Sala de columnas - El genio de Strindberg

Autor

LUIS ANTONIO DE VILLENA

El genio de Strindberg

El año que acaba de concluir hizo 100 años de la muerte del escritor sueco -y uno de los mayores europeos de la época- August Strindberg (1849-1912) hijo de comerciantes de clase media y creador polifacético, muy avanzado a su tiempo y con una vida atormentada por transtornos psíquicos que aumentaban su creatividad (es el problema nunca resuelto) y le hacían a menudo -y en sus tres matrimonios- un hombre difícil, con muchos timbres de genialidad. En España (donde conocemos bastante mal las literaturas nórdicas) Strindberg sigue siendo el autor de un drama feminista, La señorita Julia (1888), que ha subido muchas veces a nuestros escenarios y ha sido llevado al cine.

Pero Strindberg fue mucho más que un gran dramaturgo o que un hombre que frecuentó los desarreglos de la bohemia en París y Berlín, huyendo a veces de Suecia donde tuvo problemas con una novela en clave crítica con su país El nuevo Reino (1882). Hombre de teatro, novelista, poeta, místico, pintor y fotógrafo (obsesionado con el autorretrato) son estas facetas poco o nada conocidas del público español lo que quiere reflejar el bello libro -bilingüe cuando corresponde- que ha publicado Nórdica, Strindberg. Escritor, pintor y fotógrafo. Como escritor se nos muestran poemas y fragmentos autobiográficos que enseñan su versatilidad, pero sin duda se ha querido hacer hincapié en las otras dos dedicaciones. No en balde Strindberg fue amigo de dos genios convulsos de la pintura: el noruego Edvard Munch y el francés Paul Gauguin…

Si la fotografía de Strindberg es interesante porque le muestra frecuentemente a él mismo en poses diversas (es sugerente y algo fantasmal su autorretrato de 1912, paseando bajo la nevada) sin duda tiene más interés su pintura, casi únicamente paisajística, pero que va desde un vago impresionismo inicial hasta el expresionismo y casi el abstracto -anticipándose mucho a su tiempo- con cuadros como La caverna u Otoño amarillo que lo pueden relacionar con el expresionismo abstracto de Pollock o de Rothko y también con el sentido trascendente, intenso, psíquico que todos querían ver en esos cuadros. Más comprensibles, pero igualmente avanzadas son obras como La ciudad donde vemos Estocolmo en la raya del horizonte, apenas como una línea de edificios, asustada o ensalzada por dos grandes masas en movimiento que son el mar, algo más oscuro, y un gigantesco cielo de moles nubosas entre gris y tiniebla.

Un fragmento de su Diario de 1908 nos muestra los extremos entre los que vivía la poderosa creación de Strindberg: «¡Qué espanto de días! ¡Tan llenos de espanto que ya he dejado de escribir sobre ellos! ¡Sólo le pido a Dios que me deje morir! ¡Que me libere de este dolor terrible, físico y espiritual!». Desarreglado, turbador, bohemio acosado por las deudas, August Strindberg -como muchos genios de la perturbación- llegó a la vez a la sima y al abismo. Sus obras autobiográficas dan testimonio de ello: Inferno (1898) y El camino de Damasco. Es una pena que lo conozcamos mal. Su entierro fue una gran manifestación de duelo, con gentes que le consideraban su faro y conciencia.