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23/11/2012
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revista de libros

Personas

Carlos Fuentes

Alfaguara. Madrid, 2012. 259 pp., 18'50 e. ebook: 9'99 e.

Joaquín MARCO | Publicado el 07/09/2012 |  Ver el número en PDF

La envidia, que aseguran que caracteriza a los españoles, no es un genuino producto nacional. Tras el fallecimiento de Carlos Fuentes (1928-2012) el pasado 15 de mayo y tras los habituales panegíricos necrológicos, han ido apareciendo valoraciones negativas sobre un personaje que, decían, se creía el representante de la literatura mexicana. Y tal vez lo era. Nunca se le criticó por la primera parte de su obra narrativa pero, como cualquier autor, en una producción tan vasta pueden advertirse obras más definitivas que otras. Dependerá también de los gustos de los lectores que irá modificando el tiempo.

Personas viene a ser su primer libro póstumo y no cabe sino reconocer el mérito de un memorialismo atento al dato y al detalle, a la anécdota y al análisis que lo convierten en imprescindible para los devotos del autor y en atractivo por el punto de vista y la eficacia de la síntesis de la expresión literaria. Resumiendo el pensamiento de Susan Sontag concluye: “un escritor no es lo que representa, sino lo que escribe”, palabras que merecerían aplicársele. Las figuras que brotan en este repertorio lo son por su indiscutible relevancia y por el hecho de que Fuentes tuvo la oportunidad de tratarlas íntimamente. Minucioso, se muestra fiel a quienes considera sus maestros y cordial con la mayoría de los escritores de primera fila que desfilan por estas páginas. Algunos de los textos aparecen fechados en el seno de la semblanza en 2012 (Alfonso Reyes o Schlesinger), lo que quiere decir que Fuentes o actualizó o redactó los recuerdos en el presente. Hay mucho sobre Reyes, Buñuel, Mitterrand, Malraux, Sontag, Neruda, Cortázar, Styron, Miller o Galbraigth; pero también sobre el propio autor, capaz de analizar y contextualizar a sus personajes, multiplicarlos con detalles del buen narrador y definirlos con frase certera, al margen de recuerdos, notas biográficas y anécdotas. Así define a Cortázar: “La mirada de Cortázar -mirada de gato sagrado- quería ver el lado invisible de las cosas”.

Pero en Personas apreciamos también, al paso, los grandes temas de su producción: la exaltación de la literatura, de la palabra; el análisis de México-desde la problemática indígena, la Revolución o el recuerdo de un Lázaro Cárdenas-, sus compañeros de generación o la consideración del papel de la mujer en la literatura. Descubriremos, de pronto, a Lillian Hellmann y casi de paso a Dashiell Hammett.

Fuentes, que vivió años en los EE.UU., observa siempre con simpatía la democracia estadounidense, aunque no se recata de establecer prioridades. Carter era un buen lector, Ted Kennedy, a quien trató también, un buen navegante. Pero su amigo íntimo era Styron, como lo fue, asimismo, Arthur Miller. Ambos, con Melina Mercouri, Styron, Wiesel y Papandreu asisten al multitudinario acto de la Plaza del Panteón, en París, donde toma posesión de la presidencia francesa Mitterrand. Habían sido vecinos, “en la rue de Bievre en el año 73”. A Fuentes le fascina también el poder político. Se siente heredero de una literatura sin fronteras por lo que aborrece de los compartimentos nacionales. No olvida, sin embargo, su sustrato mexicano, su admiración por los españoles exilados en México, fundadores de “El Colegio”, renovadores de la cultura: “Franco derrotó a España/…/ En cambio México ganó a España. Cárdenas recibió un cuarto de millón de refugiados españoles en México a partir de 1939”.

Sobre la contradictoria figura de Malraux escribe con acierto: “Dios ha muerto y solo existe la condición humana. Esta condición consiste en erotismo, juego y terror. Sólo la salvan la visión del destino y la acción, pero la historia se vuelve contra ambos y sólo nos da una salida: el arte como antidestino”. Se explaya con Neruda y con el encontronazo de ambos con la Revolución Cubana, a la que, sin embargo, sigue con atención. Diplomático de carrera, apenas si hay alguna fugaz alusión a ello, pese a haber ocupado embajadas de relevancia y haber tomado decisiones, como en 1968, determinantes. Se muestra generoso con sus maestros: Mario de la Cueva, José Campillo, Manuel Pedroso. Le introducen en la jurisprudencia unos y otros en la vida y la literatura. Y, naturalmente, no puede faltar en esta galería Luis Buñuel o algunas admiraciones imprevistas, como la de Edith Stein, Ajmátova o Simone Weil. Menos acertada resulta la semblanza de María Zambrano.

Aunque no llegue a formar parte de aquella “edad del tiempo”, título que utilizó para ordenar su narrativa, éste es un libro indispensable para quienes entiendan la cultura literaria como iluminación. Una de las últimas lecciones de un maestro indiscutible.





Carlos Fuentes. Foto: Pep Vicens







La infancia

Concurso de microrrelato conducido
por el escritor Juan Aparicio Belmonte
y patrocinado por Ámbito Cultural