Sábado | 26.07.2003   

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MUSICA : UNA GRAN PIANISTA CONSAGRADA A BACH
Adiós a Rosalyn Tureck






La muerte de la ejecutante estadounidense pone fin a un extraordinario capítulo en la interpretación de la música del genio del barroco.







Federico Monjeau
Con la muerte de Rosalyn Tureck, días pasados en Nueva York, a los 88 años, se cierra uno de los capítulos de mayor fidelidad interpretativa de la historia del piano; el de una vida artística totalmente consagrada a la música de Bach. Otras figuras del piano moderno remiten inmediatamente al músico alemán, como es el caso de Glenn Gould, pero para el canadiense la obra de Bach fue la base de una plataforma estética muy amplia, que llegó hasta Anton Webern y la obra completa de Arnold Schoenberg, sin descuidar a Mozart, Beethoven y los virginalistas ingleses. Pero Tureck se centró casi exclusivamente en la ejecución y en la enseñanza de la obra bachiana, lo que incluye una importante obra didáctica. "La señora Tureck —observó un crítico estadounidense— es la única persona capaz de escribir una Introducción a la Música de Bach en tres volúmenes". Las eventuales incursiones por otros repertorios —como la que hizo en su último concierto en el Colón, en 1992, para Festivales Musicales, en un programa titulado Los románticos y el barroco— eran otras maneras de pensar la posteridad bachiana.

Tureck nació en Chicago en 1914, y realizó sus primeros estudios, entre los 9 y los 13, con Sophia Brilliant-Liven, una discípula de Anton Rubinstein que la introdujo en Bach, Haydn, Mozart, Beethoven y los autores rusos de fines de siglo XIX. Su pasión por la música del siglo XVIII no le impidió interesarse por la ejecución del Theremin, instrumento futurista que conoció y aprendió directamente de manos de su inventor (Leon Theremin).

Tureck se consagró a Bach con una extraordinaria independencia de criterio, en una época en que tocarlo en piano moderno era una antigüedad. Ella eventualmente podía ejecutarlo también en clave —como lo hizo en la Iglesia Metodista de Buenos Aires en 1985 para desconcierto de la ortodoxia historicista, alternando piano y clave dentro de un mismo programa Bach—, pero estaba convencida de que el piano era el medio de transmisión más adecuado. Tureck podía pensar que se alejaba del sonido barroco para volver a la filosofía del barroco. Como escribió en su Introducción a la interpretación de J. S. Bach: "Bach transcribió a lo largo de su vida muchas de sus obras —e igualmente las de otros compositores— para varios instrumentos solistas o combinaciones como grupos de cámara o corales. En aquel tiempo, no existía regla alguna que restringiese la ejecución de una obra específica a un instrumento en particular, puesto que los músicos no concebían de esta forma la música y su interpretación. Este es el caso de Bach, que frecuentemente escribía varias versiones de la misma obra".

El término klavier, teclado, era genérico y servía para instrumentos que diferían mucho unos de otros. Algunos disponían de un teclado, otros de dos, y los registros y la capacidad de matices era muy variable. "El músico de entonces —concluye Tureck—- no estaba tan apegado al instrumento como lo estamos nosotros hoy en día, y esa preocupación tan actual por sonoridades específicas no empezó a desarrollarse hasta mucho después de Bach".

El público local pudo apreciar el maravilloso Bach de Tureck en 1985, con las Variaciones Goldberg . Eran unas Goldberg menos orquestales que las que vendría a hacer Barenboim aquí poco después. El Bach de Tureck era menos colorido pero no más seco. Sonaba moderno y punzante. El rango dinámico era restricto, del mezzopiano al mezzoforte. El matiz de Turek no descansaba tanto en la amplitud de la dinámica como en la fineza de la articulación, en su extraordinario modo de unir y separar, de cantar la melodía ligando las notas de dos en dos, sin que eso se oyese como un mecanismo.
















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