Pepe Gutiérrez-Álvarez
La pensadora Simone Weil, cuya
obra fue publicada póstumamente, es una de las filósofas más
originales de su época. Fallecida en 1943, Weil dejó
reflexiones sobre la filosofía clásica, la visión marxista del
mundo o las relaciones entre la religión y la política. Ahora
acaba de aparecer una nueva biografía suya obra de la
ensayista Gabriella Da Fiori (1), que resulta básica para
comprender la vida de esta singular mujer (París, 1909-Kent,
USA, 1943), proveniente de una familia judía, sin contar con
ninguna formación religiosa (“educada en un completo
agnosticismo”), estuvo desde niña obsesionada por el dolor
humano y quiso alcanzar a Dios a través de la
compasión.intelectual y laica; su padre era un médico famoso y
su hermano mayor, André, es un matemático brillante y
precoz.
Sus estudios apasionados -y
críticos- de la doctrina marxista le acarrean notoriedad, y a
los 23 años es ’transferida’ del liceo por encabezar a una
demostración de obreros desempleados. Un diario conservador la
apoda ’la virgen roja’, por su extraña combinación de
preocupaciones por la situación social y por la pureza y la
verdad. No tiene, sin embargo, convicciones religiosas. Las
disputas con los superiores de los liceos se suceden, por
cuestiones políticas y metodología docente.
Conoce a Trotsky, con quien
discute sobre la situación rusa y el significado de la
revolución socialista, entra de la mano de su amigo Boris
Souvarine en el conocimiento de lo que hay detrás de la
palabra Stalin, y le da vueltas a las ideas marxistas en un
ámbito militante relacionado con la corriente que algunos
definen como anarcobolchevique que edita la revista (que algún
día habrá que rescatar) que animan Pierre Monatte y Robert
Louzon Revolution Proletarienne, y que en curso de la guerra y
la revolución española tratarán de establecer un puente entre
la CNT y el POUM, la propia Simone vendrá a Barcelona, se
pondrá a la disposición del POUM, trata d convencer a Julián
Gorkin para llevar a cabo un golpe de mano para liberar a
Joaquín Maurín de las fauces del familiar-fascismo, y tratará
de encontrar su lugar en la Columna Durruti donde nuevamente
su miopía devendrá una dificultad insalvable En su
adolescencia estudia intensamente filosofía y literatura
clásica. A los 19 años ingresa, con la calificación más alta
(seguida por la lograda por una tal Simone de Beauvoir) a la
Ecole Normale Superiore, se gradúa a los 22 y comienza su
carrera docente. A los 25 años pide una licencia y va a
trabajar durante más de un año, junto a los obreros, como
operaria manual en varias fábricas (Renault) ("Allí recibí la
marca del esclavo", dirá más tarde). Se acrecientan sus
sufrimientos físicos (sinusitis crónica), y sus padres la
llevan a Portugal, en unas breves vacaciones, para intentar
recuperar su salud perdida. Allí presencia una procesión
católica popular, en una aldea pobre, una noche a orillas del
mar; "tuve de pronto la certeza de que el cristianismo es por
excelencia la religión de los esclavos, que los esclavos no
podían dejar de seguirla...y yo entre ellos".
De esta época datan páginas como
estas:
“La vida, tal como es, solamente
resulta soportable a los hombres por la mentira. Quienes
rechazan la mentira y, sin rebelarse contra el destino,
prefieren saber que la vida es intolerable, acaban por recibir
desde afuera, desde un lugar situado fuera del tiempo, algo
que permite aceptar la vida como es.
Todo el mundo siente el mal, le
tiene horror y quisiera librarse de él. El mal no es ni
sufrimiento ni pecado, es una y otra cosa a la vez, algo común
a ambos, pues los dos están ligados: el pecado hace sufrir, el
sufrimiento engendra maldad, y esta mezcla inseparable de
sufrimiento y pecado es el mal en el que estamos, a pesar
nuestro; y estar en él nos horroriza.
Parte del mal que está en nosotros
lo arrojamos, lo proyectamos sobre los objetos de nuestra
atención y nuestro deseo. Y esos objetos nos lo devuelven, y
parece como si el mal viniera de ellos. Por eso llegamos a
sentir odio y asco por los lugares en que nos encontramos
sumidos en el mal; nos da la impresión de que esos lugares nos
aprisionan en el mal. Es así como los enfermos llegan a odiar
su habitación y su entorno, aun cuando esté formado por seres
queridos; así también como los obreros llegan a odiar su
fábrica, etc.
Pero si dirigimos nuestra atención
y nuestro deseo sobre una cosa perfectamente pura, la parte de
nuestro mal que arrojemos sobre ella no la manchará; seguirá
siendo pura, no nos devolverá el mal y así nos libraremos de
él. Somos seres finitos, y también es finito el mal que hay en
nosotros; así pues, si la vida durara lo bastante, podríamos
tener la certeza de que llegaría el día en que, por este medio
y en este mundo, nos veríamos libre de todo mal.
Nada hay puro en este mundo, salvo
los objetos y los textos sagrados, la belleza de la naturaleza
(si se la contempla en sí misma, sin tratar de alojar en ella
las fantasías propias) y, en menor grado, los seres humanos en
los que Dios habita y las obras artísticas surgidas de la
inspiración divina.
El único obstáculo a esta
transmutación del horror en amor es el amor propio, que hace
penosa la operación de llevar nuestra mancha al contacto con
la pureza. Sólo se puede vencer al amor propio si se tiene una
especie de indiferencia respecto de la propia mancha, si se es
capaz de ser feliz con el pensamiento de que existe algo puro”
(2).
Después de un breve retorno a la
docencia, tiene lugar su breve Guerra Española. Según
Albertine Trévenon: “Simone tendía hacia los revolucionarios.
La revolución rusa, portadora en su origen de una inmensa
esperanza se había desviado y los proletarios eran postrados
por la burocracia en una situación de esclavitud. La
burocracia, nueva casta de privilegiados, confundía a gusto
industrialización y socialismo. Simone profesaba demasiado
amor y respeto al individuo para sentirse devota del
estalinismo”.
Después de sufrir diversas
quemaduras en un accidente en el frente, regresará a Francia;
en su reconciliación con el catolicismo tomara también
distancias del anarquismo (ver Luis Mercier Vega, Simone Weill
en el frente de Aragón, en Los escritores y la guerra civil,
Monte Ávila, Bogotá, 1977). De nuestra guerra, le queda el
sentimiento de horror por la brutalidad y el desprecio por la
verdad y el bien, por ambas partes; y, posteriormente, la
amistad con otro escritor francés, Bernanos, que había luchado
en el otro bando. En 1937 visita Italia, y en una capilla de
Asís se siente impulsada a arrodillarse, por primera vez en su
vida. Su salud empeora, tiene dolores de cabezas agudos y
continuos. En la pascua de 1938 asiste a los oficios
religiosos en la abadía de Solesmes. El cristianismo -la
religión de los esclavos a su parecer- ocupa un lugar
preponderante en sus pensamientos; tiene alguna experiencia
mística, a la que prefiere resistir; se niega a rezar, o a
considerar siquiera "la cuestión del bautismo". Encuentra
resonancias cristianas en Homero, Platón, la Bhagavat-Gita. Es
el año 1940, Hitler está en su apogeo y su condición de judía
comienza a acarrearle problemas.
En Marsella, a los 31 años, conoce
al sacerdote dominico J. Perrin, quien la ayuda a encontrar
trabajo manual en la granja de Gustave Thibon, escritor
católico (junio de 1941). Con el padre Perrin se plantea el
tema de su bautismo, pero, a pesar del aliento del sacerdote,
Simone se resiste.
Sus razones y sus dudas, que
aparecen expuestas en cartas y notas, aparecerán más tarde en
los libros Espera de Dios y Carta a un religioso. Con Thibon,
pese a un comienzo difícil, ("los primeros contactos fueron
penosos, no coincidíamos en casi nada... yo tenía que armarme
de paciencia y cortesía ", dirá él más tarde), se entabla una
amistad breve, pero importante: a él confiará ella sus libros
de notas, antes de partir, en mayo de 1942, a Nueva York con
su familia. Thibon, por su parte, será uno de sus más
fervientes admiradores ("nunca he dejado de creer en ella
(...) no he encontrado jamás en un ser humano semejante
familiaridad con los misterios religiosos; jamás la palabra
sobrenatural me ha parecido tan llena de sentido como a su
contacto") y quien, a su muerte, editará una compilación de
sus notas, bajo el título La gravedad y la gracia. Este libro,
junto con Espera de Dios, serán seguramente sus obras más
notables.
Su última actividad militante fue
contra los nazis. Simone, una vez en Nueva York, trata de
unirse al movimiento de la resistencia: viaja a Londres e
intenta ingresar a Francia como combatiente, pero sólo logra
un puesto en la organización Francia Libre, donde redacta
informes. En abril de 1943 se le diagnostica tuberculosis. En
el hospital, se niega a consumir los alimentos que su estado
requerían, y muere el 24 de agosto, a los 34 años. Es
sepultada en Kent.
En esos momentos, es prácticamente
desconocida. Pocos rastros quedan de su limitada notoriedad en
la década del 30, como intelectual de izquierda. No ha
publicado ningún libro y se ha mantenido apartada de los
círculos literarios. Al fin de la guerra, sus amigos comienzan
a editar sus escritos; además de los nombrados, se destacan
"La opresión y la libertad", escrito en 1934, notabilísima
muestra de su evaluación del marxismo y su filosofía política
general, de la que nunca se retractó; Las raíces del existir,
La fuente griega son otras de sus obras. Desde entonces,
Simone Weil ha atraído la atención de muchísimos literatos,
filósofos, teólogos y sociólogos. Intelectuales como Albert
Camus y T. S. Eliot le profesan una enorme admiración. Su
lucidez, honestidad intelectual y desnudez espiritual
constituyen una combinación rara, e inolvidable para todos los
lectores, de diversas tendencias de pensamiento, que han se
han alimentado de sus escritos.
Entre muchas cosas, Simone Weil es
una autora primordial para comprender la evolución de nuestro
Manuel Sacristán, así como para situarse ante movimientos como
“Cristianos por el socialismo”, y como no, la Teología de la
Liberación.
1) Gabriella Fiori, Simone Weil,
tr. de Silvio Matón, Adriana Hidalgo Editora Buenos Aires,
2006, 232 páginas. 10,50 euros
2) Pensamientos
Desordenados. |