con los no religiosos) generan un cierto ecumenismo. En cualquier caso, el objetivo de Braval no consiste en salvar almas, sino en resolver urgencias muy concretas y materiales. Su director, Pep Masabeu, un tipo tremendamente pesado cuando se trata de conseguir cosas para sus chavales (casi 250 este ejercicio), es pedagogo. ¿Sus máximos orgullos? Que seis de sus críos hayan llegado ya a la Universidad, que una cincuentena hayan encontrado trabajo regular, que varios de ellos se hayan convertido a su vez en voluntarios para ayudar a los que están llegando.
En el Bronx neoyorquino existe un centro similar, el Cretona, también del Opus. Lo visité hace unos años. Pregunté a un voluntario (numerario del Opus Dei) si los chicos, de entre 10 y 18 años, tenían que ir a misa. “¿Misa? Mi trabajo consiste ahora mismo en evitar que ese cabronazo de ahí (y señaló con una sonrisa a un chavalín que tendría 11 o 12) acabe robando en las iglesias pistola en mano, e intentaré que estudie y se imponga un mínimo de autodisciplina; a partir de ahí, él sabrá”. La idea viene a ser ésa.
Impuestos
ENRIC GONZÁLEZ 5 NOV 2009
Solemos ser injustos con el entorno futbolero. Muchos creen que entre los directivos del fútbol abundan los exhibicionistas, los arribistas y los farsantes. Por lo que se ve estos días, sin embargo, se trata en realidad de una comunidad esforzada y de alto nivel académico. En cuanto el Gobierno ha planteado subir los impuestos a las estrellas extranjeras, del 24% al 43%, igualándolas a las estrellas españolas, los jefes del fútbol han invocado la curva de Laffer. Para que luego digamos que no saben nada.
El economista Arthur Laffer teorizó que en cuanto los impuestos ascendían hasta un cierto nivel, la opresión fiscal deprimía la actividad económica y, al generarse menos riqueza, el Estado acababa ingresando menos que antes. Eso es la llamada curva de Laffer. Ronald Reagan se escudó en Laffer para bajar los impuestos en cuanto llegó a la Casa Blanca. En teoría, la economía había de expandirse y, con ella, la recaudación fiscal. Nada de eso ocurrió. Sólo se consiguió aumentar el déficit público.
La teoría del fútbol va más allá de Laffer. Si las estrellas extranjeras tienen que pagar más impuestos, dicen los teóricos de la Liga Profesional, se irán a otros países; la competitividad de los clubes españoles bajará, y con ella el interés del público, que dejará de ver los partidos por televisión; y las empresas televisivas, que son las que financian buena parte del fútbol, sufrirán una grave merma en sus balances: una ruina para dos de los grandes negocios nacionales, y menos recaudación fiscal.
Podría ser. También podría ser que no. Las sociedades futbolísticas y las televisiones tienen una gran capacidad de endeudamiento, sean cuales sean los impuestos. Por otra parte, lo de la fuga de futbolistas parece improbable: salvo que vayan a jugar a Grecia, o a las islas Caimán, pagarán más que en España. Por último, y dejando de lado el agravio comparativo al que Hacienda ha sometido a los futbolistas españoles en estos últimos años, habría que tener en cuenta algo más: el mejor espectáculo televisivo que ha ofrecido el fútbol en el presente ejercicio fue protagonizado por la Agrupación Deportiva Alcorcón, cuyo jugador más lujoso cobra 36.000 euros brutos al año. Calculo que pagará unos 4.500 en IRPF. Y ya ven.
Mozart
ENRIC GONZÁLEZ 6 NOV 2009
Los ministros, se supone, cuentan con un equipo de asesores. Deberían ser capaces de explicar las cosas con el ejemplo más adecuado. A quien ocupa la cartera de Cultura no hay por qué suponerle una elevada formación cultural, igual que el ministro de Defensa no tiene por qué ser valeroso ni el ministro de Fomento ha de saber encofrar el hormigón. Volviendo a la cultura: la ministra Ángeles González-Sinde podría habérselo pensado un poco antes de poner a Mozart como ejemplo. La ministra defendió la actividad de la Sociedad General de Autores (SGAE) diciendo que Mozart vivió en la miseria por no cobrar derechos de autor. “Si los hubiera tenido, él y su familia habrían vivido mejor y él habría sido más libre para crear”, dijo.
La ley considera que la telepromoción no es un mensaje publicitario
También es mala pata blandir para algo así al pobre Mozart, autor de uno de los actos de piratería intelectual más célebres de la historia.
El asunto es bastante conocido. En el siglo XVIII, el Miserere mei, Deus de Gregorio Allegri (1582-1652) sólo se interpretaba en la basílica de San Pedro y los palacios contiguos. Los Papas tenían la propiedad de la partitura y la guardaban en los archivos vaticanos, para preservar el misterio de la exquisita composición coral: su publicación estaba penada con la excomunión. Sólo existían tres copias, en manos del emperador del Sacro Imperio, del rey de Portugal y del padre Martini, un músico franciscano. En 1770, con 14 años, Mozart visitó Roma y acudió a la Capilla Sixtina, donde escuchó el Miserere. A la salida, de memoria, reprodujo con exactitud la partitura. Regresó unos días después para corregir algunos detalles y al cabo de poco tiempo regaló su copia al historiador británico Charles Burney, quien en 1771 la publicó en Londres.
Si hablamos de piratería musical y de sus posibles ventajas (el Misererese difundió rápidamente por Europa), no podemos encontrar mejor ejemplo. Mozart, en efecto, pasó apuros económicos en sus últimos años (murió a los 35), pero eso parece más relacionado con sus depresiones que con la falta de derechos de autor. En cuanto al papa Clemente XIV, no actuó como habría hecho la SGAE: hizo como que no se enteraba del robo del Miserere para no tener que excomulgar a nadie.
Elogios fúnebres
ENRIC GONZÁLEZ 8 NOV 2009
En España se ha cultivado poco el periodismo necrológico. Aparecen con regularidad artículos que homenajean a los desaparecidos recientes, pero apenas existe un género que en la prensa anglosajona goza de gran prestigio.
Hace años, cuando vivía en Londres, tenía la oficina en el diario The Independent. Estaba situada junto al departamento de obituaries, una sala en la que cinco periodistas se dedicaban a reunir documentación y, muy a su pesar, a espantar a personas ancianas. Era entretenido escuchar sus llamadas telefónicas, y sus esfuerzos por tranquilizar al interlocutor: “No, no, no tenemos ninguna razón para suponer que su muerte sea inminente, simplemente queremos verificar algunos datos para cuando eso suceda”. La llamada del periodista necrológico era algo así como la llamada del destino. En cuanto se recibía, el afectado sentía que empezaba la cuenta atrás.
The Independent no incluía en sus obituaries sólo personajes famosos o notables. A veces se retrataba la vida de un hombre o una mujer que no habían salido destacados en nada, pero cuya biografía resultaba lo bastante especial como para merecer una lectura. En cualquier caso, las piezas fúnebres no eran complacientes. Reflejaban lo bueno y lo malo, con profusión de datos y testimonios contrastados. Siguen manteniendo el mismo estilo y a veces sorprenden por su dureza.
En septiembre pasado murió Keith Floyd, un personaje difícil de definir: periodista, soldado, medio cocinero y medio aventurero, celebridad televisiva, bebedor eximio, empresario hostelero arruinado decenas de veces, brutalmente sincero, amante de los chalecos y las pajaritas, simpático y caótico. Se le consideró pionero de los modernos programas de cocina, en los que el chef actúa como un showman.
Debió de ser un hombre difícil de manejar. En 1991 realizó una serie de programas para la BBC sobre la cocina española, y en 1992 publicó un libro en el que ofrecía recetas y anécdotas del rodaje. En uno de los capítulos tenía que cocinar salmón para el presidente de Galicia, Manuel Fraga, en el restaurante Casa Vilas. El resto lo explica él: “Sólo unos minutos antes de que entrara el presidente recibí, por así decirlo, una urgente e inesperada llamada de la naturaleza. Apretándome un pañuelo contra la boca y sujetándome el estómago, corrí hacia el retrete y me encerré. Pero era demasiado tarde. Les ahorro los detalles repugnantes, baste decir que mi ropa quedó en un estado totalmente inapropiado para mostrarme en público, mucho menos en televisión, mucho menos junto al presidente de Galicia”.
La anécdota refleja una de las características del personaje: su propensión a los desastres. También era un hombre de reacciones bruscas. En 1991, mientras atendía la barra de su pub, entró en el local una mujer de 30 años, 23 menos que él. Cuatro horas después le pidió matrimonio, con éxito. La unión duró exactamente tres años. En 1994, la mujer, Shaunagh Mullett, olvidó el aniversario de su encuentro. Floyd la echó del pub, junto a más de 50 clientes, y se negó a volver a verla. De la siguiente esposa, Tess Smith, la cuarta, se despidió en público: le anunció el divorcio, a ella y al mundo, desde el escenario de un teatro.
Su necrológica en The Independent contenía frases como las siguientes: “Carecía de talentos destacables”, “no tenía otra pasión que la bebida”, “no se hablaría aquí de Floyd de no haber sido por Pritchard [el hombre que dirigía sus programas de cocina]“, “fue siempre un monstruo egomaníaco, siempre borracho, siempre paranoico”.
No era el tipo de texto que uno querría que se leyera en su funeral. Creo que a él, sin embargo, le habría gustado. Amaba el periodismo y la sinceridad.
Historia
ENRIC GONZÁLEZ 9 NOV 2009
Hay días en que el diario sale histórico. Ayer, por ejemplo: un gran despliegue conmemorativo de la caída del muro de Berlín (1989), una entrevista con el fallecido Sabino Fernández Campo en la que lamentaba cómo Suárez legalizó el PCE (1977) y un artículo sobre la vida retirada de Fidel Castro. Es bueno que la prensa reflexione sobre los grandes acontecimientos y personajes del pasado: ayuda a entender los acontecimientos del presente.
Es muy útil saber, por ejemplo, que los visitantes encuentran a Fidel Castro “feliz” y “relajado” en su residencia, y que su hermano Raúl le pide consejo sobre los asuntos importantes. Así sabemos el contexto en que se produjo la agresión policial a la bloguera Yoani Sánchez. Si el héroe de la revolución cubana está feliz y relajado, las cosas deben andar bien. Lo que ocurrió con la bloguera debe carecer de importancia.
Yoani Sánchez y otro bloguero, Orlando Luís Pardo Lazo, acudían a una manifestación contra la violencia cuando fueron introducidos en un coche policial y golpeados. Yoani Sánchez no es periodista, sino filóloga, y su blog, Generación Y, nació como un simple desahogo personal. Pero se popularizó y se convirtió en uno de los medios por los que muchos miles de personas siguen la actualidad cubana. El año pasado, la empresa editora de este periódico le concedió el Premio Ortega y Gasset en la categoría de periodismo digital. Podemos, por tanto, considerarla periodista, y de las importantes. Un detalle: Sánchez no pudo salir de Cuba para recoger personalmente el galardón.
Tenemos, pues, una periodista importante agredida por policías. Imaginemos que un importante periodista español, o estadounidense, hubiera sufrido una agresión policial de este tipo. ¿Cómo habría reaccionado la prensa? Con indignación. No digamos si el hecho hubiera acaecido en la Italia de Berlusconi. Hablamos, sin embargo, de algo más grave, porque los responsables del suceso no sufrirán en este caso ningún castigo. Quizá al contrario. Yoani Sánchez, en cambio, habrá comprendido la amenaza. Hablamos mucho del riesgo de que desaparezca el periodismo. Pero cuando el periodismo se encarna en una filóloga cubana, parece preocuparnos menos.
Canario
ENRIC GONZÁLEZ 10 NOV 2009
Los mineros del carbón solían trabajar escuchando los trinos de un canario. Si el canario piaba, ningún problema; si callaba, malo; si palmaba, señal de que había gases tóxicos y convenía salir del pozo lo antes posible. Veo que Telecinco ha enviado un canario a las simas procelosas de la televisión de pago por Internet. Alguien tenía que hacerlo un día u otro, y Telecinco asume el papel de pionera. Con todas las precauciones de quien baja a la mina: el canario en cuestión es Sin tetas no hay paraíso, una serie que decae sin El Duque (no parece que vayan a rodarse nuevas temporadas) pero mantiene un cierto tirón entre el público juvenil, el más avezado en los ámbitos de Internet y del SMS, y tal vez el más dispuesto a pagar por un preestreno.
El capítulo más reciente de Sin tetas… podrá verse a través del ordenador “íntegro y en alta calidad” (ojo, no es alta definición) previo pago de 1,04 euros, vía SMS. El preestreno del siguiente costará 1,74 euros. No se trata de la oferta más ventajosa del mundo, más bien lo contrario, pero nunca se sabe: a lo mejor funciona. Si fuera así, empezarían a bajar a la mina aves más apetitosas. Veremos.
Hablando de canarios, otra cosa. Esto da bastante apuro, porque hay pocas cosas tan cursis como un periodista hablando de sí mismo, pero es posible que haya quien siga esta columnita y ese hipotético lector merece ser informado sobre las novedades.
La dirección de este periódico considera que conviene aprovechar al máximo el espacio de papel, cada vez más escaso, y que estas líneas serán de mayor provecho si se dedican a la televisión en lugar de a peroratas más o menos excéntricas. Se me ha ofrecido volver a ser corresponsal en el extranjero, el empleo al que me he dedicado durante casi dos décadas, y he aceptado. Me largo a Jerusalén en enero. Alguna vez dije en este mismo espacio que no hay que preocuparse si desaparece del periódico alguna opinión, porque cada uno tiene ya la suya. Sigo pensándolo. Creo que hace más falta la información y, dentro de mis posibilidades, en el nuevo destino intentaré conseguirla, comprenderla, escribirla y publicarla.
Seguiremos aquí hasta fin de mes.
Trinchera
ENRIC GONZÁLEZ 11 NOV 2009
Lo pensaban los viejos mercachifles, pero también lo piensan ahora grandes compañías como Telefónica: dennos la clientela y ya se nos ocurrirá más adelante cómo sacarles el dinero. Eso es lo que están haciendo periódicos como The Guardian, que pierde una fortuna tanto en su edición de papel como en su edición digital, pero entretanto va ganando lectores: a su tradicional posición hegemónica dentro del mundillo progre británico ha añadido, gracias a Internet, millones de seguidores en un mercado tan interesante como el estadounidense. Pierde mucho dinero ahora, pero cuenta con ganarlo en el futuro. Tal vez porque en The Guardian creen en lo que hacen y creen que más adelante, con otro modelo de negocio, seguirá siendo útil. Les importa captar clientela. Y asumen que en el futuro deberán preocuparse por rentabilizarla.
Rupert Murdoch ha emprendido la vía contraria. Eso dice, al menos. Ha anunciado que declarará la guerra a Google, el gran distribuidor de contenidos, y que combatirá incluso a las radios y televisiones que, tradicionalmente, se nutren de los periódicos para dar sentido (en los casos en que aspiran a dar un sentido) a sus imágenes. El imperio periodístico de Murdoch quiere parapetarse en la trinchera del pago. Acepta perder difusión, y potencial clientela, a cambio del dinero inmediato.
No alcanzo a imaginar que abunden en el mundo las personas dispuestas a pagar en Internet por ver las tetas de la tercera página enThe Sun: las tetas ya son universalmente gratuitas. Sí parece más razonable que ciertas personas paguen por los artículos de The Times oThe Wall Street Journal, o por su banco de datos. ¿Serán muchos? Difícil. Otros, como The Economist, llevan ventaja en ese terreno.
El dilema entre pago y difusión está en el corazón de la crisis de la industria periodística. Nunca se ha leído tanto como ahora; nunca tanta lectura ha dado tan poco dinero.
Quizá tenga razón Murdoch. Quizá haya que atrincherarse. Esa actitud, sin embargo, va contra la esencia del periodismo. Se puede ganar mucho dinero vendiendo información a pocos clientes, pero ése es el oficio de los detectives o de quienes trafican con noticias mercantiles. El periodismo es otra cosa.
La voz
ENRIC GONZÁLEZ 11 NOV 2009
Indro Montanelli, uno de los grandes periodistas del siglo XX, fundó en 1974 el diario Il Giornale porque no soportaba la doctrina seudoprogresista que dispensaba su periódico de toda la vida, elCorriere della Sera. Il Giornale fue vendido en 1977 a un promotor inmobiliario llamado Silvio Berlusconi. En 1993, cuando Berlusconi, ya magnate de la televisión, proclamó su vocación política, Montanelli dejóIl Giornale y fundó La Voce, un diario efímero (1993-1994) que, por honesto y antiberlusconiano, podía parecer de izquierdas. Luego regresó al Corriere, donde siguió hablando hasta su muerte en 2001, a los 92 años.
Montanelli fue la voz de Italia. Se podía estar de acuerdo con él o totalmente en desacuerdo, pero ése era un asunto secundario. La realidad es un magma inquieto e incomprensible: para ser tolerable requiere el filtro de una fe, sea religión, sea doctrina política, o, en el sentido más civil, de una voz, es decir, de un relato. Montanelli escribió libros estupendos sobre la historia de Italia; su relato, el que guió a sus conciudadanos (a favor o en contra), se hizo sin embargo día a día, hablando en concreto de cuestiones concretas. No hacía falta leerle, igual que no hace falta buscar información para que le lleguen a uno las grandes noticias: su voz se filtraba hasta el mercado, la oficina, la barra del bar.
Si los periódicos deben morir, que mueran, pero hay que defender el periodismo porque nos da un relato sobre nosotros mismos
La cuestión de la voz es importante.
No hablo de las voces hegemónicas del siglo XIX (Dickens, Hugo, Zola) ni de las voces literarias que, de alguna forma, siguen trazando opciones en la metarrealidad. Hablo de la antigua función de la prensa, en su sentido más noble. Creo que la industria, antiguamente un entramado bastante simple de intereses políticos, vanidades personales, dinero (poco) y vaga voluntad de servicio público, contribuía a pulir las voces individuales de quienes escribían en los papeles.
La industria, ahora, corre en desbandada. Aunque las voces siguen sonando, se han visto obligadas a refugiarse en el terreno de la opinión. Y la opinión (la columna) no conduce a la realidad, sino a la metarrealidad. Los hechos se ven cada vez más lejanos. El autor no participa de ellos, sino de su interpretación. Para entendernos, el periodista opinador se parece más a un participante en el concilio de Trento que a un apóstol judío del primer siglo.
Los miércoles se reúne a comer un grupo llamado La Lamentable Peña. De sus miembros citaré sólo dos periodistas eximios, José Martí Gómez y Joan de Sagarra. Conozco pocos placeres intelectuales más satisfactorios que oírles hablar de personas y hechos concretos. Siguen trabajando (la sábana de Joan de Sagarra en La Vanguardia es una devoción muy extendida), pero añoro los tiempos en que uno hacía crónica de sucesos y el otro crítica teatral: el trasfondo esencial de la vida se digiere mejor en píldoras de realidad.
No faltan voces. Por hablar de la competencia: Monzó, Pàmies, Sostres (quizá la honestidad más obscena del sector) y otros. La crisis de la industria afecta, sin embargo, a las voces que no se encaraman al campanario. La voz del cronista local, la voz del reportero, la voz de quienes antes, integrados en un taller de formación continua llamado redacción, se impregnaban de una cierta disciplina obrera y se abrazaban a su ámbito profesional para empujar la Historia con la fuerza de los hechos.
Tampoco faltan periodistas jóvenes. El problema, en una época de transición, consiste en que algunos de esos periodistas jóvenes se desvanecen por falta de soporte industrial; otros se ven obligados a predicar en solitario desde un blog; algunos, los menos, llegan al mando o al púlpito cuando apenas están descubriendo cómo funciona el oficio y cómo funciona la vida. Mientras, las prejubilaciones y las políticas de austeridad eliminan la antigua casta de los maestros del taller.
No se trata de defender los periódicos. Si tienen que morir, que mueran. Hay que defender el periodismo, en cualquier forma que adopte, porque nos proporciona un relato sobre nosotros mismos. El periodismo nos ayuda a entender qué somos y dónde estamos. Las voces nos hacen falta.
Oliart
ENRIC GONZÁLEZ 12 NOV 2009
El problema no es la edad. Cierto, podría interpretarse como un sarcasmo que el nuevo presidente de RTVE, una corporación que ha prejubilado masivamente a los mayores de 52 años, tenga 81. Pero esas cosas pasan. Cuando se manda, la edad no cuenta.
Tampoco es problema el desconocimiento del medio. Poca experiencia televisiva tenía el “comité de sabios” que redactó para el Gobierno una “hoja de ruta” sobre el futuro de RTVE. El presidente del comité, el filósofo Emilio Lledó, ni siquiera tenía televisor en casa. El comité recomendó que se mantuviera el sistema de financiación mixta, una parte por ingresos publicitarios, otra a cargo del contribuyente, y ya ven: el 31 de diciembre se emitirá el último anuncio en la televisión pública.
La capacidad de gestión resulta indudable. Alberto Oliart se encargó, como ministro de Defensa, de lidiar con los militares después del 23-F. Y aquellos generales no eran como los de ahora, que ven mundo con la OTAN. Fue varias veces ministro pero de un modo relativamente efímero, como si se le viera pasar de perfil: eso ha de ser útil en una corporación de futuro incierto.
Ni las formas son problema. La elección de Alberto Oliart como candidato de consenso ha sido anunciada cuando el actual presidente, Luis Fernández, no ha presentado aún la dimisión. Fernández, bastante cabreado por algún detalle de la vicepresidenta Fernández de la Vega (la vice les explicó a las privadas y a la prensa la nueva fórmula de financiación antes que a él), prefirió no dar el portazo hasta que se pactara su relevo. Como resultado, parece que es a él a quien dan portazo. El asunto queda bastante feo, pero no desentona con el resto de la actualidad.
El problema grave consiste en que Oliart es poeta. No tan bueno como algunos de sus compañeros de Universidad, tipos del nivel de Gil de Biedma y Goytisolo, pero más que correcto. Y, aunque haya lidiado con generales golpistas, dudo que el poeta Oliart tenga estómago para la televisión de hoy.
Esperemos que no tenga que recitar en su nuevo despacho uno de sus poemas: “Vivir para saber que voy perdiendo / todo lo que guardaba. / Imposible parar. De nada sirve / volver atrás el ansia. / Nada podré esperar. Todo concluye”.
Uvas
ENRIC GONZÁLEZ 13 NOV 2009
Si eliminamos los ritos sangrientos y, en concreto, el ensañamiento con animales, la más singular entre las costumbres españolas es la de fin de año. Otras sociedades invocan la suerte cenando un determinado alimento (cerezas en Polonia, lentejas en Italia) o cumpliendo determinados rituales (la quema de un zapato en Grecia, el regalo de bolitas de pan en Líbano). En España, reclamamos prosperidad en el año nuevo comiendo 12 uvas.
Lo insólito es el momento de la ingestión. Mientras el mundo civilizado celebra el cambio de año con un brindis, un beso, un baile, una carcajada o cualquier otro gesto sensato y benevolente, los españoles nos enfrentamos al primer minuto de enero con la boca llena, semiatragantados, engullendo de mala manera y maldiciendo las puñeteras campanadas, con las que no hay manera de sincronizarse. Toda una declaración de principios. Ignoro de dónde viene esta tradición. Hay quien dice que ya era costumbre entre las familias madrileñas acomodadas del siglo XIX, y que luego se añadió el complemento de las campanadas de la Puerta del Sol. Hay quien dice que a principios del XX, los productores de uva resolvieron un excedente creando la tradición. Cuesta creer que el ramo de la vid tuviera en algún momento tal penetración social, pero vete a saber. El caso es que acabamos un año y comenzamos otro con la boca llena de uvas. Y, salvo los más jaraneros, contemplando un reloj por la tele. No es el colmo de la elegancia o del sentido común, pero es lo que hay.
El próximo 31 de diciembre tendremos ocasión de acentuar el componente grotesco de nuestra estampa. Lo de Ramón García (Antena 3) y su capa ya era de mérito. Lo que propone Telecinco nos puede llevar a límites desconocidos: sus representantes en el rito de las campanadas serán Belén Esteban y Jorge Javier Vázquez. Lástima que la competencia no eche mano de la Campanario: habría dado para un chiste malo.
Resumiendo: este año tenemos ocasión de rendir culto al cambio de calendario con el agobio de las uvas y, además, con Belén Esteban. Lo harán muchos, seguro. Y luego se quejarán de que 2010 les sale malo.
Un comisario en Sicilia
La Mafia suele tener éxito comercial. Desde El Padrino, en la versión literaria de Mario Puzzo o en la cinematográfica de Francis Ford Coppola, hasta Gomorra, el retrato de la Mafia napolitana efectuado por Roberto Saviano y llevado también al cine, sin olvidar las películas protagonizadas por James Cagney, George Raft, Edward G. Robinson o Humphrey Bogart, las cuestiones mafiosas atraen al público. Será la violencia, la sensación de vida al límite o el particular código de honor: la cosa contiene elementos que nos fascinan.
La visión artística de las mafias sufre, sin embargo, un problema grave: no explica el fenómeno. Se puede captar el universo mafioso, pero se pierde de vista su sentido profundo. Llamamos mafia a casi cualquier cosa. Hablamos, por ejemplo, de las mafias rusas, o kosovares, o napolitanas, en España. El caso es que dejan de ser mafia en cuanto abandonan su entorno natural para convertirse en simple delincuencia más o menos organizada. La Mafia original, la siciliana, y todas las mafias siguientes, crecen a partir de un cierto consenso social. No son solamente organizaciones criminales. Son el síntoma de una disfunción grave en una sociedad concreta.
Para hablar de una Mafia es mejor no hablar de ella. Basta con hablar de cualquier otra cosa y dejar que el fenómeno mafioso se perciba ocasionalmente. Ese, salvo en alguna obra muy determinada, era el enfoque del escritor siciliano Leonardo Sciascia: plano general, y que Sicilia vaya desfilando ante la cámara. Ese es también el enfoque aplicado por Andrea Camilleri cuando, de la mano del comisario Montalbano, pasea por las calles de la isla.
Las novelas montalbanianas de Camilleri están muy bien. Sorprendentemente, su adaptación televisiva es aún mejor. Quizá porque Camilleri fue guionista y realizador de la RAI y es un gran experto en teatro, quizá por la sobriedad con que dirige Alberto Sironi, quizá porque el actor Luca Zingaretti (que fue alumno de Camilleri en la Escuela de Cinematografía) aporta una carnalidad idónea, el Montalbano de la tele representa la culminación del personaje.
El comisario Montalbano no se enfrenta con la Mafia. La elude, la utiliza o la acepta, igual que hace con las órdenes de sus jefes. Si en una calle se ha cometido un crimen, pregunta quién cobra el pizzo en esa zona y consulta con el capo correspondiente: puede saber algo útil.
Camilleri no es sospechoso de connivencia con la Mafia, como tampoco lo era Sciascia. Al contrario. Lo que ocurre es que, como Sciascia, no aprecia el espectáculo de la Mafia ni la glorificación (generalmente disfrazada de denuncia) de la supuesta cultura mafiosa.
La Mafia que se percibe detrás de Montalbano es algo relativamente aceptado y asumido, no especialmente violento ni visible: un parásito indoloro que drena recursos humanos y económicos, que reseca la sociedad y la narcotiza. Eso es una Mafia.
Y a eso empiezan a parecerse ciertos fenómenos de corrupción endémica en España. Pero, por alguna razón, creemos poder acabar con ellos sin cambiar radicalmente el contexto del que se nutren. Parte del contexto, como es evidente, somos nosotros mismos.
Héroes
ENRIC GONZÁLEZ 16 NOV 2009
La frase es muy vieja, la conoce todo el mundo: “No dejes que la realidad te arruine un buen titular”. La realidad, en realidad, es realmente mansa. Se deja hacer. Salvo en casos extraordinarios, como lo de las armas de destrucción masiva en Irak, nuestra percepción de lo que ocurre se construye con buenos titulares. Porque son los que nos gustan, a quienes los hacemos y a quienes los leemos.
Recordarán seguramente a la sargento Kimberly Munley. Tal vez no por el nombre, pero sí por su hazaña: fue la heroína de Fort Hood, la policía que, pese a recibir varios balazos, abatió a Nidal Malik Hasan, el militar que hizo una matanza en un cuartel estadounidense.
La sargento Munley regaló unos titulares espléndidos. Y los textos no desmerecieron. Hubo quien la comparó con Marge Gunderson, la policía embarazada que Frances McDormand interpretaba en la película Fargo.Rubia, menuda, con carácter, policía e hija de policía, dispuesta a sacrificarse por sus compañeros: la sargento Munley lo tenía todo. Eso lo percibió enseguida el olfato periodístico de los mandos militares. Gracias a la habilidad tituladora del Pentágono, una tragedia con 13 muertos y 30 heridos fue vista desde un ángulo positivo: de no ser por la heroica sargento Munley, la cosa habría sido mucho peor.
La sargento Munley no abatió al autor de la matanza. Cumplió con su deber y recibió por ello varios disparos, lo que supone una actitud heroica. Sin embargo, no redujo a Hasan. Quien lo hizo fue su compañero, el sargento Mark Todd, que es hombre y no es rubio porque es negro. Munley jamás se atribuyó mérito alguno. Ella y Todd se coordinaron, se enfrentaron a Hasan desde distintos ángulos y consiguieron su objetivo, con disparos de Todd. Los testigos de la acción lo explicaron a los periodistas que acudieron a la base y la versión real de los hechos circuló rápidamente por Internet. Los portavoces militares, sin embargo, dijeron que había sido Munley. Ah, qué olfato. ¿Por qué íbamos a permitir los periodistas que la realidad le arruinara al Pentágono un buen titular?
Si el Pentágono miente para obtener un simple titular bonito, ¿cómo no va a mentir para obtener la próxima guerra?
Ferrari
ENRIC GONZÁLEZ 17 NOV 2009
Algunas polémicas son incomprensibles. La última en torno a Francisco Camps, por ejemplo. Hay quien considera de mal gusto que el presidente valenciano se haya paseado en un coche de lujo. Francamente, desde ese punto de vista, el de la actuación de Camps, no veo ningún problema. Francisco Camps se subió al coche como podía haberse subido a un globo o a un patinete: se trataba de un acto publicitario a gran escala y eso, como sabemos todos, supone hoy la máxima prioridad para un político. Camps promocionó Valencia y se promocionó a sí mismo. Está para eso, ¿no? Porque para administrar con prudencia el dinero del contribuyente no ha estado nunca, eso ha quedado ya sobradamente demostrado. Doy por supuesto que ni siquiera el más fiel de sus votantes, que son bastantes, le exige esto último.
Cualquier cosa que haga Camps suscitará malestar en unos o en otros. Es un político empequeñecido, arrinconado en su propio partido, oscurecido por la sombra de la sospecha y afligido por lamentables reacciones de paranoia. Hay que estar muy mal, muy mal, para afirmar que tus adversarios quieren ir a tu casa, llevarte a una cuneta y pegarte un tiro. Pronunciar frases como esa en un Parlamento es gravísimo. Acudir a una charanga automovilística no lo es. Desde un punto de vista político, insisto.
Yo, por supuesto, estoy indignado. Pero no con Camps. Como ferraristade toda la vida, me daría de baja si eso fuera posible. Lo que hizo Ferrari el domingo no tiene nombre. Me resigno al ridículo de esta temporada. Me resigno a la presencia de Botín en los boxes. Me resigno al fichaje de Alonso. Me resigno incluso a la tabarra televisiva que habrá que aguantar con la nueva “españolidad” del cavallino.
Ahora bien, me parece intolerable que, de forma prevista o no, el presidente de Ferrari encalle su coche en la arena del circuito y que tengan que rescatarle, a bordo de un California descapotado (ocho cilindros, siete marchas, doble embrague), Francisco Camps y Rita Barberá. Camps y Barberá, nada menos. Esa foto se nos quedará clavada a muchos. Es como quedar segundo en un concurso de tontos. Es como para perder la fe.
Hechos
ENRIC GONZÁLEZ 19 NOV 2009
En Italia acaba de nacer un nuevo periódico, Il fatto quotidiano (El hecho diario). En España aparecerá pronto un diario digital llamado Factual. No debe de ser casualidad esa coincidencia en la referencia a los hechos, a la terca y puñetera realidad. Il fatto… surgió como reacción al berlusconismo informativo, que viene a ser como el periodismo de opinión de toda la vida, pero a lo bestia y al servicio de una sola persona. El periodismo de opinión es el que sin detallar los hechos, o citando alguno de ellos de pasada, o retorciéndolos lo necesario, ofrece al lector una interpretación de los mismos. Un ejemplo clásico eran aquellas singularísimas portadas que inventaba Anson cuando dirigíaAbc: Aznar-Casillas parando goles y cosas así.
El periodismo de opinión berlusconiano se define con otro ejemplo. Cuando Verónica Lario, esposa de Il Cavaliere, anunció su intención de divorciarse, el diario Líbero no se molestó en recopilar datos farragosos. Buscó una foto de cuando Verónica era actriz y mostraba los pechos en una obra de teatro, la plantó en portada y colocó sobre ella el titularVelina ingrata. Aquí tenemos dificultades para traducir velina, un término muy italiano. En una traducción que no respetaría la letra pero sí el espíritu, podría leerse como Putiflor ingrata. Después de una portada así, ¿quién quiere entretenerse con la letra pequeña?
El periodismo de opinión clásico solía ser incómodo con el poder. Ahora es el poder quien hace periodismo de opinión (los políticos no pronuncian frases, sino titulares sensacionalistas) y quien más lo fomenta, porque la opinión tiende a provocar simples reacciones binarias (“sí” o “no”) y a difundirse de forma viral, en lugar de obligar al receptor a establecer su propia interpretación de los hechos. Cuanto menos piense la gente, más tranquilos todos. Las opiniones, además, pueden ser infinitamente numerosas, por lo que se devalúan unas a otras. Los hechos, en cambio, son los que son y tienen valor fijo. No es extraño que el periodismo con ambiciones renovadoras haga de ellos su bandera.
Trampas
ENRIC GONZÁLEZ 20 NOV 2009
Cuando el fútbol era un juego, podía ser limpio o sucio. Generalmente, era una combinación de ambas cosas. Y al juego sucio, cuando no incluía violencia, se le llamaba “picardía”. Engañar al árbitro formaba parte del juego. La aparición de la cámara alteró la percepción del juego: las trampas podían verse todas las veces necesarias. Pero el fútbol tenía aún mucho de juego cuando Maradona hizo la trampa más célebre: aquella “mano de Dios” en el Argentina-Inglaterra del Mundial 86.
El fútbol, ahora, ya no es un juego. Es, por encima de todo, un espectáculo televisivo que mueve miles de millones. La propia FIFA lo asume: cambia las reglas cuando le conviene, como en la selección de cabezas de serie en el Mundial de Suráfrica, para asegurarse la máxima audiencia posible. No creo en conspiraciones. No creo que el árbitro del Francia-Irlanda se equivocara a propósito. La mano de Henry la vio todo el mundo menos él. La cuestión es que el espectáculo televisivo sólo soporta la trampa cuando está pactada y aceptada de antemano, como en el pressing catch: es comedia y se consume como comedia. El boxeo, que siempre vivió entre amaños, no pudo soportar que la farsa se viera en pantalla; dejó de ser un meganegocio, como lo es ahora el fútbol, y se quedó en negociete.
Da lo mismo que el espectáculo sea una ficción. Lo esencial es que resulte creíble. Algo parecido ocurre con la política. Se ha convertido en un espectáculo basado en dos ficciones: la primera, que se desarrolla a la vista del ciudadano; la segunda, que el ciudadano es, en último extremo, quien decide. Como en el pressing, la trampa es lícita si complace al espectador.
El funcionamiento de la Unión Europea rompe con esa doble ficción pactada. Su política se ejerce de modo invisible y no hace esfuerzo alguno por implicar al ciudadano. La UE no existe como fenómeno televisivo. Sabemos que hay trampas, pero ni se nos muestran ni se nos ofrece la ilusión de castigarlas. ¿Cómo creerse ese juego?
Problemas prácticos
Giulio, o Joel, o Yoel Racah (1909-1965), fue uno de los científicos más sobresalientes de su época. Tuvo una vida difícil y agitada. Y mantuvo una relación muy problemática con las cosas prácticas.
Racah nació en Florencia, estudió Física en Roma con el premio Nobel Enrico Fermi y obtuvo un puesto docente en la Universidad de Pisa. En 1939, cuando Mussolini impuso en Italia las leyes raciales contra los judíos, Racah emigró al protectorado británico de Palestina y se integró en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Los británicos abandonaron Palestina en 1948 y la comunidad hebrea proclamó su propio Estado. Eso supuso la guerra con los países árabes. Israel, con menos hombres y menos armas que sus enemigos, se encontraba en una situación desesperada. A principios de julio de ese año, la pequeña comunidad judía que habitaba en Jerusalén desde hacía más de 3.000 años se vio expulsada del barrio histórico. Se avecinaba una tregua y el presidente israelí, David Ben Gurion, recurrió al científico más eminente de su país, Yoel Racah. Ben Gurion encargó a Racah que utilizara sus conocimientos para fines prácticos: le encargó que construyera la bomba convencional más potente del mundo, con el fin de abrir un boquete en las murallas de Jerusalén y reconquistar una parte de la ciudad vieja. A los israelíes les resultaba inconcebible que los restos del antiguo templo, con el Muro de las Lamentaciones, quedaran fuera de sus fronteras.
Racah fabricó un artefacto en forma de cono que denominó, sin romperse demasiado la cabeza, Conus. Era un obús de 350 kilos de peso, teóricamente capaz de perforar cualquier muro. Decenas de soldados y campesinos lo cargaron hasta la muralla. Tuvieron que subir una pendiente bajo los disparos de los defensores de la ciudadela, buenos tiradores. El transporte del Conus fue una de las grandes heroicidades de aquella guerra breve y decisiva. Pero Conus fue al fin situado en su objetivo, bautizado militarmente como Berlín.
David Shaltiel, comandante en jefe de las fuerzas israelíes en Jerusalén, dio por ganada la batalla. Sólo faltaba la explosión e irrumpir en la ciudadela.
La explosión llegó, y fue el estruendo más potente jamás escuchado en Jerusalén. Diversos cálculos estiman que nunca una bomba convencional hizo tanto ruido. Durante más de un minuto, asaltantes y defensores quedaron paralizados. En cuanto recuperaron los sentidos, los soldados israelíes se lanzaron hacia la brecha. Para su desgracia, comprobaron que no había tal brecha. No había ni siquiera un agujerito. No había nada más que un poco de tizne sobre la piedra. Yoel Racah, científico ilustre, creador de un sistema de medición de la energía atómica que sigue utilizándose hoy, había inventado una bomba que explotaba hacia dentro, con mucho ruido, pero sin causar apenas daños a su alrededor. Es decir, había inventado el petardo más potente de la historia.
Los israelíes no pudieron penetrar en la Jerusalén vieja. Quedaron lejos del Muro de las Lamentaciones durante casi 20 años, hasta la guerra de 1967. Racah siguió trabajando en Israel y acumulando prestigio académico. En 1965 se dirigía a Amsterdam para dar una conferencia y se detuvo en Florencia para pernoctar. Esa noche tuvo otro problema trágico con las cosas prácticas: falleció por un escape de gas.
Camus
ENRIC GONZÁLEZ 23 NOV 2009
La Sexta prepara un nuevo reality con jóvenes vagos, inútiles y desesperanzados. Generación ni-ni, se llamará, y, según El Mundo,parte de un dato estadístico: el 15% de los españoles entre los 16 y los 24 años no estudia ni trabaja. De ahí lo de Generación ni-ni.
Supongo que las estadísticas también permitirían bautizar comoGeneración ni-ni a los españoles de entre 55 y 65 años: entre desempleo y prejubilaciones, son más del 15% los que ni estudian ni trabajan. Pero resulta más fácil colgar la etiqueta a los jóvenes. Los de ahora, por supuesto, porque los de antes eran otra cosa. Los jóvenes de antes siempre han sido otra cosa.
Ironías aparte, tiene su lógica que en una sociedad desesperanzada exista un cierto porcentaje de jóvenes desesperanzados. Recordemos que ha habido tiempos peores, como los años treinta, o como los años previos a la Gran Guerra. En 1914, un joven francés no tan joven (tenía casi 30 años) llamado Raoul Villain asesinó al político socialista y pacifista Jean Jaurès y fue muy aplaudido: la guerra era la gran esperanza de Francia. Villain fue liberado, en cuanto se firmó el armisticio, por un tribunal que le rindió homenaje: el asesinato de Jaurès, vino a decir el tribunal, contribuyó a la victoria en los campos de batalla. Llamaron victoria a más de un millón de franceses muertos en una guerra que sólo sirvió para preparar otra, aún más cruenta. Ah, qué juventud aquélla.
Cuando llegó a la presidencia de la República, el primer acto oficial de François Mitterrand consistió en llevar una rosa a la tumba de Jaurès, en el Panteón. Eso fue, junto a la abolición de la pena de muerte, lo mejor que hizo Mitterrand.
Ahora, Nicolas Sarkozy quiere meter en el Panteón a Albert Camus. Uno de los hijos de Camus se resiste, con razón. Albert Camus soportaba mal las pompas patrióticas. En lugar de panteonizarlo, convendría leerle. No estaría mal que los concursantes de Generación ni-ni nos leyeran en cada episodio unos párrafos de El extranjero, la novela que publicó en 1942, a los 29 años, los mismos que tenía Villain cuando asesino a Jaurès. Serviría para demostrarnos que la desesperanza es más inteligente que el fanatismo.
Daños
ENRIC GONZÁLEZ 24 NOV 2009
El alquiler de esta columna se me acaba a fin de mes. Ya puedo, por tanto, contarle al vecindario mis manías más íntimas. House, sin ir mas lejos. No hay día en que no me chute uno o más episodios. Me explico: se juntan la devoción por el actor (Hugh Laurie es uno de los tipos más interesantes del mundo), la anglofilia incurable (sigo preguntándome cómo pueden creerse los americanos que el acento de Laurie cuadra con el suyo) y una pueril devoción por Sherlock Holmes.
Gregory House no vive en Baker Street, pero sí en el número 221; no tiene un amigo llamado Watson, pero sí uno llamado Wilson; no batalla contra los bajos fondos de Londres, pero sí contra los bajos fondos del cuerpo humano. Lo demás (la erudición, los opiáceos, la capacidad deductiva, la música, la angustia de la inteligencia) es idéntico. Cuando uno se engancha a una pasión pueril, conviene que recuerde que se trata de eso: de una pasión pueril. La vida es otra cosa. En el mundo, que también es otra cosa, las cosas y los organismos se desgastan sin remedio. En House, una simple inyección devuelve a los moribundos a la salud más pimpante. Eso, como deberíamos saber, no ocurre ni en la vida ni en el mundo.
Ignoro cuál será la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. No ignoro, en cambio, lo que ya es irreversible. El Tribunal Constitucional, que nació politizado y agoniza entre obscenos achuchones de la partitocracia, puede darse por muerto. La solvencia institucional de la Generalitat, cuyos máximos representantes podrían hacer fortuna como cobradores de secuestros en Somalia, tal vez sea recuperable, pero no en esta generación. La ciudadanía de Cataluña, que en su día se desentendió mayoritariamente del Estatuto y ahora, sin embargo, lo percibe como algo suyo, quedará en una posición incómoda. No menos incómoda se sentirá la ciudadanía española.
Este proceso ha sido una lástima, de principio a fin. ¿Fin? Ojalá adivináramos el fin. Hemos mangoneado los órganos más delicados y hemos causado deterioros irreversibles. Habrá que conformarse con que el paciente salga vivo de ésta.
Soplillo
BORJA COBEAGA 24 NOV 2009
La imagen me enterneció: Enric González, mi periodista favorito, cuyas columnas me parecen inteligentes, divertidas, provocativas y provocadoras, tiene orejas de soplillo. Hasta hace unos días sólo lo había visto en la foto que encabeza su columna, en la que es difícil intuir los sobresalientes pabellones auditivos que posee el autor de los mejores párrafos contenidos en este periódico. Era una fotografía en la que salía con los Príncipes de Asturias, quienes le entregaron el Premio de Periodismo Francisco Cerecedo: allí estaba González, con una sonrisa picarona y unos espléndidos ejemplares de oreja a cada lado de la cabeza. Parecía que se iba a echar a volar en cualquier momento.
“Echaré de menos leer por las mañanas los artículos de Enric González”
Digo que me enterneció porque siempre es bonito compartir un rasgo con alguien a quien admiras. En mi caso, más que orejas enormes se da un fenómeno más extraño: son grandes sí, pero una está más salida de la otra, como si mi cabeza tuviese un intermitente que señalara que voy a girar a la izquierda. La misma ternura me embargó cuando vi fotos juveniles de George Lucas: cuando, comprobé como un adolescente con orejas de soplillo que el creador de “La guerra de las galaxias” e “Indiana Jones” hacía oposiciones para sustituir a Dumbo. Sin embargo, este parecido dejó de hacerme ilusión allá por finales de los 90, cuando estrenó esa ponzoñosa segunda trilogía galáctica.
Pero Enric González es un tipo al que sigo admirando, porque me parece que casi siempre da en el clavo desde su columna de francotirador en las páginas de televisión de EL PAÍS. Odio la expresión “Pepito Grillo”, más que nada porque hay mucho autoproclamado “agitador de conciencias” que en realidad ni agita, ni provoca, ni nada… Pero si hay alguien que pone el dedo en la llaga en temas como la profesionalidad e independencia del periodista, ése es González. Atención, que esto lo digo desde el “intrusismo”: no soy periodista, no soy licenciado en Periodismo, sino una firma invitada en esta publicación. Aún así, como la profesión de periodista me interesa como lector y paciente (como sujeto pasivo en entrevistas o críticas cinematográficas), por eso soy fan de este hombre. Porque señala el que para mí es el gran peligro de periodismo actual. Los periódicos dependen de grandes grupos de comunicación donde los intereses bursátiles están por encima de la información.
Sólo hay que echar un vistazo a las páginas de televisión de cualquier diario para darse cuenta de que los artículos no se centran en noticias de interés sino que se tratan de publirreportajes corporativos. Un periódico que tenga intereses económicos en un canal de televisión hablará exclusivamente de ese canal de televisión, aunque sucedan cosas más interesantes en otras cadenas. Se les ve el plumero y éste es sólo un ejemplo.
Por todo esto me da pena que EL PAÍS gane un extraordinario corresponsal en Oriente Medio (por si no lo saben, mandan a González a Jerusalén) y este mes pierda a su mejor “opinador”, ya que abandona su columna. Echaré de menos leer sus artículos por las mañanas. Ahora que sé que tiene orejas de soplillo, los habría leído con más cariño, con mayor familiaridad.
Parada
ENRIC GONZÁLEZ 25 NOV 2009
Es curioso el caso de FlashForward. La idea era espléndida: toda la humanidad sufre un desmayo y, durante el mismo, cada persona sueña un fragmento de lo que ocurrirá seis meses más tarde; el objetivo de los policías protagonistas consiste, evidentemente, en desvelar el misterio reuniendo con paciencia esos fragmentos. El primer episodio también fue magnífico. Con esos elementos, la ABC pudo vender el producto mucho antes de estrenarlo. El auténtico misterio de FlashForward es, ahora, el deprimente desarrollo de la serie. Cada capítulo es más aburrido y embarullado que el anterior, hasta los últimos minutos, en que se sugieren nuevos y excitantes misterios que, al cabo de una semana, se convierten en otra pieza más de la confusión.
La decisión de detener el rodaje para que los guionistas mejoren su trabajo le habrá parecido inteligente a alguien. Habrá quien la vea como un relanzamiento, o como un golpe publicitario, o como una oportunidad para, en efecto, corregir el rumbo errático. Lo más probable, sin embargo, es que salga maltrecha de este coma inducido. Quien, por razones tan enigmáticas como el desmayo planetario, no consiga desengancharse de ella, dispondrá de varias semanas para desintoxicarse. Quien la abandonó al segundo o tercer capítulo (es mi caso) difícilmente caerá de nuevo en la tentación. Y el barullo seguirá intacto. ¿Nadie se preguntó por qué la novela en que se basa la serie no obtuvo un gran éxito? En el texto ocurre lo mismo: la idea es muy buena; el desarrollo, farragoso.
Salvando las distancias, también parecía una gran idea que tras un misántropo acomplejado y amenazante llegara a La Moncloa un optimista compulsivo. Luego, como se sabe, ha fallado el desarrollo. El reciente episodio de la “economía sostenible” no se sostenía; el último, el de que tras la sentencia sobre el Estatuto catalán todo irá bien, cuando sabemos que ya ha ido mal, suena a reposición veraniega. Aunque fuera inútil, sólo por darnos una pausa, ¿no se podría parar un rato y ver de mejorar el guión?
Mensajes
ENRIC GONZÁLEZ 26 NOV 2009
Hanna Arendt analizó, refiriéndose al nazismo y a tipos como Eichmann, la banalidad del mal. Wikileaks, traducible como “wikifiltraciones” (la dirección es 911.wikileaks.org), ofreció ayer una monumental descripción de la banalidad del horror: publicó más de medio millón de comunicaciones emitidas y recibidas en las Torres Gemelas durante los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Pasemos por alto la masiva violación de la intimidad de miles de personas, muchas de ellas muertas ese día. Pasemos por alto también otro hecho obvio, relacionado con lo anterior y del que ya somos conscientes: cualquier acto que realicemos mediante la electrónica quedará registrado y será potencialmente público y publicable. La lectura de las comunicaciones (llamadas telefónicas, correos electrónicos, SMS, mensajes policiales y de los bomberos) deja literalmente sin aliento. Y no por la inmensa cantidad de palabras.
Tendemos a pensar que en el límite del horror, como estaban aquellos que escucharon un terrible primer impacto y descubrieron poco después que se encontraban atrapados en un rascacielos en llamas, los humanos tienden a lo trascendente y, aunque dure sólo un segundo, sufren algún tipo de aguijonazo místico. Las comunicaciones demuestran lo contrario: desorientación, intrascendencia, aturdimiento. Y necesidad de contactar con alguien querido. También se detecta algún conato de eso que llaman “periodismo ciudadano”, curiosamente infectado por el peor vicio de los reporteros profesionales: en lugar de contar con precisión lo que veían y constataban allí donde se encontraban, las víctimas intentaban darle sentido. Hablaban de rumores, de bombardeos, de un incendio que asolaba la ciudad. Y, de vez en cuando, en la lectura aflora un diamante purísimo de humor, voluntario o involuntario. Poco después de mediodía (en Europa), cuando la tragedia alcanzaba su punto culminante y el mundo entero miraba hacia Nueva York con espanto, alguien en algún lugar del World Trade Center envió este mensaje desde su móvil: “¿Dónde estás? Nekko dice que podemos largarnos de la oficina cuando queramos. ¿Mantienes el plan de almorzar? Llámame si puedes”.
Imprevistos
ENRIC GONZÁLEZ 27 NOV 2009
En la ficción siempre ha funcionado: un incidente, una noticia inesperada o una situación aparentemente manejable desatan un desarrollo imprevisible. Véase el caso de Breaking bad, una buena serie que no ha obtenido el éxito que merecía.
El argumento arranca con un modesto profesor de Química cuya mujer e hijo sufren serios problemas de salud. Al profesor le diagnostican un cáncer incurable y alguien le propone que utilice sus conocimientos químicos para fabricar drogas sintéticas. El profesor piensa que merece la pena el riesgo porque necesita dinero para su familia y él, al fin y al cabo, se va a morir. El profesor Walter White acaba convirtiéndose, después de tremendas peripecias, en el mayor traficante de Nuevo México.
En la realidad, a veces, las cosas también adquieren un desarrollo imprevisible. Pero el truco no funciona como en la ficción. En la realidad, estos mecanismos narrativos acaban generando disparates. Y no divierten a nadie.
Hasta donde recuerdo, el lío del Estatut catalán comenzó con una situación fácilmente resolvible: Cataluña tenía un déficit de financiación. Eso era indiscutible para cualquiera que mirara con honestidad las cifras, al margen de que la Generalitat derrochara o no. Se podía haber mejorado la financiación, pero en España las cosas nunca se hacen por la vía sencilla.
Para obtener más dinero, los partidos catalanes (menos el PP), alentados por el presidente Zapatero, empezaron a redactar un nuevo Estatut. Y ya ven. El Tribunal Constitucional ha pasado tres años en supuesta deliberación y en ese tiempo ha agotado toda su autoridad como institución; los partidos catalanes se han metido en un callejón de difícil salida; y Zapatero no va a salir ya del callejón en su vida. Eso no es todo: un grupo de periódicos se ha tomado el enredo como un casus belli.
Y no es seguro que la cosa acabe aquí. No se extrañen si dentro de unos capítulos alguno de los protagonistas se ve convertido en el mayor traficante de Nuevo México.
El sexo del toxoplasma
ENRIC GONZÁLEZ 29 NOV 2009
El toxoplasma gondii es un protozoo parasitario de extraordinario talento. La inmensa mayoría de las especies hace lo que haga falta, y más, para conseguir sexo, pero en ese terreno el toxoplasma en cuestión alcanza un insólito nivel de virtuosismo.
Se trata de un parásito muy común y de espíritu ecuménico. Gran parte de las aves y de los mamíferos, incluyendo los humanos, lo sufre o lo ha sufrido. Sólo es muy peligroso cuando afecta a embarazadas, porque puede dañar o matar al feto. También es peligroso para los gatos. Y, de otra manera, para las ratas y ratones.
El toxoplasma elude el sistema inmunitario de sus anfitriones escondiéndose en las células, donde no es detectado. Allí se reproduce de forma asexuada por división binaria, y va tirando. Pero el toxoplasma no se conforma con ir tirando. Quiere sexo, porque sólo con la reproducción sexual forma ooquistes, sale del anfitrión mezclado con las heces y expande sus planes infecciosos. El ooquiste es muy resistente a los ambientes externos y soporta bien las temporadas de espera. Los humanos pueden ingerirlo, por ejemplo, al comer ensalada mal lavada. En general, el humano infectado ni se entera porque no suele percibir síntomas, aunque algunos estudios hablan de ciertos efectos psicológicos como la inseguridad o la tendencia a la neurosis.
Donde el toxoplasma se luce es en las ratas y ratones. Porque su objetivo es el gato, el único animal en cuyo interior se instala de forma definitiva y alcanza su objetivo sexual.
El protozoo parasitario tiene la habilidad de alterar el funcionamiento cerebral del ratón: hace que le resulte estimulante el olor del gato. El ratón mantiene todos los instintos que favorecen su supervivencia (la desconfianza ante los espacios abiertos, los ruidos fuertes, los alimentos desconocidos), menos uno: el que le aconseja no fiarse ni un pelo de los gatos. Al contrario, el ratón infectado se exhibe con absurda temeridad ante su enemigo ancestral y, si es necesario, lo busca.
Sin saberlo, el ratón es dirigido por el toxoplasma gondii, ansioso por acceder al estómago del gato. El resultado es obvio: el ratón muere, el gato es infectado y el toxoplasma triunfa, consigue el sexo y reinicia la cadena infecciosa.
Resulta entretenido jugar a detectar los toxoplasmas gondii dentro de las organizaciones humanas. Son aquellos que, de forma consciente o inconsciente, buscan la ruina del colectivo. Por poner un ejemplo, la extinta UCD de Suárez estaba atiborrada de toxoplasmas. Cada uno de ellos intuía que para alcanzar su éxtasis político (presumiblemente similar al sexual) debía romper su entorno y aposentarse en otro más conveniente.
La actual crisis parece también obra de toxoplasmas. El endeudamiento abrumador que en los últimos años fueron alcanzando empresas y particulares era de características técnicamente suicidas, lo mismo que la exposición del sistema bancario a riesgos objetivamente intolerables. Pero unos se endeudaron y otros se arriesgaron, como si hubieran perdido un mecanismo de autodefensa tan básico como el sentido común. Tanto el ratón, los que acumulaban deuda, como el gato, los que asumían riesgo, acabaron mal. Más tonto el ratón que el gato, que, al fin y al cabo, no hacía más que seguir sus instintos predadores.
Hubo quienes se forraron gracias a ese proceso: los toxoplasmas de turno.
Lucro
ENRIC GONZÁLEZ 30 NOV 2009
Ya son bastantes los que suscriben la idea. Los periódicos, dicen, deben convertirse en entidades sin ánimo de lucro. Pablo Rosenberg, un profesor de Washington que se dedica a promover la transparencia, la justicia y la igualdad, proclamaba el viernes esto mismo en una entrevista de Abc. Opinaba que los dueños de la prensa son hoy “un puñado de gente avariciosa que sólo quiere el retorno de su inversión” y que las exigencias de máximo rendimiento impuestas por la Bolsa han mermado la calidad del producto periodístico.
Los dueños, es cierto, tienen su parte de culpa. Se han entregado a un frenesí financiero que ni son capaces de dominar ni ha sido beneficioso para una industria madura y de largo plazo como la prensa. Casi todos se han pillado los dedos.
Ahora bien: si hablamos de ánimo de lucro, algo tendrán que ver también los periodistas. Porque, salvo raras excepciones, estamos en esto para lucrarnos. Poquito, como corresponde al asalariado, pero lucro. Eso nos induce a aceptar órdenes absurdas; a encogernos de hombros cuando estamos en desacuerdo con la línea editorial; a no protestar, salvo entre colegas, cuando se publican falsedades o se utiliza la prensa con fines mercantiles ajenos al periodismo. Evidentemente, si no nos lucramos no podemos alimentar a los críos o pagar la hipoteca. Vocaciones al margen, queremos pasta, cuanta más mejor. Igual que los dueños.
En esta crisis sectorial aparecen continuamente culpables: los empresarios, los periodistas, las tecnologías. Es curioso que nadie hable del público.
En último extremo, es el público, o gran parte del público, quien da por supuesto que la información ha de ser gratuita, amena y favorable a sus propios intereses y convicciones. Es el público quien dice no tener tiempo para leer un periódico. Es el público quien cree saber todo lo que necesita para ir tirando.
Si el grueso de la sociedad no quiere informarse, ¿para qué necesitamos entidades sin ánimo de lucro? La historia reciente ha hecho más ricos a los ricos y, comparativamente, más pobres a los pobres. Ahora, los listos, los que posean la información, se harán cada vez más listos, y los tontos, más tontos. ¿Voluntad de la mayoría? Así sea
La columna que El País no publicó a Enric González
Tag: Prensa — Ignacio Escolar @ 11:08
Rodeados
ENRIC GONZÁLEZ
No he visto aún el arranque de Operación Triunfo, en Telecinco. En realidad, a la hora de escribir estas líneas (19.30 del miércoles), el cuerpo me pide que me abstenga. Pero cuando el hipotético lector tenga este periódico en las manos, o en la pantalla, las cosas habrán empeorado. Y yo, con toda probabilidad, me habré autolesionado con un electrodoméstico, con un televisor, concretamente. O sea, habré visto OT. Y habré asistido a la presentación de Ramoncín, paladín de la propiedad intelectual y de los derechos de autor, como miembro del ilustre jurado. Es de suponer que para entonces, mi mañana y su hoy, andaré aún peor de ánimo. Quién iba a decirle a uno que acabaría añorando a Risto Mejide.
Lo que puede ir mal, va mal. Eso ya lo sabíamos. Aun así, resulta difícil no apenarse ante el presunto fichaje de Francisco Rivera, también conocido como Kiko o como Paquirrín, por parte de Sé lo que hicisteis (La Sexta). La gracia de ese programa solía consistir en la aparente distancia con que se abordaban las monstruosidades televisivas: emitían trocitos de basura, pero era basura ajena, fenómenos frikis de otros espacios, de otras cadenas, y envolvían el producto con una ironía sarcástica. La incorporación del señor Rivera, como monologuista, aprendiz de monologuista o lo que sea, constituye un cambio cualitativo: Sé lo que hicisteis incorpora su propio monstruito. Si Ana Rosa Quintana tiene a Belén Esteban, ellos tienen al señor Rivera. Francamente, no creo que puedan reírse los unos de los otros. Si acaso, podrán comparar la magnitud de sus respectivas tragedias.Todo esto induce al pesimismo.
Uno lo ve todo negro. No quiero ponerme en lo peor, pero cualquier día, en cualquier empresa, van a rebajar el sueldo a los obreros para financiar la ludopatía bursátil de los dueños. Ya sé que exagero, que esas cosas no pasan. Pero antes tampoco pasaban cosas como la de Ramoncín y Paquirrín, y ya ven. Como decía Manolo Vázquez Montalbán, estamos rodeados.
Esta columna de Enric González debía haber salido el jueves, pero la dirección de El País decidió no publicarla porque consideraba que hablar, aunque fuese en genérico, de la “ludopatía bursátil de los dueños” era un insulto a los propietarios del diario. Ese mismo día, la asamblea de trabajadores de El País se había mostrado en contra de bajarse el sueldo, una de las medidas que está discutiendo la empresa ante la crisis.
Hoy tampoco hay columna de Enric, ni tampoco saldrá su artículo en el suplemento de este domingo. Pero, según informan fuentes de este diario, Enric González volverá el lunes a su columna. Espero que por mucho tiempo.