LOS ELEMENTALES
DE PARACELSO
Hablar de unos extraños seres que no son hombres, que no son
ángeles, que no son espíritus, pero que son a la vez, todo eso y
más, no es, evidentemente, tarea fácil.
No obstante, podemos aventurarnos por este mágico mundo de los
?elementales?, también llamados Gente Menuda, Pueblo de la Buena
Gente, espíritus de la Naturaleza o simplemente habitantes del País
de las Hadas, bien provistos de toda clase de talismanes y de los
conjuros que se conozcan, así como de una buena dosis de sentido
común y de sentido del humor, pues aunque los seres de los que vamos
a hablar son normalmente invisibles para nosotros, no por ello son
menos reales. El médico y alquimista suizo Paracelso, cuyo auténtico
nombre le hace a uno trabarse la lengua: Philippus Aureoles
Theophrastus Bombastus von Hohenheim, afirmaba en su Philosophia Occulta que los
?elementales?
?No pueden clasificarse
entre los hombres, porque algunos vuelan como los espíritus, no son
espíritus, porque comen y beben como los hombres. El hombre tiene un
alma que los espíritus no necesitan. Los elementales no tienen alma
y, sin embargo, no son semejantes a los espíritus, éstos no mueren y
aquéllos sí mueren. Estos seres que mueren y no tienen alma ¿son,
pues, animales? Son más que animales, porque hablan y ríen. Son
prudentes, ricos, sabios, pobres y locos igual que nosotros. Son la
imagen grosera del hombre, como éste es la imagen grosera de Dios?
Estos seres no temen ni al agua ni al fuego. Están sujetos a las
indisposiciones y enfermedades humanas, mueren como las bestias y su
carne se pudre como la carne animal. Virtuosos, viciosos, puros e
impuros, mejores o peores, poseen costumbres, gestos y
lenguaje?.
El
comportamiento ecológico es propio de todos los ?elementales?, desde
el Busgosu asturiano hasta el Trentí de Cantabria, pasando por las distintas
familias de hadas y duendes que existen en nuestro país, teniendo su
mayor exponente en Mari, deidad femenina considerada por las
tradiciones vascas como la reina de todos los elementales, ya que
maneja y se identifica con casi todas las fuerzas de la Gran Madre
Naturaleza, sean éstas tormentas, rayos, nublados, pedriscos, puesto
que todos estos seres diminutos son parte indisoluble de la misma,
aunque en una realidad paralela y sin la cual no sobrevivirían, y,
por supuesto, nosotros tampoco.
Intentar elaborar una clasificación de todos los seres míticos que
aparecen en España es una tarea complicada. Cuando se dedica tiempo
y esfuerzo a seguirles la pista, se comprueba la diversidad de
nombres, aspectos, costumbres y actitudes que adoptan ante los
humanos; es por esto por lo que se les suele llamar genéricamente
?elementales?, término más amplio que duendes, hadas, espíritus,
geniecillos, etc., pues todos estos nombres designan a una parte de
estos seres o a un grupo en concreto, pero nunca la totalidad.
Además, el término los define muy bien, ya que son seres
relacionados con los cuatro elementos básicos y primarios de la
Naturaleza, es decir, el agua, el fuego, el aire y la tierra.
Paracelso creía que cada uno de estos cuatro elementos estaba
constituido por un principio sutil y por una sustancia corporal
densa, es decir, todo tiene una doble naturaleza. Así el fuego es
visible e invisible, pues una llama etérea y espiritual se
manifiesta a través de una llama sustancial y material, pasando algo
parecido con los otros tres elementos, por esta razón, del mismo
modo que la naturaleza visible está habitada por un número infinito
de criaturas vivientes (plantas, animales y hombres), la contraparte
espiritual e invisible ? su universo paralelo diríamos hoy en día ?
está también habitada por una multitud de peculiares seres a los
cuales dio el nombre de ?elementales?, más tarde denominados
Espíritus de la Naturaleza, dividiendo esa población en cuatro
grupos diferentes, a los que arbitrariamente denominó gnomos
(elemento tierra), ondinas (elemento agua), silfos (elemento aire) y
salamandras (elemento fuego), creyendo que eran criaturas realmente
vivas, semejantes a un ser humano en la forma, habitando sus propios
mundos no muy alejados del nuestro, aunque invisible para nosotros
por la razón de que los sentidos poco sutiles y poco desarrollados
del hombre no son los más aptos para detectarlos.
LAS TRECE COINCIDENCIAS
No obstante, a pesar de sus
diferencias, que en ocasiones son enormes, todos ellos presentan una
serie de curiosas similitudes, que escuetamente pasamos a
comentar:
1. Son seres interdimensionales y atemporales. A diferencia de
nosotros, no se rigen por las leyes físicas ordinarios, o al menos
eso parece. Sin embargo, todos los indicios hacen pensar que viven
como nosotros en la Tierra a pesar de que son seres del mundo
etérico y astral y que comparten con los humanos los mismos lugares
(ríos, bosques, montañas e incluso hogares). Todos los elementales
están esencialmente ligados a elementos y fuerzas que forman parte
del lado desconocido de la naturaleza. Tanto ellos como los Devas la
protegen y se mimetizan en ella de forma tal que una agresión a
árboles, plantas y animales la consideran una afrenta hacia ellos
mismos.
2.
Generalmente viven en comunidades y están organizados
jerárquicamente, existiendo un jefe, rey o reina que los gobierna
(así ocurre con la familia de las hadas, de las lamias, de los xacios,
etcétera), incluidos los seres vinculados a los hogares, como son
los duendes o familiares, que suelen obrar en colectividad, si bien
se manifiestan por separado. Al vivir en tribus o grupos, tienen
comportamientos similares a los de los humanos; se casan, tienen
hijos, entierros, etcétera.
3. En su
estado habitual son invisibles para el hombre, aunque no para
algunos niños y animales (por ejemplo, una variedad de los duendes,
los tardos, son visibles para los gatos y perros). Sin embargo,
tienen cierta capacidad para materializarse en nuestra dimensión
física y, por tanto, para hacerse visibles. Muchas veces, aunque lo
deseen, no son visibles en su totalidad, lo que ha motivado la
existencia de una gran diversidad de opiniones sobre su naturaleza,
aunque la teoría más generalizada es considerarles seres intermedios
entre el hombre y los ángeles, con cuerpos ligeros, cambiantes,
camaleónicos y tan sutiles que pueden hacerlos aparecer o
desaparecer a voluntad.
4. La
característica anterior puede ser ampliada en el sentido de que
muchos elementales pueden cambiar de tamaño y forma, adoptando tanto
aspectos grotescos como hermosos, e incluso animalescos. Esta posibilidad está hoy en día
muy discutida, siendo probable que, en realidad, lo que ocurra, no
es voluntariamente quieran parecer feos o grotescos, sino que sean
realmente así. La creencia general de que su tamaño es siempre
diminuto hay que cuestionarla. Pues aunque prefieren el reducido ?
para ocultarse mejor de las miradas indiscretas -, pueden adoptar
tamaños gigantescos. Lo cierto es que son multiformes, como así lo
confirmó al investigador Walter Wentz uno
de sus informantes: ?Pueden aparecer bajo distintas formas. Una vez
se me apareció uno que apenas tenía un metro de altura y era de
complexión robusta, pero me dijo: ?Soy mayor de lo que tú ahora me
ves. Podemos rejuvenecer a los viejos, empequeñecer a los grandes y
engrandecer a los pequeños?.?
5. Respecto a
su temperamento, son, por lo general, juguetones. Les encanta
confundir, asustar y asombrar a los humanos con sus trucos,
invenciones y juegos (así lo hacen, al menos, los ?elementales de la
tierra?, como trasgos, frailecitos, sumicios y demás familia de duendes, así como
los seres de los bosques, como el Tentirujo, el diaño
burlón o el Busgoso). Son caprichosos y se
les describe como seres codiciosos, con tendencia a la
melancolía.
6. Están
enormemente interesados en determinados aspectos sexuales de los
humanos, de forma directa o indirecta, produciéndose en ocasiones
contactos y uniones. Es éste un asunto de gran importancia, pues es
una constante permanente en su relación con nosotros (piénsese en
los incubos y a los súcubos). En España
existen claros vestigios de enlaces entre humanos y elementales que
han dejado descendencia. Este aspecto es especialmente interesante
por estar poco estudiado por los folcloristas y del cual hablamos
ampliamente en otra obra.
7. Cuando se
hacen amigos de un humano o, por alguna razón, lo estiman y
aprecian, le otorgan grandes regalos materiales, (oro, joyas, etc.)
o bien poderes psíquicos (telepatía, clarividencia?). Si, por el
contrario, nos enemistamos con ellos, son tremendamente rencorosos y
vengativos. Un ejemplo muy claro lo tenemos con los duendes,
familiares y hadas.
8. Viven
muchos más años que los hombres, pero sin llegar a ser inmortales.
Pueden alcanzar del orden de 500 o más años, según los casos, y
cuando llegan a una cierta edad, dependiendo de cada grupo, empiezan
a menguar, de manera que vienen a menos hasta desvanecerse
totalmente. Los espíritus de la Naturaleza no pueden ser destruidos
por los elementos más densos y groseros del fuego, la tierra, el
aire o el agua. Funcionan en una banda de vibración mucho más alta
que la de las sustancias terrestres. Al estar compuestos por apenas
un único elemento o principio ? el éter en el que funcionan ? (a
diferencia del hombre, que esta compuesto por varias naturalezas,
como son el cuerpo, mente, alma, espíritu?), no poseen espíritu
inmortal, y, al llegarles la muerte, simplemente se desintegran en
el elemento individual original. Los que están compuestos de éter
terrestre (gnomos, duendes, enanos?) son los que viven menos, y los
del aire viven más.
9. Son
éticamente neutros, y pueden resultar perversos y dañinos, así como
bondadosos y amables, en función de nuestro personal con ellos y de
lo que simbolizan. No olvidemos que representan todos los aspectos
de la Naturaleza, a la que están vinculados de forma inherente y
esencial. Carecen de conciencia, de mente, de un yo individualizado,
y, por esta razón, no distinguen moralmente el bien del mal,
aunque ayudan a la gente bondadosa y perjudican a los que son
malvados con ellos. Se supone que tales criaturas son incapaces de
desarrollo espiritual, pero algunos tienen un sorprendente elevado
carácter moral.
10. Son
inteligentes, en el sentido de que obedecen a un fin racional y
concreto. Algunos parecen poseer una inteligencia extremadamente
desarrollada, pero todos tienen ciertas limitaciones que les hacen
en ocasiones parecer débiles y fáciles de engañar ante los humanos,
aunque muchos de ellos disponen de poderes para nosotros
inalcanzables.
11. Conocen y
usan los elementos y leyes de la Naturaleza para conseguir sus
objetivos (como los Nuberos y los Ventolines), y con frecuencia se les atribuye la
construcción de megalitos, razón por la cual algunos estudiosos
vinculan erróneamente a ciertos ?elementales? con los dioses de los
antiguos, aunque la verdad es que casi todos ellos poseen fuerza
física y poder de sugestión como para afectar a nuestra voluntad y
sentimientos si estamos en su campo de acción (como el canto de las
sirenas o la danza de las hadas, por ejemplo).
12. No hay
nada que les aterrorice tanto como el hierro y el frío acero, a
pesar de que, paradójicamente, algunos de ellos, como los enanos o
los gnomos, se dediquen a la profesión de herreros. Sus armas ? que
las tienen ? no están nunca compuestas de estos materiales, sino
que, en su mayoría, están confeccionadas con una piedra similar al
pedernal amarillo, utilizando las mismas para defenderse, aunque
también para atacar a animales. De todo esto se infiere que uno de
los mejores talismanes para evitar su presencia es el hierro y todos
sus derivados.
13. Por
último, habría que señalar que sus principales ocupaciones, en las
que gastan la mayor parte de sus energías, son: la música, la danza,
las luchas, los juegos y el amor. Básicamente poseen tres grandes
festividades: la del mes de mayo, la del 24 de junio (solsticio de
verano) y la del mes de noviembre.
Al igual que en el
resto del mundo, los elementales en España buscan sus habitáculos en
contacto directo con la Naturaleza, aun en el caso de aquellos más
íntimamente vinculados a los humanos (como los duendes), siendo así
que encontramos su presencia entre cuevas y montañas (gnomos, trastolillos, enanos), bosques (busgosos, diaños,trentis), vinculados a fenómenos
atmosféricos (nuberos, ventolines, tronantes) o a la Naturaleza en
general (xanas,anjanas, mouras, encantadas y demás hadas o espíritus
femeninos de la Naturaleza).
Tal como asegura
García Atienza, los seres elementales vienen a ser ?una especie de
llamada de atención hacía una realidad que se da en la Naturaleza y
que no se comporta conforme e los cánones físicos o morales
establecidos por la sociedad humana?, y aunque más tarde dice que es
inútil tratar de entenderlos, por nuestra parte vamos humildemente a
intentarlo en esta obra monográfica sobre duendes y demás seres
vinculados a las casas y a los hombres, los cuales se ajustan a
estas trece características en mayor o menor
medida.
Por su amplitud,
importancia y especial presencia entre los humanos, los duendes
domésticos y espíritus familiares (encuadrados en el elemento
tierra) constituyen un grupo genuinamente propio, y los hemos
estudiado de forme separada, aunque no independiente, del resto de
los seres mágicos.
UN CUENTO PARA ABRIR
BOCA
Para adentrarnos en
este mundo maravilloso de los duendes, vamos a contar un cuento ya
clásico de Fernán Caballero (nacido en 1796), considerada la
matriarca de la literatura infantil española, en el que ya se
apuntan algunos de los aspectos que más tarde veremos con mayor
detalle, como es su facilidad para transformarse, sus travesuras y
su mal humor. Lleva por título
La gallina
duende.
Una mujer vio entrar en
su corral a una hermosa gallina negra, la que ha poco puso un huevo
que parecía de pava, y más blanco que la cal. Estaba la mujer loca
con su gallina, que todos los días ponía su hermosísimo
huevo.
Pero huido de
acabársele la overa y la gallina dejó de poner, y su ama se incomodó
tanto que dejó de darle trigo, diciendo:
- Gallina que no pone,
trigo que no come.
A lo que la gallina,
abriendo horrorosamente el pico, contestó:
- Poner huevos y no
comer trigo, eso no es conmigo.
Y abriendo las alas dio
un voleteo, se salió por la ventana y
desapareció; por lo que la mujer se cercioró que la tal gallina era
un duende, que se fue resentido por la avaricia de la dueña.
Extracto del libro:
DUENDES
Guía
de los Seres Mágicos de España
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