6embargo rara vez traen lluvia. Sobre ese fondo se proyectan rojos y verdespolvorientos, malva pastel y un carmesí profundo y diluido. En verano la humedaddel mar da una leve pátina al aire. Todo parece cubierto por un manto de goma.Y luego, en otoño, el aire seco y vibrante, cargado de áspera electricidad estática,que inflama el cuerpo bajo la ropa liviana. La carne despierta, siente los barrotesde su prisión. De noche una prostituta borracha camina por una calle oscura,sembrando los fragmentos de una canción como si fueran pétalos. ¿Fue allí dondeescuchó Antonio los acordes arrobadores de esa música sublime que lo impulsó aentregarse para siempre a la ciudad que amaba?Los cuerpos hoscos de los jóvenes inician la caza de una desnudez cómplice, y enesos pequeños cafés a los que solía ir Balthazar con el viejo poeta de la ciudad(
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), los muchachos, nerviosos, juegan al chaquete bajo las lámparas de petróleo y,perturbados por el viento seco del desierto -tan poco romántico, tan sospechoso-,se agitan y se vuelven para mirar a los recién llegados. Les cuesta respirar y encada beso del verano reconocen el gusto de la cal viva...He venido a reconstruir piedra por piedra esa ciudad en mi mente, esas provinciasmelancólicas que el viejo (
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) veía llenas de las "ruinas sombrías" de su vida.Estrépito de los tranvías estremeciéndose en sus venas metálicas mientrasatraviesan la meidan color de iodo de Mazarita. Oro, fósforo, magnesio, papel. Allínos encontrábamos a menudo. En verano había un tenderete abigarrado donde aella le gustaba saborear tajadas de sandía y sorbetes de colores brillantes.Naturalmente, llegaba siempre un poco tarde, de vuelta quizá de una cita en unahabitación oscura en la que yo trataba de no pensar, tan frescos, tan jóvenes eranlos pétalos abiertos de la boca que caía sobre la mía para saciar la sed del verano.Quizás el hombre a quien acababa de abandonar rondaba aún en su memoria,quizá persistía aún en ella el polen de sus besos. Pero eso importaba muy pocoahora que sentía el leve peso de su cuerpo apoyando su brazo en el mío,sonriendo con la sinceridad generosa de los que han renunciado a todo secreto.Era bueno estar allí desmañados, un poco tímidos, respirando agitadamenteporque sabíamos lo que cada uno esperaba del otro. Los mensajes se transmitíanprescindiendo de la conciencia, por la pulpa de los labios, por los ojos, por lossorbetes, por el tenderete abigarrado. Permanecer allí alegremente, tomados delos meñiques, bebiendo la tarde profundamente olorosa a alcanfor, como sifuéramos parte de la ciudad...Esta noche estuve revisando mis papeles. Algunos han ido a parar a la cocina, laniña ha roto otros. Me gusta esta especie de censura porque tiene la indiferenciadel mundo natural por las construcciones del arte, indiferencia que empiezo acompartir. Después de todo, ¿de qué le sirve a Melissa una hermosa metáforaahora que yace como una momia anónima en la tibia arena del estuario negro?
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"El poeta de la ciudad", C. P. Cavafis.
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"El viejo", C. P. Cavafis.
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