Coherencia Cuántica Biológica . Galería De Biografías C. C. B.

HARRISON PERCY FAWCETT

HARRISON PERCY FAWCETT, UN GIGANTE DE LA EXPLORACIÓN



El coronel británico Harrisson Percy Fawcett tras muchos años de búsqueda e investigación de manuscritos encontró no sólo la mítica Ciudad Perdida, que tanto dió que hablar en el siglo XVIII, sino que se encontró con un vórtice electromagnético que le permitió a él, a su hijo Jack y a su amigo Raleigh Rimmel "acceder" a un espacio-temporal diferente, a sabiendas de que no podría "sintonizarse" de nuevo con el espacio- tiempo que abandonaba.

Para los investigadores de la "superficie" se dió por "desaparecido" en las inhóspitas selvas del Mato Grosso brasileño.

Transcribimos el artículo aparecido en la revista española Año Cero en el que Pablo Villarrubia Mauso describe su aventura intentando reconstruir la ruta que siguió el famoso explorador inglés.

VIAJE A LA CIUDAD PERDIDA

Caminaba sobre una extensa calzada de cantos rodados jalonada por ruinas de numerosas casas de piedra, algunas construidas con bloques ciclópeos. Estaban bien cortados, tenían hasta dos metros de longitud y debían pesar más de tres toneladas. Ami izquierda vi grandes montones de piedras planas. A mi derecha se abría un cañón que se perdía en lontananza. Había dejado atrás un complejo de calles y ruinas de efificaciones esparcidas sobre una gran área montañosa.

Me sentía emocionado y cansado tras largas horas de caminata, pero el resultado valía la pena: estaba en la "Ciudad Perdida", la Machu Picchu brasileña, la misma que el célebre coronel británico Fawcett buscó con tanto tesón y ahinco entre 1921 y 1927, fecha de su "trágica desaparición" en las selvas del Mato Grosso.
Seguí bajando por la ladera de la montaña hasta toparme con un edificio de varias ventanas y más de 30 metros de longitud. Me encontraba en la ciudad abandonada de Igatú, municipio de Andaraí, en plena Chapada (meseta) Diamantina, en el gran estado de Bahía. "Esa es la ciudad que aparece en el manuscrito número 512 que se conserva en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, el mismo que despertó el interés de muchos estudiosos", me había contado en Sao Paulo el explorador alemán Heinz Budweg.

De ser ciertas sus afirmaciones, Budweg habría conseguido descifrar uno de los mayores enigmas arqueológicos de este siglo: la existencia de una ciudad pre-colombina en el continente sudamericano oriental, donde se supone que sólo habitaron indígenas "salvajes" que jamás habrían erigido ciudades de piedra. Se han barajado muchas hipótesis sobre el orígen de los constructores de la "Ciudad Perdida", hasta ahora sólo conocida por las leyendas y las crónicas. Las especulaciones sobre ella son muy variadas, desde las que apuntan a pueblos incas o pre-incaicos hasta las que señalan a los egipcios o icluso a supervivientes del continente de la Atlántida, como creía ciegamente el coronel Fawcett.
Para llegar a Igatú yo había seguido las indicaciones de Budweg. Había salido de Salvador, capital del estado de Bahía, recorriendo más de 450 km hasta emcontrar esta localidad que ni siquiera aparece en los mapas y que está situada en lo alto de una sierra aislada y escarpada. La maltrecha carretera de ascensión a Igatú mostraba un escenario titánico: centenares de formaciones rocosas, trabajadas por la erosión, semejaban formas de criaturas monstruosas.

Aunque ha sido muy divulgada la historia del coronel Fawcett y la búsqueda de la ciudad perdida de Mato Grosso, menos conocida es la ruta que emprendió en solitario por Bahía. En su expedición, el británico se acercó mucho a Igatú, pues llegó hasta la villa de Lençois, un importante enclave de buscadores de riquezas, donde había un consulado francés que tramitaba la compra de oro y de diamantes. En aquella época se hablaba aún de indígenas hostiles y no catequizados que habitaban en la región.

En Lençois recorrí el antiguo mercado al que Fawcett llegó en 1921 con sus dos mulas y donde compró provisiones para seguir su viaje en solitario. Algunos investigadores creen que el testarudo anglosajón logró llegar a la ciudad perdida y encontró unas importantes minas de plata, pero prefirió ocultar su descubrimiento y continuó buscando otras ruinas en Mato Grosso.
Para llegar a Igatú yo había seguido las indicaciones de Budweg. Había salido de Salvador, capital del estado de Bahía, recorriendo más de 450 km hasta emcontrar esta localidad que ni siquiera aparece en los mapas y que está situada en lo alto de una sierra aislada y escarpada. La maltrecha carretera de ascensión a Igatú mostraba un escenario titánico: centenares de formaciones rocosas, trabajadas por la erosión, semejaban formas de criaturas monstruosas.

Aunque ha sido muy divulgada la historia del coronel Fawcett y la búsqueda de la ciudad perdida de Mato Grosso, menos conocida es la ruta que emprendió en solitario por Bahía. En su expedición, el británico se acercó mucho a Igatú, pues llegó hasta la villa de Lençois, un importante enclave de buscadores de riquezas, donde había un consulado francés que tramitaba la compra de oro y de diamantes. En aquella época se hablaba aún de indígenas hostiles y no catequizados que habitaban en la región.

En Lençois recorrí el antiguo mercado al que Fawcett llegó en 1921 con sus dos mulas y donde compró provisiones para seguir su viaje en solitario. Algunos investigadores creen que el testarudo anglosajón logró llegar a la ciudad perdida y encontró unas importantes minas de plata, pero prefirió ocultar su descubrimiento y continuó buscando otras ruinas en Mato Grosso.

¿Qué misterios envolvieron las pesquisas de Fawcett en Bahía?. Según su diario, el explorador tuvo acceso, en Río de Janeiro, a las páginas de un manuscrito escrito en 1753 (conocido por el "número 512") y reproducido durante el siglo pasado en una revista del Instituto Histórico y Geográfico Brasileño. en la antigua capital brasileña, Fawcett conoció al ex-cónsul británico, el coronel O`Sullivan Beare. Este le reveló que en 1913, con la ayuda de un guía mestizo, había llegado a una antigua ciudad. En ella vió una plaza con una columna negra rematada por una estatua, como se describe el documento 512.

Fawcett estuvo en la región comprendida entre los ríos Conta y Pardo y allí pudo escuchar los relatos de lagunos campesinbois que afirmaban habberse perdido, encontrando luego por azar una ciudad de piedra con estatuas y calles laberínticas. Los indios aimorés y botocudos le hablaron de la existencia de "aldeas de fuego", unas ciudades con tejados de oro, semejantes a las descripciones de El Dorado y de las Siete Ciudades de Cibola
El explorador británico creía que Brasil era el territorio más antiguo del mundo tanto en el aspecto geológico como en lo referente a especies prehistóricas. Primero habría sido habitado por "trogloditas" y luego por supervivientes del cataclismo de la Atlántida. A estos últimos los denominó "toltecas" y los consideró fundadores de grandes ciudades en el actual territorio brasileño.

Mientras acampaba en la Chapada Diamantina de Bahía- cuyas montañas y gigantescos cañones son semejantes a los de los desiertos de Arizona y Colorado en EEUU- pensé que aún existen muchos enigmas sobre la Ciudad Perdida. Uno de ellos concierne al significado de las inscripciones que aparecen en el documento 512.

En los años 30, Bernardo sa Silva Ramos, aficionado a la arqueología y a la paleografía - ya había descifrado una inscripción supuestamente fenicia de la Pedra de Gávea, un cerro de Río de Janeiro- descubrió que los signos que aparecen reproducidos en el manuscrito hacían referencia al gobernante griego Pisístrates y a un consejo de montañeses del santuario de Demeter y Apolo. Ramos identificó los últimos símbolos con planetas del sistema solar.

Desde mediados del siglo pasado, la Chapada Diamantina, igual que sucedió en Alaska o Australia, recibió un gran contingente de buscadores de riquezas, principalmente de oro y diamantes. Igatú - que llegó a tener 10.000 habitantes- fue uno de los campamentos de estos aventureros, quines, al mermar los recursos naturales, abandonaron aquellas tierras recónditas.
Por eso, las calles por donde yo caminaba estaban desiertas, a excepción de la entrada de la villa, donde aún se resisten a marcharse tres centenares de paupérrimos habitantes, los desgraciados descendientes de aquellos aventureros y de esclavos africanos. Alli habrían estado los "palacios", "templos", "misteriosas inscripciones", "estatuas" y "columnas de piedra negra" sobre la "sierra respandeciente", que fascinó a la legendaria expedición de 1753. Estaba formada por los bandeirantes, los intrépidos exploradores mestizos y portugueses del período colonial brasileño.
"La ciudad fue construida por los vikingos hacia el año 1000 de nuestra era. Dejaron un complejo sistema de alcantarillado que, según los historiadores, no volvió a existir hasta finales del siglo pasado. También encontré inscripciones rúnicas en la entrada de una mina. Toda la meseta está plagada de senderos, los peabirús, usados por vikingos e incas para comunicarse con la América andina", me comentó Heinz Budweg. Este estudioso apoya y amplía las hipótesis que plantearon el investigador brasileño Amadeu do Amaral, aproximadamente en 1900 y el francés Jacques de Mahieu en los años 60.

El lingúista y explorador Luis Caldas Tibiriçca mantiene otra teoría. "Los indios brasileños jamás hicieron casas de piedras. Algunos edificios se asemejan a los de la Edad Media en Etiopía. Las inscripciones que se encontraron podrían ser del idioma gueez de los etíopes, quienes hablaban en sus antiguas crónicas de tierras lejanas a las que llegaron en sus embarcaciones", me aseguró en Sao Paulo este septuagenario explorador, añadiendo que los buscadores de riquezas aprovecharon las antiguas construcciones para sus viviendas, usando los cimientos de las anteriores o modificando algunas paredes, hecho que se observa en la diferencia que ahy entre las dos arquitecturas: una ciclópea y otra de estilo colonial, con piedras de menor tamaño.
La historia de la Ciudad Perdida de Bahía parece empezar a mediados del siglo XVIII con el mencionado documento 512, titulado Relación histórica de una oculta y gran población antiquísima sin habitantes que se descubrió en el año de 1753. El desconocido destinatario de la carta había anotado en la misma que "esta noticia llegó a Río de Janeiro a principios de 1754".
El manuscrito, carcomido parcialmente por las termitas- justo en la parte donde se menciona el nombre del autor - empieza hablando de una expedición de bandeirantes que hacían incursiones en el interior del Brasil. El grupo partió de Sao Paulo y viajaba desde hacía diez años por páramos desconocidos de Minas Gerais en busca de las legendarias minas de plata de Muribeca o de Roberio Dias, que el monarca español Felipe II había intentado localizar.

Los bandeirantes llegaron a una cordillera cuyas montañas eran tan elevadas que "parece que llegan a la región etérea y que sirven de trono al viento y a las mismas estrellas" Sazonado con toques poéticos y de misterio, el relato describe las montañas como de "cristal", en cuya superficie se reflejaban intensamente los rayos del Sol, hasta el punto de deslumbrar a los expedicionarios.
Un rarísimo y providencial venado blanco surgido de la nada fue el guía que los condujo por una calzada de piedra hasta las ruinas de la Ciudad Perdida. Los rudos aventureros pasaron entre dos sierras, por un valle de selva tupida y repleto de riachuelos. Durante la caminata, los bandeirantes oían el canto de un gallo, creyendo por esto encontrarse cerca de una zona poblada. Al igual que las leyendas sobre "otros gallos encantados" que existen en diferentes lugares de América, el fenómeno fue interpretado como de origen sobrenatural, puesto que no existían poblaciones en la región.
Los bandeirantes penetraron de madrugada en la Ciudad Perdida, amedrentados y con las armas listas para abrir fuego contra un eventual enemigo agazapado. La entrada estaba formada por "tres arcos de gran altura" coronados por inscripciones. A continuación, el cronista describe una calle con casas de dos plantas cuyos tejados eran unos de cerámica y otros de lajas pétreas: "Recorrimos con mucho pacor algunas casas y en ninguna encontramos vestigios de utensilios domésticos, ni de muebles... tienen escasa luz y son abovedadas; allí resonaban los ecos de los que hablaban y las mismas voces aterrorizaban".

Al final de dicha calle principal, aquellos curtidos exploradores, entonces temerosos, se toparon con una plaza en cuyo centro se erigía una columna de piedra negra coronada por la estatua de un "hombre ordinario, con la mano en la ijada izquierda y el brazo derecho extendido, señalando con el dedo indicador al Polo Norte. En cada rincón de la plaza hay una aguja, imitanto a las que usaban los romanos..." ¿Qué "agujas" eran aquellas? ¿Marcadores geográficos o astronómicos?.
Más adelante el relato habla de miles de murciélagos que habitaban un "palacio" donde se hallaba un friso sobre un pórtico con la imagen de un joven sin barba, ataviado sólo con una especie de faja que le llegaba desde el pecho hasta las caderas. La cabeza ostentaba una corona de laureles y había bajo sus pies algunas inscripciones incomprensibles que el cronista procuró copiar.

La "Relación histórica de una oculta y gran ciudad... habla de otro gran edificio, que se pensó era un templo, en cuyas paredes había "figuras y retratos empotrados en la piedra con cruces de varias formas, cuervos y otras menudenzas...".
Después de este "templo", los bandeirantes encontraron un terreno apocalíptico, plagado de grietas donde yacía sepultada parte de la ciudad y donde no nacía ninguna vegetación. A la distancia de "un tiro de cañón", los aventureros encontraron un gran edificio con una longitud de "250 pasos de fachada" en el que se entraba por un gran portal y se subía por una escalera pétrea de colores. Ésta terminaba en una gran salón rodeado de quince habitaciones, cada una con una fuente, amén de un patio con columnas circulares.

Uno de los bandeirantes, Joao Antonio, encontró entre las ruinas de una casa una moneda de oro con la imagen de un joven arrodillado en una de las caras y en la otra un arco, una corona y una flecha. Investigando en mis archivos me topé con una foto publicada por el ya mencionado Jacques de Mahieu en su libro "Los templarios en América", donde muestra una moneda semejante, pero de plata. Mahieu creía que los templarios fueron "socios" de los vikingos en la exploración de minas de plata en Bolivia y Brasil hacia el siglo XIV.

Cerca de la plaza corría un rio ancho por cuyos márgenes aquellos hombres caminaron durante tres días hasta llegar a una enorme cascada. La fuerza de sus aguas se comparó con la del delta del río Nilo. Caían con gran estruendo y formaban un río tan ancho que "parecía un océano". Entre las rocas que sobresalían del río, el grupo encontró una mole pétrea repleta de inscripciones labradas que "insinuan un gran misterio". Allí cerca localizaron piedras con vetas de plata.
Algunos días después de recorrer Igatú, mientras exploraba la Chapata Diamantina, encontré una gigantesca cascada, la Cachoeira da Fumaca, cuya altura supera los 300 metros y que podrìa ser la mencionada en el enigmàtico documento.

Los ùltimos pàrrafos del manuscrito indican que habìa sido redactado en los sertoes (zonas agrestes y desplobadas) de Bahía, entre los ríós Paraoazu (Paraguazu) y Una. ¿Quien era el autor de aquella misteriosa carta? Algunos investigadores plantearon la posibilidad de que se tratara de una farsa muy bien urdida. No obstante, el historiador Pedro Calmon, en su libro O segredo das Minas de Prata (Río de Janeiro, 1950) logró identificar al cronista: el capitan Joao da Silva Guimaraes, fallecido entre 1764 y 1766.
El manustrito fue encontrado por una joven erudito, Manoel Ferreira Lagos (1816 - 1871), primer secretario perpetuo del Instituto Histórico y Geográfico Brasileño (IHGB). Estaba en las estanterias de la Biblioteca Pública de la Corte de Río de Janeiro y se reprodujo en 1839, en el primer número de la mencionada revista del IHGB. Más tarde fue traducido al inglés y añadido a la obra The highlands of the Brazil, del famoso explorador británico Richard F. Burton.

Entre 1841 y 1846, el canónigo Benigno José de Carvalho e Cunha (1789 - 1848), socio corresponsal del IHGB, se lanzó a la aventura de buscar la Ciudad Perdida, creyendo localizarla en el sur de la inexplorada sierra de Sincorá. Benigno era un personaje curioso: portugués de Trás-dos-Montes, fue un estudioso de lenguas orientales y ex-estudiante de matemáticas en la Universidad de Coimbra. Llegó a Brasil en 1834 y dedicó cuatro años de su vida a la búsqueda de las ruinas, patrocinado por el IHGB y por el presidente de la entonces provincia de Bahía.
A partir de las informaciones de un viajero -que no se atrevió a penetrar en la tupida selva que cubría entonces las ruinas- Benigno se llenó de coraje y organizó su expedición. Los datos del viajero coincidían con los de los bandeirantes: cerca había una gran cascada formada por el rio Sincorá, en cuyas orillas se encontraban ricas y profundas minas de oro y plata. Los campesinos le contaron a Benigno que la Ciudad Perdida fue destruida por un terremoto y que en ella habitaba un dragón que devoraba a los intrusos.

Todo indica que el canónigo Benigno estuvo muy cerca de la ciudad, si es que no llegó a localizarla. En una de las cartas que envió al IHGB mencionaba a un hacendado y a su esclavo negro que habían estado en la Ciudad Perdida, cercana a un "quilombo", es decir, una población de ex esclavos fugitivos. No obstante, el hacendado no permitió que su esclavo acompañara al buen cura que estaba ya aquejado por un paludismo que hizo mella también entre los veintidós hombres que formaban parte de su expedición. Ni las mulas escaparon a las terribles fiebres. La falta de recursos financieros interrumpió la empresa.
Aún a pesar del aparente fracaso de la larga búsqueda de Benigno, otro investigador, Estelita Jr., aludió en la primera mitad deeste siglo a los rumores que apuntaban a que el sacerdote habia descubierto la ciudad y que sus superiores le prohibieron divulgar el descubrimiento, debido a la existencia en sus inmediaciones de minas de plata y de otras riquezas minerales.

Más tarde, en 1880, Teodoro Sampaio, un erudito y explorador de las tierras bahianas, alcanzó´los paredones de la Sierra do Sincorá , donde encontró innumerables pinturas rupestres y formaciones geológicas que semejaban una ciudad de piedra. En su obra O Río de Sao Francisco e a Chapada Diamantina (Bahia, 1938) señaló: "No hay duda de que el autor de la Relación histórica... de 1753 tuvo ante sus ojos estos páramos... donde se escuchan estruendos y estampidos misteriosos y el cantar del gallo en los sitios oscuros donde nadie penetró jamás, y donde pervive la tradición de las célebres Minas de Plata de Robério Dias...".
La búsqueda de la Ciudad Perdida continúa siendo tema de discusión y, de hecho, numerosos investigadores, entre ellos el arquólogo recientemente fallecido Aurelio de Abreu, piensan que en las mesetas y desiertos de Bahía aún se esconden muchos otros enclaves perdidos.


HARRISON PERCY FAWCETT

Biografía

El explorador inglés Percy Harrison Fawcett (1867-1925) es una de las mayores leyendas de la selva amazónica. Desaparecido mientras buscaba una ciudad ancestral, su final es un misterio que todavía provoca misiones en su busca.
Cuando el coronel Fawcett salió de Inglaterra a finales de 1924, sabía que no volvería jamás. O al menos, que no volvería sin haber encontrado el objeto de sus desvelos: una antigua ciudad perdida en el Mato Grosso brasileño. A sus 57 años, esta era la última oportunidad para el explorador inglés. De nada serviría su proverbial tesón o su entusiasmo si las piernas comenzaban a flaquear. Era entonces o nunca. Esta vez solo la muerte podría impedirle alcanzar la ciudad que él conocía como Z.

En 1921 había fracasado en su primer intento de hallar las ruinas. Sin embargo, ahora creía conocer la ruta exacta y el modo de seguirla. Partiría acompañado por su hijo mayor, Jack, y un amigo de este, Raleigh Rimell. Ambos, jóvenes fuertes, espíritus ansiosos de aventura que idolatraban demasiado a Fawcett como para fallarle. No llevarían demasiada carga y tanto los animales como los peones los abandonarían mucho antes de llegar a Z. La experiencia enseñaba al coronel que los grupos numerosos no tenían ninguna esperanza de éxito en la selva.

El 20 de abril de 1925, cuando todo estuvo preparado, la comitiva partió de Cuiabá. No es difícil imaginar a Pastor y Chulim, los dos perros que les seguían, ladrando en la vanguardia, mientras Jack y Raleigh bromeaban bajo la condescendiente mirada de Fawcett. El 19 de mayo, ya rodeados de los dóciles indios bacairís, Jack celebraba su vigésimo segundo aniversario. Solo una semana después, los peones desandaban el camino con las últimas noticias de Fawcett en forma de carta para su mujer:

"Tengo mucha dificultad para escribir debido a las legiones de moscas que nos acosan desde que se hace de día hasta que oscurece (...). Sé que no podré resistir este viaje mejor que Jack o Raleigh, pero era algo que debía hacer." Para cerrar su misiva el veterano explorador repetía la misma frase con la que seguro que acompañaba desde hacía años el buenas noches de su lecho conyugal: "No debes temer ningún fracaso...". ¡Cuántas veces habrían discutido el rumbo que llevaba la vida de aquel lobo solitario! En algún momento, parece que la esposa de Fawcett llegó a comprender que jamás estuvo casada con un hombre, sino más bien con un héroe de leyenda.
Fawcett, su hijo Jack y Raleigh Rimell desaparecieron en algún punto indeterminado cerca del río Xingú. Nunca más se supo de ellos, a pesar de que desde entonces y hasta la actualidad se han sucedido las expediciones de rescate o investigación. Sin embargo, y a diferencia de tantos otros aventureros devorados por el Amazonas o el Mato Grosso, el nombre de Fawcett todavía retumba hoy en las sienes de los románticos. El motivo de su particular supervivencia lo esconde una sola letra, la última del alfabeto: Z.

Francisco Raposo es un nombre ficticio. Es un regalo de Fawcett a un anónimo emprendedor portugués que en 1753, y tras vagar durante diez años por la selva, descubrió sin quererlo una vieja ciudad deshabitada. Esta historia figura en un documento archivado en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro y para Fawcett suponía la base de todas sus convicciones. De hecho, este creía que sus investigaciones podrían llevarle a la misma ciudad con la que topó el portugués. Esta ciudad, según el original (una carta enviada al virrey portugués en Brasil para informarle del hallazgo), fue devastada por un terremoto en tiempos pretéritos que apenas dejó en pie unos pocos edificios, una amplia calle y una plaza. En esta, el grupo de Raposo contempló una efigie de un hombre y un obelisco en cada una de sus cuatro esquinas. Según su relato, también observaron lo que parecía un antiguo palacio y una escuela de sacerdotes, y pudieron leer en las paredes de ambos lugares caracteres muy similares a los del alfabeto griego.
La carta, que no suscitó el interés del virrey, espoleó la imaginación de un Fawcett que siempre había mostrado cierta inclinación por lo oculto. De hecho, el otro gran sustento de sus teorías lo constituía una extraña figurilla que le había regalado el escritor H. Rider Haggard (Las minas del rey Salomón). Ante la imposibilidad de fijar el origen de la imagen, Fawcett había recurrido a la psicometría. Las impresiones de los médiums, todas similares, la databan en una época anterior "al florecimiento de la cultura egipcia" y en un continente situado entre África y Suramérica que se inundó parcialmente a causa de un cataclismo.


Con ambos elementos y las tradiciones de las tribus indias que había conocido en sus viajes, Fawcett formó sus propias ideas: algunas zonas del Brasil actual habían acogido a refugiados de la Atlántida, el continente anegado, y Z, cerca de la región de Bahía, era una de las ciudades que estos habían levantado. "La relación entre la Atlántida y algunas partes de lo que hoy es Brasil no debe descartarse a la ligera, y creer en ella -con o sin corroboración científica- permite explicar muchos problemas que, de otro modo, seguirían siendo misterios sin resolver", escribió. ¿Por qué si Hiram Bingham había descubierto en 1912 la formidable ciudad incaica de Machu Picchu, no podría también él sorprender al mundo?

La primera vez que Fawcett pisó tierra americana fue en 1906, y por entonces no iba en busca de ciudades perdidas ni de civilizaciones ancestrales. Como experto en topografía, había sido contratado por el Gobierno boliviano para delimitar las fronteras del país y explorar territorios vírgenes. Era la época del imperio del caucho y cada palmo de terreno equivalía a una fortuna. Fawcett tenía 38 años, una joven familia a su cargo y un extenso currículo militar. Sin embargo, aquel maduro soñador necesitaba escapar de "la monótona vida de un oficial de artillería".

Su primera misión le llevó hasta los ríos Acre y Abuná, territorio fronterizo entre Bolivia y Brasil. Dicha zona, alejada de ambas Administraciones, era un coto privado de las compañías caucheras que mantenían aterrorizadas a las poblaciones indígenas. Crueldad, alcoholismo, enfermedad y muerte son los cuatro conceptos recurrentes en las crónicas que Fawcett escribió sobre aquellos días: "La esclavitud, el derramamiento de sangre y el vicio imperaban en las cuencas de aquellos ríos, y no había forma de ponerles término hasta que cayera el mercado del caucho".
"Mas, en los viajes por la selva, la muerte no es ajena a nadie -escribía Fawcett-, y al menos una vez en la vida te mira a los ojos y pasa de largo." En su caso no fue una, sino hasta diez las veces que salvó la vida en el último instante. Quizás incluso el destino temía a aquel hombretón inglés, que cada vez que cruzaba una mirada con la fatalidad era para exigirle una prórroga. La primera de ellas le fue concedida en las aguas del inexplorado río Abuná, cuando unos indios salvajes recibieron su intromisión con varias descargas de flechas. El año siguiente, 1908, todos los miembros de su equipo sortearon milagrosamente la muerte por inanición en el río Verde. Su respuesta a la debilidad colectiva fue una sentencia: "Si hemos de morir, moriremos caminando". Esta frase resume el espíritu de Fawcett, el profundo desprecio que sentía por el temor y cualquier noción de peligro. Jamás renunciaba a una empresa por precaución y no le importaba arriesgar su vida, ni tampoco la de las personas que le acompañaban. Su arrojo, sumado a la rigurosidad de sus trabajos científicos, lo convertían en una valiosa pieza para el Gobierno boliviano, que lo contrató para nuevos encargos.
En 1910 se le encomendó el trazado de la frontera con Perú a la altura del río Heath. Se trataba de una empresa peligrosa debido a las múltiples tribus de indios salvajes que vivían en los alrededores, pero Fawcett desoyó toda prevención. Tras siete días de navegación, el grupo dobló un recodo y descubrió un campamento de indios guarayos. La confusión inicial fue seguida por una lluvia de flechas, pero Fawcett ordenó a sus hombres que no abrieran fuego contra aquellas gentes. Al contrario, recibieron instrucciones para comenzar a cantar con la esperanza de aplacar los ánimos de los indígenas. Un buen rato después, las flechas dejaron de caer y Fawcett reunió el valor necesario para adelantarse y declarar su amistad, aceptada por los indios.

La formidable experiencia con los guarayos iba a repetirse solo unos días más tarde. El grupo continuaba su viaje por el Heath cuando avistó ocho indios en la orilla del río. De nuevo, Fawcett se manejó con encomiable bravura y se acercó desarmado hasta los hombres: "Era una situación delicada, pues parecían hostiles, aunque el amor propio descartaba la opción de una retirada". La escena se resolvió sin menoscabo para su orgullo, pues los indios, que resultaron pertenecer a la tribu de los echocas, compartieron de buen grado su cordialidad. Gracias a estas experiencias y a muchas posteriores, el explorador inglés desarrolló un profundo respeto por los indios salvajes, negándose a admitir que la barbarie de los pueblos menos civilizados fuera común a todas las demás tribus.
Tras algunos trabajos topográficos más, Fawcett acabó renunciando a esa labor. Era el año 1911 y había decidido poner su experiencia al servicio de sus propias inquietudes. Crítico contumaz de los estudios etnológicos que se habían desarrollado hasta aquel momento, Fawcett quiso "arrojar cierta luz sobre la oscuridad de la historia del continente". Durante 1913 y 1914 intentó con éxito entrar en contacto con tribus que no conocieran al hombre blanco. Así ocurrió con los maxubis, hombres con "conchas y palos en las orejas, estaquillas atravesadas en la nariz y el labio inferior" que, según él, descendían de una civilización superior. Menos productivo fue el posterior encuentro con los maricoxis, caníbales trogloditas que estuvieron en un tris de asesinarle. Poco después, la Primera Guerra Mundial interrumpió sus proyectos durante seis años.

No fue hasta 1921 cuando volvió a Suramérica, esta vez a Brasil, para reemprender sus exploraciones. Consciente de que el tiempo jugaba en su contra, Fawcett decidió centrarse en la búsqueda de Z. Fracasó estrepitosamente en esta ocasión por culpa de su compañero de viaje, pero antes de volver a Inglaterra se internó en solitario en la zona de Bahía. Hoy conocemos poco de lo que descubrió en aquellos tres meses, apenas las crípticas anotaciones que dejó escritas: "Dudé por un tiempo de la existencia de ciudades antiguas, pero más tarde contemplé unos restos que demostraban la veracidad de, como mínimo, una parte de los informes (...) He visto lo suficiente como para que cualquier riesgo merezca la pena, si dicho riesgo sirve para ver todavía más."

Aunque la ciudad perdida parecía al alcance de su mano, Fawcett jamás regresó de su última expedición. Dos años después, en 1927, el francés Roger Courtville afirmó haberse cruzado con un anciano harapiento y enfermo en los lindes de la jungla que dijo llamarse Fawcett. Era la primera referencia oficial sobre el explorador inglés, y ni mucho menos iba a ser la última. Desde su desaparición proliferaron los testimonios que aseguraban haberlo visto en las más singulares condiciones. El más célebre de ellos es el de Stefan Rattin, un trampero suizo que declaró en 1932 ante el cónsul británico en Río de Janeiro que el famoso aventurero era prisionero de una tribu india. Contaba Rattin que un anciano canoso vivía con aquellos indios y que este le había suplicado que pidiera ayuda para que lo sacaran de allá. La familia de Fawcett jamás creyó a Rattin, quien partió personalmente en su búsqueda con el fin de confirmar sus declaraciones. Jamás regresó.
Como él, muchos otros dijeron saber la suerte corrida por Fawcett y, con un espíritu más riguroso, se financiaron varias expediciones de rescate. George Dyott dirigió una de ellas en 1928 y concluyó que el coronel británico había sido asesinado. En 1951, Orlando Vilas Boas corroboró las tesis de Dyott con una fascinante historia, según la cual un indio de la tribu kalapalo era el responsable de la muerte de Fawcett. Este indio, ofendido tras una pequeña reyerta con el coronel, habría asesinado a los tres exploradores. Esta información, arrancada en el lecho de muerte a Izarari, el jefe de la tribu kalapalo, se complementó con la exhumación de una osamenta humana. Sin embargo, los responsables de la Royal Society of Anthropology de Londres determinaron que los huesos no pertenecían a Fawcett.

A día de hoy el misterio sigue sin solución. La familia de Percy Harrison Fawcett negó su muerte hasta el último momento y todavía muchos creen que sigue vivo en una mítica ciudad subterránea. En 1996 una expedición liderada por James Lynch intentó aportar nuevos datos, pero los miembros fueron retenidos por una tribu salvaje y a punto estuvieron de perder la vida. Puede que Fawcett se convirtiera en el cabecilla de una tribu emulando a Kurz en El corazón de las tinieblas; puede que alcanzara su ansiado objetivo y que entrara en contacto con otra realidad; o simplemente puede que la muerte, cansada de batirse en duelo con aquel hombretón inglés, decidiera no apartar más la mirada.
El caso de Fawcett no es único en la crónica negra del Amazonas. Como él, muchos otros exploradores se esfumaron en el siglo XX entre las sombrías paredes de la selva. Uno de los primeros en desaparecer fue Mirko Seljan, cuyo rastro se pierde cerca del río Huayabamba (Perú) el 30 de marzo de 1913. A este ingeniero croata le siguió Fawcett en 1925, aunque la estela del inglés llegó hasta los años 30. Albert de Winton y Stefan Rattin, convencidos de hallarlo con vida, desaparecieron mientras lo intentaban en 1930 y 1932 respectivamente.


Los viajeros occidentales no se amilanaron ante tales precedentes y en 1949 el francés Raymond Maufrais se propuso alcanzar solo y a pie las montañas de Tumuc-Humac en la Guayana Francesa, donde la tradición sitúa un reino cubierto de oro. Cinco meses después de su salida se encontró su diario de viaje, que permitió seguirle la pista hasta el último refugio que utilizó. Su cuerpo no fue encontrado. Apenas tres años después, el aviador Paul Redfern sufrió un accidente en la misma zona y se perdió para siempre con su aparato. Lars Hafksjold, antropólogo noruego desaparecido en 1997 en el río Madidi, es, de momento, la última víctima de esta macabra espiral.

A pesar del fracaso de su última expedición y de la irrelevancia científica de sus labores topográficas, Fawcett se ha convertido en un personaje legendario. Sus aventuras han alimentado a lo largo de casi un siglo la imaginación de muchos; entre ellos, artistas, que lo han tomado como referente para su creación en varios campos. El exotismo de las selvas vírgenes, las ciudades perdidas o las reliquias del pasado han contribuido a una singular mitificación de Percy Harrison Fawcett.


La caracterización más popular del explorador inglés la constituye el personaje cinematográfico de Indiana Jones. Aunque existe un debate abierto sobre el auténtico inspirador del popular Dr. Jones, parece claro que la biografía de Fawcett fue uno de los pilares sobre los que George Lucas y Steven Spielberg edificaron al protagonista de la saga, que el próximo verano estrenará la cuarta entrega. Como en el cine, la sombra de Fawcett también está presente en la literatura, donde adquiere el nombre de lord John Roxton, protagonista de El mundo perdido, novela de su amigo sir Arthur Conan Doyle, quien gustaba de inspirarse en la vida real para confeccionar sus obras. El mismo apego por la realidad mostraba Hergé, el creador de Tintín, que retrató a Fawcett en La oreja rota bajo la identidad del explorador Ridgewell.
EL IDOLO MALDITO DE FAWCETT

Juan Jesús Vallejo y Pablo Villarrubia

Revista ENIGMAS

"Tengo en mi poder una estatuilla de aproximadamente diez pulgadas de altura, esculpida en un trozo de basalto negro. Representa una figura con una placa en el pecho, en la que se halla grabado un cierto número de caracteres. En sus tobillos hay también una pequeña placa, con caracteres grabados del mismo tipo. Me la entregó Sir H. Rider Haggard que la adquirió en Brasil. Creo firmemente que procede de una de las ciudades perdidas.

"Existe una propiedad particular en este idolo de piedra que puede ser percibida por todos aquellos que la sujetan entre sus manos. La sensación es como si una descarga eléctrica recorriera nuestro brazo. El calambre es tan fuerte que muchas personas se ven obligadas a soltarla. Cuál es la razón de ésto, lo ignoro.

"Los expertos del Museo Británico nada supieron decirme sobre el origen de este idolo"

Estas son palabras textuales del mítico coronel británico Harrison Percy Fawcett, publicadas en su libro Exploration Fawcett ( 1954 ) a partir de sus diarios, organizados por su hijo Brian.

El escritor H. Rider Haggar - autor de Las Minas del Rey Salomón y Ella- afirmó que la pieza le fue regalada por los indios a su hijo que vivía en una hacienda del Mato Grosso. La estatuilla volvió a aparecer en manos de un anticuario de la ciudad de Corumbá ( Mato Grosso ) y un comprador desconocido se hizo con la pieza

"Se me ocurrió una forma de descubrir el secreto de la imagen de la piedra. Se trataba de echar mano a la psicometría, un método, un método que a mucha gente le podría parecer rídiculo... que se basa en la teoría de que todo material conserva en sí mismo la señal de sus vicisitudes, señal que se hace accesible a una persona cuya sensibilidad sea muy fuerte para captar las vibraciones particulares involucradas en determinado objeto", narraba Fawcett en su diario.

Y entregó el ídolo a un psicometrista - cuyo nombre no menciona - que nada sabía sobre la pieza. Éste le contó al explorador: " Veo un gran continente de forma irregular, que se extiende desde la costa de Africa hasta Sudamérica. Numerosas montañas se extienden sobre su superficie. Allí y allá parece que un volcán está a punto de entrar en erupción. La vegetación es prolifica y de naturaleza tropical y subtropical"
"La población está muy esparcida. Es bien formada de cuerpo... de piel muy oscura, pero no es negra. Sus características más marcadas son los pómulos salientes y los ojos muy brillantes y penetrantes. Yo diría que su moral deja mucho que desear y que su religión se acerca a la demonología. Veo aldeas y ciudades revelando señales de una civilización bastante avanzada y determinados edificios bien ornamentados que imagino serán templos"

También reveló y describió otra escena, la de una gran procesión de sacerdotes, entre ellos el jefe o prior que portaba una placa en el pecho idéntica a la de la estatuilla que sujetaba: " El interior del templo es oscuro. Sólo se ven los altares y una imagen a modo de un gran ojo. Los sacerdotes hacen evocación a este ojo. Todo el rito parece ser ocultista, al que se le agregó un sistema de sacrificios, aunque yo no pueda ver si es de sacrificios humanos o de animales" Allí dentro se hallaban efigies semejantes a la que sujetaba el médium para captar las vibraciones del pasado, como si fuera una registradora de sonidos e imágenes. Los sucesivos sacerdotes iban heredando el ídolo a lo largo del tiempo hasta que llegara a manos de la persona en la que reencarnara el hombre santo reflejado en aquel pedazo de basalto tallado... Es cuando las cosas olvidadas serán esclarecidas a través de su influencia"

El médium visualizó volcanes en plena actividad arrojando lava incandescente, mientras que el mar se levantaba y una amplia región desaparecía bajo las aguas. La mayor parte de los habitantes pereció ahogada o bajo los escombros de los terremotos. El sacerdote que tiene su imagen reflejada en el ídolo logró huir hacia las montañas donde escondió sus pertenencias más preciosas. Algunos habitantes se lanzaron a la mar en embarcaciones y alcanzaron otras tierras.
Y el médium oyó una voz que le dijo: " ! La sentencia que recibió Atlántida será aplicada a todos aquellos que tienen la presunción de endiosar el poder ¡ ". El gran cataclismo que hundió al "continente perdido" en mitad del océano Atlántico pudo ocurrir - según estas revelaciones - " antes de la aparición de Egipto" y que "el ídolo haría mal a los que le guarden en su poder y que no le tengan afinidad. Yo diría que es peligroso escarnecerse de él..." Pero Fawcett creái que la traducción de las inscripciones del ídolo la conseguiría junto a los indios del Mato Grosso, lugar de su procedencia, en la misteriosa "ciudad Z"

En la década de 1970 un estudioso de lenguas muertas, Aldo Ottolenghi, que entonces vivía en Buenos Aires, Argentina, intentó descifrar la escritura del ídolo. Fallecido hace pocos años, Ottolenghi dejó una curiosa obra titulada Civilizaciones americanas prehistóricas. El estudioso se armó de paciencia y empezó a comparar, letra por letra, cerca de 200 alfabetos antiguos. Llegó a la conclusión que el personaje representado en la piedra de basalto debía ser ..." un dios o un hombre que ofrece a la humanidad una escritura fonética...", perteneciente a alguna antigua civilización mediterránea o del Oriente Próximo y que podía ser una de las más antiguas de la humanidad. " La estatuilla por lo tanto parece indicar la solemne conmemoración de la aparición de un nuevo tipo de escritura fonética..."
Y ¿quién podría ser el personaje tocado con un birrete de la estatuilla? Según el estudioso un hombre vestido como los sumos sacerdotes hebreos del 1250 a.C, especialmente de la tribú de Levi, que huyeron de Egipto por esas fechas y que emigraron al norte de Italia donde se encuentra una escritura semejante en Val Camónica.

"Después de varios meses de trabajo, llegué a descubrir que todos los caracteres de la escritura, que el ídolo lleva sobre los pies, podían clasificarse como pertenecientes a las escrituras consonánticas pertenecientes en época histórica a la escritura líbica y las sudarábigas antiguas conocidas como safaiticas y sabeena... la que se empleó en el reino de Saba, del cual procedía la famosa reina que viajó hasta Palestina para conocer al rey Salomón...", decía el sabio en su obra.
La escritura libica, emparentada con la beréber, se extendía desde Arabia hasta la antigua Libia - que hoy también abarca Argelia, Túnez y otros países del Sahar-. Según Ottolenghi, por primera vez se encontraban en una misma pieza - en este caso el ídolo de Fawcett - la escritura libica y safaiticas juntas", ... una prueba más en favor de los especialistas que dicen que la civilización egipcia es una civilización no autóctona, importada por unos invasores de orígen desconocido, que podrían haber cortado en dos partes una civilización más antigua, fusionándose parcialmente con ella"

Al mismo tiempo, la escritura libica y las sudarábigas estaban emparentadas con la hebreo-aramea-fenicia y Ottolenghi decidió llamar a la nueva escritura que encontró en la estatua "rabínica arcaica", aunque no se hubiera formado en Israel.

¿Podría ser una falsificación el ídolo de Fawcett? El mismo Ottolenghi se encargó de responder a esta duda de la siguiente manera: "Tendría que haber sido falsificada por un estudioso genialmente diabólico, que hubiera construído todas las letras de una escritura consonántica de su invención, que tuviera elementos que volveremos a encontrar en una serie de escrituras arcaicas, algunas de las cuales no habían sido todavía descubiertas - en la época de Fawcett
La escritura libica no está unicamente emparentada de manera directa con este misterio. Son muchos los arqueólogos y eruditos que cada día investigan más este tipo de vestigios convencidos de que tras estas letras - el líbico -, puede hallarse la clave para comprender el orígen de las civilizaciones antiguas. Este es el caso de Antonio Arnáiz y Jorge Alonso, que defienden en su obra Egipcios, bereberes, guanches y vascos, de la Editorial Estudios Complutenses, tal posibilidad. Según esta teoría los primitivos habitantes del Sahara, que vivieron en aquellas tierras hace miles de años cuando el desierto era un vergel, serían la semilla que más tarde fundó, entre otras, las culturas egipcia y etrusca, poniendo las bases sobre las que se desarrollarían el resto de pueblos mediterráneos, incluída por supuesto la civilización ibera. Pero esta hipótesis viene de más atrás, cuando el investigador Alexandre Eleazar en su obra Los Bere, publicada en 1985, apuntaba ya dicha posibilidad basada incluso en gran cantidad de traducciones de textos antiguos. Y es que las similitudes entre algunos de los alfabetos que aparecen en Argelia y Libia con los que más tarde surgen en Italia y España es muy clara. De ser todo cierto, el caso que ahora nos ocupa, el de la misteriosa figurilla del coronel Fawcett, sería clave no sólo para poder encontrar la ciudad perdida a la que hacen referencia los aborígenes de la cuenca del Amazonas, sino también para hallar parte de los restos de la cultura madre de la humanidad
El investigador y lingüista italiano Gabriel D'Annunzio Baraldi dió un paso importante para descifrar la escritura del ídolo de Fawcett. La traducción fue enviada a la redacción de la revista española Enigmas basada en un método que él mismo desarrolló a partir de un estudio comparativo de la escritura de los hititas - antiguos habitantes de las llanuras de Anatolia, Mesopotamia- y la fonética del idioma de los indígenas tupi-guaraníes de Brasil.

El trabajo de Baraldi confirmaría que el ídolo de Fawcett podría realmente proceder del continente sudamericano y que estaba relacionado con un grupo superviviente o descendiente de los habitantes del continente desaparecido de Atlántida. Tras largos años de estudios lingüisticos, Baraldi encontró símbolos que se refieren al "Imperio de la Constelación del Navío".

"La escritura, en rasgos generales nos habla de una catástrofe que ocurrió de forma inesperada, una erupción volcánica" le expresó a Pablo Villarrubia, el lingüista en su despacho de Sao Paulo, Brasil, donde actualmente reside.

La violenta erupción, además de destrucción, generó una gigantesca nube negra que impidió la entrada de los rayos de sol produciendo una larga y temerosa noche artificial. El hambre y la sed hicieron presa de las víctimas que esperaban la ayuda de "Los Señores del Imperio de la Constelación de la Cruz del Sur" y que rezaban al "Padre Blanco" - el sol - para devolverles la luz. La traducción de Baraldi parece coincidir, en parte, con los datos aportados por el medium-psicometrista que el coronel Fawcett consultó en Londres.
 
   
 
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