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 4A Eva,estas memorias de su ciudad natal.
NOTALos personajes de esta novela, la primera de una serie, así como el narrador, son ficticios y nadatienen que ver con ninguna persona viviente. Sólo la ciudad es real.Como la literatura moderna no nos ofrece Unidades me he vuelto hacia la ciencia para realizar unanovela como un navío de cuatro puentes cuya forma se basa en el principio de la relatividad. Treslados de espacio y uno de tiempo constituyen la receta para cocinar un continuo. Las cuatronovelas siguen este esquema. Sin embargo, las tres primeras partes se despliegan en el espacio(de ahí que las considere hermanas, no sucesoras una de otra) y no constituyen una serie. Seinterponen, se entretejen en una relación puramente espacial. El tiempo está en suspenso. Sólo laúltima parte representa el tiempo y es una verdadera sucesora.La relación sujeto-objeto es tan importante para la relatividad que he debido emplear los dos tonos:el subjetivo y el objetivo. La tercera parte, Mountolive, es una novela estrictamente naturalista en lacual el narrador de Justine y Balthazar se convierte en objeto, es decir, en personaje. Este método.no debe nada ni a Proust ni a Joyce, pues a mi entender sus métodos, ilustran la noción de"duración" de Bergson, no la relación "espacio-tiempo".El tema central del libro es una investigación del amor moderno. Estas consideraciones puedenparecer un poco presuntuosas e incluso grandilocuentes. Pero valga la pena tratar de descubriruna forma, adecuada a nuestro tiempo, que merezca el epíteto de "clásica". Aunque el resultadosea "ciencia-ficción" en la verdadera acepción del término.L. D.
Empiezo a creer que todo acto sexual es un proceso en el que participan cuatropersonas. Tenemos que discutir en detalle este problema.S. FREUD:Cartas.Hay dos soluciones posibles: el crimen que nos hace felices, o la cuerda que nosimpide ser desdichados. Respóndame, querida Thérése, ¿se puede dudar un soloinstante? ¿Y qué argumento podría aducir su pobre inteligencia en contra deaquél?D. A. F. DE SADE:Justine.
 
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PRIMERA PARTE
Otra vez hay mar gruesa, y el viento sopla en ráfagas excitantes: en pleno inviernose sienten ya los anticipos de la primavera. Un cielo nacarado, caliente y límpidohasta mediodía, grillos en los rincones umbrosos, y ahora el viento penetrando enlos grandes plátanos, escudriñándolos...Me he refugiado en esta isla con algunos libros y la niña, la hija de Melissa. No sépor qué empleo la palabra "refugiado". Los isleños dicen bromeando que sólo unenfermo puede elegir este lugar perdido para restablecerse. Bueno, digamos, si seprefiere, que he venido aquí para curarme... De noche, cuando el viento brama yla niña duerme apaciblemente en su camita de madera junto a la chimenearesonante, enciendo una lámpara y doy vueltas en la habitación pensando en misamigos, en Justine y Nessim, en Melissa y Balthazar. Retrocedo paso a paso en elcamino del recuerdo para llegar a la ciudad donde vivimos todos un lapso tanbreve, la ciudad que se sirvió de nosotros como si fuéramos su flora, que nosenvolvió en conflictos que eran suyos y creíamos equivocadamente nuestros, laamada Alejandría.¡He tenido que venir tan lejos para comprenderlo todo! En este desoladopromontorio que Arcturo arranca noche a noche de las tinieblas, lejos del polvocalcinado de aquellas tardes de verano, veo al fin que ninguno de nosotros puedeser juzgado por lo que ocurrió entonces. La ciudad es la que debe ser juzgada,aunque seamos sus hijos quienes paguemos el precio.En esencia, ¿qué es esa ciudad, la nuestra? ¿Qué resume la palabra Alejandría?Evoco en seguida innumerables calles donde se arremolina el polvo. Hoy es de lasmoscas y los mendigos, y entre ambas especies de todos aquellos que llevan unaexistencia vicaria.Cinco razas, cinco lenguas, una docena de religiones; el reflejo de cinco flotas enel agua grasienta, más allá de la escollera. Pero hay más de cinco sexos y sólo elgriego del pueblo parece capaz de distinguirlos. La mercadería sexual al alcancede la mano es desconcertante por su variedad y profusión. Es imposible confundira Alejandría con un lugar placentero. Los amantes simbólicos del mundo helénicoson sustituidos por algo distinto, algo sutilmente andrógino, vuelto sobre sí mismo.Oriente no puede disfrutar de la dulce anarquía del cuerpo, porque ha ido más alládel cuerpo. Nessim dijo una vez, recuerdo -y creo que lo había leído en algunaparte- que Alejandría es el más grande lagar del amor; escapan de él losenfermos, los solitarios, los profetas, es decir, todos los que han sidoprofundamente heridos en su sexo.Notas para un paisaje... Largas modulaciones de color. Luz que se filtra a travésde la esencia de los limones. Polvo de ladrillo suspendido en el aire fragante, y elolor del pa vimento caliente recién regado. Nubes livianas, al ras del suelo, que sin
 
 6embargo rara vez traen lluvia. Sobre ese fondo se proyectan rojos y verdespolvorientos, malva pastel y un carmesí profundo y diluido. En verano la humedaddel mar da una leve pátina al aire. Todo parece cubierto por un manto de goma.Y luego, en otoño, el aire seco y vibrante, cargado de áspera electricidad estática,que inflama el cuerpo bajo la ropa liviana. La carne despierta, siente los barrotesde su prisión. De noche una prostituta borracha camina por una calle oscura,sembrando los fragmentos de una canción como si fueran pétalos. ¿Fue allí dondeescuchó Antonio los acordes arrobadores de esa música sublime que lo impulsó aentregarse para siempre a la ciudad que amaba?Los cuerpos hoscos de los jóvenes inician la caza de una desnudez cómplice, y enesos pequeños cafés a los que solía ir Balthazar con el viejo poeta de la ciudad(
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), los muchachos, nerviosos, juegan al chaquete bajo las lámparas de petróleo y,perturbados por el viento seco del desierto -tan poco romántico, tan sospechoso-,se agitan y se vuelven para mirar a los recién llegados. Les cuesta respirar y encada beso del verano reconocen el gusto de la cal viva...He venido a reconstruir piedra por piedra esa ciudad en mi mente, esas provinciasmelancólicas que el viejo (
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) veía llenas de las "ruinas sombrías" de su vida.Estrépito de los tranvías estremeciéndose en sus venas metálicas mientrasatraviesan la meidan color de iodo de Mazarita. Oro, fósforo, magnesio, papel. Allínos encontrábamos a menudo. En verano había un tenderete abigarrado donde aella le gustaba saborear tajadas de sandía y sorbetes de colores brillantes.Naturalmente, llegaba siempre un poco tarde, de vuelta quizá de una cita en unahabitación oscura en la que yo trataba de no pensar, tan frescos, tan jóvenes eranlos pétalos abiertos de la boca que caía sobre la mía para saciar la sed del verano.Quizás el hombre a quien acababa de abandonar rondaba aún en su memoria,quizá persistía aún en ella el polen de sus besos. Pero eso importaba muy pocoahora que sentía el leve peso de su cuerpo apoyando su brazo en el mío,sonriendo con la sinceridad generosa de los que han renunciado a todo secreto.Era bueno estar allí desmañados, un poco tímidos, respirando agitadamenteporque sabíamos lo que cada uno esperaba del otro. Los mensajes se transmitíanprescindiendo de la conciencia, por la pulpa de los labios, por los ojos, por lossorbetes, por el tenderete abigarrado. Permanecer allí alegremente, tomados delos meñiques, bebiendo la tarde profundamente olorosa a alcanfor, como sifuéramos parte de la ciudad...Esta noche estuve revisando mis papeles. Algunos han ido a parar a la cocina, laniña ha roto otros. Me gusta esta especie de censura porque tiene la indiferenciadel mundo natural por las construcciones del arte, indiferencia que empiezo acompartir. Después de todo, ¿de qué le sirve a Melissa una hermosa metáforaahora que yace como una momia anónima en la tibia arena del estuario negro?
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"El poeta de la ciudad", C. P. Cavafis.
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"El viejo", C. P. Cavafis.
 
 7Pero estos papeles que guardo con cuidado son los tres volúmenes del diario deJustine, y las páginas que registran la locura de Nessim. Nessim me entregó todoa mi partida, diciendo:Tome esto y léalo. Aquí se habla mucho de nosotros. Le ayudará a conservar laimagen de Justine sin echarse atrás, como he tenido que hacerlo yo.Esto ocurría en el Palacio de Verano, después de la muerte de Melissa, cuandoNessim creía aún que Justine volvería a su lado. Muchas veces pienso, y nuncasin cierto terror, en el amor de Nessim por Justine. ¿Puede concebirse algo másamplio, más sólidamente fundado en sí mismo? Daba a su desdicha un aura deéxtasis, era como esas heridas deliciosas que esperamos encontrar en los santosantes que en los simples enamorados. Sin embargo, un poco de sentido del humorle hubiera evitado un sufrimiento tan espantosamente vasto. Pero es fácil criticar,lo sé. Lo sé.En la gran calma de estas tardes de invierno hay un reloj: el mar. Su palpitaciónconfusa que se prolonga en la mente es la fuga sobre la cual se compone esterelato. Vacías cadencias de las olas que lamen sus propias heridas, hoscas en lasbocas del delta, bullentes en las playas desiertas, vacías, eternamente vacías bajoel vuelo de las gaviotas: garabatos blancos sobre el gris, masticados por lasnubes. Si una vela se acerca hasta aquí, muere antes de que la tierra la cubra consu sombra. ¡Despojos barridos hasta los frontones de las islas, último vestigiocarcomido por la intemperie, plantado en la vejiga azul del agua... desaparecido!Aparte de la vieja campesina arrugada que todos los días viene en su mula desdela aldea para limpiar la casa, la niña y yo estamos absolutamente solos. La niñalleva una vida feliz y activa en un ambiente extraño. Todavía no le he dadonombre. Naturalmente, se llamará Justine; ¿de qué otra manera podía ser?Por lo que a mí respecta, no soy ni feliz ni desdichado; vivo en suspenso como uncabello o una pluma en la amalgama nebulosa de mis recuerdos. He hablado de lainutilidad del arte, pero no he dicho la verdad sobre el consuelo que' procura. Elsolaz que me da este trabajo de la cabeza y del corazón, reside en que sólo aquí,en el silencio del pintor o del escritor, puede recrearse la realidad, ordenarsenuevamente, mostrar su sentido profundo. Nuestros actos cotidianos son enrealidad la arpillera que oculta la tela laminada de oro, el significado del diseño.Por medio del arte logramos una feliz transacción con todo lo que nos hiere ovence en la vida cotidiana, no para escapar al destino, como trata de hacerlo elhombre ordinario, sino para cumplirlo en todas sus posibilidades: las imaginarias.Si no, ¿por qué habríamos de herirnos unos a otros? No, la paz que busco y quequizá me sea concedida, no la encontraré jamás en los ojos de Melissa, brillantesde cariño, ni en las sombrías pupilas de Justine. Ahora cada uno de nosotros hatomado un camino distinto, pero en esta primera gran ruptura de mi madurezsiento que su recuerdo dilata prodigiosamente los límites de mi arte y de mi vida.Por el pensamiento los alcanzo de nuevo, como si sólo aquí, en esta mesa demadera, frente al mar, a la sombra de un olivo, sólo aquí pudiera enriquecerlos
 
 8como lo merecen. Así, en el sabor de estas páginas habrá algo de sus modelosvivientes -su aliento, su piel, sus voces- que irá entretejido en la trama flexible dela memoria de los hombres. Quiero que vivan otra vez hasta alcanzar el punto enque el dolor se transmuta en arte... Quizá sea una tentativa inútil, no sé. Pero debointentarlo.Hoy la niña y yo hemos terminado de construir la chimenea de la casa;conversamos tranquilamente mientras trabajamos. Le hablo como me hablaría amí mismo si estuviera solo; ella me contesta en un lenguaje heroico, de su inven-ción. Siguiendo la costumbre de esta isla, enterramos bajo la piedra del hogar losanillos que Cohen había comprado para Melissa. Traerán suerte a todos los quevivan en esta casa.En la época en que conocí a Justine yo era casi un hombre feliz. Una puerta sehabía abierto de pronto por obra de mi intimidad con Melissa, intimidad másmaravillosa aún por ser inesperada y absolutamente inmerecida. Como todos losegoístas, no puedo vivir solo; la verdad es que mi último año de celibato me habíaresultado insoportable, y mi ineficacia para la vida doméstica, mi inutilidad enmateria de ropa, comida y dinero me abrumaban. Además estaba harto de lashabitaciones invadidas de cucarachas donde vivía entonces, con la única ayudade Hamid, el tuerto, mi criado berberisco.Melissa no había destruido mis miserables defensas con ninguna de esascualidades que pueden señalarse en una amante: encanto, belleza excepcional,inteligencia; nada de eso, sino por obra de lo que sólo puedo llamar su caridad, enel sentido griego de la palabra. Recuerdo que solía verla pasar, pálida, más biendelgada, con un raído abrigo de piel de foca, llevando de la traílla a su perrito porlas calles invernales. Sus manos de tísica, de venas azules, etc. El arco de lascejas artificialmente acentuado para destacar los hermosos ojos cándidos, osados.Durante muchos meses la vi diariamente, pero su belleza taciturna y decadente nohallaba respuesta en mí. Todos los días me cruzaba con ella al ir al café Al Aktardonde Balthazar me esperaba con su sombrero negro para "instruirme". Nuncapensé que llegaría a ser su amante.Sabía que había sido modelo en el Atelier -profesión poco envidiable- y que ahoraera bailarina; más aún, sabía que era la querida de un peletero de cierta edad, uncomer ciante gordo y vulgar. Anoto simplemente estas cosas pararegistrar una parte de mi vida que el mar se ha tragado. ¡Melissa! ¡Melissa!Pienso en la época en que el mundo conocido apenas existía para nosotroscuatro; los días eran simplemente espacios entre sueños, espacios entre capasmóviles de tiempo, de actividades, de charla intrascendente... Un flujo y reflujo deasuntos insignificantes, un husmear cosas muertas, fuera de todo ambiente real,que no nos llevaba a ninguna parte, que no nos exigía nada salvo lo imposible: sernosotros mismos. Justine decía que habíamos quedado atrapados en laproyección de una voluntad demasiado poderosa y deliberada para ser humana, el
 
 9campo de atracción que Alejandría presentaba hacia los que había elegido paraser sus símbolos vivientes...Las seis. Ruido de pasos, figura vestida de blanco en los accesos a la estación.Las tiendas se llenan y vacían como pulmones en la Rue des Soeurs. Los rayospálidos, alargados del sol de la tarde manchan las largas curvas de la Explanada,y arcos de deslumbradas palomas, como papeles dispersos, se encaraman a losminaretes para recibir en sus alas los últimos resplandores del poniente. Tintineode la plata en los mostradores de los cambistas. La verja de hierro que rodea elBanco está todavía demasiado caliente para tocarla. Rodar de los carruajes quellevan a los funcionarios, con sus tiestos rojos en la cabeza, a los cafés de lacosta. Esta es la hora más difícil de soportar, cuando desde el balcón la veo pasarhacia el centro de la ciudad, con un paso lento de sandalias blancas, todavíamedio dormida. La ciudad despierta como una tortuga vieja y echa un vistazo a sualrededor. Por un momento abandona los guiñapos desgarrados de su carne,mientras desde una callejuela escondida, junto al matadero, dominando losmugidos y balidos del ganado, llega entrecortada la melodía nasal de una canciónde amor de Damasco; cuartos de tono sobreagudos, pulverizados.Ahora hombres cansados abren los postigos de sus balcones y avanzanofuscados en la luz pálida y caliente; flores descoloridas de las tardes de angustia,agitadas en sucios camastros bajo la venda de los sueños. Yo he llegado a seruno de esos pobres empleados de la conciencia, un ciudadano de Alejandría. Ellapasa bajo mi ventana, sonriendo a alguna satisfacción íntima, apantallándosesuavemente las mejillas con el pequeño abanico de caña. Una sonrisa queprobablemente no volveré a ver, pues cuando está en compañía se limita a reír,mostrando sus magníficos dientes blancos. Pero esa sonrisa triste y furtiva tieneuna calidad que no se hubiera sospechado en ella, cierta capacidad de travesura.Hubiera podido pensarse que era más trágica por naturaleza y que le faltaba elsentido corriente del humor. Pero el recuerdo obstinado de esa sonrisa me hacedudar ahora.Yo la había visto así muchas veces y la conocía perfectamente mucho antes deque nos habláramos: nuestra ciudad no permite el anonimato a los que tienen másde doscientas libras de renta anuales. La veo sentada a la orilla del mar, sola,leyendo un periódico y comiendo una manzana; o en el vestíbulo del Cecil Hotel,entre las palmeras polvorientas, ceñida en un vestido de lentejuelas plateadas, elmagnífico abrigo de piel echado sobre la espalda como los campesinos llevan lacapa, su largo índice enganchado en la cadenilla. Nessim se ha detenido a lapuerta del salón de baile inundado de luz y de música. No la ha visto. Bajo laspalmeras, en un nicho profundo, una pareja de viejos juega al ajedrez. Justíne seha detenido a mirarlos. No entiende nada del juego, pero el aura de calma yconcentración del lugar la fascina. Se queda allí largo rato, entre los jugadoressordos y el mundo de la música, como si no supiera a cuál de los dos lanzarse.Por fin Nessim se acerca suavemente, la toma del brazo y permanecen juntos uninstante, ella mirando a los jugadores, él mirándola. Por último Justine se aparta
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