Nace Simone en París en 1909 en el seno de una
familia de clase media judía – pero laica- y refinada, hija de un
médico famoso y con un hermano que es un matemático precoz e
inteligente.
Apasionada desde su niñez y
adolescencia por la lectura de temas de literatura, filosofía
y arte, las ideas de pureza, belleza y verdad le acompañarán siempre
y condicionaran en parte su vida. A los diez años de edad se declara
bolchevique e informa de su condición a sus padres, comenzando a
leer asiduamente todo lo relativo a las ideas marxistas, que llegó a
conocer muy bien y de las que extrae interesantes comentarios más
adelante.
En plena adolescencia y mientras
realiza estudios de secundaria, escribe incisivas críticas al
pensamiento marxista, a pesar de mantener su ideología de izquierdas
y estar manifiestamente en contra del sistema de producción
capitalista. Su sensibilidad desbordada la obligará a un
extrañamiento de todo aquello por lo que luchó hasta desgastarse, lo
que le llevó a su vez a un sentimiento de soledad muy especial que
debió causarle bastante insatisfacción personal. Obtuvo la nota más
alta en la Sorbona como profesora de filosofía, seguida de cerca por
la famosísima
Simone de Beauvoir con la que tuvo en cierta ocasión
conversaciones y de la que Simone de Beauvoir destaca su capacidad
empática de cara al sufrimiento y a la que acusará de no entender
cómo lo primero es la satisfacción de la necesidad material porque
"nunca has pasado hambre". Se gradúa a los 22 años y comienza a dar
clases en el Liceo francés, de donde es "transferida" por encabezar
una protesta de obreros, culmen de toda una serie de desencuentros
con sus superiores en los distintos liceos en los que trabaja, por
sus acaloradas muestras de activismo político de izquierdas. Sus
ideas de pureza, castidad y su búsqueda incesante de la idea de Bien
–casi más cercana al platonismo que a otra cosa- le otorga el
calificativo de "Virgen Roja" por un diario conservador. De este
tiempo data Sur la science, publicada tiempo después pero
escrita entre 1929 y 1930 y que recoge además cartas dirigidas a su
hermano André durante los años 1932 y 1942.
"tuve de pronto la certeza de que el
cristianismo es por excelencia la religión de los
esclavos, que los esclavos no podían dejar de
seguirla...y yo entre
ellos".
Llega a conocer a Trotzky, con quien
discute la situación rusa, Stalin y la doctrina marxista. A los 25
años decide unirse a la clase obrera y pide una excedencia de un año
para incorporarse a una fábrica de la Renault
donde ejerce de fresadora con el motivo de conocer a fondo los
entresijos de la industria y es, a raíz de su experiencia, cuando
escribe, entre 1934 y 1936 Ensayos sobre la condición
obrera, y también Reflexiones sobre las causas de la
libertad y la opresión social (1934) y donde, según ella,
recibió "la marca del esclavo" y donde comienza a manifestar un
delicado estado de salud, motivo por el que sus padres pasan con
ella una estancia de vacaciones en Portugal, y es allí donde se topa
de bruces con el fervor popular y el folclore religioso, encarnado
en una procesión de mujeres de pescadores, que le llama
poderosamente la atención y le llevará a afirmaciones como la de que
"tuve de pronto la certeza de que el cristianismo es por
excelencia la religión de los esclavos, que los esclavos no podían
dejar de seguirla...y yo entre ellos". Esta marca que aporta su
ligazón por lo religioso nace en ella del profundo deseo de
comprensión de la angustia y la desdicha del ser humano, que incluso
planteará en conceptos como el de descreación, es decir,
hacer que lo creado pase a lo increado, frente a destrucción,
elucubración con la que intenta la Weil interpretar la ausencia de
un dios que se le resiste y que permite el hambre, la guerra y la
opresión, y que aparece en su obra La gravedad y la gracia
( libro que recoge lo esencial de los cuadernos redactados en
Marsella).
No aguantará mucho en la docencia, a
la que vuelve tras su regreso de
Portugal, y la Revolución, vocablo que ella considera apagado y
carente de su matiz esperanzador que es lo que de más propio debiera
tener, pero al que sigue siendo fiel en cualquier caso, le llamará a
participar de modo activo en la guerra
civil española en 1936, uniéndose a grupos anarquistas. Allí
conocerá al que será su amigo el escritor francés Bernanos, que
apoyaba al bando nacional. De nuevo la fatalidad le obliga al
abandono de la causa y a la vuelta a su Francia
natal, para instalarse en Marsella, lleno su recuerdo del absurdo y
lo terrible de la guerra, símbolo del desprecio a la verdad y a la
idea de bondad que tanto le conmueve. Allí conoce al clérigo Perrin,
quien le ofrece trabajo en la granja del escritor católico Gustave
Thibon.
Sufre un arrebato místico que la
postra de rodillas –por primera vez en toda su vida- en la capilla
románica
de Santa María de los Ángeles en Asís,
Italia, país que visita en 1937 y otro en la abadía de Solesmes
que le llevan a declarar que "Cristo
mismo descendió y me tomó". Puede decirse que sus obras a partir de
1938 están marcadas por un giro en su pensamiento que se torna mucho
más ético y estético, influido por un nada usual sentimiento
religioso que le embargará hasta el final de sus días, lo que no la
convierte necesariamente en una creyente al uso, y hay que huir de
manipulaciones teóricas de su persona –como de tantas otros, a lo
largo de la historia- que desvirtúan su pensamiento. Simone Weil se
negó a rezar o a bautizarse, debido posiblemente a que entendía el
cristianismo como una forma de manifestación cultural en la que se
está sin necesidad de incorporación a ninguna institución – como es
la iglesia católica, a pesar de que fue acosada para ello por el
clérigo Perrin, quien publicó mucho tiempo después una selección de
cartas escritas para él por la Weil, bajo el título de A la
espera de Dios- y por ello también acaba diciendo que "siempre
he optado por la cristiana como única actitud posible. He nacido,
crecido y permanecido siempre en la inspiración cristiana. Por eso
no me he planteado nunca entrar en el cristianismo".
Estamos en
fin, ante una mujer que siente la dicotomía en su
persona.
En sus planteamientos antidogmáticos
de la religión, plantea la idea de comunidad universal, y se acerca
al sincretismo de teorías y religiones, al que llega por vía
racionalista, asumiendo en su paradigma desde ideas platónicas,
pitagóricas o estoicas y acercando sus ideas a las neoplatónicas
renacentistas de la Escuela de Florencia, donde Verdad, Belleza y
Virtud son términos análogos, hasta aspectos que recoge de textos de
filosofías orientales. A propósito
del avance
nazi, su familia, ella inclusive huye a New
York, y allí Simone decide unirse a la resistencia, por lo que
viaja a Londres
junto a la organización Francia Libre y donde sólo se le permite
escribir ciertos informes. Allí enferma de tuberculosis en 1943, año
en que redacta su obra Echar raíces, a petición del
gobierno francés en el exilio, y es esa misma enfermedad la que
causa su muerte el 24 de agosto de 1934, muerte que se acelera al
negarse a consumir más que lo que imponen los racionamientos nazis
en su país, estando además profundamente convencida de que "la
verdad es pan". Está enterrada en Kent. Estamos en fin, ante una mujer que siente la dicotomía en su
persona y que lucha siempre por aunar, en su personalidad desgarrada
y rota además por la visión de la opresión humana y la guerra, una
racionalidad y una sensibilidad que no acabarán nunca de
encontrarse.