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Coherencia Cuántica
Biológica . Galería De Biografías C. C. B. |
HARRISON PERCY
FAWCETT |
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HARRISON PERCY FAWCETT, UN GIGANTE DE LA
EXPLORACIÓN
El coronel británico
Harrisson Percy Fawcett tras muchos años de
búsqueda e investigación de manuscritos encontró no sólo
la mítica Ciudad Perdida, que tanto dió que hablar en el
siglo XVIII, sino que se encontró con un vórtice
electromagnético que le permitió a él, a su hijo
Jack y a su amigo Raleigh Rimmel "acceder" a un
espacio-temporal diferente, a sabiendas de que no podría
"sintonizarse" de nuevo con el espacio- tiempo que
abandonaba.
Para los investigadores de la
"superficie" se dió por "desaparecido" en las inhóspitas
selvas del Mato Grosso brasileño.
Transcribimos
el artículo aparecido en la revista española Año
Cero en el que Pablo Villarrubia Mauso describe su
aventura intentando reconstruir la ruta que siguió el
famoso explorador inglés.
VIAJE A LA CIUDAD
PERDIDA
Caminaba sobre una extensa calzada de
cantos rodados jalonada por ruinas de numerosas casas de
piedra, algunas construidas con bloques ciclópeos.
Estaban bien cortados, tenían hasta dos metros de
longitud y debían pesar más de tres toneladas. Ami
izquierda vi grandes montones de piedras planas. A mi
derecha se abría un cañón que se perdía en lontananza.
Había dejado atrás un complejo de calles y ruinas de
efificaciones esparcidas sobre una gran área
montañosa.
Me sentía emocionado y cansado tras
largas horas de caminata, pero el resultado valía la
pena: estaba en la "Ciudad Perdida", la Machu Picchu
brasileña, la misma que el célebre coronel británico
Fawcett buscó con tanto tesón y ahinco entre 1921 y
1927, fecha de su "trágica desaparición" en las selvas
del Mato Grosso. |
Seguí bajando por la ladera de
la montaña hasta toparme con un edificio de varias
ventanas y más de 30 metros de longitud. Me encontraba
en la ciudad abandonada de Igatú, municipio de Andaraí,
en plena Chapada (meseta) Diamantina, en el gran estado
de Bahía. "Esa es la ciudad que aparece en el manuscrito
número 512 que se conserva en la Biblioteca Nacional de
Río de Janeiro, el mismo que despertó el interés de
muchos estudiosos", me había contado en Sao Paulo el
explorador alemán Heinz Budweg.
De ser ciertas
sus afirmaciones, Budweg habría conseguido descifrar uno
de los mayores enigmas arqueológicos de este siglo: la
existencia de una ciudad pre-colombina en el continente
sudamericano oriental, donde se supone que sólo
habitaron indígenas "salvajes" que jamás habrían erigido
ciudades de piedra. Se han barajado muchas hipótesis
sobre el orígen de los constructores de la "Ciudad
Perdida", hasta ahora sólo conocida por las leyendas y
las crónicas. Las especulaciones sobre ella son muy
variadas, desde las que apuntan a pueblos incas o
pre-incaicos hasta las que señalan a los egipcios o
icluso a supervivientes del continente de la Atlántida,
como creía ciegamente el coronel Fawcett. |
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Para llegar a Igatú yo había
seguido las indicaciones de Budweg. Había salido de
Salvador, capital del estado de Bahía, recorriendo más
de 450 km hasta emcontrar esta localidad que ni siquiera
aparece en los mapas y que está situada en lo alto de
una sierra aislada y escarpada. La maltrecha carretera
de ascensión a Igatú mostraba un escenario titánico:
centenares de formaciones rocosas, trabajadas por la
erosión, semejaban formas de criaturas
monstruosas.
Aunque ha sido muy divulgada la
historia del coronel Fawcett y la búsqueda de la ciudad
perdida de Mato Grosso, menos conocida es la ruta que
emprendió en solitario por Bahía. En su expedición, el
británico se acercó mucho a Igatú, pues llegó hasta la
villa de Lençois, un importante enclave de buscadores de
riquezas, donde había un consulado francés que tramitaba
la compra de oro y de diamantes. En aquella época se
hablaba aún de indígenas hostiles y no catequizados que
habitaban en la región.
En Lençois recorrí el
antiguo mercado al que Fawcett llegó en 1921 con sus dos
mulas y donde compró provisiones para seguir su viaje en
solitario. Algunos investigadores creen que el testarudo
anglosajón logró llegar a la ciudad perdida y encontró
unas importantes minas de plata, pero prefirió ocultar
su descubrimiento y continuó buscando otras ruinas en
Mato Grosso. |
Para llegar a Igatú yo había
seguido las indicaciones de Budweg. Había salido de
Salvador, capital del estado de Bahía, recorriendo más
de 450 km hasta emcontrar esta localidad que ni siquiera
aparece en los mapas y que está situada en lo alto de
una sierra aislada y escarpada. La maltrecha carretera
de ascensión a Igatú mostraba un escenario titánico:
centenares de formaciones rocosas, trabajadas por la
erosión, semejaban formas de criaturas
monstruosas.
Aunque ha sido muy divulgada la
historia del coronel Fawcett y la búsqueda de la ciudad
perdida de Mato Grosso, menos conocida es la ruta que
emprendió en solitario por Bahía. En su expedición, el
británico se acercó mucho a Igatú, pues llegó hasta la
villa de Lençois, un importante enclave de buscadores de
riquezas, donde había un consulado francés que tramitaba
la compra de oro y de diamantes. En aquella época se
hablaba aún de indígenas hostiles y no catequizados que
habitaban en la región.
En Lençois recorrí el
antiguo mercado al que Fawcett llegó en 1921 con sus dos
mulas y donde compró provisiones para seguir su viaje en
solitario. Algunos investigadores creen que el testarudo
anglosajón logró llegar a la ciudad perdida y encontró
unas importantes minas de plata, pero prefirió ocultar
su descubrimiento y continuó buscando otras ruinas en
Mato Grosso.
¿Qué misterios envolvieron las
pesquisas de Fawcett en Bahía?. Según su diario, el
explorador tuvo acceso, en Río de Janeiro, a las páginas
de un manuscrito escrito en 1753 (conocido por el
"número 512") y reproducido durante el siglo pasado en
una revista del Instituto Histórico y Geográfico
Brasileño. en la antigua capital brasileña, Fawcett
conoció al ex-cónsul británico, el coronel O`Sullivan
Beare. Este le reveló que en 1913, con la ayuda de un
guía mestizo, había llegado a una antigua ciudad. En
ella vió una plaza con una columna negra rematada por
una estatua, como se describe el documento
512.
Fawcett estuvo en la región comprendida
entre los ríos Conta y Pardo y allí pudo escuchar los
relatos de lagunos campesinbois que afirmaban habberse
perdido, encontrando luego por azar una ciudad de piedra
con estatuas y calles laberínticas. Los indios aimorés y
botocudos le hablaron de la existencia de "aldeas de
fuego", unas ciudades con tejados de oro, semejantes a
las descripciones de El Dorado y de las Siete
Ciudades de Cibola
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El explorador británico creía
que Brasil era el territorio más antiguo del mundo tanto
en el aspecto geológico como en lo referente a especies
prehistóricas. Primero habría sido habitado por
"trogloditas" y luego por supervivientes del cataclismo
de la Atlántida. A estos últimos los denominó "toltecas"
y los consideró fundadores de grandes ciudades en el
actual territorio brasileño.
Mientras acampaba en
la Chapada Diamantina de Bahía- cuyas montañas y
gigantescos cañones son semejantes a los de los
desiertos de Arizona y Colorado en EEUU- pensé que aún
existen muchos enigmas sobre la Ciudad Perdida. Uno de
ellos concierne al significado de las inscripciones que
aparecen en el documento 512.
En los años 30,
Bernardo sa Silva Ramos, aficionado a la arqueología y a
la paleografía - ya había descifrado una inscripción
supuestamente fenicia de la Pedra de Gávea, un cerro de
Río de Janeiro- descubrió que los signos que aparecen
reproducidos en el manuscrito hacían referencia al
gobernante griego Pisístrates y a un consejo de
montañeses del santuario de Demeter y Apolo. Ramos
identificó los últimos símbolos con planetas del sistema
solar.
Desde mediados del siglo pasado, la
Chapada Diamantina, igual que sucedió en Alaska o
Australia, recibió un gran contingente de buscadores de
riquezas, principalmente de oro y diamantes. Igatú - que
llegó a tener 10.000 habitantes- fue uno de los
campamentos de estos aventureros, quines, al mermar los
recursos naturales, abandonaron aquellas tierras
recónditas. |
Por eso, las calles por donde yo
caminaba estaban desiertas, a excepción de la entrada de
la villa, donde aún se resisten a marcharse tres
centenares de paupérrimos habitantes, los desgraciados
descendientes de aquellos aventureros y de esclavos
africanos. Alli habrían estado los "palacios",
"templos", "misteriosas inscripciones", "estatuas" y
"columnas de piedra negra" sobre la "sierra
respandeciente", que fascinó a la legendaria expedición
de 1753. Estaba formada por los bandeirantes, los
intrépidos exploradores mestizos y portugueses del
período colonial brasileño. |
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"La ciudad fue construida por
los vikingos hacia el año 1000 de nuestra era. Dejaron
un complejo sistema de alcantarillado que, según los
historiadores, no volvió a existir hasta finales del
siglo pasado. También encontré inscripciones rúnicas en
la entrada de una mina. Toda la meseta está plagada de
senderos, los peabirús, usados por vikingos e incas para
comunicarse con la América andina", me comentó Heinz
Budweg. Este estudioso apoya y amplía las hipótesis que
plantearon el investigador brasileño Amadeu do Amaral,
aproximadamente en 1900 y el francés Jacques de Mahieu
en los años 60.
El lingúista y explorador Luis
Caldas Tibiriçca mantiene otra teoría. "Los indios
brasileños jamás hicieron casas de piedras. Algunos
edificios se asemejan a los de la Edad Media en Etiopía.
Las inscripciones que se encontraron podrían ser del
idioma gueez de los etíopes, quienes hablaban en sus
antiguas crónicas de tierras lejanas a las que llegaron
en sus embarcaciones", me aseguró en Sao Paulo este
septuagenario explorador, añadiendo que los buscadores
de riquezas aprovecharon las antiguas construcciones
para sus viviendas, usando los cimientos de las
anteriores o modificando algunas paredes, hecho que se
observa en la diferencia que ahy entre las dos
arquitecturas: una ciclópea y otra de estilo colonial,
con piedras de menor tamaño. |
La historia de la Ciudad Perdida
de Bahía parece empezar a mediados del siglo XVIII con
el mencionado documento 512, titulado Relación
histórica de una oculta y gran población antiquísima sin
habitantes que se descubrió en el año de 1753. El
desconocido destinatario de la carta había anotado en la
misma que "esta noticia llegó a Río de Janeiro a
principios de 1754". |
El manuscrito, carcomido
parcialmente por las termitas- justo en la parte donde
se menciona el nombre del autor - empieza hablando de
una expedición de bandeirantes que hacían incursiones en
el interior del Brasil. El grupo partió de Sao Paulo y
viajaba desde hacía diez años por páramos desconocidos
de Minas Gerais en busca de las legendarias minas de
plata de Muribeca o de Roberio Dias, que el monarca
español Felipe II había intentado localizar.
Los
bandeirantes llegaron a una cordillera cuyas montañas
eran tan elevadas que "parece que llegan a la región
etérea y que sirven de trono al viento y a las mismas
estrellas" Sazonado con toques poéticos y de misterio,
el relato describe las montañas como de "cristal", en
cuya superficie se reflejaban intensamente los rayos del
Sol, hasta el punto de deslumbrar a los
expedicionarios. |
Un rarísimo y providencial
venado blanco surgido de la nada fue el guía que los
condujo por una calzada de piedra hasta las ruinas de la
Ciudad Perdida. Los rudos aventureros pasaron entre dos
sierras, por un valle de selva tupida y repleto de
riachuelos. Durante la caminata, los bandeirantes oían
el canto de un gallo, creyendo por esto encontrarse
cerca de una zona poblada. Al igual que las leyendas
sobre "otros gallos encantados" que existen en
diferentes lugares de América, el fenómeno fue
interpretado como de origen sobrenatural, puesto que no
existían poblaciones en la región. |
Los bandeirantes penetraron de
madrugada en la Ciudad Perdida, amedrentados y con las
armas listas para abrir fuego contra un eventual enemigo
agazapado. La entrada estaba formada por "tres arcos de
gran altura" coronados por inscripciones. A
continuación, el cronista describe una calle con casas
de dos plantas cuyos tejados eran unos de cerámica y
otros de lajas pétreas: "Recorrimos con mucho pacor
algunas casas y en ninguna encontramos vestigios de
utensilios domésticos, ni de muebles... tienen escasa
luz y son abovedadas; allí resonaban los ecos de los que
hablaban y las mismas voces aterrorizaban".
Al
final de dicha calle principal, aquellos curtidos
exploradores, entonces temerosos, se toparon con una
plaza en cuyo centro se erigía una columna de piedra
negra coronada por la estatua de un "hombre ordinario,
con la mano en la ijada izquierda y el brazo derecho
extendido, señalando con el dedo indicador al Polo
Norte. En cada rincón de la plaza hay una aguja,
imitanto a las que usaban los romanos..." ¿Qué "agujas"
eran aquellas? ¿Marcadores geográficos o
astronómicos?. |
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Más adelante el relato habla de
miles de murciélagos que habitaban un "palacio" donde se
hallaba un friso sobre un pórtico con la imagen de un
joven sin barba, ataviado sólo con una especie de faja
que le llegaba desde el pecho hasta las caderas. La
cabeza ostentaba una corona de laureles y había bajo sus
pies algunas inscripciones incomprensibles que el
cronista procuró copiar.
La "Relación
histórica de una oculta y gran ciudad... habla de
otro gran edificio, que se pensó era un templo, en cuyas
paredes había "figuras y retratos empotrados en la
piedra con cruces de varias formas, cuervos y otras
menudenzas...". |
Después de este "templo", los
bandeirantes encontraron un terreno apocalíptico,
plagado de grietas donde yacía sepultada parte de la
ciudad y donde no nacía ninguna vegetación. A la
distancia de "un tiro de cañón", los aventureros
encontraron un gran edificio con una longitud de "250
pasos de fachada" en el que se entraba por un gran
portal y se subía por una escalera pétrea de colores.
Ésta terminaba en una gran salón rodeado de quince
habitaciones, cada una con una fuente, amén de un patio
con columnas circulares.
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Uno de los bandeirantes, Joao
Antonio, encontró entre las ruinas de una casa una
moneda de oro con la imagen de un joven arrodillado en
una de las caras y en la otra un arco, una corona y una
flecha. Investigando en mis archivos me topé con una
foto publicada por el ya mencionado Jacques de Mahieu en
su libro "Los templarios en América", donde
muestra una moneda semejante, pero de plata. Mahieu
creía que los templarios fueron "socios" de los vikingos
en la exploración de minas de plata en Bolivia y Brasil
hacia el siglo XIV.
Cerca de la plaza corría un
rio ancho por cuyos márgenes aquellos hombres caminaron
durante tres días hasta llegar a una enorme cascada. La
fuerza de sus aguas se comparó con la del delta del río
Nilo. Caían con gran estruendo y formaban un río tan
ancho que "parecía un océano". Entre las rocas que
sobresalían del río, el grupo encontró una mole pétrea
repleta de inscripciones labradas que "insinuan un gran
misterio". Allí cerca localizaron piedras con vetas de
plata. |
Algunos días después de recorrer
Igatú, mientras exploraba la Chapata Diamantina,
encontré una gigantesca cascada, la Cachoeira da Fumaca,
cuya altura supera los 300 metros y que podrìa ser la
mencionada en el enigmàtico documento.
Los
ùltimos pàrrafos del manuscrito indican que habìa sido
redactado en los sertoes (zonas agrestes y
desplobadas) de Bahía, entre los ríós Paraoazu
(Paraguazu) y Una. ¿Quien era el autor de aquella
misteriosa carta? Algunos investigadores plantearon la
posibilidad de que se tratara de una farsa muy bien
urdida. No obstante, el historiador Pedro Calmon, en su
libro O segredo das Minas de Prata (Río de
Janeiro, 1950) logró identificar al cronista: el capitan
Joao da Silva Guimaraes, fallecido entre 1764 y
1766. |
El manustrito fue encontrado por
una joven erudito, Manoel Ferreira Lagos (1816 - 1871),
primer secretario perpetuo del Instituto Histórico y
Geográfico Brasileño (IHGB). Estaba en las estanterias
de la Biblioteca Pública de la Corte de Río de Janeiro y
se reprodujo en 1839, en el primer número de la
mencionada revista del IHGB. Más tarde fue traducido al
inglés y añadido a la obra The highlands of the
Brazil, del famoso explorador británico Richard F.
Burton.
Entre 1841 y 1846, el canónigo Benigno
José de Carvalho e Cunha (1789 - 1848), socio
corresponsal del IHGB, se lanzó a la aventura de buscar
la Ciudad Perdida, creyendo localizarla en el sur de la
inexplorada sierra de Sincorá. Benigno era un personaje
curioso: portugués de Trás-dos-Montes, fue un estudioso
de lenguas orientales y ex-estudiante de matemáticas en
la Universidad de Coimbra. Llegó a Brasil en 1834 y
dedicó cuatro años de su vida a la búsqueda de las
ruinas, patrocinado por el IHGB y por el presidente de
la entonces provincia de Bahía. |
A partir de las informaciones de
un viajero -que no se atrevió a penetrar en la tupida
selva que cubría entonces las ruinas- Benigno se llenó
de coraje y organizó su expedición. Los datos del
viajero coincidían con los de los bandeirantes: cerca
había una gran cascada formada por el rio Sincorá, en
cuyas orillas se encontraban ricas y profundas minas de
oro y plata. Los campesinos le contaron a Benigno que la
Ciudad Perdida fue destruida por un terremoto y que en
ella habitaba un dragón que devoraba a los
intrusos.
Todo indica que el canónigo Benigno
estuvo muy cerca de la ciudad, si es que no llegó a
localizarla. En una de las cartas que envió al IHGB
mencionaba a un hacendado y a su esclavo negro que
habían estado en la Ciudad Perdida, cercana a un
"quilombo", es decir, una población de ex esclavos
fugitivos. No obstante, el hacendado no permitió que su
esclavo acompañara al buen cura que estaba ya aquejado
por un paludismo que hizo mella también entre los
veintidós hombres que formaban parte de su expedición.
Ni las mulas escaparon a las terribles fiebres. La falta
de recursos financieros interrumpió la empresa. |
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Aún a pesar del aparente fracaso
de la larga búsqueda de Benigno, otro investigador,
Estelita Jr., aludió en la primera mitad deeste siglo a
los rumores que apuntaban a que el sacerdote habia
descubierto la ciudad y que sus superiores le
prohibieron divulgar el descubrimiento, debido a la
existencia en sus inmediaciones de minas de plata y de
otras riquezas minerales.
Más tarde, en 1880,
Teodoro Sampaio, un erudito y explorador de las tierras
bahianas, alcanzó´los paredones de la Sierra do Sincorá
, donde encontró innumerables pinturas rupestres y
formaciones geológicas que semejaban una ciudad de
piedra. En su obra O Río de Sao Francisco e a Chapada
Diamantina (Bahia, 1938) señaló: "No hay duda de que
el autor de la Relación histórica... de 1753 tuvo
ante sus ojos estos páramos... donde se escuchan
estruendos y estampidos misteriosos y el cantar del
gallo en los sitios oscuros donde nadie penetró jamás, y
donde pervive la tradición de las célebres Minas de
Plata de Robério Dias...". |
La búsqueda de la Ciudad Perdida
continúa siendo tema de discusión y, de hecho, numerosos
investigadores, entre ellos el arquólogo recientemente
fallecido Aurelio de Abreu, piensan que en las mesetas y
desiertos de Bahía aún se esconden muchos otros enclaves
perdidos. |
HARRISON PERCY
FAWCETT
Biografía |
El explorador inglés Percy
Harrison Fawcett (1867-1925) es una de las mayores
leyendas de la selva amazónica. Desaparecido mientras
buscaba una ciudad ancestral, su final es un misterio
que todavía provoca misiones en su
busca.
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Cuando el coronel Fawcett salió
de Inglaterra a finales de 1924, sabía que no volvería
jamás. O al menos, que no volvería sin haber encontrado
el objeto de sus desvelos: una antigua ciudad perdida en
el Mato Grosso brasileño. A sus 57 años, esta era la
última oportunidad para el explorador inglés. De nada
serviría su proverbial tesón o su entusiasmo si las
piernas comenzaban a flaquear. Era entonces o nunca.
Esta vez solo la muerte podría impedirle alcanzar la
ciudad que él conocía como Z.
En 1921 había
fracasado en su primer intento de hallar las ruinas. Sin
embargo, ahora creía conocer la ruta exacta y el modo de
seguirla. Partiría acompañado por su hijo mayor, Jack, y
un amigo de este, Raleigh Rimell. Ambos, jóvenes
fuertes, espíritus ansiosos de aventura que idolatraban
demasiado a Fawcett como para fallarle. No llevarían
demasiada carga y tanto los animales como los peones los
abandonarían mucho antes de llegar a Z. La experiencia
enseñaba al coronel que los grupos numerosos no tenían
ninguna esperanza de éxito en la selva.
|
El 20 de abril de 1925, cuando
todo estuvo preparado, la comitiva partió de Cuiabá. No
es difícil imaginar a Pastor y Chulim, los dos perros
que les seguían, ladrando en la vanguardia, mientras
Jack y Raleigh bromeaban bajo la condescendiente mirada
de Fawcett. El 19 de mayo, ya rodeados de los dóciles
indios bacairís, Jack celebraba su vigésimo segundo
aniversario. Solo una semana después, los peones
desandaban el camino con las últimas noticias de Fawcett
en forma de carta para su mujer:
"Tengo mucha
dificultad para escribir debido a las legiones de moscas
que nos acosan desde que se hace de día hasta que
oscurece (...). Sé que no podré resistir este viaje
mejor que Jack o Raleigh, pero era algo que debía
hacer." Para cerrar su misiva el veterano explorador
repetía la misma frase con la que seguro que acompañaba
desde hacía años el buenas noches de su lecho conyugal:
"No debes temer ningún fracaso...". ¡Cuántas veces
habrían discutido el rumbo que llevaba la vida de aquel
lobo solitario! En algún momento, parece que la esposa
de Fawcett llegó a comprender que jamás estuvo casada
con un hombre, sino más bien con un héroe de leyenda.
|
Fawcett, su hijo Jack y Raleigh
Rimell desaparecieron en algún punto indeterminado cerca
del río Xingú. Nunca más se supo de ellos, a pesar de
que desde entonces y hasta la actualidad se han sucedido
las expediciones de rescate o investigación. Sin
embargo, y a diferencia de tantos otros aventureros
devorados por el Amazonas o el Mato Grosso, el nombre de
Fawcett todavía retumba hoy en las sienes de los
románticos. El motivo de su particular supervivencia lo
esconde una sola letra, la última del alfabeto:
Z.
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Francisco Raposo es un
nombre ficticio. Es un regalo de Fawcett a un anónimo
emprendedor portugués que en 1753, y tras vagar durante
diez años por la selva, descubrió sin quererlo una vieja
ciudad deshabitada. Esta historia figura en un documento
archivado en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro y
para Fawcett suponía la base de todas sus convicciones.
De hecho, este creía que sus investigaciones podrían
llevarle a la misma ciudad con la que topó el portugués.
Esta ciudad, según el original (una carta enviada al
virrey portugués en Brasil para informarle del
hallazgo), fue devastada por un terremoto en tiempos
pretéritos que apenas dejó en pie unos pocos edificios,
una amplia calle y una plaza. En esta, el grupo de
Raposo contempló una efigie de un hombre y un obelisco
en cada una de sus cuatro esquinas. Según su relato,
también observaron lo que parecía un antiguo palacio y
una escuela de sacerdotes, y pudieron leer en las
paredes de ambos lugares caracteres muy similares a los
del alfabeto griego.
|
La carta, que no suscitó el
interés del virrey, espoleó la imaginación de un Fawcett
que siempre había mostrado cierta inclinación por lo
oculto. De hecho, el otro gran sustento de sus teorías
lo constituía una extraña figurilla que le había
regalado el escritor H. Rider Haggard (Las minas del rey
Salomón). Ante la imposibilidad de fijar el origen de la
imagen, Fawcett había recurrido a la psicometría. Las
impresiones de los médiums, todas similares, la databan
en una época anterior "al florecimiento de la cultura
egipcia" y en un continente situado entre África y
Suramérica que se inundó parcialmente a causa de un
cataclismo.
Con ambos elementos y las
tradiciones de las tribus indias que había conocido en
sus viajes, Fawcett formó sus propias ideas: algunas
zonas del Brasil actual habían acogido a refugiados de
la Atlántida, el continente anegado, y Z, cerca de la
región de Bahía, era una de las ciudades que estos
habían levantado. "La relación entre la Atlántida y
algunas partes de lo que hoy es Brasil no debe
descartarse a la ligera, y creer en ella -con o sin
corroboración científica- permite explicar muchos
problemas que, de otro modo, seguirían siendo misterios
sin resolver", escribió. ¿Por qué si Hiram Bingham había
descubierto en 1912 la formidable ciudad incaica de
Machu Picchu, no podría también él sorprender al
mundo?
|
La primera vez que Fawcett pisó
tierra americana fue en 1906, y por entonces no iba en
busca de ciudades perdidas ni de civilizaciones
ancestrales. Como experto en topografía, había sido
contratado por el Gobierno boliviano para delimitar las
fronteras del país y explorar territorios vírgenes. Era
la época del imperio del caucho y cada palmo de terreno
equivalía a una fortuna. Fawcett tenía 38 años, una
joven familia a su cargo y un extenso currículo militar.
Sin embargo, aquel maduro soñador necesitaba escapar de
"la monótona vida de un oficial de
artillería".
Su primera misión le llevó hasta los
ríos Acre y Abuná, territorio fronterizo entre Bolivia y
Brasil. Dicha zona, alejada de ambas Administraciones,
era un coto privado de las compañías caucheras que
mantenían aterrorizadas a las poblaciones indígenas.
Crueldad, alcoholismo, enfermedad y muerte son los
cuatro conceptos recurrentes en las crónicas que Fawcett
escribió sobre aquellos días: "La esclavitud, el
derramamiento de sangre y el vicio imperaban en las
cuencas de aquellos ríos, y no había forma de ponerles
término hasta que cayera el mercado del caucho".
|
"Mas, en los viajes por la
selva, la muerte no es ajena a nadie -escribía Fawcett-,
y al menos una vez en la vida te mira a los ojos y pasa
de largo." En su caso no fue una, sino hasta diez las
veces que salvó la vida en el último instante. Quizás
incluso el destino temía a aquel hombretón inglés, que
cada vez que cruzaba una mirada con la fatalidad era
para exigirle una prórroga. La primera de ellas le fue
concedida en las aguas del inexplorado río Abuná, cuando
unos indios salvajes recibieron su intromisión con
varias descargas de flechas. El año siguiente, 1908,
todos los miembros de su equipo sortearon milagrosamente
la muerte por inanición en el río Verde. Su respuesta a
la debilidad colectiva fue una sentencia: "Si hemos de
morir, moriremos caminando". Esta frase resume el
espíritu de Fawcett, el profundo desprecio que sentía
por el temor y cualquier noción de peligro. Jamás
renunciaba a una empresa por precaución y no le
importaba arriesgar su vida, ni tampoco la de las
personas que le acompañaban. Su arrojo, sumado a la
rigurosidad de sus trabajos científicos, lo convertían
en una valiosa pieza para el Gobierno boliviano, que lo
contrató para nuevos encargos.
|
En 1910 se le encomendó el
trazado de la frontera con Perú a la altura del río
Heath. Se trataba de una empresa peligrosa debido a las
múltiples tribus de indios salvajes que vivían en los
alrededores, pero Fawcett desoyó toda prevención. Tras
siete días de navegación, el grupo dobló un recodo y
descubrió un campamento de indios guarayos. La confusión
inicial fue seguida por una lluvia de flechas, pero
Fawcett ordenó a sus hombres que no abrieran fuego
contra aquellas gentes. Al contrario, recibieron
instrucciones para comenzar a cantar con la esperanza de
aplacar los ánimos de los indígenas. Un buen rato
después, las flechas dejaron de caer y Fawcett reunió el
valor necesario para adelantarse y declarar su amistad,
aceptada por los indios.
La formidable
experiencia con los guarayos iba a repetirse solo unos
días más tarde. El grupo continuaba su viaje por el
Heath cuando avistó ocho indios en la orilla del río. De
nuevo, Fawcett se manejó con encomiable bravura y se
acercó desarmado hasta los hombres: "Era una situación
delicada, pues parecían hostiles, aunque el amor propio
descartaba la opción de una retirada". La escena se
resolvió sin menoscabo para su orgullo, pues los indios,
que resultaron pertenecer a la tribu de los echocas,
compartieron de buen grado su cordialidad. Gracias a
estas experiencias y a muchas posteriores, el explorador
inglés desarrolló un profundo respeto por los indios
salvajes, negándose a admitir que la barbarie de los
pueblos menos civilizados fuera común a todas las demás
tribus.
|
Tras algunos trabajos
topográficos más, Fawcett acabó renunciando a esa labor.
Era el año 1911 y había decidido poner su experiencia al
servicio de sus propias inquietudes. Crítico contumaz de
los estudios etnológicos que se habían desarrollado
hasta aquel momento, Fawcett quiso "arrojar cierta luz
sobre la oscuridad de la historia del continente".
Durante 1913 y 1914 intentó con éxito entrar en contacto
con tribus que no conocieran al hombre blanco. Así
ocurrió con los maxubis, hombres con "conchas y palos en
las orejas, estaquillas atravesadas en la nariz y el
labio inferior" que, según él, descendían de una
civilización superior. Menos productivo fue el posterior
encuentro con los maricoxis, caníbales trogloditas que
estuvieron en un tris de asesinarle. Poco después, la
Primera Guerra Mundial interrumpió sus proyectos durante
seis años.
|
No fue hasta 1921 cuando volvió
a Suramérica, esta vez a Brasil, para reemprender sus
exploraciones. Consciente de que el tiempo jugaba en su
contra, Fawcett decidió centrarse en la búsqueda de Z.
Fracasó estrepitosamente en esta ocasión por culpa de su
compañero de viaje, pero antes de volver a Inglaterra se
internó en solitario en la zona de Bahía. Hoy conocemos
poco de lo que descubrió en aquellos tres meses, apenas
las crípticas anotaciones que dejó escritas: "Dudé por
un tiempo de la existencia de ciudades antiguas, pero
más tarde contemplé unos restos que demostraban la
veracidad de, como mínimo, una parte de los informes
(...) He visto lo suficiente como para que cualquier
riesgo merezca la pena, si dicho riesgo sirve para ver
todavía más."
Aunque la ciudad perdida parecía
al alcance de su mano, Fawcett jamás regresó de su
última expedición. Dos años después, en 1927, el francés
Roger Courtville afirmó haberse cruzado con un anciano
harapiento y enfermo en los lindes de la jungla que dijo
llamarse Fawcett. Era la primera referencia oficial
sobre el explorador inglés, y ni mucho menos iba a ser
la última. Desde su desaparición proliferaron los
testimonios que aseguraban haberlo visto en las más
singulares condiciones. El más célebre de ellos es el de
Stefan Rattin, un trampero suizo que declaró en 1932
ante el cónsul británico en Río de Janeiro que el famoso
aventurero era prisionero de una tribu india. Contaba
Rattin que un anciano canoso vivía con aquellos indios y
que este le había suplicado que pidiera ayuda para que
lo sacaran de allá. La familia de Fawcett jamás creyó a
Rattin, quien partió personalmente en su búsqueda con el
fin de confirmar sus declaraciones. Jamás regresó.
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Como él, muchos otros dijeron
saber la suerte corrida por Fawcett y, con un espíritu
más riguroso, se financiaron varias expediciones de
rescate. George Dyott dirigió una de ellas en 1928 y
concluyó que el coronel británico había sido asesinado.
En 1951, Orlando Vilas Boas corroboró las tesis de Dyott
con una fascinante historia, según la cual un indio de
la tribu kalapalo era el responsable de la muerte de
Fawcett. Este indio, ofendido tras una pequeña reyerta
con el coronel, habría asesinado a los tres
exploradores. Esta información, arrancada en el lecho de
muerte a Izarari, el jefe de la tribu kalapalo, se
complementó con la exhumación de una osamenta humana.
Sin embargo, los responsables de la Royal Society of
Anthropology de Londres determinaron que los huesos no
pertenecían a Fawcett.
A día de hoy el misterio
sigue sin solución. La familia de Percy Harrison Fawcett
negó su muerte hasta el último momento y todavía muchos
creen que sigue vivo en una mítica ciudad subterránea.
En 1996 una expedición liderada por James Lynch intentó
aportar nuevos datos, pero los miembros fueron retenidos
por una tribu salvaje y a punto estuvieron de perder la
vida. Puede que Fawcett se convirtiera en el cabecilla
de una tribu emulando a Kurz en El corazón de las
tinieblas; puede que alcanzara su ansiado objetivo y que
entrara en contacto con otra realidad; o simplemente
puede que la muerte, cansada de batirse en duelo con
aquel hombretón inglés, decidiera no apartar más la
mirada.
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El caso de Fawcett no es único
en la crónica negra del Amazonas. Como él, muchos otros
exploradores se esfumaron en el siglo XX entre las
sombrías paredes de la selva. Uno de los primeros en
desaparecer fue Mirko Seljan, cuyo rastro se pierde
cerca del río Huayabamba (Perú) el 30 de marzo de 1913.
A este ingeniero croata le siguió Fawcett en 1925,
aunque la estela del inglés llegó hasta los años 30.
Albert de Winton y Stefan Rattin, convencidos de
hallarlo con vida, desaparecieron mientras lo intentaban
en 1930 y 1932 respectivamente.
Los viajeros
occidentales no se amilanaron ante tales precedentes y
en 1949 el francés Raymond Maufrais se propuso alcanzar
solo y a pie las montañas de Tumuc-Humac en la Guayana
Francesa, donde la tradición sitúa un reino cubierto de
oro. Cinco meses después de su salida se encontró su
diario de viaje, que permitió seguirle la pista hasta el
último refugio que utilizó. Su cuerpo no fue encontrado.
Apenas tres años después, el aviador Paul Redfern sufrió
un accidente en la misma zona y se perdió para siempre
con su aparato. Lars Hafksjold, antropólogo noruego
desaparecido en 1997 en el río Madidi, es, de momento,
la última víctima de esta macabra
espiral.
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A pesar del fracaso de su última
expedición y de la irrelevancia científica de sus
labores topográficas, Fawcett se ha convertido en un
personaje legendario. Sus aventuras han alimentado a lo
largo de casi un siglo la imaginación de muchos; entre
ellos, artistas, que lo han tomado como referente para
su creación en varios campos. El exotismo de las selvas
vírgenes, las ciudades perdidas o las reliquias del
pasado han contribuido a una singular mitificación de
Percy Harrison Fawcett.
La caracterización
más popular del explorador inglés la constituye el
personaje cinematográfico de Indiana Jones. Aunque
existe un debate abierto sobre el auténtico inspirador
del popular Dr. Jones, parece claro que la biografía de
Fawcett fue uno de los pilares sobre los que George
Lucas y Steven Spielberg edificaron al protagonista de
la saga, que el próximo verano estrenará la cuarta
entrega. Como en el cine, la sombra de Fawcett también
está presente en la literatura, donde adquiere el nombre
de lord John Roxton, protagonista de El mundo perdido,
novela de su amigo sir Arthur Conan Doyle, quien gustaba
de inspirarse en la vida real para confeccionar sus
obras. El mismo apego por la realidad mostraba Hergé, el
creador de Tintín, que retrató a Fawcett en La oreja
rota bajo la identidad del explorador
Ridgewell.
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EL IDOLO MALDITO DE
FAWCETT
Juan Jesús Vallejo y Pablo
Villarrubia
Revista
ENIGMAS
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"Tengo en mi poder una
estatuilla de aproximadamente diez pulgadas de altura,
esculpida en un trozo de basalto negro. Representa una
figura con una placa en el pecho, en la que se halla
grabado un cierto número de caracteres. En sus tobillos
hay también una pequeña placa, con caracteres grabados
del mismo tipo. Me la entregó Sir H. Rider Haggard que
la adquirió en Brasil. Creo firmemente que procede de
una de las ciudades perdidas.
"Existe una
propiedad particular en este idolo de piedra que puede
ser percibida por todos aquellos que la sujetan entre
sus manos. La sensación es como si una descarga
eléctrica recorriera nuestro brazo. El calambre es tan
fuerte que muchas personas se ven obligadas a soltarla.
Cuál es la razón de ésto, lo ignoro.
"Los
expertos del Museo Británico nada supieron decirme sobre
el origen de este idolo"
Estas son palabras
textuales del mítico coronel británico Harrison Percy
Fawcett, publicadas en su libro Exploration
Fawcett ( 1954 ) a partir de sus diarios,
organizados por su hijo Brian.
El escritor H.
Rider Haggar - autor de Las Minas del Rey Salomón y
Ella- afirmó que la pieza le fue regalada por los
indios a su hijo que vivía en una hacienda del Mato
Grosso. La estatuilla volvió a aparecer en manos de un
anticuario de la ciudad de Corumbá ( Mato Grosso ) y un
comprador desconocido se hizo con la pieza
"Se me
ocurrió una forma de descubrir el secreto de la imagen
de la piedra. Se trataba de echar mano a la psicometría,
un método, un método que a mucha gente le podría parecer
rídiculo... que se basa en la teoría de que todo
material conserva en sí mismo la señal de sus
vicisitudes, señal que se hace accesible a una persona
cuya sensibilidad sea muy fuerte para captar las
vibraciones particulares involucradas en determinado
objeto", narraba Fawcett en su diario.
Y entregó
el ídolo a un psicometrista - cuyo nombre no menciona -
que nada sabía sobre la pieza. Éste le contó al
explorador: " Veo un gran continente de forma irregular,
que se extiende desde la costa de Africa hasta
Sudamérica. Numerosas montañas se extienden sobre su
superficie. Allí y allá parece que un volcán está a
punto de entrar en erupción. La vegetación es prolifica
y de naturaleza tropical y
subtropical" |
"La población está muy
esparcida. Es bien formada de cuerpo... de piel muy
oscura, pero no es negra. Sus características más
marcadas son los pómulos salientes y los ojos muy
brillantes y penetrantes. Yo diría que su moral deja
mucho que desear y que su religión se acerca a la
demonología. Veo aldeas y ciudades revelando señales de
una civilización bastante avanzada y determinados
edificios bien ornamentados que imagino serán
templos"
También reveló y describió otra escena,
la de una gran procesión de sacerdotes, entre ellos el
jefe o prior que portaba una placa en el pecho idéntica
a la de la estatuilla que sujetaba: " El interior del
templo es oscuro. Sólo se ven los altares y una imagen a
modo de un gran ojo. Los sacerdotes hacen evocación a
este ojo. Todo el rito parece ser ocultista, al que se
le agregó un sistema de sacrificios, aunque yo no pueda
ver si es de sacrificios humanos o de animales" Allí
dentro se hallaban efigies semejantes a la que sujetaba
el médium para captar las vibraciones del pasado, como
si fuera una registradora de sonidos e imágenes. Los
sucesivos sacerdotes iban heredando el ídolo a lo largo
del tiempo hasta que llegara a manos de la persona en la
que reencarnara el hombre santo reflejado en aquel
pedazo de basalto tallado... Es cuando las cosas
olvidadas serán esclarecidas a través de su
influencia"
El médium visualizó volcanes en plena
actividad arrojando lava incandescente, mientras que el
mar se levantaba y una amplia región desaparecía bajo
las aguas. La mayor parte de los habitantes pereció
ahogada o bajo los escombros de los terremotos. El
sacerdote que tiene su imagen reflejada en el ídolo
logró huir hacia las montañas donde escondió sus
pertenencias más preciosas. Algunos habitantes se
lanzaron a la mar en embarcaciones y alcanzaron otras
tierras. |
Y el médium oyó una voz que le
dijo: " ! La sentencia que recibió Atlántida será
aplicada a todos aquellos que tienen la presunción de
endiosar el poder ¡ ". El gran cataclismo que hundió al
"continente perdido" en mitad del océano Atlántico pudo
ocurrir - según estas revelaciones - " antes de la
aparición de Egipto" y que "el ídolo haría mal a los que
le guarden en su poder y que no le tengan afinidad. Yo
diría que es peligroso escarnecerse de él..." Pero
Fawcett creái que la traducción de las inscripciones del
ídolo la conseguiría junto a los indios del Mato Grosso,
lugar de su procedencia, en la misteriosa "ciudad
Z"
En la década de 1970 un estudioso de lenguas
muertas, Aldo Ottolenghi, que entonces vivía en Buenos
Aires, Argentina, intentó descifrar la escritura del
ídolo. Fallecido hace pocos años, Ottolenghi dejó una
curiosa obra titulada Civilizaciones americanas
prehistóricas. El estudioso se armó de paciencia y
empezó a comparar, letra por letra, cerca de 200
alfabetos antiguos. Llegó a la conclusión que el
personaje representado en la piedra de basalto debía ser
..." un dios o un hombre que ofrece a la humanidad una
escritura fonética...", perteneciente a alguna antigua
civilización mediterránea o del Oriente Próximo y que
podía ser una de las más antiguas de la humanidad. " La
estatuilla por lo tanto parece indicar la solemne
conmemoración de la aparición de un nuevo tipo de
escritura fonética..." |
Y ¿quién podría ser el personaje
tocado con un birrete de la estatuilla? Según el
estudioso un hombre vestido como los sumos sacerdotes
hebreos del 1250 a.C, especialmente de la tribú de Levi,
que huyeron de Egipto por esas fechas y que emigraron al
norte de Italia donde se encuentra una escritura
semejante en Val Camónica.
"Después de varios
meses de trabajo, llegué a descubrir que todos los
caracteres de la escritura, que el ídolo lleva sobre los
pies, podían clasificarse como pertenecientes a las
escrituras consonánticas pertenecientes en época
histórica a la escritura líbica y las sudarábigas
antiguas conocidas como safaiticas y sabeena...
la que se empleó en el reino de Saba, del cual procedía
la famosa reina que viajó hasta Palestina para conocer
al rey Salomón...", decía el sabio en su
obra.
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La escritura libica, emparentada
con la beréber, se extendía desde Arabia hasta la
antigua Libia - que hoy también abarca Argelia, Túnez y
otros países del Sahar-. Según Ottolenghi, por primera
vez se encontraban en una misma pieza - en este caso el
ídolo de Fawcett - la escritura libica y safaiticas
juntas", ... una prueba más en favor de los
especialistas que dicen que la civilización egipcia es
una civilización no autóctona, importada por unos
invasores de orígen desconocido, que podrían haber
cortado en dos partes una civilización más antigua,
fusionándose parcialmente con ella"
Al mismo
tiempo, la escritura libica y las sudarábigas estaban
emparentadas con la hebreo-aramea-fenicia y Ottolenghi
decidió llamar a la nueva escritura que encontró en la
estatua "rabínica arcaica", aunque no se hubiera formado
en Israel.
¿Podría ser una falsificación el ídolo
de Fawcett? El mismo Ottolenghi se encargó de responder
a esta duda de la siguiente manera: "Tendría que haber
sido falsificada por un estudioso genialmente diabólico,
que hubiera construído todas las letras de una escritura
consonántica de su invención, que tuviera elementos que
volveremos a encontrar en una serie de escrituras
arcaicas, algunas de las cuales no habían sido todavía
descubiertas - en la época de
Fawcett |
La escritura libica no está
unicamente emparentada de manera directa con este
misterio. Son muchos los arqueólogos y eruditos que cada
día investigan más este tipo de vestigios convencidos de
que tras estas letras - el líbico -, puede hallarse la
clave para comprender el orígen de las civilizaciones
antiguas. Este es el caso de Antonio Arnáiz y Jorge
Alonso, que defienden en su obra Egipcios, bereberes,
guanches y vascos, de la Editorial Estudios
Complutenses, tal posibilidad. Según esta teoría los
primitivos habitantes del Sahara, que vivieron en
aquellas tierras hace miles de años cuando el desierto
era un vergel, serían la semilla que más tarde fundó,
entre otras, las culturas egipcia y etrusca, poniendo
las bases sobre las que se desarrollarían el resto de
pueblos mediterráneos, incluída por supuesto la
civilización ibera. Pero esta hipótesis viene de más
atrás, cuando el investigador Alexandre Eleazar en su
obra Los Bere, publicada en 1985, apuntaba ya
dicha posibilidad basada incluso en gran cantidad de
traducciones de textos antiguos. Y es que las
similitudes entre algunos de los alfabetos que aparecen
en Argelia y Libia con los que más tarde surgen en
Italia y España es muy clara. De ser todo cierto, el
caso que ahora nos ocupa, el de la misteriosa figurilla
del coronel Fawcett, sería clave no sólo para poder
encontrar la ciudad perdida a la que hacen referencia
los aborígenes de la cuenca del Amazonas, sino también
para hallar parte de los restos de la cultura madre de
la humanidad |
El investigador y lingüista
italiano Gabriel D'Annunzio Baraldi dió un paso
importante para descifrar la escritura del ídolo de
Fawcett. La traducción fue enviada a la redacción de la
revista española Enigmas basada en un método que
él mismo desarrolló a partir de un estudio comparativo
de la escritura de los hititas - antiguos habitantes de
las llanuras de Anatolia, Mesopotamia- y la fonética del
idioma de los indígenas tupi-guaraníes de Brasil.
El trabajo de Baraldi confirmaría que el ídolo
de Fawcett podría realmente proceder del continente
sudamericano y que estaba relacionado con un grupo
superviviente o descendiente de los habitantes del
continente desaparecido de Atlántida. Tras largos años
de estudios lingüisticos, Baraldi encontró símbolos que
se refieren al "Imperio de la Constelación del Navío".
"La escritura, en rasgos generales nos habla de
una catástrofe que ocurrió de forma inesperada, una
erupción volcánica" le expresó a Pablo Villarrubia, el
lingüista en su despacho de Sao Paulo, Brasil, donde
actualmente reside.
La violenta erupción, además
de destrucción, generó una gigantesca nube negra que
impidió la entrada de los rayos de sol produciendo una
larga y temerosa noche artificial. El hambre y la sed
hicieron presa de las víctimas que esperaban la ayuda de
"Los Señores del Imperio de la Constelación de la Cruz
del Sur" y que rezaban al "Padre Blanco" - el sol - para
devolverles la luz. La traducción de Baraldi parece
coincidir, en parte, con los datos aportados por el
medium-psicometrista que el coronel Fawcett consultó en
Londres.
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