RESPUESTA.
¡Ufff! ¡Barriles! Tabernas enteras, bodegas enteras, grandes bares,
pequeños bares, restaurantes, burdeles, hoteles... He bebido sin parar.
P. Y sigue bebiendo.
R. ¡Claro! Mi cuerpo lo soporta hasta ahora. Y a mi edad no tengo nada que perder. Nada que perder, oye.
Chukri
nació en una aldea del Rif en 1935, en la época del Protectorado
español en el norte de Marruecos, y desde su juventud vive en Tánger. A
sus 67 años es un tipo de cabello leonino y canoso, amplia frente
cruzada por una cicatriz, bigote de puntas caídas bajo una nariz de
halcón y ojos chicos y tan vivos e inteligentes como tristes. También es
una leyenda viviente de la literatura magrebí y árabe. En 1972 escribió
El pan desnudo, el furibundo y doloroso relato de su infancia y
adolescencia en el rebelde y miserable Rif ocupado por los españoles y
en el Tánger cosmopolita de la época internacional. Fue el retrato de un
lugar y un tiempo desde el lado de los que limpiaban botas, vendían
cigarrillos de contrabando, trapicheaban con quif, cometían pequeños
hurtos o se prostituían con los extranjeros. Luego, en Tiempo de
errores, Chukri contó su extraordinario esfuerzo para convertirse en
escritor desde su condición de pícaro analfabeto. Ahora cuenta un puñado
de historias tangerinas, autobiográficas una vez más y de las que te
golpean al hígado, en Rostros, amores, maldiciones, recién publicado en
España.
P. Rostros
arranca con los personajes del bar Granada, unas prostitutas llamadas
Lala Chafika, Malika, Fati... Usted ha ido mucho de putas, ¿verdad?
R.
¡Mucho! Antes yo podía follar dos o tres veces al día con mujeres
distintas y luego hasta me masturbaba antes de dormirme. Cuando tenía 19
años, hubo un día en que eché nueve polvos. Claro, ahora sólo una o dos
veces al mes, ya no estoy tan en forma. Pero las putas de antes eran
más cariñosas y tenían cultura, al menos tenían cultura oral. Sabían
contar historias, ¿entiendes? Como Fati, Fátima, marroquí pura, de
Larache, que todavía vive en Dinamarca. Y las de antes tenían tiempo.
Las de ahora ponen el reloj y ni disimulan: 'Son quince minutos'.
P. ¿Hay algún gran amor frustrado en su vida?
R.
He tenido algunos amoríos. Pero yo me he casado con mis lecturas, mis
escritos y mis amigos. Y si me casara algún día con una mujer, no
querría tener un hijo. Temo comportarme como mi padre se comportó
conmigo, ¿entiendes? Siempre he vivido con ese complejo.
El
padre de Chukri era un desertor del Ejército colonial español que ataba
al niño Chukri a un árbol y le azotaba con un cinturón de cuero, y que
un día, en un arrebato de cólera, estranguló hasta causarle la muerte al
hermano de Chukri. Chukri contó esa historia, y el odio al padre que
enraizó en su alma, en El pan desnudo. Y lo hizo del mismo modo directo y
descarnado con el que ahora habla en Rostros de las prostitutas del
Granada o de Alal, el hijo que le hace una felación a su anciano padre
para evitar que se case de nuevo y tener que compartir su herencia. Así
que sus temas y su estilo le han convertido en un escritor maldito, en
un escritor que ha sido comparado al norteamericano Bukowski y al cubano
Pedro Juan Gutiérrez. Pero la condición de maldito es aún más explosiva
en el mundo árabe y musulmán. En 1989, Chukri fue condenado a muerte
por el régimen de Jomeini y en los noventa sus obras fueron prohibidas
en Egipto por la presión de los ulemas.
P. Cuando salió la traducción al castellano de El pan desnudo,
Juan Goytisolo escribió que usted había escrito la primera
autobiografía árabe honesta, sincera, verdadera. En el mundo árabe es
rarísimo el que uno proclame públicamente sus debilidades y sus vicios.
¿De dónde le viene la fuerza?
R.
Las autobiografías árabes, que se cuentan con los dedos de una mano,
están escritas con pocas confesiones. Yo, para escribir mi trilogía
autobiográfica, me he servido más bien de ejemplos occidentales, como
san Agustín y sus Confesiones, Jean-Jacques Rousseau, Somerset Maugham,
Colin Wilson, Les mots de Sartre, Juan Goytisolo y Coto vedado... Estas
lecturas me han dado coraje para expresarme. Sabemos muy bien que la
literatura árabe clásica era más libre que la de ahora. Ahora abundan
los tabúes. Pero en la época preislámica y al principio del islam había
una literatura, como Las mil y una noches o El jardín perfumado, que
tenía más libertad de expresarse. Hubo una decadencia en la cultura
árabe, sobre todo cuando los árabes salieron de España, hace cinco
siglos. Se perdió la libertad de expresarse y reinaron el fanatismo y la
religión. Y la religión lo ha matado todo, ¿entiendes? Los tabúes matan
la libertad, la creación.
P. El fanatismo también quiere matarles a Salman Rushdie, Naguib Mahfuz y usted.
R.
Sí, vamos para abajo, no para arriba. Pero esto no me para, no es el
muro de Berlín, ni es la Muralla de China. Esto no me impide seguir
escribiendo lo que escribo. Si a mí me ataca un loco por la calle y me
da una puñalada y muero, me importa un pepino. Porque tú te vas pero la
idea queda. Yo no busco el martirio, pero si me toca la mala suerte,
pues que toque. No tengo miedo de seguir escribiendo tal como escribí el
primer libro. Yo también llevo conmigo un cuchillo. De gran tamaño. No
quiero irme solo al cementerio. Que vayan conmigo uno o dos, oye. Puedo
llevarme por delante uno o dos de esos locos. No me voy solo.
P.
Cuando le he contado a algunos amigos de la burguesía tangerina que
venía a la ciudad para entrevistarle, me han dicho: '!Oh, no, Chukri da
tan mala imagen de Tánger!'.
R.
Claro, los compatriotas son a veces... Bueno, yo te voy a hacer otra
pregunta: esta gente que te dice que Chukri da una mala imagen de
Tánger, ¿quiénes son esta gente? Son gilipollas, gilipollas sociales.
Que te invitan a un tayín, un cuscús o una harira en sus casas y no han
leído ni media docena de libros. Yo he leído cuatro mil libros y puedes
creer en mí más que en ellos. A ti te invitan a un tayín y a pasarlo
bien y a fumar unos pitillos de quif o de hash, pero, oye, no te van a
convencer con esto, ¿no? Lo que te convence más es la palabra. Al
principio existió la palabra. Éstos son cagones, no han realizado nada
en sus vidas.
P.
Vale, Chukri. Hablemos, pues, de Tánger. Hubo tres grandes ciudades
cosmopolitas en el Mediterráneo árabe: Alejandría, Beirut y Tánger. A
Alejandría se la han cargado el nacionalismo y el islamismo, pero con
Beirut y Tánger aún no han podido, aunque las han dejado pachuchas.
Tánger sigue siendo diferente, libre y canalla. ¿Tú cómo definirías
Tánger?
R. Hombre, Tánger es una ciudad mítica. Y el mito no se explica. Si lo explicas cesa de ser un mito. Tiene sus secretos.
La
conversación se desarrolla en el tangerino hotel Ritz, que no tiene
nada que ver con los lujosos Ritz de París y Madrid. Allí tiene su
oficina Chukri, allí recibe por las mañanas. Y mientras el escritor y el
periodista almuerzan y charlan, la botella de Médaillon mengua a
marchas forzadas. La charla es en castellano, lengua que Chukri, como
tantos tangerinos, habla con fluidez y gracia.
P. Chukri, a usted se le nota que le gusta mucho España.
R.
¡Hombre, hombre! Yo he tenido aquí grandes amigos españoles, a partir
de los gitanos y los andaluces, que eran como nosotros, marginados. Y
también he tenido maestros, profesores y escritores españoles que han
sido y son mis amigos. Pero nunca he tenido un amigo francés.
Francamente. Y con los ingleses y norteamericanos era otra cosa. Era
para follarles y para follarme. No físicamente, espiritualmente.
P. ¿Lee a escritores españoles?
R.
¡Claro! Y también he traducido poetas españoles. He traducido poemas de
Bécquer, los Machado, Vicente Aleixandre, Gabriel Celaya, Lorca,
Labordeta, Susana March... Los he traducido al árabe.
P. ¿Y cuál es su escritor español favorito?
R.
Ahora me da la impresión de que América Latina ha superado a España.
Con Juan Rulfo, Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa... Esos nombres
no tienen equivalentes en la actual narrativa española. Pero admiro a
Juan Goytisolo y Torrente Ballester. Y de los clásicos, soy un gran
admirador de Cervantes.
P. ¿Los lee en español?
R. ¡En español! ¿En qué voy a leerlos?
Con
la botella de tinto vacía y los estómagos apaciguados, Chukri y el
periodista se van a la casa del escritor, un ático en un inmueble
próximo al Ritz. Chukri sube los cinco pisos a pie -no hay ascensor- y
sin dejar de fumar. La casa es un rastrillo de ropas, vajillas, aparatos
electrónicos anticuados, libros, folletos y fotos de Chukri con
escritores: Paul Bowles, Alberto Moravia, Jean Genet, Goytisolo, Tahar
Ben Jelloun... Hay también un retrato bien visible del líder rifeño
Abdelkrim. Chukri enseña a su invitado sus propios libros, incluidas las
48 traducciones a otras tantas lenguas de El pan desnudo, y su
colección de muñecas inválidas -así las llama él-; muñecas a las que les
faltan ojos, brazos, piernas, cabezas.
El
periodista le ha traído a Chukri dos botellas de vino Málaga, una de
parte del arabista Bernabé López García, que vivió muchos años en
Tánger, y otra como regalo propio. Chukri abre una, sirve dos vasos
generosos y pone en el vídeo una casete. Es una emisión de Apostrophes,
el programa televisivo de Bernard Pivot, de hace 20 años y aún en blanco
y negro. Chukri estaba invitado -'fue mi primera salida de Marruecos'- a
hablar del odio al padre con motivo de la aparición en Francia de El
pan desnudo. 'Ahora', dice, 'comprendo mejor a mi padre. Su violencia
venía de la violencia y la miseria en la que vivía Marruecos bajo el
colonialismo. Cuando me escapé de casa, yo vivía en los cementerios para
no ser violado por los mayores'.
P.
Pero la cosa no ha mejorado tanto tras más de cuarenta años de
independencia. Las ciudades marroquíes están llenas de niños,
adolescentes y jóvenes que viven en chabolas, se ofrecen como guías,
venden chocolate, se prostituyen o hacen de alcahuetes, sueñan con emigrar a Europa en patera.
R.
Ahora es casi peor, oye. Y yo sigo hablando de eso. Estoy considerado
un escritor pornográfico en el mundo árabe porque hablo de la
sexualidad. Pero intento dar algunos valores en mis libros. P. ¿Qué valores?
R.
Yo estoy comprometido socialmente. Me inclino a defender a las clases
marginadas, olvidadas y aplastadas. No soy Espartaco, pero creo que
todas las personas tienen una dignidad que tiene que ser respetada.
Aunque no hayan tenido oportunidades en la vida.
P.
En el Tánger de los años cuarenta, cincuenta y sesenta vivieron o
recalaron personajes como Paul y Jane Bowles, Truman Capote, Cecil
Beaton, Tennessee Williams, Gore Vidal, William Burroughs, Allen
Ginsberg, Jean Genet, Alberto Moravia, Jack Kerouac... Era la época del
Tánger bohemio, del Tánger jet-set, del Tánger beatnik, del Tánger de los globe-trotters.
Y, sin embargo, usted dijo una vez que esos extranjeros venían a Tánger
'como quien va a ver saltar a un mono de árbol en árbol'. ¿También
piensa eso de sus amigos Genet y Bowles?
R.
No lo pienso de Genet, que era auténtico, pero sí de Bowles. Él vino
aquí en busca de un Marruecos naif. Le hubiera gustado que Marruecos
siguiera como en los años treinta. Bowles no amaba a los marroquíes,
amaba a su propio Marruecos. Casi todos esos extranjeros de la época
dorada de Tánger venían aquí en busca de exotismo y placeres, para fumar
quif y hash, para tener chicas, chicos... Yo no estoy en contra de esa
gente, pero a mí no me dieron la oportunidad de vivir como ellos. Lo
malo era vivir en el otro lado. Lo malo era la humillación de los que
vivíamos en el otro lado. A mí también me hubiera gustado vivir esa
buena vida. Pero la buena vida de esa gente era a costa de aplastar a
los demás. Y aplastar a los demás es algo primitivo, ¿entiendes?
P. Pero Bowles le hizo un regalo: tradujo al inglés El pan desnudo.
R. ¡Hombre, un gran regalo!
P. ¿Cómo trabajó con Bowles en la versión inglesa de El pan desnudo?
R.
Yo lo traducía en mi cabeza del árabe a mi español y se lo iba
dictando. Bowles, que hablaba un buen español, mejor que el mío, lo iba
escribiendo en su español y luego lo traducía al inglés. Oye, un moro y
un americano se entendían entonces en Tánger en español.
P. ¿Está escribiendo algo nuevo ahora?
R.
No, estoy corrigiendo cosas viejas. Oye, te voy a hacer una confesión:
yo quiero matar la fama que me dio El pan desnudo. Escribí Tiempo de
errores y no se murió. He escrito Rostros y tampoco. El pan desnudo no
quiere morir. Y me aplasta. Me siento como esos escritores aplastados
por la fama de un solo libro. Como Cervantes con Don Quijote, o Flaubert
con Madame Bovary, o D. H. Lawrence con El amante de Lady Chaterley. El
pan desnudo sigue sin morir, el hijo de puta. Los niños por la calle no
me llaman Chukri, me llaman El pan desnudo. Ese libro me dice todos los
días: 'Aquí estoy, vivo'.
P. Así que va a seguir intentando matar El pan desnudo.
R.
¡Claro! Yo soy cabezón. Soy Aries. Sabes que el lobo te va a comer,
pero le das cornadas. Rostros no es mi despedida de la escritura. El
escritor nunca se despide hasta que lo llevan a su tumba.
P. Y usted no tiene la intención de irse pronto a la tumba.
R. !No, no, no!
Vaciada la primera botella de Málaga, Chukri abre la segunda.
* Entrevista realizada el 5 de octubre de 2002 por Babelia.
Segunda Entrevista :
La
irrupción de “El pan desnudo” supuso una conmoción en el panorama
literario del Magreb. La autobiografía de Mohamed Chukri era un relato
duro, cruel, sin concesiones, de la lucha de un mozalbete por sobrevivir
en un Rif ocupado por las tropas españolas y en la ciudad “canalla” de
Tánger durante la época internacional. “El pan desnudo” era la otra cara
del último sueño orientalista. Mohamed nos hablaba de la misma ciudad
que tantos otros escritores sólo que descrita desde el otro lado del
espejo. Desde la venganza de quién limpiaba las botas, abría las
portezuelas de los coches o cometía pequeños hurtos. Prologado por Juan
Goytisolo en su edición española, traducido por Paul Bowles al inglés y
por Tahar ben Jelloun el francés, el inesperado éxito de su primer
libro, traducido a trece idiomas, acabó por aplastarle, en sus propias
palabras, hasta tal punto que pocos seguían apostando por Chukri como
escritor de producción regular. Chukri, con su tesón, amante del reto y
del desafío, ha logrado superar el bache. Hoy atraviesa por un magnífico
período productivo. Pero volvamos a su primer libro, interesante aparte
de su valor literario porque habla de un período, el de la
“colonización” española, sobre el que se ha ejercido la desmemoria
histórica. Hemos mantenido con Chukri diversas conversaciones, en los
jardines del desaparecido “Villa de France”, en su apartamento sobre el
cine Río, en el bar “Geneina” o en el inefable bar Negresco, donde las
malas lenguas afirman que pasa más tiempo que en su casa.
-P: ¿Cómo era la vida cotidiana durante la “colonización”?
-R:
Hace bien en hablar de colonización porque en realidad se trató de una
colonización y no de un protectorado. Si hubiera sido así, tanto los
franceses como los españoles se hubieran ido a los cuarenta años, cuando
concluyó el contrato. Pero se quedaron, y fue necesario organizar una
resistencia para que esos hijos de puta se largaran. No estoy hablando
de los pueblos sino de regímenes, el franquista y el colonialista
francés.
En el Rif éramos tan pobres y la hambruna tan terrible que
mucha gente moría. Unos vecinos, incapaces de conseguir alimentos, se
inmolaron tapiando desde dentro las puertas y las ventanas de su casa.
Cuando alguien logró entrar en la vivienda ya estaban muertos. Mi padre
mató a mi hermano porque no paraba de llorar; agobiado porque no tenía
absolutamente nada que darle, en un ataque de rabia le agarró por el
cuello. Dos días más tarde moría. Desde entonces odié a mi padre.
- P : ¿Cómo eran sus relaciones con los ocupantes?
- R :
Más de una vez compartí el pan con los españoles humildes, en el barrio
de San Antonio en Tetuán. Sobre todo con los gitanos, a quienes siempre
he defendido. Eran vecinos nuestros, vivían pobremente, sus puertas
siempre estaban abiertas para mi familia y también para muchos payos.
Entre los españoles existía una clase marginada de limpiabotas,
carteristas, ladronzuelos, gente que se buscaba la vida. Cuando nos
instalamos en Tánger también teníamos vecinos españoles. Me sentía mucho
mejor con ellos que con el resto de extranjeros. No existía
discriminación entre los “sin clase”.
Los españoles e llevaron de
Marruecos hasta las ventanas y no se llevaron las puertas porque pesaban
demasiado. Y tampoco construyeron mucho. En cambio los franceses
dejaron más cosas, sobre todo en el plano cultural. España vivía la
crisis política y económica de posguerra. Y, claro, quien no tienen
nada, ¿qué va a dejar?
Un “sin clase” como yo no tenía acceso al
Tánger cosmopolita. No conocí a la “crema”; nos estaba prohibida la
entrada en muchos cafés o bares, sólo los marroquíes colaboracionistas o
los miembros de las familias muy ricas podían hacerlo. Me largué de mi
casa a los once años, cuando mi padre mató a mi hermano. Me dedicaba a
buscar el pan cotidiano. Dormía en los cementerios para escapar a los
controles policiales nocturnos. Viví así hasta los veinte años. Fregaba
platos, hurtaba, llevaba en bote a los americanos borrachos que habían
perdido la última lancha que les llevara a sus barcos. Me regalaban
pantalones y paquetes de tabaco. También hice contrabando a pequeña
escala. Recuerdo haber vendido tabaco a Antonio Machín, que a menudo
actuaba en el Teatro Cervantes. Una vez pedí un autógrafo a Sara
Montiel. La noche me “intoxicó” y desde aquella época aborrezco el día.
Es para las hormigas humanas.
-P :
Resulta increíble que un buen escritor como usted fuera analfabeto
hasta pasada la adolescencia, ¿qué le hizo aprender a escribir?
-R :
Fue un desafío. Compraba revistas para ver las fotos de las grandes
cantantes y artistas egipcias: Um Kulthum, Asmahan, Fatti Hamama. Me
sentaba en un café y siempre encontraba algún conocido que me leía los
textos. Un día se entabló una discusión política sobre Gamal Abdel
Nasser y quise intervenir, pero un tipo me lo impidió: “¿Cómo pretendes
discutir un tema tan importante con nosotros si no sabes ni escribir tu
propio nombre?” Salí a la calle y compré un libro de gramática
elemental. A los dos días ya sabía el abecedario. Un tiempo después,
trabajé de vigilante en una escuela de Larache y debo decir que aprendía
más de los niños que de los profesores. Años más tarde, me presenté a
unos exámenes y conseguí el título de Magisterio. Llegué a ser el
maestro de Casa Barata, un barrio de Tánger tan pobre que los niños iban
descalzos. Estaba tan contento que me compré una pajarita para lucirla
el primer día de clase. Recuerdo que los niños reían y gritaban:
“¡profesor camarero, profesor camarero!” Incluso hoy, cuando me cruzo
con algún antiguo alumno, exclama: “¡profesor camarero!”.
- P : Imagino que la necesidad interior de explicar su vida personal, de exorcizar todo lo sucedido, le llevó a la literatura.
- R :
Solía sentarme durante horas en un café frecuentado por un escritor muy
elegante, con su traje siempre impecable y sus pajaritas, a quien la
gente tenía enorme respeto. Un día compré sus libros y los devoré en una
noche, eran basura, literatura rosa, y me dije a mí mismo: “Yo puedo
escribir mucho mejor que él”. Fue otro desafío, quería demostrarme que
podía llegar a ser escritor. La escritura se convirtió en venganza
contra aquellos que robaron mi infancia. Mi clase, mi familia.
Leía
mucho. Tuve casi mil libros. Comencé a escribir pero no estaba contento
con el resultado y acabé con una gran depresión. Decidí “beberme” los
libros. Los vendía uno a uno para comprar vino. Conseguí “beberme” toda
la biblioteca. Salvé un libro de Rosalía de Castro en el que decía: “En
el fondo de todo, el mío pensamiento”.
Un día, fui a un bar y amenacé
al dueño; le dije que si no llamaba a los bomberos rompería todas las
botellas. La amenaza surtió efecto pero no llamó a los bomberos. A los
diez minutos vino una ambulancia y me llevaron al manicomio. Con una
semana hubiera tenido suficiente, pero me quedé unos meses. Me tiré a
las locas, a las jóvenes y a las viejas. Recuerdo a un loco empeñado en
que le regalara una chilaba blanca porque, según él, el mismísimo rey
había prometido visitarle. Se la conseguí y el mismo día la manchó de
sangre en una pelea. Recuerdo a Abraham, un hebreo gordinflón que se
quejaba porque los locos lo violaban cada noche. Un día lo encontré
envuelto en una sabana masturbándose pensando en su novia, una bella
hebrea llamada Estrella. Pasaban cosas muy raras. Una noche un loco
estranguló a otro mientras el resto aplaudía.
-P :
Su libro “El pan desnudo” refleja esos primeros años en Tetuán y en
Tánger. Paul Bowles lo adaptó al inglés, quizá por ello a veces le
asocian con Mohamed Mrabet, el narrador oral cuyas historias han sido
transcritas por el escritor americano.
-R :
Se confunden. Incluso Tahar ben Jelloun, antes de conocer mi obra en
árabe clásico, la lengua en que yo escribo, escribió un artículo muy
ingenuo donde decía que Mohamed Chukri había contado su vida a Paul
Bowles y éste la había escrito. El presidente de los escritores
marroquíes, Mohamed Barrada, le replicó: “Chukri no ha contado su vida a
Paul Bowles. Chukri tiene su obra en árabe clásico y, si usted quiere,
puede leer su novela y traducirla al francés”. Así lo hizo. Jelloun
pidió el manuscrito y lo tradujo.
Sí, hay una gran confusión. Todo
viene a raíz de la curiosa traducción de Paul Bowles. Un amigo común,
Edward Roditti, nos presentó y le sugirió que tradujera algún cuento
mío. Mis escritos le gustaron, pero como Paul no entiende, ni por
supuesto lee, el árabe, se los dicté en español y él los traducía al
inglés. Por ello mucha gente pensó que yo era un narrador oral como
Mrabet y no un escritor. Y con ello no quiero decir que sea mejor o peor
que Mrabet, cada uno tiene su estilo, pero una cosa es ser un escritor y
otra un contador de historias. Expresarse en árabe dialectal es también
difícil y puede ser muy creativo.
Paul no me enseñó a escribir,
aunque debo reconocer que su presencia me estimuló mucho para continuar.
Creo que se interesó en traducir mi primer libro porque los dos
compartíamos un resentimiento hacia la figura del padre y habíamos
sufrido mucho. El castigo que Paul recibió fue más psicológico que
físico. Su padre no le pegaba como el mío, que me cogía como a un
conejo, me amarraba a un árbol y me torturaba con su cinturón de cuero,
que conservaba de cuando estuvo en el ejército español. Otras veces me
abofeteaba con todas sus fuerzas o me molía con un palo. La figura del
patriarca agresivo está presente en mis obras porque forma parte de mi
vida personal y de la de mi generación. He sufrido lo indecible por
culpa del padre. Aunque en honor a la verdad debo decir que estoy viendo
un gran cambio entre los padres de hoy. Son más tolerantes, educan
mejor a sus hijos, son más comprensivos. La vida está mejorando en
Marruecos. Cuando hay mucha miseria las cosas son muy distintas.
Aparecen los malentendidos, incluso el odio. Y eso es lo que a mi me
ocurrió.
-P :
Usted tuvo la oportunidad de conocer e incluso codearse con parte de la
pléyade de escritores que pasaron por Tánger durante el período de
ciudad internacional. Escribió un libro sobre ellos: “Jean Genet y
Tennessee Williams en Tánger”. ¿Cómo conoció a Jean Genet?
- R :
Me presenté por las buenas. Había leído artículos sobre sus obras. Los
libros no porque, hasta hoy, siguen prohibidos en todo el mundo árabe.
Se le considera un escritor inmoral, no por ser un ladrón sino por su
condición de homosexual y los árabes son los mayores homosexuales. Lo
hacen “todo” a escondidas y luego lo niegan. No tienen la voluntad de
hacerse un autoanálisis. Antes no era así. La literatura árabe era más
franca y atrevida que la europea. Leyendo la poesía árabe preislámica y
la islámica, la de la época de Harún al Rashid, y la andalusí, uno se da
cuenta de que era una cultura muy abierta, sin prejuicios morales,
luego vino la decadencia.
Yo no soy homosexual. Nunca tuve intimidad
física ni con Genet ni con Tennessee Williams, Allen Ginsberg, William
Burroughs o Paul Bowles. No me importaban sus preferencias. Establecí
con ellos relaciones humanas. Apreciaban algunas cosas de mí y yo
también les apreciaba. A pesar de que Tennessee Williams también conoció
la pobreza, siempre ocultó su origen. Se avergonzaba. Jean Genet era
diferente. Hablaba un árabe coloquial muy divertido salpicado de
palabras argelinas. Compartíamos muchos sentimientos. Los dos fuimos
ladronzuelos, bohemios y desarraigados. Jean era un hombre sencillo que
despreciaba lo que yo despreciaba, por eso existió una corriente de
simpatía mutua entre los dos. Pasábamos horas y horas sentados en un
café hablando de la sociedad marroquí y de política. A Tennessee, en
cambio, le fascinaban las fiestas burguesas. Le gustaba armar
escándalos. Era un gran escritor, no lo niego y le admiro, pero no
simpaticé con él. No compartíamos ni el amor ni el desprecio.
Entre
Genet y yo las cosas eran muy diferentes. Eramos cómplices. Empezábamos a
almorzar a la una y terminábamos a las nueve, entre el Café de París,
el Café de France, el Minzah o el Negresco. Genet ya no escribía. Le
gustaba observar y hablar. Recuerdo una noche que me estuvo esperando en
el bar Negresco. Me retrasé y él dejó un France Soir y una copa de vino
sobre la mesa en la que solíamos reunirnos y dijo al camarero: “ Que
nadie toque ni el periódico ni la copa hasta que llegue el señor Chukri,
aunque tarde una semana”. No volví a verle. Quiso que le enterraran en
el cementerio de Larache y así se hizo. Era un hombre de una
personalidad muy especial. Su amante se volvió loco; habían adoptado un
niño que decían que era palestino aunque no era verdad. Genet rendía de
ese modo un homenaje al destino de un pueblo que admiraba. El amante de
Genet, tras su muerte, solía emborracharse mucho. Llevaba al niño
“palestino” a visitar la tumba de Jean. Un día su coche se estrelló
contra un árbol cerca de Assilah. Sin Genet la vida había perdido todo
su sentido.
- P : ¿Qué sentía un rifeño en ese Tánger internacional, ciudad de artistas, millonarios, aventureros, mafiosos y espías?
- R :
Me sentía un simple observador. Hacia el final del período
internacional estuve en algunas fiestas. Quería saber lo que pasaba pero
no era muy agradable. Lo que reprocho a casi todos esos extranjeros que
vivieron tanto tiempo en Tánger es que nunca escribieron de una manera
objetiva. Siempre trataron a los marroquíes de manera secundaria. No
analizan la personalidad marroquí. Hablan de botones, simples camareros,
o de cuerpos que les proporcionan minutos de placer. Los marroquíes
aparecen tan sólo para decorar. Esos escritores jamás se interesaron por
la sociedad marroquí. La mayoría venían para descansar o para “gozar de
sus placeres”. Otros, para escribir o terminar alguna obra. Incluso
Paul Bowles, que ha vivido aquí desde 1931, aconsejado por Gertrude
Stein, confiesa que desconoce por completo la sociedad marroquí. Para
Bowles, Tánger murió con la independencia. Sus escritos son muy exóticos
y nunca ha analizado la sociedad, excepto en La Casa de la Araña, donde
trató de escribir algo politizado. Tiene una idea muy confusa sobre el
país.
Sentía un gran respeto por personas como Samuel Beckett o
Moravia. Siempre respeté la soledad escogida de Beckett; no se mezclaba
con la crema. En cambio, casi todos los demás, sólo buscaron lo
primitivo y lo exótico. Vinieron un poco como quién va al cine a ver una
película de aventuras. A ver saltar a un mono de árbol en árbol; y por
supuesto el mono era el marroquí. Eso es lo que eramos para ellos.
Simios.
-P : ¿Cómo ve el Tánger de hoy?
-R :
Durante el colonialismo, Tánger era una ciudad más abierta, viva y
cosmopolita pero no siento ninguna nostalgia porque vivía en el fango.
Ese Tánger internacional murió. Gracias a la independencia fui a
estudiar a Larache y pude convertirme primero en maestro y luego en
escritor.
Tánger es una ciudad donde si no sabes cómo comportarte, te
aplasta. He visto desvanecerse grandes fortunas y cómo buenos pintores y
escritores se perdieron aquí. Tánger ha cambiado. Los tangerinos están
contentos con escuchar a Um Kulthum y mientras tanto, los del sur de
Marruecos lo están comprando todo. El tangerino tiene el culo sobre la
roca, la mirada en la bahía y la oreja para escuchar los chismes.
Yo
conocí una “miseria bonita”. Ahora Tánger es distinto. La mayoría de mis
compañeros han empobrecido, enloquecido, emigrado o han muerto. Mis
amigos tenían para vivir, no les faltaba nada y ¡ahora! Claro que yo no
puedo ayudar a todos. Muchos amigos del Zoco Chico no tienen hoy ni para
tomar un café, y me duele. Me duele porque hemos compartido toda una
vida.
-P : Le gusta definirse como escritor tangerino.
-R :
Conozco muy bien mi comarca, mi región, yo no soy un Hemingway que hace
escritura de la circulación y tan pronto escribe un libro sobre Cuba
como sobre la guerra civil española o Africa. Ni soy Malraux ni Blaise
Cendrars ni un Paul Bowles que escribe sobre el Sáhara, Guatemala o la
India. Conozco muy bien mis límites que no van más allá del triángulo
Tánger, Tetuán, Larache. Tetuán supone la infancia y adolescencia,
Larache mis estudios y el resto es mi vida tangerina. Por ello digo que
no soy un escritor marroquí sino un escritor tangerino. Aunque cuando
escribo no lo hago para los marroquíes, sino para quien pueda leerme,
sea argelino, occidental o lo que sea. “El pan desnudo” ha sido
traducido a trece lenguas. Escribo sobre la sociedad marroquí pero para
todo el mundo. No es por decirlo, pero yo soy el único escritor
tangerino. Hay cuatro o cinco profesores que pretenden escribir, pero
escribir unas líneas no significa hacer poesía. No han aportado nada.
Los tangerinos sólo han dado guías de turismo, juergas, mujeres y
hombres guapos. He tenido siempre una conciencia muy fuerte de clase, de
pícaro, de marginal y eso nadie me lo puede quitar. Ni Dios mismo.
Claro que como Dios siempre come en las mejores mesas, pues que se coma
él las langostas. Soy un escritor con un cierto don. Soy pequeño entre
los grandes y grande entre los pequeños. Tampoco soy humilde porque he
hecho cosas que no han hecho los demás. Soy lo que soy. Pero le voy a
decir una cosa, mi vida es más interesante que mis escritos.
-P : Muchos marroquíes no le consideran escritor, le quitan mérito porque opinan que se ha limitado a contar su vida.
-R :
¿De quién viene el insulto. A mí no me insultaron ni Jean Genet, ni
Tennessee Williams, ni William Burroughs, ni Paul Bowles. Me insultan
unos burócratas, salchichas humanas. ¡Chorizos humanos, hombre!, que
comen, digieren, cagan y mean. ¿Quiénes son?, ¿qué han hecho?
-P : Le acusaron de ser un escritor de un solo libro.
-R :
La fama de “El pan desnudo” me aplastó. Me encontraba en un callejón
sin salida. No sé si la escritura se apartó de mí o yo de ella. Había
dejado de escribir porque prohibían todo lo que hacía. Tuve como un
reumatismo en la función mental. Quizá lo había contado todo en poco
tiempo y no exagero si digo que había condensado el máximo de
pensamiento con el mínimo estilo. El verdadero escritor debe reconocer
sus límites. Yo no fuerzo mi destino porque, si se fuerza, la literatura
se convierte en diarrea o en un empacho, y yo ni quiero empachar a la
gente ni mucho menos provocar diarreas. Me interesa la literatura para
embellecer lo que es feo en la vida. No para hacer otras cacas de
escrituras, para ganar dinero y premios. Hemingway hizo bien en
suicidarse cuando ya era impotente para la creación. Es una cobardía
seguir viviendo en ese caso
Cuando no tengo nada que escribir, me
callo. Lo hice durante diecisiete años. Los pasé sin escribir una porra,
porque hasta entonces escribía y acumulaba, escribía y acumulaba.
Cuando tradujeron mi “Pan desnudo” al francés y me pagaron los derechos
de autor, comenzaron a pedirme textos inéditos, y en vez de escribir,
abría los cajones y sacaba lo acumulado. Para cuando quise volver a
escribir me fue extremadamente difícil. Y ahora con la computadora,
¡hija puta! Ahora mismo no sé cómo recuperar lo que he estado
escribiendo durante un mes.
Cuando comparo los primeros relatos que
escribí en los años sesenta, tanto los que publicaba como los que leía
en público, me doy cuenta de que eran más agresivos que mi obra actual.
Eran como una bofetada, porque lo que yo escribo choca moralmente,
incomoda. Se sienten ofendidos y me atacan. Hoy ocurre pero en menor
medida. La mentalidad ha cambiado, incluso la censura, aunque algunos
libros míos siguen estando prohibidos. Querían programar “El pan
desnudo” en las universidades comparándolo con otras biografías de
escritores árabes, como la del egipcio Taha Hussein. Mi libro es la
primera autobiografía de un escritor árabe que desvela algunos tabúes.
Unos profesores armaron un escándalo porque encontraron a un chico de 14
años leyendo “El pan desnudo” y consiguieron que el libro fuera
censurado. Consideran que pervierto a la juventud con libros inmorales.
A
mí me toman por un maldito porque los tangerinos dicen que escribo
cosas podridas sobre la ciudad. La censura de mis libros comienza en
Tánger y para castigar a esa ciudad no permití que mi libro “Zoco chico”
se vendiera en Tánger. Era una broma, una forma de reírme de la censura
y de la mentalidad de la gente que está en mi contra. Puede comprarse
en Kenitra o en Rabat pero no aquí.
En Marruecos estamos en el
proceso de creación de una tradición de lectura. Somos un pueblo joven.
Conseguimos la independencia hace apenas 35 años. Vivimos la infancia de
una cultura. Una generación no es suficiente para crearla. El escritor
marroquí de hoy no encuentra una tradición de literatura marroquí
moderna, sólo clásica. Debe basarse en sí mismo. En cambio el escritor
español o francés encuentra una acumulación. El francés tiene detrás a
Madame de Staël, Mallarmé, Victor Hugo, Baudelaire, Genet...
-P : Y ustedes, en el Magreb, en el occidente del mundo árabe tienen a Ibn Hazm, Ibn Khaldun, Ibn 'Arabî...
-R :
¡Pero son clásicos! Luego hubo una ruptura. Tenemos textos religiosos
escritos por hombres de religión, poemas para hechos religiosos. La
literatura moderna empezó en el XIX en Egipto con la Nahda, el
Renacimiento árabe. En Marruecos tenemos ahora autores de expresión
árabe y francesa. La mayoría hemos adoptado muchas ideas de los
orientales, sobre todo de egipcios y libaneses. Hace 20 ó 25 años nos
considerábamos sus discípulos. Hoy nos hemos liberado de esa influencia,
ya no estamos acomplejados, tampoco por Occidente. Aunque debo decir
una cosa: tenemos grandes poemas pero no grandes poetas, no tenemos un
Lorca o un Hernández, tampoco a un Baudelaire o a un Rimbaud. Tenemos
buenas novelas pero no novelistas. Intentamos crear nuestra identidad
literaria.
En mi caso fue decisivo el contacto con la cultura europea
y americana que conozco mejor que la árabe. Mi frase no es árabe. Es
una frase europeizada, a veces telegráfica porque la árabe es larga,
casi proustiana. Yo la he corrompido. He creado mi estilo propio después
de leer a Faulkner, Joyce, Woolf, Camus. Hoy conservo la admiración por
todos ellos pero la influencia se fue.
-P :
Usted acaba de sorprender otra vez a todo el mundo con su nuevo libro,
“El tiempo de errores”. Muchos creían que ya no volvería a escribir.
-R :
Para mí fue un reto romper el círculo vicioso en el que me encontraba.
Me dije: “Puedo escribir otro libro que supere al primero”. Fue un
desafío, ante los demás y ante mí, necesitaba recobrar la confianza en
mí mismo. Lo conseguí y ha resultado. El primero lo escribí en el año 72
durante dos meses y el segundo lo escribí en el mes de Ramadan del 92.
Me encerré. No abría la puerta a nadie excepto a mi amigo Abdelatif
Benyahia, poeta marroquí que me visitaba de vez en cuando. Cada día
trabajaba diez, doce, quince, ¡diecisiete horas! Escribí bajo un estado
depresivo, una neurosis. Cuando lo terminé fue un desahogo. Fue muy buen
recibido aunque en Marruecos no lo entendieron del todo porque no es
una autobiografía que siga un orden cronológico. No es ni clásica ni
moderna. Mezclo prosa y poesía.
No me importa la realidad cuando
escribo. O es buena escritura o mala. Lo único que puedo decir es que la
primera edición de cinco mil ejemplares, en un país en el que la mitad
de la población es analfabeta, se agotó a las cinco semanas. En menos de
un año se vendieron 10 mil ejemplares y esto es un récord para un
escritor marroquí.
-P : ¿Considera “El tiempo de errores” como la continuación de “El pan desnudo”.
-R :
En cierto modo sí, aunque es muy diferente. A partir de la página cien
ya no es una autobiografía propiamente dicha, como en “El pan desnudo”,
sino una autobiografía contemplada. Si el primero lo escribí con el
estómago, el segundo, tras unos capítulos, lo he querido escribir con
madurez literaria y social. No hay mucha acción, hay más contemplación.
Es una prosa poetizada. He poetizado la mierda humana porque no se puede
escribir sobre la mierda a través de un estilo merdoso. Hay que
sublimar lo cotidiano. El hombre sin imaginación es un criminal. Un
salvaje.
He recuperado la agilidad perdida y tengo más confianza que
antes. Me ha costado sufrimiento. “El tiempo de errores” lo escribí en
un mes pero ya estaba más o menos fabricado en mi mente porque, como
tengo memoria de analfabeto que graba las cosas como un ordenador, sé
muy bien lo que voy a escribir. Lo escribo en la mente y cuando me pongo
manos a la obra, lo hago muy rápido porque ya lo tengo muy trabajado. A
lo mejor estoy en un café, o andando por la calle y voy trabajando.
También hay muchas ideas que pensé hace quince años de cara a
escribirlas y no acabo de encontrar la técnica para hacerlo. Sé cómo
contarlas pero no cómo escribirlas y no quiero escribir como una cabra.
No soy ni cabra ni cabrón. ¿Por qué tenemos que escribir basuras? ¿Para
ganar dinero, para comer a la carta, para vivir con lujo, para bien
fornicar? No.
-P : ¿Ha tenido problemas de nuevo con la censura?
-R :
”El tiempo de errores” es tan fuerte como mi primer libro e incluso a
veces mucho más duro y sin embargo no ha sido censurado. Hay una mayor
tolerancia. Lo que se puede decir en público en Marruecos, en el plano
político, y no estoy defendiendo al régimen, no se puede decir en ningún
otro país árabe. Sólo en Tánger hay 20 periódicos. Algo imposible en
Irak o incluso en Egipto, donde hay cuatro o cinco oficiales y dos
semioficiales. Si yo viviera en Irak o en Egipto, me habrían matado los
fanáticos. Aquí, me prohíben algunos libros, pero no escribir. No vienen
a inspeccionar mi casa.
Al contrario de lo que sucede en Argelia o
Egipto, el integrismo en Marruecos está muy controlado. Al régimen no le
conviene ese dragón y si algún día surge como en Argelia, soy persona
muerta. Un Chukri muerto.
El integrismo es un desahogo falso para las
salchichas humanas. Hacen la revolución en el vacío. No tienen ningún
programa. Es la revolución por la revolución. Es como lo que sucedió
durante la guerra del Irak, cuando toda la calle aquí estaba a favor de
Saddam Hussein, a pesar de que en el fondo sabían que estaba llevando a
todo su pueblo a la mierda. ¿Quién ganó? ¡Los capitalistas! ¡Que iba a
ganar Saddam Hussein! ¡Ha disparado scuds sobre Israel!, decían. ¿Scud?,
¿qué Scud? El que fabrica el coche no es como el que lo monta. Nosotros
montamos coches. Compramos armas para hacer la guerra con aquellos que
nos las venden. Es una contradicción. Volvamos a nuestros camellos y a
nuestros burros. Nosotros no fabricamos ni armas ni nada. Compraron diez
Scuds a Rusia y tenían ahí a una docena de sabios rusos y creían que
con ello iban a desafiar a América y a Europa juntas. Saddam Hussein es
un fascista que ha conducido a su país al caos. Ni siquiera tienen pan.
Nosotros tenemos un pan más rico que el del Irak. Allí el toro más
grande es como nuestro perro aquí. ¿Cómo van a ganar? Si hasta a la
mismísima Rusia la han enviado a la mierda. ¡Una de las grandes
potencias! Y ahora están pidiendo Coca-Cola, hay prostitución, y
crímenes por todas partes. Quien más puede es quien gana por astucia,
por potencia económica, por la fuerza de las armas. Saddam ha vendido a
su pueblo por orgullo personal.
-P :
Desde aquí mismo se ven las montañas de España en el horizonte, las
luces de Tarifa al anochecer. Sin embargo esos trece kilómetros de
distancia, diecisiete minutos con una tabla de windsurf, según un
periodista tangerino, tras los Acuerdos de Schengen para muchos se han
convertido en insuperables...
-R :
¡Ah no!, ya veo por dónde va. ¿Problema nuestro? En todo caso son
ustedes quienes deben plantearse las preguntas. No quiero hablar de las
espaldas mojadas. Si quiero atravesar el estrecho no me dejan. Si me
cogen, me devuelven como a un bulto.
-P : ¿Qué está preparando?
-R :
Estoy tratando de escribir un texto sobre Paul Bowles. En árabe tenemos
un proverbio que dice que la persona que tienes más cerca de tí es la
más lejana. Una noche, hacia las dos de la mañana, trataba de encontrar
una expresión y en un momento dado aullé: “¡No, no es posible!”. Las
ardillas se levantaron, luego Mozart el canario, mi perro Juba, y
seguidamente los vecinos. Pensé: “Si continuo así van a llamar a los
bomberos”. Creí que me volvía loco. Apagué la luz, me fumé un cigarrillo
y me dormí. Quizá se trate del libro que más me ha hecho sufrir porque
se trata de recrear cosas cotidianas que he vivido con él, a través de
sus amigos y los amigos literarios. Pero como mi vida está basada sobre
un reto, voy a acabarlo y será diferente a los otros que se han escrito
sobre Paul Bowles. Será un libro sobre Tánger, sobre Jane Bowles, que
era más profunda y original que Paul pero que quedó anulada por su
marido. También será un libro sobre sus amigos, sobre mí, sobre mis
amigos. Porque de vez en cuando me olvido de Paul y escribo acerca de mi
techo o de mi perro Juba. Se llamará “El viaje de las voces” y será su
biografía, también mi autobiografía.
-P : ¿Para cuando una tercera entrega de la vida de Mohamed Chukri?
-R :
Empecé a escribir el tercer tomo de mi biografía, tengo pensado que
arranque a partir de una pequeña historia que sucedió en el bar
Negresco. Hace un tiempo solía ir a beberse sus copas un hombre que
estaba enamorado de un pequeño pez, negro con velos pequeñitos. Un pez
hippy. Nada más entrar en el bar, aquel hombre se acercaba al acuario y
saludaba a su pez amigo. Y así cada día. Una tarde se dio cuenta de que
el pez estaba agonizando y llamó a un médico que siempre está en el
Negresco. Era un especialista del pulmón y le ordenó: “¡Salva a mi pez!,
¡salva a mi pez!”. Comenzó a gritar y el médico le dijo que estaba
loco. “¡No -replicó desesperado aquel hombre-, mi pez se está muriendo!
¡Haga algo!” Era verdad. El médico metió la mano en el agua, cogió el
pez con cuidado y lo sacó del acuario. Le hizo la respiración artificial
en el lavabo, cuando lo volvió a echar en el acuario, estaba muerto.
Cuando el hombre vio que el pez estaba ahí flotando se puso a llorar a
raudales. Le dimos las condolencias y le dijimos que como se trataba de
un pez y no de una persona en vez de guardar los cuarenta días de luto
de rigor sólo lo haríamos durante veinte. Un caricaturista que solía
acudir al Negresco le regaló un dibujo del pez, con sus velos. El pez
hippy. Lo triste del caso es que muerto el pez, aquel hombre jamás
regresó al Negresco.
*Entrevista realizada por Jordi Esteva.